TEMAS
—Préstamelo un momento, Tilly— abro los dedos de la bebé alrededor del sonajero para quedármelo, se resiste un poco y luego me observa con sus ojos grandes, negros, que extraiga el cascabel del centro del círculo principal con mi varita para guardarlo en mi mano. Se lo devuelvo con los cascabeles de los lados que también harán el sonido musical que quiere oír si lo agita. Limpio con las puntas de mis dedos las inscripciones sobre el metal que tiene el primer cascabel y trazo un par de coordenadas más. La bebé se mete el sonajero en la boca para ensuciarlo de baba, sus manos son posesivas para que no vuelva a quitarle el juguete y lo marca como suyo. Mis piernas cerradas alrededor de su cuerpo la retienen en su sitio, siguiendo con la vista cada cosa invisible para ella que hago. El ruedo de la manta se agita con el viento helado que pasa cruzando la playa, ambas sentimos el roce en la cara y la punta de su nariz teñida de rojo se frunce. Es pálida la arena debajo de la manta, el mar es marrón, con muchas espumas al mojar la orilla. Con cautela a un berrinche, aparto sus labios del sonajero para restituir el cascabel a su posición y se queda ahí, levitando, girando sobre sí mismo.
Me despierto en la oscuridad con el recuerdo de haber visto esos números inscriptos, saco mis pies fuera de la gruesa manta que compartimos con Hans y camino a ciegas hacia el guardarropas para sacar la caja pesada de cartón que me traje de la casa de la playa, revuelvo entre planos doblados, bocetos, mis dedos rozan la tapa del libro que estoy buscando y abro al azar en una de sus ilustraciones de página completa, en la que bordes dorados hacen de marco. Pero no miro el dibujo que es cualquiera, no el que recuerdo, al abrirlo sin pensar encuentro sobre el papel un sobre cerrado, gastado, lo tengo entre mis dedos cuando al día siguiente estoy sentada en una butaca de la cocina de Mohini. —Este hombre me pidió que se lo entregara a sus hijos si moría— se lo cuento en susurros, no para evitar que alguien nos escuche, si la única que está con nosotras es Tilly atrapada en su sillita hundiendo sus dedos en una masa que le dio su abuela. Tengo un ojo puesto sobre ella para que no se lo trague. —Es… un poco dramático, ¿no crees?— me refiero a la existencia de una carta como esta, de la decisión de una persona de depositar en un papel todas las palabras finales que le gustaría decir a su hijo, hablando de una muerte que no era una realidad cercana en ese entonces. Me lo tomé tan a ligera en su momento, aunque creí estar asumiéndolo con bastante seriedad, y de hecho con responsabilidad, al guardar debidamente la carta. —¿Y cómo siquiera sabré si está muerto? Esta carta solo… podría tenerla por siempre—. En estos tiempos lo veía de una manera diferente, tal vez a mí me hubiera gustado recibir una carta de mi padre en los quince años de haberle dado por muerto. —¿Crees que debería dársela a esos chicos?—. Porque más allá de que el domicilio escrito y sus destinatarios están vinculados al apellido Helmuth, siendo que su remitente era un repudiado del norte, yo sí creo que un par de chicos tienen derecho a saber de su padre.

Me encojo ligeramente de hombros, por primera vez en mi vida creo que hago ese gesto ante una duda que no sé como resolver, porque no creo que esté en mi lugar el hacerlo. — ¿Por qué decías que te la dio a ti? ¿Por qué no dársela él mismo? — sé que hoy en día es complicado hablar de relaciones cuando más de la mitad de la población está relacionada de manera directa o indirecta con toda clase de mezclas sanguíneas, pero el hombre debía tener un motivo, ¿no? Suspiro, meditando cuál sería la mejor forma de proceder en este asunto, aunque para mi propio gusto lo que digo lo hago de forma recelosa. — No sé si sería muy sensato ir directamente sobre sus hijos, ¿sabemos cuántos años tienen siquiera? ¿Y qué hay de la madre? ¿No te dio ninguna carta para ella? — no es que desee posicionarme en ninguno de los bandos, hasta donde yo sé lo único que llama mi atención es el apellido que reconozco como el de los Helmuth y por ende, conozco un poco hacia qué familia está dirigida, pero nada más. — A lo que voy es que... ¿cuánto conocías a este hombre y cómo sabemos que sus motivos son sinceros? Estamos hablando de la familia de un ministro. — pongo los hechos sobre la mesa, porque no es como que podamos jugar a la cartita misteriosa con ellos.


