VERANO de 247521 de Junio — 20 de Septiembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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Entrevista Distrito 13
Domingo 13 de Agosto. 2471. 20 p.m.
El escenario había sido montado en el teatro más lujoso del Capitolio. Las butacas estaban repletas de ojos curiosos, miembros de la élite de la ciudad que buscaban juzgar por cuenta propia al pequeño montón de traidores que se estaban jugando un lugar dentro de la sociedad. Una carta de perdón, la prueba de que merecían seguir respirando a pesar de todos sus pecados.
Las cámaras de televisión se encontraban en cada uno de los rincones, pero la mayoría estaba puesta sobre las tablas. Iluminado por los reflectores que se movían en todas direcciones, el escenario se preparaba entre los murmullos y aplausos de la multitud. La música retumbó con fuerza cuando una voz masculina en off inundó el teatro, encargándose de presentar a la única y maravillosa… ¡Zirconia Chrysalis!
Tal vez los tributos no eran celebridades, pero Zirconia sí y vaya que el público la amaba. Muchos se levantaron de sus butacas para recibirla, mientras la conductora gritaba con voz estridente. Carecía de micrófono, lo que delataba que las voces sobre el escenario estaban siendo aumentadas gracias a la magia. Su rostro se reflejó en cada uno de los paneles dispuestos para que el público no se pierda de los detalles.
— ¡Muy buenas noches, mi querido NeoPanem! — Exclamó. Llevaba las uñas postizas, de color naranja chillón, tan largas que era imposible ignorarlas cuando agitó las manos en el aire a modo de saludo — ¡Pero qué evento nos espera! Aunque me siento muy halagada por la cálida bienvenida que me han dado, todos sabemos que hoy yo no soy el centro de atención. Hay unos cuantos tributos que están aquí, ansiosos por que los conozcan y los acepten dentro de sus corazones. ¡Sí, escucharon bien! ¿Quieren oírlos a ellos? ¿Quieren ver sus rostros y descubrir cual vale la pena? ¡Es hora de que sepamos un poco más de su historia! Digamos que algunos puntajes me sorprendieron bastante… — no le dio la espalda al público cuando se acomodó en uno de los dos sillones individuales que decoraban el centro de la escena —. Y si ninguno los convence lo suficiente, pues al menos nos darán un buen espectáculo.
Todos ahí tenían en claro una cosa: era la última oportunidad que tenían para meterse al público en el bolsillo. Joe Jones abandonó el escenario y Zirconia apretó con fuerza los puños, mostrándose emocionada.
— ¡Ya casi terminamos! Ahora no dejo de preguntarme si es verdad que lo mejor queda para el final. ¡Supongo que ella tendrá que demostrarlo! Debo decir que me gustó mucho su look emo goth chic del desfile. ¡Perfecto para un funeral con estilo! ¡Recibamos a Paige Dalisay!
Las cámaras de televisión se encontraban en cada uno de los rincones, pero la mayoría estaba puesta sobre las tablas. Iluminado por los reflectores que se movían en todas direcciones, el escenario se preparaba entre los murmullos y aplausos de la multitud. La música retumbó con fuerza cuando una voz masculina en off inundó el teatro, encargándose de presentar a la única y maravillosa… ¡Zirconia Chrysalis!
Tal vez los tributos no eran celebridades, pero Zirconia sí y vaya que el público la amaba. Muchos se levantaron de sus butacas para recibirla, mientras la conductora gritaba con voz estridente. Carecía de micrófono, lo que delataba que las voces sobre el escenario estaban siendo aumentadas gracias a la magia. Su rostro se reflejó en cada uno de los paneles dispuestos para que el público no se pierda de los detalles.
— ¡Muy buenas noches, mi querido NeoPanem! — Exclamó. Llevaba las uñas postizas, de color naranja chillón, tan largas que era imposible ignorarlas cuando agitó las manos en el aire a modo de saludo — ¡Pero qué evento nos espera! Aunque me siento muy halagada por la cálida bienvenida que me han dado, todos sabemos que hoy yo no soy el centro de atención. Hay unos cuantos tributos que están aquí, ansiosos por que los conozcan y los acepten dentro de sus corazones. ¡Sí, escucharon bien! ¿Quieren oírlos a ellos? ¿Quieren ver sus rostros y descubrir cual vale la pena? ¡Es hora de que sepamos un poco más de su historia! Digamos que algunos puntajes me sorprendieron bastante… — no le dio la espalda al público cuando se acomodó en uno de los dos sillones individuales que decoraban el centro de la escena —. Y si ninguno los convence lo suficiente, pues al menos nos darán un buen espectáculo.
Todos ahí tenían en claro una cosa: era la última oportunidad que tenían para meterse al público en el bolsillo. Joe Jones abandonó el escenario y Zirconia apretó con fuerza los puños, mostrándose emocionada.
