VERANO de 247521 de Junio — 20 de Septiembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
¿Qué ficha moverás?
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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Recuerdo del primer mensaje :
Dos noches después de la luna llena. Eso significa: a. Sigo con el sueño cambiado, el humor y el estado anímico por el suelo y b. Ya no tengo excusa para mantenerme libre de las tareas que incluyen a todo el distrito. Sé que no me necesitan cerca de la amiga de Amber y, como todavía tengo el horario algo corrido, mi utilidad se limita a quedarme en una de las torres principales durante toda la noche. Lo bueno es que, como no tengo todas las luces, me han asignado un turno compartido y eso significa que no pasaré horas de soledad congelándome el culo bajo capas de abrigo leyendo alguna novela repetida por enésima vez. El tema que me crea cierto malestar es que, al chequear la lista, veo el nombre de mi hermanastra junto al mío. Algo me dice que Arleth no fue quien armó las listas esta noche, porque dudo mucho que la mujer de mi padre hubiera hecho algo así después de toda la estupidez que nuestra familia tuvo que soportar. Este fue Echo y su despiste.
Opto por no prestarle atención, me devoro una cena rápida y abandono la comodidad de mi cabaña con paso perezoso, cargando una pequeña mochila en uno de los hombros mientras mastico mi postre, una penosa manzana algo arenosa. El distrito catorce se siente pacífico y contrasta mucho con los últimos eventos que han sacudido a nuestra pequeña población, algo que parece haber sido un tema vagamente baneado para no alarmar a los civiles. Pero yo no me olvido de que he tenido que chequear el estado de Beverly, Zenda y Kendrick en más de una ocasión para saber cómo lo están llevando. Alice cree que debo tranquilizarme y Seth solo frunce los labios, pero no dice nada. Sophia ha demostrado cierta preocupación, pero es todo. Ninguno de ellos comprende que yo sé lo que es ser un niño y haber participado de una matanza.
Pero el catorce duerme, o eso creo. Algunas casas tienen las luces encendidas y envidio sanamente a quienes pueden envolverse en sus mantas y descansar. Por mi lado, subo las escaleras hasta asomarme por la torre y me encuentro con que Ava ya está allí, lo que en parte me sorprende porque no recuerdo que sea una persona demasiado puntual. Como sea… ¿Hace cuánto tiempo no estamos a solas? No es que la estuviese evitando, para nada. Las cosas simplemente nos han guiado por diferentes caminos y aquí estamos: destinados a pasar una noche de helada en compañía del otro.
— Traje algo de whiskey para combatir el frío — suelto como saludo y saco la botella de mi mochila, con cuidado de que no se me patine entre los guantes. Le sonrío por debajo del gorro de lana que me aplasta la cabeza, de un color azul eléctrico algo ridículo en consecuencia de nuestra poca ropa — Agradece que esta vez te lo estoy compartiendo, no sea cosa que después vayas y me robes de nuevo — y no era mi intención sacar a colación una noche como aquella, pero simplemente no lo pensé a tiempo. Le paso la botella, dejo la mochila y soplo mis manos para darles calor.
Va a ser una larga vigilia.
Dos noches después de la luna llena. Eso significa: a. Sigo con el sueño cambiado, el humor y el estado anímico por el suelo y b. Ya no tengo excusa para mantenerme libre de las tareas que incluyen a todo el distrito. Sé que no me necesitan cerca de la amiga de Amber y, como todavía tengo el horario algo corrido, mi utilidad se limita a quedarme en una de las torres principales durante toda la noche. Lo bueno es que, como no tengo todas las luces, me han asignado un turno compartido y eso significa que no pasaré horas de soledad congelándome el culo bajo capas de abrigo leyendo alguna novela repetida por enésima vez. El tema que me crea cierto malestar es que, al chequear la lista, veo el nombre de mi hermanastra junto al mío. Algo me dice que Arleth no fue quien armó las listas esta noche, porque dudo mucho que la mujer de mi padre hubiera hecho algo así después de toda la estupidez que nuestra familia tuvo que soportar. Este fue Echo y su despiste.
Opto por no prestarle atención, me devoro una cena rápida y abandono la comodidad de mi cabaña con paso perezoso, cargando una pequeña mochila en uno de los hombros mientras mastico mi postre, una penosa manzana algo arenosa. El distrito catorce se siente pacífico y contrasta mucho con los últimos eventos que han sacudido a nuestra pequeña población, algo que parece haber sido un tema vagamente baneado para no alarmar a los civiles. Pero yo no me olvido de que he tenido que chequear el estado de Beverly, Zenda y Kendrick en más de una ocasión para saber cómo lo están llevando. Alice cree que debo tranquilizarme y Seth solo frunce los labios, pero no dice nada. Sophia ha demostrado cierta preocupación, pero es todo. Ninguno de ellos comprende que yo sé lo que es ser un niño y haber participado de una matanza.
Pero el catorce duerme, o eso creo. Algunas casas tienen las luces encendidas y envidio sanamente a quienes pueden envolverse en sus mantas y descansar. Por mi lado, subo las escaleras hasta asomarme por la torre y me encuentro con que Ava ya está allí, lo que en parte me sorprende porque no recuerdo que sea una persona demasiado puntual. Como sea… ¿Hace cuánto tiempo no estamos a solas? No es que la estuviese evitando, para nada. Las cosas simplemente nos han guiado por diferentes caminos y aquí estamos: destinados a pasar una noche de helada en compañía del otro.
— Traje algo de whiskey para combatir el frío — suelto como saludo y saco la botella de mi mochila, con cuidado de que no se me patine entre los guantes. Le sonrío por debajo del gorro de lana que me aplasta la cabeza, de un color azul eléctrico algo ridículo en consecuencia de nuestra poca ropa — Agradece que esta vez te lo estoy compartiendo, no sea cosa que después vayas y me robes de nuevo — y no era mi intención sacar a colación una noche como aquella, pero simplemente no lo pensé a tiempo. Le paso la botella, dejo la mochila y soplo mis manos para darles calor.
Va a ser una larga vigilia.
No puede decir que ahora mismo se encuentra frustrada. La sonrisa traviesa que se me pinta por ese comentario se mantiene solo unos segundos, tratando de jugar al interesante al menos el tiempo en el cual me lo puedo creer — Era un halago — le aseguro. Y como para no: pocas personas han tenido la facilidad de enloquecerme de esta manera. Ava tiene ese extraño don de resultar un incordio y un objeto de deseo casi al mismo tiempo, cosa que jamás voy a comprender. Es obvio que lo que está sucediendo esta noche es simplemente la prueba irrefutable de eso y lo mejor, o tal vez lo peor, es que parece ser que ella tiene la misma opinión sobre mí.
— Quizá…— algo en su voz me dice que se acerca una tortura o al menos algo muy parecido a ella. Me había olvidado de lo placentero que podía ser el juego desarrollado por Ava, con toques que me obligaban a controlar una respiración que busca descontrolarse y los impulsos que me gritan que debería lanzarme sobre ella… o correr, pero esos se acallan cada vez más con cada toque, cada juego. Y se terminan por extinguir cuando desabrocha mi pantalón porque, pronto, me encuentro con el torso desnudo entre sus brazos, suspirando por culpa de los besos que queman mi piel y me hacen olvidar que hace unos minutos estaba tapado de abrigo — Jamás voy a decir eso — es obvio que es una de esas cosas que uno dice en los momentos de completo éxtasis, porque de seguro que mañana va a ser un nuevo día y voy a reprocharle lo primero que me diga. Como sea.