Contesto en principio esa pregunta porque es la más sencilla, lo que viene después no hay manera de hacerlo menos terrible de lo que suena. —Era un ladrón, un mentiroso del norte. Estoy segura de que ni siquiera me dijo su nombre de verdad— bufo, no voy a decir que era un duque, porque no lo es. —El tipo tenía problemas con la ley, la esposa lo abandonó y se llevó a los hijos. Estaba destrozado, Mo. Estaba borracho y cayéndose en ese bar de lo angustiado que estaba por no poder ver a sus hijos. No podía acercarse a ellos porque era un repudiado, sé que eso no quita que sea un criminal por propia elección también— que ese es el recuerdo que guardo de él, fue hace muchos años, me duran más las impresiones que la charlas en sí. —Pero… lo juro, se veía como una buena persona. Algo en sus ojos negros, un brillo, ese que te dice que es alguien que no mataría ni a una mosca— le aseguro con la misma vehemencia que usaba en la escuela para defender a mis amigos ante los profesores si es que los pillaban con las hierbas en los bolsillos, ¡que son para los nervios, lo juro! —No sé si entregarle la carta a la esposa, Mo. Por lo que me dijo, me dio toda la impresión de que no es buena mujer— porque sí, Lara, fíate del criminal.

Me muerdo la lengua, tengo claro lo que voy a decir hasta que continúa con la historia y las dudas regresan como un boomerang a mi cabeza. — Lara… que se viera como una buena persona no significa que lo fuera, las impresiones engañan, lo sabes mejor que nadie. — ¿o no va a casarse con el mismo hombre que insultaba cada vez que aparecía en televisión y a primera oportunidad de poner pegas sobre las decisiones que influirían en todo el país? A ese hombre no lo conocía entonces, como tampoco puede jactarse de conocer al padre de esas criaturas por una simple charla de bar. Tengo que alzar las cejas y soltar un resoplido algo exagerado, desinflando mi pecho al escuchar lo que tiene para decir sobre la madre y que yo, al contrario, discrepo un poco. — ¿Te fías del criminal, pero no de la mujer que le dio la vida a sus hijos? — de acuerdo, entiendo que no todas las mujeres que tienen hijos actúan en base al instinto, pero soy de las que piensan que una madre no haría nada que pudiera perjudicar a un hijo. — No estoy tratando de defender a ninguno, eso quiero que lo sepas, pero… no lo sé, ¿y si tenía sus razones para llevárselos? No la conoces, a él tampoco, solo que te dio una carta para entregar a sus hijos y, por como yo lo veo, solo conoces una parte de la historia. — porque también soy partidaria del refrán que dice que para bailar un tango se necesitan a dos, creo que es necesario conocer sobre las dos caras de la moneda antes de actuar. — Pero si te la confió a ti, supongo que no es mi opinión a la que debes escuchar, sino a tu instinto. Es tu decisión, te acompañaré a hablar con los chicos si es lo que quieres, pero no puedo decidir por ti. — es obvio, yo no estuve cuando le otorgó la carta, no conozco ni al uno ni al otro, es cuestión de que ella se fíe de lo que le diga el cuerpo.