— ¡Ya casi terminamos! Ahora no dejo de preguntarme si es verdad que lo mejor queda para el final. ¡Supongo que ella tendrá que demostrarlo! Debo decir que me gustó mucho su look emo goth chic del desfile. ¡Perfecto para un funeral con estilo! ¡Recibamos a Paige Dalisay!
— Las entrevistas estarán abiertas un total de 72 horas. Cada tributo deberá responder tres preguntas obligatorias para poder cobrar los 300 Galeones de recompensa.
— Primero pasan las mujeres, luego los varones. Para evitar atascar a su compañero, las chicas tienen 24 horas a partir de la apertura para hacer su post de entrada y dar inicio a la entrevista de su distrito. En caso de que se pasen las 24 horas, se pasará directamente al tributo masculino. El tributo femenino solo podrá retomar su entrevista cuando su compañero termine la propia. On rol, tomaremos siempre como que la entrevista femenina fue primero.
— Intenten no controlar demasiado al público. También recuerden que los tributos no son vistos como adoradas celebridades.
— Pueden describir o ejemplificar sus atuendos con imágenes. No es obligatorio.
Televisión Nacional
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Entrevista del distrito 13
13.08.2471
La prueba de los vigilantes hizo que Paige sintiera nervios, pero aquello era diferente: las cámaras, los aplausos y gritos, la multitud… Solo con imaginárselo le entraban ganas de vomitar. Ella era la que temblaba cuando la obligaban a hacer exposiciones en medio de clase, la que tartamudeaba y se olvidaba de lo que había pensado explicar. Sus expectativas de decir algo coherente aquella noche eran nulas.
Por no decir que sentía una leve presión en el cuello. Esa que, junto a una voz molesta e insistente de su propia cabeza, le repetía: solo quedan unas horas, mañana por la mañana te llevarán al infierno.
No le consolaba nada. No lo hacía pensar que era de las últimas y que, por lo tanto, el público y Zirconia podrían estar más cansados. Tampoco el hecho de que solo fueran unos minutos; unas preguntas rápidas, tal vez algo intrusivas, pero que podría contestar de manera evasiva. Paige bufó mientras le indicaban que tenía que salir, lanzándole una última mirada cargada de pánico a Sam y sabiendo que, cuando estuviera ahí sentada, ni siquiera tendría tiempo para pensar las respuestas.
Tragó con fuerza cuando escuchó su presentación, también cuando sintió al público a su izquierda. A ellos les dirigió un vistazo rápido, mas su expresión de pánico estaba puesta en Zirconia. —Hola —saludó de manera completamente acelerada mientras se situaba frente a su sillón—. Si lo mejor queda para el final, el último es Sam. No yo. —Se encogió de hombros, mirando incómoda hacia ambos lados. Al final, se dejó caer sobre el sillón con algo de torpeza, preocupándose en alisar la parte posterior de su vestido—. A mí también me gustó lo que llevé el día del desfile. Aunque no lo elegí yo, en realidad —tragó saliva. Por supuesto tenían que halagarla por algo que ni siquiera había dependido de ella. Siempre tan irrelevante—. No pensé que nadie fuera a fijarse en nosotros aquel día.
Entrevista del distrito 13
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— ¡Maravilloso! — estalló Zirconia alzando ambas manos para delimitar en el aire el contorno de Paige cuando apareció con aquel outfit. — Debes presentarme a tus estilistas, están haciendo un trabajo impecable. — siguió alabando la indumentaria que portaba en lo que extendía sus manos para tomar las de castaña, invitándola a sentarse en la butaca contraria. — ¿Eso crees? Entonces, ¡estamos deseando ver con qué nos sorprenderá tu compañero! — se sentó en su butaca, inclinándose hacia ella y, como si de un secreto se tratara, habló, mostrándose algo más cercana. — Aunque a mí me interesas más tú, y lo que puedas contarnos sobre ti. A vosotros también, ¿verdad? ¡Queremos ver más de ella! — proclamó levantándose de la butaca como un verdadero torbellino y tomándola de la diestra, invitándola a que presumiera de sus ropas y cuerpo. ¡Que curvas! Dulce juventud. Los aplausos no tardaron en dejarse oír, retumbando en el magnífico teatro que ocupaban. — ¡Más fuerte! — instó Zirconia no pudiendo evitar contonearse para que su vestido también luciera lo suyo.
