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  • The Mighty Fall
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    OTOÑO de 247421 de Septiembre — 20 de Diciembre


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    Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

    Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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    2 participantes
    Phoebe M. Powell
    Director del Servicio Social
    Alcanzado este punto creo que no es momento de dar marchar atrás, por mucho que me lo haya planteado unas treinta veces de camino hasta aquí, sé que no es más que un arrebato de cobardía momentáneo, que si efectivamente me doy la vuelta y regreso a casa, sentada sobre el sillón me daré cuenta de que esto es lo que debe ser y debo hacer, no hay más. Aun así, aunque lo sepa, es inevitable no tenerle miedo, o al menos un tanto por ciento de ansiedad, a abrirle mis experiencias a una persona que no conozco en lo absoluto. Y eso es probablemente una de las peores cosas con las que trabajo, que me cuesta incluso contarle aspectos de mi vida pasada a mi hermano, costaba, que es lo que me ha adjudicado este carácter de reservada que a todo el mundo le gusta puntuar. Creo que más que a la exposición de quién soy, lo que más temor me produce de todo esto es el ser juzgada, a nadie le gusta que le critiquen, especialmente si viene de las personas que quieres, supongo que eso me dice que hice una buena elección al pensar en una ayuda externa como método a solucionar mis problemas internos.

    ¿Y si no tiene solución? Es otra de las preguntas que me planteo de camino, son las que me hacen querer regresar a la comodidad y seguridad de las paredes que conozco, las mías propias, de mi persona y las de mi hogar, los brazos de Charles que conozco no van a juzgarme. Encontré a Wilhelm Schumer por pura casualidad, en una de mis tantas búsquedas inútiles porque ninguna descripción me convencía lo suficiente como para volcar mis pensamientos sobre ellas, tampoco en el servicio público. Su nombre se apareció como un salvavidas en un océano gris, dentro de una revista que no tenía pinta de ser hojeada por mucho público, y creo que ese detalle fue lo que me armó de valor para llamar al teléfono que apuntaba en la esquina de la hoja. También la entrevista que pude leer cuando decidí comprar el papel, tomé un tiempo para echarle un vistazo con detenimiento antes de decidirme a teclear su número, casi tan sorprendida de que respondiera como de mí misma por haber llamado sin más preámbulos. Ya he esperado suficiente, no podía retrasarlo mucho más.

    Claro que no esperaba que fuera tan incómodo. No es que el consultorio sea rígido, más bien todo lo contrario, mis ojos se pasean por la sala para no tener que hacerlo sobre los ojos claros del hombre y hasta podría decirse que es acogedor, pero el silencio es lo que me perturba ahora que las presentaciones están hechas y mi firma ha decorado unos papeles de confidencialidad que, no voy a negarlo, ha sido la mejor parte de todo esto. No sé por dónde se supone que debo empezar, y eso que he sido yo la que ha tenido la idea de acudir aquí, no es como si me hubieran obligado y mi silencio fuera un acto de rebeldía en contra de esas personas. Eso es lo peor, que estoy en este lugar por elección propia y no tengo ni la más remota pista de cómo continuar. Cruzo mis piernas en un gesto que espero retire parte del nerviosismo con que juegan mis dedos entre sí sobre mi regazo, aclarándome la garganta también como parte de mi discurso. — Verá, yo… — empiezo, inclinándome un poco hacia delante para evitar su mirada una vez más en lo que busco arreglar la parte baja del vestido que llevo puesto. Y hasta ahí se queda mi intento de comenzar alguna clase de conversación, quizá como señal de que todo esto ha sido una mala ocurrencia, si es que a quién pretendo engañar.
    Phoebe M. Powell
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    Wilhelm F. Schumer
    Miembro de Investigación
    Creo que mi filosofía de vida se basa en seguir un solo principio: “no hagas lo que no te gusta que te hagan”. Suena más fácil de lo que en realidad es, y tomó años el poder hacer carne esa filosofía: no gritar a las personas cuando tengo un mal día, no empujar a nadie en ninguna fila, no comer con la boca abierta… pequeñas tonterías que son irritantes pero cuya base inicial radica en que muchas son idioteces que nos molestan de uno mismo. En particular, o al menos en mi profesión, había dos frases puntuales que me ponían de los nervios y es por eso que trataba de evitarlas a toda costa “¿Qué te anda sucediendo?” y la peor y más temida “¿Cómo te sientes al respecto?”. No podía creer que todavía enseñaran a usar esas tácticas en la especialidad, y mucho menos que alguien pudiese soportarlas. Así que es mi meta el jamás dejar caer ninguna de esas preguntas en ninguna sesión con ningún paciente. Phoebe Powell no sería la excepción a esa regla.

