OTOÑO de 247521 de Septiembre — 20 de Diciembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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Recuerdo del primer mensaje :
¿Por qué pensé que estoy sería una buena idea? Entierro mi cara en la almohada cuando la alarma suena, suena, suena. Tengo mi ropa doblada al pie de la cama, con toda la prolijidad con la que me inculcaron, el abrigo de pana gris está colgado del respaldo de la silla para que pueda colocármelo al vuelo al salir para bajar a la cocina a tomar un café rápido, lo he planeado y cronometrado todo como lo vengo haciendo desde haces una semana, mi vida ha vuelto a esa rutina que tenía en el Capitolio, un poco más intensa de a ratos, porque el cambio brusco de colaborar con Arianne a dar mi ayuda a Alice implica casi un cambio de cerebro, dejar ese que sabe protocolos en la entrada y colocarme ese otro que está aprendiéndose de memoria cada músculo del cuerpo. No, no hablemos de las veces en que me pise una cosa con la otra, en que una palabra médica acabó en protocolos y esa vez que un paciente me miró tan desconcertado que tuve que decirle «¡era broma!» para que no se notara que sí, me equivoqué. Hay en los que solo quiero cambiar de posición en la cama y solo volver a dormir… pero no puedo, tengo que levantarme y comenzar el día…
¡Y ah, mierda! ¡¿Cuánto tiempo pasó?! ¡¡Solo cerré los ojos por un segundo!! ¡Mierda, mierda, mierda! Me enredo con las mantas al tratar de salir de la cama, mi teléfono cae con un golpe que me asusta contra el suelo y ¡ah, no jodas! ¡No pudo haber pasado una hora! ¡¡SOLO CERRÉ LOS OJOS!! No hay tiempo de cambiarme las medias, tendré que dejarme las que me puse para dormir, tiro mi pijama para colocarme los vaqueros y el pulóver de lana gruesa, estoy corriendo fuera de la habitación con mi bufanda ahorcándome cuando me acuerdo del abrigo. ¡No hay tiempo! ¡No hay tiempo! Ya comeré algo por ahí, lo que sea… ¡aire! ¡el aire es sano! Me meto a la chimenea, ni siquiera yo estoy segura de si debo ir a lo de Alice o a lo de Arianne, ¿a quién le dije que iba a ir a ayudar esta mañana? Quiero acuclillarme dentro de la chimenea para llorar, pero tengo un puñado de polvos flu y digo la primera dirección que se me ocurre al arrojarlos para desaparecerme.
Oh, vaya… ¿Arianne redecoró la casa después de que Ben se fue? Vaya, se ve muy… muy distinta. Saco mi teléfono para revisar una vez más la hora, que una cosa es llegar una hora tarde, pero cinco minutos tarde además de la hora tarde, es como que mucho… Mis ojos se quedan puestos en la pantalla cuando debajo de los cuatro dígitos leo las tres letras que me indican el día. ¿Hoy es sábado? ¡Aaaaaaaaaaaaah, mierdaaaaaaaaaaaaa! Salgo de la chimenea para sacudirme los polvos de la tela de la manga y sí, todavía me dura la somnolencia como para preguntar con toda la estupidez del mundo: —¿Arianne?—. Sí, eso, echémosle la culpa al sueño, no lo idiota que puedo llegar a ser como para darme cuenta que esta casa de arriba abajo no tiene nada que ver con mi jefa. No, me freno en seco en el pasillo porque necesito de algo más para darme cuenta que acabo de hacer una estupidez. —¡Tú!— grito al ver a la chica, ¡esa chica! ¡la chica del boliche! ¡la amiga de Oliver Helmuth! ¿Y por qué me acuerdo de Oliver Helmuth y todas sus fotografías de Wizzardface, pero no me acuerdo del nombre de la chica! ¡La chica a la que beso Ken! Ese también es detalle importante que mi memoria me susurra. ¿Qué hace esta chica en el distrito nueve?
