The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Caring is not an advantage ▸ Dave
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Alecto L. Lancaster
Personal de Defensa
Recuerdo del primer mensaje :

Estoy comiendo de un tazón de helado de vainilla, chupando la cuchara de los restos cuando creo que se me cae la mandíbula de golpe y, por ende, también el utensilio. Con un movimiento bastante torpe me zafo de que no caiga al suelo, estoy a escasos centímetros de barrer el mismo con mi rostro cuando de repente siento una bola de pelo abalanzarse sobre mi cuerpo. — ¿QUÉ CARAJO? — es lo primero que atino a decir cuando me apoyo sobre mis codos y puedo contemplar el panorama completo desde una perspectiva que me deja a un sonriente Meyer a la entrada de la puerta, con una correa en la mano que, por el rabo peludo que me empieza a chocar contra la nariz, asumo que pertenece al perro. — ¿¡Compraste un perro!? — ¿es que acaso este hombre no sabe lo que son las bromas? ¿las ironías? ¿los comentarios que sirven para aflojar una situación pero que no tienen por qué significar que se está hablando en serio? ¡Como si no hubiera tenido suficiente con lo de la ropa! ¡Como para llenar la casa de pelo! Ya, ¿no me inventé que era alérgica? Tendría que haberlo hecho.

Me arrastro por el suelo para alejarme del chucho lo suficiente como para ponerme de pie y, además, echarle el vistazo que se merece. — Dime que no piensas meter a esa cosa con patas dentro de este apartamento. — insisto en la pésima idea que me parece meter a un tercer miembro en el piso, ya de por sí pequeño como para sumarle un animal que de seguro ni siquiera tiene el tamaño como para poder vivir aquí. Por no mencionar que no es más que una suma de dinero el tener que cuidar de él, porque no es como si fuera a poner galeones para pagar el alquiler. — ¿Es que acaso se te fue la cabeza? — creo que eso es algo que ya asumimos los dos hace tiempo, pero no está de mal recordárselo. Mis ojos persiguen al perro con la incredulidad plasmada, haciendo un análisis completo de su físico para caer en la cuenta de que no es un perro comprado. Está muy delgado, me fijo en que su pelo tiene algunas partes descoloradas y más largas que otras zonas, hasta sus ojos parecen chupados por el hambre y eso me hace pensar en otro punto bastante importante. — ¡Seguro que tiene pulgas! — me quejo.

La cara de asco que le muestro al perro al parecer no es recíproca, porque él me mira como si no hubiera visto nada semejante y se encarga de mover el rabo con una ansiedad que yo diagnosticaría como patológica. ¡Ya está! ¡Me trajo un perro ansioso a la casa! Voy a morir. — ¡Meyer, aparta al chucho, ahora mismo! — se me agudiza la voz cuando grito y creo que la imagen es bastante patética cuando corro a subirme a una silla para mantenerme alejada de la criatura. Me escurro lo suficiente como para quedar con las rodillas dobladas sobre el asiento y así poder apoyarme sobre las mismas con mis codos y mi barbilla sobre mis manos, observando al perro desde esa altura.
Alecto L. Lancaster
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Alecto L. Lancaster
Personal de Defensa
Tienen sentimientos, pero no creo que lo que yo diga vaya a afectar en lo más mínimo a su forma de reaccionar, si acaso la forma en la que lo digo. — le retracto, que como perro no tiene la capacidad para entender el lenguaje, solo es capaz de entender en base a la tonalidad de una frase, y, por lo general, siempre va asociado a un sentimiento de necesidad natural, como lo puede ser comer. Se llama condicionamiento clásico, quizá debería aprenderlo. A que me diga que el animal se ve feliz de conocerme respondo con una mirada hacia el susodicho, como si estuviera esperando a recibir alguna clase de respuesta de su parte, cuando en realidad lo único que hace es mirarme con cara de pena y ese aspecto creo que tiene que ver con que mojado y metido dentro de una bañera en contra de su voluntad, no puede darme otra cosa que lástima.

