The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Maeve P. Davies
Miembro del Escuadrón Licántropo
Recuerdo del primer mensaje :

Cualquiera diría que vivo en la Isla Ministerial de las veces que visto este lugar, mi padre diría que más que mi propia casa y lo cierto es que no exagera. Si no es porque estoy cuidando de Tilly como mi función de niñera de los Powell o las visitas exprés a la mansión Helmuth, a eso se le añade el reciente nombramiento de Rebecca como nueva ministra de defensa, lo cual quiere decir que desde entonces ya he pisado un par de veces su jardín. Veréis, resulta que esta mujer cree que soy lo suficientemente responsable como para tener una copia de la llave de la casa, yo pienso que me está poniendo a prueba para algo, porque ninguna persona en su sano juicio me daría unas llaves de su hogar. Pero es que luego tampoco podía decirle que no, ¿habéis visto la piscina que tiene? Pienso colarme para cuando esté en el trabajo, que nadie puede decirme tampoco que soy idiota por no utilizarlo a mi favor.

De igual forma, no es extraño para los de seguridad verme un viernes a la tarde, ya me conocen por “la multi tarea”, porque cada vez que vengo les llego con un compromiso diferente y eso, después de descubrir que soy inofensiva, les hace bastante gracia. También ayuda que lleve puesto mi uniforme del escuadrón, que acabo de regresar de un entrenamiento para cuando recibo un llamado de Becca pidiéndome que vaya a buscarle unos papeles de su escritorio en la mansión. Estuve por responderle si es que acaso era su secretaria, pero como cachorro del grupo no me renta que me dé un escarmiento y ya van bastante días que no se queja de algo, por lo que pretendo mantener ese récord por todo lo que pueda.

Cruzo la enorme casa de los Powell a paso acelerado, pero para cuando atravieso el jardín de los Helmuth reduzco la marcha en consideración al descubrir la figura morena que viene hacia aquí, lleva los cascos puestos y no me presta mucha atención, así que para cuando alza la mirada es porque yo he hablado antes. — ¡Alto ahí! — estiro mi brazo en la justa longitud que me permite extender la palma de mi mano a milímetros de su pecho, no llego a esbozar una sonrisa, todavía metida en papel de defensa civil. — Señor Helmuth, me parece que está usted cometiendo una infracción… — mantengo el tono serio, hago como que saco una libreta imaginaria de mi bolsillo y que apunto con un bolígrafo — Voy a tener que ponerle una multa por exceso de encanto — auch, que alguien me diga que eso no sonó tan cursi como lo siento. En mi cabeza sonaba mejor. Para cuando sonrío estoy alzando una ceja divertida en su dirección — ¿Qué escuchas? — señalo con la barbilla el teléfono, aunque no me detengo en la conversación como charlatana que soy y prosigo. — Voy hasta la casa de Rebecca, se cree que soy algo así como su recadera personal, ¿me acompañas? — no espero a que responda, camino hacia atrás en dirección a la casa con la mirada puesta en él para tenerlo en mi rango de visión, solo espero que diga que sí antes de que me estampe contra una farola o algo así.
Maeve P. Davies
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Maeve P. Davies
Miembro del Escuadrón Licántropo
Le guiño un ojo cuando me pide que no vuelva a utilizar el término de Profesor Helmuth con esa voz, soy tan mala que hasta me río por lo bajo, pero nah, me lo reservaré para otras ocasiones entonces… — Huh, ¿Nicholas Flamel? ¿Ese no era el viejo que vivió no sé cuantísimos años? No sabía que a tu prima menor le iban los mayores… — ya, se me viene a la cabeza esa canción de hace siglos, en serio, muchos, que ponen en las discotecas. — Sabe que no tengo problema con prestarle el pintauñas, solo tiene que pedírmelo — si es que la deja su madre, que con lo estricta que parece ser, no me sorprendería para nada que no le permitiera usarlo ni en los fines de semana. Ya está prohibido usar esmalte de cualquier tipo en el colegio, como para imaginarla llevando el mío negro sin recibir un castigo. — Tu prima empieza a ser de mis personas favoritas — bromeo al reírme entre dientes por lo último que dice. Cualquiera que no tenga a Ingrid Helmuth en un pedestal me cae bien, que en serio no pretendo ofender a la familia de Oliver, pero su tía… madre mía, es todo un caso.

