The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Maeve P. Davies
Miembro del Escuadrón Licántropo
Cualquiera diría que vivo en la Isla Ministerial de las veces que visto este lugar, mi padre diría que más que mi propia casa y lo cierto es que no exagera. Si no es porque estoy cuidando de Tilly como mi función de niñera de los Powell o las visitas exprés a la mansión Helmuth, a eso se le añade el reciente nombramiento de Rebecca como nueva ministra de defensa, lo cual quiere decir que desde entonces ya he pisado un par de veces su jardín. Veréis, resulta que esta mujer cree que soy lo suficientemente responsable como para tener una copia de la llave de la casa, yo pienso que me está poniendo a prueba para algo, porque ninguna persona en su sano juicio me daría unas llaves de su hogar. Pero es que luego tampoco podía decirle que no, ¿habéis visto la piscina que tiene? Pienso colarme para cuando esté en el trabajo, que nadie puede decirme tampoco que soy idiota por no utilizarlo a mi favor.

De igual forma, no es extraño para los de seguridad verme un viernes a la tarde, ya me conocen por “la multi tarea”, porque cada vez que vengo les llego con un compromiso diferente y eso, después de descubrir que soy inofensiva, les hace bastante gracia. También ayuda que lleve puesto mi uniforme del escuadrón, que acabo de regresar de un entrenamiento para cuando recibo un llamado de Becca pidiéndome que vaya a buscarle unos papeles de su escritorio en la mansión. Estuve por responderle si es que acaso era su secretaria, pero como cachorro del grupo no me renta que me dé un escarmiento y ya van bastante días que no se queja de algo, por lo que pretendo mantener ese récord por todo lo que pueda.

Cruzo la enorme casa de los Powell a paso acelerado, pero para cuando atravieso el jardín de los Helmuth reduzco la marcha en consideración al descubrir la figura morena que viene hacia aquí, lleva los cascos puestos y no me presta mucha atención, así que para cuando alza la mirada es porque yo he hablado antes. — ¡Alto ahí! — estiro mi brazo en la justa longitud que me permite extender la palma de mi mano a milímetros de su pecho, no llego a esbozar una sonrisa, todavía metida en papel de defensa civil. — Señor Helmuth, me parece que está usted cometiendo una infracción… — mantengo el tono serio, hago como que saco una libreta imaginaria de mi bolsillo y que apunto con un bolígrafo — Voy a tener que ponerle una multa por exceso de encanto — auch, que alguien me diga que eso no sonó tan cursi como lo siento. En mi cabeza sonaba mejor. Para cuando sonrío estoy alzando una ceja divertida en su dirección — ¿Qué escuchas? — señalo con la barbilla el teléfono, aunque no me detengo en la conversación como charlatana que soy y prosigo. — Voy hasta la casa de Rebecca, se cree que soy algo así como su recadera personal, ¿me acompañas? — no espero a que responda, camino hacia atrás en dirección a la casa con la mirada puesta en él para tenerlo en mi rango de visión, solo espero que diga que sí antes de que me estampe contra una farola o algo así.
Maeve P. Davies
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Oliver T. Helmuth
No noto la presencia de nadie más hasta que la voz me frena en seco y un brazo me detiene no por tocarme, sino por el solo hecho de sentirlo en la periferia. Seré un distraído, pero el quidditch hizo que mis reflejos se mantuvieran lo suficientemente agudos en todo momento del día, o al menos cuando me hallaba a una distancia cercana de algo, o en este caso: alguien. No esperaba encontrar a Maeve en la isla, o bueno, al menos cuando lo hacía no solía verla con el uniforme. Ahora que lo pensaba, era la primera vez que la veía de cerca con el uniforme y, aunque mis ojos vagan por su figura, tengo que decir que no me siento nada culpable. - Sabes que estás recreando el sueño húmedo de cualquier adolescente, ¿no? - Eso de los uniformes y las figuras de autoridad… Ya, le sonrío con diversión y trato de no desviar mis pensamientos. Que no me ponen ese tipo de cosas, pero era Maeve, así que ¿sí? - ¿Podrías repetir eso mientras lo grabo? - Que nunca antes me había dicho algo como eso, y creo que ni ella misma se lo creería si se lo repetía más adelante.

Sigue hablando antes de que me permita responder, así que bajo los auriculares y la observo mientras va caminando de espaldas. - Sabes que te acompañaría incluso aunque no estuviese haciendo algo de lo más aburrido. - Sorprendentemente, me hallaba estudiando. No me podía concentrar, así que me había descargado el audiolibro de lo que se suponía que debíamos leer para la clase de historia, y a su vez aprovechaba explorar esta nueva técnica de aprendizaje como trabajo de prácticas didácticas. - Ya. Te vas a matar así. - Avanzo rápido un par de pasos y para cuando llego a dónde se encuentra, la abrazo por la cintura y me la cargo al hombro.

- ¿No se supone que debería usar un elfo o un sirviente para esas cosas? - Sabía que en los nuevos trabajos se debía pagar derecho de piso, pero incluso aunque ese no fuese el caso no me parecía del todo bien que anduviese de aquí para allá llevando cosas. Se suponía que esto le permitiría entrenar y aceptarse, no ser cadete. - ¿Te queda mucho de guardia? Porque podríamos ir a tomar algo luego si te apetece. - Lo bueno de la isla era que, aunque los terrenos de cada propiedad eran extensos, no tardo demasiado en acercarnos a la casa de la nueva ministra. No la conocía en persona, pero ya me caía simpática solo por el hecho de tratar de ayudar a Maeve.
Oliver T. Helmuth
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Maeve P. Davies
Miembro del Escuadrón Licántropo
No puedo más que mostrar una sonrisa ladeada, a punto de estallar en una risa traviesa entre dientes. — ¡Ajá…! De manera que sueño húmedo de cualquier adolescente… No sabía que te ponían esas cosas, Helmuth, me lo voy a apuntar para la próxima — bromeo, sí, pero el movimiento que hacen mis cejas al moverse hacia arriba y hacia abajo declara que podría estar hablando perfectamente en serio. — Tenemos alguna que otra mala experiencia con eso de grabar cosas, ¿no crees? — inconscientemente o no, creo que no hace falta mencionar a lo que me refiero — No podría imaginar la cara de tu padre si de repente escuchara un audio mío… o peor, ¡de tu tía! — me han advertido sobre Ingrid Helmuth desde el primer día en que entré oficialmente a pertenecer en el escuadrón, lo cual no me hacía falta porque siendo la tía de Oliver tengo una ligera idea de como funciona la mujer, solo hay que verla pasearse por la base con la nariz casi pegada al techo de lo alto que levanta el mentón. — ¡Pero te lo repito en cualquier momento, no pasa nada! — le aseguro riéndome, para que no se quede sin su sueño de adolescente si así lo quiere.