¿Por qué pensé que estoy sería una buena idea? Entierro mi cara en la almohada cuando la alarma suena, suena, suena. Tengo mi ropa doblada al pie de la cama, con toda la prolijidad con la que me inculcaron, el abrigo de pana gris está colgado del respaldo de la silla para que pueda colocármelo al vuelo al salir para bajar a la cocina a tomar un café rápido, lo he planeado y cronometrado todo como lo vengo haciendo desde haces una semana, mi vida ha vuelto a esa rutina que tenía en el Capitolio, un poco más intensa de a ratos, porque el cambio brusco de colaborar con Arianne a dar mi ayuda a Alice implica casi un cambio de cerebro, dejar ese que sabe protocolos en la entrada y colocarme ese otro que está aprendiéndose de memoria cada músculo del cuerpo. No, no hablemos de las veces en que me pise una cosa con la otra, en que una palabra médica acabó en protocolos y esa vez que un paciente me miró tan desconcertado que tuve que decirle «¡era broma!» para que no se notara que sí, me equivoqué. Hay en los que solo quiero cambiar de posición en la cama y solo volver a dormir… pero no puedo, tengo que levantarme y comenzar el día…
¡Y ah, mierda! ¡¿Cuánto tiempo pasó?! ¡¡Solo cerré los ojos por un segundo!! ¡Mierda, mierda, mierda! Me enredo con las mantas al tratar de salir de la cama, mi teléfono cae con un golpe que me asusta contra el suelo y ¡ah, no jodas! ¡No pudo haber pasado una hora! ¡¡SOLO CERRÉ LOS OJOS!! No hay tiempo de cambiarme las medias, tendré que dejarme las que me puse para dormir, tiro mi pijama para colocarme los vaqueros y el pulóver de lana gruesa, estoy corriendo fuera de la habitación con mi bufanda ahorcándome cuando me acuerdo del abrigo. ¡No hay tiempo! ¡No hay tiempo! Ya comeré algo por ahí, lo que sea… ¡aire! ¡el aire es sano! Me meto a la chimenea, ni siquiera yo estoy segura de si debo ir a lo de Alice o a lo de Arianne, ¿a quién le dije que iba a ir a ayudar esta mañana? Quiero acuclillarme dentro de la chimenea para llorar, pero tengo un puñado de polvos flu y digo la primera dirección que se me ocurre al arrojarlos para desaparecerme.
Oh, vaya… ¿Arianne redecoró la casa después de que Ben se fue? Vaya, se ve muy… muy distinta. Saco mi teléfono para revisar una vez más la hora, que una cosa es llegar una hora tarde, pero cinco minutos tarde además de la hora tarde, es como que mucho… Mis ojos se quedan puestos en la pantalla cuando debajo de los cuatro dígitos leo las tres letras que me indican el día. ¿Hoy es sábado? ¡Aaaaaaaaaaaaah, mierdaaaaaaaaaaaaa! Salgo de la chimenea para sacudirme los polvos de la tela de la manga y sí, todavía me dura la somnolencia como para preguntar con toda la estupidez del mundo: —¿Arianne?—. Sí, eso, echémosle la culpa al sueño, no lo idiota que puedo llegar a ser como para darme cuenta que esta casa de arriba abajo no tiene nada que ver con mi jefa. No, me freno en seco en el pasillo porque necesito de algo más para darme cuenta que acabo de hacer una estupidez. —¡Tú!— grito al ver a la chica, ¡esa chica! ¡la chica del boliche! ¡la amiga de Oliver Helmuth! ¿Y por qué me acuerdo de Oliver Helmuth y todas sus fotografías de Wizzardface, pero no me acuerdo del nombre de la chica! ¡La chica a la que beso Ken! Ese también es detalle importante que mi memoria me susurra. ¿Qué hace esta chica en el distrito nueve?