—Lo sé, Mo. Mi juicio sobre la gente es de lo peor, puedo romperle la cabeza a alguien que solo busca ayudar y en cambio creerle a pies juntillas a un embustero… si es que siempre voy a contracorriente, no, a lo que voy siempre a lo que tiene un gran cartel rojo de peligro…— al decirlo sí, con la carta que recibí hace unos años en la mano, me siento como esa Lara de veintidós años, así que sacudo mi cabeza, no sigo siendo esa persona y puedo, con el sobre en mi posesión, decidir qué es lo que conviene hacer con la mente un poco más clara. —Me haces sentir mal poniéndolo así— suspiro, porque en otra ocasión le hubiera dicho que de la única madre en el mundo en la que me fiaba era en ella, para mí el resto seguían siendo mujeres como yo que podrían cometer sus errores y malas decisiones, pero con una mirada a Tilly puedo decir que hay una extraña solidaridad que surge entre todas las que hemos tenido un hijo y me creo capaz de sentarme con esa mujer que asumió la tarea de cuidar a sus hijos para escuchar su lado de la historia. —Solo conozco una parte, que es muy entrometido de mi parte porque sí para también pedirle a la mujer que me expliqué porque hizo lo que hizo, como si tuviera que rendirme cuentas de lo que sea— pongo los ojos en blanco, ¿quién soy? ¿La justiciera del barrio? ¿Iré a su casa con capa y máscara?
—Mi instinto me dice que esta carta debe llegar a sus hijos, como sea, soy quien tiene que llevarla. Pero mi instinto es tan raro, Mo. Porque mi instinto me dice siempre que haga cosas que sé que están mal, que acabarán mal, las hago, eso sucede… y luego, por algún giro impensado, surge algo bueno de eso malo que pasó. No lo digo yo, lo dice la ciencia— mis ojos vuelven a posarse en la bebé que está llevándose la masa a esas encías que comienzan a dolerle y todavía falta tanto para que los dientes se asomen, serán meses de tenerla mordiendo nuestros dedos. —Tilly, no— le advierto, y claro que tiene que ser mi hija, se mete la masa en la boca. —¡TILLY, NO!— salto de la silla lo más rápido que puedo para abalanzarme sobre ella y quitarle la masa que escupe en mi palma. Froto su espalda para que se le pase la sensación de asco. —Puedo ir a hablar con esa mujer, ¿qué te parece? No, mejor, vayamos ambas para poder comparar opiniones y si nos parece justo, le dejamos la carta a ella para que le entregue a sus hijos.

Ruedo los ojos con ese resquicio de gracia sobre mis labios, que a mi parecer está siendo demasiado injusta consigo misma. Mira que apelar a la ciencia para expresar su mala toma de decisiones, cuando la ciencia rara vez se equivoca. ¡Verguenza debería de darle! — Es una idea justa, no te ofendas, pero sigo siendo yo la que tiene más sentido de la razón, así que me parece bien que te acompañe, sí. — acepto en lo que ella va a librar a su hija de ser intoxicada por la masilla que pronto se lleva a la boca, se me escapa una risa por la expresión de su rostro asqueado. — ¿Ponía la dirección en la carta o la buscamos por internet? — digo, porque esas cosas aparecen en el buscador, ¿no? A no ser que tengan puesta alguna clase de seguridad, lo cual no sería del todo extraño si tenemos en cuenta que son familiares directos del ministro de salud.