¿Eso quiere decir que estás haciendo algo aburrido ahora mismo? — pregunto, pero me tomo el que me siga como que es así y se me escapa una risa cuando la postura que adopto por su agarre me produce alguna cosquilla, aunque tampoco voy a quejarme de las vistas desde aquí. — Es que le gusta usarme como su elfo personal, ¿no ves que tengo tamaño de hobbit? — no hay que darle un buen vistazo a nuestra propia diferencia de alturas para corroborarlo, pero me gusta pensar que puedo ser de utilidad. — Además, tampoco me molesta — tampoco hace falta que me ponga a explicarle las razones de eso y solamente sonrío. — Oh, no estaba de guardia, solo tuve un entrenamiento antes, luego de darle los papeles a Becca podemos hacer lo que quieras — acepto, es viernes y seguro que hay ambiente por el Capitolio, aunque quizá debería hacer una parada por casa antes de eso y cambiarme de ropa.

Utilizo mi peso y con ayuda de la gravedad me bajo de su hombro, tomando las llaves de uno de los bolsillos de mi pantalón. Les doy una vuelta en mi mano antes de meter la copia en la cerradura y girarla para dar paso a la entrada amplia y luminosa de la ministra. — Creo recordar que me dijo que estaban en su despacho — murmuro, haciéndome pasar por entre lo largo del pasillo hasta girar una esquina. Me perdería de tener una casa tan grande, la verdad, no sé ni como lo hace Oliver para no perderse en la suya. — Uhhhhh — murmuro con interés al entrar en la sala que me indicó Rebecca, que yo no había pisado esta parte de la mansión hasta ahora. — ¿Decías que querías tomar algo? — pregunto pícara al ver una vitrina con botellas de licor contra una de las paredes, pasando mi mano por el cristal de camino al escritorio. Me es imposible no sentarme en la silla cuando la veo, doy una vuelta sobre mí misma por el impulso mientras miro hacia el techo. Frena en seguida, de frente a la mesa, así que me tomo la libertad de colocar mis pies sobre ella, acomodándome hacia atrás en el asiento. Abro uno de los cajones con una mano, distrayéndome de mi tarea principal, y encuentro unas gafas de sol que no dudo en colocarme sobre los ojos. — ¿Tú cómo crees que me sentaría el título de ministra? — me mofo un poco, inclinando la barbilla para poder bajar un poco las gafas con mi mano y mirar por encima de las mismas.
Maeve P. Davies
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Oliver T. Helmuth
- Oh, vamos. Dame un poco más de crédito, estoy a nada de cumplir los diecinueve, se supone que al menos llevo casi dos años de ser un adulto, legalmente hablando ¿no? - La verdad es que no, todavía no estaba seguro de haber dejado de ser un niño en determinadas ocasiones, pero para la ley era un adulto y eso es lo que contaba. O algo así… - Tienes razón, nada de grabaciones. O al menos no de cosas que se pueda enterar Ingrid. De verdad, ni mi padre ni Sigrid dirán nada malo… creo. - A estas alturas creo que en esta familia no podía dar nada por sentado, pero tampoco era algo que me molestara demasiado, si lo del video no había pasado a mayores… Algún día debería ponerme a invesstigar de verdad quiénes eran los que estaban al tanto de eso.

- A menos que creas que “A través del giratiempo” sea un libro divertido de escuchar, pues sí, me aburro mucho. - Básicamente se trataba de escuchar los hechos que ya conocíamos, pero con más detalles y un sinfín de preguntas retóricas que no llevaban a nada importante. Una agonía en sí misma. - Que seas compacta no te hace un elfo. A lo mucho te hace adorable. - Me burlo porque en realidad tampoco es que fuese tan pequeña. O bueno, sí, pero yo también era muy alto. Era cosa de familia en realidad, que hasta Kitty la pasaba en altura, pero todo a causa de nuestros genes. - De acuerdo… si no te molesta. Aunque que sepas que se siente mal esto de entrar a la casa de otra persona sin haberla conocido antes. - Oficialmente hablando, que sí, llevaba ya unos cuantos días viviendo por aquí, pero nunca me la había cruzado. Al final solo la había visto en televisión gracias a los diferentes horarios que al parecer manejabamos.

Cómo dije, no me sabía del todo bien esto de andar metiéndome en casa ajena, pero si Maeve decía que no había problema… ¿a quién quiero engañar? Si Hasselbach llegaba seguramente estaríamos en problemas. - Hablaba de un batido, o de una cerveza cuando se hiciera más tarde, no de robarle a  la ministra de defensa un trago. - Que tenía límites y robarle a la ministra era uno de ellos. Más aún si consideraba que todavía me daba cosa tomar vino en las cenas en frente de Eloise. ¿Dónde estaba mi orgullo por ser adulto de hace un rato? - El título te quedaría perfecto, lo que no sé es si acabarías arreglando el país, o lo convertirías en una especie de reinado autoritario. - Me río porque los impulsos de Mae podían ser considerados irresponsables tanto como arrebatos de valentía. Yo optaba por creer lo último. - Aunque quién dijo que ambas cosas no podrían funcionar. ¿Presidenta, Ministra o Reina Davies? - Me acerco hasta el escritorio y le hago una pequeña reverencia. - Ya, ¿de verdad no tendrás problemas por tocar eso?
Oliver T. Helmuth
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Maeve P. Davies
Miembro del Escuadrón Licántropo
Lamento comunicarte que hasta que no cumplas los veinte, seguirás siendo teen y eso te clasifica dentro del grupo de adolescentes que tienen sueños húmedos por las noches — ¡Há! No puede culparme, él fue quién lo dijo, así que de nada sirve que sea su cumpleaños dentro de poco si la palabra diecinueve sigue teniendo la definición de lo que es ser adolescente. Pero que sea mayor de edad… se me olvida a veces que yo también lo soy y ya no me hace falta engatusarlo para que compre él el alcohol. — Tu tía Ingrid me da miedo, ¿sabes? — reconozco, incluso más que Rebecca, ella me da respeto, esa es la diferencia, pero su tía es que es miedo de tener que aguantar la respiración cuando pasa cerca. — Me recuerda a Medusa, de seguro tiene la capacidad para convertir a la gente en piedra con esa mirada penetrante — espero que no se lo tome a mal, que sigue siendo su familia, pero hasta él tiene que admitir que Ingrid Helmuth da miedo.

