The Mighty Fall
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PRIMAVERA de 247521 de Marzo — 20 de Junio
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H. Merneith Bahati
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Invitado
Invitado
Recuerdo del primer mensaje :

De las cajas que están en la habitación que sería el despacho, saco los libros de bordes gastados que he llevado conmigo estos años, cuando en el norte fui coincidencia con ellos por casualidad y los reconocí de haberlos leído cuando fueron herencia de mi madre adoptiva. Me había dicho una vez que si tuviera que ir de un lado al otro, lo haría y dejaría lo que fuera, todo se recuperaba luego o se vuelve a conseguir, pero me llevaría conmigo los tres libros que le daban un cierto sentido a todo y puesto que me encuentro irónicamente en una mansión, en una isla, tomo uno de estos para buscar la página donde en unas pocas líneas de dialogo se hace referencia a los protagonistas de la historia, a cómo él había usado su fortuna cuando alguna vez fue miserablemente pobre, para comprar la mansión al otro lado de la bahía que le permitía ver la luz de la casa de la mujer que amaba. Qué ironía, ser a quien la suerte colocó en un sitio como este y que a través de la ventana no vea más que las propiedades bien cuidadas de vecinos como Nicholas Helmuth, porque las ironías pueden seguir, y también Hans Powell, porque las ironías pueden ser así de terribles. Pondré el estrés de la mudanza como excusa para estar bebiendo un vaso de whisky tan temprano en la mañana y sigo revisando que el contenido de cada caja se vaya acomodando donde debe.

Es demasiado pronto para llamar a Maeve diciéndole que necesito que me cuente cómo le va yendo en sus entrenamientos con el escuadrón, ¿es demasiado pronto? Puedo escucharla diciéndome que puede contarme cuando nos veamos en la base, a menos que a ella también le supere la curiosidad de ver lo que será mi nueva residencia. Me permito cerrar mis ojos unos segundos para evocar la casa ahora cerrada del distrito siete, con mi cara al sol al estar en una de las sillas de hierro forjado del jardín con los ojos protegidos por unas gafas y me veo a mi misma en este sitio extraño que al cabo de un tiempo dejará de serlo, como todos los lugares, entonces tendré que irme como siempre ocurre, solo es un sitio de paso y hago esta meditación de unos pocos minutos porque en los días siguientes ninguno de estos espacios será ocupado, la puerta de entrada no hará más que abrirse y cerrarse, muchas habitaciones quedarán a cargo de los elfos y… resoplo con fastidio al escuchar el ladrido insistente de los perros al otro lado de la medianera. No, no me estaría sintiendo bienvenida por mis vecinos, así que mejor saludar como corresponde. Me levanto de la silla para cruzar el jardín y tomar la acera que me lleva al frente de la casa de los Powell donde un perro grande de pelaje oscuro lanza unos ladridos gruesos y espaciados, su cachorro también me ve llegar y no sé qué le hace pensar que puede sonreírme como lo hace. Entro a la propiedad para tomar a la niña por debajo de los brazos y es una suerte que ese sea el momento en que aparezca la que reconozco como su hermana mayor. —Bebes y conejos, nunca los deje solos en un jardín, en un momento los ve y al siguiente se han escapado— digo, no es que sepa mucho de bebes, si sobre conejos.  —Meerah Powell, ¿no?— pregunto, bajo mis ojos a la niña que sigo teniendo con los pies suspendidos en el aire y creo que está esperando que la acerque, —y Mathilda Powell.
Anonymous
M. Meerah Powell
Fugitivo
- Oh. Yo conozco a la mayoría de los Helmuth por el colegio. Y a los Romanov también, aunque de ellos a la que más le he hablado es a Kitty, no conozco a sus madres. - Ni siquiera a la de Oliver quien tenía entendido, había fallecido cuando él era muy chico o algo así. Es tentador por preguntarle como eran todos de pequeños, pero eso ya sería tomar mucha confianza sobre temas que no me corresponden. Supongo que cada familia tenía su privacidad, y me era más sencillo preguntarle a Oli qué opinión tenía de Rebecca si es que la conocía.

De acuerdo, no hace falta tener muchas luces para descubrir que Rebecca no era la persona favorita de Hans, pero hay algo tenso que hasta a mí me hace mirar con cuidado el asunto. Como si me estuviera perdiendo de algo que está escrito entre líneas o tiene la aclaración al final de la página. Bien, ella era licántropo y ese es el primer indicio de que por ahí no le era una persona de agrado, pero fuera de eso… ¿Estaba mal que Rebecca no me cayera mal? Que se notaba que ella tampoco lo tenía en mucha estima a mi padre, pero creo que por más adulta que me gustaría ser, ni con la edad correspondiente me gustaría meterme demasiado en ese terreno.