Quitarnos el resto de la ropa es una tarea que tomo como un juego lento y tortuoso, especialmente por nuestro incómoda pero cálida posición. Las prendas van deslizándose por debajo de la manta entre risas cómplices que intento silenciar contra su piel, sus curvas y sus labios, hasta que los abrazos no cumplen la demanda de suficiente cercanía y la torre se siente un sitio demasiado grande comparado al pequeño rincón que se vuelve nuestro. Sé que sopla el viento y que un grillo canta quizá demasiado alto como para que pueda oírlo, pero para mí pasa desapercibido. Para lo único que mis sentidos están disponibles es para ese contacto, demasiado ansiado como para poder ignorarlo. Y es, honestamente, liberador…
No oigo más que el frufrú de las ramas y los latidos de un corazón que todavía está tratando de encontrar su ritmo común. No sé en qué momento he abierto los ojos para tener la visión del techo de madera de la torre mientras que algo me produce una extraña picazón en la nariz. Tengo que soplar al darme cuenta de que no es más que el cabello revuelto de Ava, a quien mantengo abrazada desde hace unos minutos de completo silencio, en los cuales simplemente nos hemos mantenido cubiertos por una manta que nos da un calor suficiente como para estar cómodos, recostados junto al calor corporal compartido. No tengo idea de cómo debo verme, pero estoy seguro de que hay un vago color rojizo en mis mejillas y, posiblemente, también en mi cuello. O quizá en mis hombros. O… bueno, no voy a pensar en lo que ha pasado, pero mañana lo chequearé con mayor detenimiento. Ahora mismo no es como si mi cerebro pudiese pensar con claridad, especialmente porque han pasado más de cuatro años desde la primera vez que había aprendido lo mucho que podía llegar a disfrutar de algo así.
La idea de nuestra penosa imagen me arrebata una risita entre dientes que me hace mover la cabeza y hundir la nariz en su cabello, la cual muevo un poco hasta que roza con su frente y luego con su mejilla. Aún siento cierto calor y sudor en su piel y lo más probable es que yo me encuentre igual, pero tampoco es como que me importe. No sé por qué, pero no puedo contenerme y le mordisqueó de forma fastidiosa y divertida el pómulo más cercano, estrechándola vagamente contra mi pecho — ¿Avs? — mi voz suena como un susurro ronco encubridor, entornando la mirada al tratar de enfocarla en la poca distancia. Desde aquí, podría contar sus pecas y sus pestañas, sin hablar de la vaga mordida que ha enrojecido suavemente una pequeña zona de su cuello. Es la primera vez que hablo, por lo que intento aclararme un poco la garganta a pesar de no alzar la voz — ¿Tienes algo más de chocolate?
Y me río de mí mismo, porque es lo más ridículo que decir en un momento como este.
— Quizá…— algo en su voz me dice que se acerca una tortura o al menos algo muy parecido a ella. Me había olvidado de lo placentero que podía ser el juego desarrollado por Ava, con toques que me obligaban a controlar una respiración que busca descontrolarse y los impulsos que me gritan que debería lanzarme sobre ella… o correr, pero esos se acallan cada vez más con cada toque, cada juego. Y se terminan por extinguir cuando desabrocha mi pantalón porque, pronto, me encuentro con el torso desnudo entre sus brazos, suspirando por culpa de los besos que queman mi piel y me hacen olvidar que hace unos minutos estaba tapado de abrigo — Jamás voy a decir eso — es obvio que es una de esas cosas que uno dice en los momentos de completo éxtasis, porque de seguro que mañana va a ser un nuevo día y voy a reprocharle lo primero que me diga. Como sea.
Quitarnos el resto de la ropa es una tarea que tomo como un juego lento y tortuoso, especialmente por nuestro incómoda pero cálida posición. Las prendas van deslizándose por debajo de la manta entre risas cómplices que intento silenciar contra su piel, sus curvas y sus labios, hasta que los abrazos no cumplen la demanda de suficiente cercanía y la torre se siente un sitio demasiado grande comparado al pequeño rincón que se vuelve nuestro. Sé que sopla el viento y que un grillo canta quizá demasiado alto como para que pueda oírlo, pero para mí pasa desapercibido. Para lo único que mis sentidos están disponibles es para ese contacto, demasiado ansiado como para poder ignorarlo. Y es, honestamente, liberador…
No oigo más que el frufrú de las ramas y los latidos de un corazón que todavía está tratando de encontrar su ritmo común. No sé en qué momento he abierto los ojos para tener la visión del techo de madera de la torre mientras que algo me produce una extraña picazón en la nariz. Tengo que soplar al darme cuenta de que no es más que el cabello revuelto de Ava, a quien mantengo abrazada desde hace unos minutos de completo silencio, en los cuales simplemente nos hemos mantenido cubiertos por una manta que nos da un calor suficiente como para estar cómodos, recostados junto al calor corporal compartido. No tengo idea de cómo debo verme, pero estoy seguro de que hay un vago color rojizo en mis mejillas y, posiblemente, también en mi cuello. O quizá en mis hombros. O… bueno, no voy a pensar en lo que ha pasado, pero mañana lo chequearé con mayor detenimiento. Ahora mismo no es como si mi cerebro pudiese pensar con claridad, especialmente porque han pasado más de cuatro años desde la primera vez que había aprendido lo mucho que podía llegar a disfrutar de algo así.
La idea de nuestra penosa imagen me arrebata una risita entre dientes que me hace mover la cabeza y hundir la nariz en su cabello, la cual muevo un poco hasta que roza con su frente y luego con su mejilla. Aún siento cierto calor y sudor en su piel y lo más probable es que yo me encuentre igual, pero tampoco es como que me importe. No sé por qué, pero no puedo contenerme y le mordisqueó de forma fastidiosa y divertida el pómulo más cercano, estrechándola vagamente contra mi pecho — ¿Avs? — mi voz suena como un susurro ronco encubridor, entornando la mirada al tratar de enfocarla en la poca distancia. Desde aquí, podría contar sus pecas y sus pestañas, sin hablar de la vaga mordida que ha enrojecido suavemente una pequeña zona de su cuello. Es la primera vez que hablo, por lo que intento aclararme un poco la garganta a pesar de no alzar la voz — ¿Tienes algo más de chocolate?
Y me río de mí mismo, porque es lo más ridículo que decir en un momento como este.
Me detengo en mi tarea para largar una carcajada cuando Ben responde a mi provocación y le regalo una sonrisa de oreja a oreja. - Mentiroso… - Le reprocho con diversión en la voz para luego retomar nuevamente mis acciones. Si esto iba a ser una cosa de una vez, planeaba aprovechar cada segundo posible de la situación, y eso significaba explorar: con las manos, con la boca, con los dientes si hacía falta; y cuando la ropa dejó de ser un obstáculo entre los dos: con la piel. Cada roce, cada caricia, cada toque intencional parecía durar una eternidad en sí mismo y a la vez ser tan corto como un pequeño suspiro. Y es estúpido, de verdad estúpido, pero lo único que puedo pensar luego de tanto histeriqueo, chismes, peleas y malentendidos es ¡Al fin, maldita sea!
