OTOÑO de 247521 de Septiembre — 20 de Diciembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
¿Qué ficha moverás?
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Reviso la configuración de mi teléfono para asegurarme que esté bien la fecha, porque según el aviso en mi calendario hoy tendría que despedir a mi visita de todos los meses y no tengo nada que despedir. Llevo tres días esperando, ni siquiera llegó ¿y ya tengo que despedirlo? Decidí confiarle este control a la tecnología porque al parecer si lo hago por mi cuenta se cuelan errores de cálculo y no es que diga que Tilly sea un error, fue algo inesperado. Si sucede una vez es un despiste, si sucede dos veces es de idiotas. No puede estar pasando una segunda vez. NO PUEDE ESTAR PASANDO. Coloco mi cabeza entre mis rodillas para calmar la falta de aire que me presiona en el pecho dolorosamente, me sudan las manos que siguen sosteniendo el teléfono y la notita que reaparece en la pantalla festejando el fin de la regla se está burlando de mí. Las paredes del baño dan vueltas a mi alrededor, presiono mi mano sobre al frente para aliviar el mareo. Voy a vomitar, mi estómago de por sí vacío se revuelve para que suba por mi garganta la sensación de náusea. Voy a llorar mientras vómito, no puede estar pasando otra vez. Náuseas matutinas ¡otra vez no, por favor! Ya comenzaron, YA COMENZARON. Las malditas ya comenzaron.
¿Qué había dicho mi madrina sobre la precaución de los cuarenta días siguientes al parto? Algo así como «Lara, no seas imbécil y hazme caso, no tengas sexo en la cuarentena o quedarás embarazada otra vez». Es Mohini, no creo que haya usado esas palabras, pero son las que mi mente recrea con su voz en una repetición sin fin. Embarazada. Otra. Vez. Salto de la tapa del retrete en el que estoy sentada para levantarla, así puedo descargar lo poco y nada que tiene mi estómago, ¡ni siquiera son las siete de la mañana y sigo en pijama! Salgo del baño luego de que la náusea se me pasara, porque de hecho no había nada que echar fuera de mi estómago, y si no estoy pálida debido al bronceado obligado del verano, por mi semblante de culpa y abatimiento puedo decir que yo misma me siento enferma. No sé si es bueno o lo hace todavía peor, que esta vez Hans sí esté al otro lado de la puerta del baño, no tengo piedad con su ignorancia al poner en voz alta la sospecha que creo confirmada. Ni siquiera pestañeo, mis labios se mueven a voluntad, modulando la frase fatal para un día entresemana en el que está a minutos de irse al ministerio. —Estoy embarazada— murmuro, no lo suficientemente bajo como para fingir que nadie lo escucho, que podemos continuar con nuestra rutina. —Otra vez— supongamos que es una aclaración necesaria.
No llegué a elegir un maternal o a decidir cuál de todas las postulantes a niñera de Tilly es la adecuada para que pueda volver al trabajo, ¡que ya tendremos que contratar dos! Con todo esto, el misterio al que me abocaré los próximos años a interpretar es si Hans y yo tenemos genes de conejo en nuestros ADNs o qué carajos. Sigo en un shock que me tiene aturdida al cruzar la habitación, no soy consciente de cómo llegué hasta la cama hasta que me rodillas chocan con el borde y me dejo caer como si fuera la misma bola pesada del final del primer embarazo, y quiero llorar porque ya lo pienso como el «primero» porque se viene un «segundo». No, Lara, no entres en pánico. NO.ENTRES.EN… —Vamos a tener otro bebé, Hans. ¡POR TODOS LOS CIELOS! ¡VAMOS A TENER OTRO!— grito y la única emoción que se trasluce es mi pánico real, absurdo y tan inmenso que en nada llena todo mi menudo cuerpo.
¿Qué había dicho mi madrina sobre la precaución de los cuarenta días siguientes al parto? Algo así como «Lara, no seas imbécil y hazme caso, no tengas sexo en la cuarentena o quedarás embarazada otra vez». Es Mohini, no creo que haya usado esas palabras, pero son las que mi mente recrea con su voz en una repetición sin fin. Embarazada. Otra. Vez. Salto de la tapa del retrete en el que estoy sentada para levantarla, así puedo descargar lo poco y nada que tiene mi estómago, ¡ni siquiera son las siete de la mañana y sigo en pijama! Salgo del baño luego de que la náusea se me pasara, porque de hecho no había nada que echar fuera de mi estómago, y si no estoy pálida debido al bronceado obligado del verano, por mi semblante de culpa y abatimiento puedo decir que yo misma me siento enferma. No sé si es bueno o lo hace todavía peor, que esta vez Hans sí esté al otro lado de la puerta del baño, no tengo piedad con su ignorancia al poner en voz alta la sospecha que creo confirmada. Ni siquiera pestañeo, mis labios se mueven a voluntad, modulando la frase fatal para un día entresemana en el que está a minutos de irse al ministerio. —Estoy embarazada— murmuro, no lo suficientemente bajo como para fingir que nadie lo escucho, que podemos continuar con nuestra rutina. —Otra vez— supongamos que es una aclaración necesaria.
No llegué a elegir un maternal o a decidir cuál de todas las postulantes a niñera de Tilly es la adecuada para que pueda volver al trabajo, ¡que ya tendremos que contratar dos! Con todo esto, el misterio al que me abocaré los próximos años a interpretar es si Hans y yo tenemos genes de conejo en nuestros ADNs o qué carajos. Sigo en un shock que me tiene aturdida al cruzar la habitación, no soy consciente de cómo llegué hasta la cama hasta que me rodillas chocan con el borde y me dejo caer como si fuera la misma bola pesada del final del primer embarazo, y quiero llorar porque ya lo pienso como el «primero» porque se viene un «segundo». No, Lara, no entres en pánico. NO.ENTRES.EN… —Vamos a tener otro bebé, Hans. ¡POR TODOS LOS CIELOS! ¡VAMOS A TENER OTRO!— grito y la única emoción que se trasluce es mi pánico real, absurdo y tan inmenso que en nada llena todo mi menudo cuerpo.
Aún no me despierto del todo, estoy seguro de que me vendría bien una ducha, pero Lara está demorando demasiado en el baño y lo único que puedo hacer en mi espera es el quedarme mirando un zapato. Creo que tengo la cara hinchada del sueño y mi cuerpo parece no reaccionar, dejo los hombros caídos en lo que mis ojos buscan la cuna de Mathilda, que duerme plácidamente y eso significa que no tengo que salir corriendo a atenderla antes de que mis neuronas sacudan las horas de sueño. Bostezo, rasco mi cabeza que es un montón de pelo revuelto sin sentido alguno y estoy poniéndome de pie, decidido a apurar a mi prometida a ver si tengo que cambiar de ducha o no, cuando ésta sale del baño en suite. Suspiro con fuerza, rascándome el pecho con pereza y una de mis cejas demuestra tener algo más de sobriedad al alzarse por su expresión — ¿Quién murió? — que hasta me recuerda a la cara que tenía Meerah cuando su puff fue asesinado accidentalmente; es cruel, pero a veces me sigo riendo por lo bajo cuando me acuerdo. Cualquier intento de broma al respecto se evapora en cuanto ella abre la boca.
Creo que lo único que sale de mi boca es un “oh” y la imagen en calzoncillos que debo estar regalando debe ser un poco penosa. Momento, no sigo durmiendo. ¿De verdad ha dicho que está embarazada de nuevo? Sé que tenemos sexo constante, es una manía que no podemos sacarnos desde que aceptamos el no ponerle trabas a la obvia piel que compartimos. Pero… No somos estúpidos, nos cuidamos, me gusta creer que no podemos equivocarnos dos veces. Aún no termino de procesar la idea que ha colocado en mi cabeza, que ella ya se pone a gritar y levanto ambas manos con los ojos fuertemente cerrados — Shhhhhh — que no sé qué es peor, que me duela la cabeza por estar aún dormido o que despierte a Meerah con algo como esto… o a Tilly y sus llantos — ¿Cómo…? ¿Estás segura? — ladeo la cabeza para tratar de mirarla, pero no me atrevo a tocarla. A decir verdad, la adrenalina empieza a despertarme y lo único que hace es el chillarme que salga corriendo al baño o al pasillo o a cualquiera lado mientras no tenga que estar aquí. Ya tengo dos, tres es multitud…
Y aún así solo puedo quedarme congelado, abriendo y cerrando mis dedos con nerviosismo en conjunto con los brazos estirados y los hombros encogidos en obvio pánico. No, no puedo hacer esto ahora — ¿Desde cuándo lo sabes? — no sé ni para qué pregunto, es obvio por su cara que acaba de enterarse o lo que sea. Me atrevo a dar unos pocos pasos hasta regresar a la cama, me arrodillo en ella y me arrastro hasta tomarla por los hombros en un intento de obligarla a mirarme. Suerte que ha bajado de peso, eso me permite el moverla con mayor facilidad, el problema es que si está en lo cierto, volverá a ser una bola hormonal en unos meses. Espero que no me suden las manos o se me patinará en un abrir o cerrar de ojos — Scott… ¿De verdad lo dices? ¿Estás completamente segura? Puedes asentir o no, no hace falta que hables. Quizá solo te cayó mal algo — porque sino eso significa que fui demasiado estúpido y… ¿Debería estar feliz por esto?
Creo que lo único que sale de mi boca es un “oh” y la imagen en calzoncillos que debo estar regalando debe ser un poco penosa. Momento, no sigo durmiendo. ¿De verdad ha dicho que está embarazada de nuevo? Sé que tenemos sexo constante, es una manía que no podemos sacarnos desde que aceptamos el no ponerle trabas a la obvia piel que compartimos. Pero… No somos estúpidos, nos cuidamos, me gusta creer que no podemos equivocarnos dos veces. Aún no termino de procesar la idea que ha colocado en mi cabeza, que ella ya se pone a gritar y levanto ambas manos con los ojos fuertemente cerrados — Shhhhhh — que no sé qué es peor, que me duela la cabeza por estar aún dormido o que despierte a Meerah con algo como esto… o a Tilly y sus llantos — ¿Cómo…? ¿Estás segura? — ladeo la cabeza para tratar de mirarla, pero no me atrevo a tocarla. A decir verdad, la adrenalina empieza a despertarme y lo único que hace es el chillarme que salga corriendo al baño o al pasillo o a cualquiera lado mientras no tenga que estar aquí. Ya tengo dos, tres es multitud…
Y aún así solo puedo quedarme congelado, abriendo y cerrando mis dedos con nerviosismo en conjunto con los brazos estirados y los hombros encogidos en obvio pánico. No, no puedo hacer esto ahora — ¿Desde cuándo lo sabes? — no sé ni para qué pregunto, es obvio por su cara que acaba de enterarse o lo que sea. Me atrevo a dar unos pocos pasos hasta regresar a la cama, me arrodillo en ella y me arrastro hasta tomarla por los hombros en un intento de obligarla a mirarme. Suerte que ha bajado de peso, eso me permite el moverla con mayor facilidad, el problema es que si está en lo cierto, volverá a ser una bola hormonal en unos meses. Espero que no me suden las manos o se me patinará en un abrir o cerrar de ojos — Scott… ¿De verdad lo dices? ¿Estás completamente segura? Puedes asentir o no, no hace falta que hables. Quizá solo te cayó mal algo — porque sino eso significa que fui demasiado estúpido y… ¿Debería estar feliz por esto?
¡No puede pedirme que me calle si mis nervios están a punto de colapsar! Ah, cierto, hay una bebé durmiendo en la habitación. Mis movimientos desesperados con los brazos se quedan estáticos y de mi garganta sale un grito mudo, ni siquiera puedo despotricar contra el universo porque se despertará Tilly y todos sabemos que ella me gana en cuanto a chillar a todo pulmón. ¿Y lo peor de todo? ¡Qué habrá un tercero! ¿Por qué? ¿Por qué le hacemos esto al mundo de seguir trayendo gente con nuestra genética, gritones siendo bebés y seguramente obsesivos cuando sean adultos así como Hans? ¿Por qué somos tan crueles? Me cubro la cara con las manos para contener las ganas de llorar, ¡ya comienzan a atacar las hormonas! ¡Por Morgana! ¡Todo está comenzando otra vez!
—Desde hace cinco minutos. No, desde hace tres, quizás hace dos minutos— contesto, no lo hago de mala manera, estoy alterada forzando a mi mente a hacer un cálculo tan básico como medir el tiempo entre que he prendido la pantalla de mi teléfono para leerme las novedades de Wizzardface y apareció esa repentina notificación maliciosa, y lo que me tardé en salir del baño. ¿Dos minutos y medio? ¡Mierda, han pasado dos minutos y ya siento que los cincuenta kilos del embarazo han vuelto a mí! Si no fuera porque me agarra me tumbaría en la cama para quedarme tirada hasta que pasen los nueve meses obligatorios, es demasiado pronto, no, me niego, esta vez no andaré por ahí, ordenaré a que todo me lo traigan a la cama y me hagan panqueques todos los días. ¡Me rindo! Esta vez solo me dedicaré a engordar cien kilos. —No sé, no sé. ¡NO SÉ, HANS! Tengo un atraso de… desde hoy. No me ha bajado este mes, ¿bien? ¡Y ya tengo náuseas! ¡Tengo náuseas matutinas! ¡Y soñé con tarta de arándanos! ¡Ni siquiera me gustan los arándanos!— lo miro sujetándolo de los hombros para que entienda lo intranquila que estoy, este no es uno de mis dramas, la naturaleza es sabia y decide sobre mi cuerpo, ha decidido joderlo otra vez.
—Tengo una aplicación en el teléfono y hace tres días tendría que haberme venido, ¡y no ha pasado nada! ¡NADA!— explico y lo recuerdo de pronto, el primer día que no recibí noticias de la regla fui a hacer la compra obligatoria. Si no le di uso fue por la inútil esperanza. Salto fuera de la cama para regresar al baño, al lado del pote sin abrir de crema para el pelo que creí que era un buen regalo para Hans encuentro el estuche también cerrado de la prueba de embarazo, se lo muestro al pararme bajo el marco de la puerta como si sostuviera algo peor que esa varita tenebrosa que dicen que puede vencer a cualquier rival, de hecho lo es. Puede ser nuestra salvación o nuestra condena. —Que no se diga nunca de mí que no me adelanto a todo lo malo que puede pasar— digo, nunca es mal momento para un halago a mí misma, lo necesito ahora que estoy perdiendo pie cerca del abismo de la miseria.
—Desde hace cinco minutos. No, desde hace tres, quizás hace dos minutos— contesto, no lo hago de mala manera, estoy alterada forzando a mi mente a hacer un cálculo tan básico como medir el tiempo entre que he prendido la pantalla de mi teléfono para leerme las novedades de Wizzardface y apareció esa repentina notificación maliciosa, y lo que me tardé en salir del baño. ¿Dos minutos y medio? ¡Mierda, han pasado dos minutos y ya siento que los cincuenta kilos del embarazo han vuelto a mí! Si no fuera porque me agarra me tumbaría en la cama para quedarme tirada hasta que pasen los nueve meses obligatorios, es demasiado pronto, no, me niego, esta vez no andaré por ahí, ordenaré a que todo me lo traigan a la cama y me hagan panqueques todos los días. ¡Me rindo! Esta vez solo me dedicaré a engordar cien kilos. —No sé, no sé. ¡NO SÉ, HANS! Tengo un atraso de… desde hoy. No me ha bajado este mes, ¿bien? ¡Y ya tengo náuseas! ¡Tengo náuseas matutinas! ¡Y soñé con tarta de arándanos! ¡Ni siquiera me gustan los arándanos!— lo miro sujetándolo de los hombros para que entienda lo intranquila que estoy, este no es uno de mis dramas, la naturaleza es sabia y decide sobre mi cuerpo, ha decidido joderlo otra vez.
—Tengo una aplicación en el teléfono y hace tres días tendría que haberme venido, ¡y no ha pasado nada! ¡NADA!— explico y lo recuerdo de pronto, el primer día que no recibí noticias de la regla fui a hacer la compra obligatoria. Si no le di uso fue por la inútil esperanza. Salto fuera de la cama para regresar al baño, al lado del pote sin abrir de crema para el pelo que creí que era un buen regalo para Hans encuentro el estuche también cerrado de la prueba de embarazo, se lo muestro al pararme bajo el marco de la puerta como si sostuviera algo peor que esa varita tenebrosa que dicen que puede vencer a cualquier rival, de hecho lo es. Puede ser nuestra salvación o nuestra condena. —Que no se diga nunca de mí que no me adelanto a todo lo malo que puede pasar— digo, nunca es mal momento para un halago a mí misma, lo necesito ahora que estoy perdiendo pie cerca del abismo de la miseria.
