Asomo la nariz dentro de la caja que tiene la palabra “frágil” escrita con una letra poco grácil que reconozco como la de Will, topándome con un juego de vasos y tazas que me hacen reír entre dientes. Incluso para el té es un sujeto clásico, tanto como sus batas y sus pantuflas de mal gusto — ¿Quién lo diría? — acoto de manera divertida con un movimiento de la varita que, poco a poco, comienza a vaciar la caja de cartón para empezar a colocar toda la vajilla dentro de las alacenas abiertas de la cocina, esa que se encuentra iluminada gracias a la ventana que deja ingresar la luz del sol abrasador. Nunca me ha gustado mucho el verano, pero nadie puede decir que el clima no ha sido de ayuda para ponernos en acción — Ahora serás un sujeto aburrido del distrito ocho, lo cual significa que tendrás que chequear tu estilo de ahora en más. Tengo unos cuantos alumnos que pondrían el grito en el cielo frente a ciertas combinaciones de colores que son de tu gusto — está claro que solo estoy bromeando.

Darle una mano con la mudanza era lo mínimo que podía hacer. Sé que la vida de Will no ha sido la mejor en los últimos meses, no cuando en el ministerio lo han tenido en la mira después de lo que ha pasado en el departamento de misterios y ni hablemos de la desaparición de su sobrino, ese que no termino de entender cuánto es que le importa, pero asumo que al menos le ha prestado atención si presentó un aviso de búsqueda. Intento no tocar el tema, pero tengo que confesar que es más bien porque no tengo idea de qué decir en situaciones como esta y no porque no quiera meterme. Así que he hecho lo mejor que sé hacer: prestar mi ayuda para situaciones cotidianas, traer un vino para brindar y hablar de tonterías sin importancia, como absolutamente todo en mi vida hoy en día. Soy algo así como el claro ejemplo de la adulta amargada que jamás quise llegar a ser, pero de a poco me voy haciendo con la idea, en especial cuando el país entero no deja de agitarse por temas que no estoy segura de querer entender.

— Sé que te decidiste por el ocho porque querías vivir cerca de mí, no tienes por qué ocultarlo — me burlo en lo que cierro las alacenas, así puedo centrarme en la caja de cubiertos. Abro y cierro los cajones, hasta que encuentro aquel que tiene divididos los compartimentos para que los cuchillos, tenedores y cucharas sean ubicados — Sabes que si necesitas conocer el lugar, estoy disponible. ¿Te han dejado más tranquilo en el trabajo estos días, al menos? — que no es poco pedir. Por derecho le corresponde el pedirse una jornada de mudanza, aunque a estas alturas creo que le deben unas pequeñas vacaciones. El Ministerio de Magia, siempre tan amable y cuidadoso con sus empleados, valga la ironía.

Por la cara que le pongo, creo que queda bien en claro que no tengo ganas de explicarle qué es lo que tienen de malo sus combinaciones; a veces, si no tienes nada bueno que decir, es mejor no decir nada — Parece haber sido todo un negoción — tengo que admitir, que hoy en día la idea de vivir en el distrito nueve no parece ser la mejor de todas. Ya no es solo porque los rebeldes lo han tomado, no es como si éstos lo hubieran echado de su propia casa, sino más bien porque el gobierno no mira con buenos ojos a absolutamente nadie y, cuánto más lejos de los problemas pueda estar el ciudadano promedio, mejor. Sacudo una mano con un chasquido de la lengua, sin poder creerme que en verdad me esté agradeciendo, cuando está claro que jamás voy a negarme a algo como esto — Mi agenda se estaba dividiendo entre venir aquí, visitar a mi abuela o mirar la televisión, así que verás que no tenía otra opción — bromeo, moviendo mis cejas de arriba a abajo. Que va, fue lo más tentador. No soy una persona con un enorme círculo social y una lista eterna de actividades — No te preocupes. Si veo un zapato, prometo no meterlo en la nevera.

