Hermann Ritcher habla de nuevo en la pantalla pero estoy demasiado concentrado buscando a Simon como para desviar mi vista hacia allí. Sus últimas palabras llaman mi atención y tengo que arrugar la nariz por lo que siento entrar a mis vías respiratorias. Es un aroma dulce, que también puedo sentir en mi boca y estoy seguro de que no puede significar nada bueno ni ser coincidencia, pero cualquier intento por pensar algo queda desvanecido al divisar a Amalie entre la multitud.

Veo como una persona con el rostro cubierto la toma por la espalda y al amenaza con un cuchillo así que salgo disparado en esa dirección, no sin antes pedir a mi hija que se quede justo dónde está ¿En qué momento entraron los muggles? ¿Cómo es posible con toda la seguridad que hay?

-Suéltala, ahora mismo - ordeno con voz grave a la vez que saco mi varita y lanzo un depulso en dirección al intruso. Éste sale disparado y Amalie queda libre pero no dice nada... Imagino que estará en shock pues la última vez que estuvimos en ésta situación me secuestraron y no me vió por unas semanas.

El cero parpadea en la pantalla, se queda en mis ojos en un segundo eterno que se acaba cuando los disparos resuenan en mis propios oídos como si los disparos hubieran sido en este mismo escenario, como si nos hubieran atravesado a nosotros. La sangre desparramada mancha mi mirada, que sigue empañada por ese rojo que se eleva a nuestro alrededor siendo parte de una pesadilla que nos hace parte. No puedo respirar por tener la mano de Hans cubriendo mi rostro, la tengo que retirar con brusquedad para poder tomar una bocanada necesaria y toso, toso cada vez más fuerte, sacudiéndome de la sensación de ahogo. Sacudo sus hombros al ver que se convulsiona por ese humo que invadió sus pulmones. —¡Hans! Hans, ¿estás bien?— lo llamo en pánico, la sensación de malestar instalada en la boca de mi estómago se confunde con otra mayor que se expande por todo mi cuerpo, lo miro sin entender cuando al erguirse me hace el objetivo de su varita. No lo pienso, tengo menos que un parpadeo para tomar una decisión cuando grita por Meerah y ataca. —¡¿QUÉ DEMONIOS?!—. Trato de anularlo con otro hechizo y no lo consigo del todo, cierro mi palma alrededor de mi varita con fuerza al responderle para tratar de desarmarlo.  

Presto atención a lo que hace Riley con la computadora desde mi modesta posición a un lado del escenario. No tengo super vista así que en realidad no veo lo importante, pero me gustaría aprender a contrarrestar hackers malvados un día de éstos, quizás pueda pedirle ayuda y así pagar las múltiples apuestas que me debe por haberlo vencido en los videojuegos. Pero el señor de la pantalla abre a boca de nuevo y me parece algo imprudente quedarme separado de mi familia cuando las cosas pueden ponerse feas, así que estiro el cuello hasta que localizo la cabeza blanca de mi hermana y comienzo a caminar hacia allí.

En el camino veo como papá pasa corriendo junto a mí como loco y taca a una chica, quiero intervenir pero siento un olor dulzón en mi nariz así que me la rasco. Al alzar los ojos de nuevo veo a mi hermana... O una parte de ella. Se me llenan los ojos de lágrimas y siento que voy a desmayarme aquí mismo, pero luego de unos segundos la ira se apodera de mí así que corro los metros que me faltan y ataco al desgraciado que tiene su cabeza tomada por el pelo.

-¡ASESINO! - acuso sacando mi varita del bolsillo y lanzo lo mejor que se me ocurre - Desmaius

La varita me salta de la mano y la atrapo con la contraria, apenas sintiendo el picor en mis dedos porque tengo la atención puesta en los gritos de Meerah, que es sacudida como un juguete en el amarre del desconocido. ¿Qué hace aquí? ¡Le dije que se marche, que esté segura! ¿Dónde está Phoebe? ¿Dónde está Lara? Tengo que ser rápido, pero sin dañar a la niña, así que me muevo hacia un lado en lo que ladeo la cabeza al volver a apuntar. Si suelta a la niña, aunque sea dos segundos, quizá pueda correr. Y es en lo único que pienso cuando lanzo un diffindo hacia el brazo de su atacante.