— ¡Espera! — a pesar de imponer mi voz, creo que entre la histeria se asoma un tono de vago alivio — ¿Quieres decirme que es solo un atraso y no tienes nada confirmado? — se me escapa un “¡ja!” que debería ser ofensivo en caso de que en verdad esté embarazada, pero es que no puedo evitar la sensación de esperanza creciente en el centro de mi pecho. El tiempo después del embarazo es un poco delicado, he leído bastante sobre el tema por su culpa y tengo bien en claro que sus hormonas aún no deben haberse acomodado del todo. Con un poco de suerte, su período sólo está jugando con ella, acoplándose al nuevo ritmo luego de todo este tiempo de ausencia — ¿Una tarta de arándanos es señal de embarazo? — mis cejas se alzan, no quiero ponerme en sarcástico porque creo que puede golpearme. No, va a golpearme. La conozco estando histérica.
¿Una aplicación? ¿Todo esto es culpa de la tecnología? Ruedo los ojos en respuesta. Ya me parecía que nos acabaría por condenar. Oigo el pitido de mi celular en lo que ella va hacia el baño, mi salto se extiende hacia el sofá del rincón, donde mi comunicador me recuerda que debo estar en reunión en quince minutos. Tengo los dedos algo temblorosos cuando tipeo la orden a mis asistentes de que muevan la junta, levantando los ojos justo cuando Scott regresa a mi rango de visión con un palito que me produce tantas nauseas como las de cualquier embarazada — ¿Siquiera hiciste cálculos? ¿Cuándo fue la última vez que tuvimos sexo? — intento hacer memoria, pero mi capacidad de concentración se va al caño cuando un quejidito me recuerda que no debería estar hablando de estas cosas frente a la bebé que no tiene conciencia como para comprendernos. Lanzo el comunicador sobre la cama y me asomo por uno de los bordes de la cuna; solo fue una falsa alarma, Tilly sigue dormida, aunque su modo de removerse me indica que no tenemos mucho tiempo — ¡Vamos, rápido!
Tal y como si nuestra hija fuese una bomba a punto de explotar, me adelanto hacia ella y le doy los empujones necesarios como para meternos a ambos dentro del baño, agradecido de su amplitud. Mis ojos se detienen en la ducha que tanto estaba ansiando, pero la descarto a sabiendas de que no es momento para preocuparme por mi higiene; además, no puedo decir que ella no me ha despertado — ¿Cuánto tarda en decirnos si es positivo o negativo? — con nuestra tecnología, debería ser de inmediato — ¿Y son confiables? He oído de pruebas caseras que fallan — me apoyo en la puerta cerrada, cruzándome de brazos en lo que la miro como si mi mirada no fuese a intimidarla para orinar, hasta que reparo en ello y desvío los ojos hacia cualquier otro punto — Nos cuidamos, Scott. Debe ser el estrés, es eso. O tu cuerpo recordando que debe menstruar de nuevo. O… no lo sé. No podemos tener otro hijo, no ahora — ¿Por qué no me siento listo, cuando tengo dos? No somos el desastre que creí que seríamos, pero… No, no puedo hacerle lugar en mis pensamientos. Tilly ya fue un movimiento arriesgado, pasarlo fue milagroso — ¿Tú tendrías otro? Ya sabes, en caso de que… — bueno, tuviésemos que decidir qué hacer con ello.
¿Una aplicación? ¿Todo esto es culpa de la tecnología? Ruedo los ojos en respuesta. Ya me parecía que nos acabaría por condenar. Oigo el pitido de mi celular en lo que ella va hacia el baño, mi salto se extiende hacia el sofá del rincón, donde mi comunicador me recuerda que debo estar en reunión en quince minutos. Tengo los dedos algo temblorosos cuando tipeo la orden a mis asistentes de que muevan la junta, levantando los ojos justo cuando Scott regresa a mi rango de visión con un palito que me produce tantas nauseas como las de cualquier embarazada — ¿Siquiera hiciste cálculos? ¿Cuándo fue la última vez que tuvimos sexo? — intento hacer memoria, pero mi capacidad de concentración se va al caño cuando un quejidito me recuerda que no debería estar hablando de estas cosas frente a la bebé que no tiene conciencia como para comprendernos. Lanzo el comunicador sobre la cama y me asomo por uno de los bordes de la cuna; solo fue una falsa alarma, Tilly sigue dormida, aunque su modo de removerse me indica que no tenemos mucho tiempo — ¡Vamos, rápido!
Tal y como si nuestra hija fuese una bomba a punto de explotar, me adelanto hacia ella y le doy los empujones necesarios como para meternos a ambos dentro del baño, agradecido de su amplitud. Mis ojos se detienen en la ducha que tanto estaba ansiando, pero la descarto a sabiendas de que no es momento para preocuparme por mi higiene; además, no puedo decir que ella no me ha despertado — ¿Cuánto tarda en decirnos si es positivo o negativo? — con nuestra tecnología, debería ser de inmediato — ¿Y son confiables? He oído de pruebas caseras que fallan — me apoyo en la puerta cerrada, cruzándome de brazos en lo que la miro como si mi mirada no fuese a intimidarla para orinar, hasta que reparo en ello y desvío los ojos hacia cualquier otro punto — Nos cuidamos, Scott. Debe ser el estrés, es eso. O tu cuerpo recordando que debe menstruar de nuevo. O… no lo sé. No podemos tener otro hijo, no ahora — ¿Por qué no me siento listo, cuando tengo dos? No somos el desastre que creí que seríamos, pero… No, no puedo hacerle lugar en mis pensamientos. Tilly ya fue un movimiento arriesgado, pasarlo fue milagroso — ¿Tú tendrías otro? Ya sabes, en caso de que… — bueno, tuviésemos que decidir qué hacer con ello.
Repito ese «¡ja!» que sale de sus labios con el mismo tonito. —Por si hace falta, te recuerdo que mi último atraso duerme en una cuna al lado de nuestra cama— se lo señalo con mi dedo índice apuntando por encima de su hombro a la bebé que se remueve por los murmullos que la inquietan en sueños. Si quiere, que me culpe de tomarme lo más mínimo a la tremenda, a mí me gusta pensarlo como que soy precavida, percibo las anormalidades y después del parto mi ciclo debería volver a ser un reloj preciso, no sufrir sobresaltos como este. —¡Es señal de que han vuelto los antojos!— se lo tengo que explicar todo, todo, este hombre me frustra tanto. ¿Tengo que ir señalándole uno a uno los síntomas? ¿Qué no recuerda el primer embarazo? ¡No pasó ni un año! Resoplo por la boca haciendo temblar mis labios con una única exhalación, esta vez nada de esto va a tomarme con la guardia baja y no caeré en la negación de semanas. ¿Algo que me cayó mal? Sí, claro, el curry fue el culpable entonces, pero no por causarme una intoxicación. Tenemos a la hija del curry durmiendo entre nosotros más veces de la que duerme en su cuna.
Por poco no le tiro la prueba de embarazo a la cabeza cuando me pregunta si hice los cálculos. Necesito que los hombres también menstrúen para que sepan lo que es tener un atraso y comprueben si es que pueden pensar en algo más, pero para que eso ocurra faltan un par de cientos de años, maldita tecnología que no avanza lo suficientemente rápido. Tiro de su muñeca para meterlo dentro del baño al huir de Tilly, ella con su lloriqueo al despertar es la nueva alarma que nos marca el final de los minutos que tenemos para un polvo rápido y ni siquiera Lollis era tan inoportuna al pegar el chillido de saludo para sacarnos del archivero, no me sorprendería que fuera en la prisa que se nos pasara tener cuidado. Somos adultos, por todos los cielos, ni un par de vírgenes de quince años cometerían estos despistes. Pero me tiemblan las manos con el mismo nerviosismo de hace casi un año, como si tuviera catorce años y Mohini fuera a entrar en cualquier momento para descubrirlo todo. Con Hans contra la puerta la pesadilla de que mi madre pueda irrumpir en este momento queda fuera.
Se me cae la prueba al piso y en vez de recogerla le lanzo una mirada de advertencia por decir que las pruebas caseras fallan, es lo que tenemos ahora mismo, fin. Tiro hacia abajo los pantalones cortos del pijama mientras le muestro con la barbilla que se de la vuelta. —¿Podrías, por favor? Un poco de privacidad, hombre— me quejo, lo que es ridículo porque lo último que hay entre nosotros es un rastro de privacidad de lo que sea respecto a nuestros cuerpos, que hay lunares que ni yo sabía que tenía en ciertas partes. Recojo la prueba de un manotazo al sentarme y la apoyo sobre mis rodillas para mandarlo a callar. —¡No! ¡No! ¡Si lo dices lo haces real!— le pido con un gemido, que estoy asustada del resultado que pueda dar esta prueba como para adelantarme a todo lo que podría venir después de leer un positivo. —Quiero que sepas que son mis nervios hablando al decir que si tenemos un segundo, tú podrías criar a uno y yo a otro— suena terrible lo que digo, ¡mira las cosas que me hace decir! Yo creo haber visto algo así en alguna película, así que me aclaro a prisa: —¡No separados! Solo nos repartimos quién carga a quién, quién hace el biberón de quién, quién viste a quién…— estoy parloteando sin poder parar por culpa de la desesperación que me hace mirar la prueba como si no recordara cómo se usa, genial, me olvido de cómo se usan condones y también pruebas de embarazo. Si es que a mí no me va a llegar nunca la madurez, voy en retroceso a todo. —¿Y si le mandamos un mensaje a Rose para consultarle?— no, no pregunten por qué de pronto pienso en ella de pronto al manchar la prueba con un poco de orina, mi cabeza no tiene un orden coherente en este momento, que de por sí nunca lo tuvo. —¡Ya está!— salto con la varilla blanca en alto y se la entrego a Hans para poder reacomodarme el pijama. Queda aguardar el minuto que promete el prospecto, pero no creo que pueda. Presiono la mano contra mi frente por el malestar que me obliga a tomar varias bocanadas si es que no quiero vomitar, solo hay un retrete y sabemos que Hans tiene el estómago más sensible por si toca ver un positivo.
Por poco no le tiro la prueba de embarazo a la cabeza cuando me pregunta si hice los cálculos. Necesito que los hombres también menstrúen para que sepan lo que es tener un atraso y comprueben si es que pueden pensar en algo más, pero para que eso ocurra faltan un par de cientos de años, maldita tecnología que no avanza lo suficientemente rápido. Tiro de su muñeca para meterlo dentro del baño al huir de Tilly, ella con su lloriqueo al despertar es la nueva alarma que nos marca el final de los minutos que tenemos para un polvo rápido y ni siquiera Lollis era tan inoportuna al pegar el chillido de saludo para sacarnos del archivero, no me sorprendería que fuera en la prisa que se nos pasara tener cuidado. Somos adultos, por todos los cielos, ni un par de vírgenes de quince años cometerían estos despistes. Pero me tiemblan las manos con el mismo nerviosismo de hace casi un año, como si tuviera catorce años y Mohini fuera a entrar en cualquier momento para descubrirlo todo. Con Hans contra la puerta la pesadilla de que mi madre pueda irrumpir en este momento queda fuera.
Se me cae la prueba al piso y en vez de recogerla le lanzo una mirada de advertencia por decir que las pruebas caseras fallan, es lo que tenemos ahora mismo, fin. Tiro hacia abajo los pantalones cortos del pijama mientras le muestro con la barbilla que se de la vuelta. —¿Podrías, por favor? Un poco de privacidad, hombre— me quejo, lo que es ridículo porque lo último que hay entre nosotros es un rastro de privacidad de lo que sea respecto a nuestros cuerpos, que hay lunares que ni yo sabía que tenía en ciertas partes. Recojo la prueba de un manotazo al sentarme y la apoyo sobre mis rodillas para mandarlo a callar. —¡No! ¡No! ¡Si lo dices lo haces real!— le pido con un gemido, que estoy asustada del resultado que pueda dar esta prueba como para adelantarme a todo lo que podría venir después de leer un positivo. —Quiero que sepas que son mis nervios hablando al decir que si tenemos un segundo, tú podrías criar a uno y yo a otro— suena terrible lo que digo, ¡mira las cosas que me hace decir! Yo creo haber visto algo así en alguna película, así que me aclaro a prisa: —¡No separados! Solo nos repartimos quién carga a quién, quién hace el biberón de quién, quién viste a quién…— estoy parloteando sin poder parar por culpa de la desesperación que me hace mirar la prueba como si no recordara cómo se usa, genial, me olvido de cómo se usan condones y también pruebas de embarazo. Si es que a mí no me va a llegar nunca la madurez, voy en retroceso a todo. —¿Y si le mandamos un mensaje a Rose para consultarle?— no, no pregunten por qué de pronto pienso en ella de pronto al manchar la prueba con un poco de orina, mi cabeza no tiene un orden coherente en este momento, que de por sí nunca lo tuvo. —¡Ya está!— salto con la varilla blanca en alto y se la entrego a Hans para poder reacomodarme el pijama. Queda aguardar el minuto que promete el prospecto, pero no creo que pueda. Presiono la mano contra mi frente por el malestar que me obliga a tomar varias bocanadas si es que no quiero vomitar, solo hay un retrete y sabemos que Hans tiene el estómago más sensible por si toca ver un positivo.
Intento no quedarme bizco en cuanto me volteo, que ya ni sé de qué privacidad me está hablando; si algo hemos compartido, es ángulos incómodos de nuestras personas. Levanto las manos como una persona que clama inocencia en lo que ella grita que se hará real si lo ponemos en palabras, aunque a decir verdad no hay nada que podamos hacer si lo que tiene adentro no es un problema hormonal, sino un feto. Ladeo la cabeza para mirarla sobre el hombro en lo que mi expresión se torna confusa, porque lo que me está describiendo suena a un descontrol del cual no creo que podríamos sobrevivir — Lo que quieres decir, es que te gustaría tenerlo — nada de abortos, sino un bebé nuevo. ¡Tilly aún es demasiado pequeña! Hay hijos que se llevan muy poca diferencia de edad, pero yo no me siento calificado con ese nivel de paciencia. Que no se mal entienda, adoro a mi hija, pero aún estoy tratando de descifrarla.
— ¡No! — exclamo, por fin dándome la vuelta y asumiendo que ha terminado de orinar — Nada de llamados, ni a Rose ni a nadie. No debe ser tan complicado — ¿Que estas cosas no dicen cosas como “positivo” o “negativo” y ya? Como sea, que me he volteado demasiado pronto y me quedo mirándola en el inodoro, hasta que el palito se alza en lo alto y se lo quito de un manotazo sin percartarme en… — Lo measte — claro que lo meó, ni sé por qué arrugo la nariz con tanto asco y paso a sostenerlo entre la punta de dos dedos en lo alto en lo que ella se incorpora — Si esto da positivo, faltaré al trabajo e iremos directamente a la clínica. Ya sabes, para tener una segunda opi… — el chillido de la bebé que acaba de despertar y se ha encontrado sola es lo suficientemente potente como para sobresaltarme. Lo terrible es que puedo ver, en lo que mi corazón trata de volver a la normalidad y no darme un paro cardíaco, como la prueba de embarazo gira en el aire y cae arrastrada por la ley de la gravedad.
Creo que exclamo algo, pero no lo oigo entre los llantos de Tilly y el “plop” del inodoro. Solo me quedo estático, paralizado como si estuviera a punto de enfrentarme a los retos de mi padre, perdidos hace mucho tiempo — ¡Lo lamento! Mi varita… — pues claro que no la tengo, ni sé por qué me palmeo el pecho desnudo o los calzoncillos, si no va a estar ahí — … Tilly… ¡Haz algo! — ¿La bebé o la prueba? ¿Perder la cabeza o conservarla? No estoy pensando cuando me agacho y meto el brazo en el retrete, aunque mi expresión cambia en el momento en el cual no recuerdo si ella ha tirado de la cadena o no — Esto es asqueroso — gimoteo, en lo que trato de que el test no se me patine entre los dedos una vez más.
— ¡No! — exclamo, por fin dándome la vuelta y asumiendo que ha terminado de orinar — Nada de llamados, ni a Rose ni a nadie. No debe ser tan complicado — ¿Que estas cosas no dicen cosas como “positivo” o “negativo” y ya? Como sea, que me he volteado demasiado pronto y me quedo mirándola en el inodoro, hasta que el palito se alza en lo alto y se lo quito de un manotazo sin percartarme en… — Lo measte — claro que lo meó, ni sé por qué arrugo la nariz con tanto asco y paso a sostenerlo entre la punta de dos dedos en lo alto en lo que ella se incorpora — Si esto da positivo, faltaré al trabajo e iremos directamente a la clínica. Ya sabes, para tener una segunda opi… — el chillido de la bebé que acaba de despertar y se ha encontrado sola es lo suficientemente potente como para sobresaltarme. Lo terrible es que puedo ver, en lo que mi corazón trata de volver a la normalidad y no darme un paro cardíaco, como la prueba de embarazo gira en el aire y cae arrastrada por la ley de la gravedad.