Hablemos luego del sentimiento de culpa…
Se que debería sentirme cuando menos cansada luego de la semana imposible que había tenido y aún más que eso después de lo que acababa de pasar; pero solamente tenía una sensación de saciedad que me hacía sentirme levemente somnolienta mientras me concentraba en normalizar mi respiración. Los latidos de Ben resonaban contra mi oreja y se unían a los míos en un extraño tamborileo que de a poco iba perdiendo intensidad.
Me distrae un pequeño temblor contra mi piel y tardo unos segundos en entender que mi hermanastro se está riendo, cuando siento como se refugia en mi cabello. Una mordida y un mordisco después hacen que aleje un poco mi cabeza para poder observarlo mejor cuando pronuncia mi nombre de una manera que debería estar castigada por la ley, y noto como su cabello despeinado junto con el flequillo que le cae sobre los ojos lo hace verse como un niño pequeño que ha cometido una travesura. Levanto una ceja cuando se aclara la garganta, inquiriéndole con la mirada a que diga lo que quiere decir… y luego la otra le hace compañía porque el pedido de Ben es tan ridículo y tan esperable que solo me hace unirme a sus carcajadas ante lo absurdo de la situación.
Soltando un poco su agarre, me incorporo sobre uno de los antebrazos sin importarme demasiado que la manta deje de cubrirme y observo por unos segundos a mi alrededor. ¿Quién lo diría? He vuelto a tener sexo con Ben y no se ha acabado el mundo… O bueno, tal vez acabar no era la palabra adecuada, pero el punto se entendía. Si no contaba la ropa desparramada por encima de la manta y alguna que otra manga que aparecía por debajo de ella, la torre, la noche, el distrito en sí seguía estando tal cual como lo habíamos dejado antes de empezar la guardia.
- Te convertirás solamente en la luna llena, pero pareces embarazada que tiene que comer por dos. - Me burlo pese a que ahora también tengo el mismo antojo de cacao. Estirándome por encima de su cuerpo, termino sonriendo para mis adentros mientras extiendo el brazo hasta acercar un poco la mochila y, en lugar de atraerla hacia mi posición, termino rebuscando en su interior completamente recargada sobre el torso de mi hermanastro. Saco victoriosa de su interior una barrita de chocolate semi amargo pero en lugar de dársela, la desenvuelvo y termino poniendo un extremo en mi boca antes de cruzarme de brazos sobre su pecho, sonriendo como el gato de Cheshire. - ¿Quie’es? - Consulto sin poder pronunciar bien por culpa del dulce.
Hablemos luego del sentimiento de culpa…
Se que debería sentirme cuando menos cansada luego de la semana imposible que había tenido y aún más que eso después de lo que acababa de pasar; pero solamente tenía una sensación de saciedad que me hacía sentirme levemente somnolienta mientras me concentraba en normalizar mi respiración. Los latidos de Ben resonaban contra mi oreja y se unían a los míos en un extraño tamborileo que de a poco iba perdiendo intensidad.
Me distrae un pequeño temblor contra mi piel y tardo unos segundos en entender que mi hermanastro se está riendo, cuando siento como se refugia en mi cabello. Una mordida y un mordisco después hacen que aleje un poco mi cabeza para poder observarlo mejor cuando pronuncia mi nombre de una manera que debería estar castigada por la ley, y noto como su cabello despeinado junto con el flequillo que le cae sobre los ojos lo hace verse como un niño pequeño que ha cometido una travesura. Levanto una ceja cuando se aclara la garganta, inquiriéndole con la mirada a que diga lo que quiere decir… y luego la otra le hace compañía porque el pedido de Ben es tan ridículo y tan esperable que solo me hace unirme a sus carcajadas ante lo absurdo de la situación.
Soltando un poco su agarre, me incorporo sobre uno de los antebrazos sin importarme demasiado que la manta deje de cubrirme y observo por unos segundos a mi alrededor. ¿Quién lo diría? He vuelto a tener sexo con Ben y no se ha acabado el mundo… O bueno, tal vez acabar no era la palabra adecuada, pero el punto se entendía. Si no contaba la ropa desparramada por encima de la manta y alguna que otra manga que aparecía por debajo de ella, la torre, la noche, el distrito en sí seguía estando tal cual como lo habíamos dejado antes de empezar la guardia.
- Te convertirás solamente en la luna llena, pero pareces embarazada que tiene que comer por dos. - Me burlo pese a que ahora también tengo el mismo antojo de cacao. Estirándome por encima de su cuerpo, termino sonriendo para mis adentros mientras extiendo el brazo hasta acercar un poco la mochila y, en lugar de atraerla hacia mi posición, termino rebuscando en su interior completamente recargada sobre el torso de mi hermanastro. Saco victoriosa de su interior una barrita de chocolate semi amargo pero en lugar de dársela, la desenvuelvo y termino poniendo un extremo en mi boca antes de cruzarme de brazos sobre su pecho, sonriendo como el gato de Cheshire. - ¿Quie’es? - Consulto sin poder pronunciar bien por culpa del dulce.
Mis risas se suman a las suyas con tanta naturalidad que me olvido de que se supone que todo esto debería ser un pecado mortal. Es extraño el saber que es su piel la que toca la mía sin ropa alguna después de tanto tiempo, tomándolo con una calma que me deja pasear los ojos por su espalda cuando se incorpora ante mi petición tan ridícula. Su acusación hace que me encoja de hombros sin borrar la sonrisa y aprovecho que se ha movido para colocar un brazo debajo de mi cabeza en un intento de verla mejor y rascarme el pecho con la mano contraria — Ya sabes lo que dice Echo: hay que mantener el estado físico — bromeo. No es que no lo haga por mucho que deteste levantarme temprano, pero tanta tortura merece la recompensa de la comida.
No sé por qué, pero me espero esa actitud, así que solo alzo la mano que estaba en mi pecho para sentir todo su peso sobre mí, lanzando un falso quejido de dolor como si tuviese encima a un elefante y dejando salir mi lengua hacia un costado fingiendo un estúpido y caricaturesco estado de muerte. Lo hubiese mantenido si no fuese porque me ofrece el chocolate de una manera que me hace soltar una suave risa y chasquear mi lengua — Perversa — me burlo, aunque creo que sabe muy bien que no pienso nada de eso. Ni por asomo.
Como estirarme me es incómodo, apenas fuerzo el cuello y le doy un suave empujoncito a su cabeza con la mano que me quedó en el aire para ayudarme a pellizcar el chocolate con los dientes. El sonido que produce al partirse me deja bien en claro que mi mandíbula resulta más que efectiva y sacudo las migajas que cayeron sobre mi cuello, para pasar a masticar con normalidad al poder agarrar el trozo que he conseguido — Tienes un… — me relamo y tengo que sacarme la mano de debajo de la cabeza para poder presionar el pulgar sobre la zona enrojecida de su cuello — Lo siento por eso… bueno, no de veras, pero ya sabes — mi dedo dibuja una caricia que continúa hasta su mentón y que acaba por presionar su labio inferior hasta dejarse caer sobre su espalda, remarcando figuras inexistentes. Es extraño sentir tanta paz, incluso cuando sé que esto debería haber desatado el caos.
