The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Paige M. Dalisay
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07/08/2471 madrugada Terraza PRIVADO

Si había logrado dormir algo, había sido de milagro. Ni siquiera el haber logrado un buen desempeño con los cuchillos había servido para que consiguiera lidiar el sueño de manera profunda; y eso que solo era el segundo día, pero Paige suponía que el resto de la semana sucedería lo mismo. Lo cual no solo era frustrante, sino también triste y deprimente. Se preguntó si conseguiría dormir bien alguna noche antes de morir.

De la misma manera que había hecho la mañana anterior, llamó al ascensor y pulsó el botón del piso superior. La diferencia fue que ese día aún era de noche, el sol se mantenía oculto y las estrellas que aún podían verse en el cielo nocturno brillaban en lo alto. Todo aquello, combinado con el jardín artificial y la cantidad de flores de colores, podría haberse considerado como un entorno bonito. Pero no lo era: no en ese lugar, no con el significado que tenía que ellos estuvieran allí.

Tomó asiento en el mismo banco que había ocupado la mañana anterior, con la única intención de pasarse unos minutos en silencio; unos instantes para tratar de no pensar en nada, tan solo con el silencio y el sonido de los grillos haciéndole compañía. No supo qué fue lo que le hizo darse cuenta de que alguien estaba a su lado, en el borde opuesto del banco; tal vez fuera un sonido, o quizás un movimiento involuntario. El caso es que giró la cabeza y se encontró con la figura menuda de una chica.

No quería hablar con los otros tributos. No lo hacía porque, sencillamente, nunca le había gustado hablar con gente. Se sentía ridícula y patética, con la constante sensación de que siempre decía cosas incómodas e incorrectas. En resumidas cuentas: nunca le habían interesado demasiado las relaciones sociales, pero menos aún en ese momento. No cuando la mayoría iban a acabar muertos, no cuando los estaban convirtiendo en rivales.

Sin embargo, le parecía incómodo quedarse ahí, callada y sin decir nada; sobre todo cuando las dos se estaban mirando, conscientes de la presencia de la otra. Carraspeó un poco, apartando los ojos y dirigiéndolos al cielo: —¿Tampoco podías dormir? —preguntó, percatándose nada más abrir la boca de la clara obviedad de su pregunta. Por supuesto que tampoco podía dormir; estaba allí, como ella, despierta a altas horas de la madrugada. ¿Veis? Pésima en las relaciones sociales—. He pedido que nos suministren pociones para eso: para dormir. —Unas pociones como las que solía darle su padre—, pero no me han hecho caso. Tal vez, si también las pides tú, creemos presión de grupo y nos las den.

Paige M. Dalisay
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Anya J. Durst
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07/08/2471 madrugada Terraza PRIVADO

No sé si me queda dignidad después del día que he tenido, de los entrenamientos fallidos y de las conversaciones durante la cena, pero lo que sé es que hay un límite de vueltas en la cama que puedo dar antes de sentirme completamente ridícula. Salgo de la cama y me pongo unas pantuflas que me han dado, que de tan suaves que son me parecen hasta incómodas, como si mis pies echaran de menos los zapatos demasiado pequeños que tengo que usar a diario.

Me meto en el ascensor, con algo de miedo de que alguien me vea. No porque esté haciendo nada malo, sino más bien por la costumbre de tener que escaparme de las cuidadoras que hacen guardia en el orfanato las noches que me fugo de la habitación. Mientras la plataforma sube, siento una sensación casi de vértigo en el estómago. La verdad es que jamás había pisado un edificio tan alto, en el once las casas no son así, son todas más bajitas.

Llego a la gran terraza y miro a mi alrededor. La verdad es que es un sitio bonito. Objetivamente bonito. Pero, como todo lo que hay en este lugar, me da escalofríos. Porque está claro que, si puede permitirse ser tan bonito, es porque mucha gente lo pasa mal para financiarlo, para que sea posible toda esta riqueza, todo este lujo, todo este mantenimiento. Me dejo caer en uno de los bancos y me abrazo las piernas. Apoyo el mentón en las rodillas y observo el cielo nocturno, las estrellas. Hay muchas luces en la ciudad y se ven menos las estrellas que en el once, pero estamos muy arriba. Si no estuviera a punto de morir, tal vez hasta disfrutaría del viento que me da en la cara.

En un momento dado, la puerta del ascensor se abre y aparece otra chica, algo mayor. La observo de reojo, y ella tarda un poco en percatarse de mi presencia. Cuando lo hace, agacho la mirada y tenso los labios, hasta que ella saca una conversación. Tiene una voz que me resulta agradable —No. No estoy acostumbrada a dormir sola en una habitación— reconozco. Aunque algunas de mis compañeras de cuarto sean odiosas, es cierto que con los años me he acostumbrado a dormirme acompasando mis respiraciones con las ajenas. La soledad me incomoda. Bajo las piernas y la miro, curiosa, cuando sigue hablando —¿Pociones para dormir? Eso estaría bastante bien— reconozco. Si llego a los juegos con ojeras no pasa nada, pero si apenas me sostengo por no haber dormido una noche entera en días tal vez tengo problemas —Lo pediré, también. Y a mi mentora. Tal vez entre todas lo logremos— propongo, frotándome las manos.

