The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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We're fucked up · Hans
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Invitado
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Recuerdo del primer mensaje :

Reviso la configuración de mi teléfono para asegurarme que esté bien la fecha, porque según el aviso en mi calendario hoy tendría que despedir a mi visita de todos los meses y no tengo nada que despedir. Llevo tres días esperando, ni siquiera llegó ¿y ya tengo que despedirlo? Decidí confiarle este control a la tecnología porque al parecer si lo hago por mi cuenta se cuelan errores de cálculo y no es que diga que Tilly sea un error, fue algo inesperado. Si sucede una vez es un despiste, si sucede dos veces es de idiotas. No puede estar pasando una segunda vez. NO PUEDE ESTAR PASANDO. Coloco mi cabeza entre mis rodillas para calmar la falta de aire que me presiona en el pecho dolorosamente, me sudan las manos que siguen sosteniendo el teléfono y la notita que reaparece en la pantalla festejando el fin de la regla se está burlando de mí. Las paredes del baño dan vueltas a mi alrededor, presiono mi mano sobre al frente para aliviar el mareo. Voy a vomitar, mi estómago de por sí vacío se revuelve para que suba por mi garganta la sensación de náusea. Voy a llorar mientras vómito, no puede estar pasando otra vez. Náuseas matutinas ¡otra vez no, por favor! Ya comenzaron, YA COMENZARON. Las malditas ya comenzaron.

¿Qué había dicho mi madrina sobre la precaución de los cuarenta días siguientes al parto? Algo así como «Lara, no seas imbécil y hazme caso, no tengas sexo en la cuarentena o quedarás embarazada otra vez». Es Mohini, no creo que haya usado esas palabras, pero son las que mi mente recrea con su voz en una repetición sin fin. Embarazada. Otra. Vez. Salto de la tapa del retrete en el que estoy sentada para levantarla, así puedo descargar lo poco y nada que tiene mi estómago, ¡ni siquiera son las siete de la mañana y sigo en pijama! Salgo del baño luego de que la náusea se me pasara, porque de hecho no había nada que echar fuera de mi estómago, y si no estoy pálida debido al bronceado obligado del verano, por mi semblante de culpa y abatimiento puedo decir que yo misma me siento enferma. No sé si es bueno o lo hace todavía peor, que esta vez Hans sí esté al otro lado de la puerta del baño, no tengo piedad con su ignorancia al poner en voz alta la sospecha que creo confirmada. Ni siquiera pestañeo, mis labios se mueven a voluntad, modulando la frase fatal para un día entresemana en el que está a minutos de irse al ministerio. —Estoy embarazada— murmuro, no lo suficientemente bajo como para fingir que nadie lo escucho, que podemos continuar con nuestra rutina. —Otra vez— supongamos que es una aclaración necesaria.

No llegué a elegir un maternal o a decidir cuál de todas las postulantes a niñera de Tilly es la adecuada para que pueda volver al trabajo, ¡que ya tendremos que contratar dos! Con todo esto, el misterio al que me abocaré los próximos años a interpretar es si Hans y yo tenemos genes de conejo en nuestros ADNs o qué carajos. Sigo en un shock que me tiene aturdida al cruzar la habitación, no soy consciente de cómo llegué hasta la cama hasta que me rodillas chocan con el borde y me dejo caer como si fuera la misma bola pesada del final del primer embarazo, y quiero llorar porque ya lo pienso como el «primero» porque se viene un «segundo». No, Lara, no entres en pánico. NO.ENTRES.EN… —Vamos a tener otro bebé, Hans. ¡POR TODOS LOS CIELOS! ¡VAMOS A TENER OTRO!— grito y la única emoción que se trasluce es mi pánico real, absurdo y tan inmenso que en nada llena todo mi menudo cuerpo.
Anonymous
Invitado
Invitado
No puedo quitarme la imagen mental de que estamos mirándonos con Hans a través de una tormenta que está concentrada entre nosotros, y es al poder mirarnos, que no dudo de lo que sentimos y que será algo que nos acompañará de por vida, lo que me inquieta es todo lo demás, como todo alrededor puede abrumarnos, que seamos de esas personas que se aman, pero tomaron caminos paralelos, toda una vida para mirar al otro transitando a la par y sin que parezca que hay otro punto para coincidir. Tenemos el orgullo suficiente como para seguir y callar nuestro infierno personal. Esas cosas ocurren, no creo que sea culpa de nadie, de uno que haya fallado, de que el sentimiento no fue suficiente. Si algo me queda claro al abrazarme a Hans con mis manos cerrándose alrededor de la tela de su chaleco como si no fuera a soltarlo, ni aunque un tsunami viniera sobre nosotros, es que «suficiente» es una expresión que le queda pequeña a lo que sentimos por el otro, no fallamos en esto, todo lo contrario, nos superó. —Quiero ser a quien puedas sostenerte en el tiempo y sujetarme a ti si algo nos sacude, y para eso, se necesita estar fuerte. Necesito trabajar en mí para que así sea— murmuro, él mejor que nadie sabe que no soy la misma persona de hace un tiempo, cambié tanto que el proceso de ir haciendo que cada pieza encaje en su lugar sigue, lo he venido haciendo acoplándome al ritmo de las cosas, pero son muchas las cosas que me hacen verlo todo como si hubiera pasado al otro lado de un espejo.