Pongo cara de estar recibiendo un tremendo halago cuando me llama pésima influencia, fingiendo que me sonrojo con un gesto de mi mano antes de deslizarla sobre su hombro y luego su brazo al retomar el contacto con su boca. — Detalles, Helmuth, detallitos menores — aseguro tras una risilla traviesa al tener que reconocer el haberle dicho que no estaba realmente de guardia. Pero técnicamente hablando, aunque no esté ejerciendo como tal una figura representativa del escuadrón sin estar de turno, creo que es parte de mi deber el informar si veo en algún caso a alguien infringiendo la ley. Tampoco vamos a ponernos exquisitos con eso, que técnicamente hablando también, no es algo que esté haciendo al haberme topado con Meerah en el distrito nueve, y por no hablar de mis encuentros con Synnove en el tiempo reciente.

Hace como mucho calor de repente, ¿o soy yo? No solo eso, sino que también tengo que controlar mi respiración sobre la suya al momento de tomar aire entre beso y beso. — Ah, pero yo puedo ayudarte con eso... — digo en murmullo sin llegar a despegarme mucho de sus labios, solo lo hago cuando tengo que separarme al sonreírle para deshacerme de la parte superior de mi uniforme, quedando con nada más que el sujetador. Si me río es solo por la gracia de estar haciendo algo que se siente demasiado ilegal, pero no me distrae de volver a acercar su cuerpo contra el mío, colocando una mano sobre su nuca, así nos recostamos más sobre los almohadones al punto de que puedo sentir como su torso sube y baja al mismo ritmo que el mío.
Maeve P. Davies
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Invitado
Invitado
Dejo la llave sobre el platillo de la entrada con un repiqueteo que se pierde en lo grande y silenciosa que es la mansión prestada que llevo ocupando desde hacía varias semanas, el resto de los adornos sobre la mesa no los elegí yo, venían con cada cosa que llena espacio en este lugar a fin de que que no parezca una cara caja vacía. Una caja de cristal, como lo parece el comedor al que llego al atravesar la sala y me coloco detrás de los ventanales que reemplazan a las paredes para ofrecer un vistazo complejo de la piscina en el patio de césped recortado al ras. Nunca alcanzo a ver lo que espero encontrar a través de las estos ventanales así que vuelvo sobre mis pasos para ir al escritorio y buscar por mí misma los papeles que le pedí a Maeve hace horas que me acercara a la base. Recuerdo bien donde los había dejado, fui clara en mis indicaciones, que me sorprendo cuando no encuentro las carpetas. Salgo del despacho con un golpe seco de la puerta y me quedo en el rellano de la escalera con la duda de si Maeve ya habrá pasado. —¿Maeve?— la llamo por si las dudas.

No la vi abajo, así que puede que haya subido al primer piso a no ser que se haya marchado, tendré que localizarla para dejar de desencontrarnos y poder mandar la información que me piden de los malditos papeles que todavía no llegan a mis manos. Saco el teléfono del bolsillo de la chaqueta para llamarla mientras voy subiendo los peldaños hacia el piso superior y cuelgo al segundo tono, el susurro de una conversación que se escucha desde la habitación que uso como la mía me lleva a caminar con calma hasta la puerta que abro y dejo abierta al pararme debajo del marco. —¿Quieren que vuelva dentro de media hora?— hablo en un tono alto como para que me escuchen, que a veces las hormonas también nos hacen sordos a esa edad, y de más está decir, que también irresponsables. —¿No estarás arrugando mis papeles allí, verdad?— sueno un poco más enfadada cuando le recuerdo a Maeve la razón por la que debería estar en esta casa en primer lugar y ni de lejos tenía relación con el vecino…