Vuelvo a mirarla y luego miro el borde de la terraza —Es un poco raro que no nos prohiban subir aquí. ¿Tú crees que si intentamos saltar habrá algún hechizo que frene la caída?— pregunto, y en mi tono hay un poco de diversión, esta vez —Supongo que sí. Esta gente nos quiere muertas, pero solamente delante de las cámaras— me respondo a mí misma, y sonrío un poco. Me dan bastante asco y vuelvo a mirarla —¿Eres del trece, verdad? Soy Anya. Del once— me presento, estudiándola.

Anya J. Durst
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Paige M. Dalisay
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07/08/2471 madrugada Terraza PRIVADO


Mientras esperaba respuesta, elevó la mirada hasta fijarla en el cielo. Las estrellas parecían puntitos brillantes lejanos y pudo fijarse en que alguna hasta parpadeaba; en su casa casi nunca solía mirar al cielo, acostumbrada a estar en su habitación con las persianas bajadas para que nada ni nadie la molestara. Ahí, le parecieron bonitas y hicieron que se  preguntara cuántas personas más las estarían mirando desde aquellos edificios altos e iluminados cuyas siluetas podían discernirse entre la oscuridad.

No se había preocupado por averiguar cómo había sido la vida de los demás tributos y, si se la habían contado, claramente Paige no había estado escuchando. La situación que existía en los demás distritos solo era algo que estaba ahí, pero a lo que nunca había prestado demasiada atención; por eso, cuando la chica hizo alguna referencia a lo de dormir sola, ella dijo: —Yo también tengo hermanos, pero dormíamos cada uno en una habitación distinta. —Porque, si estaba acostumbrada a dormir con gente, ¿por qué otro motivo podría ser?—. Son lo mejor, yo las usaba en casa. Era lo único que impedía que me durmiera a altas horas de la madrugada —tragó y puso sus manos sobre su regazo—. También usaba otras para la concentración, creo que esas también me vendrían bien. Siento que voy a tener que aprender demasiadas cosas de golpe. —Unas que, además, no le habían explicado en el colegio. Porque, ¿cómo y por qué razón le iban a explicar a lanzar un cuchillo o una lanza?

Sonrió ligeramente cuando dijo que lo hablaría con su mentora, pero su mueca resultó algo tensa. Dirigió su mirada hacia los límites de la terraza, donde la noche era clara y nada podía interrumpir el sonido de sus voces. —Sí. Creo que, si saltamos, algo nos haría rebotar hacia atrás. —Chasqueó la lengua, no pudiendo hacer otra cosa más que asentir cuando ella mencionó que solo los querían muertos si podían sacar beneficio de ello—. [b\Probaría a lanzarme solo para demostrarlo, pero no quiero que lo usen después para decir que intenté suicidarme o algo así.[/b] —Aunque, ahora que lo decía en voz alta, quizás pudiera usarse como una estrategia para dar pena. Pero Paige pasaba de eso, así que en vez de levantarse y dirigirse hacia la barandilla, apoyó la espalda hacia atrás, en el respaldo del banco—. Sí, del trece. Soy Paige, hola. —¿Qué más podía decir en una situación así? ”¿Encantada, espero que no mueras y que, si lo haces, seas de las últimas?”

Se humedeció los labios, no sabiendo muy bien qué decir ni dónde fijar la mirada. —No puedo creerme que mañana vayamos a tener que empezar los entrenamientos. ¿Qué pasaría si mato sin querer a un entrenador? No he cogido un arma en mi vida, solo en los videojuegos —bufó e inclinó el mentón, dirigiendo sus ojos al cielo—. Todo esto es un asco, y eso que ni siquiera mi vida era tan emocionante.

Paige M. Dalisay
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Anya J. Durst
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07/08/2471 madrugada Terraza PRIVADO

Le sonrío un poco cuando habla de hermanos, y me planteo por unos segundos si contarle o no que mi situación es distinta. Opto por hacerlo, finalmente, porque total... En unos días probablemente estaremos las dos muertas. O quizás no, quizás a ella le mandan cosas y se salva. Por su aspecto podrían mandarle cosas. Es... Agradable a la vista, ¿no? Es guapa. Eso parece por la poca luz que hay, al menos —No tengo hermanos. No que yo conozca, al menos— digo, rápidamente, centrando mi pensamiento en la conversación y agradeciendo la oscuridad que oculta mis orejas rojas —Vivo en un orfanato desde que vieron que tenía magia. Mis padres no son magos, nací en el mercado— le explico, con la vista clavada en la ciudad —Por eso comparto habitación. Somos un montón— me encojo de hombros.

¿Eso existe?— pregunto, impresionada, cuando menciona unas pociones para la concentración. A veces me da la impresión que lo único en lo que me concentro de verdad son mis cómics, en el resto de cosas mi mente es demasiado frenética, me cuesta mucho encontrar mis pensamientos dentro de mi cerebro —Ojalá tuviéramos, sí. Para aprender mejor lo que nos van a querer enseñar. ¿Crees que habrá sitios para aprender a diferenciar plantas venenosas y plantas comestibles?— pregunto, con duda.