Tengo que darle una razón con lo que dice sobre las familias con un largo suspiro, hay una verdad innegable en ello. —Los Powell son un buen ejemplo, ¿no?— murmuro, aparto mi mirada a la pared. —También nosotras. No pude contarle a Hans lo de papá hasta que se encontró con los resultados negativos del estudio, lo sentía como algo de nosotras, de nuestra familia, y él que debe ocuparse de los conflictos de medio país, ¿por qué le llevaría un problema más?…— tomo aire para cargar de nuevo mi pecho con aire. —Salvo eso, somos una familia bastante normal, ¿verdad?— lo bueno de haber sido solo dos por mucho tiempo. Si me pongo en la tarea de hacer un repaso mental de las malas decisiones de mi padre y le sumo las mías, hemos completado la cuota que nos tocaba como familia al ser tan pequeña. Hemos cubierto hasta la mínima parte de la cuota que le tocaba a Mo también, no puedo recordar en todos estos años que haya hecho algo de escándalo y no es una mujer de secretos.
Es a quien le tocó desanudar muchos de los nudos de nuestros problemas, así que no confío en otra persona para que me ayude también en esto. —La carta tiene los nombres, puedo buscarlos en Wizzardface. Tal vez en alguna parte diga los nombres de las hermanas del ministro, así que podríamos rastrearlas también por internet…— sugiero, frotando con las puntas de mis dedos el interior sin dientes de la boca de Tilly para comprobar que no haya quedado nada ahí. Tengo que limpiarme la mano en un trapo de tela para poder recuperar mi teléfono del bolsillo y unirme a la búsqueda para dar con la dirección de esta mujer y sus hijos, lo primero que encuentro es la farmacia, sigo buscando y vuelvo sobre esta. —¿Y si vamos a la farmacia?— le propongo a Mo. —Será menos sospechoso…— medito, podríamos entonces camuflar nuestra visita con una compra al azar. —Podemos decir que queremos comprar algo para ti o para Tilly— vuelvo a pasar las yemas de mis dedos por su boca. — Algo para las encías…— esto recién empieza, lo leído en internet y se pone peor. —Entonces… ¿vamos?— pregunto, hora de ponernos los sobretodo negros y ver si Mohini tiene dos gafas oscuras, así interpretamos adecuadamente el papel.
Estamos delante de la fachada de la botica al cabo de un rato, siento los pies pesados como para dar un paso más, no es que sea Mathilda la que me pese en los brazos. Tiene sus piernas rodeando mi cintura y los ojos puestos en el cartel. —¿Trajiste la carta?— consulto, que es lo importante en toda esta cuestión. —Repaso del plan, saludamos, hablamos, evaluamos… me guiñas un ojo si te parece que mencionemos la carta, me guiñas los dos ojos si te parece que no…— digo, espero a su asentimiento para dar el paso que falta y mover la puerta de entrada. Si Mohini me pregunta, me tomaré como una señal del universo diciéndonos qué es lo que se debe hacer, que la persona detrás del mostrador no sea una mujer rubia, sino una muchacha con el mismo tono de cabello y que, salvo que nos diga que una dependiente y arruine mi teoría de la señal del universo, asumo que es la hija del vago del norte. Sí, es ella. Tenía pocas fotos en Wizzardface, pero es ella, la reconozco.