Suelto una risotada por lo de “a través del giratiempo”, alzando las cejas como si estuviera sorprendida, cuando en realidad no lo estoy de que sea eso lo que escucha. — La gente normal escucha música, no sé… rock, pop, country, ¿pero libroooos? No me digas que te convertiste en tu prima — ruedo los ojos con cierta gracia, a pesar de saber que Oliver utiliza cualquier tiempo que tiene libre para avanzar con cosas del colegio, sin que sea excesivo. Quizá debería hacer lo mismo. — Iiiiiugh, ¿adorable? De todos los calificativos que podías escoger… ¡escoges ese! — meneo la cabeza de un lado a otro en desaprobación al chascar la lengua, pero es obvio por la risa de después que solo estoy bromeando. — Eso también le quitaría gracia al asunto, ¿no crees? Tranquilo, tener una llave lo hace completamente legal — le aseguro, que luego se me anda preocupando por que estemos allanando una propiedad privada.

¿Crees que notaría la pérdida? — me río por su forma de ver lo de la bebida, apartándome las gafas del rostro para volver a depositarlas en el cajón y aprovecho para bajar los pies de la mesa. Abro otro de los cajones, distraída en buscar los papeles que deberían estar dentro de una carpeta negra. — Nah… me tienes demasiada confianza, probablemente el mundo se viniera abajo conmigo de soberana — no es tanto una broma cuando lo creo de verdad, que todos saben que eso de las responsabilidades no van mucho conmigo. — ¿Magnar? — se me escapa cuando dice eso de que funcionen ambas, la sonrisa sarcástica que aparenta ser más una mueca termina por alargarme la risa. No hablamos de política prácticamente nunca, pero no hay que ser muy listo para ver que el país se está desmoronando poco a poco.

Su reverencia me hace rodar los ojos con diversión, aunque estoy más centrada en rebuscar entre los cajones que en su figura en sí, al menos por ahora. — Que noooooo. Relájate, siempre estás muy tenso con estas cosas — normal, también te digo, teniéndome a mí por compañía. — Ajá, aquí están, ¿ves? Nada de qué preocuparse, ya podemos irnos — tomo la carpeta y me levanto de la silla para rodear el escritorio, tirando de su camiseta para alejarnos del despacho por el pasillo, aunque a mitad del camino, cuando nos topamos con la escalera, tengo que echarle un vistazo, con una ceja alzada y la sonrisa ladeada que declara mis intenciones mucho antes de que lo diga en voz alta. — O también… ¿por qué no damos un paseo por el piso de arriba? — antes de que diga que no, dejo los papeles sobre una mesada de mármol y me deslizo por la escalera, con la obvia intención de que me siga.
Maeve P. Davies
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Oliver T. Helmuth
No puedo no reirme con la comparación que hace con respecto a mi tía, y mucho menos puedo culparla. Ingrid es… una fuerza en sí misma. Es de esas personas con las que el dicho “Mahoma va a la montaña” no funciona, porque es claro que las montañas van hacia ella si así lo quiere. Sí, hay muchas cosas que ignora por mirar a nuestra familia detrás de unos lentes rosados, pero la determinación que le pone a todo… Muchos dicen que ella venció a la enfermedad, yo opino que su enfermedad le pidió perdón por siquiera haberse atrevido a molestarla. - No es una mala comparativa, dejando de lado lo del efecto permanente creo que he visto a muchas personas quedarse rígidos en su presencia. - Mi infancia sobretodo estuvo cargado de esos momentos, sobretodo cuando molestaba a Jenna en exceso o rompía algo a causa de mi pequeño problema de hiperactividad. - Le voy a contar a la tía Sig que dijiste eso, así al menos te aseguro que a una de mis tías le caerás bien. - Lo cuál decía mucho de la relación de mis tías en sí misma. Hay veces en las que incluso viendo a los tres hermanos en la misma habitación, costaba entender el parentesco. Otras era demasiado claro, pero eso también era cuestión de familia.

- Sabes que preferiría estar cuando mínimo, subido arriba de una escoba. Pero como tercer curso es una patada directa a la entrepierna, si quiero pensar en tener algo de tiempo para entrenar, tengo que ver como ajusto mis tiempos. Creeme, prefiero estar escuchando el nuevo sencillo de “The unicorn and the wasp”. - O cualquier cosa que no fuera un libro de historia, pero bueno, la responsabilidad tenía que aparecer en algún momento de mi vida ¿no? - ¿Qué? ¿Hubieras preferido “exceso de encanto”? -  El picarle la cintura es un claro signo de que estoy bromeando, pero no voy a retractarme de llamarla adorable cuando claramente el calificativo le queda.

Al final voy a hacerle caso y a suponer que con eso de tener la llave tiene razón. Confiaba en ella además de que no había forma en que haya sido capaz de robarle a una ministra. Que esa oración no ayuda a mi caso de confiar en ella, ¡pero lo hacía! Si cualquier otra persona me invitaba a una casa ajena alegando tener permiso, probablemente no entraría. - Es un supuesto que no quiero averiguar. De verdad que no. - Además de que la respuesta a eso es sí, no conocía en persona a Rebecca Hasselbach, pero tenía ese aura que hacía parecer que siempre está al tanto de lo que haces, incluso aunque no lo esté. Muchos decían que el nombrarla como ministra había sido una jugada política en busca de ganar aceptación; y probablemente lo fuera, pero nadie podía decir que era una mala elección. Al menos a simple vista, la palabra “eficiencia” venía grabada en la frente de esa mujer. - Mejor tú que yo, creo que jamás sería capaz de tomar el tipo de decisiones que debe tomar mi padre. Y él está en salud, que es uno de los sectores menos conflictivos. - Que si íbamos al caso yo me había metido en educación, pero quería tener un curso a cargo, no un país. La política en definitiva no era lo mío.

