The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Nicholas E. Helmuth
Miembro de Salud
Recuerdo del primer mensaje :

Es una ironía que, de las pocas posibilidades que uno tiene de alojarse en una residencia como la de la Isla Ministerial, la que termine ocupando la casa que queda frente a la mía, a unos cuantos metros de los jardines que rodean la mansión en que vivo, sea nadie más y nadie menos que Rebecca Hasselbach, como una bofetada que me traslada a otros tiempos en los que compartir vecindario lo consideraba una desgracia menor. Menor por el poco interés que causaban los Ruehl en mi familia en aquella época, no porque no fueran una presencia fastidiosa. Casi como ahora, podría decirse, si no fuera porque los años me pesan y sé cuando tengo que dejar a un lado el orgullo para tomarme esta vuelta de acontecimientos como una cosa más con la que lidiar, al igual que dentro del trabajo, y no como una venganza rencorosa del karma que sufrimos. Eso no quiere decir que no me cause cierto desagrado el conocer que la persona que todos en mi familia juramos que no llegaría a mucho más de lo que era, porque las personas como ella no dan mucho de sí, ha terminado codeándose entre la población más privilegiada, es decir, ministros y sus hijos.

No puede sorprenderme la reacción de ninguna de mis hermanas, una por tanto y otra por tan poco, Ingrid fue de quién recibí la primera llamada, con su tono de indignación al que estoy acostumbrado y que, esta vez, comparto. De mi hermana menor no podría haber esperado otra cosa distinta, que sea quién se mofe de como las tornas han cambiado para algunos es un chiste al que recurre cada vez que tiene oportunidad, incluida la comida del domingo anterior al día oficial de la inminente autoridad de la nueva ministra. Tuve suficiente con que esta presencia fuera un estorbo para las ideas disparatadas de Sigrid, como para soportar que sean ahora mis sobrinos los que la observen curiosos desde la amplia terraza de la mansión. No se podría pedir que fueran menos evidentes con sus intenciones de husmear a la nueva vecina, a mi hermana solo le hace falta comprarles un par de binóculos para hacerlo todavía más obvio.

Yo mismo observo desde la altura que aporta la terraza de mi dormitorio el panorama de la tranquila calle de nuestra residencia días más tarde, siguiendo con la mirada la figura de mi hijo, enfrascado en lo que sea que esté escuchando desde su teléfono. Me volteo para regresar dentro cuando por el rabillo del ojo aprecio a ver la cabellera morena de Maeve, tentado a quedarme unos segundos más, me retiro solo por la simple idea de empezar a parecerme a Ingrid, quién más de una vez ya me ha reclamado sobre las libertades que le pongo a mi hijo. Tras varios minutos decido que yo también necesitaría de un poco de aire fresco para ventilarme, compruebo que los dos chicos han desaparecido de mi rango de visión antes de que pueda recibir una advertencia de estar vigilando, cuando lo que debería estar vigilando es el otro lado de la calle cuando me volteo y veo a Rebecca aparecer, casi salida de la nada.  — Ministra — la saludo, consigo mantener un tono neutro cuando lo digo — ¿Día duro en el trabajo? — pregunto por cortesía, a pesar de que se puede apreciar la sonrisa de plástico.
Nicholas E. Helmuth
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Nicholas E. Helmuth
Miembro de Salud
Lo considero un halago que se vea incapaz de discutir conmigo, si arrugo la nariz no es por eso, sino por lo que dice después. — ¿En qué momento dejarás de ser tan vulgar, Ruehl? — porque sé que le molesta horrores que siga utilizando ese apellido, lo hago sin remordimientos. Casi me puedo ver rodando los ojos y suspirando por la expresión que utiliza, pero hay algo a lo que llaman etiqueta, ya no voy a hablar de educación, la cual debe de ser una palabra inexistente en su vocabulario, que ni siquiera en un lugar rodeado de personas correctas y enseñadas en las buenas formas, como lo puede ser una residencia de ministros, puede tener un poco de civismo. Supongo que una vez uno se acostumbra a vivir entre ratas y miseria, es muy difícil acoplarse al comportamiento de una civilización moderna.

