The Mighty Fall
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PRIMAVERA de 247521 de Marzo — 20 de Junio
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Recuerdo del primer mensaje :

Enero del 2470

Préstamelo un momento, Tilly— abro los dedos de la bebé alrededor del sonajero para quedármelo, se resiste un poco y luego me observa con sus ojos grandes, negros, que extraiga el cascabel del centro del círculo principal con mi varita para guardarlo en mi mano. Se lo devuelvo con los cascabeles de los lados que también harán el sonido musical que quiere oír si lo agita. Limpio con las puntas de mis dedos las inscripciones sobre el metal que tiene el primer cascabel y trazo un par de coordenadas más. La bebé se mete el sonajero en la boca para ensuciarlo de baba, sus manos son posesivas para que no vuelva a quitarle el juguete y lo marca como suyo. Mis piernas cerradas alrededor de su cuerpo la retienen en su sitio, siguiendo con la vista cada cosa invisible para ella que hago. El ruedo de la manta se agita con el viento helado que pasa cruzando la playa, ambas sentimos el roce en la cara y la punta de su nariz teñida de rojo se frunce. Es pálida la arena debajo de la manta, el mar es marrón, con muchas espumas al mojar la orilla. Con cautela a un berrinche, aparto sus labios del sonajero para restituir el cascabel a su posición y se queda ahí, levitando, girando sobre sí mismo.

Me despierto en la oscuridad con el recuerdo de haber visto esos números inscriptos, saco mis pies fuera de la gruesa manta que compartimos con Hans y camino a ciegas hacia el guardarropas para sacar la caja pesada de cartón que me traje de la casa de la playa, revuelvo entre planos doblados, bocetos, mis dedos rozan la tapa del libro que estoy buscando y abro al azar en una de sus ilustraciones de página completa, en la que bordes dorados hacen de marco. Pero no miro el dibujo que es cualquiera, no el que recuerdo, al abrirlo sin pensar encuentro sobre el papel un sobre cerrado, gastado, lo tengo entre mis dedos cuando al día siguiente estoy sentada en una butaca de la cocina de Mohini. —Este hombre me pidió que se lo entregara a sus hijos si moría— se lo cuento en susurros, no para evitar que alguien nos escuche, si la única que está con nosotras es Tilly atrapada en su sillita hundiendo sus dedos en una masa que le dio su abuela. Tengo un ojo puesto sobre ella para que no se lo trague. —Es… un poco dramático, ¿no crees?— me refiero a la existencia de una carta como esta, de la decisión de una persona de depositar en un papel todas las palabras finales que le gustaría decir a su hijo, hablando de una muerte que no era una realidad cercana en ese entonces. Me lo tomé tan a ligera en su momento, aunque creí estar asumiéndolo con bastante seriedad, y de hecho con responsabilidad, al guardar debidamente la carta. —¿Y cómo siquiera sabré si está muerto? Esta carta solo… podría tenerla por siempre—. En estos tiempos lo veía de una manera diferente, tal vez a mí me hubiera gustado recibir una carta de mi padre en los quince años de haberle dado por muerto. —¿Crees que debería dársela a esos chicos?—. Porque más allá de que el domicilio escrito y sus destinatarios están vinculados al apellido Helmuth, siendo que su remitente era un repudiado del norte, yo sí creo que un par de chicos tienen derecho a saber de su padre.
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J. Paisley Callahan
Representante
Se me escapa el arquear las cejas, sin saber si reírme o no, porque esta señora prácticamente me está contando sobre la intimidad del ministro Powell, como si esa bebé que está en brazos de la morena no hubiese sido el motivo de cotilleo de los portales que mis compañeras comentan con tanto entusiasmo. ¡La cara que pondría Miranda de poder ver una fotografía de la cría sin tener el rostro borroso por la privacidad obligada sobre los medios! Abro la boca para indicarle una vez más el sector por si no me ha escuchado, cuando me deja un momento confundida —  ¿Pilates…? —  mi madre hace demasiadas cosas y yo paso muy poco tiempo en casa, así que no estoy segura de que aquella sea una de sus actividades y estoy tratando de hacer un repaso mental de todo lo que me cuenta cuando estoy fingiendo que le presto atención, cuando el grito de mi hermano me saca de mi lugar.