Como esta vez no la voy a dejar ganar como al principio de la noche, aprovecho el tenerla agarrada por la cintura para dar un giro y recostarla sobre el suelo, acomodándome parte a su lado parte recargado sobre su torso. La risa casi me cuesta el atragantarme con el chocolate pero lo resisto, metiéndome lo que queda de lleno en la boca para ser libre de tragar, apoyando el codo junto a su cabeza y de esa manera tener la libertad de recargar mi rostro contra mi mano — No tuviste que usar tu ballesta al final — acoto y, sin meditarlo, le limpio un poco de chocolate de la comisura de los labios con unos dedos despreocupados — Aunque espero que no se haya escuchado nada, porque ahí sí que no vamos a tener más excusas.
La simple escena que me presenta ese comentario me hace gracia, así que reprimo la risa tratando de concentrarme en acomodar la manta, la cual se ha enroscado un poco por el último movimiento — ¿Estás…? Bueno — sé que voy a preguntar una estupidez, pero las cosas han estado tan extrañas entre nosotros que me es imposible no hacerlo. Levanto la vista hacia ella, observándola entre la maraña que tengo por flequillo y le planto un rápido y casual beso en los labios — ¿Te arrepientes? Porque puedes decirme si era mejor en tu memoria. No voy a ofenderme — la cagamos, pero creo que no soy el único que lo ha disfrutado. Es imposible que la culpa me remueva un poco ante ese simple pensamiento. Hice algo terrible y de todos modos lo he gozado, así que eso debería hacerme una persona detestable. E incluso así, soy incapaz de evitar el beso que dejo tranquilamente en el centro de su cuello, como si fuese lo más simple y natural en el universo.
No sé por qué, pero me espero esa actitud, así que solo alzo la mano que estaba en mi pecho para sentir todo su peso sobre mí, lanzando un falso quejido de dolor como si tuviese encima a un elefante y dejando salir mi lengua hacia un costado fingiendo un estúpido y caricaturesco estado de muerte. Lo hubiese mantenido si no fuese porque me ofrece el chocolate de una manera que me hace soltar una suave risa y chasquear mi lengua — Perversa — me burlo, aunque creo que sabe muy bien que no pienso nada de eso. Ni por asomo.
Como estirarme me es incómodo, apenas fuerzo el cuello y le doy un suave empujoncito a su cabeza con la mano que me quedó en el aire para ayudarme a pellizcar el chocolate con los dientes. El sonido que produce al partirse me deja bien en claro que mi mandíbula resulta más que efectiva y sacudo las migajas que cayeron sobre mi cuello, para pasar a masticar con normalidad al poder agarrar el trozo que he conseguido — Tienes un… — me relamo y tengo que sacarme la mano de debajo de la cabeza para poder presionar el pulgar sobre la zona enrojecida de su cuello — Lo siento por eso… bueno, no de veras, pero ya sabes — mi dedo dibuja una caricia que continúa hasta su mentón y que acaba por presionar su labio inferior hasta dejarse caer sobre su espalda, remarcando figuras inexistentes. Es extraño sentir tanta paz, incluso cuando sé que esto debería haber desatado el caos.
Como esta vez no la voy a dejar ganar como al principio de la noche, aprovecho el tenerla agarrada por la cintura para dar un giro y recostarla sobre el suelo, acomodándome parte a su lado parte recargado sobre su torso. La risa casi me cuesta el atragantarme con el chocolate pero lo resisto, metiéndome lo que queda de lleno en la boca para ser libre de tragar, apoyando el codo junto a su cabeza y de esa manera tener la libertad de recargar mi rostro contra mi mano — No tuviste que usar tu ballesta al final — acoto y, sin meditarlo, le limpio un poco de chocolate de la comisura de los labios con unos dedos despreocupados — Aunque espero que no se haya escuchado nada, porque ahí sí que no vamos a tener más excusas.
La simple escena que me presenta ese comentario me hace gracia, así que reprimo la risa tratando de concentrarme en acomodar la manta, la cual se ha enroscado un poco por el último movimiento — ¿Estás…? Bueno — sé que voy a preguntar una estupidez, pero las cosas han estado tan extrañas entre nosotros que me es imposible no hacerlo. Levanto la vista hacia ella, observándola entre la maraña que tengo por flequillo y le planto un rápido y casual beso en los labios — ¿Te arrepientes? Porque puedes decirme si era mejor en tu memoria. No voy a ofenderme — la cagamos, pero creo que no soy el único que lo ha disfrutado. Es imposible que la culpa me remueva un poco ante ese simple pensamiento. Hice algo terrible y de todos modos lo he gozado, así que eso debería hacerme una persona detestable. E incluso así, soy incapaz de evitar el beso que dejo tranquilamente en el centro de su cuello, como si fuese lo más simple y natural en el universo.
Me río entre dientes con su acting, el cual hubiese sido más efectivo si solo minutos atrás no me hubiese manejado con la facilidad con la que se levanta a una muñeca de trapo, termino golpeándolo rápidamente con el dorso de la mano. No hace falta, y cuando se percata de mi ofrecimiento no puedo dejar de sonreír a causa de su comentario mientras lo observo maniobrar para obtener su parte del chocolate. Me relamo cuando logra partirlo, e introduzco con la lengua el resto del chocolate en mi boca, saboreándolo con cuidado antes de masticarlo.
Tardo en enfocar mis pensamientos en los segundos en los que sigo su pulgar trazando un recorrido sobre mis facciones. Al principio no estoy segura de a qué se refiere y mucho menos el por qué pide perdón, pero cuando lo hago, no puedo evitar dirigir la mirada hasta el punto que señala, como si fuese capaz de notar el moretón que seguro está empezando marcarse aún más sobre mi pálida piel. Me tomo mi tiempo para poder limpiar los rastros de chocolate de mis dientes delanteros antes de poder contestarle y tal vez fuese por estar relajada y cómoda, pero no podía quitar la sonrisita idiota de mi cara. - ¿Uno solo? Debería pedirte perdón yo entonces porque tú tienes… - Recorro su cuello con rapidez, y desde esta posición y aunque su mentón dibuja una sombra sobre su piel, puedo distinguir más de uno. … tres al menos. No pensé… creo que todavía tengo algo de maquillaje que me ha regalado Eowyn si es que quieres cubrirlos. - Sugiero al recordar que, mientras que yo podría cubrirlo fácilmente con una bufanda o un pañuelo, él sí tenía a alguien que podría verlos en determinadas situaciones.
Salgo rápido de ese tren de pensamiento cuando Ben vuelve a hacer muestra de su fuerza y lo agradezco, no quería saber nada de culpa hasta mañana por lo menos. Simplemente me limito a concentrarme en su figura cubriendo en gran parte a la mía y no es difícil distraerme. - Estamos en una de las torres más alejadas de las viviendas, así que si alguien escuchó es porque no debía estar fuera de la cama precisamente… - Y aunque sueno despreocupada, temo que mis ojos me hayan delatado por unos segundos porque mi mente se ha ido a Ken y a las pequeñas excursiones nocturnas que suele hacer y que nunca reporto… ya qué, si escuchó se lo merecía por andar haciendo lo que no se debe.