Creo que exclamo algo, pero no lo oigo entre los llantos de Tilly y el “plop” del inodoro. Solo me quedo estático, paralizado como si estuviera a punto de enfrentarme a los retos de mi padre, perdidos hace mucho tiempo — ¡Lo lamento! Mi varita… — pues claro que no la tengo, ni sé por qué me palmeo el pecho desnudo o los calzoncillos, si no va a estar ahí — … Tilly… ¡Haz algo! — ¿La bebé o la prueba? ¿Perder la cabeza o conservarla? No estoy pensando cuando me agacho y meto el brazo en el retrete, aunque mi expresión cambia en el momento en el cual no recuerdo si ella ha tirado de la cadena o no — Esto es asqueroso — gimoteo, en lo que trato de que el test no se me patine entre los dedos una vez más.
¿Qué tipo de conversación es esta? ¿Por qué siento que me han colocado en un estrado y hay que un abogado enredando mis palabras? —Lo que digo es que no sé qué decir— barboteo, nerviosa por la presión que me echa y así no puedo orinar, con esta presión seguro que me salen más rayas de las que se debe y ¡hasta sale que tendremos mellizos! Me sostendría la cabeza si no fuera porque necesito mis manos para sostener el palito. —No puedo tomar una decisión sobre algo que todavía no sé si es… algo— no lo miro al contestar, no creo estar en condiciones aun con el nacimiento de Tilly ocurrido hace poco, de poder decir si me gustaría tener otro bebé, la respuesta obvia es que no. Pero, ¿y si se vuelve real? ¿Si hay otro bebé en algún lugar recóndito del cosmos espiándonos y decidiendo que también quiere unirse a este descontrol que se han vuelto nuestros días? ¡¿Por qué?! ¡¡Por qué nosotros?!
Bufo por la reacción de Hans al sostener la varilla blanca, la ignorancia que hay sobre atrasos y pruebas de embarazo hace que me sienta muy enojada con el sexo masculino en general. —Claro, ¿con qué creías que íbamos a saberlo? ¿Con un arcoíris?— me mofo, mis brazos cruzados delante de mi pecho que ya nunca volverá a ser el mismo si es que paso de amamantar un bebé tras otro, y agradezco el aumento de talla, pero no acepto el abuso. Seguro que hay otras parejas que recibirían felices esta noticia, hay celebridades millonarias adoptando niños para ampliar su colección de colores en piel y otros que en serio planifican una familia de tres hijos considerando la política y la economía actual, ¿por qué nosotros? Por lógica, vamos, que por lógica los híbridos son estériles y nosotros somos una pareja tan extraña que la naturaleza tendría que implementar alguna ley que diga que más de una hija no podemos tener, ya bastante riesgo hay en el ADN de esa niña.
¡¿VEN?! Ya está chillando como si viniera del mismo infierno, enfurecida porque estamos encerrados en el baño con la posibilidad todavía no comprobada de que vaya a tener un hermanito o una hermanita. Sin embargo, al decir lo de la clínica me lo pienso dos segundos sin moverme de mi lugar, claramente estoy pensando desde las emociones del momento y se me contrae un poco el estómago por lo que pueda estar a punto de sugerir, y no con la frialdad que deberíamos de haber considerado esta posibilidad en una charla sobre planificación, que si la tuvimos y aunque el método de urgencia difiera del propuesto, ya habíamos llegado a una conclusión entonces. — ¿Te gustaría que aborte?— con intención uso la misma palabra que él, libre de juicios, como una consulta de la que es parte con derecho de opinar. El palito cayendo en el agua sucia creo que le quita toda la seriedad al momento, por un segundo hasta me siento en verdad culpable de hacer caer tan bajo a este hombre. —Nada que un poco de agua y jabón no puedan sacar— le quito importancia y suerte que tengo más de treinta años, que en vez de quedarme a burlarme a su costa, salgo disparada del baño para ir a recoger a Tilly de la cuna.
Coloco mis manos debajo de su espalda y pañal cargado para que con sus lloriqueos se una a la desesperación de sus padres, será cruel de mi parte pero no me apuro en volver. Dejo a Hans solo en el baño con la prueba mientras voy contando los segundos, para cuando llego a cuarenta y luego de sacudir a Tilly con mi propia ansiedad para que se calme, vuelvo a donde está. —Con ella me hice la prueba tres veces, no tenemos que confiar en el primer resultado— hablo antes de que pueda decirme lo que sea que leyó en el palito, me reservo el decir que las tres pruebas dieron positivo. —¿Qué somos? ¿Nos eligieron para repoblar el mundo o qué? Te conozco desde hace años, si por cada descuido acabaremos con un bebé, que bueno que te haya ignorado todo ese tiempo o ya estaríamos en camino de armar nuestro propio distrito— murmuro, que no me juzgue, son los nervios de saber que podría haber un segundo bebé ocupando mi otro brazo pronto. —¿O es el karma por tanto sexo? Una fuerza mayor diciéndonos que paremos— eso suena un castigo fatal, si me preguntan.
Bufo por la reacción de Hans al sostener la varilla blanca, la ignorancia que hay sobre atrasos y pruebas de embarazo hace que me sienta muy enojada con el sexo masculino en general. —Claro, ¿con qué creías que íbamos a saberlo? ¿Con un arcoíris?— me mofo, mis brazos cruzados delante de mi pecho que ya nunca volverá a ser el mismo si es que paso de amamantar un bebé tras otro, y agradezco el aumento de talla, pero no acepto el abuso. Seguro que hay otras parejas que recibirían felices esta noticia, hay celebridades millonarias adoptando niños para ampliar su colección de colores en piel y otros que en serio planifican una familia de tres hijos considerando la política y la economía actual, ¿por qué nosotros? Por lógica, vamos, que por lógica los híbridos son estériles y nosotros somos una pareja tan extraña que la naturaleza tendría que implementar alguna ley que diga que más de una hija no podemos tener, ya bastante riesgo hay en el ADN de esa niña.
¡¿VEN?! Ya está chillando como si viniera del mismo infierno, enfurecida porque estamos encerrados en el baño con la posibilidad todavía no comprobada de que vaya a tener un hermanito o una hermanita. Sin embargo, al decir lo de la clínica me lo pienso dos segundos sin moverme de mi lugar, claramente estoy pensando desde las emociones del momento y se me contrae un poco el estómago por lo que pueda estar a punto de sugerir, y no con la frialdad que deberíamos de haber considerado esta posibilidad en una charla sobre planificación, que si la tuvimos y aunque el método de urgencia difiera del propuesto, ya habíamos llegado a una conclusión entonces. — ¿Te gustaría que aborte?— con intención uso la misma palabra que él, libre de juicios, como una consulta de la que es parte con derecho de opinar. El palito cayendo en el agua sucia creo que le quita toda la seriedad al momento, por un segundo hasta me siento en verdad culpable de hacer caer tan bajo a este hombre. —Nada que un poco de agua y jabón no puedan sacar— le quito importancia y suerte que tengo más de treinta años, que en vez de quedarme a burlarme a su costa, salgo disparada del baño para ir a recoger a Tilly de la cuna.
Coloco mis manos debajo de su espalda y pañal cargado para que con sus lloriqueos se una a la desesperación de sus padres, será cruel de mi parte pero no me apuro en volver. Dejo a Hans solo en el baño con la prueba mientras voy contando los segundos, para cuando llego a cuarenta y luego de sacudir a Tilly con mi propia ansiedad para que se calme, vuelvo a donde está. —Con ella me hice la prueba tres veces, no tenemos que confiar en el primer resultado— hablo antes de que pueda decirme lo que sea que leyó en el palito, me reservo el decir que las tres pruebas dieron positivo. —¿Qué somos? ¿Nos eligieron para repoblar el mundo o qué? Te conozco desde hace años, si por cada descuido acabaremos con un bebé, que bueno que te haya ignorado todo ese tiempo o ya estaríamos en camino de armar nuestro propio distrito— murmuro, que no me juzgue, son los nervios de saber que podría haber un segundo bebé ocupando mi otro brazo pronto. —¿O es el karma por tanto sexo? Una fuerza mayor diciéndonos que paremos— eso suena un castigo fatal, si me preguntan.
— No — suena a una respuesta demasiado rápida, ni siquiera me di tiempo a meditarla — Tampoco tengo ganas de tener otro hijo, pero… creo que siempre debe pensarse con cuidado y no ser precipitados al respecto — con Tilly sucedió todo tan rápido, que decidir tenerla se sintió correcto a pesar del pánico. Pude darme cuenta de que deseaba esto, que haberme enamorado de su madre era algo de lo que tenía que hacerme cargo, como si el destino me estuviera dando una bofetada para que deje de ser un imbécil orgulloso. Creo que no necesito de otro bebé para reafirmar lo que quiero, pero me sentiría muy injusto el quitarle la posibilidad a un segundo solo porque no llegó primero. ¿Tiene sentido? — Me fascina tu sentido del humor — mascullo, olvidándome del amor que le tengo en cuanto la veo salir por la puerta. Sí, alguien tenía que hacerse cargo de la bebé, pero a mí me tocó la parte desagradable.
Mis manos son temblorosas cuando dejo la prueba sobre el tocador como si fuese una bomba a punto de estallar y comienzo a lavarme las manos con ansiedad. No, no solo las manos. La cara, el cuello, una fugaz cepillada de dientes. Estoy escupiendo cuando Scott regresa en lo que han sido segundos de terror, por lo que la observo gracias al reflejo del espejo — Lo sabía — suelto — Sabía que querías acostarte conmigo hace años. ¿Te gustaba cuando lucía como un muñeco? ¿Te calentaba el pelo más rubio y las mejillas sonrosadas? — puede que bromear no solucione las cosas, pero al menos puedo sentirme más como yo mismo en esa sonrisa guasona que le regalo por medio del espejo antes de voltearme hacia ambas. La manera que tiene Tilly de retorcerse me hace pensar que algo no está bien, pero lo huelo antes de siquiera preguntar qué es — ¿Crees que el karma es tan cruel para castigarnos con ese olor? — pregunto, cubriéndome la nariz con el dorso de la mano — Disfrutamos de acostarnos, ¿qué tiene eso de malo? Que me castiguen si soy capaz de resistirme a ti — por estas cosas estamos con un bebé y un test de embarazo, soy incapaz de no arrastrar las palabras en un tono juguetón en lo que me acerco lo suficiente para robar un fugaz beso de su boca — Tal vez deberíamos reforzar los anticonceptivos, para evitar preocupaciones. Aún sigue en pie mi sugerencia de la vasectomía — le estoy dando tiempo, pero sigue siendo una buena idea.
Me volteo, resignado a que no podré soportar más la tensión y, como si fuese a quitar una bandita, tomo el test. Por como me congelo, de seguro le estoy dando una mala impresión, pero acabo alzando los ojos hacia ella en lo que golpeteo el palito contra mi mano — ¿Cómo lees esto? Parece borroso por el agua. ¿Por qué no compraste uno inteligente? Son más modernos, tienen todos los datos… ¡No es como si necesitáramos ahorrar! — y ahí se va la histeria. Me acerco, tendiéndole los brazos — Dame a Tilly, yo la cambiaré en lo que tú me dices qué es esta cosa. No puedo creer que no podamos… Se supone que somos adultos responsables, por Merlín — se supone que yo debo manejar la justicia de todo el país, no puedo ser incapaz de controlar siquiera a mi prole y, peor, a mi propio esperma.
Mis manos son temblorosas cuando dejo la prueba sobre el tocador como si fuese una bomba a punto de estallar y comienzo a lavarme las manos con ansiedad. No, no solo las manos. La cara, el cuello, una fugaz cepillada de dientes. Estoy escupiendo cuando Scott regresa en lo que han sido segundos de terror, por lo que la observo gracias al reflejo del espejo — Lo sabía — suelto — Sabía que querías acostarte conmigo hace años. ¿Te gustaba cuando lucía como un muñeco? ¿Te calentaba el pelo más rubio y las mejillas sonrosadas? — puede que bromear no solucione las cosas, pero al menos puedo sentirme más como yo mismo en esa sonrisa guasona que le regalo por medio del espejo antes de voltearme hacia ambas. La manera que tiene Tilly de retorcerse me hace pensar que algo no está bien, pero lo huelo antes de siquiera preguntar qué es — ¿Crees que el karma es tan cruel para castigarnos con ese olor? — pregunto, cubriéndome la nariz con el dorso de la mano — Disfrutamos de acostarnos, ¿qué tiene eso de malo? Que me castiguen si soy capaz de resistirme a ti — por estas cosas estamos con un bebé y un test de embarazo, soy incapaz de no arrastrar las palabras en un tono juguetón en lo que me acerco lo suficiente para robar un fugaz beso de su boca — Tal vez deberíamos reforzar los anticonceptivos, para evitar preocupaciones. Aún sigue en pie mi sugerencia de la vasectomía — le estoy dando tiempo, pero sigue siendo una buena idea.
Me volteo, resignado a que no podré soportar más la tensión y, como si fuese a quitar una bandita, tomo el test. Por como me congelo, de seguro le estoy dando una mala impresión, pero acabo alzando los ojos hacia ella en lo que golpeteo el palito contra mi mano — ¿Cómo lees esto? Parece borroso por el agua. ¿Por qué no compraste uno inteligente? Son más modernos, tienen todos los datos… ¡No es como si necesitáramos ahorrar! — y ahí se va la histeria. Me acerco, tendiéndole los brazos — Dame a Tilly, yo la cambiaré en lo que tú me dices qué es esta cosa. No puedo creer que no podamos… Se supone que somos adultos responsables, por Merlín — se supone que yo debo manejar la justicia de todo el país, no puedo ser incapaz de controlar siquiera a mi prole y, peor, a mi propio esperma.
No creo que mi mente pueda tomar en este momento una decisión sobre algo que tiene las mismas probabilidades de ser como de no ser, si no nos calmamos terminaremos por ponerle un nombre antes de que la prueba arroje cualquier resultado. Y ya sabemos lo que pasa cuando pones un nombre a las cosas, te encariñas. Diría que no caeríamos en ese grado de patetismo, pero ¡hola! estamos aguardando los segundos para saber si vamos a ser padres de nuevo cuando la niña que nació hace unas pocas semanas está rompiendo las paredes de la casa pidiendo atención. El mundo podría estar ardiendo para consumirse, que de todas maneras respondería a su sarcasmo sobre mi sentido de humor. Me detengo en la puerta para girarme hacía él con mi mentón en alto. —Lo sé, te encanta— modulo lentamente, no hace falta que use esa mano para sacudir mi cabello, creo que mi salida del baño se da con la suficiencia arrogancia, que la pierdo cuando me tengo que inclinar sobre la cuna de Tilly para rescatarla de su tormento personal en el que se encuentra sola, sucia y seguramente con hambre.
Al diablo con lo que dicen sobre no hablar de sexo delante de un bebé, no le voy a ocultar a mi hija que me acostaba con su padre o mentirle sobre que la trajeran los mooncalfs con alas. Se tendrá que acostumbrar a que las cosas son así, por lo que lo último que nos faltaría a ambos es que Mathilda decida tenerlo como tabú, sería el colmo de la ironía. —¿Perdón? Notaba cómo me mirabas en ese entonces, no puedes negarme que te ponía esa morena respondona— me burlo de él, respondiendo a su sonrisa a través del espejo con una propia que se va ladeando en dirección contraria al lunar. —Y que lo sigue haciendo porque no he cambiado mucho— apunto, con el pañal oliendo terrible entre nosotros, me prendo de sus labios por un segundo. — Esto solo refuerza mi punto, te morías por besarme— murmuro, por ridículo que sea tratar de recordar lo que podíamos sentir en ese entonces, si lo deseaba no era nada que no pudiera olvidar cuando lo perdía de mi vista, somos de eso que puedes prescindir si no lo conoces, es más bien una adicción progresiva, cuanto más lo pruebas, más lo deseas. Y sabiendo que es así, coloco una mano sobre su pecho. —Estaba pensando en medidas extremas como practicar la castidad. Para hacerlo bien, podríamos ponernos como fecha cuando nos casemos. Un año es un buen tiempo para dejar crecer a Tilly, y teniendo en cuenta lo que podría ser esa luna de miel después de la abstinencia…— lo dejo inconcluso, que bien podríamos acabar con trillizos.
