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  • The Mighty Fall
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    OTOÑO de 247421 de Septiembre — 20 de Diciembre


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    Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

    Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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    The river's gonna give us the wedding bands ✘ Priv.
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    Mohini R. Khan
    Charles B. Sawyer
    M. Meerah Powell
    Phoebe M. Powell
    Hans M. Powell
    9 participantes
    Hans M. Powell
    Ministro de Justicia
    No sé por qué me tiemblan tanto las manos en lo que acomodo mi moño, si yo no soy quien está a punto de casarse. El aire se percibe pesado, no por malas vibras sino por culpa de los nervios que me obligan a preguntarme una y otra vez cómo es que estamos aquí, cuando hace unos dos años las cosas eran completamente diferentes. Agosto nos regala uno de sus días perfectos, con apenas alguna que otra nube en un cielo más que celeste y la brisa fue lo suficientemente amable como para permitirnos el no morir de calor a mitad de la ceremonia, así que no puedo echarle la culpa al clima por el vago sudor que me rasco de la nuca. Cuando éramos niños, he encontrado a Phoebe vestida de novia con prendas demasiado grandes para ella; ninguno de todos esos juegos podría haberme preparado para la idea de que, alguna vez, esa ilusión infantil se haría real.

    Oigo los murmullos de aquellos que van llegando a la playa en lo que camino con paso decidido a la carpa blanca, esa donde el futuro marido no tiene permitido estar y que se convierte el sitio en el cual tengo que aguardar junto a mi hermana hasta que sea el momento de entregársela a alguien más. Tomo aire, ya ni sé por qué, para abrir la entrada y asomarme en busca de una figura que ya debería estar lista. Meerah estuvo hasta en los últimos detalles, pero ahora mismo debe encontrarse en busca de su hermanita, porque me encuentro con una figura solitaria que no se ve en lo absoluto como la pequeña Phoebs. Silbo, poniendo un pie dentro para dejar que la carpa se cierre a mis espaldas — Charles debe haber hecho algo muy bueno para merecerte — comento con una vaga sonrisa, escondiendo las manos en los bolsillos del pantalón — Te ves hermosa, Phoebs — entre todo lo que está ocurriendo en el mundo, no comprendo como aún pueden suceder cosas como esta. Una boda, un nacimiento, noticias tan simples que no tienen nada que ver con el desastre detrás de nuestros hombros. Creo que puedo olvidarme de eso teniendo a mi hermana delante, aún no sé si viéndose feliz o asustada o un poco de ambas cosas.

    Hay algo que quería darte — prefiero no irme con demasiadas vueltas. No es secreto que encontrar el modo de sacar estas cosas de mi interior no es de mi mayor experiencia, creo que me demoro demasiado en decidirme a avanzar unos pocos pasos. Rebusco en mis bolsillos hasta que siento el frío contra mis dedos y, con algo de cuidado, saco un delicado brazalete de plata. Su textura es fina, lo suficientemente delgada como para pasar desapercibido, pero los pequeños zafiros destacan a pesar de su tamaño — La tradición dice que algo azul… ¿No? — mis ojos buscan su aprobación, más por mi desconfianza a viejas costumbres que otra cosa — Y algo viejo y algo prestado. Digamos que es un poco de todo. Era de mamá… No sé si lo recuerdas — tomo su mano con calma, en busca de su delgada muñeca. Colocarle el brazalete es la mejor excusa para evitar sus ojos en lo que me tomo el tiempo para explicarme — Hay varias cosas guardadas en mi departamento, pero creí que esta en particular debería ser tuya. Y si alguna vez tienes una hija, puedes heredársela. Sabes que mamá lloraría mares si estuviera aquí, ¿no? — mis ojos se levantan en su dirección, la sonrisa que me atrevo a regalarle es sincera — ¿Cómo te encuentras? ¿Estás nerviosa? ¿Todavía no tengo esperanzas de que canceles la boda? Todavía estamos a tiempo, podemos escapar por la parte de atrás. Nadie desde la costa nos vería— bromeo. Que si este es su pedazo de paz, que así sea.
    Hans M. Powell
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    Phoebe M. Powell
    Director del Servicio Social
    Por esta última semana, he estado tratando de convencerme a mí misma de que nada de esto es para tanto, que vaya a casarme no significa que las cosas van a cambiar, porque sigo y seguiré queriendo a Charles de la misma forma, independientemente de los anillos en los dedos o de las firmas en un trozo de papel. Pero a quien pretendo engañar. La figura que muestra el espejo es tan distinta a la que me acostumbré a ver hace un tiempo que me cuesta reconocer mi propio rostro en el reflejo. Es obvio que Meerah ha hecho un buen trabajo con los arreglos, pero ya no solo me refiero al hecho de que es una de las pocas ocasiones en las que uso maquillaje, sino al resto de aspectos físicos que en el pasado apenas se podrían comparar con la imagen del presente. Mis mejillas no están ahuecadas como lo estuvieron la mayor parte de mi vida, las sombras oscuras bajo mis ojos tampoco están tan marcadas como solían estarlo y hasta casi puedo decir que el brillo azul de los mismos es diferente, les recorre una intensidad diferente. Acaricio con mi mano los dedos de la otra, esos que una vez fueron más huesudos que ahora, pasando el dedo en un recorrido por el que pronto dejará de estar vacío. Han cambiado tanto las cosas en una corta fracción de tiempo, que el pensar que una boda no modificaría nada se me hace de lo más ridículo después de meditarlo un momento.

    No tengo miedo a casarme, porque sé quién me espera al otro lado de la playa, pero sí lo tengo de no ser capaz de cumplir mis propias expectativas con respecto a mí misma, ya ni hablemos de las de los demás, las de él. Sé que he soñado muchas más veces de las que podría contar con este momento, la Phoebe de tiempo atrás, esa que cargaba con Pelusa allá donde fuera se ha visto en esta misma postura por al menos los años en que su madre estaba viva. Con el tiempo ese deseo se fue disipando, aventurado por el cúmulo de desgracias y una posición que poco tenía que ver con bodas o la felicidad que va ligada a un día como este. Simplemente las circunstancias lo habían hecho algo que no era para mí. Y sin embargo aquí estoy, vestida de blanco con el pelo recogido hacia atrás con un broche de forma que los tirabuzones caen sobre mi espalda, sin que me estorben en la cara. Estoy a escasos minutos de entregarme a alguien por el resto de mi vida, y no lo hago asustada, ni siquiera con la necesidad de saber si será suficiente para marcar un antes y un después. He dejado de plantearme esos “y si” que no merecen un lugar en mi cabeza cuando se trata de mi futuro esposo.

    Ese que no tarda en aparecer en los labios de mi hermano cuando anuncia su llegada con un silbido que me produce rodar los ojos, aunque mentiría si dijera que no se me escapa una sonrisa después. — Dime que al menos te has asegurado de que está presente. ¿Le has visto? — bromeo en lo que me cuesta unos segundos levantarme del asiento y romper la distancia con un agradecimiento que brota de mi boca por el halago. Lo último no es tanto una broma, pero nunca está de mal una buena aseguración. — Es todo obra de tu hija, yo no tuve nada que ver. — expreso con la sonrisa más grande que la satisfacción con el resultado podría pedir. No es una imagen por la que hubiera apostado ver en el pasado, mi hermano vestido para llevarme al altar el día de mi boda, como si nada de lo que ha ocurrido por el medio tenga un verdadero sentido, más que para darle a esto un gesto de gratitud por el habernos hecho estar aquí en este momento, juntos, como siempre debió haber sido.