Podemos decirle presentimiento, conocimiento o instinto, antes de poder verle la cara puedo saber que se trata del muchacho este, hijo de Nicholas, y me trago el resoplido que quiere salir de mis labios. Y puesto que dudo que se me presente otra oportunidad como esta, hago algo para lo que creo que he esperado casi treinta años de un modo inconsciente. —¿Qué hace un Helmuth en mi casa? ¡Fuera!— ordeno, es el simple disfrute de poder modular esas palabras, sobre un chico que no tiene nada que ver con rencillas del pasado y por quien estoy segura que Maeve va a patalear de que lo trate de así. —No— lo detengo por si pensaba salir corriendo, —primero una disculpa— y para que no se diga que lo hago desde el resentimiento -que así es-, sigo: —más allá de las confianzas que pueda tener con Maeve, ¿les parece bien andar revolcándose en camas de otras personas? El sexo es legal, pero no violar propiedad privada. Elijan bien los lugares— ya veo que lo toman como hábito y luego tengo que ir a la base misma a buscar a Maeve por andar jugueteando en el jardín de Magnar con el chico Helmuth.
Anonymous
Oliver T. Helmuth
Mi prima y Maeve juntas serían la chispa y la pólvora capaz de generar una explosión delante de la cara de mi tía pero, lejos de temer ese hecho, casi que estaba ansioso por imaginar en qué podía resultar la relación de las dos. Serían un dúo interesante y probablemente me expulsarían de la familia por haberlas presentado, pero valdría la pena. - Le gusta la alquimia y está empecinada con encontrar la piedra filosofal… no sé para qué ahora que lo pienso, pero cada uno con sus intereses. - Yo de momento era el primo que se encargaba de buscar alguna piedra rara de vez en cuando para regalársela y que se entretuviera viendo si de casualidad resultaba ser la que buscaba. Nunca lo era, pero no estaba mal el intentarlo.

Se supone que debería pensar que esto está mal, ¿no? Porque mis neuronas se fueron de paseo y aunque quiero forzarlas a volver Maeve descarta mis intentos en el mismo momento en el que lleva a cabo mi sugerencia. Que no esperaba que lo hiciera, pero ya debía saber que la morocha no se tomaba a la ligera cualquier desafío que pudiera ponerle en frente. No me quejo, sino que me dejo llevar por sus toques y el calor que genera su cuerpo cuando me inclino por encima de ella. Mis manos serpentean por su espalda y su cintura mientras que mis labios bajan por su clavícula al aprovechar lo expuesta que queda su piel al no estar cubierta por el uniforme. Puede que mi nariz juegue con su bretel, pero se queda a mitad de camino cuando la puerta se abre y todo el calor que estaba sintiendo se acaba por convertir de golpe en una helada que me recorre de pies a cabeza.

No, no, no. ¿Por qué es que siempre tenemos este tipo de suerte? Claro, esta vez estábamos en completa y total falta pero aún así… Genial. ¿Cómo explicaba esto? La verdad es que no podía hacerlo así que, como el idiota que soy, me quedo total y completamente sin palabras. Al menos hasta que decide echarme, momento en el cual abro la boca para disculparme para volver a cerrarla segundos después cuando es eso justamente lo que exige. Trato de aclarar mi garganta y, cuando lo hago vuelvo a hacer el intento de emitir una palabra coherente. - Lo lamento mucho señ… ministra Hasselbach. Fue una completa y total indiscreción de nuestra parte el hacer esto aquí, no… - ¿No pensamos? Eso era un eufemismo en sí mismo. - Está de más decir que no volverá a suceder, pero en serio, de verdad disculpe esto. Sobretodo a Maeve. Ella no… fui yo el que me insinué. - Técnicamente hablando era la verdad, y tal vez estaba de mal el decirlo, pero no quería que por culpa de mis hormonas existiera la posibilidad de que Mae se quedara sin trabajo. Cosa que no digo, por si acaso acabo dándole la idea a la mujer. ¿Qué tan rápido podía cavar un agujero en el piso para morirme?
Oliver T. Helmuth
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Maeve P. Davies
Miembro del Escuadrón Licántropo
De todas las cosas ilegales y sacadas de contexto que he podido hacer en mi vida, desde luego que esta es una de las más bizarras y que a la vez se sienten tan bien que ni me planteo un segundo el echarme para atrás en mis intenciones. Sí, bueno, por supuesto, está el factor de que no es el lugar, ni tampoco el momento, ¿pero de veras vamos a tener otra oportunidad así presentarse en la vida? Nah… no soy de las que desaprovechan situaciones, mis manos tampoco al tirar de su camiseta para que estemos en igualdad de condiciones mientras continuo besándole. Claro que no llego a terminar mi tarea cuando la persona que no debería estar aquí, en serio, la persona, se aparece bajo el marco de la puerta. Casi hubiera preferido que se presentara mi padre, el de Oliver si hace falta, ¡hasta podría pasar por Magnar Aminoff! ¿Pero Rebecca misma? Creo que el calor que empiezo a sentir por mi cuerpo no es por la excitación del momento, sino porque mis mejillas adquieren un color rojizo demasiado potente.