Observo el dedo que acaba de limpiar la comisura de mis labios y lo intercepto rápida y delicadamente con mis dientes para limpiar los rastros de chocolate que allí quedaron. No era un gesto necesario y probablemente era más ridículo que otra cosa, pero vaya que le daba otro sabor al chocolate. Antes de poder darme cuenta dejo escapar una risita estúpida mientras lo veo luchar con la manta porque sí, puede que la noche esté fría, pero Ben era una especie de estufa que calentaba… en más de un sentido.
El beso que me propina se me hace corto, y cuando pregunta la estupidez más grande del planeta me es imposible no rodar los ojos. - Eres un idiota. – Declaro mientras busco su frente con una mano libre para luego llevar su flequillo hacia atrás y atraerlo con cuidado para besarlo nuevamente. - Siento que realmente no deberías tener que preguntar, pero no. No me arrepiento Ben. - Y era verdad, probablemente mañana me pesara la culpa, pero al menos podía decir que pese a todo, no me arrepentía. - Y no debería decirlo, pero mierda que tenía mala memoria. Y sí Ben, es un cumplido.
Puede que estuviese alimentando su ego, pero realmente no podía decir que mi memoria le había hecho justicia. No era raro, habían pasado más de cuatro años, era más chica y… bueno, casi igual de inexperta; pero nuestra relación había cambiado un poco durante los años y las provocaciones constates eran más que bienvenidas en esta situación. - Tendremos un carácter de mierda, pero no puedo negar que acá funcionamos casi mejor que en los entrenamientos. - Y tal vez lo hago simplemente por provocar, pero dejo que una de mis manos se pierda por debajo de la manta mientras que con la otra vuelvo a atraerlo para besarlo. - ¿Y tú que dices Ben? ¿Prefieres a la Ava de 20, o a la de 25?
Tardo en enfocar mis pensamientos en los segundos en los que sigo su pulgar trazando un recorrido sobre mis facciones. Al principio no estoy segura de a qué se refiere y mucho menos el por qué pide perdón, pero cuando lo hago, no puedo evitar dirigir la mirada hasta el punto que señala, como si fuese capaz de notar el moretón que seguro está empezando marcarse aún más sobre mi pálida piel. Me tomo mi tiempo para poder limpiar los rastros de chocolate de mis dientes delanteros antes de poder contestarle y tal vez fuese por estar relajada y cómoda, pero no podía quitar la sonrisita idiota de mi cara. - ¿Uno solo? Debería pedirte perdón yo entonces porque tú tienes… - Recorro su cuello con rapidez, y desde esta posición y aunque su mentón dibuja una sombra sobre su piel, puedo distinguir más de uno. … tres al menos. No pensé… creo que todavía tengo algo de maquillaje que me ha regalado Eowyn si es que quieres cubrirlos. - Sugiero al recordar que, mientras que yo podría cubrirlo fácilmente con una bufanda o un pañuelo, él sí tenía a alguien que podría verlos en determinadas situaciones.
Salgo rápido de ese tren de pensamiento cuando Ben vuelve a hacer muestra de su fuerza y lo agradezco, no quería saber nada de culpa hasta mañana por lo menos. Simplemente me limito a concentrarme en su figura cubriendo en gran parte a la mía y no es difícil distraerme. - Estamos en una de las torres más alejadas de las viviendas, así que si alguien escuchó es porque no debía estar fuera de la cama precisamente… - Y aunque sueno despreocupada, temo que mis ojos me hayan delatado por unos segundos porque mi mente se ha ido a Ken y a las pequeñas excursiones nocturnas que suele hacer y que nunca reporto… ya qué, si escuchó se lo merecía por andar haciendo lo que no se debe.
Observo el dedo que acaba de limpiar la comisura de mis labios y lo intercepto rápida y delicadamente con mis dientes para limpiar los rastros de chocolate que allí quedaron. No era un gesto necesario y probablemente era más ridículo que otra cosa, pero vaya que le daba otro sabor al chocolate. Antes de poder darme cuenta dejo escapar una risita estúpida mientras lo veo luchar con la manta porque sí, puede que la noche esté fría, pero Ben era una especie de estufa que calentaba… en más de un sentido.
El beso que me propina se me hace corto, y cuando pregunta la estupidez más grande del planeta me es imposible no rodar los ojos. - Eres un idiota. – Declaro mientras busco su frente con una mano libre para luego llevar su flequillo hacia atrás y atraerlo con cuidado para besarlo nuevamente. - Siento que realmente no deberías tener que preguntar, pero no. No me arrepiento Ben. - Y era verdad, probablemente mañana me pesara la culpa, pero al menos podía decir que pese a todo, no me arrepentía. - Y no debería decirlo, pero mierda que tenía mala memoria. Y sí Ben, es un cumplido.
Puede que estuviese alimentando su ego, pero realmente no podía decir que mi memoria le había hecho justicia. No era raro, habían pasado más de cuatro años, era más chica y… bueno, casi igual de inexperta; pero nuestra relación había cambiado un poco durante los años y las provocaciones constates eran más que bienvenidas en esta situación. - Tendremos un carácter de mierda, pero no puedo negar que acá funcionamos casi mejor que en los entrenamientos. - Y tal vez lo hago simplemente por provocar, pero dejo que una de mis manos se pierda por debajo de la manta mientras que con la otra vuelvo a atraerlo para besarlo. - ¿Y tú que dices Ben? ¿Prefieres a la Ava de 20, o a la de 25?
Mis ojos se abren de par en par por ese pequeño comentario, tratando de no mostrarme tan horrorizado ante lo que acaba de declararme — Seth una vez me dijo que se salen con un peine… — ni me acuerdo si eso era algo real o simplemente un mito, pero es que jamás había tenido que preocuparme por cubrir cosas como esas — Y bueno, tienes otro, pero no te diré dónde — y ahí va, un pequeño pique que posiblemente sea un intento de competir aunque sea en una cosita tan tonta como esto. Lo bueno es que me deja ganar cuando se trata de colocarme casi sobre ella, haciéndome pensar por un momento en que tan lejos estamos del resto del mundo — Menos mal soy el único licántropo de sentidos agudos — o que no hay tanto viento. Vaya a saber lo que podría arrastrar con el silencio nocturno.
El atrape a mi dedo me descoloca porque es un gesto que no hubiese esperado, pero que mi cuerpo agradece de la manera más babosa que hubiese creído en una simple mirada. Ava y los mil demonios — Dime algo que no sepa — murmuro a su insulto de manera algo torpe por el beso que está cubriendo mis labios y que intento corresponder a medias al estar hablando. Esa situación ridícula de mi boca se interrumpe por la risa, tratando de no sentirme demasiado orgulloso de mí mismo por algo que jamás me había preocupado demasiado — Gracias. Voy a atesorar esas palabras por siempre — ironizo, pellizcándole el costado.