    Me espero en lo que él no tarda en sacar algo de su bolsillo, mi cuello estirándose para ver por encima de su mano y descubrir lo que tanto le cuesta explicar con palabras. Mis ojos se paran en la diminuta cadena de plata que creo reconocer de algún lado, hasta que es Hans quien confirma lo que sospechaba y no me tardo mucho en querer echarme a llorar. Si no lo hago es porque estoy demasiado conmovida por el gesto, con las emociones que llevan acumulándose por horas a flor de piel. — Muchas gracias, Hans, es… significa mucho para mí, de veras… gracias. — me atrevo a murmurar muy por lo bajo, agachando la mirada para poder observar las piedras con más detalle, pasando los dedos por encima. Porque siempre quise tener algo de mi madre y nunca llegué a ser lo suficientemente mayor como para que ella dijera que tenía la edad para heredar estas cosas. Eran delicadas, demasiado frágiles como para que una niña anduviera jugando con ellas, incluso cuando todo eran fantasías. Atraigo el cuerpo de mi hermano para aprisionarlo en un abrazo que dura lo que él tarda en romper el momento. Me separo con una risa que pretende no matarlo por siquiera haber sugerido una cosa como tal. — Pues claro que no estoy… — no llego a terminar la frase que tengo que mirarle con toda la sinceridad de expresiones mezcladas. — Puede que se me estén empezando a olvidar los votos, pero… Bueno, quizás esté un poco nerviosa, pero no tanto como para querer escapar de mi propia boda. — oh, sí, estoy más que segura de que ese era su plan ideal desde el primer momento. — Tú solo… no dejes que me caiga, ¿de acuerdo? — y no sé si me estoy refiriendo a caminando hacia al altar o a la vida en general, pero sí le miro como si fuera para lo último.
    Phoebe M. Powell
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    Hans M. Powell
    Ministro de Justicia
    Claro. Parece que no ha dormido en semanas y creo que está tan nervioso que no puede hablar, pero ya se le pasará — tampoco debe ser tan grave, Charles no es una de las personas más comunicativas que he conocido, pero su aura calma debe ser una de las cosas que mantienen a mi hermana pegada a él como si no hubiera mañana. Supongo que, después de todo lo que ha pasado, tener a alguien de perfil bajo a su lado es la mejor manera que tiene de mantener la cordura y, a decir verdad, se lo agradezco. Mis ojos se pasean por su figura, deteniéndome en los detalles de su vestido que deja en evidencia el talento de mi hija mayor y, sin poder evitarlo, me sonrío con un orgullo nuevo que he descubierto, poco a poco, desde que pude encariñarme con la niña que acabó siendo parte de mi vida — Ha hecho un buen trabajo. Meerah podría montarse su propio negocio en una semana y no necesitarme en lo absoluto — tiene pasión y talento natural, nada de lo que deba preocuparme. Si hay alguien que sé que hará cosas increíbles en el futuro y que tiene un camino exitoso asegurado, es ella.

    Expresar lo que no hemos podido en años es uno de esos problemas pequeños con los cuales nos enfrentamos todos los días. Poder darle esto a mi hermana en el día de su boda es más de lo que hubiera podido esperar, creo que no es necesario que diga nada y me conformo por poder ser la persona que sostendrá su brazo, en un papel que no me corresponde y que he tenido que adoptar a causa de las torceduras de la vida. He evitado demasiado los títulos, saber que aquí está toda la familia que hemos formado a costa de nuestros malos recuerdos es más de lo que ninguno puede llegar a decir. Solo le sonrío porque no necesito su agradecimiento, me lleno de una agradable calidez frente a ese abrazo, el que la estrecha en un intento de que dure un poco más. Chasqueo la lengua, fingiendo algo de pena porque esté descartando mi idea — Tendré que decirle a los de seguridad que desechen el traslador porque abortaremos misión — suspiro con fuerza, tanto que se me caen los hombros hacia abajo.

    Mis cejas se mueven, primero una y después la otra. Está de más el decirle que siempre he estado para ella, incluso en esos tiempos en los cuales no sabíamos nada el uno del otro. Aún así, le pico el mentón con mis nudillos en un gesto que busca ser de consuelo, por poco que lo necesite — Todavía tengo brazos firmes, así que puedes sostenerte. Se complicará un poco cuando necesite un bastón, pero por suerte aún falta mucho para eso — aseguro. Como si quisiera darle un ejemplo, me palmeo uno de los brazos en una invitación a que lo tome. Todavía faltan unos minutos y deberíamos esperar a que nos avisen que se encuentra todo listo, las niñas con los anillos incluídas, pero aún así siento la urgente necesidad de encontrarme ya en posición — Solo una cosa más — murmuro, tal vez con cierta urgencia antes de que se nos acabe el tiempo — No puedo entregarte a nadie sin decirte antes que lamento mucho haber sido un ogro con todo este tema del casamiento. Es que… no te he tenido por años, ¿sabes? Y cuando regresaste, lo hiciste sin necesitarme en lo absoluto. Cuesta un poco despegarse de algo que buscaste tanto y descubriste que, al final, no te pertenece. Eso es todo — acomodo mi pelo con una mano en un gesto despreocupado, ese que busca echarlo hacia atrás como si tuviese que perfeccionar mi imagen antes de la entrada a pesar de que ni siquiera me estoy mirando en el espejo ni estoy seguro de necesitarlo. Me estiro para mover un poco los pliegues de la carpa, buscando con la mirada a Meerah, quien ya debería estar por aparecer.
    Hans M. Powell
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    Phoebe M. Powell
    Director del Servicio Social
    Suelto algo de aire por la nariz en lo que se me llena la garganta de una risa que al final termino por camuflar con una simple sonrisa, esa que anuncia el consuelo que me trae no ser la única que está al borde de perder la cabeza. Porque nada de esto tiene sentido si tenemos en cuenta todo lo que ha pasado hasta llegar hasta aquí. — Bien. — es lo único que digo, casi me falta asentir de a una con la cabeza para demostrar mi satisfacción con lo que me cuenta, como si ese mismo gesto pudiera relajar mis propios nervios. — ¿Y tú? ¿Cómo estás tú? — no es la primera pregunta que se me hubiera ocurrido soltar, pero viendo que dentro de poco, de verdad, solo unos minutos, Charles va a formar parte de mí, pero también de él por el título que le corresponde, quiero asegurarme de que mi hermano mayor por fin ha decidido aceptar que ya no soy una niña. Incluso cuando fue así como me vio la última vez antes de irrumpir en su vida sin ninguna clase de invitación. — ¿Y te dije que hizo dos vestidos? ¡No uno solo! ¡Dos! — creo que la sorpresa que intento mostrarle no se percibe solo en mi voz, sino también en el resto de mi cara cuando mis cejas acompañan a los ojos en la expresión. — Es una de las mejores cosas que has hecho. — se lo digo a él como si hubiera sido su tarea como constructor la de esculpir a su hija, pero la sonrisa que le muestro es la de alguien que de verdad siente mucho aprecio por ella.

    Hans Powell, ¿en serio ordenaste que pusieran un traslador por si me daba por salir corriendo? — la mirada que le dedico es de alguien que está alucinando con sus capacidades para hacer de un momento que se supone que es feliz, una misión de escape de emergencia. — ¿Sabes…? He salido corriendo de muchas cosas en mi vida, pero esta no será una de esas veces. Quiero hacer esto, quiero y puedo, sin la necesidad ningún traslador de rescate. — a pesar de que suena como si le estuviera echando la bronca por siquiera haberlo mencionado, en realidad creo que hasta agradezco que se haya tomado las molestias, significa que no le soy indiferente. — Hans… — a pesar de que inicio la frase con una primera intención, me doy cuenta a la mitad de que lo que quiero expresar no hay forma de hacerlo con palabras, solo se me ocurre una y creo que ya la he repetido suficientes veces en el día de hoy como para que no empiece a considerarme una pesada. De modo que opto por otra elección, una que no solemos hacer con demasiada frecuencia y que ahora, se siente necesario. — Te quiero, lo sabes, ¿verdad? No creo que hubiera podido hacer esto sin ti. — es algo de lo que no me he percatado que sentía hasta que no lo suelto en voz alta, dedicándole una mirada que no dura mucho pese a llevar toda la sinceridad grabada.

    Solo elevo la mirada cuando su mano me obliga a hacerlo y lo que dice me provoca una sonrisa que por alguna razón inexplicable, se torna algo lastimera. Quizás es mejor así, que los sentimientos profundos solo queden resguardados para mí. Eso es lo que pienso cuando tomo su brazo y me aferro a él, es terror lo que empieza a acumularse bajo mi piel, o puede que sea felicidad, a veces tengo problemas para distinguirlos. Mi corazón se empieza a acelerar por cuenta propia y casi estoy por agradecer que vuelva a hablar para poder salir del bucle de nerviosismo en el que me encuentro. Giro el cuello en su dirección cuando de pronto la conversación se vuelve profunda y le miro con las cejas un tanto arqueadas. — Hans, no tienes que… — quiero decirle que no tiene que disculparse, que puedo entenderlo incluso sin sus explicaciones, pero él parece seguir hablando así que me limito a escucharle por el tiempo que tengamos. Me quedo un poco perpleja después, me toma unos segundos el responder, en los cuales me dedico a observar como moldea su cabello. — Que regresara por mi cuenta no significa que nunca te haya necesitado, ¿entiendes? Eres mi hermano mayor, siempre voy a necesitar de ti, incluso cuando yo me empeñe en poder hacer las cosas solas. ¿No se ha tratado siempre de eso? — cuando éramos niños, acostumbraba a querer hacer cosas por mi cuenta a sabiendas de que no tenía ni idea de como hacerlas. Hans era quién me guiaba por el fondo, cuando muchas veces ni siquiera me enteraba de que lo estaba haciendo. — Me he cuidado sola porque no me han dado otra opción, pero no ha habido ni un solo día en el que no te haya necesitado. — no sé si estoy haciendo las cosas peor o mejor, espero que sea lo segundo porque no me apetece tener que salir de aquí con las lágrimas en los ojos. — Y te necesito ahora, ¿de acuerdo? Te necesito para que me lleves al altar porque es así como elijo pasar el resto de mi vida, y quiero que tú seas parte de eso. — que en otras palabras se resume en que necesito su apoyo, porque la vida no viene con un manual de instrucciones y yo estoy segura de haberme saltado algunos pasos en el proceso.
    Phoebe M. Powell
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    Hans M. Powell
    Ministro de Justicia
    Tengo que considerarlo un momento, relamo mis labios al fruncirlos en expresión pensativa — ¿Yo? Confundido de cómo es que llegamos aquí, pero estoy bien. Estoy feliz por ti — será diferente cuando el que atraviese por esta situación sea yo. Arqueo mis cejas en señal de sorpresa, más no por que sea capaz de hacer dos vestidos; vivo con Meerah hace ya casi un año y la he visto dejar sudor y lágrimas sobre sus proyectos. Intento no regodearme mucho en eso, aunque se me infla el pecho en lo que suspiro al deslizar una sonrisa traviesa hacia un lado — Hasta el momento, solo he hecho dos cosas que merezcan ese título. Ya hablaremos después de mi boda — y aunque le guiño un ojo, levanto un dedo para pedirle que no diga nada, reprimiendo una sonrisa que me traiciona a tironear divertidamente mis comisuras hacia arriba — No lo digas aún, ni siquiera se lo dijimos a Meerah. Este es tu día — además, planifico que la emoción por su casamiento se extienda el mayor tiempo posible, en lo que nosotros nos mantenemos lejos del foco de la atención.