La cabeza de Alexander aparece tan rápido que apenas alcanzo a ver sus rulos —  ¡Que jamás se está muriendo de verdad! — me quejo con exasperación, no puedo defender mi punto porque el muy mocoso terremoto ya me está empujando a un lado y lanzo un quejidito lamentable cuando me da un pisotón, espero que involuntario, al ocupar mi lugar. ¡Me hace ver mal frente a los clientes, es lamentable! —  Solo tienes que sacudirla un poco para que despierte, siempre hace lo mismo —  me quejo, que no voy a estar dándole respiración boca a boca a un roedor. Con desgano, tomo una de las patitas de la bicha para moverla cerca de mí mientras saco la varita y la pico en el estómago, hago sonar algunas chispas en lo que lanzo una mirada de indignación hacia mi hermano — Tu secretaria— repruebo con desdén — Por favor, Brian, no tienes idea de lo que son la mitad de las cosas que vendemos. Discúlpenlo, no tiene sentido de la ubicación. Los pañales se encuentran en… ¡AY! —  que la señora Tusa parece haber despertado por el chispazo y sus dientes me han dado en uno de los dedos, haciendo que brinque hacia atrás — ¡Si tu rata no muere de un ACV, la mataré yo!
J. Paisley Callahan
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Invitado
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No, Mohini. No. No me tientes a huir contigo en un crucero con hombrezuelos para escapar de mi boda— me lo tengo que tomar a broma para no dedicarle un segundo pensamiento a eso que señala como una falta que a la larga podría tomar importancia, no podemos hacerlo todo bien a la primera, ¿verdad? Estamos improvisando en esto, aprendemos sobre los errores. Tomo su consejo por la autoridad que le reconozco, la misma que le respeto cuando se convierte en la líder de nuestra expedición con la carta en su bolsillo y Tilly siendo nuestra pequeña copiloto que al poco de entrar en la farmacia ya está viendo todo con suma atención. ¿Pañales? Sí, le encanta, cuantos más modelos, mejor. Los va arrojando todo como si de un juego se tratara. Se comienza a revolver nerviosa en mis brazos para indicarme que la lleve a explorar los pasillos del local, en tanto su abuela toma la iniciativa con una conversación que me tiene los ojos abiertos de par en par y ojalá mis oídos también pudieran abrirse de tal manera, ¿por qué esa es mi madre apunto de llevarse el premio Oswald como actriz revelación? A menos que el servicio secreto del ministro Weynart pida por ella para tenerla de agente especial, también le iría bien. —¿Pilates?— mi voz se pisa con el de la chica, al surgirnos a ambas la misma duda sobre el pasatiempo de nuestras madres.

Tilly da tal chillido al ver al niño que entra que tengo que alejar un poco mi cabeza, y no, el chillido no es por el cadáver peludo que trae en sus manos y coloca cerca de la nariz de la chica rubia. La bebé comienza a golpear sus palmas como si el niño fuera un regalo de Navidad, reacción que no logro entender cuando salta entre mis brazos con sus bracitos hacia adelante pidiendo que la acerque, el abrir y cerrar de sus manitos también me confunde. Así que estos son… los hijos de ese vago del norte. Niños que tienen de mascota a una cobaya muerta. La mirada que le lanzo a Mohini es de pura alarma, nunca se sabe cuánto afecta a los niños ese tipo de trauma. Me recupero lo suficiente como para dar un paso al frente y acercarme al mostrador con una bebé que sigue insistiendo en que ¿el niño la alce en brazos? ¿la cargue? —Sigrid es su madre, ¿y Alexander es…?— digo hablándole al chico, en la carta decía Brian. —¿Y tú eres…?— ladeo mi rostro hacia la chica que está a punto de cometer un crimen animal. Nunca más que ahora agradezco ser hija única. —Estamos buscando pañales para Mathilda— refuerzo la mentira de Mohini. —Pero podemos esperar, no hay apuro. ¿Sus padres se tardarán mucho en volver?— muevo mi pie para golpear la punta del zapato de mi madre. —De paso queríamos hablar con su madre— no, Lara, no, no apresuremos misión. —Por un conocido en común, un hombre, había preguntado por ustedes, creo que era… un amigo—. ¡Lara, no! Tilly vuelve a llamar la atención un chillido entusiasta como si hubiera algo sobre la cabeza del niño que la tiene maravillada.
Anonymous
Mohini R. Khan
Apenas llega a abrir la boca la rubia, que la voz que hubiera deducido como suya, aguda, se ve interrumpida por otra, quizá aún más chillante por la forma que tiene de cargar una rata sobre sus manos y estamparla contra la nariz de la que asumo es su hermana. Para... no es de verdad una rata, se parece más bien a un hámster, tal vez una cobaya. Desde luego, me hace agradecer que no poseo ningún animal a mi cargo, menos al suyo si ya consiguió asesinarlo. — Ah, pero qué niño más simpático. — me temblequea un poco la sonrisa que estampo en mi rostro, tratando de mantener mis ojos en su sitio en lo que recorren la cabeza llena de rulos del menor. — Sí, sí, pilates, una encuentra mucho tiempo para hablar entre respiración y respiración, ¿sabes? — le pego un codazo a mi hija, que se supone que es ella la que tiene que aguantar mi coartada y no lo está haciendo especialmente bien. Parece mentira que sea mi hija.