Y en lugar de todo eso, me encuentro ayudando a mamá, como la adolescente normal que se supone que soy y que hace cosas mundanas. Acomodo el rodete de mi cabeza para poder tener el rostro descubierto y me recargo en el mostrador, masticando el chicle con algo de ímpetu. Mi celular suena, lo desbloqueo para ver las notificaciones, pero no es nada en verdad interesante. Más teorías conspirativas, más tonterías que no llevan a absolutamente nada. Bufo. Estas personas no tienen absolutamente nada más interesante que hacer. Acabo asomando la cabeza por encima de la pantalla al darme cuenta de que la farmacia no se encuentra vacía, centrando los ojos en dos mujeres que siento que vi en algún lado. Ah, sí. A la que tiene al bebé la he visto en televisión. ¿No es esa que dicen que anda con el ministro de justicia?
— Buenas — saludo, enderezando la espalda. Miro sobre mi hombro en busca de mi madre, pero creo que debe estar demasiado ocupada como para dejarme a mí a solas. ¿Y Brian? — ¿Las puedo ayudar en algo? La sección de productos para bebés se encuentra en el pasillo final de la derecha, si les interesa.
Todo esto suena a trabajo de profesionales, lo próximo será que pasemos a llamarnos las Spice Girls y andemos con mallas elásticas pegadas al cuerpo. ¿Qué divertido sería eso? Se lo propondré para cuando hayamos tachado lo del crucero de la lista, esa idea todavía me la guardo. — ¿Para mí? ¿Pero cuan vieja crees que soy? Tengo una salud de hierro, por si te interesa saberlo, preguntaremos por pañales, tienen ochenta clases, nadie sospechará nada. — ya no solo porque cargamos con un bebé de nuestro lado, sino porque yo además soy la mar de discreta. Solo hay que verme en cuanto llegamos a la farmacia y lo primero que se me ocurre es pegar mis manos en el cristal para divisar quién se encuentra dentro. Por suerte el mostrador se encuentra al fondo y no creo que nadie más que la mujer que me mira extrañada desde el otro lado se fije en mí. Capa de invisibilidad, decían. — Espera, ¿pero no la llevabas tú? — me palpo los bolsillos de la chaqueta. En efecto, está ahí dentro. Podemos proceder a la segunda parte del plan.
Ugh, adolescentes. Socorro, hace tiempo que me desespecialicé en ese área. — Hola, tesoro, ¿qué tal? — sonrisa de anuncio dental, conseguido. Ahora intenta no parecer una psicópata Mo. Me apoyo sobre el mostrador con uno de mis codos, echándole un vistazo a la parte de atrás de la tienda, en busca de alguna otra figura rubia que destaque la presencia de su madre. — Sí, mira, es que estamos buscando un tipo especial de pañales, ¿sabes? Es que salió meona la cría, y el padre... puf, el padre, se queja cuando hay que cambiarla tantas veces. Padres, ¿eh? ¿Verdad que sí, Lara? — ficha sobre asuntos paternales lanzada, sumo dos puntos por la casualidad de la referencia. Sonrío. — ¿Cómo está mamá? — raro que una extraña pregunte por su madre, ¿no? — Nos conocimos en pilates. — apunto, ¿qué familia rica no tiene un miembro familiar que haga pilates? Es pura estadística.


Sostengo a la cobaya con una palma y con la otra limpio rápidamente el mostrador para poder dejar con cuidado el cuerpo inconsciente. Empujo su brazo para que se haga un poco a un lado así soy quien queda al frente al negocio y puedo devolverle mi atención a las mujeres que están esperando, tienen los ojos muy grandes, pero a la más pequeña se le salen de la cara. Suerte que tiene cachetes gordos que los mantienen en su lugar. Entrelazo mis manos sobre el mostrador y enderezo mi espalda, así me veo cinco centímetros más alto y serio. —Hola, bienvenidas a la farmacia de Sigrid y Bri... Alexander Helmuth, mientras mi secretaria se encarga de la emergencia, ¿en qué puedo ayudarlas?— que luego mamá no diga que no le ayudo en los negocios, si es que ella y yo algún día ocuparemos los primeros lugares en la revista Forvves.

