The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Magnar A. Aminoff
Presidente
Recuerdo del primer mensaje :

El olor del tequila me mantiene más despierto que adormecido, el alcohol en mis venas ha dejado de poseer un efecto fuerte desde la cantidad que he consumido en mis años más jóvenes, en especial cuando te acostumbras a beber un montón de mierda que vaya a saber de dónde ha salido hasta que eres capaz de comprar botellas de mejor etiqueta. El calor se ha quedado fuera, no tengo la menor idea de qué hora es ni cómo debe lucir el cielo entre la cantidad de luces que van estallando a mi alrededor en lo que me muevo por mi espacio privado. Desde las alturas, puedo ver el movimiento inagotable de un casino cargado de millonarios y ni tan millonarios, personas que vienen aquí a jugar con el azar para creer que la suerte puede estar de su parte a pesar de la bazofia que consumen todos los días. Nadie actúa acorde a la realidad. Ellos se olvidan de lo que ha pasado hace tan solo dos semanas, unos meses, unos años. No ven lo que puede pasar si miramos hacia delante. Beben, comen, apuestan, vomitan, cagan, follan, siguen apostando. La vida de los que jamás han tenido que sufrir en piel, que no ven el mundo como yo lo veo. Un montón de cenizas que te carcomen los poros y que tienes que aprender a apagar su fuego, para alzarte sobre ellas antes de que te barran también. Tomar la mierda y volverla oro. Ese es mi talento.

Una voz fastidiosa que reconozco como uno de los elfos me indica que mi visita ha llegado. Vacío el pequeño cristal de un trago seco, me alejo de aquella baranda que me sirve para espiar la vida de las miserables criaturas que están derrochando sus galeones y apoyo el vaso sobre la mesa en lo que indico que le permitan el paso. Siempre me ha parecido muy curiosa la manera que tiene el universo de trabajar con nosotros. Quiero decir, recuerdo a Rebecca Hasselbach como una alma pobre del norte en tiempos menos felices y aquí estamos, como dos de las personas más poderosas dentro de un país por el cual los ancestros de todos los magos han estado tironeando cual pedazo de carne. Pero existen las plagas y nosotros debemos ser los fumigadores — ¡Rebecca! — es un saludo casi que entusiasta. Me apresuro a acomodar los vasos sobre la mesa, creando una pequeña hilera — ¿Puedo tentarte con algo? ¿Vino, whiskey de fuego? ¿Vodka, tequila? Ya sabes, para celebrar por los futuros triunfos — así de cruda es la confianza. Le enseño una sonrisa ancha, de esas que me arrugan el contorno de los ojos a pesar de apenas parpadear — Tenemos mucho de qué hablar y tengo intenciones de que no se te haga tedioso. ¿Un juego de póker? Debo advertirte que tengo fama de buen jugador, aunque me sentiría muy decepcionado si tú no puedes vencerme.
Magnar A. Aminoff
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Magnar A. Aminoff
Presidente
Un país no es una empresa, Rebecca. Si solo quisiera empleados, no tendría ministros — no hay fastidio en mis palabras, tampoco hay una frustración palpable, solo una transparente sinceridad que se refleja en mis ojos calmos — No te estoy pidiendo que te lances a un sinfín de misiones suicidas sin mi permiso, pero sí que cada tanto me presentes ideas o proyectos sobre el escritorio. La guerra será tu terreno y tú no eres una soldado cualquiera. Te quiero despierta. Estoy seguro de que eres lo suficientemente inteligente como para saber lo que un Jefe de Guerra debe hacer y que podremos trabajar juntos, a la par, como el equipo que tenemos que ser en un momento tan delicado como este. Si quisiera a alguien que solo asintiera con la cabeza, hubiese pagado por una prostituta amaestrada en lugar de buscar una mujer con todas las letras. No me gustan los lamebotas, son extremadamente aburridos y predecibles. Ya he tenido demasiado de ello.

No me esperaba pero tampoco me sorprende el que se acomode a mi la do, en una cercanía que no solemos tener en lo absoluto y que me mantiene firme en el asiento, con los dedos cerrados firmemente alrededor de mi copa. Ladeo la cabeza, busco con la mirada sus ojos en lo que la sonrisa que se ensancha en mis labios puede ser hasta inocente — Porque soy tu jefe — está claro que solo le estoy tomando el pelo, mis cejas se arquean como si no quisiera hacerme cargo de mis palabras en lo que bebo un trago corto — Porque si queremos que esto funcione, que podamos comprendernos cuando llegue el momento… Debemos empezar a tener confianza el uno con el otro. ¿Y la confianza no incluye secretos? — está claro que no le estoy pidiendo que nos pintemos las uñas y hablemos de nuestras intimidades, esto va mucho más allá de esas nimiedades. Asumo que me comprende cuando siento el peso de su mano contra mi hombro, me mantengo en mi sitio imperturbable, no puedo hacer otra cosa que teñir de sarcasmo mis facciones en lo que ella se pone de pie — No coincido, puesto que no miramos el mundo desde el mismo lugar que personas como Eloise Leblanc, Nicholas Helmuth o Hans Powell. Algún día me darás la razón, ya lo verás — cuando el planeta entero te pone en perspectiva, las similitudes quedan en evidencia. Las parias de Neopanem tenemos todas el mismo olor, solo buscamos maneras diferentes de encubrirlo.

