El verano parecía querer despedirse por lo alto, con un clima idóneo para que el público pudiese disfrutar de un espectáculo que había ocasionado un sinfín de rumores en las últimas semanas. La curiosidad y el morbo eran los principales culpables de que las filas de civiles fuesen espesas y ruidosas, en lo que las gradas se iban rellenando para rodear una arena de combate simple, de suelo arenoso dispuesto a dificultar la movilidad de los tributos. En lo alto de uno de los extremos se encontraba el Palco Presidencial, en el cual un asiento esperaba por el presidente y unos cuantos a su alrededor delataban que estaría acompañado por los ministros, sus familias y los ciudadanos de alta sociedad. Una sola pantalla en el extremo opuesto, inmensa e imposible de ignorar, anunciaba diferentes sponsors por encima de las imágenes del Coliseo llenándose de gente. Un país entero aguardando, siendo por primera vez partícipe en vivo de un castigo, para ellos, justo.

Las voces se oían como ecos en el backstage. Debajo de las gradas y en pasillos blancos sin ventanas, los aurores guiaron a los tributos hasta sus puestos de salida. Cada uno vestía el mismo uniforme ligero de color negro, variando nomás en las bandas de colores que los identificaban en el brazo izquierdo. El juego, tal y como se anunciaba en los parlantes, parecía simple: consigue la bandera de tu color correspondiente y podrás vivir. ¿Dónde estaba el truco, además de saber que tendrían que luchar los unos con los otros? Uno a uno, se les fue pasando una bolsa, de la cual debían sacar un pequeño cofre… el cual contendría su única arma.

La música anunció la llegada de Magnar Aminoff, quien saludó amablemente desde el palco antes de tomar asiento. Sin discurso, sin palabras decorativas, solo un asentimiento suave con la cabeza y una floritura de la mano que acabó siendo señal de su bendición. Justo bajo el palco, una amplia puerta de metal se abrió para dar paso a un rugido feroz, el cual fue acompañado por algunas chispas que hicieron estallar a la multitud entre gritos de asombro y vítores efusivos. El enorme Hébrido Negro sacudió sus alas de murciélago sin poder elevarse en el aire por culpa de unas cadenas encantadas, esas que lo mantenían vigilando la hilera de banderas detrás de él mismo. Para cuando las puertas de los tributos fueron abiertas, la historia quedó clara para ellos: un dragón, una bandera a capturar y compañeros que deseaban vivir tanto como ellos. El humor de algunos magos, siempre tan simpático.