La cabeza de Alexander aparece tan rápido que apenas alcanzo a ver sus rulos — ¡Que jamás se está muriendo de verdad! — me quejo con exasperación, no puedo defender mi punto porque el muy mocoso terremoto ya me está empujando a un lado y lanzo un quejidito lamentable cuando me da un pisotón, espero que involuntario, al ocupar mi lugar. ¡Me hace ver mal frente a los clientes, es lamentable! — Solo tienes que sacudirla un poco para que despierte, siempre hace lo mismo — me quejo, que no voy a estar dándole respiración boca a boca a un roedor. Con desgano, tomo una de las patitas de la bicha para moverla cerca de mí mientras saco la varita y la pico en el estómago, hago sonar algunas chispas en lo que lanzo una mirada de indignación hacia mi hermano — Tu secretaria… — repruebo con desdén — Por favor, Brian, no tienes idea de lo que son la mitad de las cosas que vendemos. Discúlpenlo, no tiene sentido de la ubicación. Los pañales se encuentran en… ¡AY! — que la señora Tusa parece haber despertado por el chispazo y sus dientes me han dado en uno de los dedos, haciendo que brinque hacia atrás — ¡Si tu rata no muere de un ACV, la mataré yo!
Tilly da tal chillido al ver al niño que entra que tengo que alejar un poco mi cabeza, y no, el chillido no es por el cadáver peludo que trae en sus manos y coloca cerca de la nariz de la chica rubia. La bebé comienza a golpear sus palmas como si el niño fuera un regalo de Navidad, reacción que no logro entender cuando salta entre mis brazos con sus bracitos hacia adelante pidiendo que la acerque, el abrir y cerrar de sus manitos también me confunde. Así que estos son… los hijos de ese vago del norte. Niños que tienen de mascota a una cobaya muerta. La mirada que le lanzo a Mohini es de pura alarma, nunca se sabe cuánto afecta a los niños ese tipo de trauma. Me recupero lo suficiente como para dar un paso al frente y acercarme al mostrador con una bebé que sigue insistiendo en que ¿el niño la alce en brazos? ¿la cargue? —Sigrid es su madre, ¿y Alexander es…?— digo hablándole al chico, en la carta decía Brian. —¿Y tú eres…?— ladeo mi rostro hacia la chica que está a punto de cometer un crimen animal. Nunca más que ahora agradezco ser hija única. —Estamos buscando pañales para Mathilda— refuerzo la mentira de Mohini. —Pero podemos esperar, no hay apuro. ¿Sus padres se tardarán mucho en volver?— muevo mi pie para golpear la punta del zapato de mi madre. —De paso queríamos hablar con su madre— no, Lara, no, no apresuremos misión. —Por un conocido en común, un hombre, había preguntado por ustedes, creo que era… un amigo—. ¡Lara, no! Tilly vuelve a llamar la atención un chillido entusiasta como si hubiera algo sobre la cabeza del niño que la tiene maravillada.

— Bueno, tanto como atentar contra la vida del pobre hámster, ¡si nosotras solo estábamos de paso! — no quisiera yo interrumpir la pelea, o mejor dicho, el intento de asesinato de su hermana mayor. Miro a Lara como si así fuera, tratando de averiguar en su postura si deberíamos marchar y regresar luego, pero no, parece que seguiremos con la actuación. — Ah, sí... un amigo íntimo, muy íntimo. — tanto que tuvieron dos hijos juntos, o hasta ahí es donde yo entendí, sigo sin comprender muy bien por qué no vamos a hablar directamente con la madre. Cambio de planes. — Nos dio una carta para vosotros, ¿no es así, Lara? — no sé por qué se lo pregunto a ella, si soy yo la que guarda la carta, y por eso no me tardo en sacarla de mi bolsillo, que para eso hemos venido, ¿no? — Aunque nos gustaría que vuestra madre estuviera presente, cuando la vayáis a leer, contiene información muy personal. — la poso sobre el mostrador, como entregando un paquete prohibido que no me pertenece, en parte es así, pero en última instancia coloco la mano sobre el pergamino, impidiendo que la mayor de los hermanos la tome.


Me paro todo lo alto que soy, que no es mucho, detrás del mostrador, y me agarro de los bordes para que a mi hermana no se le ocurra correrme. —¡Que me llamo Alexander!— se lo aclaro tanto a Jenna como a la otra morena, solo para molestarla porque se lo merece continúo: —Ella se llama Gertrudis— le saco la lengua en el momento en que la señora Tusa elige para revivir devolviéndole a mi hermana su propia descortesía. — ¡SEÑORA TUSA!— grito al ir a su rescate antes de que sea Jen quien clave sus dientes furiosos en su cuerpecito peludo. La protejo de la furia rubia con mis manos cubriéndola por los lados y, en la prisa porque mis movimientos sean más rápidos que los de mi hermana, la estampo contra el mostrador para quedarme en posesión de la carta. —¿Una carta para nosotros?— pregunto, vuelvo mi mirada lastimera hacia mi hermana. —¡Jen, tú ya eres mayor de edad! No hace falta esperar a mamá para leer nada. ¡La leo yo si quieres!— me ofrezco, y doy el alarido al sentir como uno de mis rulos se estira todo lo largo que es, porque al abalanzarme sobre el mostrador quedé al alcance de la bebé. —¡AY, QUE ALGUIEN ME LA QUITE!— chillo, mis ojos lagrimeando del dolor.