Creo que es la primera vez que pienso en ese concepto y no puedo hacer otra cosa que darle la razón. Ava es la clase de persona que me provoca sacudirla casi todos los días y ha demostrado que es una experta en ignorar mis órdenes cuando se le antoja, pero tanto esa noche en la cueva como hoy ha demostrado que su piel se lleva de maravillas con la mía. No voy a decirlo jamás en voz alta, pero estar dentro suyo es tan adictivo como la adrenalina de la motocicleta: por momentos se siente como la gloria, pero por otros simplemente deseas aún más.
Y hablando de eso, tengo que mordisquearme la lengua cuando siento el recorrido de su mano debajo de la manta y me remuevo por pura inercia. Quiero contestarle, de verdad que sí, pero mi cerebro ha muerto en el punto de sus besos nuevos y el atrevimiento de su tacto, así que cuando por fin hablo, lo hago tras un suspiro y entre sus labios — La de veinte se sintió genial, pero la de veinticinco aprendió a jugar sucio y eso tiene toda mi aprobación — logro murmurar, dándole un mordisco a sus labios. Sin pensarlo demasiado, me trepo por completo sobre ella y tironeo de sus piernas para colocarlas alrededor de mi cintura una vez más, a pesar de que simplemente la tomo como la mejor postura para acariciar su rostro al quitar el cabello de mi camino, jugueteando con sus besos.
Por un momento, puedo decir que hasta me siento listo para una segunda ronda. Incluso apoyo mi frente contra la de ella y tomo una de sus manos para apretarla por encima de su cabeza, riendo en un secretismo que se intensifica cuando abro los ojos y me encuentro con ella tan cerca. Es Ava a quien tengo conmigo, y por un momento no sé cómo sentirme al respecto — Supongo que voy a arrepentirme de esto mañana… pero Ava, creo que eres el mejor secreto que tendré que llevarme a la tumba y, créeme, tengo varios — me es inevitable el sonreírle, arrugando un poco la nariz al sentir como choca con la suya — De todos modos, supongo que cuando salga el sol todo volverá a la normalidad. Tendré que soportar que me grites, yo voy a gritarte de nuevo y fingiré que no sé que te mueres por arrancarme la ropa… — intento bromear, pero mis palabras me resultan tan ridículas que el chiste me sale más natural de lo pensado y acabo callando mi risa en un beso — ¿Crees que…? — otro beso, otra interrupción. La verdad es que no tengo idea de por qué sigo hablando, considerando que estoy más entretenido en presionar nuestros labios una y otra vez, como si quisiera recuperar el tiempo perdido de los últimos años antes de la salida del sol — ¿Crees que somos tan buenos actores como para dejarlo atrás? Porque soy un pésimo mentiroso y lo sabes. ¿Recuerdas cuando quise hacerte creer que Cale te había robado los dulces de Navidad y había sido yo? — mierda que había pasado tiempo. Sé que una de mis manos se mueve pícaramente debajo de la manta, buscando un tacto que haría sentir orgullosa a Eowyn — O cuando dije que me gustaba el suéter de elefantes que tu madre me dio y me amenazaste con decir la verdad durante dos meses — me remuevo un poco sobre ella, arqueando un poco mis hombros para poder jugar mejor con el contorno de su boca — Y cuando... ¡Bah! Me cago en los jodidos muertos — gruño, dándole un mordisco hasta alzar un poco el rostro para poder verla mejor, sonriendo de medio lado — Te odio, Ava Ballard.
El atrape a mi dedo me descoloca porque es un gesto que no hubiese esperado, pero que mi cuerpo agradece de la manera más babosa que hubiese creído en una simple mirada. Ava y los mil demonios — Dime algo que no sepa — murmuro a su insulto de manera algo torpe por el beso que está cubriendo mis labios y que intento corresponder a medias al estar hablando. Esa situación ridícula de mi boca se interrumpe por la risa, tratando de no sentirme demasiado orgulloso de mí mismo por algo que jamás me había preocupado demasiado — Gracias. Voy a atesorar esas palabras por siempre — ironizo, pellizcándole el costado.
Creo que es la primera vez que pienso en ese concepto y no puedo hacer otra cosa que darle la razón. Ava es la clase de persona que me provoca sacudirla casi todos los días y ha demostrado que es una experta en ignorar mis órdenes cuando se le antoja, pero tanto esa noche en la cueva como hoy ha demostrado que su piel se lleva de maravillas con la mía. No voy a decirlo jamás en voz alta, pero estar dentro suyo es tan adictivo como la adrenalina de la motocicleta: por momentos se siente como la gloria, pero por otros simplemente deseas aún más.
Y hablando de eso, tengo que mordisquearme la lengua cuando siento el recorrido de su mano debajo de la manta y me remuevo por pura inercia. Quiero contestarle, de verdad que sí, pero mi cerebro ha muerto en el punto de sus besos nuevos y el atrevimiento de su tacto, así que cuando por fin hablo, lo hago tras un suspiro y entre sus labios — La de veinte se sintió genial, pero la de veinticinco aprendió a jugar sucio y eso tiene toda mi aprobación — logro murmurar, dándole un mordisco a sus labios. Sin pensarlo demasiado, me trepo por completo sobre ella y tironeo de sus piernas para colocarlas alrededor de mi cintura una vez más, a pesar de que simplemente la tomo como la mejor postura para acariciar su rostro al quitar el cabello de mi camino, jugueteando con sus besos.
Por un momento, puedo decir que hasta me siento listo para una segunda ronda. Incluso apoyo mi frente contra la de ella y tomo una de sus manos para apretarla por encima de su cabeza, riendo en un secretismo que se intensifica cuando abro los ojos y me encuentro con ella tan cerca. Es Ava a quien tengo conmigo, y por un momento no sé cómo sentirme al respecto — Supongo que voy a arrepentirme de esto mañana… pero Ava, creo que eres el mejor secreto que tendré que llevarme a la tumba y, créeme, tengo varios — me es inevitable el sonreírle, arrugando un poco la nariz al sentir como choca con la suya — De todos modos, supongo que cuando salga el sol todo volverá a la normalidad. Tendré que soportar que me grites, yo voy a gritarte de nuevo y fingiré que no sé que te mueres por arrancarme la ropa… — intento bromear, pero mis palabras me resultan tan ridículas que el chiste me sale más natural de lo pensado y acabo callando mi risa en un beso — ¿Crees que…? — otro beso, otra interrupción. La verdad es que no tengo idea de por qué sigo hablando, considerando que estoy más entretenido en presionar nuestros labios una y otra vez, como si quisiera recuperar el tiempo perdido de los últimos años antes de la salida del sol — ¿Crees que somos tan buenos actores como para dejarlo atrás? Porque soy un pésimo mentiroso y lo sabes. ¿Recuerdas cuando quise hacerte creer que Cale te había robado los dulces de Navidad y había sido yo? — mierda que había pasado tiempo. Sé que una de mis manos se mueve pícaramente debajo de la manta, buscando un tacto que haría sentir orgullosa a Eowyn — O cuando dije que me gustaba el suéter de elefantes que tu madre me dio y me amenazaste con decir la verdad durante dos meses — me remuevo un poco sobre ella, arqueando un poco mis hombros para poder jugar mejor con el contorno de su boca — Y cuando... ¡Bah! Me cago en los jodidos muertos — gruño, dándole un mordisco hasta alzar un poco el rostro para poder verla mejor, sonriendo de medio lado — Te odio, Ava Ballard.