    — ¿De veras me crees capaz? A veces puedo bromear... Espera… ¿Quieres que prepare uno de verdad? — por un momento mi mirada se torna sospechosa, aunque pronto lo descarto. Phoebe parece segura, no puedo quitarle eso por mis propios miedos. No me esperaba esa declaración, lo cual es ridículo si consideramos que el amor de hermanos es lo más básico que podría darse y es uno que yo siempre espero que mis hijas puedan compartir entre ellas, como la familia que ruego que sean cuando las cosas se pongan feas. Tal vez no debería mostrarme tan confundido por sus palabras, me demoro un momento en recomponerme y meneo la cabeza — También te quiero, pero creo que podrías hacer miles de cosas sin mí. Eres mucho más de lo que crees — porque si yo he sabido tener el ego por las nubes, ella parece haberlo dejado en el subterráneo.

    No esperaba ni necesitaba un consuelo, que venga de su parte me hace sentir un poco menos miserable por haber causado ciertos tratos entre nosotros, en especial la noche de anuncio de su compromiso. Decido que no es momento de discutir, solo suspiro y asiento con la cabeza, afianzando el agarre de su brazo con el mío — Si me necesitas… aquí estoy — es lo mejor que puedo prometerle, además del regalo de bodas que quizá rechace… o no. No puedo decir nada más porque la cabeza rubia de Meerah aparece en escena, con la bola rosa de Tilly luciendo como una muñeca a causa de su vestimenta — Parecen listas para una postal — comento con gracia, dándome el permiso de pellizcar suavemente la mejilla redondeada de mi hija menor — ¿Tienes todo, Meen? Dejaste a tu tía de mil maravillas. ¿Y tú crees que no vas a caerte? — presiono con cuidado el agarre de mi hermana, a sabiendas de que la música que se oye significa que es momento de salir. Y aquí, rodeado de las mujeres de mi familia, sé que no podríamos estar haciendo esto de no tenernos los unos a los otros — Solo iremos detrás de ellas y tienes que seguir mi paso hasta que veas al hombre pálido del altar. Pan comido.
    Hans M. Powell
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    M. Meerah Powell
    Fugitivo
    Estoy segura de que tengo la mejor hermana del mundo cuando, luego de las complicaciones que implicó colocársela, lleva más de quince minutos sin tratar de sacarse la delicada corona que adorna sus cabellos. Yo estoy hecha una bola de nervios y creo que he estado al borde de llorar por el estrés en tres ocasiones diferentes mientras que Tilly, siendo la bebé adorable que es, ni siquiera ha hecho un berrinche. Incluso se queda en mis brazos mirando todo con ojos curiosos mientras me cercioro de que nada está fuera de lugar, así que cuando entro nuevamente en la carpa en la que he dejado a la flamante novia, es sólo cuestión de Phoebe el dar el inicio a la ceremonia. - Y seríamos la postal más bonita de todas. ¡Hey! - Utilizo la palma de la mano que tengo libre para golpear con suavidad el dorso de su mano y miro con reproche en dirección a mi padre. - Si la haces llorar te haré caminar con ella delante, y yo acompañaré a Phoebs hacia el altar. - Es una amenaza vacía, no lo haré porque arruinaría toda la estética de la boda. Pero no quiero arriesgar lo que bien podría ser una entrada completamente perfecta.

    - Bien… bien. - Esto estaba pasando. Mi tía estaba a punto de casarse y yo no podía estar más feliz por ella. ¡Oh por Morgana! Mi tía estaba por casarse… Y soy yo la que tiene que contener las lágrimas en esta ocasión. Porque ahora que estamos a segundos de que todo se concrete, no puedo evitar pensar que jamás me imaginé estando en esta situación. Hace poco más de un año ni siquiera sabía que tenía una tía, mucho menos podía imaginarme con mi padre, con mi hermana o con Lara. Y… No. Me niego a ser la única llorona en todo este asunto.

    - Phoebs ya era una maravilla, yo solo le he dado un bonito vestido para acompañarla. - Y me encantaría decir que estaba siendo modesta, pero era verdad. Phoebs era una de esas personas que era bonita por fuera y por dentro, y que daban envidia porque sencillamente no parecía justo. - Está todo, así que solo depende de la novia para que comience la ceremonia. - Miro a mi tía y si no corro a abrazarla es porque uno, tengo a mi hermana conmigo, y dos, no quería arrugar su vestido. Luego de que salieran lindos en las fotos ya podríamos todos llorar y abrazarnos sin preocupaciones.
    M. Meerah Powell
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    Phoebe M. Powell
    Director del Servicio Social
    Creo que no es necesario que le acote lo confuso que todo esto es para mí, me vale con regalarle una mirada que expresa la reciprocidad de esa frase. Porque de todas las personas que estamos aquí reunidas hoy, asumo que soy de las que jamás hubieran imaginado que esto alguna vez pasaría. Quizás podría haber adivinado que las cosas con Charlie tomarían un camino diferente al que hicieron en su día, pero ni en mis más lúcidos sueños se me hubiera presentado la posibilidad de compartir esto con la gente que quiero.— ¡Ha! Lo sabía, sabía que no tardarías ni dos años en aparecer con un anillo, Charles me debe un… — bueno, creo que no hace faltar aclarar esos detalles con mi hermano delante, me conformo con darle un apretón en el brazo para demostrarle mi aprobación, añadiendo además una sonrisa. Que no es como si necesitara de mi bendición para hacer nada, pero creo que es mi manera de devolverle el bochorno de su reacción a mi compromiso. A veces pienso que debería dejar de ser tan permisiva, en especial por como me llevo un dedo a los labios para señalar mi silencio, que no pretendo dar una noticia que no está en mi poder el compartir.

    Esa contestación le vale la mirada que le lanzo, ladeando la cabeza de forma que puedo no tomarme en serio lo que dice. — Sí, Hans, pues claro que te veo capaz. — aunque el tono de mi voz denota ironía y humor en el gesto de mover mis cejas hacia arriba, de verdad que no me hacen falta motivos por los cuales le creo capacitado para ordenar un traslador. No digo nada más, me quedo con lo último que dice y, a pesar de que no es al primero que he escuchado decirme algo parecido, porque sé de donde vienen esas palabras, me decanto por responder a lo primero. — Ya sé que puedo, pero no quiero hacerlo. — que pueda hacer muchas cosas sin él no necesariamente significa que tenga que hacerlo. Hay ciertas cosas, como esta, como muchos otros momentos que espero lleguen a mi vida en algún momento, que no deseo hacerlas sola. Para eso se supone que está la familia, ¿no? ¿No es lo que siempre ha tratado de grabarme en la cabeza?

    Me confío con eso, con que sus palabras acompañen sus acciones al sostenerme del brazo, porque no hay nada más horrible que una promesa soltada al vacío. Mi atención se la lleva la figura que aparece por debajo de la cortina, mis dos sobrinas se hacen un hueco en la carpa en lo que su llegada me anuncia lo que está por pasar, además de la música de fondo que no ayuda a que centre la atención que se merecen las niñas. Por no mencionar que Hans tampoco está poniendo de su parte y eso le hace llevarse una mirada asesina que me dura dos segundos porque el comentario de Meerah es suficiente como para que pueda responderla a ella directamente. — No digas bobadas, no podría haber pedido un vestido mejor. — mucho menos una diseñadora como ella, que ya con trece años se las vio capaz para hacer no uno, sino dos vestidos de novia, ¿eso ya lo mencioné? Asiento con la cabeza a lo que dice Hans, no creo poder decir mucho más porque el temblor de mis manos es el indicador que me lleva a no abrir la boca más que para repetir sus palabras. — Pan comido. — alcanzo a murmurar, pasando saliva a pesar de la garganta seca y el nerviosismo que empieza a recorrer mi cuerpo, extendiéndose hacia mis piernas.