Se me está yendo la cabeza en esto, que me fijo en el palito como si fuera algo totalmente ajeno, tampoco puedo interpretar correctamente lo que muestra. El reto que cae sobre mí me lo sacudo. —De acuerdo, para la próxima compraré ese que te habla y mientras nos da el resultado nos dice lo idiotas que somos—. No voy a gastar un exceso de galeones en un test que baraja las semanas de embarazo, el sexo del bebé y si se parece más a la mamá o al papá. Solo necesito un maldito positivo o negativo, todo lo demás se resolverá luego. Si es que alguien por resolver… Hacemos el intercambio de bombas a punto de explotar, le indico que tenga cuidado por cómo sujeta a Tilly mientras yo me apodero de la prueba, hay un mensaje secreto escrito por puffkeins que me lleva a entrecerrar los ojos para descifrarlo. —Se habrá roto cuando cayó al retrete— resoplo, ¡tendré que hacerlo de vuelta! Lo sacudo, la vieja y confiable sacudida que hace que las cosas se arreglen, reacciona antes de que haga un segundo intento golpeándole contra el borde del lavado. —¡Listo! ¡Ahí se ve!— chillo tan alto, tan agudo, que por poco no se me cae y busco en el aire el hombro de Hans para llamarlo. No, Lara, no. Hay un momento en la vida en que se debe madurar, en que no puedes tomar la primera oportunidad que surja para hacer que Hans se tire de los pelos, o vomite, o sufra un colapso nervioso. Bajo la prueba antes de que pueda verla, la envuelvo con el ruedo de la camiseta con tirantes del pijama. —¿Si teníamos un niño habíamos dicho que se llamaría Gabe? Porque me gusta más Christian— lo digo con cara de póker.
Al diablo con lo que dicen sobre no hablar de sexo delante de un bebé, no le voy a ocultar a mi hija que me acostaba con su padre o mentirle sobre que la trajeran los mooncalfs con alas. Se tendrá que acostumbrar a que las cosas son así, por lo que lo último que nos faltaría a ambos es que Mathilda decida tenerlo como tabú, sería el colmo de la ironía. —¿Perdón? Notaba cómo me mirabas en ese entonces, no puedes negarme que te ponía esa morena respondona— me burlo de él, respondiendo a su sonrisa a través del espejo con una propia que se va ladeando en dirección contraria al lunar. —Y que lo sigue haciendo porque no he cambiado mucho— apunto, con el pañal oliendo terrible entre nosotros, me prendo de sus labios por un segundo. — Esto solo refuerza mi punto, te morías por besarme— murmuro, por ridículo que sea tratar de recordar lo que podíamos sentir en ese entonces, si lo deseaba no era nada que no pudiera olvidar cuando lo perdía de mi vista, somos de eso que puedes prescindir si no lo conoces, es más bien una adicción progresiva, cuanto más lo pruebas, más lo deseas. Y sabiendo que es así, coloco una mano sobre su pecho. —Estaba pensando en medidas extremas como practicar la castidad. Para hacerlo bien, podríamos ponernos como fecha cuando nos casemos. Un año es un buen tiempo para dejar crecer a Tilly, y teniendo en cuenta lo que podría ser esa luna de miel después de la abstinencia…— lo dejo inconcluso, que bien podríamos acabar con trillizos.
Se me está yendo la cabeza en esto, que me fijo en el palito como si fuera algo totalmente ajeno, tampoco puedo interpretar correctamente lo que muestra. El reto que cae sobre mí me lo sacudo. —De acuerdo, para la próxima compraré ese que te habla y mientras nos da el resultado nos dice lo idiotas que somos—. No voy a gastar un exceso de galeones en un test que baraja las semanas de embarazo, el sexo del bebé y si se parece más a la mamá o al papá. Solo necesito un maldito positivo o negativo, todo lo demás se resolverá luego. Si es que alguien por resolver… Hacemos el intercambio de bombas a punto de explotar, le indico que tenga cuidado por cómo sujeta a Tilly mientras yo me apodero de la prueba, hay un mensaje secreto escrito por puffkeins que me lleva a entrecerrar los ojos para descifrarlo. —Se habrá roto cuando cayó al retrete— resoplo, ¡tendré que hacerlo de vuelta! Lo sacudo, la vieja y confiable sacudida que hace que las cosas se arreglen, reacciona antes de que haga un segundo intento golpeándole contra el borde del lavado. —¡Listo! ¡Ahí se ve!— chillo tan alto, tan agudo, que por poco no se me cae y busco en el aire el hombro de Hans para llamarlo. No, Lara, no. Hay un momento en la vida en que se debe madurar, en que no puedes tomar la primera oportunidad que surja para hacer que Hans se tire de los pelos, o vomite, o sufra un colapso nervioso. Bajo la prueba antes de que pueda verla, la envuelvo con el ruedo de la camiseta con tirantes del pijama. —¿Si teníamos un niño habíamos dicho que se llamaría Gabe? Porque me gusta más Christian— lo digo con cara de póker.
Mis ojos ruedan en un giro casi completo, pero mis labios se tiran hacia un costado sin poder evitar una sonrisa — Podía admitir tu atractivo, pero no creí en un millón de años que acabarías por volverme un adicto a tenerte revoloteando cerca — no puedo llamarlo de otra manera, tenerla cerca se transformó en una necesidad tan básica como el respirar. A veces sigo sufriendo un vago temor por culpa del poder que tiene sobre mí, a sabiendas de que trataría de tapar el sol si eso es lo que la mantiene feliz y segura, dentro de las paredes de un hogar que estamos tratando de sostener con nuestras manos — Siempre muero por besarte, a excepción de cuando me irritas. Por lo menos sabemos que eso se ha vuelto solo temporal — ni siquiera tengo por qué ser orgulloso, al admitirlo siento que he ganado la partida y le he quitado el material con qué tratar de ofenderme. Mala suerte para mí, parece que todo esto le ha metido la locura en el cerebro y cualquier rastro de veloz diversión se me pierde al arquear las cejas tan alto que mi frente se vuelve un acordeón estirado — Sabes muy bien que no duraríamos ni dos días con un voto de castidad — que me lo discuta, eso puede terminar en tragedia. Cuando intentamos contenernos, la necesidad fue incluso peor, tanto que acabamos con un bebé.
— Esperemos que no exista una “próxima” — es un deseo tan sincero que creo que suena hasta casi erótico. Me hago con Tilly, quien suelta un quejidito y arruga toda su cara gorda en lo que la apoyo contra mí, paso a sentir como su baba se desparrama por mi hombro en lo que parece asegurarse de que mi piel es un sustituto aceptable de su chupete, vaya a saber dónde se encuentra — Tal vez un “reparo…” — no sé si mi sugerencia servirá de algo o si borrará el resultado, no llego a averiguarlo porque Lara se pone a darle golpecitos que parecen solucionarlo en lo que me resigno y apoyo a la bebé sobre el cambiador que coloqué en este baño; creo que me he asegurado de tener uno en cada sitio práctico de la casa, para evitar emergencias. Pero en esta ocasión no actúo rápido, los nervios hacen que me olvide de dónde están los pañales y suerte que Tilly se ha vuelto bolita para chuparse un pie, porque Scott tira de mí y tengo que estirar los brazos por mero reflejo para evitar que la niña caiga, cuando sé que está segura; la magia de estos artefactos evitará que golpee el suelo.
Y ahí va, lo que temía. No sé si es su cara o lo que dice, o ambas cosas, lo que estalla en mi cabeza. Ni siquiera recuerdo qué nombre habíamos escogido en caso de tener un varón, tengo que sostenerme del mueble para no caerme al suelo de culo — ¿Lo estás preguntando solo porque se te vino a la mente o porque tendremos que volver a buscar nombres? — ni siquiera la miro, no puedo hacerlo. Me paso una mano por la cara, estirando todas mis facciones en lo que cierro los ojos y cuento las respiraciones. Uno, dos, tres… — Tú no puedes quedar embarazada. ¡Siempre chequeo los condones! — ¿O me habré olvidado de alguno en algún apuro? ¿Lo habré hecho mal? Apoyo una mano sobre la pancita de Tilly para sostenerla en lo que uso la otra para tenderla en su dirección, pidiéndole el test — Te dije que me quedaría contigo, no importa si es un bebé o cinco. Solo… por favor, no me digas que estás embarazada — Y que no se note, pero juro que mi voz quebrada no es de emoción, sino de terror absoluto.
— Esperemos que no exista una “próxima” — es un deseo tan sincero que creo que suena hasta casi erótico. Me hago con Tilly, quien suelta un quejidito y arruga toda su cara gorda en lo que la apoyo contra mí, paso a sentir como su baba se desparrama por mi hombro en lo que parece asegurarse de que mi piel es un sustituto aceptable de su chupete, vaya a saber dónde se encuentra — Tal vez un “reparo…” — no sé si mi sugerencia servirá de algo o si borrará el resultado, no llego a averiguarlo porque Lara se pone a darle golpecitos que parecen solucionarlo en lo que me resigno y apoyo a la bebé sobre el cambiador que coloqué en este baño; creo que me he asegurado de tener uno en cada sitio práctico de la casa, para evitar emergencias. Pero en esta ocasión no actúo rápido, los nervios hacen que me olvide de dónde están los pañales y suerte que Tilly se ha vuelto bolita para chuparse un pie, porque Scott tira de mí y tengo que estirar los brazos por mero reflejo para evitar que la niña caiga, cuando sé que está segura; la magia de estos artefactos evitará que golpee el suelo.
Y ahí va, lo que temía. No sé si es su cara o lo que dice, o ambas cosas, lo que estalla en mi cabeza. Ni siquiera recuerdo qué nombre habíamos escogido en caso de tener un varón, tengo que sostenerme del mueble para no caerme al suelo de culo — ¿Lo estás preguntando solo porque se te vino a la mente o porque tendremos que volver a buscar nombres? — ni siquiera la miro, no puedo hacerlo. Me paso una mano por la cara, estirando todas mis facciones en lo que cierro los ojos y cuento las respiraciones. Uno, dos, tres… — Tú no puedes quedar embarazada. ¡Siempre chequeo los condones! — ¿O me habré olvidado de alguno en algún apuro? ¿Lo habré hecho mal? Apoyo una mano sobre la pancita de Tilly para sostenerla en lo que uso la otra para tenderla en su dirección, pidiéndole el test — Te dije que me quedaría contigo, no importa si es un bebé o cinco. Solo… por favor, no me digas que estás embarazada — Y que no se note, pero juro que mi voz quebrada no es de emoción, sino de terror absoluto.
—También cuando te irrito— lo señalo como una estudiante renegada que se niega a darle la razón absoluta sobre las afirmaciones que hace, a todas les puedo encontrar un comentario que le quitan parte de su autoridad y si lo niega, puedo empezar a traer a colación las veces en que la rabia puso en tensión el deseo y el rechazo entre los que nos movíamos, hasta rendirnos cada vez más fácilmente a lo que se fue volviendo conocido. Podemos decir que la gravedad imponiéndose a nuestra voluntad, no quedaba otra que caer, su boca sobre la mía, y en el presente siendo incapaz de que una propuesta de castidad sea siquiera considerada entre las medidas para cuidarnos, lo descarta para que la vasectomía siga estando en el podio de opciones y eso creo que dice mucho sobre nosotros. —Qué poca fe nos tienes, yo sí creo que podría lograr resistirme a tus avances— opino con suficiencia, es fácil decirlo cuando la sugerencia ya está en el tacho. —Y si tenemos que esperar hasta la boda, seríamos como esas parejas de antes, que se casaban solo para poder acostarse. Mo podrá decir entonces que su hija se mantuvo a salvo de la tentación hasta el altar— claramente es una broma, todo en mi cara dice que es una broma, lo necesario para que los nervios por la espera del resultado no destrocen mi sistema, recitaría toda mi lista de chistes bobos de cinco años ahora mismo con tal de no pensar en lo que podré descubrir en el test.
Y yo sé que me iré a un infierno con mi nombre, exclusivo para mí, por lo que sale de mis labios para martirizar al hombre que está sujetando a la bebé sobre el cambiador, porque si la situación es un asco de por sí, también hay un olor asqueroso en todo el baño debido al pañal de Tilly que sigue en su lugar. Seguirá ahí, molestando a la bebé, en tanto su madre termine de montar un drama ficticio para su padre y si esta es como una de esas viejas tragedias, concluirá con una muerte. No sé si la de Hans por un infarto o la mía cuando libere sus manos al saber que le estoy tomando el pelo. ¡Que es negativo, por favor! —¿Seguro? ¿Los chequeas todos?— pregunto para alentar su propia inseguridad, para que dude de ese control que tratamos de recuperar a manotazos en ocasiones y se nos vuelve a ir en un parpadeo. Mi malicia hacia Hans al acercarme a él, manteniendo la prueba fuera de su alcance con la mano en mi espalda, me hará tener que arreglar cuentas con el karma más tarde. —No te diré que estoy embarazada— acepto, debería sospechar por mi calma en todo el acto, —y es bueno que me hayas dicho que te quedarías conmigo aunque tuviéramos cinco bebés, porque lo que quiero decirte y no que estoy embarazada, es que tendremos… ¡trillizos!— coloco la prueba bien delante de su nariz así no puede leer nada. —Estos test modernos e inteligentes te lo dicen todo, son trillizos, con orejas de conejo, dos son niñas y hay un niño. ¿A la pequeña la podemos llamar Cuca?— me estoy atorando con la risa antes de acabar de hablar.
Y yo sé que me iré a un infierno con mi nombre, exclusivo para mí, por lo que sale de mis labios para martirizar al hombre que está sujetando a la bebé sobre el cambiador, porque si la situación es un asco de por sí, también hay un olor asqueroso en todo el baño debido al pañal de Tilly que sigue en su lugar. Seguirá ahí, molestando a la bebé, en tanto su madre termine de montar un drama ficticio para su padre y si esta es como una de esas viejas tragedias, concluirá con una muerte. No sé si la de Hans por un infarto o la mía cuando libere sus manos al saber que le estoy tomando el pelo. ¡Que es negativo, por favor! —¿Seguro? ¿Los chequeas todos?— pregunto para alentar su propia inseguridad, para que dude de ese control que tratamos de recuperar a manotazos en ocasiones y se nos vuelve a ir en un parpadeo. Mi malicia hacia Hans al acercarme a él, manteniendo la prueba fuera de su alcance con la mano en mi espalda, me hará tener que arreglar cuentas con el karma más tarde. —No te diré que estoy embarazada— acepto, debería sospechar por mi calma en todo el acto, —y es bueno que me hayas dicho que te quedarías conmigo aunque tuviéramos cinco bebés, porque lo que quiero decirte y no que estoy embarazada, es que tendremos… ¡trillizos!— coloco la prueba bien delante de su nariz así no puede leer nada. —Estos test modernos e inteligentes te lo dicen todo, son trillizos, con orejas de conejo, dos son niñas y hay un niño. ¿A la pequeña la podemos llamar Cuca?— me estoy atorando con la risa antes de acabar de hablar.
— Que tengamos una hija es una enorme contradicción a esa fantasía de virginidad hasta el altar, ¿no crees? — comento con una sonrisa divertida, que pobre Mo si pensaba que Lara sería una persona de reservaciones, porque al menos nosotros dos hicimos todo al revés. Nos conocemos hace años, pero pasamos de encuentros laborales y hasta clandestinos a tener sexo, a decidirnos qué podríamos hacer una locura cómo criar a un bebé los dos juntos. Las emociones en el medio son confusas, hubo demasiado en juego, más que nada el orgullo. Y pánico, no podré negar esa parte, porque abrirme a esto fue mucho más vertiginoso que muchos de mis casos en la corte; allí tenía control, con Scott no puedo sacar nada de los libros ni de la lógica.
Acá tampoco hay sentido ni razón. No cuando lo único que puedo esperar es que mi corazón deje de latir con locura, mis ojos se entornan en cuanto sus palabras tratan de hacerme dudar de las mías — Lo he hecho toda la vida — al menos, desde que Audrey quedó embarazada; fue el error que necesitaba para descubrir que no podía fiarme de algo como los preservativos, Tilly fue un caso aparte. Ni siquiera hubo condón, para empezar — … ¿Pero?... — porque no creo que solo vaya a quedarse ahí, tiene que haber algo más en todo lo que está diciendo, algo que en verdad me confirme que no vamos a tener que comprar incluso más pañales. Tengo que echarme hacia atrás en lo que de pronto temo por mi vida, que casi me mete el test por la nariz y estoy algo bizco en lo que intento enfocarlo. Puedo sentir el cosquilleo estomacal del terror, pero poco a poco algo no me va cuadrando y su risa es lo que me hace mirarla con el ceño fruncido — No seas… — ni se me ocurre un insulto acorde, para variar.