- Nunca estoy tenso con estas cosas. - Porque generalmente no aceptaba estas cosas. Bueno, sí, pero nunca me habían ofrecido esto de meterme en una casa ajena a menos de que fuese para una fiesta en la cual al menos otra docena de adolescentes también asmirían la culpa si al final las cosas resultaban mal. Aquí solo éramos ella y yo. Me relajo cuando dice que podemos irnos, pero no tarda ni un minuto completo antes de volver a ponerme el corazón a cien, y no por razones más placenteras. - Lo juro, amo tu impulsividad para muchas cosas. Pero algún día de estos vas a matarme. - Cosa que en realidad no era culpa de ella porque, el que se resignaba y acaba siguiéndola escaleras arriba era yo. - No sé qué es lo que quieres ver. Casi todas las casas de esta isla se parecen. No creo que veas algo muy distinto a la mía. -
Oliver T. Helmuth
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Maeve P. Davies
Miembro del Escuadrón Licántropo
Asiento con la cabeza y en parte la expresión de mi rostro sirve para afirmarlo también, porque yo he sido una de esas personas que se quedan rígidas cuando la ven, o, al menos, se me quitan las ganas de dar charleta así de repente. Medusa o Maléfica, no estoy muy segura… — Tengo que caerle bien a tu familia para que me acepten, ¿verdad? — pregunto, no sé con qué intención, cuando propone hablarle sobre esto mismo a su tía, aunque no puedo evitar soltar una risilla por lo bajo por la sola idea de verme en una situación comprometida con los Helmuth. No, gracias. — ¿Sigues queriendo estudiar para convertirte en profesor? — bueno, que esa es la especialidad por la que va, no es que tenga mucha opción a dar marcha atrás ahora, pero yo pregunto por si acaso, que sé por experiencia que los arrepentimientos siempre vienen después. — Solo por favor, no seas de los que ponen faltas a personas como yo — le guiño un ojo como consejo si no quiere terminar con que toda la clase lo llame “Hellmuth” o algo por el estilo, aunque tengo que reconocer que es original. — Ugghhhh, ¿pero quién te dijo algo así como para que te lo creas? — hago como que ruedo los ojos en desagrado por la expresión, pero acabo por darle un codazo en el torso a modo de gracia compartida.

Me río a pesar de que en el fondo yo sí que quería averiguar ese supuesto y no me sorprende en lo más mínimo que sea Oliver quién tenga que mantener la cabeza fría, pero aun así acabo meneando la cabeza de un lado a otro. — Me siento tremendamente decepcionada, Helmuth, creía que te había enseñado mejor — que todos sabemos que así como su tarea suele ser la de llevarme por el camino de la responsabilidad, la mía es instruir al chaval sobre las maneras de pasárselo bien y no preocuparse por la palabra ilegal al mismo tiempo. — Nah… yo tampoco, además, ¿qué aburrido sería tener que hacer las reglas en vez de ser quién las rompe no? — se me camufla la risa al tener que concentrarme en no comerme un escalón mientras nos movemos hacia el piso de arriba. — ¿Matarte? Por favooooor, el día que termines en un hospital, ahí empezaré a plantearme seriamente qué tanta mala influencia hago sobre ti — hasta que llegue ese momento pues bien, lo arrastraría a todas partes si insiste en seguirme en lugar de dejarme tirada. Si lo pensáis bien es todo fruto de su propia elección, así que, por ende, su culpa.

Vamos, no seas aguafiestas, de seguro hay algo interesante — y no, no es porque no me fíe de su palabra, que he estado en casas como la de Meerah y la suya y puedo confirmar que se parecen, ¿cómo si no creen que he llegado hasta aquí? Si fueran diferentes me hubiera perdido ya hace mucho por uno de esos pasillos. Por suerte este lo controlo, lo que guarde cada habitación eso ya es otro tema, aunque dudo mucho que Rebecca se haya puesto a decorar así por hobbie. Abro la primera puerta con la que me encuentro, sin tener una ligera idea de lo que hay al otro lado, le dedico una sonrisa pícara a Oli cuando descubro que es la mismísima habitación de Becca. — ¿Me haría muy infantil el querer saltar sobre esa cama? — ¿porque acaso la ha visto? Es todo sueño de una niña o niño de seis años, y dios sabe que esta no es una oportunidad que vaya a desaprovechar. Le pico en el abdomen con los dedos antes de lanzarme en dirección al colchón, y tiene que agradecer que me tiro en plancha y que no me la pongo a saltar en serio. — Tendrías un problema con sacarme de la cama si durmiera en un lugar así. — farfullo con la cara entre las mantas.
Maeve P. Davies
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Oliver T. Helmuth
- Depende de las intenciones que tenga conmigo, señorita Davies. Pero nah, si le caes bien a la tía Ingrid, Sig creerá que eres aburrida; si le caes bien a la tía Sigrid, Ingrid creerá que eres irresponsable. No puedes ganar a menos de que hayas nacido Helmuth. - O algo así. En realidad nunca me había preocupado porque mis tías aprobaran a mis amigos, a mis novias, o a lo que sea que esté en el medio. Seguramente debe haber personas que le caigan bien a las dos, pero seguro que si ese milagro pasaba, mi padre sería el que esté en contra o algo así. Hace rato que había dejado de preocuparme por agradarle a todo el mundo lo cual, sorprendentemente, hizo que le agradara a más personas. Nunca entendería al mundo.

Me río cuando su pregunta es si sigo queriendo ser profesor cuando sabe que estoy dentro de la especialidad desde el año pasado. Aunque claro, siempre podría haber cambiado de opinión a mitad de camino. Sigo, e incluso ya decidí como quiero tomar los exámenes. Al iniciar el curso todos tendrán la nota máxima en Concepto, algo así como una muestra de fé en mis futuros alumnos. Ya luego las faltas y el no entregar tareas hará que esa nota baje, pero en vez de tener que ir desde cero tratando de llegar a una nota, ya todos la tendrán de entrada. ¿No suena mejor? Es más fácil mantenerse en lo alto que subir la colina, ¿o no? - Era patético el pensar que ya me imaginaba como profesor evaluando a una futura clase que cayera en mis manos, pero ganas no me faltaban. - Incluso estoy considerando postularme para ayudante en el verano. - Si ella podía tener su trabajo, no veía nada de malo a buscar yo uno también.