Bueno, tanto como atentar contra la vida del pobre hámster, ¡si nosotras solo estábamos de paso! — no quisiera yo interrumpir la pelea, o mejor dicho, el intento de asesinato de su hermana mayor. Miro a Lara como si así fuera, tratando de averiguar en su postura si deberíamos marchar y regresar luego, pero no, parece que seguiremos con la actuación. — Ah, sí... un amigo íntimo, muy íntimo. — tanto que tuvieron dos hijos juntos, o hasta ahí es donde yo entendí, sigo sin comprender muy bien por qué no vamos a hablar directamente con la madre. Cambio de planes. — Nos dio una carta para vosotros, ¿no es así, Lara? — no sé por qué se lo pregunto a ella, si soy yo la que guarda la carta, y por eso no me tardo en sacarla de mi bolsillo, que para eso hemos venido, ¿no? — Aunque nos gustaría que vuestra madre estuviera presente, cuando la vayáis a leer, contiene información muy personal. — la poso sobre el mostrador, como entregando un paquete prohibido que no me pertenece, en parte es así, pero en última instancia coloco la mano sobre el pergamino, impidiendo que la mayor de los hermanos la tome.
Mohini R. Khan
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Invitado
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¡No es un sonajero para andarle zarandeando, Jenna! ¡Tiene sentimientos de roedor!— bufo, que la insensibilidad de mi hermana a la catalepsia de la pobre señora Tusa es reprobable, ya le contaré a mamá que casi la dejó morir otra vez y ojalá que le dé un castigo bien merecido, uno que le haga pensar en sus acciones hacia los demás. ¡Qué le prohíba estudiar! ¡Eso! ¡Sin manuales de ciencias por una semana! Entonces aprenderá esta muchacha a ser un poco más amable con mi rata, así como yo lo soy, tal como lo dice la mujer mayor. ¡Y que aprenda a ser más amable conmigo! ¿Me está mandando a buscar pañales? ¡¿Me está llamando bebé?! ¡No lo soy! ¡No importa que la bebé de ojos negros pida por mí!

Me paro todo lo alto que soy, que no es mucho, detrás del mostrador, y me agarro de los bordes para que a mi hermana no se le ocurra correrme. —¡Que me llamo Alexander!— se lo aclaro tanto a Jenna como a la otra morena, solo para molestarla porque se lo merece continúo: —Ella se llama Gertrudis— le saco la lengua en el momento en que la señora Tusa elige para revivir devolviéndole a mi hermana su propia descortesía. — ¡SEÑORA TUSA!— grito al ir a su rescate antes de que sea Jen quien clave sus dientes furiosos en su cuerpecito peludo. La protejo de la furia rubia con mis manos cubriéndola por los lados y, en la prisa porque mis movimientos sean más rápidos que los de mi hermana, la estampo contra el mostrador para quedarme en posesión de la carta. —¿Una carta para nosotros?— pregunto, vuelvo mi mirada lastimera hacia mi hermana. —¡Jen, tú ya eres mayor de edad! No hace falta esperar a mamá para leer nada. ¡La leo yo si quieres!— me ofrezco, y doy el alarido al sentir como uno de mis rulos se estira todo lo largo que es, porque al abalanzarme sobre el mostrador quedé al alcance de la bebé. —¡AY, QUE ALGUIEN ME LA QUITE!— chillo, mis ojos lagrimeando del dolor.
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J. Paisley Callahan
Representante
No es por creerme demasiado madura, pero me gustaría poder tener la oportunidad de seguir todo lo que me están diciendo estas extrañas mujeres sin tener a un incordio ruloso y su mascota fastidiando en el medio — ¿Un amigo…? — no, no hay manera, no puedo hacer esto como una persona adulta, no cuando mi hermano está tan empecinado en hacerme quedar mal poniéndome nombres ridículos y sacando lo peor de mí, que es sacarle la lengua como si tuviese su misma edad. ¡Y ahí va, es tan rápido que puede agarrar a la señora Tusa y la carta casi al mismo tiempo! — ¿De qué amigo íntimo estamos hablando? — ni siquiera puedo ponerme en modo investigadora privada, porque los gritos de mi hermano vuelven a sacarme de eje. Ok, no debería aprovecharme de esto, pero en lugar de salvar a Alexander le doy gracias mentales a la bebé y me hago con la carta de un manotazo.