Un par de carcajadas fueron el cierre perfecto antes de indicarle con un movimiento de tomara asiento nuevamente, haciendo ella lo propio. — Por desgracia no estamos en un pase de modelos, así que debemos continuar. — un gesto apenado se extendió por los delineados labios de Zirconia que, seguidamente, no dudó en sonreír. — Tenemos entendido que tus abuelos vivían, ni más ni menos, que ¡fuera de NeoPanem! — la mera mención de aquello arrancó algunas expresiones sorprendidas, otras ahogadas, de miembros del público. — ¿Qué llevó a tus progenitores a tomar la decisión de dejar aquel lugar y trasladarse a NeoPanem? Concretamente al distrito trece. O, mejor, ¿llegaron a vivir allí? ¿Cómo era? —. ¡Había tantos sitios bonitos! Ninguno como si amado país, pero la belleza obnubilaba a Zirconia.
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¿Honestamente? Se quería morir. Por primera vez, le pareció una maravillosa idea que el día siguiente empezaran Los Juegos como tal y que miles de cosas pudieran acabar con su vida. Aunque claro, nada de eso podría ahorrarle el bochorno de ese momento en el que, tras mirar con extrañeza a Zirconia, su brazo tembloroso fuera tomado con determinación. Dio la vuelta con poca gracia y soltura, sintiendo como su pelo, suelto y liso, ondeaba en el aire. Cuando volvió a su posición inicial, solo pudo soltar una risa incómoda y mantener una sonrisa tirante y tensa mientras se hundía en el sillón. Ojalá se la tragara.
No le extrañó que supieran todo sobre ella y su familia, pero sí que fue algo abrumador. Frotó las palmas sobre sus muslos, no pudiendo evitar fijarse en las expresiones de sorpresa que adornaban los rostros difuminados de los miembros del público. —Bueno... en realidad solo fueron mis abuelos paternos los que nacieron fuera. En Filipinas. Se supone que era una isla con muchas playas, rocas, arena y eso. Cosas típicas de islas —tragó, tratando de transmitirse palabras de tranquilidad a sí misma: que no era lo peor que podrían preguntarle, que se sabía esa historia, que aquello había empezado bien—. Vinieron a NeoPanem buscando otras oportunidades y una vida más segura. —Por las guerras que dominaban el resto del mundo, pero no quiso entrar en esos temas, tampoco nombrar otros regímenes—. Mi madre siempre fue del trece y mi padre creció ahí. Luego se conocieron y... bueno, supongo que pasaron cosas como que se enamoraron y tal. —No se acordaba muy bien de cómo se habían conocido sus padres, pero sospechaba que no sería una historia demasiado emocionante. Se encogió de hombros, intentando mantener la espalda recta—. Mis hermanos y yo nacimos en esa ciudad y ahí nos quedamos. Nunca hemos viajado mucho.
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Asintió con la cabeza, una dos, tres, ¡incluso cuatro veces! — ¡Filipinas! — exclamó sabiendo que estaba lo suficientemente lejos de NeoPanem como para ser complicado alcanzarlo. —Aunque, personalmente, nuestro distrito cuatro no tiene nada que envidiarle a esas islas. — agregó, defendiendo y admirando lo grandioso que era su país. Chasqueó la lengua y sus uñas relampaguearon cuando los focos las pillaron en el camino. Muy bonito, pero nada llamativo.
— Veamos… venir de una familia desestructurada ha debido de ser complicado. — mencionó estirando la diestra para apoyar la misma sobre la rodilla de Paige, dándole un par de toquecitos a modo de consolación. — Una madre enferma, un padre muy ocupado, una hermana que huyó y un hermano con tintes… revolucionarios. — la mención a Preston despertó exclamaciones, quejas e incluso acusaciones de traidora rebelde hacia la joven que se mantenía sentada en la butaca contraria. La diestra de Zirconia voló desde la rodilla de la joven hasta elevarse en el aire, pidiendo un obvio silencio que no tardó en llenar todo el teatro. — Ssh. Eso no estuvo nada bien. — corrigió la presentadora rompiendo una lanza en favor de la invitada. Ella debía de ayudarlos a que se vendiera, no mandarlos frente a paredón donde, de algún modo, ya estaban.
La blanca sonrisa se instauró nuevamente en el gesto de Zirconia que, acomodándose en su propia butaca, se cruzó perfectamente de piernas y giró hacia la izquierda. — Quizá muchos de los presentes no lo sepan, pero tenemos ante nosotros a una música… ¡y escritora! Si puede llamarse así, claro. — puso cara de situación, como si acabara de hacer una travesura y, con un movimiento de mano, hizo aparecer en la pantalla trasera algunos de los títulos de fanfictions que eran firmados bajo el renombre de “Cella56”. — No podía creerlo cuando me enteré, ¿y vosotros? — interactuó directamente con el público, el cual respondió animado ya que los títulos seleccionados tenían cientos de miles de visitas, y probablemente más de uno de los presentes los habría leído. — ¿Hay algo de real en todas esas historias? O, quizá, escribías esos pequeños deseos de vivir aventuras y amoríos de infarto, como, eso, deseos. Cuéntanos. ¿Qué te inspiraba?