No me gusta la explicación que Hans da de Phoebe, ni luego la que da Rebecca con respecto a la gente que deambula sin tener ningún lugar en el mundo. No es un concepto que pueda terminar de compartir. - Escuchó bien, pero no me gusta hablar de mi madre. Tampoco creo que esté mal el sentir que parte de tí pertenece a algún lado en particular, o que uno tiene que deambular hasta poder encontrarse. Yo no creo que vaya a olvidar el ocho, pero es una vivencia y creo que está bien dejar parte de nosotros en diferentes lugares, o con diferentes personas. Lo admito, no es lo mismo que antes y hay compañeros en el Prince a los que ya no le hablo. Pero no me gustaría andar de acá para allá sabiendo que no dejo algo de mi, o no comparto con las personas con las que pueda relacionarme. - No lo estaba diciendo ni por el ocho ni por mi antiguo colegio, sino más bien por el nueve y las personas que allí habitaban, y lo mal que estaba el visitarlos. Incluso podía ser peor que visitar el norte. - Tuve la suerte de haberme adaptado bien porque están Hans, mi hermana, Lara… mi familia en general. Pero creo que si un sigue dando vueltas sin ver a nadie, es por elección seguramente, y no porque no haya personas dispuestas a abrir sus brazos. - Si Phoebe de verdad se sentía así, buscaría la manera de demostrarle que no era el caso. Entendía que podría ser complicado después del incidente que habían tenido con Hans hace meses, pero no era la idea el que no pueda ser feliz si es que tiene en quién apoyarse. Incluso Denny solo tendría que ser suficiente.
M. Meerah Powell
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Poppy es rápida, tanto que sobre la mesa de la sala pronto hay bocadillos para acompañar un café cargado, a pesar de que el tercer tazón está especialmente preparado para Meerah y su gusto particular para la cafeína con leche y chocolate. Mi murmullo de agradecimiento es apenas audible en dirección a la elfina, estoy un poco más enfrascado en las palabras que salen de la nueva ministra y me sonrío, más para mí que para ella — Intenté hacer de la vida de Phoebe un poco más llevadera, pero mi hermana tiene barreras que yo jamás he podido saltar y que admito que tampoco puedo comprender. Nos hemos criado de maneras muy diferentes — me acerco a la mesa para poder ponerle azúcar a mi taza, a la cual revuelvo con calma — No es secreto que fui criado por mi padre hasta la mayoría de edad y no hay mucha diferencia entre la vida sin recursos del norte y la crianza con un hombre como Hermann Powell en una casa lujosa del distrito uno. Tampoco pertenecía allí, detestaba todos sus rincones y, aún así, he hecho algo con ello. Creo que los sitios pueden ser oscuros o luminosos, pero siempre podemos hacerlos nuestros si sabemos cómo.

Bebo, casi seguro de que algo caliente y cargado es lo que necesito para que mi cuerpo se acomode al sofá en lo que la conversación se mantiene entre nuestra invitada y Meerah, quien tiene su propia opinión al respecto y la cual, en realidad, me hace sonreír por detrás de la taza — Somos diferentes personas, por lo tanto no todos vamos a actuar de la misma manera. Hay cosas que no vamos a comprender, porque no estamos en los zapatos ajenos. ¿No cree eso? — le pregunto a Rebecca, en un tono completamente inocente — Intentamos portarnos como una familia y creo que eso hacen las cosas un poco más sencillas, incluso cuando nada ha sido fácil. Tengo entendido de que usted estará sola… ¿No es así? — pregunto, que hasta donde sé, Hasselbach no tiene familia. Apoyo la taza en la mesa, tendiéndole los brazos a Meerah para que me pase a Tilly — ¿Quieres pasármela? Siempre podemos acomodarla en el sillón, así puedes comer tranquila — que lo bueno de que Mathilda pueda sentarse sola es que uno tiene los brazos libres, lo malo es que la atención tiene que crecer porque se come absolutamente todo — Como verá, aquí siempre tenemos cosas para hacer y no puedo prometer que no seremos escandalosos, pero… Ante cualquier necesidad, jamás diremos que no — que mejor las cosas bien plantadas, antes de tener problemas que no pueda solucionar.
Hans M. Powell
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Invitado
Invitado
Revuelvo la taza de la que me sirvo en tanto escucho lo que el hombre tiene para decir, comparando entre lo que fue su vida y la de su hermana, algo sobre lo que el país entero ha leído por cierta entrevista que se difundió. No hago más que asentir con el mentón cuando termina, porque su hija inmediatamente le sigue con su propia opinión sobre los lugares que recorremos y las personas que aceptamos en nuestras vidas, y puesto que ambos me están dando su impresión sobre lo mismo, Powell de manera más explícita al comparar cómo él encara la vida en contraste a cómo lo hace su hermana, Meerah de un modo en el que no da nombres, así que a cualquiera que le quede sus palabras puede vestirse de ellas. —Puedo hablar por mí, no por Mae. Porque esto de cómo vivimos nuestras vidas tiene la particularidad de que si bien los consejos son aceptados, cada quien vive, duele y sana a su manera— aclaro, porque esta charla tiene el cariz de un tribunal hacia la mencionada ausente.