Tampoco creo que tenga nada de gracioso seguir apareciéndome en chimeneas equivocadas, las cosas no están para errores tontos, y lo único que he tratado de hacer desde que estoy en el distrito nueve, es hacer las cosas bien, haciendo más cosas de las que mi cuerpo puede soportar de lunes a viernes. Pese a que tengo ratos de pasar con mis amigos, que los tomo como mis necesarios momentos de descanso, estar en esta cocina con Maeve se siente por primera vez en mucho tiempo, como “desconectar” con todo. No sé cuánto tiempo tengo hasta que ese desconectar se vuelva un problema, o cuánto me gustará estar así, si el peligro asoma no tendré manera de avisar a nadie para que venga a ayudarme y… no quiero pensar en eso, sino confiar ciegamente en que la chica que me está convidando de su desayuno tiene las mejores intenciones del mundo porque, ahora mismo, eso es lo que necesito creer. —Ah, volvemos a tener un inconveniente con eso de que necesitemos un juez que oficie la ceremonia… lo último que debe verme es un juez— hago una mueca al decirlo. —Tendrá que ser una boda ilegal— susurro en broma con una media sonrisa.
Puede que me esté tomando muchas confianzas con Maeve, ella no me lo pone fácil cuando me deja en ascuas con ese no-se-qué del que no me habla, que tiene a Oliver sintiéndose culpable y a mí al borde de la silla, codos en la mesa, mentón en las palmas, a la espera de que continúe con el relato. Como no lo hace, muevo las cejas, alentándola. —¿Es algo que le puedas contar a una desconocida agradable que no se lo contará ni a su perro? Y puesto que estamos a un paso del altar, debes saber que puedes contarme lo que quieras, ya sabes que yo soy una enemiga del gobierno… no creo que haya demasiado terrible que no pueda ser dicho…— la animo a hablar y puesto que suelo ser una entrometida de primera, prenso mis labios para que no se sienta obligada a hacerlo. —Si no quieres, no hace falta que lo digas— la tranquilizo. —Solo te diré una cosa…— que yo no puedo irme de esta casa sin haber dejado todo mi catálogo de consejos sobre la mesa. —Si una persona permanece a tu lado, le importas. No importa qué, le importas. Nadie se queda donde no quiere, ni con quien no quiere, eso de que a veces el compromiso obliga… no, somos criaturas libres, vamos a donde sentimos que debemos ir— pongo una mano en mi pecho al decirlo. — Estamos con las personas que elegimos estar— susurro y esa misma mano uso para llegar hasta ella, dándole un delicado apretón en la muñeca.
—Si a mí con diez minutos me convenciste de quedarme a desayunar contigo, puedo entender por qué Oliver permanece a tu lado. Hay personas que tienen ese efecto en la gente, ¿sabes?— mi sonrisa se hace más ancha, pienso en Ken. No en Holly con su encanto de veela, ella también… pero lo he visto antes en Ken, es espontaneo, natural, no es algo que midan o controlen. —Hacen que la gente quiera estar cerca porque tienen una energía que se parece un soplo de aire fresco, por trillado que suene. Son bocanadas que nos hacen sentir vivos. De hecho, yo me voy con los pulmones llenos de un aire diferente… y no es por el mar, ni siquiera me acerqué. Pero esto fue un respiro necesario… de algo distinto— digo, no creo haber sido nunca tan feliz en otro lugar como lo soy en la casa de mi abuela en el nueve, con la libertad de poder estar con mis amigos, pero no me había dado cuenta que también necesitaba de esto, de una situación desopilante en mi rutina para recordarme que hay un mundo fuera de ese distrito y un mar… un mar que todavía no conozco. —Voy a mandar un mensaje a mi amiga— le aviso al sacar el teléfono, que por hoy creo que hemos usado una buena cuota de suerte y no quiere comprobar qué tanto más puede durar.