— Ustedes no vinieron a comprar pañales… ¿No? — que nadie viene a una farmacia con una carta si tiene un mensaje que enviar, no soy estúpida. Tengo que alzar mi voz, por ronca que sea, para poder hablar por encima de los gorgoritos de la bebé, que se quiere llevar los rulos de mi hermano a la boca y me hace pensar que se lo quiere comer vivo. Para variar, la señora Tusa se retuerce en un obvio intento de alcanzar la libertad y creo que esto será un desastre de pelos, baba y no-pañales — ¿Por qué es tan importante que debería estar mi madre? Si está dirigida a nosotros, no tiene por qué estar ella… — estoy tratando de ser todo lo lógica que puedo en lo que busco ayudar, así que saco uno de los caramelos del bol del mostrador y se lo muestro a la niña, a ver si así suelta a mi hermano — ¿Qué es tan importante?
Tomo de los caramelos que la rubia ofrece para colocarlos cerca de Tilly, alivia solo un poco el dolor del niño al ir desprendiéndose de a poco de la maraña atrapada en su manito. Debe de tener rojo el cuero cabelludo, busco la mirada de Mohini a ver si puede consolarlo antes de que rompa a llorar. —Esa carta es de un hombre del norte que me la dio para ti y tu hermano, te puedes imaginar quién es— evito tener que mirar a Brian, es tan obvio que no creo estar escondiendo bien que el remitente es su padre. —Eres bastante mayor para recibir esta carta, pero tu hermano no, Jenna. Así que te pedimos que lo hables con tu madre y decidas con ella si quieres abrirla. Tener esta carta es tu derecho, pero lo que pueda decir es algo que tal vez debas leer cuando te sientas lista— estoy esperando el codazo de Mohini si acaso me estoy equivocando en mis palabras. —Y no, antes de que lo preguntes, no. No he vuelto a ver a ese hombre desde entonces. Ni siquiera conozco su nombre real. Yo soy Lara y ella es mi madre Mohini, por si tu madre quiere ir a nuestra casa a— ¿tomar el té? ¡ja! Quizás sea buena idea de que Mo se mude de distrito, —que podamos explicarle mejor toda esta situación. No es nuestra intención entrometernos— evito mirar a mi madre a toda costa, —solo creíamos que la carta debía llegar a su destino.

La mayor no se anda con tonterías, no sé qué nos delata primero, pero la excusa de los pañales no tiene el efecto esperado ni con un bebé en brazos. Parece ser que en estos lugares para comprar se debe traer documentación de todo, como la receta del médico. — Porque es un tema de extrema delicadeza, cariño, o eso parece, y tener a tu madre presente puede que ayude a explicar muchas cosas, antes de sacar conclusiones precipitadas de antemano. — trato de explicar, acompañando el discurso de Lara y asiento con la cabeza, ofreciendo mi casa como si fuera Suiza en caso de que empiecen a atacarse con armas de fuego o lanzando granadas a diestro y siniestro. — Como dijimos, no queremos entrometernos en sus vidas, es tu decisión como persona adulta lo que quieras hacer con la información que se encuentra dentro. — que lo haga o no como alguien adulto es ya cuestión suya, dudo mucho que con su hermano presente en esta conversación vaya a poder guardarse el asunto para sí y cuando se trata de niños, se debe ser un poco más precavido. Solo espero que tenga eso en cuenta antes de hacer cualquier cosa.