— Conozco un sitio que hacen las mejores pizzas de la zona y no están nada caras. Hazme acordar que luego te pase el contacto — me acerco para asomarme por encima de su hombro, que bastante alto me queda, para tratar de ver qué es lo que tiene ahí. Arqueo mi ceja izquierda, que la verdad no entiendo cómo es qué ha etiquetado algunas cosas, pero opto por no decir nada — ¿Charles Sawyer? Tenía aspecto de no saber ni dónde estaba parado — o al menos, es toda la impresión que me dio las pocas veces que me lo crucé en el ministerio — Pero a estas alturas, nada me sorprende. ¿Dónde quieres que ponga la cafetera? Estoy segura que en ese rincón se verá genial, pero ya tú me dirás — que no voy a organizarle todo por mi cuenta, por muy tentador que sea. Me vuelvo a centrar en él tras un enorme suspiro, sin saber muy bien por dónde comenzar — No tienes la más mínima idea. Este año he estado a punto de renunciar al menos tres veces — no es como que los niños sean mi fuerte y a veces dudo de si Eloise Leblanc me lo permitiría, pero debería quizá tirarme el lance —  Me encantaría hacerlo, de verdad. Una cosa es trabajar con chicos en una actividad que disfrutan, pero en el colegio… están atrapados — y no son los únicos.

Tironeo de algunos cables para evitar tropezarme y pongo la cafetera sobre la mesada. La acomodo y mantengo una de las manos sobre ella, como si de esa manera pudiese medir mejor cómo es que se ve en el rincón — No lo sé. Me gustaría decir que voy a encarar este año que viene de manera diferente, pero no tengo la más mínima idea de dónde me encuentro parada ahora mismo, Will — declaraciones fuertes para hacer entre un montón de cajas de cartón. Hago una mueca, de esas que arrugan mi nariz como un conejo inquieto — Son muchas cosas. El instituto, el Royal, mi familia, NeoPanem en sí mismo… ¿Es normal el querer tomar vacaciones de una misma? — no es realmente posible, al menos que en su trabajo tengan una forma de sacar el alma del cuerpo por cinco minutos.

Apenas y le sonrío, que lo único que puedo hacer es esperar a que él mismo saque la resolución que sus palabras van guiando, hasta que lo hace. Tengo que reprimir la risa, esa que acaba sonando entre dientes en lo que meneo la cabeza y acomodo el electrodoméstico con sumo cuidado, dejándolo en la esquina en la cual se ve bonito. Coloco el cable por atrás, pero no lo enchufo — Debe ser por eso que somos dos personas adultas que no han tenido hijos — acabo decidiendo. Ignoro que él ha perdido a una esposa y que a mí la vida me ha pateado por tantos lados como para pintarme con un perfil de madre. No, es más fácil tontear al respecto y buscar culpables donde no los hay — Yo acabo por no comprenderlos y tú serías la clase de padre que analizaría cada una de sus actitudes, haciendo que te odien al pasar por la pubertad. El mundo no necesita de esos conflictos ahora.

Prenso mis labios, los relamo y acabo por darme la vuelta con un aire completamente pensativo. Apoyo las palmas contra la mesada, encogiéndome dentro de mis hombros porque, a decir verdad, acaba de ponerme en jaque — No —  es mi respuesta más sincera, a pesar de que mi voz se siente un poco dudosa — Yo solo… Hace mucho tiempo que no tengo metas verdaderas. Creo que he perdido el rumbo hace años y lo único que hago es acoplarme a las circunstancias. Patético, lo sé. A veces creo que mi yo adolescente me miraría hoy en día y diría que es totalmente humillante lo que he hecho conmigo misma — la risa que se me escapa intenta hacer parecer que me estoy riendo de mí misma, pero en verdad es una emoción apagada. No es la primera vez que siento que me estoy desperdiciando y tampoco será la última — Siento que me he estancado, Will. Cuando era niña, soñaba con pintar estos cuentos infantiles que hacíamos con Andy y tenía todo mucho más claro. Luego pasó la vida y, frente a trabajos simples, sientes que hay algo que está mal, que un error se ha producido en los circuitos de tu existencia y que debes volver a lo que eras antes, como si la paz fuese un simulacro. Disfruto de mi empleo, pero no creo que sea lo que quiero hacer por el resto de mis años. Es… estar vacío.

No me he dado cuenta de que lo necesito hasta que paso el dorso de mi mano por mi nariz, desviando la mirada abruptamente en dirección a la ventana. La siento cristalina, aunque aún no me he quebrado — Tenía esta estudiante hace un tiempo… Fue mi asistente, le gustaban los niños y la pintura, así que era perfecta para serlo. Hace un tiempo se mudó al norte y ahora ahí está, con su cara pintando los carteles de los enemigos públicos. Le he dicho que se cuide, que se aleje de esas personas porque solamente le traerían mala suerte. Y luego he acabado siendo la profesora particular de una de ellos por órdenes del gobierno — suelto un chistido, haciendo un mohín — ¿Crees que nacemos con un destino, Will? ¿Crees en que hay fuerzas que te empujan en una dirección, que te sacan del sillón porque hay algo más allá fuera donde deberías estar?