    Supongo que aquí es donde debo empezar a caminar, así es como lo hago cuando mi hermano alza un poco de la carpa para que podamos salir y ya no hay momento para mirar hacia atrás. Después de todo, creo que siempre se ha tratado de eso, cada paso que doy me lo confirma, me asegura que estoy caminando en la dirección correcta, hacia donde siempre he pertenecido, que no es tanto un lugar como lo es una persona. Creo que ni siquiera me fijo en las personas con las que nos vamos cruzando, apuesto a que tenemos demasiados ojos puestos sobre nosotros como para devolverles la mirada, pero tampoco pienso que importe. Lo que importa es que no hay rastro de temor en mi rostro cuando muevo el cuello hacia mi hermano, no sé si llego a asentir con la cabeza, al menos es lo que intento cuando trato de decirle sin la necesidad de palabras que está bien, estaremos bien. Lo sé cuando me suelto de su brazo y no tengo miedo de hacerlo, porque he vivido con ese sentimiento tanto como para considerarlo una parte esencial de mi personalidad, no la necesito cuando rozo los dedos de mi prometido para dar el último paso que me coloca a su lado. De todas las cosas que he podido adivinar en la vida, de la mía propia, tampoco necesito de ningún vaticinio para saber que esta es mi ventura. Aquí y ahora, con los que quiero, los que quieren estar, también con los que se fueron, pero lo más importante, con quiénes deciden quedarse pese a saber que la vida no es un ciclo, solo momentos que recogemos y atesoramos para nunca perderlos. Sé que nunca quiero perder nada de esto.
    Phoebe M. Powell
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    Charles B. Sawyer
    Personal de Defensa
     Ya, déjalo, yo puedo solo — mentira, no puedo, pero como mi hermano continúa arreglando mi traje incluso cuando ya estamos listos en el altar, empiezo a tomarlo como una señal de que los nervios van a poder conmigo. No son tantos invitados y, siendo sincero, estoy evitando el chequear si mi madre ha venido. La biológica, esa que está en la lista por mera educación y que me hace dudar de si se merece ocupar un asiento o no. ¿Pero cómo podía negarlo, si es la jefa de mi futura mujer y colega de mi cuñado? Evito los pensamientos pesimistas al admitir que, incluso aunque no soy de las ceremonias, el espacio en la playa se ve perfecto. Las carpas y la tienda donde se desarrollará la fiesta se encuentran a una distancia suficiente como para que pueda verlas aguardando por lo que serán las horas en las cuales tengo que festejar mis decisiones y aquí, cerca de la orilla y con un juez en espera de ligarme a la mujer que he elegido, me convenzo de que esto es lo correcto. El miedo a lo nuevo es normal, no significa que esté equivocado. ¿O no he decidido que quiero una vida junto a Phoebe Powell, a pesar de todo lo que ha pasado para que acabemos aquí?

    La música empieza y le doy un golpecito suave a mi hermano para que deje de tocarme y la sonrisa que le dedico quiere decirle que está todo bien, que no voy a desmayarme a pesar del vago sudor de mis dedos. Los instantes en los cuales nada sucede se me hacen eternos, tanto que no puedo evitar preguntarme si Phoebe se ha arrepentido y no piensa aparecer. Obvio que lo hace, pero por un momento no la reconozco. En mi pecho, allí donde se remueve el calor, mi corazón se salta un latido en lo que suspiro, buscando el controlar mi respiración. No sé qué hacer con mis manos, las pongo delante, detrás y acabo dejándolas caer a los costados, olvidando a los invitados y hasta la música que suena de fondo. Creo que consigo toparme con los ojos de mi prometida y le arqueo mis cejas con una risa contenida. Todo en mi expresión le grita lo mismo: ¿De verdad te puedes creer que estamos haciendo esto?

    Ni siquiera veo a las niñas que pasan por delante, estoy más enfocado en dar un paso hacia esa mujer maravillosa y le tiendo mi mano, dispuesto a tomar la suya de ahora en más. La que me queda libre estrecha rápidamente la de su hermano, estoy seguro de que el apretón ha sido más fuerte de lo debido, aunque la vaga palmada en la espalda se siente como aceptación, o resignación si nos ponemos quisquillosos. ¿Me importa? No — Te ves increíble — susurro en dirección a Phoebe, dispuesto a que sea la única persona que me puede escuchar. Tengo que recordarme que las bodas tienen un protocolo a seguir y que no puedo ponerme a besarla antes de tiempo, así que hago todo lo posible para escuchar las palabras del juez. Vamos, soy honesto, no sé ni lo que dice. Hasta me centro en el movimiento de las olas y creo que hace un chiste, porque los presentes se ríen y mi risa tardía debe delatar que tengo la mente en otro lado. En como sostengo su mano, en que no puedo entrar en pánico, en que quiero que todo esto se termine para poder decir que empezamos nuestra vida casados como es debido. Creo que jamás había estado tan impaciente por otro título en mi vida.

    Los votos, sí — tanteo mi pecho en busca de los papelitos que me tomaron toda la noche y sí, la botella de vino no fue de ayuda. Para cuando encuentro la hoja, arrugada y obviamente arrancada de un cuaderno, puedo sentir el picor en mi nuca. ¿Tengo que decir esto en público? — Lo malo de todo esto es que tengo una pésima letra, así que creo que tengo que quedarme con una idea general e improvisar — a pesar de sonar a una broma, estoy seguro de que Phoebe me conoce lo suficiente como para saber que tiene gran parte de verdad. La sonrisa que me dedico es en parte de disculpa — Jamás he sido bueno con las palabras, Phee, es una de las cualidades que espero que no busques en un compañero. Y creo que no hay nada que pueda decirte hoy que no haya dicho antes. Pero creo que lo que deseo decirte hoy es que… estoy aquí para ti. Este día, toda la vida. Que no veo la hora de estar contigo cuando seas feliz y también cuando estés triste. Que podamos compartir una historia como venimos haciendo hasta ahora, incluso cuando no tuvo los mejores capítulos… creo que la hicimos bastante buena. Quiero descubrir lo que nos queda, porque puedo romperme la nariz cientos de veces si estás tú para arreglarla. ¿Crees que me veré bien si se me tuerce un poco más? — me pellizco el puente para tratar de ponerle un ejemplo físico, tengo el papel arrugado en la mano y con la contraria, busco la suya — Aún no puedo creer que me hayas elegido, pero procuraré que lo sigas haciendo como yo te he escogido a ti. Y… eso es todo — me lo saco de encima como si pudiese volver a respirar, que todavía faltan los suyos, los anillos… y poder firmar lo que será el resto de nuestra vida.
    Charles B. Sawyer
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    Phoebe M. Powell
    Director del Servicio Social
    Tú también. — murmuro en su dirección apenas mi hermano ha desaparecido de mi ángulo de visión y puedo dedicarle un vistazo más cercano. La verdad es que viniendo hasta aquí se me han empezado a nublar los ojos, los oídos también que la música ya paró y ni siquiera me di cuenta, pero es cierto que luce bien y, aunque no parezcamos nosotros en lo absoluto, creo que hoy es una de esas excepciones en las que no hay lugar para la equivocación. Le dedico una sonrisa más que cálida cuando entrelazo mis dedos con los suyos, sigo mirándole cuando el juez comienza a hablar y por un momento creo que no voy a poder apartar la mirada de su perfil en lo que queda de día. Probablemente también de vida. No soy consciente del tiempo que transcurre entre que la persona delante pasa a darle la palabra a Charlie, pero permito que nuestras manos se separen para que saque lo que parece que son sus votos. Se me escapa una risa nerviosa por la tontería, porque lo que me hubiera sorprendido es que hubiera sido de manera distinta y, en una situación tan surrealista como lo es nuestra boda, creo que agradezco que pueda guardar su esencia en una parte tan importante de esto. No importa lo demás.