    No cuando todo en su postura cantaba a gritos que se hallaba nerviosa y estaba a un brinco de salir corriendo de mi consultorio. - ¿Sabe? Hay veces en que las personas suelen creer que puedo parecer intimidante. No entiendo muy bien por qué, pero cuando eso sucede me veo obligado a compartir alguna tontería que me haga parecer menos ¿aterrador? No sé si sea la palabra correcta. - Aparto el anotador que llevo sobre el regazo y lo dejo al costado del sillón en lo que me inclino hacia adelante y me saco uno de los zapatos. Doblando mi empeine y elevándolo en el aire, muevo mis dedos un par de veces y enseño mi nuevo par de medias. Son peludas, bastante acojedoras, y tienen en el frente un par de ojos y una nariz que consiguen el efecto deseado para cualquiera que supiera lo que es un puffskein. - Hace años, una de mis pacientes amaba los puffs y me regaló un par similar a este. Al principio creía que eran tontas, hasta que tuve un incidente con la lavadora y no me quedó más remedio que usarlas. Ahora, cada invierno me compro un par nuevo porque son tremendamente cómodas y además resultan adorables. - Vuelvo a meter el pie en el zapato y tironeando un poco del cuero para que ceda, y me recuesto nuevamente contra el respaldo, sin tomar la libreta para anotar. - No está obligada a compartir nada que no quiera, pero alguna bobería sin importancia nunca es un mal inicio. - Y si bien la anécdota de los calcetines me sirve muchas veces para hablar de arriesgarse o de perderle el temor a lo desconocido, creo que ella no necesita eso. Ya suficiente valentía tuvo para acudir a mí en primer lugar.
    Wilhelm F. Schumer
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    Phoebe M. Powell
    Director del Servicio Social
    Agradezco que me interrumpa porque la verdad es que no tengo la menor idea de lo que pretendía decir cuando abrí la boca, por culpa de que mi cabeza ha decidido hacer un borrón y cuenta nueva de todos mis pensamientos internos, es casi mejor que aproveche el silencio para venir con algo que me hace levantar la barbilla para echarle un vistazo. Ignoro que lo que sale por mi boca es un hilo de voz tan bajo que dudo que se escuche, pero aun así me animo a contradecirle. — No es usted lo que intimida, sino la situación en sí. — digo, tratando de relajar la tensión de mis músculos con cada palabra, parece más fácil hacerlo si continuo. — Jamás había estado en un lugar como este, no se trata de quién es lo que aterra, es el no saber qué esperar de ello. — explico como si fuera la conclusión más inteligente a la que podría llegar cuando ni siquiera le he dado más de dos segundos al procesamiento de la idea. Pero quiero decir, ¿a quién no le aterra lo desconocido, la incertidumbre de algo nuevo? Creo que es lo más lógico que alguien sienta temor por todo eso, incluso cuando se trate de una pequeñez como esta, que en comparación con otras experiencias, esta por sobre todas ellas la considero un camino de rosas, y aun así aquí estoy, tratando de contener el nerviosismo de mis dedos.