Me abstengo de cuestionar como podría sacarse uno un moretón de esos con un peine y simplemente me limito a suponer donde podría estar la otra marca… no debería ser muy difícil si recuerdo los lugares a los que la boca de Ben ha puesto especial atención, pero la verdad es que: o le falla la cuenta, o simplemente me está tomando el pelo. Claro que no sabría cuál de las dos opciones era la correcta a menos que me incorporase y si tenía que ser sincera, me hallaba bastante cómoda en mi posición actual, gracias.
Nuestros dientes chocan con torpeza cuando se ríe y no puedo evitar sumarme cuando se burla del cumplido que le regalo. Incluso sigo haciéndolo cuando siento sus dedos pellizcar cerca de mis costillas; lo que en una ocasión normal me habría provocado devolverle el gesto con más fuerza, ahora solo me genera un leve sobresalto que se transforma en un cosquilleo que me recorre entera como si de un escalofrío se tratase. Aunque claro, no puedo dejarlo así y termino tironeando un poco más fuerte de su cabello, disfrutando como las hebras se enredan entre mis dedos.
- ¿Jugar sucio, yo? - Consulto con un intento de inocencia que suena más a una pregunta descarada… que lo es, pero no tengo tiempo a pensar en otra cosa cuando mi hermanastro termina de cubrirme por completo y mi mente vuelve unos meses atrás al olvidado sillón de su cabaña. Luego era yo la que jugaba sucio… Esperaba que jamás se enterase lo fácil que podía dejarme sin palabras o estaría en muchos problemas. No, momento; ¿si se enteraba y decidía actuar no era mejor para mí? Ni siquiera puedo responder a mi propia pregunta cuando obliga a mis piernas a rodear su cintura y lo único que puedo hacer es dejar escapar un gemido de satisfacción a la vez que cruzo mis tobillos por detrás de su espalda.
La ironía de la vida es que, mientras que yo me encuentro sin palabras y abrumada por el contacto que provoca con cada movimiento que hace, Ben decide que lo mejor que puede hacer en ese momento es ponerse a hablar y aunque jamás iba a admitirlo, me costaba seguir el hilo de sus palabras. Lo triste es que ni siquiera puedo interrumpirlo, ya que intercala besos y caricias en el medio que simplemente me dejan a su merced, incapaz de refutar incluso la más inocente de sus anécdotas. - Ayporelamoradios - Se me escapa en un susurro que suena más a un gemido ahogado cuando siento su mano vagar. Al parecer los dos jugábamos bajo las mismas reglas y si bien me encantaría decir que es intencional, cuando levanto mis caderas buscando más fricción es un acto puramente egoísta de mi parte.
- ¿Te das cuenta que has logrado traer a mi hermano y a mi madre a esta conversación? - Que más que conversación era un monólogo, pero ese no era el punto. El punto es que podría estar ocupando su boca en mejores propósitos y en cambio elegía traer a mi familia a colación. - Y solo para que quede claro, Arleth se dio cuenta enseguida que no te había gustado el sweater, solo me aproveché de ti porque me parecía divertido. - Como siempre… Porque no era raro que me divirtiese con la desgracia ajena en cuestiones total y completamente estúpidas y sin importancia. De hecho, y si mal no recordaba, había logrado convencer a Zenda de que ese había sido el sweater favorito de Ben en la adolescencia y estaba convencida de que lo debía tener guardado por ahí.
- Ya es tarde para arrepentimientos, pero si consideramos que fueron cuatro años de silencio… No voy a prometerte dejarlo atrás, o que… ¿cómo lo dijiste? Que no tenga ganas de arrancarte la ropa cada vez que te vea. Pero, mañana será otro día y la verdad, me chupa un huevo lo que pueda suceder. No es como si no tuviésemos práctica ya en hacernos los idiotas. - Aclaro cuando puedo volver a ejercer un mínimo de concentración y recuerdo sus palabras anteriores. - No me odias, así que hazme un favor y menos cháchara y más acción. - Le pido con la sonrisa pintada en la cara mientras busco su cuello nuevamente con los dientes. Esperaba que realmente el consejo de Seth le sirviese, porque todavía faltaba tiempo para que amaneciera, y esperaba aprovechar las horas que quedaban. - ¿O es qué acaso tendré que hacer todo yo por aquí? - Y solo para que quede claro que no es un desafío, vuelvo a dejar que una de mis manos vague por entre medio del espacio de nuestros cuerpos, buscándolo.
Nuestros dientes chocan con torpeza cuando se ríe y no puedo evitar sumarme cuando se burla del cumplido que le regalo. Incluso sigo haciéndolo cuando siento sus dedos pellizcar cerca de mis costillas; lo que en una ocasión normal me habría provocado devolverle el gesto con más fuerza, ahora solo me genera un leve sobresalto que se transforma en un cosquilleo que me recorre entera como si de un escalofrío se tratase. Aunque claro, no puedo dejarlo así y termino tironeando un poco más fuerte de su cabello, disfrutando como las hebras se enredan entre mis dedos.
- ¿Jugar sucio, yo? - Consulto con un intento de inocencia que suena más a una pregunta descarada… que lo es, pero no tengo tiempo a pensar en otra cosa cuando mi hermanastro termina de cubrirme por completo y mi mente vuelve unos meses atrás al olvidado sillón de su cabaña. Luego era yo la que jugaba sucio… Esperaba que jamás se enterase lo fácil que podía dejarme sin palabras o estaría en muchos problemas. No, momento; ¿si se enteraba y decidía actuar no era mejor para mí? Ni siquiera puedo responder a mi propia pregunta cuando obliga a mis piernas a rodear su cintura y lo único que puedo hacer es dejar escapar un gemido de satisfacción a la vez que cruzo mis tobillos por detrás de su espalda.
La ironía de la vida es que, mientras que yo me encuentro sin palabras y abrumada por el contacto que provoca con cada movimiento que hace, Ben decide que lo mejor que puede hacer en ese momento es ponerse a hablar y aunque jamás iba a admitirlo, me costaba seguir el hilo de sus palabras. Lo triste es que ni siquiera puedo interrumpirlo, ya que intercala besos y caricias en el medio que simplemente me dejan a su merced, incapaz de refutar incluso la más inocente de sus anécdotas. - Ayporelamoradios - Se me escapa en un susurro que suena más a un gemido ahogado cuando siento su mano vagar. Al parecer los dos jugábamos bajo las mismas reglas y si bien me encantaría decir que es intencional, cuando levanto mis caderas buscando más fricción es un acto puramente egoísta de mi parte.
- ¿Te das cuenta que has logrado traer a mi hermano y a mi madre a esta conversación? - Que más que conversación era un monólogo, pero ese no era el punto. El punto es que podría estar ocupando su boca en mejores propósitos y en cambio elegía traer a mi familia a colación. - Y solo para que quede claro, Arleth se dio cuenta enseguida que no te había gustado el sweater, solo me aproveché de ti porque me parecía divertido. - Como siempre… Porque no era raro que me divirtiese con la desgracia ajena en cuestiones total y completamente estúpidas y sin importancia. De hecho, y si mal no recordaba, había logrado convencer a Zenda de que ese había sido el sweater favorito de Ben en la adolescencia y estaba convencida de que lo debía tener guardado por ahí.