- Bien, es bueno saber que el límite está en un hospital. ¿No es algo extremo? ¿No puede ser al menos una guarda pequeña? No me gustaría pasar por un quirófano o algo así. - Llegamos al tope de las escaleras y me agarro de la baranda para simular que caigo al vacío. - ¿Y ahora? ¿Es que no cuentan las posibilidades? Puedo caerme por las escaleras y necesitar puntos para sanar las heridas producidas. Eso te calificaría de mala influencia. - Le aseguro pese a que luego me suelto y me pongo a reír.

- Tengo problemas para sacarte de la cama incluso cuando no vives en este lugar. No veo la diferencia. - Le aseguro cuando se tira contra el colchón con tanto ímpetu que creo que va a rebotar hacia arriba. - Si consigo un cobertor tan suave como este, ¿podría tentarte para largarnos de aquí? Que en serio, se siente muy mal que te veas tan bien en un cuarto ajeno. De verdad. - Que las hormonas eran las hormonas y no iba a negar que el estar haciendo algo incorrecto generaba adrenalina por sí misma.
Oliver T. Helmuth
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Maeve P. Davies
Miembro del Escuadrón Licántropo
Creo que prefiero caerle bien a Sigrid, por muy estirada que sea tu tía Ingrid — le confieso, en un tono más serio del que estoy acostumbrada, siento que la mayor de sus tías es la que maneja a todo los miembros de la familia Helmuth y, lo que dice después, no es más que una forma de darme la razón. — Apuesto a que a tu tía le caería genial Karina — ahí sí que me permito soltar una carcajada, creo que solo por llevarle la contraria a esa chica vale la pena que su tía no me tenga en estima. — Y yo siempre tengo buenas intenciones contigo, ¿de qué hablas? — ladeo la boca en una sonrisa traviesa, picándole uno de los costados por si se creía que iba a ser tan fácil librarse de mí.

Escucho su propuesta sobre cómo planea plantear el curso cuando sea un profesor hecho y derecho y la idea me hace ladear la cabeza, con un mohín en los labios, sí. — Vaya, ya se le podría haber ocurrido ese método a alguien un poco antes, así quizá aprobaría más fácil. Aunque quién sabe, igual cuando te gradúes yo siga repitiendo cursos y termines siendo mi profesor — esa idea es tentativa solo por el hecho de tener a donde mirar, no porque me agrade el tener que estar en el colegio hasta el día en que me muera, pero aun así muevo las cejas hacia arriba con cierta sorna. — Profesor Helmuth, no suena mal, ¿no? — solo por la gracia lo digo con un tono seductor, cuando estoy lejos de hacerlo una coña, que bien me parece que tenga una idea fija y segura de lo que quiere hacer con su vida, a diferencia de otros… Lo peor es que el tiempo sigue corriendo.

Mis labios rebotan uno contra otro cuando resoplo de manera exagerada, casi tanto como la manera en que él está actuando, pero la curvatura de mis labios delata que no me lo tomo tan en serio como a él le gustaría— Si yo no estuviera para darle un poco de diversión a tu vida te aburrirías como una ostra si tuvieras que pasar tiempo con tu prima — me mofo, aunque no debería hacerlo tanto, que a veces esa diversión podría tornarse un poco peligrosa conmigo. Muevo los brazos hacia arriba como si estuviera haciendo un ángel de nieve pero en lugar de esta están las sábanas suaves para darle forma, esa que se va acoplando al peso de mi cuerpo hasta que me muevo colocándome sobre uno de mis lados con una pierna encima de la otra y apoyándome sobre mi mano.

¿Tan mal se siente? Apuesto a que se sentiría aun peor si pruebas a tumbarte — soy yo la que lo tienta a hacerlo con una sonrisa pícara, poco antes de moverme sobre mis rodillas para quedar al borde de la cama y atraerlo hacia mí tirando de su camiseta. — En serio, siempre estás muy tenso, relájate, no es como si fuera a aparecer Rebecca de la nada — me río sobre su boca cuando paso a buscarla con mis labios y hasta me permito rozar los suyos con mis dientes al separarme. — Y técnicamente, que lleve el uniforme puesto te obliga a hacer todo lo que yo diga — ¿abuso de poder? Probablemente, pero poco me importa cuando regreso a su boca con una despreocupación nata.
Maeve P. Davies
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Oliver T. Helmuth
“Profesor Helmuth”, a decir verdad no sonaba para nada mal si lo sacaba de contexto. Si no lo hacía, con las implicaciones que tenía su voz mejor me ponía a pensar en lo mal que la tenía que mirar por solo tener la idea de seguir en el colegio hasta que me tocara a mí darle clases. - Quedan dos años para terminar la especialidad, y quién sabe cuántos más hasta que realmente puede ejercer. Como sigas estudiando para ese entonces juro que el término no tendrá gracia. - Es una broma, que sabía que no sucedería jamás, pero el autoestima de Mae era algo que daban ganas de hacer que se estampe contra un espejo. - Ya, en serio. No uses ese término con esa voz que… - Se acercaba el verano, no hacían falta los calores de antes de estación.

- Kitty se va a ofender si le repito lo que has dicho. - Y la nombro a ella, porque nadie podía negarle lo del aburrimiento si tenía que pensar en Jen o en Lexa. Las amaba, en serio amaba a mi familia, pero mis primas eran un caso aparte con la responsabilidad y sus ideas de diversión. Salvando a Kitty, nuestra generación Helmuth estaba perdida. - ¿Sabes? Creo que ella es la única de mi familia a quien te tienes que ganar, muéstrale tus uñas, dile que Nicholas Flamel es alguien respetable y asiente cada vez que diga que mi tía es un ogro básicamente. Y listo, ya luego con ser tu misma alcanza. - No es que mi prima fuera alguien fácil de complacer, pero Maeve ya entraba en ese estándar de persona que de por sí le iba a caer bien. Casi que hasta me sentía tentado que decirle que Karina probablemente no sería una favorita de Kitty, jamás.

Sus movimientos por momentos me parecen casi que felinos, lo que es irónico si consideramos que técnicamente es una loba… pero no, supongo que también pueden ser movimientos lobunos dependiendo de cómo se lo vea. El punto es que soy su presa, y como buena presa termino cayendo en esas garras que se hacen con mi camiseta. - Pésima influencia, de verdad. - Pero no me quejo más porque mis labios están más entretenidos en buscar los suyos.