    Tengo que disimular el comportamiento de mis ojos cuando se abren un poco más de la cuenta al ver como Wilhelm pasa a quitarse un zapato, dejando ver un calcetín que si bien me hace gracia al principio, casi hasta lo veo de algún modo tierno cuando pasa a explicar la historia que guardan detrás. — Mi yo de siete años le hubiera tenido mucha envidia por esas medias, ¿sabe? — no sé de dónde sale ese comentario tan natural, hasta llego a señalar con el dedo su pie, esbozando una sonrisa no tan forzada por la respuesta honesta. Espero a que pase a colocarse de nuevo el zapato, quizá sea por la bobada pero creo que mi espalda logra relajarse un poco en el asiento. Trato de pensar en lo que dice, sacar alguna bobería no tiene por qué ser tan difícil, pero creo que la gracia recae en que no debe pensarse tanto como lo estoy haciendo yo, así que termino por soltar lo primero que se me pasa por la cabeza una vez me percato de que estoy meditando demasiado la respuesta. — Tenía este peluche cuando era una niña, Pelusa se llamaba, la heredé de mi hermano. El caso es que no me despegaba de ella, era un conejo así que por un tiempo solo hacía más que dibujar conejos, coleccionaba pegatinas también, nunca la aparté de mi lado. Hasta hace un tiempo que decidí dársela a la hija de mi hermano. — es ridículo hablar de Pelusa con alguien que desconoce de su existencia, en especial porque es una memoria de cría que me acompañó hasta la madurez adolescente y ahora como adulta. — Siempre tuve cierta dificultad para conjurar un patronus, tardé mucho tiempo siquiera en conseguir que adquiriera una forma de animal concreta. Lo curioso fue descubrir que era un conejo, después de todo. — lo que comenzó siendo una historia tonta de niña termina siendo algo quizá de más importancia, sin quererlo siquiera he revelado un dato que no creo que haya puesto en boca delante de muchas personas.
    Phoebe M. Powell
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    Wilhelm F. Schumer
    Miembro de Investigación
    Me sonrío cuando admite abiertamente lo que le sucede en particular con el terror a la consulta, y paso a darme cuenta en un inicio que lo que Phoebe Powell necesita es no solamente ser escuchada, sino que ser comprendida. Es una suposición claro está, una primera impresión si es mejor decirlo de esa forma. Lo que importa es que, al menos ese tipo de miedos los puedo despejar para hacerla sentir un poco más segura en un entorno que necesitaba serle cómodo sino familiar en un futuro. - Que esperar… - Suelto un “mmmhhh” en lo que miro al techo en una vacilación algo creíble, y bajo la vista a la mesita que se encuentra al costado del sillón. - Los pañuelos no son de adorno. Tengo almohadas en el armario que sirven para que la gente grite o se desquite, y algún cuarto a prueba de sonido en el fondo para los que lo requieran. - Recorro la habitación con la mirada, reparando en que de nuevo he olvidado limpiar la lámpara de la esquina, hasta llegar a mis espaldas, dónde un cuadro cuelga detrás de un escritorio. - Mi título está allí, así que, más que una charla aburrida, un poco de llanto y algún que otro grito, me sorprendería usted a mí si es que pasa otra cosa. -Había tenido casos particularmente complicados, pero ninguno había recaído en la violencia física como para hacer incapié en eso.

    - Su yo de siete años tenía un muy buen gusto. - Había varias niñas que admiraban las medias, era verdad, pero eran los pacientes en sí los que parecían encontrar una afinidad en particular por este detalle, lo que me recuerda… - Tengo que pedirle un favor nada más, por alguna extraña razón mis pacientes en algún momento, generalmente cuando se acerca el final del tratamiento, sienten la necesidad de regalarme algo. Sugiero una bufanda o un par de guantes si no es un sombrero de paja. Tengo demasiados calcetines y poco lugar en el cajón de medias. - Tenía que admitir que las medias tenían patrones de lo más originales, y algunas eran hechas a mano. Pero mis medias de puff eran las que mejor servían de ejemplo y las otras terminaban siempre en guardadas a menos que un diseño particular llamase mi atención. - En fin, volviendo al tema del conejo. Se supone que este es el momento en el que le pregunto si cree que su patronus es una referencia a una infancia a la que se quiere aferrar, mientras que el muñeco regalado simbolizaría un desprendimiento voluntario de una etapa que quiere culminar. - Llevo las manos a mi mentón, y entrecruzo los dedos por debajo de él. - Lo malo es que no suelo aprovechar esos momentos y termino pensando que jamás he podido conjurar un patronus corpóreo. Dice mucho de usted el que pueda tener un recuerdo lo suficientemente feliz como para invocar el mismísimo reflejo de su alma, tenga la forma que sea.
    Wilhelm F. Schumer
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    Phoebe M. Powell
    Director del Servicio Social
    Solía ser muy buena ocultando el llanto, es una de las cosas por las que sí me puedo enorgullecer, si es que no llorar es algo por lo que se deba sentir orgulloso, claro... Y es que no me estoy refiriendo tanto a eso como lo hago de que no acostumbro a llorar con quién considero no merece que le moleste con mis problemas, pero vamos, le estoy pagando para escucharme llorar si es que quiero, lo cual no me hace sentir mejor conmigo misma. A dónde quiero llegar es que no tengo problema para aguantarme la sensibilidad, pero eso era antes de empezar a ser el hotel de una criatura, con mis cambios de humor, no me sorprendería que terminara yo sola el paquete de pañuelos en la primera sesión. Pero no, de momento voy bien e incluso puedo decir que no ha tocado ninguna fibra sensible. — Creo que podremos prescindir del cuarto a prueba de sonido, gracias, y Phoebe está bien. — añado al final llegando a sonreír en lugar de enseñar la mueca incómoda que se me ha pegado en las últimas semanas, porque si voy a hablar de mi pasado, presente y futuro en esta sala, lo que menos me gustaría es tener que compartirlo con alguien que me trata de usted.