Ustedes no vinieron a comprar pañales… ¿No? — que nadie viene a una farmacia con una carta si tiene un mensaje que enviar, no soy estúpida. Tengo que alzar mi voz, por ronca que sea, para poder hablar por encima de los gorgoritos de la bebé, que se quiere llevar los rulos de mi hermano a la boca y me hace pensar que se lo quiere comer vivo. Para variar, la señora Tusa se retuerce en un obvio intento de alcanzar la libertad y creo que esto será un desastre de pelos, baba y no-pañales — ¿Por qué es tan importante que debería estar mi madre? Si está dirigida a nosotros, no tiene por qué estar ella… — estoy tratando de ser todo lo lógica que puedo en lo que busco ayudar, así que saco uno de los caramelos del bol del mostrador y se lo muestro a la niña, a ver si así suelta a mi hermano — ¿Qué es tan importante?
J. Paisley Callahan
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Invitado
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¡No! ¡Tilly no!— grito, mi mano cubre sus deditos que tironean de los rulos del niño y no hay manera de lo que suelte. Mi mirada es de alarma hacia Mohini, ¿tocará cortarle el pelo al niño? La bebé no parece que vaya a soltarlo en la vida. Es de doble alarma cuando la chica se hace con la carta, sus preguntas son unas a las que podríamos habernos anticipado, así que espero que mi madre pueda leer todo lo que le digo con los ojos, ¿se lo decimos? ¿no se lo decimos? ¿recuperamos la carta? ¡Qué caso tiene! ¡Ya estamos aquí! ¡La carta ya está en su mano y Tilly está violentando al niño! Esto se ha vuelto un desastre, como no podía ser de otra manera. Trato de hacer las cosas lo mejor que puedo, mejorar en mis dotes de sutileza, no hay caso, a la hora de la verdad siempre toca ser Lara. —Jenna, eres Jenna— comencemos por aclarar los tantos, —y él es Brian— son los destinatarios de la carta.

Tomo de los caramelos que la rubia ofrece para colocarlos cerca de Tilly, alivia solo un poco el dolor del niño al ir desprendiéndose de a poco de la maraña atrapada en su manito. Debe de tener rojo el cuero cabelludo, busco la mirada de Mohini a ver si puede consolarlo antes de que rompa a llorar. —Esa carta es de un hombre del norte que me la dio para ti y tu hermano, te puedes imaginar quién es— evito tener que mirar a Brian, es tan obvio que no creo estar escondiendo bien que el remitente es su padre. —Eres bastante mayor para recibir esta carta, pero tu hermano no, Jenna. Así que te pedimos que lo hables con tu madre y decidas con ella si quieres abrirla. Tener esta carta es tu derecho, pero lo que pueda decir es algo que tal vez debas leer cuando te sientas lista— estoy esperando el codazo de Mohini si acaso me estoy equivocando en mis palabras. —Y no, antes de que lo preguntes, no. No he vuelto a ver a ese hombre desde entonces. Ni siquiera conozco su nombre real. Yo soy Lara y ella es mi madre Mohini, por si tu madre quiere ir a nuestra casa a— ¿tomar el té? ¡ja! Quizás sea buena idea de que Mo se mude de distrito, —que podamos explicarle mejor toda esta situación. No es nuestra intención entrometernos— evito mirar a mi madre a toda costa, —solo creíamos que la carta debía llegar a su destino.
Anonymous
Mohini R. Khan
Y aquí va la bebé intentando arrancarle los rulos al menor de los hermanos, tan divertida con el entretenimiento que apenas se da cuenta que para el niño está siendo un método de tortura china. La distracción me sirve a mí para aflojar el agarre sobre la carta y eso permite a Brian/Alexander tomar el pergamino antes de que tenga tiempo a impedírselo. — Creo que deberías entregársela a tu hermana, tesoro... — tampoco hace falta que diga mucho más, que su hermana se encarga de quitársela de un manotazo y entre los tirones de mi nieta y golpetazo que le da la rubia, el pobre está recibiendo golpes de todos lados. — ¡Haya paaaaaz! — a la primera a la que se lo digo es a la que no sabe hablar todavía, ya parece más entretenida con el envoltorio del caramelo y por suerte suelta al crío antes de que nos puedan denunciar por maltrato infantil.

