The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Ava E. Ballard
Fugitivo
Viernes 11 de Febrero de 2470

Siempre había escuchado el término “rata de laboratorio” y estaba bastante segura de saber a qué hacía referencia la comparación. La realidad es que no, mi imaginación había sido muy escueta al momento de concebir lo que en verdad podía significar ser un experimento. No era cuestión de que me sometieron a pruebas poco compasivas, la verdad en ese ámbito ni siquiera era tan malo (aún); lo peor, y lo que en verdad me costaba soportar era el destrato absoluto de aquellos que me utilizaban, o más bien a mi cuerpo, como si de un objeto se tratase. Casi que prefería los confines de mi celda, allí al menos mis visitantes parecían recordar que era un ser humano, aquí era simplemente un medio para un fin. Podía ser sarcástica, enojarme, gritarles o incluso escupirles sin obtener ningún tipo de reacción. Era una rata a la que estudiaban, en comportamiento y en parámetros que se traducían en números de los que no tenía entendimiento alguno.

El día de hoy en particular, me había dado la impetuosa necesidad de devolverles el favor y lo único que había obtenido a cambio era que incrementaran el escrutinio de sus pruebas. ¿El resultado? Pues mi cuerpo no había soportado tanto estrés y por fin había cedido. No era de extrañar, iban poco más de diez días desde que había abandonado mi prisión y si bien ahora podía hacer cosas como bañarme o alimentarme de manera decente, eso no borraba los meses de maltrato sufrido. Había podido escuchar los murmullos antes de que me trasladaran a lo que parecía una enfermería y las palabras “falta de sangre” y “heridas no curadas” habían llegado a mis oídos. Al parecer todo también era parte de sus experimentos y parecían casi que hasta entusiasmados de que me hubiese desmayado de una vez por todas.

Mi mareo no parece ceder y el estar acostada no ayuda con mi ansiedad, pero me han dejado aquí sin decir ni una palabra y no puedo encontrar la fuerza para ponerme de pie. ¿También estarían monitoréandome aquí? Giro la cabeza y puedo observar un escritorio con cajones que no parecen tener candado pero que, con seguridad, estarán cerrados con magia. El cuarto está limpio de cualquier elemento que pueda utilizar de alguna forma y ni siquiera hay una ventana. La única forma de salir de aquí es por la puerta, esa que se abre y deja entrar a una figura que en principio no distingo hasta que se acerca. - Tanto tiempo, ministro. A estas alturas terminaré por completar mi álbum de celebridades a las que conocí si es que siguen visitándome con frecuencia. - Mi boca se siente pastosa y reseca, y no sé si es por la falta de hidratación o por ser la primera vez que hablo desde la mañana.
Ava E. Ballard
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Nicholas E. Helmuth
Miembro de Salud
No debo de ser el único al que la idea de tener a Franco paseando por ahí como si nada no le agrada, tampoco que su compañera tenga las mismas condiciones y, a pesar de que tampoco seré el idiota que se ponga a discrepar sobre ello, he decidido mantenerme al margen todo lo que se me ha permitido. Digo esto último porque no iban a dejar que un cualquiera atendiera a Ballard después de lo que ocurrió en la base, de modo que me he encargado yo de sus visitas médicas en las últimas semanas hasta que pronto se han ido reduciendo. Mis preguntas son las mínimas y la verdad es que me interesa más bien poco lo que deciden hacer con ella cuando sale de la habitación, me limito a hacer mi trabajo, ese al que estoy poco acostumbrado por el hecho de no tratar con pacientes tan habitualmente como solía hacerlo cuando todavía ejercía como médico oficial.

Para esta visita hace ya tiempo que no veo la cara de Ballard, no esperaba hacerlo hasta dentro de mucho, pero al parecer lo que sea que estén haciendo ha provocado que sufra una pequeña crisis y mi atención es requerida no en el mejor de los momentos. Dejo todo lo que estoy haciendo para dirigirme hacia la sala donde la llevan cuando estas cosas ocurren y ni siquiera me molesto en llamar a la puerta cuando me da por entrar. Como era de esperar, la mujer rubia yace en la camilla, con un rostro que me haría asemejarla más a un muerto que a una persona viviente, pero en lo que me acerco al lavadero de manos para enjuagar las mismas con algo de agua y jabón, parece recobrar toda vitalidad con su charla. — A mí tampoco me hace especial gracia tener que verla tan a menudo, Ballard. — le comunico relajadamente mientras me seco las manos con papel.