Pero no lo dejaría, no haría de esto una imposición hacía él y que el sentimiento sea el de una separación dolorosa para la familia que estamos intentando sostener, no puedo describir de otra la manera la forma en la que mira a sus hijas como para no saber que tenerlas a más de un distrito de distancia, sin poder verlas al llegar, lo angustiaría de un modo en el que ni siquiera él imaginaría que podría sentirse hace unos años. A mí me puede castigar con su desdén por sentirse herido, pero no es algo que pueda mostrarle a sus hijas. No consigo abrazar lo grande que es su cuerpo en comparación con el mío, y bien puede ser un engaño, lo estrecho aún más por saber que así de alto como es, por muy arrogante que sea su traje, este hombre puede ser lastimado. Se relaja mi espalda al escucharlo y el alivio me recorre la sangre como un nuevo estimulante, presiono mis labios contra su garganta y asiento, muy rápido, a su sugerencia de hacer algo, lo que sea. —Lo bueno de que ya no esté embarazada, es que las hormonas no serán quienes elijan la película— y eso nos libra de estar dos horas mirando una tragedia romántica por la que yo lloro mientras él se duerme con pochoclos en la mano. Mi sonrisa se extiende contra su piel por lo simple del plan, ese que logra calmar el aire que respiramos entre los dos y mis manos buscan al recorrer lo ancho de su espalda, sentir que esta es la distancia correcta.