La mayor no se anda con tonterías, no sé qué nos delata primero, pero la excusa de los pañales no tiene el efecto esperado ni con un bebé en brazos. Parece ser que en estos lugares para comprar se debe traer documentación de todo, como la receta del médico. — Porque es un tema de extrema delicadeza, cariño, o eso parece, y tener a tu madre presente puede que ayude a explicar muchas cosas, antes de sacar conclusiones precipitadas de antemano. — trato de explicar, acompañando el discurso de Lara y asiento con la cabeza, ofreciendo mi casa como si fuera Suiza en caso de que empiecen a atacarse con armas de fuego o lanzando granadas a diestro y siniestro. — Como dijimos, no queremos entrometernos en sus vidas, es tu decisión como persona adulta lo que quieras hacer con la información que se encuentra dentro. — que lo haga o no como alguien adulto es ya cuestión suya, dudo mucho que con su hermano presente en esta conversación vaya a poder guardarse el asunto para sí y cuando se trata de niños, se debe ser un poco más precavido. Solo espero que tenga eso en cuenta antes de hacer cualquier cosa.
Mohini R. Khan
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Invitado
Invitado
No hay manera de que crean que voy a pensar que están hablando de Santa Claus, ¿no? El tirón brusco y salvaje de la niña ojona que suelta mis rulos a cambios de unos caramelos, ayuda a que mis ojos se vean llenos de lágrimas cuando me giro hacia Jenna y, vaya a saberse donde se ha metido la señora Tusa, tengo mis manos libres para prenderme de la manga de su ropa. —No hace falta esperar a mamá, Jen. Ella no va a dejar que la leamos— no va a dejar que yo la lea, seguro que se esconderán las dos para mirar qué dice la carta mientras yo duermo, porque «soy demasiado pequeño», esa frase en mis oídos me ha pensado a resultar molesta el último año. No soy tan pequeño, mucho menos un bebé como a veces dice la tía Ingrid con voz empalagosa, como si todavía tuvieran que hablarme con el «ahbubutata». —Jen, por favor— se lo ruego, rodeando su muñeca con ambas manos.

Solo cumplo con mi deber de hermano al ser todo lo molestoso que Jenna necesita que sea para darle entretenimiento a su vida, sino se moriría de aburrimiento entre sus manuales de ciencias, ¿a qué no? Sí, a veces me paso, lo sé. Pero podría lavar los platos por una semana, ¡no! ¡dos semanas! Limpiarle su habitación si ella quiere, ordenar sus calderos. Lo que sea porque no me traicione y me deje fuera de esto, ¡es mi hermana! ¡y yo soy su hermano! Y esta carta debe ser de nuestro padre, ¡lo sé! No soy tan pequeño como para no entender, conozco el idioma como para haber entendido cada palabra. La miro esperando que se apiade de mí, si le entrega la carta a mamá, nunca sabré lo que dice, si nunca me ha querido decir nada sobre papá. ¡Y no es justo! ¡Al menos Jen lo conoció! Tironeo de la manga de mi hermana, pidiéndole con un mohín que la abra. —Por favor— musito.
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J. Paisley Callahan
Representante
Es muy fácil descartar el ataque de la bebé como prioridad cuando la mujer joven me reconoce y me hace plantar la bandera de emergencia dentro de mi pecho. Tengo que recordarme cómo hacer funcionar mis pulmones y los dedos se me cierran alrededor del papel, arrugándolo con fuerza en lo que mis ojos se ponen cristalinos, a pesar de que me niego rotundamente a llorar como la niñita asustadiza que sé muy bien que no soy. Siempre he conservado el orgullo y el griterío no me está haciendo fácil el trabajo. En algún momento de todo este caos, consigo recuperar mi voz, pero no suena ni la mitad de lo potente que debería — Mi madre nunca… — no llego a explicar mi punto de vista, porque la vocecita de Brian hace que le preste atención, a pesar de que detesto que tironeo de mi manga. Esto es una locura. ¡He trabajado muy duro en una radio para comunicarme con mi padre y me he encontrado con ese estúpido nombre en la lista negra! Ni hablemos de que ahora tiene el descaro de mandar a dos desconocidas y una bebé con un mensaje que no se atreve a darnos en la cara. Me duele, pero por sobre todas las cosas me enfada.