Puedo notar cierto resentimiento en su voz cuando aclara no ser ese tipo de familia, creo que he tocado una fibra sensible y no estoy muy segura de cómo arreglarlo. Asumo que el silencio será la mejor opción de todas, puesto que veo muy probable volver a cometer el error de hablar como acostumbro a hacerlo. Y es que he tratado de poner un margen a mi forma de relacionarme con David, que él es mucho para mi persona y me hace replantearme si no debería haberme comprado una planta como compañera de piso. No pagaría el alquiler, pero de seguro no dañaría sus sentimientos tan fácilmente. ¿Desde cuándo me preocupa a mí el no dañar la sensibilidad de las personas? Pues no sabría decir, pero lo que sí es cierto es que creo que solo me pasa con él, por alguna extraña razón que no llegaré a comprender. No soy muy buena con las disculpas, así que espero que se conforme con mi cara de completa estupefacción.

Esa que me dura como dos milésimas de segundo, porque entonces sale con otra cosa que mi persona no se esperaba y tengo que hacer un esfuerzo descomunal por ocultar mi verguenza. — ¡Yo no..! ¡No quería decir que…! — aggggh. Es igual, me contento con mantener mi dignidad al rodar los ojos de forma muy exagerada, por la forma que tengo de apretar un labio contra otro, está claro que esa dignidad ya la perdí hace tiempo, así que me limito a gruñir por lo bajo. Ese gruñido que se extiende un tanto hasta que forma parte de un bufido tan largo que me lleva a menear la cabeza hacia un lado, cruzando los brazos sobre mi pecho con la incredulidad plasmada en el rostro. — ¿¡Puedes dejar de ser tan dramático?! — que por un momento parece que estamos hablando de mí. La ironía del cambio de tornas. No diré que por su actuación estoy dispuesta a ir detrás del perro, pero sí lo haré, más esa acusación que sale de sus labios tan pronto como va a salir por la puerta, esa que cierra de un golpe tan brusco que parece que se van a caer las paredes con él, me hace quedarme en el sitio, medio perpleja, medio ofendida. Probablemente más de lo primero que de lo último.

Mentira, de hecho, estoy tan ofendida, que me replanteo el cambiar la ranura de la llave para que no pueda volver a entrar. Estoy harta de tener que cumplir con sus caprichos, porque siempre soy yo la que termina por ceder, ¡nunca él! Mantengo mis brazos cruzados, tan firmes sobre mi pecho que me niego a moverme hasta que se me haya pasado el enfado, que no sé si va con el perro por haber interrumpido con la tranquilidad — si es que se le puede llamar así a vivir con un tipo que a cada semana aparece con una movida distinta, sino es la colada, es un perro, si no es un perro, de seguro aparece con un muggle para esconder —, o con él mismo por hacer de esto una clase abierta de arte dramático. Entonces, es cuando me sorprendo a mí misma y mi juicio al bajar por las escaleras sin siquiera darme tiempo a coger un abrigo para contrarrestar con el temporal que hay afuera.

Para mi suerte, llevo la varita conmigo así que me vale con alzarla hacia arriba para hacer aparecer un paraguas transparente a base de la propia agua, esa que cae a ambos extremos de mi cuerpo. Apenas hay un alma en la calle, lo lógico si tenemos en cuenta la que está cayendo, cualquiera tendría temor de que pudiera caerles un rayo encima. Por eso no me es complicado encontrar a Meyer amarrado a la puerta principal del parque que hay frente a la casa, cerrado con rejas antes del que suele ser el horario normal. Probablemente lo hayan cerrado antes de tiempo a causa de los fuertes árboles que se mueven con la tormenta, en caso de que sea peligroso para los niños. — Para hablar de mis muros y puertas cerradas, tú aparentas tener muchos problemas para abrir esta. — me burlo, me basta con agitar la varita para deshacerme del hechizo anterior y murmurar uno simple en dirección al candado para romperlo. — Se fue por allí, hay marcas de barro por todo el suelo, pronto desaparecerán con la lluvia si no nos movemos rápido. — ni siquiera le echo un vistazo cuando abro la reja y empiezo a moverme con velocidad. Por si no se nota, sigo ofendida, diría que mi orgullo permanece intacto, pero es mentira.
Alecto L. Lancaster
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Invitado
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Por mí le gritaría con todo lo que da la voz que no, que no puedo dejar de ser dramático, lo dejo que lo sobreentienda con el golpazo de la puerta. Si se sale de su marco seguro que me lo suma a la mitad de la renta, si es que no encuentro mi ropa tirada en el pasillo cuando vuelva, me preocuparé por eso al regresar, mi prioridad es el perro al que me traje sacándolo de sus callejones conocidos, para que quede suelto en esta ciudad que no se ve tan brillante cuando cae un chaparrón negro sobre los edificios. El parque se ve como un bosque siniestro, no puedo creer que sea el mismo donde hay niños jugando en el fin de semana. Se asustará, se meterá en cualquier sitio, podría pasarle algo. Nunca he podido pasar de largo a un animal callejero y dejarlo a su suerte, no lo haré con Moriarty. Estoy a punto de escalar la reja cuando reconozco la voz que me habla y finjo indiferencia al darle la espalda en vez de voltearme hacía ella. —Está más claro que todo lo que sé hacer con muros y puertas cerradas es chocarme con ellos y quedarme como un idiota enfrente— mascullo.