Todos estamos aquí para hacer el trabajo que se espera de nosotros, no te creas especial por ocupar el lugar de alguien que no parecía tener eso claro, que los demás continuemos en este mismo barco significa que estamos haciendo lo mismo. — manifiesto de forma firme, con la única intención de bajarla de esa nube de ego que se ha creado para sí sola, no vaya a ser que todavía se trague su propio discurso petulante. Ni siquiera me molesta que se acerque, no necesito de mi altura para demostrar que seguimos estando en diferentes escalones, por mucho que se codee entre ministros y beba champagne por las noches. — Aunque me alegra que veas esa parte tan lúcidamente, que no desees quedarte de veras refleja que no perteneciste en el lugar desde el principio. — no me cansaré de decirlo. Personas como ella, independientemente de su condición, son las que no están hechas para mantener un puesto como este durante mucho tiempo, por mucho que le pese, ella misma está admitiendo que no es más que alguien que Magnar está utilizando para usar y tirar, en cuanto tenga el trabajo hecho, él mismo será quién le de la patada y la regrese a donde tiene que estar.

Me aclaro la garganta, apartando la mirada de ella a pesar de no mover un centímetro de mi cuerpo. — No quieres hacer un concurso sobre bondad, Hasselbach, no harías más que ponerte en evidencia a ti misma, me temo — si no me río en su cara por esta nueva faceta de moralista que tiene, es precisamente porque conozco de clase, algo que no puedo ni empezar a imaginar que ella tiene. Pero si algo no voy a permitir, es que venga a darme lecciones de este tipo cuando Rebecca misma tiene todas las papeletas de montar una guerra por su propia mano — Tus palabras son basura para mí, no sé cuándo es que vas a comenzar a entender eso, pero me hace excesiva gracia que siendo tú, alguien que no es capaz de mirar por nadie más que sí misma, trates de ver por el bien de otros — muestro una sonrisa para nada afable, pero merecida — No te engañes, por favor, Rebecca, lo que estás haciendo por esa chiquilla no es más que una farsa, a la larga te darás cuenta, terminarás llevándola por la misma ruina que te llevaste a ti misma. Si de verdad quieres hacerle un favor,  aléjate de ella — le digo con calma, una que no siento desde que ella se ha acomodado en estos jardines. Eso no me quita de ser yo esta vez quien rompa con la distancia para atrapar con velocidad su muñeca. — Y en cuanto a mi familia… no quiero verte cerca de ninguno de ellos — aviso, puede tomárselo como amenaza si quiere, pero por si acaso lo dejo bien claro antes de soltar su brazo.
Nicholas E. Helmuth
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Invitado
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* * *

Después de Run boy run

¿Estás pidiéndome a mí que vea por el bien de tu sobrina?— arrastro mi voz en un falso asombro al ruego que lo tiene parado sobre la alfombra de mi despacho en la mansión, porque de ninguna manera lo invitaría a sentarse, cuando soy yo la que ocupa la silla detrás del escritorio con las piernas cruzadas y los codos hincados en los apoya brazos para juguetear con las puntas de mis dedos como si tuviera entre mis uñas a una diminuta presa. —¿Qué te hace creer que puede importarme el bienestar de alguien más allá de mi misma?— sigo con un tono dulce, porque todos los venenos son dulces, en especial los que están hechos con palabras que me escupieron en la cara, egos arrogantes que ahora tienen que venir a tocar a mi puerta cuando falta poco para la medianoche y quieren -con esa soberbia que les hace creer que lo que piden, lo tienen- que mueva lo que está a mi alcance para conseguir lo que quieren.  