- Ya es tarde para arrepentimientos, pero si consideramos que fueron cuatro años de silencio… No voy a prometerte dejarlo atrás, o que… ¿cómo lo dijiste? Que no tenga ganas de arrancarte la ropa cada vez que te vea. Pero, mañana será otro día y la verdad, me chupa un huevo lo que pueda suceder. No es como si no tuviésemos práctica ya en hacernos los idiotas. - Aclaro cuando puedo volver a ejercer un mínimo de concentración y recuerdo sus palabras anteriores. - No me odias, así que hazme un favor y menos cháchara y más acción. - Le pido con la sonrisa pintada en la cara mientras busco su cuello nuevamente con los dientes. Esperaba que realmente el consejo de Seth le sirviese, porque todavía faltaba tiempo para que amaneciera, y esperaba aprovechar las horas que quedaban. - ¿O es qué acaso tendré que hacer todo yo por aquí? - Y solo para que quede claro que no es un desafío, vuelvo a dejar que una de mis manos vague por entre medio del espacio de nuestros cuerpos, buscándolo.
¿Si me he dado cuenta? Sí y no. He notado que empecé una cháchara sin sentido, pero creo que no había sido precisamente mi intención todo el asunto familiar. Ya no tengo idea de las cosas que pienso y si éstas, en realidad, afectan lo que digo o lo que hago. Esta noche es un perfecto ejemplo de mi poco autocontrol — ¿Ah, sí? — la miro divertido, moviendo mis cejas hasta que forman dos arcos camuflados entre el cabello — Eres un ogro, Ballard. Por estas cosas me cuesta confiar en ti. Me has provocado traumas innecesarios con ese suéter — la de veces que me ha montado bromas que acabaron en situaciones ridículas para mí y que le provocaron risas. Con el tiempo, por suerte, he aprendido a identificar los tonitos de su voz.
— Eso es cierto… — digo frente a la sinceridad sobre los últimos cuatro años. Las semanas siguientes a la cueva habían sido ridículas si las pensamos, pero hemos sabido fingir y callarnos la boca por demasiado tiempo como para poder considerarnos expertos hasta que todo se fue a la mierda tras esa noche en la cabaña. Pero hey, nadie puede decir que no lo hubiésemos intentado. De mi boca solo sale un suave “mmm” que acompaña la mueca de sorna y travesura, sintiendo la parte más competitiva de mí buscar el modo de cerrarle la boca. Mala suerte (o no), Ava es quien toma la iniciativa esta vez y la interrupción de su mano en zonas comprometedoras encoje vagamente mi estómago ante el placentero cosquilleo que se desparrama por todo mi abdomen — ¿Así que crees que eres tú la que hace todo? — murmuro a regañadientes y paso a odiarme unos segundos cuando meto la mano entre nosotros para tirar de la suya — No debiste decir eso. ¿Acaso no recuerdas con quién estás hablando? — Vamos, que nuestra relación se basa en jodernos la paciencia y el orgullo el uno al otro.
De un tirón, coloco su mano sobre su cabeza y luego la otra, apresándola bajo mi peso y mi fuerza, la cual tengo que dar gracias de tener en un momento como este a pesar de que Ava es demasiado pequeña como para no haber tenido que hacer mucho esfuerzo. Me relamo los labios hinchados y mi mueca burlona se acentúa, presionando mi cuerpo contra el suyo en un roce insoportable y tortuoso que solo mantengo para ganar en una tonta competencia que yo solito me he inventado — Después de esto… — empiezo en murmullo, mordiendo con suavidad su mentón antes de bajar por su cuello con falsa calma — me dirás si en verdad te dejo todo el trabajo o no — y con un raspón de mis dientes en su clavícula, dejo en evidencia mis intenciones antes de la miradita divertida y desaparecer bajo la manta, presionando sus muñecas.
Es obvio que yo no hago todo el trabajo con el correr del tiempo. Para cuando el sol empieza a asomar y a teñir el cielo de un suave color rosado, hemos reído, susurrado secretos y compartido cada trozo de nosotros que nos estuvimos privando por tanto tiempo. Todo muere debajo de una manta pesada, donde nos adormilados piel contra piel, hasta que el vestirnos es la única opción. Y en algún momento, intercambiamos una mirada aún acostados, culminando en una carcajada que pudo haber sido el sonido más simple e inocente que pudo acompañar al canto del gallo durante esa mañana.
— Eso es cierto… — digo frente a la sinceridad sobre los últimos cuatro años. Las semanas siguientes a la cueva habían sido ridículas si las pensamos, pero hemos sabido fingir y callarnos la boca por demasiado tiempo como para poder considerarnos expertos hasta que todo se fue a la mierda tras esa noche en la cabaña. Pero hey, nadie puede decir que no lo hubiésemos intentado. De mi boca solo sale un suave “mmm” que acompaña la mueca de sorna y travesura, sintiendo la parte más competitiva de mí buscar el modo de cerrarle la boca. Mala suerte (o no), Ava es quien toma la iniciativa esta vez y la interrupción de su mano en zonas comprometedoras encoje vagamente mi estómago ante el placentero cosquilleo que se desparrama por todo mi abdomen — ¿Así que crees que eres tú la que hace todo? — murmuro a regañadientes y paso a odiarme unos segundos cuando meto la mano entre nosotros para tirar de la suya — No debiste decir eso. ¿Acaso no recuerdas con quién estás hablando? — Vamos, que nuestra relación se basa en jodernos la paciencia y el orgullo el uno al otro.
De un tirón, coloco su mano sobre su cabeza y luego la otra, apresándola bajo mi peso y mi fuerza, la cual tengo que dar gracias de tener en un momento como este a pesar de que Ava es demasiado pequeña como para no haber tenido que hacer mucho esfuerzo. Me relamo los labios hinchados y mi mueca burlona se acentúa, presionando mi cuerpo contra el suyo en un roce insoportable y tortuoso que solo mantengo para ganar en una tonta competencia que yo solito me he inventado — Después de esto… — empiezo en murmullo, mordiendo con suavidad su mentón antes de bajar por su cuello con falsa calma — me dirás si en verdad te dejo todo el trabajo o no — y con un raspón de mis dientes en su clavícula, dejo en evidencia mis intenciones antes de la miradita divertida y desaparecer bajo la manta, presionando sus muñecas.
Es obvio que yo no hago todo el trabajo con el correr del tiempo. Para cuando el sol empieza a asomar y a teñir el cielo de un suave color rosado, hemos reído, susurrado secretos y compartido cada trozo de nosotros que nos estuvimos privando por tanto tiempo. Todo muere debajo de una manta pesada, donde nos adormilados piel contra piel, hasta que el vestirnos es la única opción. Y en algún momento, intercambiamos una mirada aún acostados, culminando en una carcajada que pudo haber sido el sonido más simple e inocente que pudo acompañar al canto del gallo durante esa mañana.
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