Apenas reparo en su presencia para cuando con un gesto de la mano hago que se abra uno de los cajones así puedo tomar la medicación correspondiente y cargarla en una jeringa que va directa a la bolsa de suero que tomo de una estantería. Procedo a ponerme unos guantes para cuando tengo todo el material recogido en una bandeja de metal y la poso cerca de la camilla, sentándome cerca de ella sobre una banqueta. No me molesto en decirle que voy a necesitar su brazo para cuando lo tomo, a estas alturas ya debería estar acostumbrada al leve pinchazo de la aguja cuando interno la vía para dejar el catéter y enchufarlo directamente al suero para que gota a gota vaya entrando en su organismo. — Tranquila, no es más que un ansiolítico. — explico, es capaz de creer que la estoy envenenando o algo por el estilo. Me levanto para ir a por más material en lo que colecciono tres tubos y un dispositivo de extracción de sangre. — ¿Cómo están tus heridas? — pregunto en lo que me muevo hacia el otro lado de la camilla y tomo su otro brazo para pinchar nuevamente, esta vez colocando tubo a tubo para que se vayan rellenando. Podría inspeccionarla yo mismo, haría falta que se quitara la ropa, así que decido que es mejor preguntar. — Desde arriba me pidieron que te tomara una muestra de sangre, de ahí todo esto. — comento por pura amabilidad, no porque sea mi trabajo.
Nicholas E. Helmuth
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Ava E. Ballard
Fugitivo
Me reiría a causa de su comentario, pero no creo poder hacerlo sin sentir que voy a vomitar mis pulmones. - Oh, vamos. ¿Es que acaso no soy el espíritu de la fiesta? Creí que aquí era bastante popular. - Básicamente, todo el mundo gira su cabeza cuando me ve pasar y no quitan sus ojos de mi nuca hasta que no estoy dentro del departamento de tecnología. No es que me paseen demasiado por el edificio de todas formas, pero las veces en las que lo hacen no puedo de dejar de sentir el cómo se me eriza el vello de la espalda solo por sentir las miradas penetrantes de los demás. Es obvio que es una mala popularidad, la mayoría recuerda de mi rostro de la lista de enemigos públicos, me asocia al terrorismo desmedido en contra del país, o recuerdan que mate a la benevolente y santísima Annie Weynart. - Prometo que esta vez estoy de mejor humor. - Le aseguro al ministro a sabiendas que, si bien me he desmayado, no ha sido lo mismo que las veces en las que tuvo que darme alguna poción reabastecedora de sangre en el interior de mi celda.

Me remuevo incómoda cuando lo veo hacer los preparativos que debe, y si bien era una rutina que no era precisamente desconocida para mí, no por eso disminuye mi inquietud. - No es personal, pero nunca me gustó que gente que no conozco se acerque a mí con objetos punzantes. ¿De verdad la gente se calma cuando se lo pides? Porque a menos de que eso sea un muy buen ansiolítico dudo que puedas conseguir el efecto deseado. - Ya había aprendido que mi metabolismo se deshacía muy rápidamente de las drogas estupefacientes cuando estaba en entornos que me ponían nerviosa, e incluso aunque tratara de respirar y tranquilizarme, nunca lograba estar completamente relajada. A decir verdad, a menos de que las personas que atendiesen mis heridas fuesen Alice o Seth, siempre tenía un dejo de nerviosismo en el fondo.