Puede que me esté tomando muchas confianzas con Maeve, ella no me lo pone fácil cuando me deja en ascuas con ese no-se-qué del que no me habla, que tiene a Oliver sintiéndose culpable y a mí al borde de la silla, codos en la mesa, mentón en las palmas, a la espera de que continúe con el relato. Como no lo hace, muevo las cejas, alentándola. —¿Es algo que le puedas contar a una desconocida agradable que no se lo contará ni a su perro? Y puesto que estamos a un paso del altar, debes saber que puedes contarme lo que quieras, ya sabes que yo soy una enemiga del gobierno… no creo que haya demasiado terrible que no pueda ser dicho…— la animo a hablar y puesto que suelo ser una entrometida de primera, prenso mis labios para que no se sienta obligada a hacerlo. —Si no quieres, no hace falta que lo digas— la tranquilizo. —Solo te diré una cosa…— que yo no puedo irme de esta casa sin haber dejado todo mi catálogo de consejos sobre la mesa. —Si una persona permanece a tu lado, le importas. No importa qué, le importas. Nadie se queda donde no quiere, ni con quien no quiere, eso de que a veces el compromiso obliga… no, somos criaturas libres, vamos a donde sentimos que debemos ir— pongo una mano en mi pecho al decirlo. — Estamos con las personas que elegimos estar— susurro y esa misma mano uso para llegar hasta ella, dándole un delicado apretón en la muñeca.
—Si a mí con diez minutos me convenciste de quedarme a desayunar contigo, puedo entender por qué Oliver permanece a tu lado. Hay personas que tienen ese efecto en la gente, ¿sabes?— mi sonrisa se hace más ancha, pienso en Ken. No en Holly con su encanto de veela, ella también… pero lo he visto antes en Ken, es espontaneo, natural, no es algo que midan o controlen. —Hacen que la gente quiera estar cerca porque tienen una energía que se parece un soplo de aire fresco, por trillado que suene. Son bocanadas que nos hacen sentir vivos. De hecho, yo me voy con los pulmones llenos de un aire diferente… y no es por el mar, ni siquiera me acerqué. Pero esto fue un respiro necesario… de algo distinto— digo, no creo haber sido nunca tan feliz en otro lugar como lo soy en la casa de mi abuela en el nueve, con la libertad de poder estar con mis amigos, pero no me había dado cuenta que también necesitaba de esto, de una situación desopilante en mi rutina para recordarme que hay un mundo fuera de ese distrito y un mar… un mar que todavía no conozco. —Voy a mandar un mensaje a mi amiga— le aviso al sacar el teléfono, que por hoy creo que hemos usado una buena cuota de suerte y no quiere comprobar qué tanto más puede durar.
— ¡Hey! También puede casarnos alguien que conozcamos y nos agrade a ambas, ¿un actor de cine, quizá? ¡Espera! Decías que conocías a Dave, ¿no? Le podemos pedir a él, trabaja como... ¿secretario de Powell creo? — ¡pero oye! Dijo que estudió para abogacía así que debe de ser lo mismo, y teniendo en cuenta que no parece un tipo demasiado legal, que no me engaña con esa cara de no haber roto un plato, no creo que le importe que una de nosotras sea criminal. Se han visto cosas peores. — He visto que en internet puedes pedir para que puedas oficializar una boda, no tiene que ser muy complicado... — continúo, si es que es tan fácil como descargarse un título por la web, en serio no debe de costar tanto, incluso para gente como yo que en eso de las notas extraordinarias estamos algo faltos. Así nos quitaríamos el problema de que alguien la delate.
La risa que se me escapa entre dientes delata que no puedo resistir las ganas de contárselo en serio, a su favor diré que está en lo cierto al decir que no tiene a muchos a quiénes contárselo, no que me puedan afectar de forma directa, para el caso; quizá su perro si llego a conocerlo. Suelto un suspiro en lo que me termino de pensar de si contárselo o no, tampoco puede hacer tanto mal y al final solo termino por levantar un dedo en su dirección antes de llevar las manos a la parte baja de la camiseta de mi pijama. — Será mejor que te lo enseñe... — murmuro, tirando de ella para que pueda ver por sí misma la cicatriz que jamás sanó debajo del lateral de mis costillas. Regreso a taparla segundos después cuando me cercioro de que ha entendido sin que haya sido necesario el decirlo en voz alta. — No quiero ponerme en melodramática, pero algunas cosas marcan de por vida, y no, no me refiero precisamente a esto, sino a que, por lo que sucedió, soy consciente de que Oliver se siente culpable, en muchos aspectos, no me gustaría que por ello tenga que sentirse así con respecto a mí el resto de su vida. — explico, no sé si me aclaro lo suficientemente bien como para que entienda a lo que me refiero cuando me he dejado unos cuantos detalles por el camino. Lo bueno es que es una chica inteligente y estoy segura de que podrá comprenderlo o, al menos, intuirlo.