Esta noche se ha puesto interesante cuando hace unos pocos minutos estaba por darla como terminada al meterme en la cama, así tendría unas horas de sueño antes de ir a la base al alba, cuando el edificio se encuentra vacío salvo los aurores en guarida, para poder entrenar a solas. Nunca pensé que un Helmuth fuera motivo para mover un dedo, mucho menos todo mi cuerpo para salir de las sábanas y colocarme la bata a prisa, y ni en mis sueños más locos, que se me pidiera que mueva a todo mi departamento para ir tras el rastro de una niña con este apellido. —No sé si debería involucrarme, Nicholas— meneo mi barbilla, —no debo acercarme a tu familia y si pido que todo un escuadrón se mueva, lo haría un asunto personal. Un asunto que me obliga a acercarme a tu familia— lo susurro con una exagerada pena.

He detestado comportarme como una mosquita muerta para conseguir algo, preferí la agresividad para imponer lo que quiero, pero no es a Rebecca Hasselbach a quien ha venido a arrastrarse por un favor, sino a Anne Ruehl y ella lo era, ¿no? Se me clavan en los costados el filo de los comentarios que me juzgaban y me decían que de nada servía que mostrara una cara amable, estaba contaminada en el fondo y eso terminaría por emerger, que la amabilidad es solo cubierta que cae a final. — Debería permanecer alejada de este asunto, ¿acaso no todo a lo que me acerco acaba mal?— le recuerdo al arquear una ceja. Mi boca se va torciendo en una sonrisa que llega a cambiar todo mi semblante y en un tono más jocoso, muevo mi barbilla para apuntar hacia la vitrina detrás de la cual hay más botellas de las que alcanzaré a tomar en mi estadía en esta mansión. —Sírveme un trago, Helmuth, y convénceme de que alguien con tu apellido se merece mi ayuda. Sabes que el ministerio tiene otras prioridades en este momento, para volcar sus recursos en la búsqueda de una niña que se fue por su propia voluntad, dimé por qué debo interceder y dar la orden para que la tengamos como prioridad.
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Nicholas E. Helmuth
Miembro de Salud
Sé de sobra con lo que me voy a encontrar cuando me dirijo hacia la residencia de Rebecca a estas horas de la noche, para cuando me recibe con ropa de noche y una mirada crítica, me entran ganas de regresar por dónde he venido, si no fuera porque este es uno de esos momentos en los que tengo que patear mi orgullo y dejarlo a un lado, por el bien de mi familia. Explicarme me toma unos minutos acelerados cuando me da pie a entrar en su casa y prefiere acomodarse en su despacho para recibirme como cualquier otro pedigüeño corriente. No estaría haciendo esto de no ser por el evento de esta tarde, soy consciente de que la única persona que puede ayudarnos en nuestro propósito de encontrar a mi sobrina es la persona que tengo delante, así que tengo que tragarme todo lo que le escupí hace unos días y que ella misma no tarda en remarcar cada vez que tiene oportunidad. Y siendo que paso en silencio muchos segundos en los cuales ella habla, esas oportunidades son muchas.

Tengo que contener el suspiro cansado después de la tarde que he pasado hoy tras la información que me ha otorgado mi hermana, recordarme que estoy haciendo esto por ella es algo que tengo que hacer cada vez que Rebecca abre la boca. — Soy plenamente consciente de que no me expresé de la mejor manera ante tu nuevo puesto, de lo que te dije y como pudieron afectarte mis palabras, pero nuestras disputas no deberían sentenciar a una niña que apenas y sabe lo que está haciendo — si esto es lo que quiere oír de mí, ahí lo tiene — ¿Qué quieres que haga, Rebecca? ¿Quieres una disculpa? Te la daré, te daré lo que me pidas — espero no sonar tan desesperado como me siento, porque eso lo haría todavía cien veces más bochornoso de lo que ya es tener que recurrir a mi vieja vecina para tratar asuntos familiares, en especial después de todo lo que le solté.