Le arrebato la prueba y la coloco a una distancia aceptable, asumo que esa línea solitaria significa que es un negativo y me desarmo en un suspiro pesado, que arruina toda mi postura y hace parecer que por poco me voy a derretir en el suelo — Eres una… — y ahí pierdo una vez más mi seriedad, porque suelto a Tilly y estrecho a su madre con la misma felicidad que cualquier otro padre utilizaría para festejar otra clase de noticia, contraria a la que nosotros recibimos. Hasta estampo un beso en su boca con efusividad y todo — No tienes idea de lo mucho que te amo, Scott — exclamo, creo que exudo alegría. Estoy dispuesto a volver a besarla, pero el quejido de Mathilda reclama mi atención, sin sorprenderme a estas alturas de que sea capaz de pegar aladridos cortos para reclamar por nosotros cuando se siente ignorada. O algo así tengo que creer — No te preocupes, Tilly. No habrá otro bebé que te robe el protagonismo — le comento a la niña, en lo que vuelvo a apoyar la mano en su barriga para poder empezar a quitarle el pañal.
Y sí que estaba cargado. Se me arruga la cara del asco en lo que lo cierro, lanzándolo al cesto de basura con un enorme estruendo — No entiendo cómo es que está tan podrida por dentro, con un cuerpito tan pequeño — que digan que es grandota y gorda todo lo que quieran, para mí es minúscula, siempre que la tengo en brazos tengo miedo de partirla a la mitad. Me hago con una de las toallitas, en lo que me las arreglo para juntar sus piecitos y levantarlos con una sola mano; todo esto es mucho más fácil con la varita, para ser sincero — Es lo mejor — parece una resolución salida de la nada, pero dentro de mi cabeza tiene toda la lógica — No estamos listos para dos hijos. Con suerte podemos cuidar de ella sin enloquecer y no estoy contando a Meerah y su estado preadolescente. Además… no quiero que las cosas cambien. Me gusta esto — es un cuadro nuevo y al cual me cuesta acostumbrarme, pero le he tomado gusto. Nosotros cuatro, ni más ni menos — Un bebé más cambiaría toda la dinámica y quiero disfrutar de Tilly como corresponde. ¿Eso me hace egoísta si…? — ni sé para qué abro la boca. Como si buscara hacerme tragar mis palabras, el chorro cálido me salta con la potencia necesaria como para que pueda sentirlo salpicar mi piel. Me congelo en mi lugar, paralizado del asco y con la nariz arrugada, en lo que Tilly se mordisquea un puño con una mirada completamente inocente en sus enormes ojos. Creía que con las niñas me salvaba de estas cosas, pero se ve que estaba equivocado.
Acá tampoco hay sentido ni razón. No cuando lo único que puedo esperar es que mi corazón deje de latir con locura, mis ojos se entornan en cuanto sus palabras tratan de hacerme dudar de las mías — Lo he hecho toda la vida — al menos, desde que Audrey quedó embarazada; fue el error que necesitaba para descubrir que no podía fiarme de algo como los preservativos, Tilly fue un caso aparte. Ni siquiera hubo condón, para empezar — … ¿Pero?... — porque no creo que solo vaya a quedarse ahí, tiene que haber algo más en todo lo que está diciendo, algo que en verdad me confirme que no vamos a tener que comprar incluso más pañales. Tengo que echarme hacia atrás en lo que de pronto temo por mi vida, que casi me mete el test por la nariz y estoy algo bizco en lo que intento enfocarlo. Puedo sentir el cosquilleo estomacal del terror, pero poco a poco algo no me va cuadrando y su risa es lo que me hace mirarla con el ceño fruncido — No seas… — ni se me ocurre un insulto acorde, para variar.
Le arrebato la prueba y la coloco a una distancia aceptable, asumo que esa línea solitaria significa que es un negativo y me desarmo en un suspiro pesado, que arruina toda mi postura y hace parecer que por poco me voy a derretir en el suelo — Eres una… — y ahí pierdo una vez más mi seriedad, porque suelto a Tilly y estrecho a su madre con la misma felicidad que cualquier otro padre utilizaría para festejar otra clase de noticia, contraria a la que nosotros recibimos. Hasta estampo un beso en su boca con efusividad y todo — No tienes idea de lo mucho que te amo, Scott — exclamo, creo que exudo alegría. Estoy dispuesto a volver a besarla, pero el quejido de Mathilda reclama mi atención, sin sorprenderme a estas alturas de que sea capaz de pegar aladridos cortos para reclamar por nosotros cuando se siente ignorada. O algo así tengo que creer — No te preocupes, Tilly. No habrá otro bebé que te robe el protagonismo — le comento a la niña, en lo que vuelvo a apoyar la mano en su barriga para poder empezar a quitarle el pañal.
Y sí que estaba cargado. Se me arruga la cara del asco en lo que lo cierro, lanzándolo al cesto de basura con un enorme estruendo — No entiendo cómo es que está tan podrida por dentro, con un cuerpito tan pequeño — que digan que es grandota y gorda todo lo que quieran, para mí es minúscula, siempre que la tengo en brazos tengo miedo de partirla a la mitad. Me hago con una de las toallitas, en lo que me las arreglo para juntar sus piecitos y levantarlos con una sola mano; todo esto es mucho más fácil con la varita, para ser sincero — Es lo mejor — parece una resolución salida de la nada, pero dentro de mi cabeza tiene toda la lógica — No estamos listos para dos hijos. Con suerte podemos cuidar de ella sin enloquecer y no estoy contando a Meerah y su estado preadolescente. Además… no quiero que las cosas cambien. Me gusta esto — es un cuadro nuevo y al cual me cuesta acostumbrarme, pero le he tomado gusto. Nosotros cuatro, ni más ni menos — Un bebé más cambiaría toda la dinámica y quiero disfrutar de Tilly como corresponde. ¿Eso me hace egoísta si…? — ni sé para qué abro la boca. Como si buscara hacerme tragar mis palabras, el chorro cálido me salta con la potencia necesaria como para que pueda sentirlo salpicar mi piel. Me congelo en mi lugar, paralizado del asco y con la nariz arrugada, en lo que Tilly se mordisquea un puño con una mirada completamente inocente en sus enormes ojos. Creía que con las niñas me salvaba de estas cosas, pero se ve que estaba equivocado.
—¿Toda la vida? ¿Chequeas condones desde los dos meses?— casi me atraganto con una carcajada, porque a todo lo que dice le tengo que señalar el punto flaco. Tengo como placer culposo colocarlo en estados donde pierde su seguridad y su calma, de más está decir que me gustaba jugar mano a mano con su orgullo, todo lo que le hacía imperturbable a mis ojos hace un tiempo, un hombre que bien podía pasar de todo, que estaba por encima de todos. Tiendo a pensar que las paredes se cierran alrededor de nosotros y que no tiene caso que sostenga ninguna fachada conmigo, fuera puede seguir siendo esa persona en la que se convirtió para estar donde se encuentra. Dentro de estos espacios pequeños puedo tomarle el pelo y casi provocarle un infarto cardíaco con mis bromas fuera de lugar, a veces me abuso de ese poder que tengo sobre sus nervios. Suelo pensarlo como que estamos en una montaña rusa en la que yo grito de emoción y él de terror, me compadezco de él cuando llegamos al final del recorrido y si me enviara en un pasaje sin escalas a la mierda no me ofendería, sin embargo hace eso de ponerse feliz y recordar de pronto lo mucho que me ama. No tengo idea, es cierto. Este pobre hombre algún día morirá por mi causa. Lo abrazo con mis manos sujetándose a su cabeza, así puedo acariciar su pelo y reírme contra un lado de su cuello.
Tilly se lleva toda nuestra atención con su sollozo, como debe ser, y no cualquier otro bebé imaginario que no será. Como si acabara de correr una maratón interminable, bajo la tapa del retrete para sentarme allí y relajar el cuerpo que me duele por los músculos tensionados, el suspiro que exhalo se lleva mi alma, el alivio hace que todo se vea y hasta huela más agradable. Ni el olor del pañal de Tilly me roba esta sensación tan honda de plenitud. No habrá otro bebé, no tan pronto, no creciendo detrás de Tilly y enloqueciéndonos a nosotros en el proceso. No habrá dos biberones, ni cunas de gemelos, ni bebés llorando a coro. ¿Debería sentirme mal por esto? Porque siento todo lo contrario, con nuestra única bebé llorona y de pancita podrida. No lo digo yo, pero mis pensamientos están puestos en los labios de Hans cuando dice que es lo mejor. El alivio que me embarga empieza a menguar para dar espacio a una inquietud diferente cuando continua hablando, sostengo mi sonrisa a pesar de ello y estoy pendiente de lo que dice hasta la interrupción creativa por parte de Tilly, como pidiendo que se calle de una vez. Me río, tan fuerte como hace unos minutos, por la situación cómica más que por la felicidad que duró lo de un pestañeo. —Apartate, me haré cargo yo— lo salvo de la tarea al ponerme de pie y con mis manos sobre su brazo lo empujo hacia la ducha, donde se suponía que estar desde hace diez minutos. —¿No tienes que hacer algo así como ir a trabajar, vago?— lo pico, así me deja espacio para que pueda centrarme en las nalgas que debo limpiar con nuevas toallitas húmedas. Hago cosquillas en los pies que se sacuden en el aire y tratan de distraerme, pero al cabo de unas semanas desarrollé mis tácticas para hacer pasar rápidas con la toallita y sujetar esos piecitos así puedo calzar el pañal antes de que trate de huir como una oruga.
—No creo que nos haga egoístas decir que no nos sentimos listos para algo nuevo, cuando no hemos hecho más que aceptar los cambios que nos trajeron todas las cosas nuevas que venimos experimentando desde hace meses— digo, antes de que el sonido del agua al caer ahogue mi voz. Será cobarde de mi parte mantenerme de perfil así evito sus ojos, no obstante es lo que me permite que siga hablando con un tono sostenido. —Todo sucedió demasiado rápido para nosotros, nos vimos tomando decisiones en el momento, y no me arrepiento de ninguna de ellas, pero no tuvimos un tiempo para detenernos a pensar en cómo todo estaba cambiando… quizá porque fuimos mezquinos con nuestros hábitos y renuentes al cambio por años, todo nos cayó encima de un día para el otro, todo el tiempo decidiendo si negro o blanco...— hago una pausa para sellar el pañal de Tilly por debajo de su ombligo y la cargo con mis brazos para acomodarla en mi hombro, rozo con mi nariz su pelusa de cabello negro. —Pero ningún frenesí es eterno, el tiempo tiene sus momentos de agite y otros en los que va lento, ¿no lo sientes como que empieza a ir más lento? Hay ocasiones en las que me despierto, te veo y siento que cinco minutos duran media hora, así que podría aprovechar ese tiempo que avanza lento solo para disfrutarlo en algo como mirarte y volver a repasar cada detalle que creo conocer en ti— digo, llevando conmigo a la bebé al sentarme en el retrete que adopté como sillón para esta conversación, no es cómodo y está bien que no lo sea. Había un “pero” dicho y vuelvo a este. —O podría mirarte y mirarnos, mirar todo lo que nos rodea, repensar en todo lo que pasó. Somos personas distintas a las que fuimos hace un año y no sé si nos dimos tiempo para asimilar este cambio, si cuando el tiempo empiece a correr lento, no… nos sentiremos incómodos al descubrirnos tan diferentes, pensar que tal vez… tal vez fuimos demasiado rápido— no hay otra manera de decirlo, mojo mis labios que siento secos al seguir: —No dudo que te amo y que amo lo que tenemos, pero quizá deberíamos tomarnos un tiempo, para pensar en lo que tenemos… desde afuera de la vorágine, desde afuera de esto, a una distancia— dejo caer, y no es que lo haya pensado antes, se me ocurre en este momento. —Podría volver a la casa en el cuatro ahora que las medidas de seguridad disminuyeron y pedirle a Mo que se quede un tiempo conmigo. Contratar una niñera o pedirle a Poppy que nos acompañe si eso te deja más tranquilo— y el hecho de que acepte a la elfina es mi gran gesto para hacerlo algo no tan drástico para ambos.
Tilly se lleva toda nuestra atención con su sollozo, como debe ser, y no cualquier otro bebé imaginario que no será. Como si acabara de correr una maratón interminable, bajo la tapa del retrete para sentarme allí y relajar el cuerpo que me duele por los músculos tensionados, el suspiro que exhalo se lleva mi alma, el alivio hace que todo se vea y hasta huela más agradable. Ni el olor del pañal de Tilly me roba esta sensación tan honda de plenitud. No habrá otro bebé, no tan pronto, no creciendo detrás de Tilly y enloqueciéndonos a nosotros en el proceso. No habrá dos biberones, ni cunas de gemelos, ni bebés llorando a coro. ¿Debería sentirme mal por esto? Porque siento todo lo contrario, con nuestra única bebé llorona y de pancita podrida. No lo digo yo, pero mis pensamientos están puestos en los labios de Hans cuando dice que es lo mejor. El alivio que me embarga empieza a menguar para dar espacio a una inquietud diferente cuando continua hablando, sostengo mi sonrisa a pesar de ello y estoy pendiente de lo que dice hasta la interrupción creativa por parte de Tilly, como pidiendo que se calle de una vez. Me río, tan fuerte como hace unos minutos, por la situación cómica más que por la felicidad que duró lo de un pestañeo. —Apartate, me haré cargo yo— lo salvo de la tarea al ponerme de pie y con mis manos sobre su brazo lo empujo hacia la ducha, donde se suponía que estar desde hace diez minutos. —¿No tienes que hacer algo así como ir a trabajar, vago?— lo pico, así me deja espacio para que pueda centrarme en las nalgas que debo limpiar con nuevas toallitas húmedas. Hago cosquillas en los pies que se sacuden en el aire y tratan de distraerme, pero al cabo de unas semanas desarrollé mis tácticas para hacer pasar rápidas con la toallita y sujetar esos piecitos así puedo calzar el pañal antes de que trate de huir como una oruga.
—No creo que nos haga egoístas decir que no nos sentimos listos para algo nuevo, cuando no hemos hecho más que aceptar los cambios que nos trajeron todas las cosas nuevas que venimos experimentando desde hace meses— digo, antes de que el sonido del agua al caer ahogue mi voz. Será cobarde de mi parte mantenerme de perfil así evito sus ojos, no obstante es lo que me permite que siga hablando con un tono sostenido. —Todo sucedió demasiado rápido para nosotros, nos vimos tomando decisiones en el momento, y no me arrepiento de ninguna de ellas, pero no tuvimos un tiempo para detenernos a pensar en cómo todo estaba cambiando… quizá porque fuimos mezquinos con nuestros hábitos y renuentes al cambio por años, todo nos cayó encima de un día para el otro, todo el tiempo decidiendo si negro o blanco...— hago una pausa para sellar el pañal de Tilly por debajo de su ombligo y la cargo con mis brazos para acomodarla en mi hombro, rozo con mi nariz su pelusa de cabello negro. —Pero ningún frenesí es eterno, el tiempo tiene sus momentos de agite y otros en los que va lento, ¿no lo sientes como que empieza a ir más lento? Hay ocasiones en las que me despierto, te veo y siento que cinco minutos duran media hora, así que podría aprovechar ese tiempo que avanza lento solo para disfrutarlo en algo como mirarte y volver a repasar cada detalle que creo conocer en ti— digo, llevando conmigo a la bebé al sentarme en el retrete que adopté como sillón para esta conversación, no es cómodo y está bien que no lo sea. Había un “pero” dicho y vuelvo a este. —O podría mirarte y mirarnos, mirar todo lo que nos rodea, repensar en todo lo que pasó. Somos personas distintas a las que fuimos hace un año y no sé si nos dimos tiempo para asimilar este cambio, si cuando el tiempo empiece a correr lento, no… nos sentiremos incómodos al descubrirnos tan diferentes, pensar que tal vez… tal vez fuimos demasiado rápido— no hay otra manera de decirlo, mojo mis labios que siento secos al seguir: —No dudo que te amo y que amo lo que tenemos, pero quizá deberíamos tomarnos un tiempo, para pensar en lo que tenemos… desde afuera de la vorágine, desde afuera de esto, a una distancia— dejo caer, y no es que lo haya pensado antes, se me ocurre en este momento. —Podría volver a la casa en el cuatro ahora que las medidas de seguridad disminuyeron y pedirle a Mo que se quede un tiempo conmigo. Contratar una niñera o pedirle a Poppy que nos acompañe si eso te deja más tranquilo— y el hecho de que acepte a la elfina es mi gran gesto para hacerlo algo no tan drástico para ambos.