— ¿Quién puede decirle que no a un desayuno? — bromeo cuando su cumplido me pilla por sorpresa y trato de rebajar el color leve pero rojizo que adquieren mis mejillas, sonriendo tímidamente. — Me caes bien Synnove Lackberg, y no solo porque hayas descrito mi energía como soplo de aire fresco cuando los demás la señalan como explosión atómica, sino porque se nota que de verdad sientes lo que dices, e intentas ser fiel a tus principios. Me gusta eso de las personas, últimamente solo se ven fraudes. — no hay más que encender la televisión para darse cuenta de que la mayor parte de los políticos les falta una vuelta de tuerca. — Yo debería... mandárselo a mi jefa, ¿cual excusa crees que me vendrá mejor? ¿El perro se comió mi despertador o alguien usó un hechizo que hizo que se me quedaran pegadas las sábanas? — me río, meneando la cabeza de un lado a otro por la tontería, me guardo para mí la parte en la que de verdad me preocupa que no se me ocurran más excusas por haber usado todas las del manual.
La risa que se me escapa entre dientes delata que no puedo resistir las ganas de contárselo en serio, a su favor diré que está en lo cierto al decir que no tiene a muchos a quiénes contárselo, no que me puedan afectar de forma directa, para el caso; quizá su perro si llego a conocerlo. Suelto un suspiro en lo que me termino de pensar de si contárselo o no, tampoco puede hacer tanto mal y al final solo termino por levantar un dedo en su dirección antes de llevar las manos a la parte baja de la camiseta de mi pijama. — Será mejor que te lo enseñe... — murmuro, tirando de ella para que pueda ver por sí misma la cicatriz que jamás sanó debajo del lateral de mis costillas. Regreso a taparla segundos después cuando me cercioro de que ha entendido sin que haya sido necesario el decirlo en voz alta. — No quiero ponerme en melodramática, pero algunas cosas marcan de por vida, y no, no me refiero precisamente a esto, sino a que, por lo que sucedió, soy consciente de que Oliver se siente culpable, en muchos aspectos, no me gustaría que por ello tenga que sentirse así con respecto a mí el resto de su vida. — explico, no sé si me aclaro lo suficientemente bien como para que entienda a lo que me refiero cuando me he dejado unos cuantos detalles por el camino. Lo bueno es que es una chica inteligente y estoy segura de que podrá comprenderlo o, al menos, intuirlo.
— ¿Quién puede decirle que no a un desayuno? — bromeo cuando su cumplido me pilla por sorpresa y trato de rebajar el color leve pero rojizo que adquieren mis mejillas, sonriendo tímidamente. — Me caes bien Synnove Lackberg, y no solo porque hayas descrito mi energía como soplo de aire fresco cuando los demás la señalan como explosión atómica, sino porque se nota que de verdad sientes lo que dices, e intentas ser fiel a tus principios. Me gusta eso de las personas, últimamente solo se ven fraudes. — no hay más que encender la televisión para darse cuenta de que la mayor parte de los políticos les falta una vuelta de tuerca. — Yo debería... mandárselo a mi jefa, ¿cual excusa crees que me vendrá mejor? ¿El perro se comió mi despertador o alguien usó un hechizo que hizo que se me quedaran pegadas las sábanas? — me río, meneando la cabeza de un lado a otro por la tontería, me guardo para mí la parte en la que de verdad me preocupa que no se me ocurran más excusas por haber usado todas las del manual.