Miro la vitrina que me señala con la barbilla y me trata como si fuera un camarero corriente, pero es otra de las actitudes con las que tengo que tragar y espantar el orgullo que me patea con cada frase que dice. Tomo un vaso y ya lo estoy llenado del contenido de la botella cuando lo poso en su escritorio, al lado dejo la botella una vez se ha vaciado el líquido. Yo en su lugar no pierdo el tiempo y saco mi teléfono del bolsillo de mi pantalón, desbloqueándolo para dejar ver una fotografía de mi sobrina que le tiendo para que pueda verla. — Katerina Romanov, estoy seguro de que la habrás visto un par de veces por aquí, es la hija menor de Ingrid, apenas tiene trece años — dejo los datos sobre la mesa, antes de ignorarlos y que ella pueda remarcarlos al final como una posibilidad a negarse, tratándose de mi hermana no me sorprendería, o de cualquiera de nosotros, en realidad. — ¿Vas a condenarla por errores que cometieron sus padres, sus tíos? Tú y yo somos personas que nunca vamos a estar de acuerdo en nada, pero los prejuicios que puedas tener sobre mí o mis hermanas, no deberían ser una razón por la que no ayudar a una niña inocente como lo es mi sobrina, solo porque nosotros no sabemos entendernos. — bien, no estoy diciendo nada que no sea verdad. Poso una mano sobre el escritorio, balanceando mi peso un poco hacia delante para tenerla más cerca — Te lo estoy pidiendo como favor, Rebecca. Si haces esto, la familia Helmuth estará en deuda contigo, yo estaré en deuda contigo — porque sé que no hay nada que quiera escuchar más que eso último, lo digo.
Nicholas E. Helmuth
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Invitado
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Que no se expresó correctamente, eso dice… —Creo que muy explícitamente dijiste que debía tener cuidado de cómo trataba a mis colegas si quería permanecer en mi puesto, ¿ahora eres tú quien se está replanteando cómo tratas a tus colegas?— pregunto, me veo en la necesidad de ir recordándole cada parte de nuestra conversación porque al parecer tiene un olvido muy conveniente de ciertos detalles, en mi caso la práctica del resentimiento me ha dado una memoria estupenda que pongo al servicio de los dos. —Tenías toda la intención de que tus palabras me afectaran, que lo hayan hecho o no es cosa mía, pero la intencionalidad estuvo y te juzgo por eso— lo he dicho, con disfrute, las palabras «te juzgo», para que sepa cómo me afecta lo que puede decirme desde su posición de ir señalando mis faltas y carencias. No podría ganarle una discusión a quien sabe vestirse con las palabras correctas, pero el juego de los favores es algo en lo que considero un ambiente que conozco.  

Mi semblante se vacía de expresión cuando menciona a la niña, puede tomarlo como indiferencia si quiere, no quiero que haya emoción que me delate y así se arruine esta conversación de negocios en la que estoy esperando que ponga las esperadas palabras sobre este escritorio. Lo hace, claro que lo hace. Y este sillón que ni siquiera me pertenece, que he ocupado en contadas ocasiones, es el trono más soberbio que podría haber pedido para tener a un Helmuth humillándose a mis pies. Me recuesto contra su cómodo respaldo y por la sonrisa que cabe en mi boca puede dar por hecho que esta vez sí, ha dicho lo que esperaba escuchar de sus labios y es más que lo correcto. —Si pudiera pedir cualquier cosa— lo digo con el susurro seductor de una criatura a punto de hundir sus colmillos en la presa retenida en sus garras, —no pediría una disculpa—. Por mi sonrisa que cada vez se extiende más debería saber que si va a servirse en bandeja, deberá atenerse a donde sea que decida infringir el daño luego.

El favor que pide puede ser para una niña inocente, pero el trato es entre nosotros y las condiciones se ajustan a él, a que no es un hombre en necesidad a quien tenerle compasión, no hay vulnerabilidad sobre la que se esté abusando, está bien plantado en este despacho como el ministro que es, con el apellido del que siempre gozó derechos, su desesperación es ropa de la que se desharé luego, porque por debajo sigue siendo el mismo y es el hombre que cree tener la autoridad para decirme en cada ocasión, que mi lugar está entre la paria. Recibo el vaso que me tiende y es parte de esta pantomima en la bebo sobre la desgracia de los Helmuth. —Es bonita— comento, no veo nada de Ingrid en ella, debe parecerse a su padre que si no me equivoco lo he visto en algunos actos políticos. —El norte es un infierno para las niñas así de bonitas— insinuó, sí, con la malicia que busca incentivar su desesperación. Porque es la verdad, un rostro así, una niña criada entre las comodidades del Capitolio, es víctima fácil de las malas intenciones que hay en esos distritos, y dónde pueda llegar a pasar esta noche, definirá sus días siguientes.