No pongo reproches cuando soy liberado de la tarea, levanto las manos en señal de que la niña es toda suya y doy un paso hacia atrás, frunciendo los labios en aceptación de su sacrificio — El ministerio no caerá si llego tarde. Lo bueno se hace esperar — ironizo, a sabiendas de que la mitad de mi departamento se encontrará relajado en mi ausencia, hasta que aparezca y todos comiencen a correr como si la vida se les fuera en ello. Pero sí tengo la urgencia de la ducha, en especial por culpa de las ocurrencias accidentales de mi hija menor, así que enciendo el agua que empieza a correr con potencia en lo que me quito la ropa interior. La voz de Scott se oye a la perfección gracias a la acústica de la habitación, puedo meterme en la bañera y tirar de la cortina sin perderme de sus palabras, esas que se me hacen un poco más serias que la conversación que estábamos teniendo.
Me aparto el pelo mojado de los ojos en un gesto quedo, puedo sentir el chorro en mi espalda y, por alguna razón, no me relaja como todos los días. Puedo comprender lo que está diciendo, la locura del último año ha sido difícil de procesar, pero cuando me detengo cinco minutos a ver lo que tenemos, lo abrazo con fuerza. Pero esto me produce una especie de deja vú, porque sospecho que no estamos yendo por el mismo hilo de pensamiento y, poco a poco, hay un nudo que se va volviendo más fuerte en mi estómago en lo que me rasco el shampoo en la cabeza. ¿Qué mierda está queriendo decir? Se me patina el jabón por culpa de que lo agarro demasiado fuerte y me da de lleno en la cara cual misil, por lo que la única respuesta que obtiene es el ruido seco que hace al dar contra el mármol de la bañera. ¿Irse al cuatro? ¿Y llevarse a Mathilda con ella?
Creo que es un movimiento demasiado brusco el que sacude la cortina, pero no le doy mucha importancia, de todos modos no se ha roto. Me asomo, encontrándomela ahí sentada, como si pudiera decidir… Bueno, tiene derecho a decidir, pero no lo siento justo — ¿Estás rompiendo conmigo? — por favor, he sonado como una de las series trilladas que mi hija consume, pero la duda es inmediata — ¿O que quieres decir? ¿Por qué... ? ¿Hice algo malo? — no, no he hecho nada mal, lo sé, ella misma lo ha explicado. ¿Es porque quiero que disfrutemos esto, es porque lo he aceptado más rápido que ella? Está siendo egoísta, como siempre. Cruel en su honestidad. Se me escapa un chistido helado, meneando la cabeza ante la incredulidad — Si me amas de esa manera… ¿Por qué crees que lo mejor es tomarnos un tiempo? ¿Sigues dudando de esto, después de todo este tiempo? ¿Incluso cuando decidimos casarnos? — no tiene sentido alguno, al menos para mí. Frunzo los labios, mi cabeza rebota vagamente como si estuviera haciéndome la idea. Bien. Si es lo que quiere…
Corro la cortina, la cierro con tanta fuerza que el sonido metálico de sus ganchos hace eco en la habitación. Recupero el jabón y comienzo a limpiarme con mucha más rapidez de la habitual, en lo que intento controlar mi respiración. ¿Hubo algún indicio de que las cosas iban mal? ¿Hice el ridículo todo este tiempo? — Jamás voy a comprender por qué siempre haces lo mismo — farfullo — Me dejas entrar y luego plantas una nueva muralla. ¿Siquiera quieres estar conmigo o es solo resignación? Jugar a las casitas y todo eso — y tiro de la cortina una vez más, porque en verdad necesito verla a la cara en cuanto me lo diga.
Me aparto el pelo mojado de los ojos en un gesto quedo, puedo sentir el chorro en mi espalda y, por alguna razón, no me relaja como todos los días. Puedo comprender lo que está diciendo, la locura del último año ha sido difícil de procesar, pero cuando me detengo cinco minutos a ver lo que tenemos, lo abrazo con fuerza. Pero esto me produce una especie de deja vú, porque sospecho que no estamos yendo por el mismo hilo de pensamiento y, poco a poco, hay un nudo que se va volviendo más fuerte en mi estómago en lo que me rasco el shampoo en la cabeza. ¿Qué mierda está queriendo decir? Se me patina el jabón por culpa de que lo agarro demasiado fuerte y me da de lleno en la cara cual misil, por lo que la única respuesta que obtiene es el ruido seco que hace al dar contra el mármol de la bañera. ¿Irse al cuatro? ¿Y llevarse a Mathilda con ella?
Creo que es un movimiento demasiado brusco el que sacude la cortina, pero no le doy mucha importancia, de todos modos no se ha roto. Me asomo, encontrándomela ahí sentada, como si pudiera decidir… Bueno, tiene derecho a decidir, pero no lo siento justo — ¿Estás rompiendo conmigo? — por favor, he sonado como una de las series trilladas que mi hija consume, pero la duda es inmediata — ¿O que quieres decir? ¿Por qué... ? ¿Hice algo malo? — no, no he hecho nada mal, lo sé, ella misma lo ha explicado. ¿Es porque quiero que disfrutemos esto, es porque lo he aceptado más rápido que ella? Está siendo egoísta, como siempre. Cruel en su honestidad. Se me escapa un chistido helado, meneando la cabeza ante la incredulidad — Si me amas de esa manera… ¿Por qué crees que lo mejor es tomarnos un tiempo? ¿Sigues dudando de esto, después de todo este tiempo? ¿Incluso cuando decidimos casarnos? — no tiene sentido alguno, al menos para mí. Frunzo los labios, mi cabeza rebota vagamente como si estuviera haciéndome la idea. Bien. Si es lo que quiere…
Corro la cortina, la cierro con tanta fuerza que el sonido metálico de sus ganchos hace eco en la habitación. Recupero el jabón y comienzo a limpiarme con mucha más rapidez de la habitual, en lo que intento controlar mi respiración. ¿Hubo algún indicio de que las cosas iban mal? ¿Hice el ridículo todo este tiempo? — Jamás voy a comprender por qué siempre haces lo mismo — farfullo — Me dejas entrar y luego plantas una nueva muralla. ¿Siquiera quieres estar conmigo o es solo resignación? Jugar a las casitas y todo eso — y tiro de la cortina una vez más, porque en verdad necesito verla a la cara en cuanto me lo diga.
Tomaré su reacción como que no cree que haga falta un tiempo para pensar nada. — No estoy rompiendo contigo, en ningún momento dije nada sobre romper— replico de inmediato, el meneo de mi cabeza acompaña a mis palabras y a mi entrecejo que se frunce, porque sus respuestas están pasando por picos dramáticos que no nos permiten tener una conversación cuando solía ser el más racional de los dos. —Un tiempo para pensar, Hans. Un tiempo de calma, es lo que sigue a las cosas que pasan y nos sacuden, necesitamos un tiempo para asimilarlo todo. No estoy terminando contigo, ni cancelando los planes de boda— le aclaro, él también lo menciona, tengo que reacomodar a la bebé contra mi pecho al ponerme de pie porque le estoy hablando a la cortina del baño y me contengo para no poner los ojos en blanco, no lo vería si lo hiciera, pero hacerlo sería tratarlo de exagerado cuando su duda es justa. —Me casaría contigo después del tiempo que sea. Dime un día y estaré ahí, puedo irme mañana mismo a cualquier lugar, pero ese día estaría ahí, seguiría queriendo casarme contigo.
Tilly que no comprende nada sobre la alteración de ánimos en este baño, presiona mi busto con su manito para que la alimente como es parte de la rutina que ella impuso, si sus padres ya están despiertos y el pañal sucio descartado, puede continuar con lo que prosigue, de esa manera natural que se da por seguir los instintos. —¿Siempre hago lo mismo?— repito con una nota de incredulidad, esa acusación me toma desprevenida. —¿Cuál era la línea que seguía a esa? Ya me acuerdo, «algún día me cansaré de golpear tus muros, Scott»— espero a ver su cara después del tirón chirriante de la cortina para decirlo, así puedo apreciar qué cambia en su semblante cuando digo esa frase. —Mírame solo por un segundo, estoy aquí, frente a ti, en este baño, en esta casa, con nuestra hija y Meerah al otro lado del pasillo. No solo te dejé entrar, dejé que llenaras todos los espacios de mi vida. ¿Y porque te golpeas con un muro que bien podrías saltar dudas de todo? Si yo te sigo cuando te escapas, ¿por qué no puedes…?— le espeto, me encuentro teniendo que contestar preguntas cerradas otra vez y aunque creo que se responde por sí sola si diera un paso hacia atrás, si tomara distancia, sí, distancia, si pudiera verlo todo no lo estaría preguntando.
Entonces los hechos hablarían por su cuenta y la duda no surgiría poniendo en revisión cada una de las veces que le dije que me quedaría a su lado. —Siempre se trató de estar contigo, de que quiero estar contigo— se me escucha enojada, está seguro con mis manos sosteniendo a Tilly, aunque si las tuviera libre tampoco lo haría resbalarse en la ducha, por un momento no quiero tocarlo ni siquiera para golpearlo. —Nunca me interesó jugar a las casitas con nada, supe que iba a tener un bebé y te amaba como para preguntarte si lo tendrías conmigo, sino no la hubiera tenido. Nunca quise hijos, no los quiero tampoco ahora, no por mí. Pero si es contigo, aceptaría y abrazaría todo…— y este es el punto, supongo. —Tal vez necesitemos un tiempo de calma o tal vez no, no quise decir que nos separemos, quiero que sigas estando y seguir estando para ti.
Tilly que no comprende nada sobre la alteración de ánimos en este baño, presiona mi busto con su manito para que la alimente como es parte de la rutina que ella impuso, si sus padres ya están despiertos y el pañal sucio descartado, puede continuar con lo que prosigue, de esa manera natural que se da por seguir los instintos. —¿Siempre hago lo mismo?— repito con una nota de incredulidad, esa acusación me toma desprevenida. —¿Cuál era la línea que seguía a esa? Ya me acuerdo, «algún día me cansaré de golpear tus muros, Scott»— espero a ver su cara después del tirón chirriante de la cortina para decirlo, así puedo apreciar qué cambia en su semblante cuando digo esa frase. —Mírame solo por un segundo, estoy aquí, frente a ti, en este baño, en esta casa, con nuestra hija y Meerah al otro lado del pasillo. No solo te dejé entrar, dejé que llenaras todos los espacios de mi vida. ¿Y porque te golpeas con un muro que bien podrías saltar dudas de todo? Si yo te sigo cuando te escapas, ¿por qué no puedes…?— le espeto, me encuentro teniendo que contestar preguntas cerradas otra vez y aunque creo que se responde por sí sola si diera un paso hacia atrás, si tomara distancia, sí, distancia, si pudiera verlo todo no lo estaría preguntando.
Entonces los hechos hablarían por su cuenta y la duda no surgiría poniendo en revisión cada una de las veces que le dije que me quedaría a su lado. —Siempre se trató de estar contigo, de que quiero estar contigo— se me escucha enojada, está seguro con mis manos sosteniendo a Tilly, aunque si las tuviera libre tampoco lo haría resbalarse en la ducha, por un momento no quiero tocarlo ni siquiera para golpearlo. —Nunca me interesó jugar a las casitas con nada, supe que iba a tener un bebé y te amaba como para preguntarte si lo tendrías conmigo, sino no la hubiera tenido. Nunca quise hijos, no los quiero tampoco ahora, no por mí. Pero si es contigo, aceptaría y abrazaría todo…— y este es el punto, supongo. —Tal vez necesitemos un tiempo de calma o tal vez no, no quise decir que nos separemos, quiero que sigas estando y seguir estando para ti.
Entorno la mirada, consciente de la gota que patina por el puente de mi nariz hasta colgar en la punta. Intento comprender su lógica, pero como es habitual en nosotros, no compartirla me hace la tarea un tanto difícil. Tengo frío, pero no es por la desnudez, el verano se hace notar y la ducha no está precisamente helada — ¿Qué tienes que pensar con exactitud? — porque podemos sentarnos a procesar todo lo que ha pasado, puede tomarnos todo un mes. Pero a estas alturas he optado por acostumbrarme a reprocharlo, que si pienso demasiado las cosas acaba por darme vértigo, así que es preferible quedarme en el sitio de la costumbre. Sé que somos diferentes, solo que a veces me olvido de cuánto.
Sé que todo esto se está tornando en una discusión, el tono de su voz me lo grita a los cuatro vientos y poder encontrarme con su cara tras la repetición de unas líneas que posiblemente dije y ahora no recuerdo, me hace mantenerle la mirada con un aire parecido al desafío — Yo no escapo — le refuto, tal vez demasiado rápido, como si no quisiera dejarle meter un bocado más a esa frase — He dejado de escapar hace mucho tiempo, cuando decidimos que hacer esto juntos era lo mejor. Te he pedido que vengas a vivir conmigo, he puesto lo mejor de mí para que esto funcione. Ya no hay muros para mí, Scott — poco a poco le he ido contando mis secretos, le confío los miedos que antes prefería callar. ¿Cómo es posible que jamás podamos estar en la misma página? ¿Por qué no podemos simplemente querer lo mismo?
Vuelvo a correr la cortina, así puedo terminar velozmente con mi ducha en lo que ella sigue hablando y trato, controlando la respiración, de apagar ese nudo angustiante que va creciendo dentro de mi pecho. Para cuando apago el agua, mi mano sale decidida a aferrarse a la toalla, con la que me seco en un apuro antes de envolver mi cintura con ella — ¿Quieres irte de la isla, es eso? — intento sonar más tranquilo en lo que salgo de la ducha, aún dejando una hilera de gotas detrás de mí en lo que puedo enfrentarla cara a cara. Relamo la humedad de mis labios, meneando la cabeza — No puedo obligarte a que te quedes si no es lo que quieres, pero quiero que sepas que yo no tengo que pensar absolutamente nada sobre nosotros. ¿Me asusta? Claro, sé que pasó demasiado rápido. Yo tampoco quería nada de esto — mis brazos buscan abarcar el espacio para poder expresarme de alguna manera, cayendo al apuntar vagamente a Tilly con uno de ellos — Tenía una buena vida, estaba más que satisfecho con ella. Pero cuando pude tener esto, tenerte a ti, no quise poseer otra cosa. Y a veces te miro, la veo a ella y no puedo entender cómo es que pasó, pero soy tan afortunado… — que afuera nadie puede tener lo que tenemos, solo un puñado de personas que jugaron a las cartas y les salió bien.
Me desinflo con un suspiro, mis ojos la miran ya sin ánimos de una pelea y le doy la espalda, saliendo del baño y dejando la puerta abierta a mis espaldas — Eres libre de hacer lo que tú quieras con tu vida, eso siempre estuvo en claro. Solo… — me apoyo en el picaporte del guardarropas, ese que abro con cuidado antes de voltearme hacia ella — Si pasa ese tiempo y descubres que no quieres regresar, sé honesta conmigo. No quiero que llegue el día en el cual repentinamente me digas que estás abrumada y necesitas irte de la noche a la mañana. Creo que podría entenderlo — me adentro en el armario, en busca de la ropa que necesito para pasar el día en la oficina, con la leve sensación de que acabo de darme por vencido frente a su carácter. Espero que no ante otras cosas.
Sé que todo esto se está tornando en una discusión, el tono de su voz me lo grita a los cuatro vientos y poder encontrarme con su cara tras la repetición de unas líneas que posiblemente dije y ahora no recuerdo, me hace mantenerle la mirada con un aire parecido al desafío — Yo no escapo — le refuto, tal vez demasiado rápido, como si no quisiera dejarle meter un bocado más a esa frase — He dejado de escapar hace mucho tiempo, cuando decidimos que hacer esto juntos era lo mejor. Te he pedido que vengas a vivir conmigo, he puesto lo mejor de mí para que esto funcione. Ya no hay muros para mí, Scott — poco a poco le he ido contando mis secretos, le confío los miedos que antes prefería callar. ¿Cómo es posible que jamás podamos estar en la misma página? ¿Por qué no podemos simplemente querer lo mismo?
Vuelvo a correr la cortina, así puedo terminar velozmente con mi ducha en lo que ella sigue hablando y trato, controlando la respiración, de apagar ese nudo angustiante que va creciendo dentro de mi pecho. Para cuando apago el agua, mi mano sale decidida a aferrarse a la toalla, con la que me seco en un apuro antes de envolver mi cintura con ella — ¿Quieres irte de la isla, es eso? — intento sonar más tranquilo en lo que salgo de la ducha, aún dejando una hilera de gotas detrás de mí en lo que puedo enfrentarla cara a cara. Relamo la humedad de mis labios, meneando la cabeza — No puedo obligarte a que te quedes si no es lo que quieres, pero quiero que sepas que yo no tengo que pensar absolutamente nada sobre nosotros. ¿Me asusta? Claro, sé que pasó demasiado rápido. Yo tampoco quería nada de esto — mis brazos buscan abarcar el espacio para poder expresarme de alguna manera, cayendo al apuntar vagamente a Tilly con uno de ellos — Tenía una buena vida, estaba más que satisfecho con ella. Pero cuando pude tener esto, tenerte a ti, no quise poseer otra cosa. Y a veces te miro, la veo a ella y no puedo entender cómo es que pasó, pero soy tan afortunado… — que afuera nadie puede tener lo que tenemos, solo un puñado de personas que jugaron a las cartas y les salió bien.