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Hacer que nombrara o expusiera a su familia más cercana hizo que un peso insoportable se instalara en su cabeza. La enfermedad de su madre, el trabajo de su padre y las decisiones de vida de sus hermanos; una de estas última la que había llevado a que ella estuviera sentada ahí, sus palmas rodeando con fuerza el límite del reposabrazos. Lo peor no fue eso, sino la palabra desestructurada. Esa sí que hizo eco en su cabeza, traduciéndose en un profundo picor en sus ojos. —Bueno, sí. Tampoco es para tanto. —Eso fue lo único que pudo obligarse a responder, consciente de que no tenía demasiado sentido y que no había sonado convincente. No quería que sintieran pena por ella, tampoco que abuchearan a Preston. Su hundió más en el asiento, echando la espalda hacia atrás.
Nunca había pensado que tenía una familia desestructura hasta aquel momento.
Pero aquello no fue lo peor, sino solo el comienzo. La tristeza que pudiera haber llegado a sentir ante la mención de su familia y aquella calificación se evaporó en un instante, dejando paso a la rabia y un profundo e intenso sentimiento de humillación.
Giró la cabeza cuando sintió el cambio de luces e iluminación, teniendo que volverla rápidamente por pura y absoluta vergüenza. Sus mejillas se tiñeron de rojo, sintió el calor trasladándose hacia sus orejas. ¿Cómo lo podían saber? Había usado un pseudónimo. Ni siquiera le consolaron los aplausos ni el tono animado del público, su mente repitiendo una y otra vez lo mismo: que era el momento más vergonzoso de toda su vida. —No, a ver. No —respondió de manera acelerada, moviéndose incómoda sobre el sillón—. No son mis deseos, son los de todo el mundo. O sea, algunos sí que son míos, pero no todos. —Qué horror. Eso estaba siendo un infierno. De repente, fantaseó con la idea de que los tributos del dos lanzaran flechas que se clavaran por todo su cuerpo. Cualquier cosa sería mejor que estar parada ahí, contestando a eso—. Pero un poco sí que es eso. El instituto se vuelve aburrido y mi vida nunca ha sido muy interesante que digamos. Por eso empecé a escribir esos... esas... historias. Y a jugar a videojuegos. Era una forma de que todo resultara más interesante. —No supo de dónde sacó la voz ni las palabras, pero quería salir del paso lo más rápido posible—. Pero es más por las aventuras que por los... amoríos. Eso nunca me ha interesado demasiado —Se obligó a callarse, solo porque sabía que, de seguir hablando, podría complicarlo todo mucho más. Solo le faltaba que le preguntaran sobre Sam y ella para que se lanzara contra el público con intenciones de abrirse la cabeza. Volvió a girarse sobre su hombro, rodando los ojos al observar que las portadas hechas por ella misma con un programa de edición aún se seguían mostrando en la pantalla gigante—. ¿Podéis quitar eso ya?
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El rostro de Zirconia se tornó de circunstancia ante las frenéticas respuestas de Paige, la cual se mostró totalmente a la defensiva y, aunque no debía interesarle, le divirtió verlo. Ay, las debilidades, que fáciles eran de sacar a la luz. Alzó la diestra, golpeándose su perfecto labio inferior con el extremo de las uñas postizas, chaqueando la lengua y dejando ir un largo suspiro. — Pero no nos interesan los deseos de todo el mundo, querida, nos interesan los tuyos. — ordenó por completo la entrevista en apeas una frase.
Se retiró la melena hacia atrás, cruzándose de piernas y apoyando la espalda contra el respaldo de la butaca que ocupaba. Aburrida. Así comenzaba a estar, ¡y qué triste era aquello! Mucho más ante la petición de que retiraran las guías de sus creaciones. — Así quizá ganes un par de lectores más y, ¿quién sabe? Podrías ganarte al público con tus bellas historias. — pronunció guiñándole un ojo a la cámara cuando la misma tomó un grandioso plano de ella. — Pero pasaremos a la siguiente pregunta, estoy deseando ver a tu compañero de distrito. — anunció sin ningún reparo en evidenciar lo rancio que le pareció todo y el hecho de que se sentía curiosidad por el último tributo. — ¿Cuál crees que es tu punto fuerte, Paige? — preguntó directamente. — No nos hables de estrategias ni nada de eso, no nos interesa en verdad. Queremos saber si algo mascaría la diferencia. Aunque no des muchos detalles, hay oídos en todas partes. — agregó la última parte inclinándose hacia ella, como si nadie más las fuera a escuchar, y despertando las carcajadas del público.