Parece que ella tampoco va a saltar, pero las dos creemos bastante que algo nos impediría morir. Claramente quieren que lo hagamos delante de las cámaras. Me río cuando habla de matar a un entrenador sin querer y meneo la cabeza —¿Crees que nos darán armas de verdad en los entrenamientos? Sería como muy fácil que montáramos una rebelión o algo así, ¿no?— fantaseo —Yo creo que o tendremos armas de mentira o todos los entrenadores irán con hechizos protectores para evitar daños, ya sabes— le digo, aunque la imagen de un entrenador muerto por culpa de nuestra inexperiencia se me hace bastante graciosa.

Yo he usado cuchillos— le digo, entonces, mirándola —Nunca he atacado a nadie, por eso. Solamente he amenazado— me explico, como si eso lo mejorara —Hay muchos niños muy pesados en el orfanato. Y se meten con las niñas pequeñas porque a veces lloran. Y un día robé un cuchillo del campo donde trabaja un amigo mío, Nolan, y mira... Lo usé. Me castigaron sin postre durante un mes, pero mereció la pena— sonrío, orgullosa de mí misma.

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Paige M. Dalisay
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07/08/2471 madrugada Terraza PRIVADO

No se le daba bien eso: escuchar historias trágicas de los demás, pero mucho menos saber cómo reaccionar cuando estos terminaban y la miraban. Aquella se le hizo particularmente amarga, teniendo en cuenta lo familiar que le resultaba el actual mercado. Al fin y al cabo, ella era del trece y hasta tenía tíos y amigos cercanos de la familia que trabajaban ahí como vigilantes. Se frotó las manos sobre el regazo, tragando y pasando saliva. —Ah. Qué divertido. —No le parecía divertido en lo absoluto; más bien le resultaba un auténtico suplicio. Paige jamás se había planteado compartir habitación con sus hermanos como para, encima, tener la obligación de hacerlo con mil desconocidos—. Seguro que nunca te aburres.

Asintió con vehemencia cuando le preguntó por las pociones, colocándose un mechón detrás de la oreja. —Son geniales, ayudan de verdad. A mí me las hace mi padre porque es profesor de pociones, pero supongo que se podrán conseguir de otra forma. —No sabía si alguien más de su entorno las tomaba, pero era consciente de que no eran demasiado complicadas de preparar—. Lo malo es que producen insomnio, pero qué más da. Me gusta estar despierta de madrugada, son las mejores horas para inspirarse. —Por no decir que a ella le encantaba recalcar que era una persona “nocturna”; sentía que le daba un aire de misterio. No como aquellos a los que les encantaba madrugar y levantarse con los primeros rayos del sol: eso eran unos básicos y unos simples—. Supongo que sí, aunque se me da fatal memorizar cosas. Estoy segura de que todas las plantas me parecerán iguales. —Se encogió de hombros, chasqueando la lengua. ¿Era inteligente por su parte contar sus debilidades a otros tributos? Probablemente no. Con esa información, Anya ya sabía que en la arena podía darle para comer una planta venenosa sin que Paige se diera cuenta de que era nociva.

Jamás se había llegado a plantear que pudieran darles armas de mentira, por lo que la miró con una expresión llena de dudas y extrañeza. —Yo pensaba que se entrenaría con armas de verdad para hacerlo todo más real. ¿Sino qué vamos a hacer cuando entremos a la arena? No es lo mismo usar una espada de plástico que una de verdad. La de verdad seguro que pesa mucho más. —Lo que era algo terriblemente obvio, igual que decir que la espada real también podía rasgar carne humana.

Era más o menos consciente de que habría tributos con más conocimientos y experiencia con armas que ella. Es decir, tampoco es que aquello fuera muy difícil, pero escucharlo de una manera tan directa hizo que echara la cabeza hacia atrás y la mirara de reojo. —Creo que odiaría estar en un orfanato, así que entiendo un poco lo de las amenazas.Un poco, porque sería extraño entenderlo del todo. Se mordisqueó el labio, atrapando una pielecilla entre sus dientes—. Es que no me gusta mucho la gente. Hablan en exceso, sienten cosas, a veces hasta lloran... y yo no sé cómo lidiar con eso. —Desganada, se encogió de hombros, sabiendo que quería volver a centrar su atención en el tema del cuchillo—. ¿Cómo se siente el estar apuntando con un arma a alguien? ¿Es bizarro o, en cierto modo, te da una sensación como… de adrenalina o poder?

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Anya J. Durst
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07/08/2471 madrugada Terraza PRIVADO

La miro con duda e incluso algo de diversión. "Divertido" no es la palabra que usaría yo para describir el panorama precario de una habitación llena de huérfanas. Pero estar aquí preparándonos para morir ya es bastante deprimente, no me pondré a contar dramas de orfanato ahora mismo. No cuando estar aquí arriba está suponiendo, en cierto modo, un respiro de todo esto.

A mí también me gusta estar despierta— reconozco, sonriendo —En el orfanato me escapo al baño a leer cómics todas las noches— le explico, y levanto la mirada hacia el cielo. Preferiría leer en la cama, pero entonces todas las otras niñas empiezan a quejarse de la luz y del ruido de las páginas. Son muy pesadas, a veces. Pero por suerte ya he encontrado la forma de que me dejen en paz y poder seguir haciendo lo que quiero —Les digo a las cuidadoras que me duele la barriga, si me pillan, saliendo de la habitación, y me dejan ir al baño y no hacen preguntas— me quedo callada unos instantes —Supongo que deben pensar que tengo algún problema intestinal, pero ahora ya no importa— me río un poco, con algo de travesura, y dejo que mis ojos recorran las estrellas y las constelaciones. Una vez leí un libro que hablaba sobre ellas, pero soy incapaz de recordar ninguno de los nombres.