Me desinflo con un suspiro, mis ojos la miran ya sin ánimos de una pelea y le doy la espalda, saliendo del baño y dejando la puerta abierta a mis espaldas — Eres libre de hacer lo que tú quieras con tu vida, eso siempre estuvo en claro. Solo… — me apoyo en el picaporte del guardarropas, ese que abro con cuidado antes de voltearme hacia ella — Si pasa ese tiempo y descubres que no quieres regresar, sé honesta conmigo. No quiero que llegue el día en el cual repentinamente me digas que estás abrumada y necesitas irte de la noche a la mañana. Creo que podría entenderlo — me adentro en el armario, en busca de la ropa que necesito para pasar el día en la oficina, con la leve sensación de que acabo de darme por vencido frente a su carácter. Espero que no ante otras cosas.
No contesto qué es lo que tengo que pensar, no cuando esto se ha vuelto un interrogatorio en el que todas mis respuestas son las equivocadas, porque su postura es la de contradecirme y hacerme notar como cada una de las cosas que salen de mi boca me ponen en falta, cuando ambos hemos puesto de sí para que esto resulte, no solo él. Menos aún le respondo si todo esto se debe a que quiero irme de la isla, si le doy la espalda no es por respeto a una desnudez que conozco bien, es para poder apretar mis párpados y calmar el ardor en mis ojos porque todo lo que dice es lo que necesito escuchar, refleja mi propio sentimiento de todas las mañanas cuando me despierto sabiendo que duerme a mi lado, que la bebé está en su cuna y su hermana mayor en otra habitación de la misma casa. No puedo creer la suerte que tengo y me asusta pensarlo como azar, porque eso no nos da ninguna estabilidad, la única que conseguimos es cuando nos aferramos al cuerpo del otro. Y si me marchara en este momento, como dice que bien puedo hacerlo, que si tomo la decisión incluso de no regresar podría entenderlo, es en lo fácil que algo que dije una mañana cualquiera como esta, pueden barrer en su memoria con todas las veces que le prometí que me quedaría a su lado. Si será así, ¿qué sentido tendrá hacer votos en algún momento si mis promesas no le pesan nada, si las olvida luego? —¿Crees que haría eso? ¿Qué en un día me despertaría harta de la vida y abandonaría a mi hija y a Meerah? ¿A ti?— lo digo como lo que es, con la palabra que corresponde. Y puede decirme que no escapa, yo lo siento así cuando se va dando por terminada la conversación, es un hecho que lo seguiré.
Pero antes de hacerlo, vuelvo a la cuna para colocar a Tilly sobre su manta y por el mohín que hace con su boca como aviso de llanto, le acerco a Pelusa así puede babear la oreja del conejo. Froto su pancita para calmarla, no es la primera vez que queda en medio cuando de una discusión de sus padres, pero no quiero pensarlo así. También ha quedado en medio de muchos otros momentos en que las cosas marchaban bien, en que podíamos reírnos de nosotros o de ella, que es torpe y es dulce, que es de las mejores cosas que la suerte te puede dar y que se haga real. Me acerco a la puerta del guardarropa de Hans cubriendo la entrada y con los brazos cruzados, así no puede irse después de su ultimátum, que este no es uno de sus casos y va a despacharme para que pase a buscar la notificación el lunes. —Piensas que soy inestable, impredecible si quieres decirlo de una manera que suena bonito a veces. ¿Lo haces? Solo es Lara otra vez equivocándose, metiendo la pata, destruyendo lo que teníamos. ¿Qué piensas en verdad de mí como para que asumas que quiero terminar con lo que tenemos y alcances a ver posible un día en el que me marcharé sin más dejándolos atrás?— sacudo bruscamente mi barbilla en dirección a la puerta, esa que me permite usar si la necesito.
—¿Sabes por qué la gente se va, Hans? No se va de un día para el otro, si se va lo hace porque ha querido hablar y no la han escuchado. Cuando una persona te está diciendo a la cara que te ama y no hace más que repetirlo, pero que hay algo que necesita, algo que tal vez no te gusta escuchar. Entonces le dices que se vaya, que podrás entenderlo, como si todo el maldito tiempo fuera eso lo que estuvieras esperando que hiciera, te estás preparando para eso, y estás herido, sé que te herí aunque no era mi intención— mi voz sigue subiendo en tono, haciéndose más aguda, no llego a gritar y de todos modos siendo como la garganta me arde, como me queman las lágrimas que se amontonan en mis ojos. —Y estás queriendo protegerte del daño que te haría si me fuera, pero no lo voy a hacer. No te abandonaría a ti, ni a ninguna de las niñas— sostengo, lo hago con tal fuerza para que esa palabra cale hondo en él, me entienda y me escuche de una vez. —¿Sabés qué necesito pensar? ¿Quieres saber?— si ese es el meollo de todo esto, suelto mis brazos para que caigan a los lados de mi cuerpo y modero mi tono para que sea contundente. —Necesito pensar porque perdimos el control, los dos. Porque es una locura, una que abrazamos. Pero hace cinco minutos estuvimos encerrados en el baño con una prueba de embarazo cuando nuestra hija nació hace dos meses, cuando te convertiste en padre de Meerah hace un año. Porque no quiero que todo lo que tengamos sea una seguidilla de cosas al azar, quiero poder hacer planes contigo. Porque si no quieres tener más hijos, no quiero sentir que estuve a punto de fallarte en eso, porque también es mi culpa si no nos cuidamos. Pero yo sí quiero tener más hijos contigo, hablarlo un día cuando Tilly sea más grande y decidir que queremos volver a empezar todo— exhalo el aire contenido en mi pecho por la manera frenética al hablar, con mis brazos abarcando el espacio del guardarropa. —Quiero poder recuperar parte del control que siento que perdimos, para que esto deje de ser tan accidentado, y poder hacer las cosas bien, quiero poder ser una persona que haga las cosas bien, porque amo demasiado lo que tenemos. Porque en el descontrol pasa esto, pasa esto de que somos incapaces de mirar hacia atrás para ver todas y cada una de las veces en que dijimos creer en esto, en el otro, y simplemente crees que quiero abandonarlo— acabo, me hago a un lado para que pueda irse.
Pero antes de hacerlo, vuelvo a la cuna para colocar a Tilly sobre su manta y por el mohín que hace con su boca como aviso de llanto, le acerco a Pelusa así puede babear la oreja del conejo. Froto su pancita para calmarla, no es la primera vez que queda en medio cuando de una discusión de sus padres, pero no quiero pensarlo así. También ha quedado en medio de muchos otros momentos en que las cosas marchaban bien, en que podíamos reírnos de nosotros o de ella, que es torpe y es dulce, que es de las mejores cosas que la suerte te puede dar y que se haga real. Me acerco a la puerta del guardarropa de Hans cubriendo la entrada y con los brazos cruzados, así no puede irse después de su ultimátum, que este no es uno de sus casos y va a despacharme para que pase a buscar la notificación el lunes. —Piensas que soy inestable, impredecible si quieres decirlo de una manera que suena bonito a veces. ¿Lo haces? Solo es Lara otra vez equivocándose, metiendo la pata, destruyendo lo que teníamos. ¿Qué piensas en verdad de mí como para que asumas que quiero terminar con lo que tenemos y alcances a ver posible un día en el que me marcharé sin más dejándolos atrás?— sacudo bruscamente mi barbilla en dirección a la puerta, esa que me permite usar si la necesito.
—¿Sabes por qué la gente se va, Hans? No se va de un día para el otro, si se va lo hace porque ha querido hablar y no la han escuchado. Cuando una persona te está diciendo a la cara que te ama y no hace más que repetirlo, pero que hay algo que necesita, algo que tal vez no te gusta escuchar. Entonces le dices que se vaya, que podrás entenderlo, como si todo el maldito tiempo fuera eso lo que estuvieras esperando que hiciera, te estás preparando para eso, y estás herido, sé que te herí aunque no era mi intención— mi voz sigue subiendo en tono, haciéndose más aguda, no llego a gritar y de todos modos siendo como la garganta me arde, como me queman las lágrimas que se amontonan en mis ojos. —Y estás queriendo protegerte del daño que te haría si me fuera, pero no lo voy a hacer. No te abandonaría a ti, ni a ninguna de las niñas— sostengo, lo hago con tal fuerza para que esa palabra cale hondo en él, me entienda y me escuche de una vez. —¿Sabés qué necesito pensar? ¿Quieres saber?— si ese es el meollo de todo esto, suelto mis brazos para que caigan a los lados de mi cuerpo y modero mi tono para que sea contundente. —Necesito pensar porque perdimos el control, los dos. Porque es una locura, una que abrazamos. Pero hace cinco minutos estuvimos encerrados en el baño con una prueba de embarazo cuando nuestra hija nació hace dos meses, cuando te convertiste en padre de Meerah hace un año. Porque no quiero que todo lo que tengamos sea una seguidilla de cosas al azar, quiero poder hacer planes contigo. Porque si no quieres tener más hijos, no quiero sentir que estuve a punto de fallarte en eso, porque también es mi culpa si no nos cuidamos. Pero yo sí quiero tener más hijos contigo, hablarlo un día cuando Tilly sea más grande y decidir que queremos volver a empezar todo— exhalo el aire contenido en mi pecho por la manera frenética al hablar, con mis brazos abarcando el espacio del guardarropa. —Quiero poder recuperar parte del control que siento que perdimos, para que esto deje de ser tan accidentado, y poder hacer las cosas bien, quiero poder ser una persona que haga las cosas bien, porque amo demasiado lo que tenemos. Porque en el descontrol pasa esto, pasa esto de que somos incapaces de mirar hacia atrás para ver todas y cada una de las veces en que dijimos creer en esto, en el otro, y simplemente crees que quiero abandonarlo— acabo, me hago a un lado para que pueda irse.
— ¡No creo eso! — me apresuro a aclarar, sintiendo cierto calor en el rostro y no precisamente por timidez — Sé muy bien que seguirías en la vida de las niñas. Pero no es lo mismo eso que mantener una pareja, son diferentes relaciones — no la veo como la clase de madre que dejaría a su hija detrás, ni siquiera a Meerah cuando no es de su sangre. Pero sé muy bien que nosotros estamos unidos por algo que elegimos, sin genes ni votos aún, solo el compromiso que optamos cuando nos encontramos con el panorama de que nuestras pieles no eran lo único que tenían química. Y sé muy bien que el amor es frágil, que las relaciones se rompen, pero yo no mentía cuando dije esa noche que ella es el amor de mi vida. Nunca quise a nadie de esta manera, nunca anhelé tanto a una persona como lo hago con ella. Con lo bueno, con lo malo y lo imposible.
Me seco sin fijarme demasiado en eliminar todas las gotas, la toalla no tarda en irse al suelo y empiezo a vestirme con demasiada velocidad, sin fijarme demasiado en la elección de vestuario. Estoy pasando el pantalón cuando ella se planta en la entrada, así que la observo de refilón en lo que habla, atacándome con su punto de vista — ¡Solo temo que todo esto sea demasiado para ti! — me explico sin pensarlo, estirando la mano para tomar una camisa delgada y blanca que me coloco por los brazos y empiezo a abotonarla — Que un día te arrepientas de estar conmigo, que quieras volver a estar sola porque esto no acabó siendo lo que esperabas — siendo sincero, creo que nada puede ser lo que teníamos en mente. Esto fue inesperado, sé que estos no eran sus planes de vida. No renunciará jamás a Tilly, pero no puedo decir lo mismo sobre mí.
Abrocho el último botón y acomodo el cuello de la camisa hacia arriba, preparando el terreno para una corbata que no alcanzo a tomar, porque su discurso me deja paralizado. Ni siquiera sé cómo mantengo la mirada. ¿Estoy herido? Sí, no puedo negárselo. Mis movimientos son en principio lentos cuando tomo la corbata y la coloco donde se supone que tiene que ir, pero solo queda colgada alrededor de mi cuello, no sé por dónde empezar porque ella sigue hablando y tengo la sensación de que es un mar de información. Abro la boca en más de una ocasión, pero no logro meter bocado. Al final, tomo algo de aire para poder dar inicio a una idea, aunque no estoy muy seguro de cuál es — No puedes ponerle un control a lo que se siente, Scott — lo digo sereno, ni sé cómo — No me pidas que sea cuerdo, cuando sé que estoy loco por ti. Ese es el punto, todos cometemos estupideces, me alegra poder hacerlas contigo. No sé si quiero o no tener más hijos, estoy demasiado enfocado en el ahora como para pensar en lo que será en unos años, cuando todavía no hay seguridad de nada. El mundo afuera está loco — ya lo hablamos, quisimos protegernos de ello. Me hago el nudo de la corbata y tiro de este, solo dejo de mirarla para ponerme a buscar un chaleco — Mi miedo es que dejes de amarme — así, tan simple como eso.
Paso los brazos por los agujeros de un chaleco color marfil y me giro acomodando los botones, paso a hundir mis dedos en mi cabello aún húmedo para echarlo hacia atrás y así darle algo de forma. Mi postura se torna más recta, similar al Ministro de Justicia en cuanto doy unos pasos hasta frenarme delante de ella — No es que no confíe en ti, pero he aprendido que lo bueno tiende a no durar — murmuro, le echo un último vistazo antes de pasar por su lado. Tilly está aferrada a Pelusa cuando me detengo frente a su cuna, paso dos dedos sobre su barriga, haciendo que sus patas se sacudan en el aire. Cada día que pasa, su rostro toma más forma. Empiezo a reconocer detalles en ella, puedo ver cómo no es puramente parecida a su madre. Su piel, incluso, se parece más a la mía, se delata cuando uno de sus puños se cierra en mi pulgar — Entonces… ¿Cuándo te irás? — aún le doy la espalda cuando efectúo la pregunta — No quiero dejar de ver a Tilly, espero que lo entiendas. No sé si quieres que nos turnemos o… qué es lo que pensaste con exactitud.
Me seco sin fijarme demasiado en eliminar todas las gotas, la toalla no tarda en irse al suelo y empiezo a vestirme con demasiada velocidad, sin fijarme demasiado en la elección de vestuario. Estoy pasando el pantalón cuando ella se planta en la entrada, así que la observo de refilón en lo que habla, atacándome con su punto de vista — ¡Solo temo que todo esto sea demasiado para ti! — me explico sin pensarlo, estirando la mano para tomar una camisa delgada y blanca que me coloco por los brazos y empiezo a abotonarla — Que un día te arrepientas de estar conmigo, que quieras volver a estar sola porque esto no acabó siendo lo que esperabas — siendo sincero, creo que nada puede ser lo que teníamos en mente. Esto fue inesperado, sé que estos no eran sus planes de vida. No renunciará jamás a Tilly, pero no puedo decir lo mismo sobre mí.
Abrocho el último botón y acomodo el cuello de la camisa hacia arriba, preparando el terreno para una corbata que no alcanzo a tomar, porque su discurso me deja paralizado. Ni siquiera sé cómo mantengo la mirada. ¿Estoy herido? Sí, no puedo negárselo. Mis movimientos son en principio lentos cuando tomo la corbata y la coloco donde se supone que tiene que ir, pero solo queda colgada alrededor de mi cuello, no sé por dónde empezar porque ella sigue hablando y tengo la sensación de que es un mar de información. Abro la boca en más de una ocasión, pero no logro meter bocado. Al final, tomo algo de aire para poder dar inicio a una idea, aunque no estoy muy seguro de cuál es — No puedes ponerle un control a lo que se siente, Scott — lo digo sereno, ni sé cómo — No me pidas que sea cuerdo, cuando sé que estoy loco por ti. Ese es el punto, todos cometemos estupideces, me alegra poder hacerlas contigo. No sé si quiero o no tener más hijos, estoy demasiado enfocado en el ahora como para pensar en lo que será en unos años, cuando todavía no hay seguridad de nada. El mundo afuera está loco — ya lo hablamos, quisimos protegernos de ello. Me hago el nudo de la corbata y tiro de este, solo dejo de mirarla para ponerme a buscar un chaleco — Mi miedo es que dejes de amarme — así, tan simple como eso.