    Me río por lo bajo al recordar los momentos que menciona, se ensancha la sonrisa de mis labios por la cantidad de veces que he tratado de arreglar su nariz, meneando la cabeza hacia un lado, aunque creo que se trata de algo que solo vamos a entender nosotros. Y no sé si esa es la finalidad, pero agradezco sus palabras con un murmullo que creo que solo escucha él, también está diseñado para eso. Me repaso los labios con la lengua discretamente antes de aclararme un poco la garganta, el silencio se siente algo incómodo ahora que ha terminado de hablar. — Charles, yo... — elevo un segundo la mirada hacia sus ojos como si necesitara de esa comprobación para asegurar que me está escuchando. Solo necesito que lo haga él, pero procuro ser lo suficientemente clara. — No tienes idea de lo agradecida que estoy, y estaré siempre, de que hayas aparecido en mi vida. Creo que uno nunca sabe que ha conocido al amor de su vida hasta que llega el momento en que te das cuenta lo mucho que te importa la persona que tienes delante. Y créeme, Charlie, que cuando te conocí no tenía ni la más mínima idea de que terminarías convirtiéndote en mi mejor amigo, en mi compañero por el resto de vida, y se supone que soy adivina, esas cosas tendría que haberlas dado por hecho... — añado lo último con una sonrisa que busca rebajar la tensión de mis hombros, hasta puedo mover un poco la cabeza en dirección a los asientos de la primera fila. Regreso la vista a mi prometido, frotando suavemente la palma de su mano con mi pulgar. — Pero como iba diciendo... No podría pedir a alguien mejor con quién compartir lo que sea que nos traiga la vida a partir de ahora. Me he escondido de quién soy por más de media de mi existencia, por más que sobra decir que no soy la persona más estable ni alguien que te ha dado más alegrías que penas. Pero si tú estás dispuesto, yo sí quiero pasar el resto de mi vida a tu lado. Te lo dije una vez, mucho antes de que ocurriera nada entre nosotros, te dije que te necesitaba a mi lado porque me gustaba la persona que era cuando estaba contigo. Hoy, más de ocho años después, puedo decirte que no me equivoqué al escogerte como amigo, como compañero y mi futuro esposo. Espero poder ser lo mismo para ti, alguien donde puedas ser honesto, sin miedo a que vaya a juzgarte, porque eres lo mejor que tengo, y deseo poder tenerte para lo que se venga, sea bueno, malo, no importa. De esto solo quiero quedarme con que te deseo, te deseo en mi vida para compartirla, pero sobretodo porque sin ti ni siquiera merecería la pena vivirla. — llega el momento en el que la intimidad se siente sobrepasar el lugar, razón por la que no tengo ni la menor idea de lo que hacer a continuación cuando me paro a mirarle, después un poco hacia el público.

    Lo recuerdo al momento de bajar la mirada hacia sus dedos, caigo en la cuenta de que mis sobrinas están esperando con los anillos y me giro en su dirección, animando a Meerah acercarse. — Así que sí, claro que quiero casarme contigo. — resumo lo que son mis votos al momento de deslizar la alianza por el dedo correspondiente. Espero a tener el anillo que me corresponde antes de girarme hacia donde está el juez y tomar la pluma con la que se supone que he de escribir mi nombre. Phoebe Mae Powell se siente bastante correcto cuando le tiendo el instrumento a Charles para que pueda ser él quién rellene su parte. Creo que ni siquiera le da tiempo a terminar a comprobar que está bien escrito que me giro hacia él, no necesito ninguna indicación para saber lo que se viene a continuación. Besarle es lo que más normal se siente después de este día de locos, cuando puedo aferrarme a lo que conozco y en verdad es lo único que importa. — Te quiero, Charlie. — no es nada que no haya dicho ya, pero lo siento necesario para que haya al menos algo que quede entre nosotros. Tomo su brazo al separarme, no sé por qué me sorprendo al encontrarme con las caras familiares, si llevan ahí todo este tiempo. — Tú tampoco te crees esto, ¿verdad? — murmuro para él, alentándole a bajar de aquí antes de que a la gente le dé por aplaudir.
    Phoebe M. Powell
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    Hans M. Powell
    Ministro de Justicia
    Entregar a mi hermana se siente como haber cumplido con un deber que ni sabía que tenía, pero para cuando me acomodo junto a Scott en los asientos delanteros, estoy acomodándome el saco con un suspiro de alivio. Me encuentro buscando su mano para tomarla con la necesidad de un apoyo, apenas echándole una sonrisa antes de fijarme en las niñas; suerte para todo el mundo, Tilly parece muy entretenida en tratar de alcanzar los anillos con sus manitas como para llorar o hacer algo que pueda arruinar el momento — A que las niñas se ven bien — murmuro con una vaga sonrisa, quizá tratando de distraerme de las palabras del juez, a quien me obligo a escuchar por mero respeto. Suerte para mí, parece que no habrá mucho discurso. La parte mala se encuentra en que, cuando llega el momento de los votos, Charles se toma la molestia de sacar los suyos en un papel en pésimo estado y cierro vagamente los ojos para contener el comentario. Si mi hermana es feliz, yo también.

    Y obvio que lo es. El montón de palabras sensibles que salen de sus labios me recuerdan por qué estamos aquí, por qué he apoyado esta unión cuando pude descubrir lo bien que le hacía a Phoebe, por qué gasté tanto dinero sin siquiera reprocharlo para ayudar a montar esta ceremonia. Por alguna razón, mis ojos buscan a Scott en medio de las palabras, no seguro de si es porque puedo comprender lo que los novios pueden decir o porque llegará el día en el cual estoy seguro que no podré decir ni la mitad que ellos delante de tanta gente. Descanso mi cabeza sobre la suya en busca de un apoyo que no sabía que necesitaba, centrando los ojos en como mi hermana menor pasa a ser la esposa de alguien y, resignado a que no puedo hacer nada para evitarlo, soy de los primeros en ponerse de pie para un aplauso. Sé que la gente se acercará a dar sus felicidades, me adelanto para poder tomar a Tilly y liberar a Meerah de la carga, en lo que busco con los ojos a Phoebe. Al encontrarla, solo asiento con una sonrisa. Ya la alcanzaré luego, que si la abrazo ahora, no podré soltarla

    Ve a felicitar a tu tía — le aconsejo a Meerah en un susurro, acomodando a la bebé en mis brazos para sostenerla con mayor comodidad — Estuvieron muy bien, pero yo solo… — no sé si se entienden mis señas, tengo que voltearme en dirección a Lara para poder comprobar que no estoy haciendo el ridículo — ¿Es muy malo si creo que no podré hablar en al menos unas horas? — y sí, es un susurro un poco desesperado.
    Hans M. Powell
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    Invitado
    Invitado
    Tal vez la vida jugó como nosotros como quien arroja tres dados sobre una mesa de apuestas, cada uno gira con una suerte distinta y todos caen en extremos desencontrados, tal vez fuimos solo azar para alguien que está por encima de nosotros y también nuestra madre, pero por mis hermanos estaría donde ellos me necesitaran, a la hora que fuera, por la razón que sea. Me encargo de que todas las líneas del traje de Chuck estén perfectamente alisadas, escondo el nudo en mi garganta por la emoción detrás de esa actitud obsesiva de que esté impecable, que yo sé que no es su fuerte mostrarse elegante y le he tenido que dar algunos consejos de última hora, porque casarse con una mujer como la que eligió requiere que esté a la altura. Lo que no me cabe dudas, sea el Chuck descarriado del norte o este hombre que huele a… —¡Un momento! ¡¿Te pusiste perfume?!— mi pregunta se dispara en un tono alto que se escucha en las primeras filas de asientos. Como decía, lo que no cabe dudas es que es la persona hecha para estar al lado de Phoebe, como Phoebe es la persona hecha para estar a su lado, es de esas certezas que nos queda para los que miramos desde nuestro lugar. He visto esto en otras parejas, no soy tan resentido como para que mi propia mala experiencia empañe mi idea sobre que hay personas que una vez que se encuentran, están hechas para acompañarse por el resto de sus vidas. Maldita, Abbey, perra.

    Si a mí me quita el aliento ver a Phoebe, no me imagino a mi hermano, me acerco un paso más por si se le ocurre desmayarse. Logra mantenerse sobre sus pies como para recibir a la novia y cumplo con estar a la distancia en la que puedo escuchar los votos, con la felicidad de ver que mi hermano se ha ganado el premio mayor de todas las apuestas estúpidas que alguna vez hizo en la vida y tras esa vida en la que perdimos lo más importante siendo nada más que niños, para que una seguidilla de carencias le sucedieran. Por trillado que sea, tal vez es lo bueno y lo mejor que dicen que tarda en llegar, hasta que llega. Me aclaro la garganta y lo disimulo con una tos cuando me embarga toda la emoción de saberlo casado, los anillos puestos donde corresponden, la vida de mi hermano uniéndose a otra y poder estar aquí para verlo, para abrazarlo cuando haya oportunidad de hacerlo, que ni entre hermanos hemos sabido disfrutar de un lazo estable, y acaba de asumir el más importante, el que lo sostendrá toda la vida. Y no puedo más que sentirme feliz y aliviado por él, porque después de todo lo sucedido, habrá alguien, una mujer increíble, a su lado.
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    ¿Cómo que no estoy en la lista?— me indigno. — Ehrenreich. Ehrenreich, Georgia. E-H-R…— especifico con una paciencia que no tengo, mi bastón se hunde en la arena de la playa que se ha metido dentro de mis zapatos, al descargar mi rabia en un golpe. —¡RAMIK! ¡Rápido! ¡Que me desmayo, ah, me desmayo…!— grito llamando al esclavo que está parado un paso por detrás de mí, cubro mi frente con el dorso de la mano y finjo que se me doblan las rodillas para que el hombretón pueda sujetarme. —¡Como si las abuelas de corazón necesitáramos estar en una mísera lista de invitados! ¡Con todo lo que Phoebe me estima y lo que hice por ella estos años! ¡Cuando se entere…!— amenazo con mi tono al alejarnos para que Ramik pueda llevarme a una de las sillas para seguir con el simulacro de desmayo, me apoyo en él y le doy con el bastón en el hombro cuando veo que va a sentarme en una de las últimas filas. —¡Al frente, Ramik! ¿Quién te crees que soy para que me siente con el montón del fondo? ¿La lavandera?— y lo vuelvo a golpear, que no me esmeré al elegir mi traje amarillo perico y el sombrero con la pluma púrpura, para que me tenga que acomodar al lado de una maceta al que nadie presta la más mínima atención. Tomo la primera silla de la primera fila, la que queda al lado de la alfombra, para poder verle hasta las pestañas a Phoebe cuando se digne a pasar. —Ramik, mis gafas— se las pido con disimulo para que las extraiga del bolsillo de su traje y las acomodo sobre mi nariz para poder echar un vistazo al novio. —Con un buen baño hasta se ve agradable a la vista— juzgo.