Solo cumplo con mi deber de hermano al ser todo lo molestoso que Jenna necesita que sea para darle entretenimiento a su vida, sino se moriría de aburrimiento entre sus manuales de ciencias, ¿a qué no? Sí, a veces me paso, lo sé. Pero podría lavar los platos por una semana, ¡no! ¡dos semanas! Limpiarle su habitación si ella quiere, ordenar sus calderos. Lo que sea porque no me traicione y me deje fuera de esto, ¡es mi hermana! ¡y yo soy su hermano! Y esta carta debe ser de nuestro padre, ¡lo sé! No soy tan pequeño como para no entender, conozco el idioma como para haber entendido cada palabra. La miro esperando que se apiade de mí, si le entrega la carta a mamá, nunca sabré lo que dice, si nunca me ha querido decir nada sobre papá. ¡Y no es justo! ¡Al menos Jen lo conoció! Tironeo de la manga de mi hermana, pidiéndole con un mohín que la abra. —Por favor— musito.

— ¡Ya es suficiente! — sacudo el brazo para que mi hermano me suelte y tengo que pasarme los dedos con rapidez por los ojos para no delatar lo mucho que me late el corazón — Lamento mucho el ser descortés con ustedes, pero… no las conocemos y este es un asunto demasiado privado como para tomar en cuenta lo que están diciendo. No tienen idea… — de todo lo que nos ocultaron, de que nos mintieron y decidieron por nosotros — Mi madre no tiene derecho a elegir, no si la carta es para nosotros. Es algo privado y yo soy adulta — o eso se supone, cuando lo único que hago como tal es fingir que sé más de lo que en realidad sé y aferrarme a ello con todas mis fuerzas. Doblo la carta y la pongo rápidamente en el bolsillo trasero de mi pantalón — No sé cómo dieron con ese sujeto, pero no es bienvenido en mi casa y yo elegiré qué hacer con esta información. Ahora… por favor... — mis ojos les señalan la salida, que dudo poder mantener la compostura por mucho más.
—Está bien, lo entendemos perfectamente— emprendo nuestra retirada con Mohini recargando a la bebé contra mi pecho y cambiando la dirección de mis pies para encaminarlos a la salida. —Entregar la carta es todo lo que teníamos que hacer— y más de uno dirá que es más de lo que deberíamos haber hecho, que quizá no tendríamos que haberlo hecho. Mathilda lloriquea al irnos, su manito se abre y se cierra para indicarnos que quiere volver para jugar con los rizos del niño, ella lo considera un juego, él bien podría iniciarle una denuncia y luego Tilly tendría que terminar en la oficina de su propio padre, y no queremos eso, ¿verdad? Porque entonces tendríamos que explicar qué hacíamos aquí, un cuento demasiado largo para relatarlo. Busco la muñeca de mi madre con la mano para sujetarme a ella cuando salimos a la acera, la puerta cerrándose a nuestra espalda. —Ya está hecho, no hace falta volver a mencionarlo. Vamos a confiar que hicimos lo que se debía hacer, ¿sí? Esta vez solo fuimos actores que usó el destino, ya sabes, hay cosas que están destinadas a ser… pero las decisiones que las determinan recaen en otros— apunto al interior de la tienda con mi barbilla. Tomo de su mano para entrelazarlo con mis dedos en un apretón cariñoso así me perdona de haberla arrastrado a esto y seguir sumándole canas a su cabello. —Te regalaré el cupón vip que me han dado en la isla ministerial para unas clases de yoga como agradecimiento por haberme acompañado, ¿qué te parece?— le sonrío, ¡vamos! Yo creí que haría muy buenas migas con Eloise LeBlanc y el yoga le ayudará a tener que encontrar paz en esto de tener una hija y ahora también una nieta tan dadas a seguir metiéndose en problemas.

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