No tardo demasiado en hacerle caso para subirme con cuidado sobre la cama, primero de rodillas, pero luego acabo por sentarme mientras la tomo por la cintura y la atraigo contra mi torso. Es pequeña, pero nuestras posiciones hacen que su cabeza se encuentre unos centímetros por sobre la mía, haciendo que tenga que estirar el cuello para alcanzar con gusto sus labios. No soy precisamente suave, no cuando hace el comentario del uniforme y me hace sonreír contra su boca. - ¿No que técnicamente no estabas de turno? Además, siempre puedo quitarlo ¿no? - Bajo con cuidado hasta la curvatura de su cuello y lo mordisqueo con suavidad mientras mis manos se aventuran al borde de su chaqueta, tanteando las costuras con las yemas hasta que las paso por debajo y me entretengo acariciando su vientre con cuidado de no pasar el inicio de sus costillas.
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Maeve P. Davies
Miembro del Escuadrón Licántropo
Le guiño un ojo cuando me pide que no vuelva a utilizar el término de Profesor Helmuth con esa voz, soy tan mala que hasta me río por lo bajo, pero nah, me lo reservaré para otras ocasiones entonces… — Huh, ¿Nicholas Flamel? ¿Ese no era el viejo que vivió no sé cuantísimos años? No sabía que a tu prima menor le iban los mayores… — ya, se me viene a la cabeza esa canción de hace siglos, en serio, muchos, que ponen en las discotecas. — Sabe que no tengo problema con prestarle el pintauñas, solo tiene que pedírmelo — si es que la deja su madre, que con lo estricta que parece ser, no me sorprendería para nada que no le permitiera usarlo ni en los fines de semana. Ya está prohibido usar esmalte de cualquier tipo en el colegio, como para imaginarla llevando el mío negro sin recibir un castigo. — Tu prima empieza a ser de mis personas favoritas — bromeo al reírme entre dientes por lo último que dice. Cualquiera que no tenga a Ingrid Helmuth en un pedestal me cae bien, que en serio no pretendo ofender a la familia de Oliver, pero su tía… madre mía, es todo un caso.

Pongo cara de estar recibiendo un tremendo halago cuando me llama pésima influencia, fingiendo que me sonrojo con un gesto de mi mano antes de deslizarla sobre su hombro y luego su brazo al retomar el contacto con su boca. — Detalles, Helmuth, detallitos menores — aseguro tras una risilla traviesa al tener que reconocer el haberle dicho que no estaba realmente de guardia. Pero técnicamente hablando, aunque no esté ejerciendo como tal una figura representativa del escuadrón sin estar de turno, creo que es parte de mi deber el informar si veo en algún caso a alguien infringiendo la ley. Tampoco vamos a ponernos exquisitos con eso, que técnicamente hablando también, no es algo que esté haciendo al haberme topado con Meerah en el distrito nueve, y por no hablar de mis encuentros con Synnove en el tiempo reciente.

Hace como mucho calor de repente, ¿o soy yo? No solo eso, sino que también tengo que controlar mi respiración sobre la suya al momento de tomar aire entre beso y beso. — Ah, pero yo puedo ayudarte con eso... — digo en murmullo sin llegar a despegarme mucho de sus labios, solo lo hago cuando tengo que separarme al sonreírle para deshacerme de la parte superior de mi uniforme, quedando con nada más que el sujetador. Si me río es solo por la gracia de estar haciendo algo que se siente demasiado ilegal, pero no me distrae de volver a acercar su cuerpo contra el mío, colocando una mano sobre su nuca, así nos recostamos más sobre los almohadones al punto de que puedo sentir como su torso sube y baja al mismo ritmo que el mío.
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Invitado
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Dejo la llave sobre el platillo de la entrada con un repiqueteo que se pierde en lo grande y silenciosa que es la mansión prestada que llevo ocupando desde hacía varias semanas, el resto de los adornos sobre la mesa no los elegí yo, venían con cada cosa que llena espacio en este lugar a fin de que que no parezca una cara caja vacía. Una caja de cristal, como lo parece el comedor al que llego al atravesar la sala y me coloco detrás de los ventanales que reemplazan a las paredes para ofrecer un vistazo complejo de la piscina en el patio de césped recortado al ras. Nunca alcanzo a ver lo que espero encontrar a través de las estos ventanales así que vuelvo sobre mis pasos para ir al escritorio y buscar por mí misma los papeles que le pedí a Maeve hace horas que me acercara a la base. Recuerdo bien donde los había dejado, fui clara en mis indicaciones, que me sorprendo cuando no encuentro las carpetas. Salgo del despacho con un golpe seco de la puerta y me quedo en el rellano de la escalera con la duda de si Maeve ya habrá pasado. —¿Maeve?— la llamo por si las dudas.

No la vi abajo, así que puede que haya subido al primer piso a no ser que se haya marchado, tendré que localizarla para dejar de desencontrarnos y poder mandar la información que me piden de los malditos papeles que todavía no llegan a mis manos. Saco el teléfono del bolsillo de la chaqueta para llamarla mientras voy subiendo los peldaños hacia el piso superior y cuelgo al segundo tono, el susurro de una conversación que se escucha desde la habitación que uso como la mía me lleva a caminar con calma hasta la puerta que abro y dejo abierta al pararme debajo del marco. —¿Quieren que vuelva dentro de media hora?— hablo en un tono alto como para que me escuchen, que a veces las hormonas también nos hacen sordos a esa edad, y de más está decir, que también irresponsables. —¿No estarás arrugando mis papeles allí, verdad?— sueno un poco más enfadada cuando le recuerdo a Maeve la razón por la que debería estar en esta casa en primer lugar y ni de lejos tenía relación con el vecino…