No es el único que ataca a ciegas, se escuchan varias voces alzándose dentro y alrededor del escenario. Varitas a la vista apuntando hacia quien tenemos enfrente, otra vez obligándonos a mirarnos con ojos en los que nos vemos como extraños, porque por un momento creo que no lo conozco. No esperaba tener que volver a enfrentarme a sus ojos que me juzgan como una enemiga, el regusto en mi garganta es tan amargo que lo siento también recorriéndome entera. Me digo que no tengo que sentirme herida, todas las emociones que atraviesan su rostro se la he visto en otras ocasiones, puedo reconocerlo aunque él no lo haga conmigo. Aunque me lastime de verdad y siento el corte ardiéndome en la piel, reprimo un gemido al entreabrir mis labios, me sobrepongo con rabia lanzándole uno de los malditos floreros con un oppugno.

Sé que le he herido, Meerah parece hacerse a un lado con piernas rápidas y mi instinto me dice que debo correr hacia él, lanzarlo al suelo y golpearlo para que no piense en volver a ponerle una mano encima. Obvio, mis intentos son frustrados porque en cuanto avanzo, tengo que explotar con un movimiento de la varita un florero que ha salido de no sé dónde y un poco de porcelana me roza el rostro, haciendo que me cubra la mejilla con el brazo — ¿Un florero? ¿De verdad? — no sé si mi indignación es para molestarle o en verdad la siento. Sea como sea, una sacudida de la varita basta para lanzarle los trozos de la cerámica rota por la cabeza, no muy seguro de haber apuntado bien al haber tenido que correrme hacia un lado para esquivar el ataúd de Jamie Niniadis.

Escucho el estruendo de la porcelana al romperse en alguna parte después de cruzar el aire, apenas si rozando el rostro de Hans. Es mucha la frustración que siento de haber fallado, de que todas flores hayan quedado tiradas por ahí, que él pueda atacarme a mí y al bebé con toda impunidad. Apunto a otro de los jarrones para que estalle en pedazos con bombarda, que pienso devolverle herida por herida. —Ahí tienes flores, imbécil—. Sé que no es él, que es algo en el aire, que está fuera de sí, pero en serio disfruto escupirle esas palabras.

El estruendo sacude el escenario en el cual me siento parado y no sé si es la explosión del hechizo o mi intento de alejarme, pero me encuentro de culo en el suelo con un quejido que acompaña el golpe que me doy por el impacto y los cortes que me raspan la piel. Arde, más de lo que me gustaría admitir y tengo la sensación de que quedarse en el suelo no es tan mala idea. Pero creo que mi hermana me llama, que más gente necesita ayuda y yo no puedo dejar que un sujeto como este siga suelto. Ruedo en el suelo para poder apoyarme en mis manos y ponerme de pie, bufo por el sabor a sangre de mis labios y ni me saco el pelo de la cara cuando agito la varita.

La explosión del desmaius es lo suficientemente fuerte como para sentir como el peso de su cuerpo cae al suelo a varios metros de distancia, cerca de las escaleras. Mis piernas se mueven de manera involuntaria y corro hacia él para patear su varita lejos, pero en cuanto lo hago, me detengo en seco frente a un cuerpo mucho más pequeño del que recuerdo haber visto en ese sitio. Toso, tengo que cubrirme la boca con una mano herida cuando me inclino para chequear el rostro detrás del cabello negro y, como si el mundo se hubiese detenido, suelto la varita. Apenas y la oigo retumbar al caer y rodar a mi lado — ¿Scott? — susurro. Porque debe ser una treta. Sé que debe serlo, no encuentro otra explicación.