En mi prisa de bajarme de la cama a la velocidad de luz, no olvidándome de la chaquetilla de mi uniforme en el proceso, tiro la lámpara de una de las mesitas de noche. — Mierda, perdón — porque de todas las cosas por las que tendría que pedir disculpas, que no son pocas, lo primero que se me ocurre hacer es disculparme por esa tontería. Con suerte no he roto la bombilla al agacharme torpemente para devolverla a su sitio, y tengo que tener cuidado de no tropezarme con mis propios pies para cuando me regreso hacia donde está la ministra y Oliver, balbuceando una seguidilla de lamentos que ni siquiera le corresponden. — ¿Qué? ¡No! Fue mi idea, Rebecca, yo le pedí que me acompañara, y que subiéramos también. Él no tiene nada que ver con esto — aseguro, ¿que han visto como se ha puesto con eso de ser Helmuth? ¿Qué mosca le picó? ¿También tengo que llamarla ministra Hasselbach?

¿Y por qué siento que me falta algo? Ah, sí, porque me falta y estoy en sujetador delante de mi jefa. Me apresuro a colocarme la parte superior del uniforme en lo que estoy segura estoy recibiendo una mirada asesina de su parte. Por alguna razón coloco mis manos unidas detrás de mi espalda, como si eso fuera a darme algo más de respeto de su parte cuando no hace ni un minuto me estaba dando el lote con el que es su vecino en su habitación, ¿hay otra manera más bochornosa de perder tu trabajo? No lo creo, siempre me quedará cuidar bebés. La hermana de Powell tuvo uno, segura que puedo doblar turnos así puedo seguir fingiendo delante de mi padre que no me expulsaron del escuadrón por estar haciendo cosas indebidas en camas ajenas. — No íbamos a tener sexo… — empiezo, aunque no sé si estoy precisamente para poner excusas, así que mejor me callo — De verdad, no volverá a pasar, puedes estar segura — ¿decirle que le doy mi palabra me dejará todavía más en ridículo? — Los papeles están en la entrada — balbuceo en un hilillo de voz demasiado agudo y que apenas se escucha, ya puedo sentir cómo la tierra me traga, que ni siquiera puedo mirar a mi jefa a la cara.
Maeve P. Davies
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Invitado
Invitado
Fuiste tú quien se insinuó…— repito las palabras del chico al pasar mi mirada por el torso de mi pupila que va perdiendo piezas de su uniforme por ahí, suerte que las recuerde como para tratar de ponérselas lo más a prisa que puede y paso mis ojos de ella al chico, con un desinterés absoluto por las formas que muestran. —No me importa quién arrastró a quién a meterse mano, solo no lo hagan en mis sábanas en una próxima ocasión…— chasqueo la lengua con molestia, —terminaré pasando contigo todo lo que ninguna hija adolescente me hizo pasar— suelto hacia Maeve con un resoplido al alzar mi mirada al techo, desconozco si Alecto era de hacerle estas cosas a sus padres adoptivos, una cosa es lo que pueda juzgar de su carácter desde afuera y que otro sea en lo privado. Pero con la chica desprolija que tengo delante y su capricho por un Helmuth, puedo tener una vaga idea de cómo podría haber sido mi reacción. No es más que un lío adolescente, se les pasará luego.