    Se me hace bastante extraño para mis oídos escuchar la palabra 'tratamiento', dicho de sus labios no parece la gran cosa, supongo que está acostumbrado a referirse así delante de sus pacientes, pero es que en mi cabeza todavía no se asume que he empezado a formar parte de esa lista y aun se está haciendo a la idea de que esto no es ninguna broma. — Lo tendré en cuenta... — aseguro, aunque por como lo formulo no suena demasiado convincente. Creo que aun le estoy dando vueltas a lo del tratamiento más que a las medias que no tengo que regalarle porque ya tiene muchas. Para mi suerte no nos demoramos mucho más en las bufandas que sí pueden gustarle más como regalo y volvemos al tema que me tiene aquí sentada, observándole con ojos curiosos en su recorrido por la sala. Y me sorprende, porque no esperaba que fuera yo la que tuviera que analizarme a mí misma y es lo que creo que demuestro cuando abro la boca para replicar, a pesar de que no sale nada de ella hasta que me pienso lo que quiero decir. — Nunca dije que quisiera aferrarme a mi infancia, tan solo tuve ese gesto con mi sobrina porque el conejo tiene valor sentimental, no podía simplemente tirarlo a la basura o meterlo en una caja en el desván. ¿Nunca ha tenido un recuerdo de ese tipo? — le devuelvo la pregunta, prefiero no entrar en detalles de por qué ese peluche significa tanto, a pesar de que un segundo pensamiento me indica que es precisamente por lo que estoy aquí.

    Que reconozca que él mismo no es capaz a conjurar un patronus corpóreo me deja perpleja un segundo, porque llevo toda la vida pensando que lo que me tardé yo en poder hacerlo, los otros magos comunes ya llevarían unos cuantos años de haber definido su animal. — Hace tiempo que no conjuro uno, igual, quizá fue solo cuestión de suerte. — digo, quitándole el mérito a algo que tampoco considero sea mi fuerte para hacerle sentir mejor consigo mismo. Al mismo tiempo me encojo de hombros, entrelazando mis manos sobre mi vientre. — Todos tenemos momentos felices, eso no significa que todos seamos capaces de reflejarlos. Sé por experiencia propia que los recuerdos pueden permanecer guardados bajo llave y no siempre se tiene la fuerza para abrir el baúl de las memorias. — ahora que lo medito en voz alta, puede que sí resultara en un golpe de suerte, después de todo.
    Phoebe M. Powell
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    Wilhelm F. Schumer
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    - Bien Phoebe, entonces tú puedes llamarme Wilhelm, o Will si lo prefieres. Menos letras y más fácil de pronunciar. - Al menos Will no tenía variantes que me hacían sentir que provenía de otro continente en sí mismo. Tenía que aplaudir que la pérdida de formalidad viniese de ella misma, pero no lo hacía en voz alta ya que, siendo el primer encuentro no quería que sintiese que ya la estaba evaluando. Casi como la primera entrevista, esto se trataba de un intercambio en el cuál lo importante era garantizar su seguridad. - No descartes la habitación tan pronto. Muchos pacientes descubren lo entretenido que puede resultar desahogarse gritando sin que nadie lo escuche. Tiene que ver con la pérdida de la vergüenza ante un público que puede o no ser familiar. - Incluso con la pérdida de la vergüenza consigo mismo.