Podemos decirle presentimiento, conocimiento o instinto, antes de poder verle la cara puedo saber que se trata del muchacho este, hijo de Nicholas, y me trago el resoplido que quiere salir de mis labios. Y puesto que dudo que se me presente otra oportunidad como esta, hago algo para lo que creo que he esperado casi treinta años de un modo inconsciente. —¿Qué hace un Helmuth en mi casa? ¡Fuera!— ordeno, es el simple disfrute de poder modular esas palabras, sobre un chico que no tiene nada que ver con rencillas del pasado y por quien estoy segura que Maeve va a patalear de que lo trate de así. —No— lo detengo por si pensaba salir corriendo, —primero una disculpa— y para que no se diga que lo hago desde el resentimiento -que así es-, sigo: —más allá de las confianzas que pueda tener con Maeve, ¿les parece bien andar revolcándose en camas de otras personas? El sexo es legal, pero no violar propiedad privada. Elijan bien los lugares— ya veo que lo toman como hábito y luego tengo que ir a la base misma a buscar a Maeve por andar jugueteando en el jardín de Magnar con el chico Helmuth.
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Oliver T. Helmuth
Mi prima y Maeve juntas serían la chispa y la pólvora capaz de generar una explosión delante de la cara de mi tía pero, lejos de temer ese hecho, casi que estaba ansioso por imaginar en qué podía resultar la relación de las dos. Serían un dúo interesante y probablemente me expulsarían de la familia por haberlas presentado, pero valdría la pena. - Le gusta la alquimia y está empecinada con encontrar la piedra filosofal… no sé para qué ahora que lo pienso, pero cada uno con sus intereses. - Yo de momento era el primo que se encargaba de buscar alguna piedra rara de vez en cuando para regalársela y que se entretuviera viendo si de casualidad resultaba ser la que buscaba. Nunca lo era, pero no estaba mal el intentarlo.

Se supone que debería pensar que esto está mal, ¿no? Porque mis neuronas se fueron de paseo y aunque quiero forzarlas a volver Maeve descarta mis intentos en el mismo momento en el que lleva a cabo mi sugerencia. Que no esperaba que lo hiciera, pero ya debía saber que la morocha no se tomaba a la ligera cualquier desafío que pudiera ponerle en frente. No me quejo, sino que me dejo llevar por sus toques y el calor que genera su cuerpo cuando me inclino por encima de ella. Mis manos serpentean por su espalda y su cintura mientras que mis labios bajan por su clavícula al aprovechar lo expuesta que queda su piel al no estar cubierta por el uniforme. Puede que mi nariz juegue con su bretel, pero se queda a mitad de camino cuando la puerta se abre y todo el calor que estaba sintiendo se acaba por convertir de golpe en una helada que me recorre de pies a cabeza.

No, no, no. ¿Por qué es que siempre tenemos este tipo de suerte? Claro, esta vez estábamos en completa y total falta pero aún así… Genial. ¿Cómo explicaba esto? La verdad es que no podía hacerlo así que, como el idiota que soy, me quedo total y completamente sin palabras. Al menos hasta que decide echarme, momento en el cual abro la boca para disculparme para volver a cerrarla segundos después cuando es eso justamente lo que exige. Trato de aclarar mi garganta y, cuando lo hago vuelvo a hacer el intento de emitir una palabra coherente. - Lo lamento mucho señ… ministra Hasselbach. Fue una completa y total indiscreción de nuestra parte el hacer esto aquí, no… - ¿No pensamos? Eso era un eufemismo en sí mismo. - Está de más decir que no volverá a suceder, pero en serio, de verdad disculpe esto. Sobretodo a Maeve. Ella no… fui yo el que me insinué. - Técnicamente hablando era la verdad, y tal vez estaba de mal el decirlo, pero no quería que por culpa de mis hormonas existiera la posibilidad de que Mae se quedara sin trabajo. Cosa que no digo, por si acaso acabo dándole la idea a la mujer. ¿Qué tan rápido podía cavar un agujero en el piso para morirme?
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Maeve P. Davies
Miembro del Escuadrón Licántropo
De todas las cosas ilegales y sacadas de contexto que he podido hacer en mi vida, desde luego que esta es una de las más bizarras y que a la vez se sienten tan bien que ni me planteo un segundo el echarme para atrás en mis intenciones. Sí, bueno, por supuesto, está el factor de que no es el lugar, ni tampoco el momento, ¿pero de veras vamos a tener otra oportunidad así presentarse en la vida? Nah… no soy de las que desaprovechan situaciones, mis manos tampoco al tirar de su camiseta para que estemos en igualdad de condiciones mientras continuo besándole. Claro que no llego a terminar mi tarea cuando la persona que no debería estar aquí, en serio, la persona, se aparece bajo el marco de la puerta. Casi hubiera preferido que se presentara mi padre, el de Oliver si hace falta, ¡hasta podría pasar por Magnar Aminoff! ¿Pero Rebecca misma? Creo que el calor que empiezo a sentir por mi cuerpo no es por la excitación del momento, sino porque mis mejillas adquieren un color rojizo demasiado potente.

En mi prisa de bajarme de la cama a la velocidad de luz, no olvidándome de la chaquetilla de mi uniforme en el proceso, tiro la lámpara de una de las mesitas de noche. — Mierda, perdón — porque de todas las cosas por las que tendría que pedir disculpas, que no son pocas, lo primero que se me ocurre hacer es disculparme por esa tontería. Con suerte no he roto la bombilla al agacharme torpemente para devolverla a su sitio, y tengo que tener cuidado de no tropezarme con mis propios pies para cuando me regreso hacia donde está la ministra y Oliver, balbuceando una seguidilla de lamentos que ni siquiera le corresponden. — ¿Qué? ¡No! Fue mi idea, Rebecca, yo le pedí que me acompañara, y que subiéramos también. Él no tiene nada que ver con esto — aseguro, ¿que han visto como se ha puesto con eso de ser Helmuth? ¿Qué mosca le picó? ¿También tengo que llamarla ministra Hasselbach?