- ¿De cuál de todas hablas? Los cortes por fin cicatrizaron, pero tengo la mala costrumbre de rascarme cuando me pica así que es bastante normal que las costras se salgan y duelan. En especial cuando me baño con agua caliente. - Hago una mueca mientras siento como una nueva aguja se inyecta en mi otro brazo y clavo la vista allí en donde noto como llena tubitos con mi sangre. No molesta tanto como el suero, pero sí es un dolor un tanto más punnzante hasta que termina. - Los moretones son los que mejor están, la mayoría ya se han tornado amarillentos sino marrones. - Al menos la hinchazón se había ido y dejaba de sentirme resentida con cada paso que daba. Sabía que mi cuerpo se iba curando, pero eso no hacía que fuera agradable verme reflejada en el espejo. Ya las heridas internas son cosa tuya. No sé cómo revisar mis costillas, o cualquier cosa que haya quedado mal dentro mío… Pero tampoco es que importe ¿verdad? - ¿O qué? ¿De golpe iba a decirme que estaban interesados en curarme de verdad y no solo remendarme hasta seguir funcionando? - ¿Cómo funciona el juramento médico que suelen hacer? ¿O no tienen de esos? Supongo que no, conozco como algunos juramentos entre magos y más de uno se moriría en el proceso en pocas semanas, ¿no?
Ava E. Ballard
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Nicholas E. Helmuth
Miembro de Salud
Popular no siempre significa que sea algo positivo, ¿sabes? — pues claro que lo sabe, no hay más que ver la reacción que tiene la gente al verla pasar o a su mismo compañero, sería la mía propia si no fuera porque ya estoy más que acostumbrado a las decisiones salidas de contexto de Magnar, que no sé en qué momento se le permite a un asesino formar parte de un escuadrón que se supone que él mismo colocó para proteger a los ciudadanos; tampoco sé lo que pretende conseguir con Ballard, pero si ser su rata de laboratorio le vale para poder dormir por las noches, que así sea, no seré yo quien se ponga a discutir con el presidente al respecto. En cuanto a su buen humor, ni siquiera tiene que decirlo para que yo mismo note que, pese a su aspecto pálido y demacrado, sí que se encuentra entretenida con su charleta, esa en la que ni siquiera quiero entrar más de lo necesario.

Pero no puedo evitar dejar soltar una risa irónica, esa que me lleva a elevar una de mis cejas cuando ni siquiera la estoy mirando, sino que me encuentro concentrado en intercambiar un tubo relleno por el último de etiqueta violeta. — Para ser alguien a la que no le gusta que se le acerquen con objetos punzantes, sí que no tienes problema con ser la que los use en contra de otros, ¿no? O tenías… — a pesar de que no es mi intención ponerme a la defensiva, es otra de las cosas que no puedo evitar hacer cuando se trata con esta gente. — Esto ni siquiera debería molestarte, dudo que hayas notado el pinchazo siquiera, es un calibre muy fino. — ni sé por qué dedico mi tiempo en explicárselo, es como si estuviera consolando a una niña de cinco años tras una sesión de vacunación. A su otra pregunta, no obstante, respondo con extraña tranquilidad. — Normalmente, sí, la gente suele calmarse cuando le explicas algo que no entiende y confirmas su seguridad, aunque claro, entiendo que en tu situación debo transmitirte de todo menos confianza. — tampoco es mi intención el hacerlo, pero es ella quien ha preguntado. — El efecto no es inmediato, pasarán unos minutos antes de que cumpla su función en tu organismo. — arrastro las palabras cuando lo digo, no muy emocionado de tener que aclararle conceptos a una squib, tampoco necesito que me cuente como hacer mi trabajo, así que el suspiro que lanzo después es precisamente por eso.