    Observar su postura, y la dirección que recorre su mirada pese a que sus ojos están centrados en un punto fijo es casi una segunda naturaleza para mí. Puedo notar sus inseguridades incluso en el cómo está sentada, y en el cómo me ve sin verme. ¿Qué clase de demonios la perseguirán por dentro? - Los tengo, pero a decir verdad los míos sí se encuentran juntando polillas en una caja dentro del ático. - Unos que probablemente ni siquiera estuvieran enteros luego de esa gotera que tardé días en arreglar por el simple olvido. - No está mal ni una cosa ni la otra. Simplemente es una observación de años de tener demasiados libros y demasiado tiempo libre para ver señales que muchas veces no existen. Trataré de no irme mucho por las ramas, muchas veces el regalar un peluche es solamente eso. - Y a la vez no, porque incluso las reliquias tenían su tiempo y el pasarlas estaba cargada de un sentimiento más grande que el que podía generar el tirarlas o dejarlas guardadas en algún lugar.

    - Oh, no te preocupes por eso. Conozco las razones por las cuales no puedo conjurarlo. Tengo muchos recuerdos felices, solo ninguno que destaque por sobre el resto. También puede venir en base a la necesidad. - Incluso en los peores momentos, jamás había tenido un enfrentamiento que me llevase a querer conjurar un patronus, mucho menos uno lo suficientemente potente para adquirir una forma corpórea. - Y ese recuerdo feliz… el que invocas para conjurar el patronus. ¿lo recuerdas, o es uno de esos que guardas en el baúl? - La observo, y me recargo contra el respaldo en lo que trato de mostrarme tan relajado como puedo sentirme. - ¿Por qué sentiste la necesidad de venir aquí
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    Phoebe M. Powell
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    Wilhelm… ¿es alemán? — ni siquiera sé si lo estoy pronunciando como se debe, así que es una buena opción el que me deje llamarle por un apodo, aunque mi instinto me dice que no nos conocemos tanto como para tomarme esas libertades. — Supongo que tiene su atractivo, sí. — comento por pura conversación, sigo sin estar convencida de que gritar a las paredes me vaya a servir para algo más que para tentarme a hacerlo en el futuro, en una habitación que probablemente no esté insonorizada. Ante lo siguiente, no obstante, mis labios se fruncen un poco en desacuerdo. — No es tanto por vergüenza por lo que estoy aquí, si voy a serle honesta… — y creo que es para lo que he venido, empezando por ahí. — No me importaría gritar en una habitación si pensara que me fuera a ayudar, pero no creo que mis problemas vayan a solucionarse porque decidí tomarla con las paredes de un pobre cuarto. — ladeo la cabeza, quizá asomando una sonrisa de complicidad que se asemeja más a una mueca, como si pretendiera que me comprenda tan solo con eso.

    De forma inconsciente mis ojos se mueven hasta tener en su campo visual nada más que el techo blanco, de alguna manera imaginándome ese ático del que habla con tanta naturalidad que me hace desear tener un lugar así donde poder guardar todas mis pertenencias de cuando no era más que una niña. Desafortunadamente, eso no es posible, tal vez la razón por la que no dejo soltar el tema del conejo tan rápido. — No es solamente un peluche. — admito, hacerlo por algún motivo me hace sentir mucho más pequeña de lo que en realidad soy, probablemente el aspecto que doy al no dejar de hablar sobre un muñeco. — No sé si sabe quién es mi padre, señor Schumer, Will… — me corrijo tan pronto lo escucho, a estas alturas tampoco sé porqué sigo haciendo la aclaración de quién es Hermann Richter. — Tuve una infancia complicada, prácticamente no la tuve gracias a él, ese conejo fue de las pocas cosas que mantuve de cuando era niña y el único recuerdo de que había tenido una vida diferente. — una que añorar, por la cual llorar, lamentarse cuando del día a la noche se te arrebata tu identidad. — ¿Tú dices que el haberle traspasado el peluche a mi sobrina simboliza un desprendimiento voluntario de mi infancia? No lo sé, tuve muchas oportunidades de deshacerme de él en mi vida, y créame, no es como si no tuviera razones para querer pasar página, las tengo, pero… no lo sé, ¿por qué entonces escogería este momento para regalarlo y no otro? — cuando ha quedado claro que tengo más que un problema para dejar ir las cosas, sino es por la historia del conejo, por cómo me expreso al respecto.