No puedo creer que de todas las familias, sean los Helmuth los que perdieron una de sus hijas menores en el norte. Es un castigo, así lo creo, por su arrogancia. Pero no comparto que los castigos deban caer sobre las generaciones más jóvenes, así que si debo interceder aunque no me corresponda a mí tratar de burlar el karma, lo haré. —Un infierno para a ti a cambio de sacarle a ella de uno— digo en conclusión a su ruego. —Tengo buena memoria, Nicholas, ya te lo dije. No te pongas en deuda con la esperanza de que lo olvide mañana— le advierto, —¿estás seguro?— se lo pregunto mientras saco mi teléfono del bolsillo de mi bata y se lo muestro. Tomo un sorbo de mi trago para dejar el vaso sobre el escritorio y ocuparme de escribir un mensaje que ponga en alerta los que están en guardia y también con indicaciones para los primeros grupos que se presenten mañana. Unas pocas palabras, listo. —Espera un momento— le pido a Nicholas con la mano en alto y marco uno de los números para llamar, aguardo hasta que responde al tercer tono. —Lancaster, te quiero fuera de la cama, ¡ya! Te esperan en la base de seguridad— cuelgo antes de que pueda replicarme lo que sea. —Hecho— digo al dejar el teléfono sobre la mesa y recuperar mi vaso.
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Nicholas E. Helmuth
Miembro de Salud
Soy consciente de que me muerdo el interior de la mejilla mucho más fuerte de lo que debería, al punto de que mañana tendré una herida por seguro, pero es lo que necesito hacer en este momento para no decir nada que la provoque más de lo que ya está con este giro de los acontecimientos, que venir a arrastrarme a la puerta de Anne Ruehl no es algo que hubiera apuntado en mi calendario jamás. — Lo reconozco, estuve en falta contigo, muchas de las cosas que dije sí las sentí, y no te voy a engañar ahora diciendo que me arrepiento de haberlo hecho, porque los dos sabríamos que estaría mintiendo — hacerlo sería como tener más cara que espalda, no nos engañaré a ambos dando una imagen mía que fue años de pulirla, como para que de un momento para otro tome mis palabras como oración de un santo. — Sí te estoy pidiendo que hagas una única excepción esta vez, no por mí, ni por mi hermana, pero estando parada en la posición en la que estás, te pido que lo hagas como compañero, nada más que eso. Los dos estamos subidos en el mismo barco — ya se lo dije una vez, son otras de las palabras que recuerdo haberle dicho en nuestro encuentro, el cual ahora veo como un poco desafortunado e incluso inoportuno dada la situación actual.

Asiento con la cabeza, en el silencio que indica quién de los dos lleva la batuta en este lugar, y solo puedo que ver a mi sobrina metida en alguno de esos callejones del norte, de los que ella afirma ser un infierno para alguien como ella. — Lo sé — no lo hago, en verdad, no como podría hacerlo Rebecca que conozco de sus andares por los distritos más pobres, pero no llego a decirlo como conocimiento en sí, sino como que entiendo que no es un sitio bonito para niñas como Katerina. — No esperaba que lo hicieras. —murmuro ante su declaración sobre no olvidarse de una deuda, no es algo que personas como ella frecuenten hacer, pero solo de pensar en cómo podrían comerse viva a mi sobrina de toparse con algún descerebrado o pasado de tuerca, me entran ganas de ponerme a rogar, casi que de rodillas. — Lo que quieras, sí, tú solo asegúrate de que la encuentren. Cuando lo hagan, y la regresen a casa, sana y salva — aclaro, no vaya a ser que haya pie a malentendidos —, tendrás todo lo que quieras de mí, ¿de acuerdo? — le aseguro, puedo firmarle un papel si todavía no le quedó claro y prefiere guardarlo como garantía. — ¿Tenemos un trato? — pactos, con los Ruehl, puedo escuchar cómo mis padres se retuercen en la tumba.