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Al menos en eso estaban de acuerdo: Paige también se moría de ganas de que le tocara a Samuel, sobre todo porque aquello le daría la oportunidad de largarse. Además, por mucho que él lo negara, ella sabía que se le iba a dar mucho mejor hacerse con el público.
Su madre siempre le decía que tenía que estirar más la espalda, mantenerla erguida; que, de no hacerlo, acabaría teniendo problemas cuando creciera. Paiga no iba a crecer y, aun así, no dejó de recordar las palabras de su madre mientras trataba de mantener una buena postura. A punto estuvo de decir que su punto fuerte no era ninguno, pero paró a tiempo, la palabra ni siquiera llegando a salir de sus labios. Era penosa ante las cámaras, se le daba fatal gustar a la gente, también llamar su atención. Nadie pensaría que era adorable ni increíblemente simpática. Mucho menos interesante, pero... —Resulta que tengo buena puntería. No lo supe hasta que no empecé con los entrenamientos. Pensaba que se me iba a dar fatal, pero se me da bien. Tanto los cuchillos, como el arco y la ballesta. Será por jugar a tantos videojuegos. —Le dedicó una sonrisa tirante, mientras deslizaba sus pies por el suelo con cierto nerviosismo—. Y mi padre era profesor de pociones. Conozco las plantas y sus propiedades, también las de los venenos. —Aunque hacerlos se le daba fatal y se distraía cuando tenía que mezclar demasiados ingredientes, pero nadie tenía que saberlo.
Y eso era todo: las dos cosas que se veía capaz de hacer. Seguía pensando que no iba a durar demasiado, que sería carne de cañón y que irían a por ella; pero, si lo hacían, si iban a por ella o a por Sam, al menos había dejado claro que no temblaría a la hora de clavarles un cuchillo en el ojo. —Por lo demás, bueno, supongo que iré improvisando sobre la marcha. —Cruzó las piernas, manteniendo ambas manos apoyadas una encima de la otra sobre su regazo.
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Un ronroneo surgió de entre los labios de Zirconia que, atenta, se acomodó y giró hacia la izquierda para otorgarle toda su atención a la joven invitada. — Uy, parece que alguien ha dado bastante información. — se tapó la boca con una mano, arqueando las cejas en un gesto culpable, y arrancando algunas carcajadas del público. — Puntería y venenos, con eso podrías hacer un estupendo trabajo, Paige. ¿Lo veis como yo, queridos? — cuestionó al público que no dudó en responder con un rugiendo ruido ensordecedor que retumbó en el teatro, sacándole una orgullosa sonrisa a la presentadora y, acto seguido, se levantó y aplaudió en su dirección.
Los focos arrancaron destellos del esplendoroso vestido que portaba, y la diestra se estiró en dirección a Paige, ofreciéndole un agarre para levantarse. La zurda se alzó en el aire, moviendo los dedos para animar al público con sus vítores, siendo ella la que se bañaba en los mismos. — Nos encanta la improvisación y las sorpresas, siempre le da algo de chispa. — puntualizó con una triunfal sonrisa extendiéndose por sus labios y dejando a la vista la perfecta sonrisa que poseía. — Suerte, querida. — pronunció en un todo más bajo y dedicándoselo exclusivamente a ella en lo que soltaba su mano y le indicaba que debía regresar por donde hubo subido al escenario para poder dar paso a su compañero de distrito.
— ¿Cómo estuvo eso? ¿Os convenció? — preguntó en dirección al público con una carcajada tras tales cuestiones. — Su nota fue un seis, por lo que ya veremos cómo va en esa puntería que dice que se le da bien. — un gesto terriblemente inocente asomó en su rostro en lo que retrocedía sobre los tacones de escándalo que presumía y movía sus manos para que el silencio regresara apenas unos instantes. — Y, ahora, viene nuestro último invitado de la noche. Estáis tan tristes como yo, ¿verdad? ¡Que bien lo hemos pasado! — estalló alzando ambos brazos y girando sobre sí misma, entre risas, mientras los aplausos resonaban nuevamente en el lugar. — ¡Démosle la bienvenida a Samuel Hammond! — anunció a pleno pulmón el nombre del tributo masculino del distrito trece.
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Agradecía verse… Bueno, normal.
Después de todo el circo que había sido el desfile, Sam sentía que podía manejarse mejor en un atuendo no tan despampanante. Ya tenía suficiente con acostumbrarse a la idea de un puntaje irreal como para verse demasiado excéntrico. ¿Un nueve? ¿Él? Lo atribuyó a su cordialidad y a su inteligencia al momento de envenenar la lanza. Eso era todo. No tenía madera de vencedor y lo sabía.