    Como le explico, hace tiempo que ni siquiera pruebo a conjurar un patronus y probablemente que lo haya usado se deba a haber vivido en el norte, pero en cuanto a su pregunta se refiere, me encuentro un poco más escéptica. — Lo segundo suena más como yo. — reconozco, sintiendo como me hago un poco más pequeña en el sillón al removerme en el sitio. — Verá… ¿lo que decía antes de aferrarse al pasado? Puede que no haya sido completamente sincera en ese aspecto. Sí tengo problemas para dejar las cosas atrás, pasar página, seguir adelante, como sea que quiera llamarlo. — ¿por qué sigo tratándole de usted? — No es que viva estancada en el pasado, no lo hago, pero… sí es que es cierto que me apoyo sobre lo que me sucedió para comportarme de una manera u de otra. — poniéndolo en palabras no suena tan mal, es lo que hace todo el mundo, ¿no? Uno se basa en la experiencia para actuar y, aun así, sé que soy selectiva con eso porque por mucho que la gente se aproveche de mí, no aprendo. — Tengo este problema de… dañar lo que quiero sin saberlo, sin ser consciente de que estoy cometiendo una estupidez. Me encuentro con esta manía de actuar de forma impulsiva, que afecta a todos los que me rodean, y cualquier día siento que voy a explotar o algo parecido. — hablo casi en susurros, como si de hablar más alto tuviera miedo de que alguien no escuche. — Y no sé como solucionarlo. — suena tan simple que siento que se va a reír en mi cara, cuando ni siquiera he revelado un cuarto de todo lo que se esconde en el fondo de mi cabeza, pero es un buen lugar por dónde comenzar, creo.
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    Creo que, mientras que decide como abrirse a exponer sus traumas, o al menos a tratar de analizar lo poco que hemos hablado hasta ahora, lo único que puedo hacer es escucharla con atención. No se me complica, PHoebe Powell puede parecer un cervatillo asustado, pero solamente es uno inseguro. Alguien que para la edad que tiene probablemente haya pasado mucho más de lo que cualquiera persona debería merecer. - Conozco a Hermann Richter por la televisión, no puedo mantenerme ignorante. Pero para mí es una persona externa de la que no tendré opinión hasta que no seas tú la que pueda decirme que significa para tí. - Si quiere odiarlo, si quiere pintarlo como un monstruo, o si quiere todavía aferrarse a una figura parternal que pudo tener, no la juzgaría por ello. Este no era un lugar para juzgar. - Voy a suponer que el conejo es un recuerdo de aquellos momentos en los que la palabra “complicada” no existía en tu vocabulario de aquel entonces. Es normal el querer aferrarnos a esos momentos luminosos de nuestra vida, sobre todo en los momentos más oscuros. El opinar que se trata de un desprendimiento de tu infancia no es algo malo, sino que puede llegar a simbolizar que estás en paz y comunión con ese aspecto de tu vida y ya no necesitas anclarte a eso para salir adelante o recordar buenos momentos. El traspasar un tótem así a un ser querido, también puede significar que deseas que ella también rescate ese lado bueno de la vida. - Y estoy siendo más esclarecedor de lo que debería, no me gusta sugestionar y subjetivar, pero en este caso no había otra forma en la que pudiera explicarlo. - Cabe aclarar que esto solo es una opinión, está en tí el definir luego qué tan equivocado estoy.