Paso los brazos por los agujeros de un chaleco color marfil y me giro acomodando los botones, paso a hundir mis dedos en mi cabello aún húmedo para echarlo hacia atrás y así darle algo de forma. Mi postura se torna más recta, similar al Ministro de Justicia en cuanto doy unos pasos hasta frenarme delante de ella — No es que no confíe en ti, pero he aprendido que lo bueno tiende a no durar — murmuro, le echo un último vistazo antes de pasar por su lado. Tilly está aferrada a Pelusa cuando me detengo frente a su cuna, paso dos dedos sobre su barriga, haciendo que sus patas se sacudan en el aire. Cada día que pasa, su rostro toma más forma. Empiezo a reconocer detalles en ella, puedo ver cómo no es puramente parecida a su madre. Su piel, incluso, se parece más a la mía, se delata cuando uno de sus puños se cierra en mi pulgar — Entonces… ¿Cuándo te irás? — aún le doy la espalda cuando efectúo la pregunta — No quiero dejar de ver a Tilly, espero que lo entiendas. No sé si quieres que nos turnemos o… qué es lo que pensaste con exactitud.
Hay algo en lo que me dice que me recuerda a la vez en la que hablamos con Phoebe, en esto que llamamos familia, el nuestro sigue siendo el vínculo más frágil. Me consuela que al menos pueda ver que mis sentimientos por Meerah y Mathilda no harán que actúe de la misma manera que su padre con Phoebe, mi propio padre o Audrey. Sabiendo lo mucho que ha herido eso, creo que a partir de nuestras heridas podemos al menos evitar cometer el mismo daño. Y tal como mis sentimientos son fuertes hacia ellas, también creo que lo es hacia Hans. Si aceptara la puerta que me ofrece, seguiría sintiéndolo como parte de mí por muchos pasos de distancia que ponga. Un ningún momento un «tiempo para pensar» fue para mí un tiempo sin él, cuando sé que no haré más que pensar en todo esto y en cómo puede ser que te golpee todas las mañanas la certeza de amar a una persona, que tiene el talento inagotable de fastidiarte antes siquiera de cepillarse de los dientes.
No tiene sentido para mí nada de lo grita, que pueda arrepentirme o que nada sea lo que espero, lo único que puede ver tan claro como si me hubiera chocado con un espejo, que tiene las mismas inseguridades que yo y que yo escupí sobre platos caros en un restaurante al que no creo que nos dejen volver a entrar. Sigo el movimiento de sus manos al ajustar cada prenda de ropa, me niego a levantar mis manos para espantar las lágrimas, en cambio parpadeo para esconderlas. No sé por qué, si antes era tan fácil para nosotros gravitar hacia el otro, tirar de esa energía invisible para acabar con mis manos enredadas en su pelo y besando su garganta, sus brazos rodeando mi cintura, no sé por qué me quedo inmóvil como esperando que sea él quien vuelva a hacer que el aire a nuestro alrededor tiemble, para poder decir contra sus labios lo que me toca decir a cinco pasos. —Nunca dejaría de amarte, es algo que podría quedarse en mí toda la vida, incluso sin un nombre, sabría reconocerte donde sea que te encuentres porque algo dentro de mí te sentiría.
A mí lo que me da más miedo es que, sabiendo que me ama, pueda tan fácil colocar el corazón a un lado. Supongo que las palabras no serán las que nos salven, porque cuando creo que se acerca para abrazarme quizá o para que yo pueda repetirle que no voy a dejarlos, la confianza en esa creencia que tiene sobre que nada bueno está hecho para durar, me golpea como si fuera él quien me dijera que este debe ser el final. —Yo también solía pensar que nada duraba, ni lo bueno, ni lo malo— lo digo mirándolo a los ojos en los segundos que dura ese contacto hasta que se aparta, —y que eras mi excepción. No pienso en lo que será bueno o en lo que será malo, sino en que me gustaría que dure. Porque no todo puede ser bueno siempre, también habrá rachas que no serán ni malas ni buenas, pero eso no quiere decir que haya acabado…— sé que estoy rogándole para que me dé un indicio de que es así, y se lo hiriente que puede ser una esperanza de estas, porque lo que escucho preguntarme es cuando me iré. No debería ponerme a hacer un repaso de todo lo que nos hemos dicho que me hagan entender cómo pueden ser estas nuestras palabras dichas con la frialdad del orgullo, cuando hicimos promesas ambiciosas antes sobre ir hacia el otro o sostenerlo si caía.
—No había pensado nada— contesto, no lo había pensado hasta que estuvo en mis labios. Mi propio orgullo es el que me impulsa a decir que lo haré, que me iré, pero el desgarro que puedo ver que sufrirá por no despertar con Tilly a su lado me lleva a la duda de si sería mejor hoy para no hacerle pasar una mala noche o darle una más con ella, y si lo medito, de todos modos dolerá. Camino hacia la cuna con mis pies descalzos así que no hacen ruido al acercarme y hago lo único que me queda por hacer, porque si es cierto que todo lo bueno se acaba después de un tiempo, entendí que no debo guardarme nada que me salga por impulso por tener miedo a su rechazo y a no esperar a que sea la energía del universo la que decida sobre la gravedad entre nosotros. Tiro suavemente de su muñeca para hacer que se gire y así poder envolverlo con mis brazos alrededor de su cintura, mi mentón sobre su hombro. —Para cuando vuelvas esta noche, ella estará aquí— le prometo, —iremos a pasar el día en el cuatro y volveremos para cuando termine tu horario en el ministerio—. Busco su olor con mi nariz rozando el cuello de su camisa y me cosquillea por la necesidad de llorar que tendrá que esperar a que se vaya, inhalo hondo porque es de las cosas que quedan.
No tiene sentido para mí nada de lo grita, que pueda arrepentirme o que nada sea lo que espero, lo único que puede ver tan claro como si me hubiera chocado con un espejo, que tiene las mismas inseguridades que yo y que yo escupí sobre platos caros en un restaurante al que no creo que nos dejen volver a entrar. Sigo el movimiento de sus manos al ajustar cada prenda de ropa, me niego a levantar mis manos para espantar las lágrimas, en cambio parpadeo para esconderlas. No sé por qué, si antes era tan fácil para nosotros gravitar hacia el otro, tirar de esa energía invisible para acabar con mis manos enredadas en su pelo y besando su garganta, sus brazos rodeando mi cintura, no sé por qué me quedo inmóvil como esperando que sea él quien vuelva a hacer que el aire a nuestro alrededor tiemble, para poder decir contra sus labios lo que me toca decir a cinco pasos. —Nunca dejaría de amarte, es algo que podría quedarse en mí toda la vida, incluso sin un nombre, sabría reconocerte donde sea que te encuentres porque algo dentro de mí te sentiría.
A mí lo que me da más miedo es que, sabiendo que me ama, pueda tan fácil colocar el corazón a un lado. Supongo que las palabras no serán las que nos salven, porque cuando creo que se acerca para abrazarme quizá o para que yo pueda repetirle que no voy a dejarlos, la confianza en esa creencia que tiene sobre que nada bueno está hecho para durar, me golpea como si fuera él quien me dijera que este debe ser el final. —Yo también solía pensar que nada duraba, ni lo bueno, ni lo malo— lo digo mirándolo a los ojos en los segundos que dura ese contacto hasta que se aparta, —y que eras mi excepción. No pienso en lo que será bueno o en lo que será malo, sino en que me gustaría que dure. Porque no todo puede ser bueno siempre, también habrá rachas que no serán ni malas ni buenas, pero eso no quiere decir que haya acabado…— sé que estoy rogándole para que me dé un indicio de que es así, y se lo hiriente que puede ser una esperanza de estas, porque lo que escucho preguntarme es cuando me iré. No debería ponerme a hacer un repaso de todo lo que nos hemos dicho que me hagan entender cómo pueden ser estas nuestras palabras dichas con la frialdad del orgullo, cuando hicimos promesas ambiciosas antes sobre ir hacia el otro o sostenerlo si caía.
—No había pensado nada— contesto, no lo había pensado hasta que estuvo en mis labios. Mi propio orgullo es el que me impulsa a decir que lo haré, que me iré, pero el desgarro que puedo ver que sufrirá por no despertar con Tilly a su lado me lleva a la duda de si sería mejor hoy para no hacerle pasar una mala noche o darle una más con ella, y si lo medito, de todos modos dolerá. Camino hacia la cuna con mis pies descalzos así que no hacen ruido al acercarme y hago lo único que me queda por hacer, porque si es cierto que todo lo bueno se acaba después de un tiempo, entendí que no debo guardarme nada que me salga por impulso por tener miedo a su rechazo y a no esperar a que sea la energía del universo la que decida sobre la gravedad entre nosotros. Tiro suavemente de su muñeca para hacer que se gire y así poder envolverlo con mis brazos alrededor de su cintura, mi mentón sobre su hombro. —Para cuando vuelvas esta noche, ella estará aquí— le prometo, —iremos a pasar el día en el cuatro y volveremos para cuando termine tu horario en el ministerio—. Busco su olor con mi nariz rozando el cuello de su camisa y me cosquillea por la necesidad de llorar que tendrá que esperar a que se vaya, inhalo hondo porque es de las cosas que quedan.
Es extraño cómo puedo sentirme de la misma manera, cuando hubo personas antes de nosotros que se amaron con todas sus fuerzas y acabaron en la miseria. Mis padres, por ejemplo. Sé que eran felices, sé que se querían, pero todo se torció hasta volverse irreconocible. ¿Cómo puedo saber que nos amaremos dentro de treinta años, por mucho que pueda aferrarme a esa idea, ahora que veo imposible el dejar de adorarla? ¿Cómo puedo confiar que ella, con sus ocurrencias y vueltas, pierda esa llama que siente por mí? Y sé que la confianza es fundamental, pero hay miedos que no se extinguen, sino que salen a flote cuando suceden cosas como esta, que los agita en las profundidades. Aún así, quiero decirle que yo tampoco podría dejar de amarla, pero por alguna razón solo atino a fruncir mis labios.
Centrarme en la bebé me ayuda a no tener que mirarla, pero también a disfrutarla los minutos en los que puedo ver como su boca se adormila y va soltando poco a poco al peluche. No durará demasiado, siempre tiene hambre a estas horas y pronto se quejará de que no estamos llenando su panza como es debido. Soy sincero, creía que mirar más tiempo de lo normal a Scott era algo que no iba a ser superado, pero encontrarme con Meerah y Tilly en la sala, pasando el rato entre los juguetes de tela se volvió una de mis visiones favoritas. Podría tirarme la eternidad viendo a Mathilda dormir, así de pequeña, ajena a todo lo malo que alguna vez le tocará vivir. Es una hoja en blanco, aún nadie lo ha arruinado para ella — No deseo que termine — me explico con voz calma — No quise decir eso. Solo no sé cómo sostenerlo en el tiempo, no sé cómo puedes sentir lo mismo mañana si algo nos sacude — porque yo puedo amarla, pero no sé qué tan fácil sea para ella el amarme a mí. Una vez más, la duda se mete en tu cabeza.
En gran parte me llena de alivio que no tenga nada pensado, me da un momento de paz y tregua. Sus dedos se sienten demasiado cálidos contra mi piel, he aprendido a reaccionar a ese tacto y no me tardo demasiado en girarme, me enfrento a su calor y todo lo que conlleva. Mis brazos me traicionan al rodearla con tanta velocidad, recargo mi mandíbula sobre su cabeza en un gesto de pertenencia, porque creo que no hay otro lugar donde prefiera estar. Ese es el problema. Cuando encuentras tu sitio de pertenencia, no hay manera de que lo quieras dejar ir — Podríamos hacer algo esta noche — murmuro, paso mi pulgar por su antebrazo en una vaga caricia — Tú y yo. Mo puede hacer de niñera por unas horas, podemos buscar una actividad que no nos exija siquiera hablar. ¿Una película? — suena tan simple para nosotros que se siente antinatural, hasta me sonrío con gracia por la ocurrencia a pesar del desgano. Me hago del silencio con un momento, cuento mis respiraciones que se sienten complementadas con las suyas. No sé cómo dejarla ir sin soltarla del todo, supongo que es una de las cosas que debo aprender a hacer.
Soy lo suficientemente caprichoso como para negarme por cinco minutos, mi rostro se ladea en busca del suyo hasta encontrarme con su boca. Percibo la desesperación en ese beso, diferente a otras, más bien como una petición de estirar estos segundos, de pedir disculpas, de plantarme aquí en huelga. La ausencia de una barriga de embarazo me permite el estrecharla contra mí, usando su tamaño menor al mío a mi favor para alzarla con un rápido envión, mis manos tantean para tirar de sus piernas y enroscarlas a mi cintura. La caída a la cama es catastrófica y torpe, por un momento temo el haberla aplastado, pero mi jadeo en su boca deja en claro que mi atención está puesta en otra cosa. Conozco sus labios de memoria, eso no me limita al momento de explorarlos. Y aún así, algo me tira fríamente de la nuca, me obliga a recordar dónde estamos en este momento para reducir la intensidad, hasta que es solo un roce. Abro los ojos con un parpadeo, encontrándome con los suyos en reflejo — Tengo que ir a trabajar — ni siquiera me aclaro la garganta, a pesar de la voz ronca. El baño me espera para terminar de arreglarme, pero mis dedos se clavan en la tela de las sábanas, a ambos lados de su rostro. Tengo que hacerme con lo mejor de mi voluntad para girar con un suspiro, puedo observar el techo un momento antes de tomar el envión que me obliga a sentarme. Ni siquiera confío en que las piernas respondan, pero deben hacerlo.
Centrarme en la bebé me ayuda a no tener que mirarla, pero también a disfrutarla los minutos en los que puedo ver como su boca se adormila y va soltando poco a poco al peluche. No durará demasiado, siempre tiene hambre a estas horas y pronto se quejará de que no estamos llenando su panza como es debido. Soy sincero, creía que mirar más tiempo de lo normal a Scott era algo que no iba a ser superado, pero encontrarme con Meerah y Tilly en la sala, pasando el rato entre los juguetes de tela se volvió una de mis visiones favoritas. Podría tirarme la eternidad viendo a Mathilda dormir, así de pequeña, ajena a todo lo malo que alguna vez le tocará vivir. Es una hoja en blanco, aún nadie lo ha arruinado para ella — No deseo que termine — me explico con voz calma — No quise decir eso. Solo no sé cómo sostenerlo en el tiempo, no sé cómo puedes sentir lo mismo mañana si algo nos sacude — porque yo puedo amarla, pero no sé qué tan fácil sea para ella el amarme a mí. Una vez más, la duda se mete en tu cabeza.
En gran parte me llena de alivio que no tenga nada pensado, me da un momento de paz y tregua. Sus dedos se sienten demasiado cálidos contra mi piel, he aprendido a reaccionar a ese tacto y no me tardo demasiado en girarme, me enfrento a su calor y todo lo que conlleva. Mis brazos me traicionan al rodearla con tanta velocidad, recargo mi mandíbula sobre su cabeza en un gesto de pertenencia, porque creo que no hay otro lugar donde prefiera estar. Ese es el problema. Cuando encuentras tu sitio de pertenencia, no hay manera de que lo quieras dejar ir — Podríamos hacer algo esta noche — murmuro, paso mi pulgar por su antebrazo en una vaga caricia — Tú y yo. Mo puede hacer de niñera por unas horas, podemos buscar una actividad que no nos exija siquiera hablar. ¿Una película? — suena tan simple para nosotros que se siente antinatural, hasta me sonrío con gracia por la ocurrencia a pesar del desgano. Me hago del silencio con un momento, cuento mis respiraciones que se sienten complementadas con las suyas. No sé cómo dejarla ir sin soltarla del todo, supongo que es una de las cosas que debo aprender a hacer.
Soy lo suficientemente caprichoso como para negarme por cinco minutos, mi rostro se ladea en busca del suyo hasta encontrarme con su boca. Percibo la desesperación en ese beso, diferente a otras, más bien como una petición de estirar estos segundos, de pedir disculpas, de plantarme aquí en huelga. La ausencia de una barriga de embarazo me permite el estrecharla contra mí, usando su tamaño menor al mío a mi favor para alzarla con un rápido envión, mis manos tantean para tirar de sus piernas y enroscarlas a mi cintura. La caída a la cama es catastrófica y torpe, por un momento temo el haberla aplastado, pero mi jadeo en su boca deja en claro que mi atención está puesta en otra cosa. Conozco sus labios de memoria, eso no me limita al momento de explorarlos. Y aún así, algo me tira fríamente de la nuca, me obliga a recordar dónde estamos en este momento para reducir la intensidad, hasta que es solo un roce. Abro los ojos con un parpadeo, encontrándome con los suyos en reflejo — Tengo que ir a trabajar — ni siquiera me aclaro la garganta, a pesar de la voz ronca. El baño me espera para terminar de arreglarme, pero mis dedos se clavan en la tela de las sábanas, a ambos lados de su rostro. Tengo que hacerme con lo mejor de mi voluntad para girar con un suspiro, puedo observar el techo un momento antes de tomar el envión que me obliga a sentarme. Ni siquiera confío en que las piernas respondan, pero deben hacerlo.
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