Debí haber imaginado una respuesta mordaz de su parte, se puede sentir su rencor a leguas de la sala, para su desgracia, no soy una persona que se irrite con facilidad; crecí con dos hermanas menores, armarme de paciencia es algo que he mamado desde pequeño. — Te daré una crema para las cicatrices, así evitará que te rasques y ayudará a que sanen más deprisa. — no creo que sea necesario decir que tiene poderes curativos mágicos, es algo que podrá deducir solita, pero sí espero que no empiece a contradecir mis palabras como si no supiera lo que estoy haciendo. Asiento con la cabeza cuando afirma que sus moretones están bien, alejándome de la silla para devolver los tubos ya cargados a una cajita y cerrarla. — Importa lo que quieren que importe los que trabajan contigo, si tuvieras una fractura en las costillas ni siquiera podrías respirar sin quejarte de dolor. — aun así, aprovecho que sigo teniendo los guantes puestos para acercarme y palpar sus huesos, buscando algún síntoma de dolor en sus gestos al inspeccionar el estado de las mismas. — Tenemos, pero no está entre mis planes el discutir como funcionan nuestras tradiciones con alguien que hasta hace poco se juntaba con gente que quiere hacerlas desaparecer. — por si no ha quedado claro, me estoy refiriendo a ella y a su grupo de criminales.
Nicholas E. Helmuth
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Ava E. Ballard
Fugitivo
- Creo que ahí es dónde reside el problema. Sé cómo uso los objetos punzantes en contra de los demás, no puedes esperar que esté tranquila cuando es el caso contrario justamente. -- Como de costumbre, no estoy diciendo nada que ayude a mi caso; lejos de eso si tenía que ser sincera, pero no puedo evitarlo. Es como si automáticamente mi boca estuviese siempre preparada para cagarla a fondo y mi cerebro, que debería poder evitarlo, se queda sentado viendo como las palabras que se me escapan van cavando mi propia tumba de a poco. - Entiendes bien. ¿O vas a decirme que cuando el caso fue al revés tú confiabas ciegamente en nosotros? - Claro que esa ocasión había sido distinta, o al menos cuando los teníamos cautivos no recurrimos a la tortura como un método de entretenimiento. No podía decir lo mismo de ellos cuando Kendrick había pasado por una situación similar a la mía siendo todavía menor de edad.

Me irrita que se muestre tan pacífico y sereno, lo cuál no debería sorprenderme siendo que es médico, pero aún así lo hace. Simplemente hay cosas en mi cerebro que no se mezclan, y que la persona que esté delante mío se dedique o se haya dedicado a salvar vidas en algún punto, y aún así decida de buena gana estar a favor de este gobierno… Ya, nosotros no somos santos, pero en su caso lo consideraba una especie nueva de hipocresía.

No hago mucho más comentario con respecto a mi salud, ni tampoco le indico dónde puede meterse la crema que me ofrece. Ya llega un punto en el que pese a todo lo sarcástica que puedo ser, solo me queda tratar de no perder los estribos y complicarme la existencia por capricho.  - Me fascina que hables mi gente como si fuera a molestarme que me encasilles con ellos. ¿Hacer desaparecer sus tradiciones? - Lo observo mientras me examina y trato de no contraerme y dejarlo hacer. - Puede ser, pasé muchos años en un lugar donde cosas como la esclavitud o la tortura no eran parte del currículum escolar. - ¿Acaso me iba a decir que él como médico de verdad estaba a favor? A menos claro, de que le generara un cierto placer el curar a las personas para que puedan volver de disponer de ellas a su antojo.
Ava E. Ballard
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Nicholas E. Helmuth
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Sonrío al darle el beneficio de tener la razón en lo que dice, pero la mueca está lejos de ser amistosa, más bien consideraría que lleva un resquicio de sarcasmo. — No, supongo que no, pero como dices, no es mi problema, sino el tuyo, eres tú la que se está moviendo en terreno enemigo, ¿cómo se siente eso? — ¿me interesa saber la respuesta? Probablemente no, tengo mejores cosas que hacer que las de ejercer de psicólogo de una muchacha que se ha visto lanzada a un mar lleno de tiburones y es forzada a nadar entre ellos, pero una parte de mí no puede evitar tener cierta curiosidad. — Teniendo en cuenta que acababais de asaltar un evento público, lleno de civiles desprotegidos, confiar no es precisamente la palabra que se me viene a la cabeza cuando pienso en vosotros. — porque que jueguen con mi vida es una cosa, soy consciente de las consecuencias que tiene tomar un puesto como el mío, pero lo que no voy a permitir jamás es que personas a las que quiero salgan heridas, incluyo también en el paquete a las vidas de nuestros ciudadanos. — Así que como puedes observar, ya tenéis lo que queríais, una guerra, ¿no es así? ¿Qué tan seguros estáis de que podéis ganarla? — ¿o debería de decir pueden? No tengo idea de lo que planea hacer Magnar con esto de tener a Franco y Ballard bajo su ala, por decirlo de alguna manera, pero de lo que sí estoy seguro es del palo que habrá sido para los que están al otro lado del tablero.