    Su incomodidad me hace pensar que esta vez si llegamos a ver aquello que de verdad la remueve por dentro, hasta el punto en que necesita exteriorizar eso que pasa por su mente. La acción y reacción al estímulo eran claves para poder entender ciertos aspectos de su carácter, pero en esta ocasión son sus palabras las que más cosas pueden decir. - Creo que ahí se encuentran tres conceptos clave que, si bien parecen similares, en realidad son muy diferentes. Aferrarse al pasado, vivir en el pasado, o apoyarse en el pasado son tres estilos de vida casi que completamente opuestos. El más peligroso en ese caso es la distorsión de la realidad que genera vivir casi que de manera literal, como si el tiempo jamás hubiese transcurrido. Vivir en el pasado es crear un mundo ficticio en el que los hechos de la actualidad no se registran y creo que ese no es tu problema. Aferrarse al pasado es la patología más común de las tres, aquella en la que necesitamos de los hechos que hemos vivido para justificar cada paso que vamos dando. Ya la tercera, creo que la tercera es la más sana. Nuestro pasado nos define, y el apoyarse en él para impulsarse hacia adelante, incluso aunque uno se lastime los brazos en el salto, o que caiga con el pie equivocado… El pasado es complicado, pero no podemos olvidar que también es quien nos define. Nos hace errar, es cierto, pero también nos hace caer en cuenta que existe ese dèja vú reiterativo que nos molesta y nos da el puntapié para salir adelante. El hecho de que puedas reconocer la diferencia, y el que estés aquí, tratando de buscar una solución a lo que crees que es un problema, es un paso gigante en la dirección correcta.
    Wilhelm F. Schumer
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    Hermann Richter no significa nada para mí. — lo digo tan mordaz como lo siento, antes de que pueda sacar conclusiones precipitadas sobre una persona que si no ha muerto para mí es precisamente porque se sigue presentando en mi vida de las formas más inoportunas posibles. ¿Pero significar? Puede que sea el rencor hablando, que esté guardándome más sentimientos al respecto de los que formulo, pero mi padre no es alguien al que quiera siquiera dedicarle un pensamiento diario y, para mi propia desgracia, sigue siendo capaz a hacerse un hueco entre ellos. — Pero yo no estoy en paz con lo que pasó, ¿cómo podría? Me arruinó la vida. — expreso tan pronto esas palabras salen de su boca, haciendo una pausa que utilizo para menear la cabeza por la incoherencia. Capaz ni siquiera me estoy haciendo a entender o el problema recae en que es él mismo quien no me comprende porque, sorpresa, soy más complicada de lo que quiero hacer creer. — Tener a Pelusa… al conejo, era solo un pobre consuelo de niña, uno que servía para ignorar que su existencia era pura basura. Porque la realidad, con o sin conejo, era una miseria para una cría de ocho años. — porque quizá, solo quizá, si no hubiera tenido a Pelusa o si me hubiera deshecho de ella mucho antes, tal vez me hubiera dado cuenta al principio de todo que el mundo es cruel, que las personas solo te quieren por el interés, que no tiene sentido fiarse de nadie porque te lo devuelven de la peor manera. Quizá de esa forma no tendría este instinto de protección hacia las personas que quiero, de desear protegerlas, porque soy la primera en saber cómo se siente el rechazo, más veces de las que me gustaría he sentido ese repudio, como para no deseárselo a nadie. Porque tal vez si me hubiera creído que nadie iba a salvarme, ni siquiera un conejo de peluche, tal vez no me hubiera convertido en un completo desastre en la actualidad.

    Aparto la mirada hacia la estantería que tengo a un lado, solo para terminar pellizcándome el puente de la nariz con los dedos de una mano, escondiendo parte de mi rostro en ella, así evito que aparezca cualquier signo de lágrimas. Prohibirme llorar es una orden que me obligo a tener en mente, ayuda que él pase a tomar la palabra, así puedo centrarme en sus palabras al mismo tiempo que me aparto un mechón de pelo de la cara. No creo que tenga un problema de realidad, soy perfectamente consciente de lo que estoy viviendo, a pesar de que en ocasiones me gustaría no poder hacerlo. No ignoro que me encantaría regresar al pasado, cambiar algunas cosas, pero está claro que esa no es una opción posible. — No es un paso tan grande si no tengo idea de como solucionarlo. — concluyo, uno de mis hombros se encoge, como si no quisiera darle importancia al hecho de que esté aquí, sino de qué me va a servir estar aquí. — Cualquiera de las cosas que sea, se supone que usted es quién debe decirme qué es lo que hago mal, cómo lo arreglo. De eso se trata, ¿no? — la verdad es que si voy a serle sincera, y creo que lo soy por la forma en que me expreso al respecto, no me importa demasiado cual de todas las patologías que señala es la que tengo, que ya decirlo así me produce una inseguridad en sí misma, sino que lo que necesito es que me arregle, que me diga cómo solucionarlo. Algo que me dice que no va a ser tan simple como pienso.
    Phoebe M. Powell
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    Wilhelm F. Schumer
    Miembro de Investigación
    Puedo escuchar todo lo que dice Phoebe Powell y tratar de llegar a mis propias conclusiones, incluso cuando no me está diciendo nada. Pero esa es solo una parte del proceso que tiene que afrontar y la respuesta que tengo para darle a su pregunta final no va a gustarle. Lo sé, porque a nadie suele gustarle y generalmente es ahí donde descubro si tendré un paciente a lo largo de los próximos meses, o una cara que alguna vez me resulta conocida si es que me la vuelvo a cruzar por la vida.