Sonrío ante sus palabras cuando habla de las plantas, y la miro a ella de nuevo —Yo es que creo que no vamos a aprender nada. No es como si tuviéramos meses para entrenar y tratar de memorizar y entender cosas— digo, pensando que unos días manejando armas y mirando plantas no nos van a servir absolutamente de nada. Si con años en el colegio apenas he aprendido algo útil más allá de leer, con una semana en un centro de entrenamiento no voy a hacer mucho más.

Cruzo las piernas, acomodándome en el banco, y aparto un poco la mirada cuando dice que odiaría estar en un orfanato. La verdad es que agradezco la sinceridad, muchas veces la gente trata de suavizar la experiencia y buscarle la parte positiva, pero la verdad es que es una gran mierda y no se lo desearía a nadie. No en el once, por lo menos —Pues en el orfanato hay mucha gente. Y mucha gente que llora— le digo —Y lo peor es que hay gente todo el rato— añado, con una mueca —Es imposible encontrar algo de intimidad o soledad. Y a mí creo que la soledad me gusta bastante— y digo creo porque está claro que no he podido probarla lo suficiente como para saber si me gusta.

Es raro. Pero la sensación... No está nada mal— reconozco, alzando los hombros por unos instantes —Da sensación de poder, sí. Aunque no tengo claro que me gustara demasiado hacerlo— al fin y al cabo, fue imponerse con la fuerza, que es lo que hacen siempre los poderosos con los más desvalidos. Por eso los aurores van armados y se entrenan, o los mayores pueden tener más poder, porque son más fuertes —Dices que no te gusta la gente. ¿Te estoy molestando, yo?— pregunto, de repente, mirándola —No me gustaría hacerlo. Pareces agradable— le digo, con total sinceridad. Me lo parece de verdad. Y es muy guapa, además.

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Paige M. Dalisay
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07/08/2471 madrugada Terraza PRIVADO

No pudo contener la sonrisa mientras Anya hablaba; era como si sus comisuras se hubieran alzado solas, entretenidas por la historia que le estaba contando. Paige no solía hacer eso: sonreír mientras alguien le contaba cosas personales, pero en ese momento le resultó sencillo. Incluso aunque no se imaginara en un orfanato y le costara empatizar, al final, su risa se unió con la de Anya cuando dijo lo de los problemas intestinales. —Yo haría lo mismo. Me daría igual que pensaran que tengo problemas intestinales si con eso puedo tener unos minutos a solas. Qué… agotador parece vivir ahí —concluyó y, viendo que Anya había subido su mirada para fijarla en el cielo, ella hizo lo mismo. Las estrellas brillaron y tintinearon ante sus ojos, y Paige se preguntó cuántas personas más las estarían mirando en ese momento. ¿Se podrían ver las estrellas desde la celda en la que tenían encerrado a su hermano? No lo creía. Por lo menos, desde esa celda, ella sí que podía verlas.

Se encogió de hombros, asumiendo que tenía razón. Aunque fuera solo en parte. Paige creía que estar en contacto con armas al menos serviría para saber con qué trataban, pero tampoco confiaba en volverse toda una experta en puntería. Aquello no era como un videojuego, estaba segura de que las flechas no se lanzaban de la misma manera.

Agradeció que no se escandalizara por sus palabras, que no la tachara de rara solo por no saber lidiar con las personas y sus sentimientos. Por no hablar de los grupos grandes: sobre todo, Paige detestaba los grupos grandes. No sabía qué hacer en esos entornos, no sabía cómo meterse en las conversaciones; no se había visto todavía en una situación así, pero sabía que, de hacerlo, probablemente solo acabara mirando hacia los lados con cara de confusión. —Parece una mierda. Jamás podría imaginarme en una situación como esa… Yo siempre necesito estar sola para hacer mis cosas, pensar o, simplemente, tomarme un respiro. —Si ella ya necesitaba tomarse respiros en su vida, no podía imaginar cuánto lo necesitaba Anya. No le gustaba compadecerse de las personas ni sentirse mal por ellas, pero sí que sintió algo parecido por ella: como que nadie se merecía vivir de esa manera, como que era injusto.

Decidió que, cuando empezaran las entrenamientos, cogería un cuchillo antes que otro tipo de arma. Solo para ver si ella tenía razón, si era posible sentir poder al sostener algo tan letal. —No creo que ninguno de los que estamos aquí nos sintamos bien al coger un arma. Aunque igual los hermanos del dos sí, esos parecen preparados para todo —comentó, encogiéndose de hombros antes de acomodarse más sobre el banco. Fue su pregunta la que hizo que se parara y pensara, que se tomara unos segundos para analizar cómo se sentía al hablar con ella.

No, no siento que me estés molestando —murmuró, manteniendo el mentón bajo y la mirada clavada en un punto indefinido del suelo—. También me resultas agradable, creo que podríamos haber llegado a llevarnos bien si nos encontráramos en unas… circunstancias distintas. Tal vez nos hubiéramos encontrado algún día por la calle. O, quizás, te hubiera adoptado una familia del treces y hubiéramos acabado siendo vecina —asintió, irguiendo la espalda antes de mirarla—. No suele pasarme mucho esto, las personas no suelen caerme demasiado bien de primeras. Samuel también me resulta agradable, es mi compañero de distrito. —Agradable y un poco desesperante y blando, pero agradable al fin y al cabo—. ¿Tú tenías alguna amiga en el orfanato?