Atrapo su boca con ansía, mis dedos encuentran un nuevo eje al cual sostenerse cuando corren a prisa por su mandíbula, mantengo su rostro contra el mío para que no se aparte así puedo respirar de su boca y es un aliento que necesito cuando mis pies se separan del piso, envolver su cintura con mis piernas es de las respuestas más naturales que mi cuerpo desarrolló al acoplarse al suyo, como un diálogo de piel que definieron sin preguntarnos nada, en el que caer sobre las sábanas es parte irremediable de nuestra coreografía. Quemo sus labios con la exigencia de un beso que vuelve a prometerle que no podría cansarme de él, que no dejaría de amarlo. Y me abrazo a él con la ingenuidad de que podría llegar a abarcarlo entero, nunca me canso de intentar tomar todo de él y este es el caos del que hablamos, en el que no quiero que nos perdamos, que tampoco quiero perder. Se lleva un suspiro cuando se aleja, mi corazón sigue latiendo a lo loco y de a poco recobro la consciencia de lo despeinado que está, su traje que se ha salvado del desastre y el silencio temporal que proviene de la cuna de la bebé. Me incorporo para quedar sentada a su lado, exhalo el poco aire que me queda así puedo volver a llenar mi pecho. Lo miro sabiendo lo que tengo que hacer, impulsarlo fuera de esta cama para que vaya a trabajar, así yo también puedo prepararme para atender a la jefa tirana que despertará en cualquier momento, porque si quiero recuperar parte mi control debo ser capaz de repetir esta hazaña todas las mañanas. —Pero lo bueno se hace esperar— se lo recuerdo, coloco mi mano sobre su pecho para que vuelva a recostarse y trepo sobre su cuerpo con cuidado de no arrugar el chaleco. Inclino mi rostro para recuperar su boca con besos suaves, más lentos que los anteriores, en los que solo saboreo los segundos que tenemos antes de que el temido lloriqueo se escuche y así ocurre, con todos los botones de su traje indemnes. —Ahora soy yo la que debe ir a trabajar— suelto las palabras al detenerme en su mentón para un último beso, y no puedo ignorar la obligación porque Tilly se pone a berrear. Me siento al borde la cama para rescatarla de sus sábanas y la atraigo hacia mi pecho con una caricia en su mejilla redonda, busca a ciegas de donde prenderse hasta que lo logra porque ayudo con mis dedos a guiar su boca. Tengo una sonrisa surcando mi cara cuando me volteo hacia Hans. —¿Cuánto se puede hacer esperar lo bueno? Porque en diez minutos puede que mi jefa se eche otra siesta y tengo un rato libre— es una broma, el humor en mi mirada sigue chocando con el desgano que nos dejó la conversación anterior y ocupo mi mano libre para acariciar su nuca, calmando su tristeza y la mía. —Podemos seguirlo esta noche, estaremos aquí cuando vuelvas— se lo prometo, una vez más.
Anonymous
Hans M. Powell
Ministro de Justicia
La risa que me brota por culpa de las películas que he tenido que soportar es breve, mi voz tiene que demorarse para que mi boca se concentre en el modo que tiene de corresponderme, de esa manera que sé muy bien que significa la perdición para mí. Lara Scott es una droga, exclusiva y peligrosamente adictiva, a la cual no puedo soltar ni siquiera intentándolo. Una vez se lo dije, en su baño allá en el distrito seis, le dije que sería un problema para mí, porque no hay manera en la cual pueda salvarme de ella. Lo reafirmo cuando mi intento de escapar se ve frustrado por sus manos, mi espalda regresa al colchón y la risa entre dientes me traiciona en cuanto su cuerpo cubre el mío, coloco las manos en su cintura con la tranquilidad de esos besos que pueden ser un placebo. Podría decirle miles de cosas, pero estoy seguro de que las sabe todas. Que no hay nada que no pueda decirle que no exprese con la manera en la cual me pierdo en ella cada vez que tengo oportunidad.

Es Tilly quien lloriquea, aún así mis labios se vuelven un puchero para remarcar que no puede contentarnos a los dos al mismo tiempo, incluso cuando sé que estoy siendo egoísta con mi propia hija al querer retener a su fuente de alimento conmigo. Mis manos caen con la pesadez de mi suspiro, una de ellas se coloca sobre mi pecho y puedo sentir el ritmo del mismo en lo que intento recomponer la compostura. No llegué a dónde me encuentro llegando tarde, hay una reunión a la cual debo atender y no hay excusa aceptable para una falla. Me considero una persona de normas, debo dar con el ejemplo — Solo lo aceptable para que la impaciencia no se transforme en tortura — me acomodo a su lado, tomando el impulso de vaya a saber dónde para sentarme y trato, aún sin verme, de acomodar el cabello que ella misma ha despeinado. No hay movimiento de mi cuerpo que no delate mi estado de ánimo, como si el frenesí de hace un momento no pudiera eliminar un encuentro que no esperaba tener esta mañana. Las caricias de su parte me obligan a cerrar los ojos, no estoy seguro de que puedan borrar las malas emociones y, aún así, las agradezco — Estaré impaciente, entonces — no solo por ella, sino por asegurarme de tenerla. No es que desconfíe, solo… no sabía que tenía este miedo tan latente.

Me ahorro el comentar algún chiste sobre que me han quitado el lugar, carezco del tiempo o de los ánimos. Aprovecho a besar su mejilla de forma cariñosa a modo de despedida, así soy libre de levantarme de la cama sin culpa alguna. Me pierdo en el baño, donde me cepillo los dientes, me coloco desodorante y me perfumo como la persona pulcra que se supone que debo ser. Para cuando vuelvo a salir, no hay un mechón fuera de lugar, el traje se encuentra liso, tomo la varita y la guardo en el bolsillo interior de mi chaleco — Hay un episodio nuevo de la Odisea del Cosmos en el cine… — es un comentario tímido, que se abre paso con permiso en la habitación — … no está el General Kesibi, pero podremos ver si al menos lo mencionan — es una tregua, una ofrenda de paz que no sé cuánto tiempo va a durar. Para cuando me volteo y salgo de la habitación, sé que miraría todas las películas que quisiera si eso significa que podemos tener nuestro rincón de paz, por cinco minutos más.
Hans M. Powell
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