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—Dave es un chico discreto, él podría servir— le guiño un ojo, estoy de acuerdo con ella, me guardo el comentario de que no está lejos de parecerse a un actor así que sería un dos por uno. Para ser una boda improvisada y clandestina, tiene toda la pinta de que podría ser una muy bonita. Miro con una nostalgia imposible el marco de la ventana, sabiendo que un poco más allá está el mar, mi mente comienza a trabajar en alternativas para poder volver, porque hablando con Maeve el mundo por fuera del distrito nueve no se ve tan malo, no tan peligroso. La ironía de que se sienta así con una persona que tiene una cicatriz cruzándole la piel, por la cual muy estúpidamente estoy a punto de preguntar si tuvo un accidente y por eso es que Oliver se siente responsable. Puedo hacerme una idea de a qué se refiere porque entre los libros de medicina que empecé a leerme para poder ser una debida enfermera de Alice, también busqué algunos sobre heridas por criaturas o intoxicaciones por pócimas.
—Con más razón…— hablo luego de limpiarme la garganta con un carraspeo, —creo que estas cosas que quedan como marcas, fueron heridas y siempre que hay una herida, hay una excusa para que las personas se alejen o se acerquen aún más. Si él eligió estar entre los segundos…— susurro, la animo con una sonrisa y me siento incómoda si dejo correr el tema como si nada, tal vez sea lo que ella prefiere porque es la primera en dejarlo como algo implícito. —Y… lo siento, imagino que habrá sido duro, que seguirá siendo duro— digo, no quiero decir nada sobre el escuadrón, eso no. Porque las cicatrices son parte de nuestra historia, pero no nos definen, es lo que cada uno decide hacer después de sanar.
—También me agradas, mucho, Maeve Lackberg— lo digo en son de broma, mi sonrisa colma toda mi cara, más que el desayuno creo que he quedado satisfecha con una charla que viene bien un sábado por la mañana para distender luego de toda una semana estresante de horarios y tareas. —Tanto que buscaré la manera de volver a visitarte— por miedo a no ser un fraude precisamente, trato de que no suene como una promesa, sino como una posibilidad. —Tal vez me tarde un poco…— bien podría ser meses, porque si no lo consigo por mi cuenta, siempre queda esperar a que el mundo se acomode. —¿Puedes decirle que se metió en tu casa una chica que trataba a toda costa de venderte un paquete turístico y te ofreció mil descuentos hasta que entendió que no ibas a comprar nada?— sumo mi sugerencia para mentiras a su jefa, por idiota asumo que debe ser algún trabajo de medio tiempo en algún negocio. —¿De qué trabajas?— mejor preguntarlo.
—Con más razón…— hablo luego de limpiarme la garganta con un carraspeo, —creo que estas cosas que quedan como marcas, fueron heridas y siempre que hay una herida, hay una excusa para que las personas se alejen o se acerquen aún más. Si él eligió estar entre los segundos…— susurro, la animo con una sonrisa y me siento incómoda si dejo correr el tema como si nada, tal vez sea lo que ella prefiere porque es la primera en dejarlo como algo implícito. —Y… lo siento, imagino que habrá sido duro, que seguirá siendo duro— digo, no quiero decir nada sobre el escuadrón, eso no. Porque las cicatrices son parte de nuestra historia, pero no nos definen, es lo que cada uno decide hacer después de sanar.
—También me agradas, mucho, Maeve Lackberg— lo digo en son de broma, mi sonrisa colma toda mi cara, más que el desayuno creo que he quedado satisfecha con una charla que viene bien un sábado por la mañana para distender luego de toda una semana estresante de horarios y tareas. —Tanto que buscaré la manera de volver a visitarte— por miedo a no ser un fraude precisamente, trato de que no suene como una promesa, sino como una posibilidad. —Tal vez me tarde un poco…— bien podría ser meses, porque si no lo consigo por mi cuenta, siempre queda esperar a que el mundo se acomode. —¿Puedes decirle que se metió en tu casa una chica que trataba a toda costa de venderte un paquete turístico y te ofreció mil descuentos hasta que entendió que no ibas a comprar nada?— sumo mi sugerencia para mentiras a su jefa, por idiota asumo que debe ser algún trabajo de medio tiempo en algún negocio. —¿De qué trabajas?— mejor preguntarlo.