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Anya J. Durst
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07/08/2471 madrugada Terraza PRIVADO

Asiento, distraída, cuando menciona que vivir ahí parece agotador. Realmente lo es. No me apetece dar pena o ser victimista, pero no le deseo a nadie pasar años encerrado en un orfanato. Mis hombros se elevan unos instantes, en un gesto de resignación ante lo que menciona —Yo también necesito tiempo sola. Siempre. Por eso me escapo de vez en cuando, también. Para poder estar sola un rato— antes me saltaba clases, pero desde que conozco a Edward me da un poco de miedo hacerlo, no quiero que llegue a sus oídos y decepcionarle. Y por su posición, podría llegar a sus oídos con facilidad, si preguntara por mí.

Edward. Me pregunto cómo habrá reaccionado a la cosecha del once. Tal vez se ha puesto un poco triste, sé que le caigo bien. Sino no haría todo lo que hace. Y Trina. Me pone triste pensar que nunca iré con Trina a la playa del cuatro, esa perrita tiene que ser adorable nadando. En fin, seguro que Edward termina encontrando una niña genial a la que apadrinar, incluso tal vez tiene en cuenta los consejos que le di acerca de qué niña era mejor acoger. Aunque la verdad es que me habría gustado ser yo esa niña.

Mi pensamiento se vuelve a centrar en la conversación que estamos teniendo Paige y yo. Porque ha hablado de los hermanos del dos, y yo cuando los he visto he tenido miedo —No me gustaría encontrármelos, la verdad— reconozco —Porque además seguro que van juntos a todos lados, y se entenderán y serán letales— hago una pequeña mueca. ¿Nolan y yo iremos juntos? No lo hemos hablado. ¿Es mejor que vayamos juntos, o que nos separemos? ¿Qué dolería menos? Pero a la vez siento que no quiero entrar en ese lugar sabiendo que voy a estar sola. Esto es muy complicado.

Una pequeña sonrisa de incredulidad me llena los labios cuando dice que yo también le resulto agradable, y la miro —A mí no suele pasarme esto de caerle bien a la gente de primeras— reconozco. Siempre piensan que soy demasiado bruta o un poco arisca, cuando lo que pasa es que no se me da bien la gente. Supongo que en estas circunstancias es más sencillo. Personas como nosotras vamos a compartir unos días de lo que nos queda de vida, y luego moriremos en unos juegos. O una de las dos morirá, por lo menos —Hubiera estado bien que me adoptaran en el trece y ser vecinas. Seguro que nos hubiéramos llevado bien— asiento, de acuerdo con ella.

Cuando me pregunta por los amigos asiento, con duda —Supongo que sí. Pero la gente de mi edad del orfanato está triste todo el día, porque sabemos que ya no nos van a adoptar y que tenemos que quedarnos ahí encerrados hasta que seamos mayores de edad— le explico —Así que tampoco es como si tuviera un grupo de amigos divertidísimo con el que pasarlo genial— añado, y me miro las manos unos segundos —Nolan, mi compañero de distrito, también es bastante agradable. Pero no sé cómo vamos a hacerlo. Somos amigos, no quiero verle morir— musito, y luego levanto la mirada hacia ella de nuevo —¿Samuel y tú vais a ir juntos, cuando estemos ahí dentro?— le pregunto, entonces. Tal vez su respuesta me ayude a aclarar la mente.

Anya J. Durst
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Paige M. Dalisay
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07/08/2471 madrugada Terraza PRIVADO

Los hermanos del dos imponían, pero había más gente que lo hacía. Durante el desfile, Paige no pudo evitar pensar en que la mayoría se veían más rudos, más mayores, más decididos o, en resumen, más algo que ella. Hasta Anya parecía tener más experiencia lidiando con gente, por no mencionar el hecho de que le había contado que había sostenido un cuchillo para amenazar a alguien. A esas alturas, las posibilidades de que Paige sobreviviera eran nulas.

Pensó en los tributos del dos. En el talante serio que los identificaba, en lo alto y fornido que era él. En lo guapa y decidida que parecía ella. —Aunque siento algo de pena por ellos. Debe de ser incómodo saber que tú o tu hermano vais a morir. —Paige jamás se había llevado especialmente bien con los suyos: ambos eran mayores, y no les separaban precisamente tan solo un par de años; aun así, sabía que no lo hubiera pasado bien asumiendo que iba a tener que ver su muerte.

La sonrisa de Anya, por muy pequeña que fuera, se le contagió. Paige subió las comisuras con timidez, regresando a su constante expresión seria cuando se dio cuenta de lo problemático y erróneo que estaba siendo eso; no podía permitirse que alguien le cayera bien, sobre todo si se tenía en cuenta el lugar y la situación en la que se encontraban. Se relamió los labios, tragó y se apoyó sobre el respaldo. —Yo tampoco suelo gustarle a la gente. Se me da demasiado bien insultar a los demás o enfadarme como para eso. Siento que nadie sería capaz de aguantarme durante más de cinco días seguidos. —Se preguntó si, en el caso de no haberse visto condenados a vivir aquello, Samuel hubiera logrado soportarla o tolerarla durante ese periodo de tiempo. Tal vez hubieran acabado siendo amigos—. Pues sí. Hubiera estado bien. —Más por Anya que por ella, en realidad: nadie se merecía pasar toda su vida encerrada en un orfanato.