Si no le doy una patada a las rejas es porque se abren en ese momento por un hechizo de su varita. No busco refugio de la lluvia bajo sus paraguas que bien podría extenderse para ambos, sigo enfadado como para ser lo suficientemente orgulloso de ir pateando barro mientras la lluvia descarga toda su fuerza sobre mi cabeza. Por dentro me digo que sabía que vendría, pero no, sería mentira. Daba por hecho de que se quedaría en el departamento, segura de la lluvia, sobre todo porque no tiene por qué estar siguiendo a un perro fugitivo que le traje de sorpresa. —¿Quién eres ahora?— pregunto, mirando su espalda por la prisa que lleva en sus pasos. —¿Alecto Holmes?— bromeo, lo hago a pesar de ese tonito ofendido que se mantiene. Quizá porque me lo merezco, mi pie se hunde en lodo y me hace trastrabillar. Un rápido vistazo a los juegos infantiles me hace suponer que no está ahí, salvo que se haya metido en la casa que tiene un tobogán por puerta. Al ser un patio despejado el viento azota más fuerte, creo que si el perro buscara un refugio, lo haría entre arbustos o lo que sea que no lo deje tan expuesto. —No está por aquí— digo en voz alta, sin embargo no me muevo. Espero a que sea quien reinicie la marcha hacia la arboleda que cubre gran parte de la plaza, en días buenos suele entrar mucha luz entre los troncos de los árboles, hoy se ven como postes grises.

Cuando lo encontremos, lo llevaré a casa de mis padres. Lo dejaré ahí por un tiempo hasta que encuentre otro hogar, no tendremos un perro si no quieres. Me compraré un pez. Pero será mi pez, lo tendré en mi pieza— no se lo voy a prestar. Bufo para salirme de esa actitud por la que mi hermana menor me daría un golpe bien merecido, por el cual mis padres no dirían nada. Para mí un perro o un gato o una comadreja en la casa puede ser lo más normal del mundo, no sé de dónde saco que tal vez también sea algo que Alec necesite, es decir, una compañía. Por razones propias, no me percibo como una. Todos necesitamos a alguien o algo que nos acompañe, que a ojos ciegos podamos asegurar que seguirá ahí y que no sea pura fachada como ciertos compañeros de piso. Necesito un lugar donde vivir, claro, pero no estoy ni un sitio ni en otro, no piso firme en ningún lado por esto de no definir a dónde pertenezco. —¿Nunca tuviste un perro, cierto?— pregunto, no sé si asumo que no porque ya me lo dijo o porque no veo que pueda ser de una manera diferente. —Ahora que vives sola podrías probar a tener uno. No te estoy incitando a consumir drogas, Alec. Es solo un perro. Aunque si quieres drogas puedo conseguírtelas, tengo contactos que… es broma, no hablo en serio— aclaro, que en realidad si podría si voy al doce, pero no.
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Alecto L. Lancaster
Personal de Defensa
Ese comentario se lleva un alzamiento de mis cejas bastante profundo, lástima que no lo pueda ver por estar caminando a una velocidad que lo coloca detrás de mí. — Quizás es porque te empeñas en usar la fuerza cuando lo que deberías hacer es buscar la llave correcta. — le aconsejo, como alguien que lleva viviendo un tiempo con él, y que lo único que ha conseguido hacer es arrojarme motivos, uno detrás de otro, para tratar de convencerme de sus ideas, sin dejarme a mí misma la oportunidad de decidir qué hacer con ello. Y es que no se da cuenta que es precisamente porque toma las decisiones por cuenta propia, cree que tiene la potestad de escoger para mí, porque cree que sabe mejor que nadie lo que me conviene. Yo soy la que sabe y conoce sobre lo que me conviene, yo y nadie más tendría que estar decidiendo si quiero tener un perro en mi casa, no verme obligada a aceptarlo porque él ya tomó su papel en la historia.