    Una muchacha se nos acerca para decirnos que las sillas de esta fila están reservadas. —¡Claro! ¡Seguro que una de las reservas es para mí!— contesto, que no me merezco menos, pero no hay cosa que Phoebe haya hecho bien en esta boda, porque me dicen que estoy ocupando la del hermano de la novia y cuando me corro a la que está al lado, que no me molesta cuchichear con el ministro de Justicia si se da la oportunidad, me dicen que esa tampoco está disponible. Furiosa, me pongo de pie y me sostengo del codo de Ramik para ir a la silla que está inmediatamente detrás. Reacomodo las solapas de mi saco de verano y me fijo de lado en la mujer morena que unos minutos después se acomoda a mi lado, se ve un poco exótica, debe ser la mujer de la limpieza. Mira que atrevimiento, sentándose entre la familia. ¡Qué bárbaro! Suerte que sigo con las gafas entre mis dedos, me las puedo colocar de vuelta para fijarme en el vestido de Phoebe y esas costuras no son las de una diseñadora que conozca, me inclino un poco hacia adelante que casi que me caigo de la silla, tratando de identificar la identidad de su autor. Su hermano debe haber pagado una fortuna para que la muchacha se viera presentable y no se le ocurra aparecer con los andrajos que suelen ser del gusto de los norteños.

    Saco el pañuelo bordado del bolsillo del traje en el momento de los votos para secarme el sudor de la frente, ¿a quién se le ocurre casarse con estas temperaturas en una playa? Limpio mi frente para que la transpiración no me arruine el maquillaje. La ceremonia no se extiende demasiado afortunadamente, para cuando me giro hacia la mujer que tengo al lado, guardo mi pañuelo no sea que se le ocurra pedírmelo prestado para limpiarse las lágrimas y me gusta este bordado. Como las rodillas no me dan para ir corriendo hacia dónde está Phoebe para saludarla y creo que por un poco de respeto, es ella la que tendría que venir a saludarme a mí, me quedo en mi asiento. Que luego no se diga que soy desconsiderada, porque el llanto de la empleada logra conmoverme. Le doy unas palmaditas de consuelo en la espalda, solo la punta de los dedos. —Phoebe debe tratarla muy bien para que se emocione tanto con su boda— murmuro, que habiendo sido pobre, es normal que sea solidaria con otros pobres.
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    Me arden los ojos por las lágrimas y tengo que ladear mi rostro para ocultarlo, rozo mi nariz con el dorso de la mano así disimulo el respingo que debo dar para contenerme. No había llorado por una boda hace años, ni siquiera fue en la ceremonia, sino una noche antes cuando borracha le pedía a Rose que no se casara con Jack, que era una estupidez y que el tipo a mí no me inspiraba confianza. «¿Quién se casa en estos días, eh?», que se convirtieron en «esos días», ha pasado un buen tiempo desde entonces, un niño está creciendo a pasos agigantados y debe estar en algún lugar de esta celebración llevándose arena a la boca. Son comentarios que perdieron su sentido en mis labios, no veo más que una firme promesa en cada palabra que murmuran los novios y me cuesta creer que exista algo que pueda quebrar esa fuerza, quiero pensar que nuestra voluntad puede imponerse a todas las calamidades de los malos sueños. Es real y carente de mi viejo escepticismo, este sentimiento de felicidad hacia Phoebe al verla viviendo un momento que enfrenta y vence a todos los que antes le hicieron sufrir, como el remanso de paz merecido después de tanto pasado.

    Mis ojos se cruzan con los de Hans al sentir que se voltea hacia mí y como falta mucho para que pueda imaginarnos bajo un arco de flores, tratando de poner en palabras algo que no sé si se podrá abarcar o que le hagan debida justicia a los vaivenes que nos alejaron y nos acercaron para redescubrirnos en cada ocasión, reafirmar que es a su lado donde deseo estar, así que cambio el agarre de nuestras manos para entrelazar los dedos de manera que se sienta como si nada pudiera romperlo y dejo que se acomode para que pueda seguir la ceremonia hasta el final, ambos con la vista puesta en los novios. Espero a que sea Meerah quien se acerque primero a su tía, demorándome unos minutos en esto de impedir que Hans se desmorone aquí mismo y que lo haga llorando, si vomita lo voy a golpear. Esta vez en serio lo haré. Calmo este pensamiento injusto al rodear su cintura con un brazo y pasar el otro por encima de Tilly, que es más vestido que bebé, para frotar su nuca y colocar su cabeza sobre mi hombro, en un abrazo de a tres. Comprendo que necesita de la bebé como escudo de sus emociones, puesto que huir en este momento no sería bien visto. —Teniendo que en cuenta que hablar es tu mayor talento, que te quedes callado es un hecho extraordinario que traeré como anécdota en cada aniversario del casamiento de Phoebe y Charles— bromeo, o tal vez no. —Siempre podemos decir que necesitamos cambiar a la bebé, espera escondido detrás de la carpa con Tilly y yo te llevaré un champagne para que puedas beberlo mientras lloras— susurro conteniendo la risa que se filtra en mi voz, para disimularla beso su frente.
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    Mohini R. Khan
    ¡Una boda! ¿Hace cuánto que no voy a una boda? Diría que desde mi propio casamiento, pero quizás eso sería exagerar. Estoy tan emocionada por la velada, por todos los momentos nuevos que me está brindando esta nueva familia, que no puedo evitar sentirme un tanto conmocionada. Sé que precisamente hoy no se trata de mi hija, pero si estoy de los nervios por una novia que ni siquiera es de mi sangre, no quiero imaginarme el cómo voy a estar cuando la que luzca de casada sea Lara. ¡Pero a lo que iba! El lugar se ve espectacular, los cálidos rayos de las últimas horas de sol iluminan el sitio donde va a tener lugar la ceremonia y le da todavía un aspecto más encantador. Si es que estoy por ir hacia el altar y estamparle un beso a Charles por haber tomado la decisión de pasar el resto de su vida con una maravillosa mujer, además de darle las gracias por haberle dado envidia a cierta pareja que no voy a nombrar, creo que se sientan adelante así que pueden tomar ejemplo desde cerca. No como yo, que tomo asiento en la fila de detrás y maldigo porque una mujer anciana ha ocupado el lugar que yo quería. — Disculpe, ¿sería usted tan amable de quitarse el...? — no quiero llamarlo sombrero, porque la verdad es que es espantoso, pero sí lo señalo con el dedo, moviéndolo de forma que abarco todo el gorro. Que no es que me impida la visión como tal, pero... bueno, sí, me lo impide. Es un poco cabezona.