Asiento con la cabeza incluso cuando sé que, aunque tiene parte de razón en lo que dice, también soy consciente de que lo hace para hacerme sentir mejor y, la verdad, a veces eso es todo lo que una persona necesita. — Supongo, sí… lo bueno de las heridas es que siempre dejan una cicatriz, muchas veces no se ve, queda aquí dentro. — poso una mano sobre mi pecho al decirlo, se siente algo antinatural al ser yo la que está diciendo estas cosas que en otro momento hubiera considerado una cursilería y es que, honestamente, todavía me cuesta la parte de darle seriedad a las cosas. Creo que es más por miedo personal que otra cosa, pero no estoy por reconocer eso delante de nadie todavía. — Al final creo que eso es todo lo que importa, la marca que dejamos en alguien. — porque como ella dijo antes, las personas pueden quedarse o terminarán por irse, pero las experiencias que vivimos con ellas, esas se quedan con nosotros para siempre. — Podría ser peor. — trato de minimizar mi problema, curvando mis labios en una sonrisa que no sabría si definir como alegre, como se supone que deben ser, o más bien lastimera.
— Creo que le voy cogiendo el gancho a ese nombre. — bromeo cuando me llama por su propio apellido. — Te diré que se me da tremendamente bien maquillar a la gente. — bueno, eso es una mentira más grande que la catedral aburrida que visitamos la semana pasada en una excursión escolar, pero de alguna manera tengo que persuadirla de jugarse la vida al regresar al distrito cuatro, aunque sea con un sombrero de playa más grande que toda ella y un maquillaje que la haga parecer una anciana más que una chica bonita. ¡En la vida hay que sacrificar algunas cosas! Se me escapa una risotada jocosa. — No, no... para trabajar eso tendría que significar que me pagan, y todavía no... bueno, el caso es que la llamo mi jefa porque lo será en el futuro, pero no es en realidad mi jefa... es más bien como una mentora para mí, me está enseñando algunas cosas. — que no quiero espantarla mencionando a Rebecca como líder del escuadrón, pero no veo otra manera en que pueda serle honesta si no es con algunos puntos básicos. — Y antes de que se le hinche la vena de la frente... quedamos en que volveremos a vernos, ya arreglaremos como hacemos para que en serio puedas pisar el mar, ¡ya verás, será genial! — exclamo, como si ya tuviéramos la visita preparada de inicio a fin y en realidad no tengo ni la menor idea de como vamos a siquiera poder contactar la una con la otra. Pero esas cosas se van viendo, primero lo hacemos, y luego ya vemos.
— Creo que le voy cogiendo el gancho a ese nombre. — bromeo cuando me llama por su propio apellido. — Te diré que se me da tremendamente bien maquillar a la gente. — bueno, eso es una mentira más grande que la catedral aburrida que visitamos la semana pasada en una excursión escolar, pero de alguna manera tengo que persuadirla de jugarse la vida al regresar al distrito cuatro, aunque sea con un sombrero de playa más grande que toda ella y un maquillaje que la haga parecer una anciana más que una chica bonita. ¡En la vida hay que sacrificar algunas cosas! Se me escapa una risotada jocosa. — No, no... para trabajar eso tendría que significar que me pagan, y todavía no... bueno, el caso es que la llamo mi jefa porque lo será en el futuro, pero no es en realidad mi jefa... es más bien como una mentora para mí, me está enseñando algunas cosas. — que no quiero espantarla mencionando a Rebecca como líder del escuadrón, pero no veo otra manera en que pueda serle honesta si no es con algunos puntos básicos. — Y antes de que se le hinche la vena de la frente... quedamos en que volveremos a vernos, ya arreglaremos como hacemos para que en serio puedas pisar el mar, ¡ya verás, será genial! — exclamo, como si ya tuviéramos la visita preparada de inicio a fin y en realidad no tengo ni la menor idea de como vamos a siquiera poder contactar la una con la otra. Pero esas cosas se van viendo, primero lo hacemos, y luego ya vemos.
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