Estoy seguro — digo, como doble confirmación. Me quedo mirando como saca su teléfono para escribir unos mensajes, segundos que utilizo para regresar el mío al bolsillo, no sin antes enviarle a la misma Rebecca la imagen de Kitty en caso de que quiera compartirla con los aurores que se encargarán de su búsqueda. — Gracias, de verdad — el suspiro que dejo escapar de mis pulmones es honesto, siento que me he sacado un peso de encima y que, a la vez, solo estoy esperando a que un nuevo cargamento caiga sobre mi espalda al haberle jurado a Rebecca Hasselbach estar en deuda con ella. Lo que no haga por mis hermanas y el bien de esta familia… — No olvidaré esto, Rebecca — ella tampoco, lo sé bien, pero decirle que le debo una lo consideraría un eufemismo, así que mejor me guardo cualquier palabra cordial antes de que se me lance al cuello.
Nicholas E. Helmuth
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Invitado
Invitado
No quería una disculpa, pero no me esperaba una anti disculpa— lo digo con humor por su descaro de tomar la oportunidad para recordarme que sigue sosteniendo todos los insultos que me echó a la cara, y aun así, espera de mí una clemencia hacia sus palabras para que acuda al auxilio de su familia, la que debe despreciarme con los mismos prejuicios hasta la menor de sus descendientes, esa que espera que devuelva al regazo de Ingrid, cuando la mujer nunca dudó en quitarme lo que tenía entre los dedos por la satisfacción de mostrarse superior. ¿Por qué merecería Annie tener algo que la hija de los Helmuth no tiene? —No quieras volverlo algo profesional, Nicholas— enfatizo en ese «no» que se instaló al comienzo de todos mis discursos desde hace tiempo, —porque esto es personal para ti y también lo será para mí, no es una ayuda entre colegas, eres tú de rodillas ante mí— digo, necesito remarcar cómo han cambiado las posiciones entre nosotros.

En otro momento le hubiera dicho que la suerte de esa niña me daba igual, muchos niños mueren en el norte, lo recuerdo porque los traté y los vi, el hijo del mismo Magnar por no ir demasiado lejos, ¿quién se arrastró pidiendo por ellos? ¡Nadie! A nadie les importó, como a los Helmuth tampoco les importó que la chica de la casa vecina que apenas tenía dieciocho años se quedara en la calle, bajaron sus persianas y apartaron la mirada. ¿Por qué ayudar a alguien de esa miserable familia? Podría hacerme la misma pregunta. Porque es una niña, porque yo hubiera apreciado cualquier mano que me levantara en ese entonces y hubiera adorado a esa persona, le habría hecho un pedestal por sacarme de ese pozo negro de soledad y arrepentimientos en el que caí, porque no le deseo a ninguna niña que vuelva a adentrarse en las miserias oscuras del norte. Para la sobrina de Helmuth debe ser un paseo por las interesantes periferias, desconoce que entre las sombras de todos los edificios destruidos, también están las que te atrapan y te hacen olvidar el camino de regreso a casa.

La encontrarán— afirmo, disfruto del peso del vaso de licor en mi mano al escuchar que tengo a mi disposición todo lo que es Nicholas Helmuth. —Sé que no lo olvidarás, somos de tener buena memoria los dos— murmuro, le señalo la salida al despacho con mi barbilla, echándolo fuera por esta noche. Y si todo lo que tengo que hacer es devolverle a Ingrid Helmuth lo que era suyo y se le escapó entre los dedos, ¿por qué no merece Annie tenerlo también?
Anonymous
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