Ser el último de una larga fila de tributos no ayudaba a calmar sus nervios. Jugueteó con la pulsera dorada que decoraba una de sus muñecas en más de una ocasión. Cambió el peso de una pierna a la otra y también tuvo que recordarse que no era momento de pedir ir al baño.
El turno de Paige le resultó entretenido y, siendo francos, se sintió un poco culpable al reír cuando vio cómo la obligaban a mostrar su atuendo. Paige debía de estar pasándola fatal, así que ya se burlaría luego; de algo tenían que reírse antes de la arena, de todas formas. Escuchó en silencio y con atención, un poco incómodo cada vez que aparecía de forma casual en la conversación. La risa se evaporó cuando notó cómo ciertas cosas que no sabía de ella habían acabado siendo de dominio público. Bien, eso era una invasión a la privacidad… algo que no le sorprendía, pero que no dejaba de ser de mal gusto. ¿Habrían revisado su dormitorio en busca de material? No encontrarían nada muy interesante, así que de seguro se inventarían algo. Genial.
Su nombre sonó tan fuerte que le pareció surrealista. Sam dio los primeros pasos con la adrenalina pellizcando sus talones. Un reflector le dio de lleno en los ojos y notó como tropezaba con sus propios pies, por lo que se enderezó con ambas manos en alto y una sonrisa tímida — ¡Estoy bien! — Aseguró con voz clara.
Zirconia no estaba lejos, pero los metros que los separaban le parecieron vertiginosos. Estrechó su mano con algo más de fuerza de lo que hubiera querido — Mi hermana sería capaz de besarme la mano con tal de tener algo de ti — admitió, sin pensar demasiado. Tal vez ahí estaba la clave. Si se olvidaba que todo era un espanto, quizá podía sobrellevarlo mejor.
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Los aplausos de bienvenida no se hicieron esperar demasiado para el tributo masculino del distrito trece que, como no, entró con buen bien al escenario. — Ups. — pronunció divertida sonrisa extendiéndose por sus labios. Ninguna de las chicas, con aquellos tacones de infarto, había tropezado, pero sí su último invitado. Extendió las manos en su dirección, como si de aquella forma fuera capaz de sostenerlo. Primero estrechó su mano, dedicándole una radiante sonrisa. — Eres nuestro último invitado, si nos convences quizás te entregue algo. — ofreció de inmediato, soltando su mano y llevándolas ambas hasta su hombro, arreglando la parte superior de su chaqueta.
Indicó que tomara asiento, situándose ella también en su butaca, y cruzando nuevamente las piernas. — Hablando de tus hermanas. Cuéntanos, Samuel, ¿cómo es tener dos hermanas mayores? ¿Son muy diferentes a ti? — preguntó Zirconia con las piernas perfectamente cruzadas y las manos apoyadas la una sobre la otra en su rodilla. — Por lo que sabemos… una de tus hermanas también estaba en las urnas del distrito trece, ¡que suerte que no fuisteis elegidos ambos!, ¿no? — agregó rememorando el hecho de que podrían tener otra historia de dos hermanos en la arena, pero no tenían esa suerte. ¡Con lo que adoraba el drama y una buena tragedia!
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— Creo que con un autógrafo estará bien — intentó no fijarse en el modo que le acomodaba la chaqueta y, solo por inercia, puso las manos en los pliegues y enderezó la postura. Había pegado el estirón durante el último año, pero no era alguien que supiera lucirlo. Quizá verse como una especie de muñeco de pastel del Capitolio pudiera darle una mejor imagen, incluso cuando no tenía ni idea de qué era lo que deseaba vender.
Sam se acomodó en el asiento, pero se mantuvo erguido y con los pies cruzados. Se le escapó un silbido largo — Es agotador — aseguró con un ruedo de ojos —. Solían maquillarme y vestirme con sus ropas cuando era niño, así que me crié siendo algo así como el juguete viviente dentro de mi casa. Tengo que admitir que estar aquí hace que todo sea mucho más silencioso. La verdad es que las extraño — jamás habían sido muy unidos. Su mueca involuntaria de disgusto dejó en claro que una parte de él se arrepentía de eso.
Unió las manos y jugueteó con sus pulgares. Intentó forzar una sonrisa, pero acabó mordiéndose el labio inferior — Lo pensé cuando me enteré sobre la historia de los chicos del dos — confesó —. Alguien tendrá que cuidar de mis mascotas si no regreso, así que… — se encogió de hombros —. Prefiero ser yo quien pase por esto y no ellas. No podría siquiera intentarlo. La familia no se toca.