De nuevo, una extraña oleada de culpabilidad le recorrió el cuerpo al escuchar sobre su realidad. Sabía que no debía sentirse así, que aquello no tenía ninguna lógica: no había nada que Paige, desde su posición, pudiera hacer para mejorar aquella situación. Se removió en el sitio, sus pulgares jugueteando entre ellos. —Ya, es que eso es una mierda. Ojalá nos hubieran tocado unos compañeros a los que no conociéramos de antes. —No quería llamar a Samuel su amigo, se negaba a hacerlo, pero nadie podía negar que lo suyo había sido mala suerte: año tras año compartiendo clase y, justo cuando habían empezado a hablar, los condenaban a muerte. Suspiró un poco, volviéndose hacia Anya cuando escuchó su pregunta. —Sí, eso hemos hablado. Al principio yo quería ir por libre, pero Samuel empezó a decir cosas como que no quería morir solo y no sé… Me hizo pensar. Es un ñoño. —Alzó un mirada hacia arriba, manteniendo los labios apretados—. Es confuso porque, por una parte, no quiero acercarme demasiado a él porque… a ver, es probable que muera. Pero por otra, no sé si quiero pasarme los últimos días sin hablar con nadie. Además, no creo ser lo suficientemente valiente como para enfrentarme a la arena en soledad. Mi idea era quedarme quieta en un sitio y esperar a que alguien me matara o que alguna piedra me aplastara. —Sonaba ridículo, burlesco y exagerado, pero era verdad—. ¿Tú crees que es mejor ir con alguien o por libre?

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Anya J. Durst
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07/08/2471 madrugada Terraza PRIVADO

Me quedo pensativa cuando habla de que debe ser difícil asumir que tú o tu hermano vais a morir. Nunca he tenido hermanos -que yo sepa- y, de tenerlos, nunca los he conocido. Supongo que lo más parecido a eso serían las niñas pequeñas del orfanato, y definitivamente no me gustaría tener que ver morir a ninguna de ellas —Sí, bastante incómodo— asiento, de acuerdo con ella. Por suerte para nosotras, no tendremos que estar con ningún hermano en la arena. Buscando el lado positivo a las cosas, supongo.

Suelto una pequeña risa cuando habla de insultar a los demás o enfadarse. La verdad es que es una forma mucho más sencilla de vivir, porque te proteges a ti misma de lazos emocionales que luego puedan hacerte daño —Te entiendo. Me pasa. De hecho, en el orfanato hay una cuidadora con una libreta donde apunta cada vez que alguien dice una palabrota. Cuando llevas diez, te toca un cuarto de hora extra de limpiar el comedor— le explico, mirando al cielo otra vez, con una sonrisa divertida —Tengo alrededor de seis horas acumuladas— me río entre dientes. Supongo que me he librado de esas horas, ahora, así que puedo comentarlo como si se tratara de algo gracioso que he terminado esquivando.

Asiento con una mueca cuando habla de la posibilidad de que nos hubiera tocado con compañeros a los que no conocíamos. La verdad es que hubiera sido mucho más sencillo para mí —Sí... Sería mucho más fácil. Mentalmente, digo— porque no tendríamos que preocuparnos por otra persona además de por nosotras mismas, y el peso psicológico sería menor. Escucho lo que dice de su compañero, y no puedo evitar pensar que la entiendo mucho, pero también entiendo mucho a su compañero. Abro mucho los ojos cuando habla de quedarse quieta y esperar a que la mate alguien o algo en la arena —¡No puedes hacer eso!— y es estúpido que lo diga yo, porque al fin y al cabo supondría menos competencia para mí —Es decir... Tú tienes posibilidades de ganar. Estoy segura. Le puedes caer bien a la gente, no eres de las pequeñas, tal vez consigues patrocinadores. Además, tendrás motivos por querer sobrevivir, ¿no? Gente a la que quieres en el trece, o una vida por delante, o... O simplemente no morir en este espectáculo de mierda para magos ricos— aventuro, levantando las cejas.

Cuando me pregunta a mí, sin embargo, hago una pequeña mueca. Porque no lo sé. No me lo había planteado, más allá de conversaciones puntuales con Nolan —Creo que estoy un poco de acuerdo con Samuel— digo, sin mirarla —. No creo que me apetezca morir sin nadie a mi alrededor. Y también estoy de acuerdo contigo. Me gusta la soledad, pero si tengo que pasar los últimos días de mi vida sola... No, gracias— la miro a los ojos, entonces, y sonrío un poco —No sé si iré con Nolan, no lo hemos hablado del todo. No me gustaría que tuviera que matarme alguien que me cae bien, pero tampoco sé si estoy dispuesta a verle morir. O si quiero que él me vea morir a mí. Si vamos juntos, sé que me apoyará. Si vamos separados, sé que sufriremos menos— musito. Y la miro, entonces, con algo de duda. No me gustaría que tuviera que matarme ella tampoco, que encima es muy guapa y mayor y no me mira con asco.