— No entiendes cuánto te envidio — le respondo con divertido cansancio — No porque tengas una meta, sino por la simpleza de la misma — hay personas que viven su vida en un día a día, que encuentran gracia en tener una existencia que carece de grandes eventos y luego tenemos a los complicados por nacimiento, esos que buscamos un significado detrás de cada miseria o acierto que nos golpean y creo, en verdad, que no hacemos más que complicarnos por gusto. Mierda, por estas cosas es que comprendo lo mucho que necesitaba el hacer terapia. Nunca he sido una persona religiosa, pero he llegado a creer que hay alguna fuerza misteriosa que adora el reírse de mí, de mis malas decisiones y que acabaré descubriendo todo lo que “hubiera pasado si” el día que me muera. Una tontería, lo sé, pero cuando pasas mucho tiempo sola, acabas por crear escenarios e ideas ridículas dentro de tu cabeza.

Me acomodo en la mesada como si necesitase de hacerle lugar, cuando está más que claro que hay espacio para los dos. Junto mis manos delante de mí y, a pesar de tener la mirada perdida en un punto fijo, escucho cada una de sus palabras con suma atención. No le contesto de inmediato, puesto que no tengo ni la más pálida idea de qué es lo que quiero responder. ¿Quién soy en este punto de la historia? He estado aislada mucho tiempo, no tengo un papel que desempeñar y no me siento, ni por asomo, la luchadora que él describe y mucho menos la que el resto del mundo recuerda. Soy una profesora aburrida que come helado del pote en pijama con su gato gordo, que llora con comedias románticas que le parecen ridículas, que apenas tiene amigas y que, para colmo, no ha tenido sexo en una eternidad. Vaya manera de vivir la mitad de mis treinta. ¡Ah, sí, sumemos el factor de que ni siquiera estoy conforme con todo ese panorama!

— No me iría sin despedirme. Ya lo he hecho una vez y ha salido muy mal — le recuerdo, dándole un toquecito amistoso con la frente en su hombro, ese que me queda a la altura perfecta para recargarme en él. Lo hago, con un suspiro tan cansino que hace vibrar mis labios — Sé que me estoy reprochando de manera constante todas las cosas que hice mal y que no puedo cambiar, incluso cuando los años pasan y se van volviendo cada vez más lejanos. Sé que no quiero pasarme la vida siendo lo que soy ahora, así que la opción de quedarme quieta por mis alumnos no es una factible. Tal vez… Solo debería ir al nueve, hablar con Synnove sobre lo que ha sucedido y ver si eso me aclara el panorama. Siento que he dejado ir a alguien que necesitaba una mano, solo porque estoy segura en mi burbuja. Y luego está Andy… Que no sufre, pero que no me convence de que todo esto sea lo justo. ¡Pero es que choca con todo lo que he creído durante años! — no puedo ver la solución a todos mis problemas en falsas promesas que salen de la boca de un Black inexperto y posiblemente mentiroso. Alzo la mirada hacia él, de seguro debo verme como un cachorro desamparado — Además… Tú los viste, Will. ¿O vas a decirme que los rebeldes son pacíficos como ellos aman decir?

La manera que tengo de arrugar la nariz evidencia que no quiero darle la razón, porque si hay algo que he aprendido con el correr de los años es que las personas, crean lo que crean, siempre pelean por lo que ellos creen correcto y es todo un juego de perspectivas demasiado complicado. Sé que los Black eran una basura que se justificaban con el estatus de su propia familia y los Niniadis respondieron a toda la mierda que les salpicó por una eternidad, asumo que aquellos que se hacen llamar rebeldes solamente están contestando a las personas que los persiguieron y mataron por años. ¿Dónde caigo yo? No tengo idea, porque no puedo decir que esta sea mi guerra, sino la de ellos. ¿O no? ¿O sí? — Supongo que es verdad — es lo único que me sale contestar. Genial, he sonado como una niña caprichosa y resignada. No, no quiero justificar a un Black, pero como sea. ¡Y ya sé que estoy siendo hipócrita, pero puedo serlo dentro de mis propios pensamientos si quiero!