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Un autógrafo, bueno, al menos era algo sencillo. Sonrió y asintió con la cabeza, concediéndolo de buena ganar y sentándose en su asiento para dar inicio a la entrevista. Apoyó las manos sobre sus rodillas, escuchando el relato con clara diversión. — Si, ¿verdad? Seguro que te veías adorable con ese maquillaje y ropa. — hizo un puchero de ternura. — Aunque espero que algunas de esas prendas llevaran brillo, porque todo se mejora con unos buenos reflejos. — habló moviendo sus manos para que las brillantes piedras que portaba en las mismas brillaran ante los haces de luz de los focos. Pero su entretenimiento quedó en segundo plano, poniéndose seria y asintiendo con seguridad. — La familia no se toca. — aseveró, mostrándose de acuerdo con él. — Aunque en esta edición tenemos demasiados tristes casos de incompetencia familiar. — puntualizó frunciendo los labios.
— Estarán bien cuidadas entonces. — mencionó en relación a sus mascotas, encogiéndose de hombros y disfrutando del ‘buen humor’ y simpatía que parecía tener Samuel. — ¿Cómo fue el momento en el que encontraron a aquel humano escondido en vuestra casa? — preguntó sin reparo alguno, despertando algunas exclamaciones ahogadas en el público, incluso permitiendo, en un inicio, que un par de abucheos se extendiera por el teatro. Mas alzó la zurda, pidiendo silencio y girándose hacia Samuel, esperando su respuesta.
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— ¿Tú crees? — Sus cejas se arquearon con fingida sorpresa — No se me ven bien los brillos. Soy demasiado pálido, de seguro acabo luciendo como una bola de discoteca — no es que tuviera mucha experiencia con ellas ni mucho menos, pero las había visto en películas y eso bastaba. — Aunque tú no tienes ese problema. No conozco a otra persona que pueda lucir ese naranja sin parecer una toronja — apuntó las uñas de Zirconia con el mentón.
De verdad agradecía que no se le estuviera enroscando la lengua, porque no tenía la menor idea de lo que estaba diciendo. Frunció el morro. “Incompetencia familiar”. Ya podía oler por donde venía la cosa y se removió en el asiento con algo de incomodidad.
Notó calor en las mejillas, agravado por la reacción general del público. — Directo al grano, ¿eh? — Vamos a decirlo, Samuel no estaba orgulloso de su padre. Se había criado en un NeoPanem donde la palabra “muggle” era insultante. Tampoco podía entender cómo era que su padre había sido tan desconsiderado, por muy buenas que fueran sus intenciones. Pero era su padre. Él había visto la necesidad en ese hombre y, en cierto punto, se había compadecido.
Sam se frotó la barbilla con los nudillos — Yo lo encontré — confesó —. Fui al ático a buscar un par de frascos para hacer una tarea y me topé con que había un hombre escondido entre los adornos de Navidad. Estaba enfermo y herido, así que mi padre creyó que era una buena idea sacarlo del mercado y meterlo en casa. Ni hace falta que lo digas — levantó las manos para detener cualquier comentario —, sé que fue algo estúpido. Mi madre no tenía idea de lo que sucedía y esto no solo destruyó su matrimonio, sino también nuestra vida. Fue un error — Porque eso era lo que querían escuchar. ¿No? Que ellos se equivocaban, que podían adaptarse a sus normas, que seguir respirando era algo que podía hacer sin meter la pata.
De seguro su familia lo estaría mirando con malos ojos. Sam dudaba de tener la oportunidad de explicarse, pero confiaba en que lo conocían bien como para saber por qué estaba hablando de esa forma — Nunca volví a ver a papá de nuevo. Y ahora estoy aquí, así que… — se encogió de hombros —. Al menos, no me ha ido tan mal hasta el momento. Probé todo el mini bar de la planta trece y los entrenamientos pudieron ir peor. Supongo que a mi mamá le vendría bien saber eso.
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Entrevista del distrito 13
13.08.2471
El rostro de Zirconia se llenó de orgullo ante los halagos de Samuel, no pudiendo evitar llevar ambas manos hacia sus labios, mostrando el contraste de las largas y naranjas uñas con su tostado tono de piel. Ella lucía bien absolutamente todo; solo se necesitaba una buena percha. Sonrió, culpable. No tenían mucho tiempo, y no le gustaban las entrevistas insulsas. Su rostro mutó de expresiones, quedando sin palabras un instante. Pero solo uno. — ¡Por supuesto que fue un error! — aseguró alzando el dedo índice de la diestra, puntualizando. — Muchos podrían llamar aquel acto como… ¿Humanidad? ¿Empatía? — cuestionó en voz alta, moviendo la mano conforme hablaba y, finalmente, dirigiéndole una severa mirada a la cámara que la apuntó directamente. — Pero la cuestión es que ese “error” te ha traído hasta aquí, Samuel. Y esperamos que no se repita nunca más. — Él no tenía salvación posible, pero otros sí. Mas se obligó a sonreír acto seguido, quitándose hierro al asunto y siguiendo el hilo de sus siguientes palabras.