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Paige M. Dalisay
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07/08/2471 madrugada Terraza PRIVADO

Un cuarto de hora extra por cada palabrota. Paige no pudo evitar quedarse pensativa, la mirada perdida en el cielo estrellado mientras asumía que, de estar en su situación, se pasaría toda la vida limpiando. Rio ante el conteo de Anya, agradecida una vez más por no haber tenido ese tipo de vida. Si ya tenía que soportar las llamadas de atención en el colegio por nunca llevar la tarea hecha, ni siquiera podía imaginar la cantidad de normas que habría en un orfanato.

Por mucho que se hubiera acostumbrado a hablar sobre lo que podría pasar en los juegos, sabía que no estaba preparada para lo que estuviera por suceder. Su mente, inevitablemente, había creado escenarios: unos peores que otros, pero todos con el mismo y fatídico final. Aun así, sabía que era imposible valorar todas las opciones y que, cuando llegara el momento, todo sería diferente. Peor, incluso. Más catastrófico. Más triste y desagradable. Pero, sobre todo, más traumático.

El cambio de tono en la voz de Anya hizo que se sobresaltara y girara la cabeza en su dirección, algo sorprendida por sus palabras. Sabía que su primera alternativa era una basura: solo consistía en esperar, en aguardar para obtener un final que, igualmente, tarde o temprano iba a suceder. Retrasar lo inevitable le parecía un poco absurdo, en cierta medida. —No tengo ni media posibilidad de ganar —enarcó las cejas y pasó saliva, algo tensa de repente—, y es imposible que le guste a la gente si ni siquiera se van a fijar en mí. Nunca he llamado la atención en el colegio, así que tampoco lo voy a hacer ahora. Además, nunca resulto simpática ni agradable. —¿Y no era eso lo que buscarían los patrocinadores? Además de alguien capaz de dar un buen espectáculo. El único espectáculo que se veía capaz de dar era ponerse a discutir con alguien directamente el primer día.

Aunque sí que había partes en las que tenía razón: tenía una familia a la que quería, una lista infinita de cosas por hacer y el absurdo deseo de no morir desangrada en la televisión nacional. Se suponía que iba a ir a Ilvermorny, que su vida iba a cambiar en cuanto pusiera un pie en la nueva escuela: conseguiría nuevos amigos, iría a fiestas y dejaría de pasarse los días encerrada en su habitación. —Supongo que lo intentaré, aunque no cuento con obtener ayudas de los patrocinadores. Además, no quiero dejar a Sam solo. Quiero estar con él hasta el final. —Aunque, tal y como le había dicho a él: más le valía no morir antes que ella—... solo porque me da pena que se ponga a llorar o algo así.

Escuchó con atención, asintiendo de vez en cuando. Comprendía todo lo que decía, sus dudas y sus inquietudes. —Es una decisión difícil. Qué asco. —Ni siquiera sabía si ella había decidido todavía: quería estar con Samuel, pero no que le doliera en exceso cuando el final llegara y tuvieran que despedirse. O separarse. No sabía cómo ponerlo en palabras sin sentir un pinchazo en el pecho—. Yo no pienso ir a por nadie a no ser que venga a por mi primero. Si te interesa, que no lo sé, te diré que no voy a matarte. Me caes… bien, y no es mi intención clavarle una flecha a nadie que me haya tratado decentemente. —Se humedeció los labios, la miró de reojo—. Da igual si acabamos yendo juntas o no. No voy a hacerte daño ni nada. Aunque era muy probable que ni siquiera acertara el tiro, pero… no sé, no te mataré.


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07/08/2471 madrugada Terraza PRIVADO

La miro, un poco confusa, cuando dice que no tiene posibilidades de ganar, porque es una afirmación que en mi cabeza no tiene ningún tipo de sentido. Pestañeo unos segundos, confundida —No estoy de acuerdo— me encojo de hombros —Yo creo que en el desfile de carrozas creo que llamaste la atención— tal vez llamó la mía, y no la de todo el mundo, pero ese es otro tema —Y aunque no creas que eres simpática, seguro que en las entrevistas te visten guapísima y puedes atraer el interés de patrocinadores— lo cual me hace poner una mueca de asco por unos instantes, porque la idea de que por el aspecto físico la gente se pueda interesar por ti es un poco mierda —Y seguro que resultas más agradable de lo que crees— añado, porque la gente, o yo al menos, tiende a autolatigarse mucho y a creer que es una mierda, cuando en realidad no lo son, o no lo son tanto.

Sonrío un poco cuando habla de que su compañero pueda ponerse a llorar si ella muere y le deja solo. Y pienso en Nolan, y en que él no lloraría si yo muriera, tal vez, o lloraría pero seguiría luchando. Pero yo sé que me costaría mucho seguir luchando si viera a mi amigo morir ahí dentro —Muy difícil— reconozco, con algo de pena en el tono. La mierda de esto es que no hay una decisión buena. Todas son malas. Y todas conducen a una muerte casi segura. Así que toca, supongo, buscar el mal menor.