Me alegra saber que no iban a tener sexo, pero porque se trata de mi cama. Mae, ¿en serio no te hubiera parecido tan perturbador? ¿Cómo me habrías mirado a la cara luego?— pregunto con la obvia duda de qué es lo importante en esta cuestión. —Helmuth, consíguete un buen lugar, has los honores como deben ser y encargarte de usar protección, sino mandaré al escuadrón de licántropos detrás de ti para que te muerdan las pelotas. Si vas a empezar a usarlas de manera irresponsable, no las necesitamos en Neopanem, es un barrio con demasiado hijos repartidos por ahí— bufo una vez más al ir hacia la lámpara para cerciorarme de que no se haya roto y pruebo que funcione la bombilla de luz. —¡Genial! ¡No funciona! Te descontaré de tu sueldo, Maeve— que sienta el escarmiento por haberme privado de mis lecturas a la noche, que son lo único que me da un poco de paz en este jodido mundo, ahora también de adolescentes alborotados. —¿Qué hacen aquí?— pregunto de pronto, —¡Vamos! ¡Se pueden ir!— los echo de la habitación para que dejen de estar parados como gárgolas, ni que los hubiera pillado fumándose algo como para tomarlo tan a la tremenda. —¡Cada uno por su lado!— aclaro, que no sea que terminen en el baño.
Anonymous
Oliver T. Helmuth
Creo que toda la expresión en el rostro de Rebecca me dice que soy un hombre muerto. En serio, no sé cómo voy a salir vivo de esta, o siquiera explicarle a mi padre. - No, nunca. - Prometo. Es más, si hacía falta jamás volvería a pasar por su vereda siquiera. Diría que ni siquiera por delante de su casa, pero tengo que salir de la isla de alguna manera. ¿Era muy pronto para tomar el consejo de Luka y mudarme por mi cuenta? Estaba seguro que Ari no tendría problemas en compartir el departamento o algo así. No me espero que la mujer catalogue a Maeve como su hija en cierta forma ¿y es normal que me aterrorice y me de ternura en partes iguales? porque casi que podía visualizarlas como madre e hija. Al menos me sentía como si estuviera delante de una madre, de esas que siempre cuentan mis amigos que le producen miedo… diablos, no debí haberme burlado de ellos. Al parecer no podía caerle bien a todos los padres.

Trago con fuerza cuando escucho su amenaza, sin poner en la más mínima duda el hecho de que la considero total y completamente capaz de enviar el escuadrón detrás de mí. ¿Lo peor? seguro y hasta lo hacían con gusto, Rebecca parecía tener la habilidad suficiente para darles razones por las cuales perseguirme sería la mejor cosa que les hubiese pasado en la vida. Al final lo único que atino a hacer es asentir con firmeza varias veces, sabiendo que no seré capaz de encontrar las palabras necesarias. ¿Y cuando nos echa? Bueno, podía decir que nunca me había sentido tan aliviado y preocpado al mismo tiempo. - Yo pagaré por la lámpara. - Le aseguro a Mae antes de que la advertencia final de la mujer nos obligue a tomar caminos diferentes.
Oliver T. Helmuth
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Maeve P. Davies
Miembro del Escuadrón Licántropo
Mi cara es una mueca que ocupa todas mis facciones cuando me acusa de ser quién le haga pasar por todas las cosas que una madre o padre cualquiera pasaría teniendo por hijo a un adolescente, pero por extraño que parezca, no me siento en lo más mínimo culpable y en su lugar se me escapa una risa nerviosa por lo bajo. — ¿¿Lo siento?? — es mi cabeza la que se ladean murmurar esa especie de disculpa ante un comentario que no sé muy bien como tomarme. No diré que no he pensado nunca en Rebecca como un modelo de la tutora que nunca tuve, peeeeero… Supongo que tengo que agradecer que no esté pensando en llamar a mi padre por esto. — ¡Rebecca! — el reproche por cómo no duda en lanzar una que otra amenaza contra Oliver sale despedido de mis labios mucho antes de que pueda siquiera frenarlo, como si estuviera en posición de exigir un trato por su parte después de literalmente usurpar sus sábanas. ¿Lo peor? Es que ni la veo parpadear mientras lo dice y eso me asegura que es completamente capaz de hacerlo.

¿Y cómo que la lámpara se rompió? ¡Si solo fue un golpecito suave de nada! No me da tiempo a hacer un reclamo por ello, que ya nos está echando de su habitación como las presencias molestas que somos. — Sí, señora, ya nos vamos — aseguro después de hacer un saludo con mi mano desde mi frente que probablemente me valga una llamada de atención por estar bromeando todavía, lo que me sirve para salir pitando del cuarto, llevándome a Helmuth conmigo antes de que quede petrificado en el sitio por la misma Rebecca. — Ya se le pasará — murmuro ante su ofrecimiento de pagar la lámpara, con un gesto de mis hombros dejo claro que no tengo pensado dejar que lo haga. Lo sorprendente es que la jefa no me haya pedido que le devuelva las llaves de su casa después de esto, así que antes de que se le ocurra hacerlo, acelero el paso para bajar las escaleras cuanto antes y desaparecer de su vista.
Maeve P. Davies
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