Aparto las manos de su cuerpo tras realizar la exploración y estar medianamente conforme, pero mi trabajo no termina ahí y me muevo hasta uno de los armarios con puertas de cristal. Le quito el cierre con la varita y tomo uno de los pequeños botes para realizar una mezcla que le entrego en un vaso. — Ten, bébetelo, es una poción fortalecedora — le aclaro, mi experiencia como jefe de especialización en venenos me dice que es algo que tengo que asegurarle, no vaya a ser que se piense que en serio deseo envenenarla. — Estoy seguro — comento sin mucha gana de formar parte de su conversación, fijándome en el suero y dándole unos golpes con el dedo para que caiga más deprisa. — La esclavitud siempre ha estado presente, Ballard, ¿o como llamarías tú al silencio en que nos vimos obligados a vivir los magos durante los Black? ¿cómo llamarías si no es tortura a lo que tuvieron que pasar niños magos y brujas, que se vieron forzados a ocultar sus poderes para no terminar en unos Juegos sangrientos? — me giro hacia ella, alzando una ceja — Todo eso también fue esclavitud, tortura para muchos, la diferencia es que ahora no se oculta, a eso es a lo que quiere hacernos regresar ese chico. — porque no es más que eso, un niño con ciertos aires de grandeza.
Nicholas E. Helmuth
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Ava E. Ballard
Fugitivo
- Como la puta gloria. - Muestro todos los dientes en la sonrisa que le regalo, completamente falsa y conteniendo prácticamente una mordida sarnosa. No sé que se suponía que debía sentir al vivir en prisión domiciliaria y trabajando como experimento gubernamental, “bien” no era la palabra que se me venía a la mente. - Estoy segura de que no vas a creerme, pero el atentado no fue cosa nuestra. - Habíamos confiado en las personas correctas y estaba segura de ello, lo malo es que habíamos confiado en que sus intenciones eran distintas y aquella noche era una que todavía pesaba en mi consciencia. - Tampoco teníamos intención de iniciar una guerra en un principio, no fuimos nosotros los que diezmaron un distrito pacífico que jamás molestó a nadie, aunque bueno, supongo que aquí no importan ni el huevo ni la gallina. - Ellos se negaban a entender razones, se negaban a ver que todo el sistema que manejaban se fundó bajo el mandato de una demente con cero respeto por la vida ajena a menos de que estuviese a sus estándares. Y no empecemos a hablar de quién estaba ahora la poder. - Es una guerra, ¿alguna vez se está seguro de algo en una? - No había muchas cosas que pudiese confirmar al cien por ciento, pero sí sabía que caería tratando de ganarla si es que no llegábamos a hacerlo.