    Trato de respirar profundo y mostrarme no necesariamente como el psicólogo que estudié años para ser, sino como la persona naturalmente comprensiva que la mayoría de las veces me cuesta ser. No creo hacer un buen trabajo, pero aún así no puedo retrasar mucho esto. No cuando quedan solo poco minutos antes de mi próxima cita. - Nunca suele ser el mejor ejemplo, pero es el mejor que me sé en estas situaciones. Yo no soy un profesor, o un genio que mágicamente te dará una respuesta. Tengo la teoría de cómo se resuelven los problemas, pero al igual que en matemáticas, es cada uno el que decide como encarar una ecuación. Hay que separar términos y despejar incógnitas, pero yo no podré ayudar a corregir nada a menos que no vea de qué manera crees tú que se debe solucionar. - Me llevo las manos al mentón, acariciando allí pensativo, hasta arrastrarla detrás de mi nuca y dejarla ahí en un gesto cansado. - Todos tenemos las nociones básicas, sabemos sumar, restar, multiplicar y dividir. Ahora el proceso que debes inciar, es el de recordar cómo se usan en una gran ecuación, paso a paso, término a término hasta poder reducirlo a algo que probablemente no va a desaparecer, pero si se va a simplificar para que puedas comprenderlo mejor.

    Dejo caer la mano y me inclino hacia adelante, entrecruzando mis dedos y rechazando la necesidad de comenzar con mis anotaciones nuevamente. - Mi trabajo es el de guiarte, el de ayudarte a comprender las incógnitas que parecen inteligibles. Pero al final, y probablemente me odies por esto, la única que sabrá cómo resolver el problema seas tú.
    Wilhelm F. Schumer
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    Phoebe M. Powell
    Director del Servicio Social
    No sé en qué momento pasamos de hablar sobre Pelusa a las matemáticas, pero si hay algo que tengo bien claro es que no era ni mi asignatura favorita en la escuela, ni tenía una gran predilección por los números. Obvio que solo está hablando en sentido metafórico, que si fuera por problemas estoy segura de que Mo me echaría una mano con eso, siendo que es la experta en ello y probablemente se ofrecería a hacerlo sin cobrarme un galeón. Pero como poco tiene que ver con ese tipo de incógnitas y más bien con la que se ha convertido mi vida, pues tengo que hacer un esfuerzo enorme por tratar de entender a lo que se refiere. No esperaba llegar a la conclusión de nada en tan apenas una sesión, pero sí puedo decir que he terminado más confusa de lo que entré, si es que eso era posible todavía, y me encuentro con que no tengo nada que decirle, más allá de lo obvio que suelto: — Supongo que tiene razón. — se la estaré dando como los tontos, probablemente, que el problema lo tengo yo y soy perfectamente consciente de eso. Después de todo, este hombre no se sacó una carrera para terminar estafando gente, no es esa la vibración que recibo, de todas formas.

    Solo necesito saber una cosa. — pido, tomando lo que marcan las agujas del reloj como el fin de la cita, pero antes de que pueda marcharme necesito consultarle lo que vengo pensando los últimos minutos. — Dígame que esto no será una pérdida de tiempo, que independientemente de lo que pueda hacer yo, va a intentar ayudarme. — quizás son demasiadas las confianzas con las que le hago esa petición, siendo que no llevamos ni una hora de conocernos. — No espero que sea fácil, eso lo sé, solo no quiero terminar en un callejón sin salida de nuevo. — aclaro, que de esos me he topado con excesiva facilidad, y puede que hasta haya sido yo misma la que me haya guiado hasta ahí, golpeándome una y otra vez con la misma pared. Ya me he levantado del sofá para cuando termino de hablar, acercándome para estrechar su mano en lo que mentalmente me pregunto si será este el paso correcto. Lo descubriré mañana cuando decida si quiero regresar a su consulta o si, por el contrario, no me veo con las ganas como para desenredar todo lo que he ido liando con el paso de los años.
    Phoebe M. Powell
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