¿Quieres hacer el favor de no comportarte como un crío y meterte debajo del paraguas? Te enfermarás. — y no es como si me importara, pero… en realidad, sí, me importa. No por él, de seguro llenará la casa de gérmenes si coge un resfriado. Su salud no me puede importar menos si es él quien demuestra que tampoco le interesa. Pues claro que no me importa, por eso mismo extiendo un poco la longitud del aparato para que sea capaz a abarcarnos a ambos. No me acerco, pero aun así le doy la opción a que lo tome si es que se ve capacitado para dejar su orgullo a un lado. Por ese comentario ofendido, no obstante, se gana un gruñido de mi parte, uno que ni siquiera me molesto en esconder cuando atravieso uno de los jardines en busca de huellas del perro. — Entiendo que a las mujeres nos llegue la madurez antes que los hombres, pero contigo en serio se esmeraron en mantenerte como un completo idiota. — bufo, aunque lo hago con fuerza, es el viento quién se encarga de repartirme el pelo por la cara. — Ya lo veo. — que no está ahí digo, hasta doy un chasquido con mi lengua por la obviedad.

Claro que tiene que volver a sacar el tema del perro, como si no estuviéramos aquí por él, Alecto, y en esta ocasión sí que me freno para poder darme la vuelta y alcanzar hasta donde está. — No tengo un problema con el perro, Meyer. Tengo problema con que ni siquiera haces el esfuerzo de preguntarme antes de tomar una decisión que nos compromete a los dos. Tengo problema con que hagas lo que se te venga en gana sin consultármelo primero. Y no, no es que me tengas que preguntar qué calzoncillos llevar al trabajo, pero estaría genial que pudieras decirme que vas a meter a un animal en la casa, porque por si no lo has notado, es el lugar donde vivimos los dos. No puedes pretender que acepte cada una de tus decisiones impulsivas con una sonrisa de oreja a oreja, cuando ni siquiera me das la opción a descubrir cómo me siento al respecto, me impones que tenga una reacción acorde a tus expectativas sobre mí, y no puedes hacer eso. — porque está lo suficientemente cerca como para hacerlo, le doy un toquecito en el pecho que apenas lo impulsa hacia atrás. Estoy tan concentrada en que me escuche que ni siquiera me doy cuenta de que he bajado la varita hace un rato y no hay nada que me proteja de la ducha de lluvia. — ¿Nunca te lo preguntaste? ¿Por qué solo haces que chocarte contra muros? Te olvidas de que hay una ranura, decides ignorarla porque te resulta más fácil golpear a puños la pared con tus exigencias. Si solo llamaras, si preguntaras primero antes de tratar de cambiar quién soy, quizá sería más sencillo el lograr entrar. — momento, ¿por qué estamos hablando de esto? Odio esto, odio tener que mostrar mi vulnerabilidad con un chico que solo hace más que sacarme de quicio. Y aun así, no entiendo como es que no me he alejado antes de ello, sé que hay algo que me lo impide, pero desconozco el qué. Con un bufido, me aparto un mechón de pelo del rostro para dejarlo detrás de mi oreja, a pesar de que la lluvia sigue cayendo sobre nosotros. — Para tu información, sí tuve un perro. — se siente bien poder llevarle la contraria de nuevo, me siento un poco más como yo misma y no se puede decir que esté mintiendo, el animal murió poco después de que cumpliera los diez años.
Alecto L. Lancaster
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Invitado
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La pregunta es: ¿esa llave siquiera existe o todavía no la fabricaron?— no entiendo por qué, si mis intenciones no son seguir discutiendo con ella, eso es lo que hago al caminar detrás de sus pasos con mi cabeza entre los hombros para resguardar al menos mis orejas de la lluvia sobre nosotros. La ignoro cuando me dice que me coloque debajo del paraguas, justamente no soy un crío para que me diga que hará que me enferme y que no, si me mojo hasta el alma y mañana estoy con mocos en la nariz, será mi nariz, no la de ella. Como tampoco quiere que mi perro sea su perro, ¡así que! Refunfuño cuando el paraguas se extiende para cubrirme, a pesar del ruidito molesto que sale de mi garganta, no me hago a un lado. En cambio doy un paso cauteloso hacia ella para que mi hombro no sufra del goteo de los bordes. —Puesto que tu opinión es que la mayoría de las personas son idiotas, no dejaré que tu apreciación sobre mi persona me afecte. Hay gente que dice que soy genial, ¿sabes?— sacudo mis hombros, no se me vienen muchos nombres a la cabeza ahora mismo, salvo mi madre, es demasiado patético para citarla como una fuente fehaciente de mis virtudes.