Si tomo la poción que me entrega, es porque estoy segura de que nadie se tomaría el trabajo de curarme y sacarme sangre para análisis si es que planeaba matarme luego, si ya todo resulta ser parte de un experimento… ¿pues qué había de diferente con otros días de la semana si ese era el caso? - Oh, perdona, olvidé que los humanos no participaban de los juegos en aquella época, claro… Disculpa, tal vez era demasiado pequeña, mi memoria me falla. Hay veces en las que olvido que soy una squib, o que mi padre fue un brujo, un vencedor de esos mismos juegos, alguien que peleó por una causa que creía correcta y acabó muriendo por eso. Perdona si también olvidé a mis hermanos, los dos brujos, ¿lo sabías? tal vez no los conociste, su gobierno se encargó de matarlos. - No creo que tenga dudas del sarcasmo cargado de veneno con el que escupo las palabras. ¿De verdad esa era la carta que quería jugar? - Voy a suponer entonces, que los discursos de Ken les llegan distorsionados, o que tal vez me perdí el momento en que vieron crecer a ese “niño” como ustedes le dicen, desde el primer momento de su vida. Un niño que jamás hizo diferencia entre brujas, magos, humanos u hombres lobo. Un niño cuyo deseo más grande era poder explorar lo que había fuera del lugar en el que se había criado. - Ken no era su familia, él era su propia persona. Una de las personas en las que más confiaba en todo el mundo. - A mí no vas a decirme cuales son o dejan de ser sus intenciones, no lo conocen. Pero claro, su apellido es Black, así que seguro que lo único que quiere lograr es vengar a una familia a la que nunca conoció, y traer de nuevo sus leyes. Perdona, como dije, mi memoria debe estar fallando.
Ava E. Ballard
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Nicholas E. Helmuth
Miembro de Salud
Sonrío de manera mordaz, en vista de que ella tampoco parece tener ninguna consideración con el trato que debería tener, pero es igual, esta gente siempre buscará llevar la razón incluso cuando no la tengan, y eso es, lo que en definitiva, más pereza me da de ellos. — La verdad es que no, ¿por qué tendría que creerte? No nos han dado ninguna razón para ello y es evidente, dados los recientes acontecimientos, que no tienen interés alguno en seguir las reglas del juego — murmuro, espero que la memoria todavía no le falle y pueda recordar lo que ocurrió en el nueve, a lo que si sonrío no es precisamente por los bonitos recuerdos que tengo yo. — ¿En qué principios entran atacar a una embarazada? ¿Es eso lo que enseñaban en su distrito pacífico? — alzo una ceja, ahora sí interesado por conocer su respuesta. No es secreto que fue Hans Powell quién la dejó amarrada aquel día en la alcaldía, tampoco lo es que su hermana estuvo con él porque fui yo mismo quien se lo topó en el despacho antes de batallar con Franco. — De que hay un bando perdedor y uno ganador, eso siempre es seguro, nos tocará esperar a ver quién se posiciona en cada lado, ¿no? — no espero que crea que ella va a tener la suerte de ver ese final en libertad, que si lo hace será desde una celda junto con su compañero.

Esos juegos son un estandarte de lo que significaba tener a los Black en el poder, si los muggles terminaban en ellos era solamente porque no podían hacer tan evidente que estaban aniquilando a los nuestros — puede decirme todo lo que quiera, pero la realidad es que los muggles solo eran un efecto colateral de la guerra que estaban batallando los Black para acabar con los magos, y eso es algo que todo ciudadano legal de nuestro país, conoce a la perfección. Uno no se olvida de su propia historia, jamás. — Podrías haber tenido una vida decente, si tu padre hubiera sabido lo que le convenía a él y a su familia, muy probablemente todas esas muertes se podrían haber evitado. — y ella podría dejar de llorar, que no voy a decir que no lamento su pérdida porque soy una persona decente, pero es evidente que la traición en esta nación se paga caro. No diré que la vida del squib es la mejor dentro de Neopanem, pero dista mucho de la que tienen otras personas ilegales, aunque supongo que la diferencia no es mucha cuando terminó de la misma forma igualmente. — La política es un poco más complicada que su visión de unión entre especies que, si se dedicara a leer algún libro de historia, se daría cuenta que son incompatibles. Nosotros solo estamos exigiendo lo que se nos fue arrebatado y tenemos intención de mantenerlo así por mucho tiempo, pero supongo que tenemos definiciones distintas para lo que significa hacer justicia — que viene siendo la principal razón por la que ella está ahí y yo aquí, no hay mucho más que decir que eso.
Nicholas E. Helmuth
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Ava E. Ballard
Fugitivo
- Estamos dando vueltas y siento que esto es un juego de “¿qué fue primero? ¿el huevo o la gallina?” Porque tú dices que está mal atacar a una embarazada armada con varita apuntándome, pero no está mal el bombardear un distrito con ancianos, mujeres que bien podrían haberlo estado, o niños que apenas y llegan a los diez años. - ¿Ya tanto había pasado de eso? Jared debería cumplir trece este año, así que las cuentas no mentían. Pero bueno, al parecer nunca dejaríamos de acusarnos con el dedo, enumerando todo lo que cada uno pensaba que el otro había hecho mal. - Supongo que sí, porque así como lo dices pareciera que no será posible jamás entrar todos en un terreno común. - Por las acciones que teníamos que afrontar, por las diferentes decisiones que se tomaba, siempre seríamos enemigos al parecer. Y no es que fuese una ilusa que pensara que podía ser diferente, pero la idea no era encerrar y esclavizar a todos los que pensaran distinto, ellos mismos se habían encargado de demostrar que no funcionaba.