La copa queda completamente vacía de un último tirón en lo que me acomodo en el asiento con obvio y renovado entusiasmo, que parece que voy a tener ideas ajenas y originales de una vez por todas — ¿Servicio militar obligatorio? Si consideramos el riesgo al cual estamos enfrentándonos todos los días, no lo veo una locura. Habría que mover algunas leyes y vaya a saber si nuestros ministros quieren ensuciar a sus niños de oro… — No veo a Oliver Helmuth o a Meerah Powell peleando más allá de una riña escolar sin riesgo, pero ya qué — Los nuevos reclutas son de utilidad cuando se trata de rastreo. No tienen mucha experiencia, pero nuestros enemigos no los conocen y eso los hace invisibles — sin intenciones de seguir bebiendo, apoyo la copa sobre la mesa y me inclino hacia delante. Esto me permite el frotar las manos entre sí en lo que puedo tratar de divisar cada una de sus facciones a pesar de la iluminación — Te propongo lo siguiente — me relamo antes de continuar, como si estuviera saboreando mis propias palabras — Planifica un nuevo programa de entrenamiento y la base de movimientos norteños y, cuando tengas cada uno de los detalles pulidos, nos juntaremos en mi oficina a debatirlo para poder llevarlo a cabo. Esto es de lo que te hablaba antes… — con un parpadeo, mis cejas se arquean — Intimidad, Rebecca. Intimidad y confianza.
Magnar A. Aminoff
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Invitado
Invitado
Está bien, te las presentaré cada vez que me des un espacio en tu agenda— contesto, si lo que quiere es oír ideas y proyectos de mí, puede tenerlos. —La próxima vez trata de no demorar tanto en encontrar un hueco para tratar conmigo. Soy tu Jefa de Guerra a fin de cuentas, ¿no?— pregunto, con un dejo que pone a prueba qué tanta franqueza podrá tolerar de mi parte sin que se le arrugue el ceño. —Esta no se ha detenido en ningún momento— le recuerdo, si bien nuestro ejército parece paralizado porque siendo jefa o no de las tropas, necesito que quien tiene la palabra final me diga en qué dirección vamos y no chasquee simplemente los dedos como si yo supiera interpretar la orden tácita, no usaré legeremancia en conocer lo que se espera que haga, cuando esas órdenes deben ser expresadas en voz alta La confianza a la que apela no es válida para mí, bien podría recomendarle que aprendiera él también legeremancia si quiere alguna especie de entendimiento conmigo que no necesite de palabras verbales, si es que ya no la sabe y aun si así fuera, también me resistiría a esa invasión. —Créeme cuando te digo que los secretos son los que muchas veces ayudan a sostener una relación entre dos personas, cuando todo lo que se espera de la otra es que realice un trabajo— digo mirándolo de soslayo.

Y sonrío a la mención de nombres, Eloise LeBlanc quien, por lo que pude enterarme y al verla con un bebé rubio, se desentendió de sus hijos por décadas lo que no la hace muy distinta a mí, Hans Powell que en sí mismo tiene la mitad de su genética igual a la de mi hija y Nicholas Helmuth, si quiere hablar de quienes vienen del mismo lugar, solo había una calle de distancia con los Helmuth… —No la miro de la misma manera que ellos, pero no te engañes creyendo que de la tuya sí— lo corrijo con un susurro calmo que no pretende contradecirlo, solo sacarlo de ese pensamiento erróneo que insiste sostener. Puedo dar la cara a esta guerra desde una posición que me hace mirar en la misma dirección que él, pero no es más que el oficio de soldado, por el cual me aceptó como líder de los licántropos y quiero creer que también como ministra. Por eso asiento cuando parece tomar mis palabras, más rápido de lo que pudo haberse decidido en la mesa con otros ministros, y su recomendación final hace que me ponga de pie, entendiendo que la conversación llegó a su fin. —Como tu Jefa de Guerra puedo ofrecerte profesionalidad y eficiencia— digo, mis manos en el interior de los bolsillos de mi casaca, —como tal también te aconsejo que confianza no sea nunca una palabra que pongas en tu boca porque no tiene cabida en esta guerra y para intimidad que busques una prostituta amaestrada, que sabrá darte un tipo de intimidad más satisfactoria que aquella que me pides y mi reserva no me permite— se lo dejo en claro. —Hablaremos en tu oficina cuando tenga la planificación— me despido, asiento con mi barbilla una última vez al mostrarle mi sonrisa y puesto que mis próximas acciones ya las tengo delineadas, mi tiempo aquí se acabó.
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