¿Y por qué siento que me falta algo? Ah, sí, porque me falta y estoy en sujetador delante de mi jefa. Me apresuro a colocarme la parte superior del uniforme en lo que estoy segura estoy recibiendo una mirada asesina de su parte. Por alguna razón coloco mis manos unidas detrás de mi espalda, como si eso fuera a darme algo más de respeto de su parte cuando no hace ni un minuto me estaba dando el lote con el que es su vecino en su habitación, ¿hay otra manera más bochornosa de perder tu trabajo? No lo creo, siempre me quedará cuidar bebés. La hermana de Powell tuvo uno, segura que puedo doblar turnos así puedo seguir fingiendo delante de mi padre que no me expulsaron del escuadrón por estar haciendo cosas indebidas en camas ajenas. — No íbamos a tener sexo… — empiezo, aunque no sé si estoy precisamente para poner excusas, así que mejor me callo — De verdad, no volverá a pasar, puedes estar segura — ¿decirle que le doy mi palabra me dejará todavía más en ridículo? — Los papeles están en la entrada — balbuceo en un hilillo de voz demasiado agudo y que apenas se escucha, ya puedo sentir cómo la tierra me traga, que ni siquiera puedo mirar a mi jefa a la cara.
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Fuiste tú quien se insinuó…— repito las palabras del chico al pasar mi mirada por el torso de mi pupila que va perdiendo piezas de su uniforme por ahí, suerte que las recuerde como para tratar de ponérselas lo más a prisa que puede y paso mis ojos de ella al chico, con un desinterés absoluto por las formas que muestran. —No me importa quién arrastró a quién a meterse mano, solo no lo hagan en mis sábanas en una próxima ocasión…— chasqueo la lengua con molestia, —terminaré pasando contigo todo lo que ninguna hija adolescente me hizo pasar— suelto hacia Maeve con un resoplido al alzar mi mirada al techo, desconozco si Alecto era de hacerle estas cosas a sus padres adoptivos, una cosa es lo que pueda juzgar de su carácter desde afuera y que otro sea en lo privado. Pero con la chica desprolija que tengo delante y su capricho por un Helmuth, puedo tener una vaga idea de cómo podría haber sido mi reacción. No es más que un lío adolescente, se les pasará luego.

Me alegra saber que no iban a tener sexo, pero porque se trata de mi cama. Mae, ¿en serio no te hubiera parecido tan perturbador? ¿Cómo me habrías mirado a la cara luego?— pregunto con la obvia duda de qué es lo importante en esta cuestión. —Helmuth, consíguete un buen lugar, has los honores como deben ser y encargarte de usar protección, sino mandaré al escuadrón de licántropos detrás de ti para que te muerdan las pelotas. Si vas a empezar a usarlas de manera irresponsable, no las necesitamos en Neopanem, es un barrio con demasiado hijos repartidos por ahí— bufo una vez más al ir hacia la lámpara para cerciorarme de que no se haya roto y pruebo que funcione la bombilla de luz. —¡Genial! ¡No funciona! Te descontaré de tu sueldo, Maeve— que sienta el escarmiento por haberme privado de mis lecturas a la noche, que son lo único que me da un poco de paz en este jodido mundo, ahora también de adolescentes alborotados. —¿Qué hacen aquí?— pregunto de pronto, —¡Vamos! ¡Se pueden ir!— los echo de la habitación para que dejen de estar parados como gárgolas, ni que los hubiera pillado fumándose algo como para tomarlo tan a la tremenda. —¡Cada uno por su lado!— aclaro, que no sea que terminen en el baño.
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Oliver T. Helmuth
Creo que toda la expresión en el rostro de Rebecca me dice que soy un hombre muerto. En serio, no sé cómo voy a salir vivo de esta, o siquiera explicarle a mi padre. - No, nunca. - Prometo. Es más, si hacía falta jamás volvería a pasar por su vereda siquiera. Diría que ni siquiera por delante de su casa, pero tengo que salir de la isla de alguna manera. ¿Era muy pronto para tomar el consejo de Luka y mudarme por mi cuenta? Estaba seguro que Ari no tendría problemas en compartir el departamento o algo así. No me espero que la mujer catalogue a Maeve como su hija en cierta forma ¿y es normal que me aterrorice y me de ternura en partes iguales? porque casi que podía visualizarlas como madre e hija. Al menos me sentía como si estuviera delante de una madre, de esas que siempre cuentan mis amigos que le producen miedo… diablos, no debí haberme burlado de ellos. Al parecer no podía caerle bien a todos los padres.

Trago con fuerza cuando escucho su amenaza, sin poner en la más mínima duda el hecho de que la considero total y completamente capaz de enviar el escuadrón detrás de mí. ¿Lo peor? seguro y hasta lo hacían con gusto, Rebecca parecía tener la habilidad suficiente para darles razones por las cuales perseguirme sería la mejor cosa que les hubiese pasado en la vida. Al final lo único que atino a hacer es asentir con firmeza varias veces, sabiendo que no seré capaz de encontrar las palabras necesarias. ¿Y cuando nos echa? Bueno, podía decir que nunca me había sentido tan aliviado y preocpado al mismo tiempo. - Yo pagaré por la lámpara. - Le aseguro a Mae antes de que la advertencia final de la mujer nos obligue a tomar caminos diferentes.
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Maeve P. Davies
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Mi cara es una mueca que ocupa todas mis facciones cuando me acusa de ser quién le haga pasar por todas las cosas que una madre o padre cualquiera pasaría teniendo por hijo a un adolescente, pero por extraño que parezca, no me siento en lo más mínimo culpable y en su lugar se me escapa una risa nerviosa por lo bajo. — ¿¿Lo siento?? — es mi cabeza la que se ladean murmurar esa especie de disculpa ante un comentario que no sé muy bien como tomarme. No diré que no he pensado nunca en Rebecca como un modelo de la tutora que nunca tuve, peeeeero… Supongo que tengo que agradecer que no esté pensando en llamar a mi padre por esto. — ¡Rebecca! — el reproche por cómo no duda en lanzar una que otra amenaza contra Oliver sale despedido de mis labios mucho antes de que pueda siquiera frenarlo, como si estuviera en posición de exigir un trato por su parte después de literalmente usurpar sus sábanas. ¿Lo peor? Es que ni la veo parpadear mientras lo dice y eso me asegura que es completamente capaz de hacerlo.

¿Y cómo que la lámpara se rompió? ¡Si solo fue un golpecito suave de nada! No me da tiempo a hacer un reclamo por ello, que ya nos está echando de su habitación como las presencias molestas que somos. — Sí, señora, ya nos vamos — aseguro después de hacer un saludo con mi mano desde mi frente que probablemente me valga una llamada de atención por estar bromeando todavía, lo que me sirve para salir pitando del cuarto, llevándome a Helmuth conmigo antes de que quede petrificado en el sitio por la misma Rebecca. — Ya se le pasará — murmuro ante su ofrecimiento de pagar la lámpara, con un gesto de mis hombros dejo claro que no tengo pensado dejar que lo haga. Lo sorprendente es que la jefa no me haya pedido que le devuelva las llaves de su casa después de esto, así que antes de que se le ocurra hacerlo, acelero el paso para bajar las escaleras cuanto antes y desaparecer de su vista.
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