- ¿Una vida decente? Claro, olvidé que a los squibs se los trata como a iguales. Mi padre no estaba del lado de los Black y murió por eso mismo. Fue mi madre, la squib que como ex agente de la paz creyó que jamás podríamos estar bien dentro del país que condenaba a todo aquel que no tuviese magia. Si huyó es porque justamente porque quería darme una oportunidad. - Y no hay un solo día de mi vida en el que desee que haya hecho algo diferente. ¿Privarme de conocer lo que podía ser una sociedad funcionando en paz? El entender que no había diferencias entre razas y que todos podíamos colaborar como iguales. Incluso aunque mi calidad de squib me hubiese dejado vivir de manera legal dentro del país, no sucedía lo mismo con Alice o Sophia por ejemplo, ser humanas era un crimen que no se perdonaba. Ni siquiera hablemos de Ben que, al ser ex vencedor ya de por sí las tenía peor. - He leído algunos libros de historia y encuentro que siempre el problema está en que una raza siente la necesidad de sentirse superior a la otra. Los magos por derecho, los humanos por miedo, o viceversa. No es incompatible, incluso en una dimensión mucho menor, he pasado más de quince años viviendo en esa posibilidad. Simplemente el resto está demasiado ciego para poder verlo. Ciegos y sordos por elección, así que como no pueden ver u oír acaban gritando para imponerse. Golpeando a todo aquel que no crea que todo lo que han logrado hasta ahora fue conseguido en base al derecho y no a la venganza.
Ava E. Ballard
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Nicholas E. Helmuth
Miembro de Salud
Sonrío cuando deja en evidencia que la única forma que le queda para discutir su postura es alegar al comentario general del que derivan todas las acusaciones que personas como ella se dedican a escupir contra el gobierno. — ¿Esperabas que no se defendiera? ¿Con un grupo de terroristas armados hasta los dientes invadiendo una alcaldía? — se debe notar la incredulidad en mi tono de voz, que ni siquiera lo disimulo en mi rostro al plasmarse también en este. Como era de esperar, se refugia en el único caso que tienen los rebeldes para demostrar su punto, cayendo en la ignorancia al marginar a los tantos casos, incontables, de magos que sufrieron un destino parecido. — ¿Sabéis cuál es vuestro problema? Vuestro problema es que funcionáis como un partido liberal, que luego se dedica a atentar contra la vida de todos los ciudadanos de este país. ¿Por qué engañar de esa forma? Los discursos de Black, no son más que palabras vacías, promesas falsas sobre una liberación que nunca se va a llevar a cabo. — si tan de acuerdo estuvieran todos con que los Black regresen, ninguno de nosotros tendría nada que hacer, esta revolución se hubiera acabado hace mucho tiempo.

Tengo que suspirar, que si hubiera querido que me contara su vida en prosa y en verso, se lo hubiera pedido. En lugar de escucharla con toda mi atención, me levanto del asiento para acercarme al suero y ver que ha terminado, por lo que lo desconecto y aparto el portador para que no se tropiece con él luego al bajar. — Tú puedes verlo como prefieras, no hará una diferencia a tu posición ahora mismo, y eso es en realidad lo que cuenta, ¿no es así? Donde nos encontremos, en qué lado estamos parados. Yo lo asocio más bien a la justicia, de que se nos otorgue lo que merecemos, si somos superiores es porque evidentemente hay algo que nos hace más fuertes. La magia es una virtud que todo mago o bruja debería poder disfrutar, no un castigo como otros antes impusieron sobre nosotros — haciéndonos creer que era algo de lo que avergonzarse y no que fortalecer. No espero que lo entienda porque como bien mismo ha dicho, es squib, no es un igual que pueda comprenderlo desde nuestro punto de vista. — Hemos terminado — declaro, quitándome los guantes para tirarlos en la papelera más cercana.
Nicholas E. Helmuth
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