Un puchero se dejó ver en los labios de la mujer cuando se removió en la butaca, inclinando la cabeza con pesar. — Estamos llegando al final de la noche, pero nos queda una última pregunta para ti, Samuel. — habló con un tono más cercano, volviéndose hacia él. — ¿Qué crees que te hace diferente del resto de tributos con los que hemos hablado esta noche? —. Podía parecer una pregunta fácil, pero no lo era en absoluto si la había prestado atención a todos aquellos que lo rodeaban. — ¿Qué crees que te hará volver a casa a ti y no a ningún otro? — agregó, haciendo más énfasis en las preguntas, otorgándole una buena forma de venderse si elegía correctamente sus palabras.
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13.08.2471
Humanidad, empatía. Estupidez.
Sam hizo una mueca de disgusto. Su padre era un buen tipo, eso lo tenía claro. Tan bueno que los había jodido dentro de sus actos de amabilidad. Estaba lejos de estar de acuerdo con la esclavitud, pero no por eso se iba a volver un revolucionario. Lo único que le importaba en la vida, en verdad, era poder pasar de año y esperar la siguiente expansión de su videojuego favorito. — No hay mucha oportunidad para un segundo error. ¿No lo crees? — Intentó que suene como una broma, incluso cuando tenía bien en claro que sus palabras dejaban en claro otra cosa. Para el Ministerio de Magia no existían segundas oportunidades.
Asintió con la cabeza. No le importaba que la noche se termine de una vez. No obstante, la pregunta de Zirconia lo dejó en blanco. Giró la cabeza hacia el lateral del escenario, tratando de dar con el único rostro amigo en toda esa ciudad, pero sin encontrarla.
Suspiró. Sabía que estaba dejando que el silencio invada la entrevista por un minuto. Se mordió los labios y regresó a Zirconia — No soy un luchador — aseguró —, tampoco tengo una historia trágica que contar. Estoy aquí con una amiga. Una buena amiga. Y muchas personas de la escuela ni siquiera van a extrañarnos porque nunca supimos destacar entre los demás — la simple y llana verdad. Samuel no mostró ni un ápice de duda —. Pero quiero vivir. Quiero hacer las cosas bien. Quiero poder transformarme en la persona que nunca me atreví a ser y no, no soy el más alto ni el más fuerte, pero soy listo. Siempre lo he sido. Creo que la mente puede llevarnos a lugares que el cuerpo no podría ni imaginar. Y haré todo lo que esté a mi alcance para demostrarlo.
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13.08.2471
— Las segundas veces nunca pueden ser considerabas un error, querido. — puntualizó sus palabras. ¡Para nada! Una vez podía pasarse por error, pero no una segunda, entonces el problema era mucho más real. Se acomodó en el asiento y escuchó el relato de su invitado, como se extendía en las explicaciones, dándoles los detalles que tenía que darles. Los que el público necesitaba para querer u odiarlo. Aunque también era aburrido. Asintió en un par de ocasiones, dejando de prestarle atención ante sus últimas palabras y levantándose automáticamente del asiento. — La mente es el músculo más fuerte, Samuel. — aseguró. Los músculos sin saber como usarlos no servían para nada más que para ser admirados; que no se molestaría ni quejaría de ello, pero es una verdad universal que, quizá, en la arena no le serviría de mucho.
Estiró la diestra en su dirección, ofreciéndosela para que la tomara, y presionando sus dedos cuando así lo hizo. — ¡Despidamos así a nuestro tributo del distrito trece! ¡Samuel Hammond! — anunció de inmediato, alzando la mano contraria animando a que los aplausos se sucedieran. — Te deseamos la mejor de las suertes, y que no solo te esfuerces en demostrarlo, sino que lo hagas. — agregó soltando su mano e indicándole con un movimiento de la misma que podía marcharse por el mismo lugar que hubo entrado al escenario, quedándose mirando en aquella dirección hasta que el invitado desapareció por completo y, entonces, volviendo su cuerpo hacia el público.
Las caderas de Zirconia se balancearon suavemente, sus manos se elevaron pidiendo algo más de barullo entre el público y sonriendo ampliamente. — ¡Esta ha sido la última entrevista de la noche! ¿Qué os han parecido nuestros tributos? Muy diferentes, ¿verdad? — interactuó con ellos, caminando al frente y acercándose casi al borde del escenario. — Esperemos que la suerte esté de su lado. — apostillo guiñando un ojo al público antes de permitir que el sonido del himno de Neopanem de alzara poco a poco y ella retrocediera.
— Esta será la última intervención de Zirconia para los tributos del distrito 07. Las tres preguntas han sido contestadas y, a partir de este momento, ambos se pueden pasar a reclamar los 300 galeones que corresponden por completar la entrevista.
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