Sonrío con cierta tensión a Powell cuando él mismo remarca nuestra incapacidad como seres humanos de una empatía real hacia otros. —Lo cierto es que nunca llegaremos a entender a otra persona si miramos nuestras propias vivencias y qué hicimos de ellas, aunque tengamos las mejores intenciones, no ayudamos a otra persona remarcándole que…— coloco la taza sobre mi rodilla. —Mírame, ambos pasamos por situaciones difíciles, pero yo conseguí hacer algo bueno de ello. Mírame, mira lo bueno que conseguí. Ni tampoco decirle a esa persona que— bajo mi mirada al contenido caliente de la taza y sigo hablando con calma, —si no te abres a alguien es porque no quieres, es tu elección estar sola, es tu culpa estar sola—. Coloco la taza que no bebí sobre la mesa. —Las personas dolemos y sanamos de maneras distintas. Repito que no puedo hablar por Mae, pero no parece ser una persona que no haya intentado hacer que las cosas mejoraran: se casó, ama a ese hombre, tuvo un hijo con ese hombre, una casa, un trabajo. Puedo hablar desde afuera y lo que veo es que lo está intentando…—. El tiempo que compartí con ella en el norte me obliga a decirlo, porque yo le escupí a la cara las que consideré sus peores faltas, la culpé y la maldecí, a su espalda no tengo más que reconocerle que dejarme atrás fue lo mejor que pudo hacer.

Pero sí, hay personas que están solas porque eligen estarlo, que deambulan porque así lo quieren— sonrío a la nieta de Hermann dándole la razón, —hablo por mí— si lo hago así sí puedo dar mi opinión honesta, sin que se proyecte equivocadamente hacia otra persona. — Estoy sola, así es, ministro Powell—  lo digo con la calma que me han dado las décadas en que todos mis pensamientos se moldearon en base a esa verdad, estoy sola. —Por haber perdido a toda mi familia, puedo decirle que se trata de eso, de intentar ser una y que eso haga todo más llevadero, tener en quien apoyarse y quien te sostenga la mano al caer, aunque no haga más que sostenerte la mano mientras caes, sin hacerte sentir que fue tu culpa haber caído—. No hubo día en que no me arrepintiera de haber denunciado y renunciado a los Ruehl en un tribunal, que no me arrepintiera de la razón por la que lo hice. —Los remordimientos son personales, no hace falta que contribuya alguien más cuando ya los tenemos. Hay algo que suele ser mucho más efectivo para que las personas sanen y puedan ver la luz en los lugares— lo digo mirando a Powell que lo mencionó y pueden tomar mi sonrisa como sarcástica si quieren. — Que alguien te ame, eso suele ser algo que sana a quienes todavía pueden sanarse, antes de que te conviertas en un causa perdida—. Tampoco creo que venga al caso hacer un repaso de mis propios duelos y ausencias, lo que Powell me ha compartido de su pasado es lo que todos conocen, nadie en esta sala puede creer que hay la confianza o muchos menos el clima para compartir otras confidencias. —Y agradezco lo que creo que acaba de ser un ofrecimiento, pero estar sola y elegir estar sola, tiene eso de que solemos hacerlo todo por propia cuenta. Puesto que todos tenemos mucho por hacer, creo que me explayé demasiado y es hora de que me vaya— digo poniéndome de pie. —No, por favor. No se levanten— les prohíbo antes de que hagan el amago de cumplir con los modales, —que las niñas disfruten de su merienda, yo conozco donde queda la puerta, mi casa no es muy distinta— puedo encontrar la salida por mi cuenta también.
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