Lo que no entiendo es por qué reacciona de ese modo y, cuando se explica, tengo que reprimir las ganas de ponerme a reír como una histérica — ¿Es en serio? — me pican los ojos, porque creo que estoy por desbordarme de emociones. He pasado de la incertidumbre y la nostalgia al asombro y la resignación, porque la vida jamás se aburre de darme vueltas de tuerca. Por alguna razón, cuando giro la cabeza hacia él lo hago con una sonrisa tan grande que me duele la cara. Sí, todo lo que dice suena como Synnove, no solo ese apellido que conozco, sino también la personalidad de una persona que no entiendo cómo es que ha terminado con ese grupo tan escandaloso. Tal vez es una tontería, pero su accionar es lo que pone en jaque muchas de mis creencias. Syv es joven, pero no la veo capaz de seguir a nadie que se encuentre en una baldosa extremista. Si ella cree en las personas que tomaron el nueve, debe tener buenos motivos, al menos algunos que me gustaría escuchar sin ponerme ciega en lo que conozco de ellos.

— Bueno… — debería sentirme menos avergonzada, pero me encuentro enderezando mi espalda y aclarando mi garganta — No. Contactarme con Andy ha sido complicado, intentamos no hacerlo tan seguido para evitar el levantar sospechas. No es como que sea un secreto que tenemos historia — cualquier persona con memoria de hace veinte años puede contar el cuento de esos dos vencedores que eran amigos de la infancia. Que nosotros lo lleváramos más allá fue algo más íntimo — Y no es como que sepa en quien confiar o que tenga demasiados amigos. A la gente no le gustan las personas que tienen un historial manchado, creen que los guiarán por el mal camino y nadie busca arriesgarse — es como ser excluido socialmente de manera silenciosa, incluso cuando no lo puedas ver de esa manera. Prenso mis labios, pero acabo por sonreírle de manera genuina — Gracias por siempre escucharme, Will. ¿Crees que Syv nos reciba? No sé si quiera hablar conmigo. La última vez que nos vimos… Bueno, le di un par de consejos para que no se meta en problemas, pero dudo mucho de que los haya tomado — al menos, su cara en la lista de enemigos del gobierno me da esa horrible sensación, que va — No puedo creer que sea tu sobrina. ¿Por qué nunca lo mencionaste? — sé que yo tampoco lo hice, pero obvio que lo voy a reprochar de todos modos.

— No quiero ni imaginar lo que dirías de mí cuando recién nos conocimos — me burlo de su secreto profesional, ese que me saca una risita entre dientes y que, a decir verdad, no es algo que yo no pueda imaginarme sin siquiera haber estudiado un mínimo de psicología. No he tenido que pasar por ninguna institución para aprender una cosa o dos sobre cómo funciona el cerebro humano. Sospecho que es una de esas cosas que la vida misma te va enseñando, la naturaleza humana a veces es tan burda que me hace creer que hay solo un puñado de personas que pueden ver el mundo tal cual es, sin sus capas ni complicaciones. Los codiciosos en su sitio, frente a las personas que se creen libres. Y en el medio, como siempre, los idiotas, los ilusos, los que están de paso y abren la boca por el simple placer de hacerlo. Debe ser que tengo esos ojos porque he aprendido a mirar cuando era joven, cuando el análisis me servía para plasmar ideas en su momento infantiles. Ser víctima de los prejuicios de los que mi amigo habla es otro punto de importancia. Asiento, mi cabeza rebota una y otra vez en un suave vaivén que me recuerda a nuestras horas de terapia. Dar la razón, porque no hay nada más que acotar.

Cuando lo pone con esas palabras, sé que lo que he dicho fue una tremenda tontería y acabo por desarmarme en un bufido — Lo sé, lo sé. Pero he señalado sus elecciones como un posible error y no me siento muy cómoda yendo a tocarle la puerta tras la cual se esconde la vida que ha elegido y que yo he señalado como un potencial problema — me explico, demasiado elegante como para decir a secas que no quiero perder el orgullo que me queda viendo como me cierran la boca frente a un tema delicado. Puedo distraerme de mi propia estupidez al mirarlo con una sonrisa torcida — Es fácil. Habla con ella sin pensarlo demasiado — la ironía de Will es que creo que lo peor que le ha podido pasar es ser psicólogo. A un ojo ya analítico, le da tres vueltas más — Es solo tu sobrina, no una paciente. Tal vez nunca fuiste cercano a tu familia, pero este parece ser un buen momento para tratar un acercamiento. ¿No crees? Y no lo digo porque sus amigos te molieron a palos en el ministerio — hago una mueca de compasión a su dolor físico — Sino porque son la única familia que les queda y siempre es mejor tener una compañía en la cual apoyarse. Nunca sabes cuándo serán realmente necesarios — porque me he movido sola por mucho tiempo y no voy a negar que añoro los tiempos en los cuales mis problemas podían ser sujetos entre dos manos. Me quito un mechón de pelo de la cara, tomándome un momento de silencio para mí misma antes de tomar aire — En fin. ¿Visitaremos el nueve, entonces?