La miro con interés, escuchando su aproximación a la problemática. "La problemática", que en este caso es el hecho de que vamos a estar obligadas a enfrentarnos a gente que va a querer matarnos. Pero lo que dice me arranca una sonrisa y se me ponen las mejillas algo rojas cuando dice que le caigo bien —Me interesa saberlo. Gracias— agacho un poco la mirada —Tú también me caes bien. Y tampoco intentaré matarte ni nada de eso— le aseguro, para luego volver a levantar la mirada hacia el cielo estrellado que se extiende por encima de nuestras cabezas.

Supongo que yo terminaré haciendo lo mismo, si aguanto las primeras horas en esos juegos. Escapar, no atacar si no es en defensa propia, tratar de evitar todos los conflictos posibles. Buscar comida, tal vez —Si nos encontramos ahí dentro, podríamos... Hacernos compañía, supongo— le digo, mirándola a los ojos esta vez —Por lo de no pasar los últimos días de nuestras vidas solas, digo— añado. Y no sé si estoy proponiendo algo parecido a una alianza, pero sin duda Paige es una persona con la que no me importaría pasar mis últimos momentos.

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Paige M. Dalisay
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07/08/2471 madrugada Terraza PRIVADO

El calor subió a sus mejillas cuando Anya empezó a hablar de la entrevistas y del vestido que le pondrían. Aun así, aunque la arreglaran (como si ella estuviera rota o defectuosa), dudaba poder llamar la atención lo suficiente como para que alguien apostara por ella; además, pensar en estar delante de tanta gente y salir en televisión le ponía los pelos de punta. Sonrió un poco, valorando que hiciera el intento de querer animarla y guardándose sus palabras por si en algún momento necesitaba sentirse mejor. Sabía que lo haría, que lo necesitaría.

Cuando había salido de su piso y usado el ascensor para subir ahí, jamás hubiera imaginado que la conversación hubiera tomado aquel rumbo; en esos momentos, Paige se sentía reconfortada al saber que alguien más pensaba lo mismo que ella y estaba pasando por su misma situación, pero también preocupada al darse cuenta de que las dos correrían el mismo destino. Al menos una perdería a su amigo, al menos una no saldría de la arena.

Elevó el mentón para mirarla, sin saber muy bien a qué punto iba a llevarle todo eso. ¿Acababa de hacerle una promesa? Ni siquiera sabía cómo se iban a dar las cosas ahí dentro. No tenía nada claro y, de todos modos, se sorprendió al reconocer la sensación que le recorría el cuerpo como alivio. Uno por saber que no la apuntaría con un arma, que no solo podía contar con el apoyo de Sam ahí dentro. —Gracias. —respondió, su voz siendo apenas un hilo. No sabía qué responder a aquello, pero se sentía cómo lo más apropiado.

La propuesta llegó de manera inesperada, aunque sentía que todo en la conversación la estaba preparando para oír eso. No sabía por qué, pero sintió el peso de la responsabilidad sobre sus hombros; no quería equivocarse, no quería que la engañaran. Miró a Anya, sus ojos clavándose en ella durante un instante; y no vio maldad, solo a alguien igual que ella. En silencio, cruzó los dedos y rezó por no equivocarse. —Sí, creo que podríamos… Así sería más fácil, ¿no? —En los videojuegos, siempre se jugaba en equipo. Hasta los protagonistas de los que no eran online tenían siempre un par de amigos que los ayudaban. Tomó una bocanada de aire y lo dejó salir poco a poco—. El primer día puedes venir con nosotros, si quieres. No tenemos ningún plan, pero supongo que lo averiguaremos sobre la marcha.

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07/08/2471 madrugada Terraza PRIVADO

Me froto las manos con algo de nerviosismo en los segundos, que se me hacen eternos, que pasan hasta que obtengo su respuesta. Pero parece contenta con la idea de que podamos ir juntas. Y a mí me alivia saber que no me voy a enfrentar a los primeros minutos, cruciales, sola. Porque me aterraba la idea de no poder encontrarme con nadie, y sigo sin estar segura de que ir con Nolan sea la mejor idea para mí. No querré pasarlo mal, ni que él lo pase mal, ni ser una carga con la que tenga que lidiar durante los juegos.

Pero hay algo en la idea de ir con personas agradables, aunque sean casi desconocidas, que me tranquiliza. Y sé que cuando empiecen los juegos yo buscaré a Paige y ella me buscará a mí y tendré algo seguro sobre lo que avanzar —Sí, será más fácil— asiento, con una pequeña sonrisa —Ir viendo sobre la marcha me parece bien. Además, no es como que podamos planificar mucho, de todos modos. No sabemos qué nos vamos a encontrar ahí dentro— me encojo de hombros, firme creyente de la inutilidad de estrategias rebuscadas en un lugar en el que todo va a intentar matarte para dar espectáculo: un lugar diseñado para pillarte por sorpresa.

Me levanto, entonces, y estiro los brazos —Creo que volveré a la cama, a ver si logro dormir ni que sea un par de horas— le digo, entonces. Quiero tener un poco de energía para los entrenamientos, y si no duermo nada de nada seguro que voy a estar para el arrastre —Gracias, me ha gustado poder hablar contigo— le sonrío, agradable —¡Nos vemos estos días!— le digo adiós con un gesto de mano, sabiendo que voy a estar viéndola por todas partes estos días, inevitablemente, en el centro de entrenamiento. Me dirijo al ascensor con una pequeña sonrisa en los labios. Le he caído bien.

Anya J. Durst
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