Me dura poco la satisfacción de verlo caer al suelo, de notar que hay sangre brotando de cortes en su piel, cuando estoy tratando de ignorar las punzadas de dolor en mi brazo que me recuerdan que no estoy en una situación mejor. Todo lo contrario, estoy negándome tomar consciencia real de lo que está ocurriendo y a pensar en cómo me siento. Me aferro a mi varita porque es todo lo que tengo, porque estoy sola en esto de una manera irónica en que las promesas se rompen de formas inesperadas. La carcajada que se desliza por mis labios cuando vuelve a dirigir su varita hacia mí es agónica, de pura angustia, le costará perdonarse por esto y me encargaré de que así sea, porque yo no voy a olvidar que me miró como una enemiga y me atacó como tal, que rompió la improvisada barrera que usé para protegerme, golpeándome de pleno y haciendo que todo, todo se volviera de un negro profundo.

Que me mantuviese en silencio no era señal de inconformidad, ni de resignación. Prefería observar, analizar y archivar en mi memoria las palabras ajenas, armando mentalmente una lista con tareas a futuro. Magnar me conocía lo suficiente como para saber mi opinión con respecto a una extorsión absurda por parte de alimañas, así que, cuando la decisión está tomada, ni me inmuto ante lo que muestra la pantalla.

Lo que sí me toma por sorpresa, es el humo que comienza a elevarse del arreglo floral que se encuentra a un paso de distancia, pesado y dulzón, que me deja en un estupor hasta que alguien me toma por el brazo. - ¿Pero qué diablos haces aquí? - La figura de mi ex esposo tira de mí, mascullando cosas que no llego a entender en lo que me expone hacia lo que creo que es el frente del escenario. Su voz se vuelve algo más clara y puedo distinguir como las palabras “todos”, “ver” y “zorra” son algunas de las hermosas cosas tiene para decirme. No sé si hay alguien prestándome atención en estos momentos, pero lo último que necesito es que mis problemas personales afecten a la imagen del gobierno que estamos queriendo dar. Trato de empujarlo, pero a duras penas consigo zafar mi brazo de su agarre, sin lograr que se mueva ni unos centímetros de mi persona.

Mi vista va de Riley al grupo de ministros y familias, después a la pantalla, y luego vuelta a empezar. Le doy una pequeña palmada amistosa en la espalda al científico cuando comenta la ubicación aproximada entre los dos distritos del norte, y asiento con la cabeza: — Bien hecho — reafirmo. Lo primero será hacer algo al respecto porque ni siquiera me hace falta mirar la pantalla para ver que nos quedan escasos minutos para comprobar si ese hombre cumple con su amenaza y mata a mis trabajadores. Pero con simplemente dar dos pasos otra vez hacia el grupo de ministros para acortar la escasa distancia que nos separa, compruebo que todo va incluso peor de lo que imaginaba. Y por si fuera poco, la hermana de Powell comentaba algo sobre que ese hombre es su padre.

Mi primera reacción es la mirar a Hans con el ceño fruncido porque no entiendo por qué ese hombre está relacionado con ellos, ni mucho menos por qué no lo ha dicho antes. No es que fuera a servir de mucho, pero probablemente él era la persona indicada para negociar porque lo conocerá mejor que el resto. Aun así, lo único que se puede hacer ahora es informar de lo que Riley ha dicho... si no fuera porque ese muggle vuelve a hablar.

Mantengo la vista fija en la pantalla en todo momento, incluso cuando se me forma un nudo horrible en la garganta al escuchar los disparos y ver las imágenes. Seguiría mirando la pantalla en negro, enfadado y dolido, si no fuera por los gritos que provocan que me dé la vuelta completamente para ver qué está pasando ahora. Pero no consigo distinguirlo, y lo único que veo es a un extraño hombre llevar a mis dos hijos atados y de mala manera. ¡Se suponía que Lëia estaba con Colin, Tyler y Hanna! Nada de esto debería estar pasando. A esa preocupación, encima, tengo que sumarle que el nudo en la garganta se ha convertido en un extraño picor que me irrita más.

Antes de que el hombre dé un paso más, saco la varita de mi abrigo y la alzo contra él. Si no fuera por un estúpido hombre que pasa por mi lado y me empuja, quizá habría podido lanzarle un hechizo en condiciones en vez de mandar uno contra una pared.