    ¡Ah! Ya no importa, mi atención se la lleva la música que me hace rebotar en mi asiento, estirar mi espalda para aparentar ser más alta cuando le dirijo una mirada al novio antes de pasar a mirar a la mujer que recorre el pasillo entre los invitados. Y es que yo me las quiero dar de wonder woman, que soy fuerte como una roca y a mí nada me rompe, pero cuando la veo pasar por delante, creo que me convierto en un mar de lágrimas tan pronto como reconozco que muero por los clichés románticos. Entre que trato de contener el sollozo y mi respiración turbulenta, como que me perdí la mitad de lo que dijo el juez, pero lo importante es lo que viene a continuación, así que tampoco es un drama. — Ay... ¡pero qué simpático que es el muchacho! — exclamo, que se me escapa otra lágrima, casi le golpeo a la señora con el codo para que atienda a las palabras del joven, está tan nervioso que ni de los votos se acuerda. Resisto muy bien a no llorar por lo que es la siguiente parte, llegan a colocarse los anillos y firmar sin que derrame una sola gota de agua, pero a quién pretendo engañar... no puedo ni aplaudir al tener que controlar con mis manos que no se me corra el maquillaje. En eso estoy, pasándome el dedo por debajo del borde del ojo, cuando la anciana se para a hablarme y mi cara de indignación creo que borra cualquier rastro de lágrima. — ¡Pues claro que me tiene aprecio! ¡Somos familia! ¿Y usted es...? — como si necesitara de una explicación mayor, me aprovecho de que veo como los novios están por bajar y pasar de nuevo por el pasillo para ponerme en pie en su dirección. Habrase visto esta señora... ¿quién se ha creído que soy? — ¡Phoebe, tesoro, aquí! Qué maravilla, pero qué guapa estás... y tú, Charles, ¿por qué nunca te había visto en traje? ¡Qué contenta estoy por vosotros! — ah, sí, casi aplasto a la mujer de amarillo cuando acorto las distancias con ellos y puedo posar una mano sobre el brazo de Charles, usando mi otra mano para acariciar la mejilla de Phoebe un momento en señal de enhorabuena. Obviamente no espero otra reacción por parte de la anciana que no sea la de indignación completa, que yo a esta señora no la he visto en mi vida, ¿qué pinta aquí?
    Mohini R. Khan
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    Rose S. Harkness
    Personal de Defensa
    Amo las bodas. Son la clase de celebración que me recuerda que, a veces, hay cosas simples por las cuales festejar, como el amor que dos personas decidieron gritar al mundo. Es lindo que aún existan, me recuerdan que no todo se encuentra perdido. El peso de Rory sobre mi regazo me dice que mi hijo ha crecido bastante, porque se encuentra inquieto y no deja de querer “pararse” para ver mejor, así que se lo termino pasando a su padre, cuya musculatura será de ayuda en un momento como este — ¿No se ven hermosos? — murmuro en dirección a Jack, con una sonrisa cómplice a pesar de no despegar los ojos de los novios — Me recuerda a cuando recién nos casamos. Ya sabes, la época dónde no podía sacarte las manos de encima. Momento… — finjo meditar un poco, haciendo un puchero con mi boca antes de tomar su brazo y darle un fugaz beso en el mentón — Aún no puedo hacerlo, solo he aprendido a disimular.

    La sonrisa picarona tiene que durar unos segundos, porque pronto Charles y Phoebe se vuelven marido y mujer y, tras ese beso que los ha sellado para el resto de sus vidas, me pongo de pie con un fuerte aplauso. Hasta Rory aplaude, bailando sobre su padre como un monito adorable que ha dejado de tironear su corbata de moño, porque obviamente le incomoda. Los invitados comienzan a moverse para darle las buenas a la feliz pareja, así que no puedo ser menos y empiezo a abrirme paso, alta como soy, hasta llegar a las primeras filas — ¡Fue una ceremonia preciosa! Cortita y al pie, sin nada pomposo. ¿No son dignos de una portada de revista? — le comento casi a los gritos a Lara y Hans, a quien le doy una palmada en la espalda cuando paso — Pon mejor cara, no quieres salir mal en las fotografías… ¡Phooooebe! — tengo que estirar mis brazos en lo que me acerco a ella con una sonrisa tan ancha que me achina los ojos, pasando justo al lado de Mo. ¿Qué esta mujer no envejece? ¡Se ve tan bien como hace añares! — Irradías un aura que pondría a bailar hasta un inferi. Serán muy felices, ya verán. Y si necesitas consejos para la luna de miel, tengo un libro que les vendría muy bien — solo para que quede claro de que hablo, les guiño un ojo en lo que oigo un carraspeo a mi espalda. Psst, que el ministro acepte que su hermana es una mujer casada, no veo la hora de que estos dos empiecen a tener hijos, que serán más que guapos.
    Rose S. Harkness
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    Invitado
    Invitado
    Si no lo hago por Phoebe, no creo que encuentre en mucho tiempo una razón que sea lo suficientemente fuerte como para retirar la tapa de la caja de cartón que tengo archivada en el fondo del armario y extraer la cámara envuelta en un trozo de tela para que no se dañe. Fui incapaz de decirle que no había vuelto a tocar la cámara desde que Raven murió, cualquiera hubiera asumido que después de un tiempo lo haría, yo también lo creí, pero no encontraba motivación para abrir la caja. Ser el fotógrafo de la boda de una mujer que escuchaba mis dramas, que eran peores y más exagerados de los que se veían en las cartas, es lo mínimo que puedo hacer por ella, que en cada una de las capturas que hago se muestra con una sonrisa que barre con cualquier sombra que le haya visto alguna vez en la mirada.

    Tomo una primera imagen de sus sobrinas cuando hace su entrada a la ceremonia, le siguen otras que tratan de mostrar las distintas reacciones entre los presentes. No llego a revisar mi trabajo, que dejo colgando la cámara en mi pecho y me abro paso para poder abrazarla cuando comienzan los saludos. —¡Phoebe, felicidades!— rodeo su cintura con fuerza. —Me alegro tanto por ti, te ves…— la estrecho un poco más y me siento un niño al decir: —feliz. Te ves tan feliz—. Si la suelto es porque alguien también quiere tener su momento con la novia y aprovecho para acercarme a su marido así puedo estrecharle la mano. Al tomar distancia con el grupo que se va congregando alrededor de los novios, camino por inercia hacia un lado y si viro de pronto en la dirección opuesta es para no tener que chocarme con mi jefe, me cubro parcialmente la cara con una mano así evito que me reconozca.

    Ya me habrá visto, si luego me pregunta le diré que el salario de secretario no es suficiente y tengo que hacer trabajos extras. Me preocupa lo que pueda pensar si se entera de mi amistad con Phoebe. Debería preocuparme más lo que pueda pensar de verme abrazarme de repente a Meerah, cosa que no hago porque debo tener el sentido del peligro anulado, porque en verdad me alegra volver a ver la amiga de mi hermana. —Meerah, ¡tanto tiempo!— la suelto para liberarla de mi efusividad. —Maldición, esperaba que cuando volviéramos a vernos fuera luciendo mi traje de abogado— bromeo, —siempre me ves en mi versión de bohemio descarriado— me lamento a modo de chiste, echando un vistazo a mis vaqueros y las zapatillas, el saco de traje es lo único elegante. —Tengo una foto muy mona de ti y tu hermanita, ¿quieres que te la pase luego por Wizzardface?— y también una de su padre en la que creo que estaba a punto de llorar con la que creo que podemos hacer negocios.
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    Phoebe M. Powell
    Director del Servicio Social
    Cruzo miradas tan solo unos segundos con mi hermano, al menos su sonrisa — parece más bien una mueca, si voy a ser honesta — me aporta la confianza suficiente como para que pueda garantizar que no va a salir corriendo con alguna excusa de por medio. Siendo así, aprieto con un poco de fuerza el brazo de Charlie, dedicándole una sonrisa antes de que la gente empiece a aglomerarse en nuestra dirección y me obligo a prestarles mi atención para no quedar mal. Y es que no voy a mentir, no soy capaz a dejar de sonreír cuando le miro, sabiendo que el hombre que sostengo es la persona que he escogido para pasar el resto de mi vida. Podría dar perfectamente por finalizada esta boda, siendo que lo único que se me antoja hacer es besarle, pero creo que no sería justo para los invitados. — ¡Dave! Al final te decidiste por aparecer, ¡gracias! ¡y gracias por haber venido también! — eso último lo grito un poco más alto cuando le da por casi salir corriendo, que creo que lo veo esconderse bajo el brazo para que mi hermano no sea capaz a reconocerlo.

    No pasa mucho tiempo después que doy dos pasos, escurriendo el brazo de Charles hacia abajo para poder enroscar mis dedos con los suyos en lugar de parecer una pareja de etiqueta que bien sabe todo el mundo que no somos, y me encuentro con que Mo se nos está a punto de abalanzar encima, llevándose consigo a una anciana. Casi estoy por ayudar a la pobre mujer, no sin preguntarme en qué momento invitamos a alguien tan mayor, cuando me percato de quién es la mujer bajo el sombrero. Oh, no... — ¡Mo! Gracias, gracias, tú también te ves muy bien, te sienta de maravilla el azul. — digo, con una sonrisa que pretende ignorar a la otra mujer, creo que hasta lo consigo. — Porque solo se los pone cuando quiere caerle bien a mi hermano. — comento sobre el traje, echándole una mirada rápida a Charlie con la risa entre los labios para que quede claro que solo estoy bromeando. Desafortunadamente, no creo poder ignorar por mucho más tiempo a la señora de pelo gris, en especial porque aprecio que sus mejillas están empezando a ponerse coloradas, si hay algo que no quiero es tenerla furiosa entre mis allegados. — Así que te llegó la invitación, después de todo, Georgia. ¿Todo bien? — me hago la loca sobre esa invitación que nunca envié, diría que hasta estiro el cuello en busca de quien se encarga de la seguridad de la entrada para saber quién la dejó pasar. Digo, para que también sea quién la eche.