¡Ya es suficiente! — sacudo el brazo para que mi hermano me suelte y tengo que pasarme los dedos con rapidez por los ojos para no delatar lo mucho que me late el corazón — Lamento mucho el ser descortés con ustedes, pero… no las conocemos y este es un asunto demasiado privado como para tomar en cuenta lo que están diciendo. No tienen idea… — de todo lo que nos ocultaron, de que nos mintieron y decidieron por nosotros — Mi madre no tiene derecho a elegir, no si la carta es para nosotros. Es algo privado y yo soy adulta — o eso se supone, cuando lo único que hago como tal es fingir que sé más de lo que en realidad sé y aferrarme a ello con todas mis fuerzas. Doblo la carta y la pongo rápidamente en el bolsillo trasero de mi pantalón — No sé cómo dieron con ese sujeto, pero no es bienvenido en mi casa y yo elegiré qué hacer con esta información. Ahora… por favor... — mis ojos les señalan la salida, que dudo poder mantener la compostura por mucho más.
J. Paisley Callahan
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Invitado
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Estaba condenado a ser un desastre desde el principio, no podía resultar de otra manera por tenerme a mí entrometiéndome donde no me han llamado y en el presente también colabora mi hija aportando su parte de lío, ¿tendríamos que haber hecho caso a Mohini? Tal vez, tal vez no. En algo tiene razón la chica rubia, Jenna, ella también es adulta y la carta está en su posesión ahora, ella elegirá que hacer. Me cuido de no mostrarle mi sonrisa satisfecha a mi madre por haber cumplido con mi misión, o me sacará de esta tienda tironeándome de la oreja por ser tan arrogante, que quizá lo merezco, nunca es demasiado tarde en la vida para que la madre de una la siga educando. Mi argumento pasa por el hecho de que creo que una chica de la edad que asumo que tiene Jenna, me parece que está en todo su derecho de decidir por su cuenta que hará o no hará con lo que su padre le ha escrito.

Está bien, lo entendemos perfectamente— emprendo nuestra retirada con Mohini recargando a la bebé contra mi pecho y cambiando la dirección de mis pies para encaminarlos a la salida. —Entregar la carta es todo lo que teníamos que hacer— y más de uno dirá que es más de lo que deberíamos haber hecho, que quizá no tendríamos que haberlo hecho. Mathilda lloriquea al irnos, su manito se abre y se cierra para indicarnos que quiere volver para jugar con los rizos del niño, ella lo considera un juego, él bien podría iniciarle una denuncia y luego Tilly tendría que terminar en la oficina de su propio padre, y no queremos eso, ¿verdad? Porque entonces tendríamos que explicar qué hacíamos aquí, un cuento demasiado largo para relatarlo. Busco la muñeca de mi madre con la mano para sujetarme a ella cuando salimos a la acera, la puerta cerrándose a nuestra espalda. —Ya está hecho, no hace falta volver a mencionarlo. Vamos a confiar que hicimos lo que se debía hacer, ¿sí? Esta vez solo fuimos  actores que usó el destino, ya sabes, hay cosas que están destinadas a ser… pero las decisiones que las determinan recaen en otros— apunto al interior de la tienda con mi barbilla. Tomo de su mano para entrelazarlo con mis dedos en un apretón cariñoso así me perdona de haberla arrastrado a esto y seguir sumándole canas a su cabello. —Te regalaré el cupón vip que me han dado en la isla ministerial para unas clases de yoga como agradecimiento por haberme acompañado, ¿qué te parece?— le sonrío, ¡vamos! Yo creí que haría muy buenas migas con Eloise LeBlanc y el yoga le ayudará a tener que encontrar paz en esto de tener una hija y ahora también una nieta tan dadas a seguir metiéndose en problemas.
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