    Tengo que agradecer que Rose siempre aparezca en el momento indicado, porque su presencia no podría venirnos mejor en un momento como este. Me muevo en su dirección para recibirla con la misma sonrisa radiante que ella nos ofrece. — Tú también te ves espectacular, como siempre, Rose. — no voy a mentir, si algo que envidio de esta mujer es su capacidad para que todo le siente bien. — Oh, pero no habrá... Bueno, los dos acordamos que con esto sería suficiente. — digo, haciendo referencia a la ceremonia y a la fiesta de después. Más que nada porque ninguno de los dos tiene padres que se encarguen de pagar la boda como la tradición dice, y que los gastos para pagar esta han corrido de la cuenta de Hans y de lo que nosotros hemos ahorrado en los últimos meses. Tampoco voy a quejarme, la vida que tenemos ahora en comparación con la que solíamos tener es por sí sola, una luna de miel en todo su conjunto. No obstante, no seré yo quién rechace su ofrecimiento. — Pero todo libro es bienvenido. — le doy un apretón promiscuo a Chuck en la mano a modo de broma, sonriéndole a Rose con cierta gracia, esa que se me borra al instante del rostro cuando el carraspeo del fondo me hace notar a mi hermano a poca distancia a mis espaldas. Vaya.
    Phoebe M. Powell
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    Nicholas E. Helmuth
    Miembro de Salud
    Tranquila, no se te ha corrido el maquillaje. Estás preciosa. — murmuro en un susurro cerca de la oreja de Eloise, inclinándome para que solo sea ella la que pueda escucharme. Tampoco creo que nadie se esté fijando en cómo trata de controlar las lágrimas, todas las miradas están fijas en el frente, allá donde está teniendo lugar lo importante de esta velada. El juez consigue hacerme reír con un comentario, a pesar de no estar familiarizado con la pareja, creo que todos los aquí presentes podemos decir que es un momento por el cual celebrar. Es tan absurdo como funciona la vida, que uno de los hijos de Lulú termine por casarse con la hermana de quien es uno de sus colegas de trabajo, no puedo siquiera imaginarme cómo debe estar sintiéndose ella. Me centro en que los votos están teniendo su momento en la ceremonia, no puedo evitar echarle un segundo vistazo a la rubia, en caso de que tenga que ir a buscar más pañuelos.

    Me sumo a la gente que está poniéndose en pie para aplaudir a los novios, acompaño mis palmas al unísono durante los minutos que dura hasta que le ofrezco el brazo a Eloise para que lo tome. — ¿Qué es lo que quieres hacer? Podemos acercarnos y darles la enhorabuena, no tenemos por qué demorarnos mucho, si no quieres, o si lo que prefieres es esperar a más tarde… —  me callo, porque con tantas opciones que estoy barajando creo que le estoy liando todavía más la cabeza. Suficiente tiene que tener ya por su parte con asimilar que sus hijos están hoy aquí reunidos, y que tiene la oportunidad de verlos después de años, seguro de que para ella se han debido de sentir cómo siglos ahora que los ve de adultos, no sé si es capaz a reconocerlos siquiera en sus rostros maduros.
    Nicholas E. Helmuth
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    Charles B. Sawyer
    Personal de Defensa
    Lo único que puedo hacer ante la incredulidad de mi hermano es sonreír con un encogimiento de hombros. Porque no hay tiempo para él, para mis miedos, para cualquier duda que pudiera tener de no estar haciendo el ridículo. Lo único que tiene mi atención es Phoebe, sus palabras que me hacen complicado el sostenerle la mirada a pesar de que me duele la cara por la sonrisa idiota que se me ha plasmado como un sticker. Tengo que recordarme el no ponerme a llorar, aunque creo que he tomado un tono rojizo por culpa de esas ganas contenidas, sostener sus manos se vuelve algo necesario para que no me tiemblen los dedos. Ni siquiera dudo cuando llega la pregunta principal, esa que Phoebe responde y yo solo soy un acto reflejo que asiente — Obvio que acepto — que todo esto fue mi idea, por extraño que parezca. Apenas puedo mirar a sus sobrinas, nuestras, cuando se acercan con los anillos que ahora mismo se ven demasiado pequeños para mis dedos. Suerte que su mano es delicada, mi firma no mucho. Poder besarla es un alivio, tengo la tentación de estirarlo durante un buen tiempo, pero sus palabras lo interrumpen por encima de los aplausos que se sienten demasiado lejanos como para ser importantes — Te amo, Phee — es un susurro solo para ella, a pesar de que no es secreto.

    Dejo un beso sonoro en su mejilla a modo de cariño en lo que los invitados empiezan a acercarse, estrecho la mano de un muchacho con una cámara cuyo nombre no recuerdo saber, antes de fijarme en Mo. Estiro los brazos al encogerme divertidamente de hombros — Tal vez debería empezar a usarlos todos los días. ¿Creen que en el ministerio me digan algo si me presento así? — arreglo mi corbata como si quisiera señalar un punto, que justo mi puesto no precisa de verme presentable a cada rato, como aquellos que se mueven en departamentos mucho más formales. ¿Y quién es esa momia a quien Phoebe saluda? Tengo que entornar la mirada, tratando de reconocerla, pero la sonrisa ancha de Rose aparece de la nada y se lleva toda mi atención. Le agradezco sus felicidades, aunque mi atención se vuelve mucho más curiosa — ¿De qué libro estamos hablando…? — creo que no hace falta aclararlo, porque la cercana interrupción de mi cuñado me lo deja bien en claro y alzo mis manos en divertida son de paz en cuanto veo a Rose sacarle la lengua con una mueca burlona. Nada de qué preocuparse.

    Tomo la mano de Phoebe, que las indicaciones de la organización no tardan en llegar y los invitados deben ser guiados así podemos movernos por el pasillo — ¡Que corran los tragos! — es lo primero que puedo decir, a ver si de ese modo se apresuran a llegar a la enorme tienda y no se preocupan por tirarnos demasiado arroz o algo así. Aún así, me sujeto a mi mujer y la arrastro conmigo para apresurarnos, cubriéndonos con un brazo — ¿Lista para encandilar a todos con nuestros pasos de baile? Prometo que he practicado, hasta usé a Tilly como pareja de baile cuando no me estaban viendo.
    Charles B. Sawyer
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    M. Meerah Powell
    Fugitivo
    Creí que aguantar el llanto sería cosa sencilla, de verdad que no estoy acostumbrada a llorar pese a lo que charlas con ciertas personas puedan llegar a provocar, pero suponía que al mentalizarme de lo que iba a suceder estaría más preparada. Ese no fue el caso. Resistir el discurso de Chuck fue complicado, resistir el de Phoebe fue imposible. No fue un bochorno, solo un par de lágrimas sueltas que nadie debería haber notado al usar el cuerpito de mi hermana para resguardar mi rostro en un abrazo, pero de todas maneras nada cambia el hecho de que yo sé que lloré, ¡el que me volví una niña romanticona que llora en las bodas!

    Al menos Hans no parece mucho mejor, y pese a que no lo ví llorar, parece estar tan sobrepasado de emoción que puedo no sentirme tan terrible conmigo misma. ¿Se pueden hacer excepciones al tratarse de familiares? Le hago caso a la indicación de mi padre y saludo a mi tía con un abrazo corto y sencillo que resume todo lo que pueda decirle. Ya hemos hablado bastante con ella, y sé que hay mucha gente que va a querer saludarla así que me guardo las palabras bonitas para después y la dejo disfrutar ser el centro de atención.

    No me he alejado más que un par de pasos cuando me veo asaltada repentinamente por un abrazo que no reconozco, y que estoy por desarmar si no fuera porque la voz de Dave me revela la identidad del desconocido. - Creo recordar que el plazo se vencía en cuatro años. - Le aseguro seria en un inicio, pero riéndome al final. Tiempo sin verte David, pero lamento decirte que para bohemio descarriado te falta que tus zapatillas estén sucias, o tus jeans tengan agujeros. Así como estás, estás decente y todo. - Y solo para probarlo doy una vuelta a su alrededor, pasando mis dedos por el corte de su espalda hasta su codo, que termina con un asentimiento de aprobación cuando vuelvo a quedar en frente suyo. - Hasta el saco tiene buen calce, buen trabajo. - Lo felicito. - Y yo no estoy mona, estoy hermosa. Lo de mona déjaselo a Tilly que es terriblemente adorable. ¿Andas de fotógrafo?
    M. Meerah Powell
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    Mohini R. Khan
    Charles B. Sawyer
    M. Meerah Powell
    Phoebe M. Powell
    Hans M. Powell
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