Revuelvo mi cabello con los dedos para quitarle parte del agua que me sigue mojando las orejas y es así como me quedo inmóvil, en esa pose ridícula de estar con un brazo doblado por el codo que empezará a cansarme pronto. ¿Estamos hablando del perro? Sí, eso creo, comienza por ahí. No, no me jodas, esto no tiene que ver con el perro. ¡Y me está increpando! Muevo un pie hacía atrás cuando siento el empujón de su dedo contra mi pecho, me sobresalta más el hecho de que esté poniéndome los puntos no solo en palabras sino también de una manera tangible, no puedo decir que la cara que me muestra me sorprenda, no cuando ya la vi hecha una furia en la sala por unos colores de nada que se destiñeron. —No espero que aceptes todo, es lo contrario, si te lo pregunto caerás en tu típico «no» a las cosas que se salen de lo que conoces. Un perro es algo que te hará más bien que mal, tendremos que acomodarnos, sí, pero el perro no es una bomba o una carga de drogas que esté llevando a dónde vives. No es un criminal camuflado como un perro para poder vivir en el Capitolio. ¡Es solo un perro!— lo juro, este perro es real. Me está dando de lleno la lluvia en los ojos, maldito viento. Tengo que parpadear un par de veces y trato de enfocar su rostro que vuelve sobre todo ese tema de muros y entradas que me hace contener un bufido colosal, si lo saco fuera me voy a quedar sin aire en el cuerpo.

Eso no es lo que hago, no es cierto— digo, se me hace difícil precisar si hubo veces en que me impuse a otras personas cuando lo que siempre traté de hacer es entenderlas, comprenderlas también cuando venía el rechazo, con ella se me hace aún más difícil. —No lo hagas ver como si es solo cosa mía, estoy tratando de llegar a ti y eres jodidamente complicada, cuando creo que estoy llegando a ti me lanzas una salida inesperada que me arroja fuera. Esto que está aquí— señalo con mi dedo al espacio vacío entre nosotros y que se llena de la lluvia que nos empapa enteros. —No es un maldito muro. Es un maldito laberinto lleno de muros altos y tú estás ahí…— la apunto a ella, una gota impacta contra mi nariz. —Sola, escondiéndote, y no quiero eso para ti. Bien, lo acepto, tal vez lo que yo quiera no esté en sintonía con lo que quieres tú y en verdad te gusta estar donde te encuentras, quizá lo que yo creo que te haría mejor es un gran error— alzo mis manos por la exasperación, las agito en el aire al hablar. Y me quedo en esa postura de plena impotencia, tan inmóvil como hace unos minutos, mordiendo las ganas de lanzar un grito de frustración, cierro mis manos en puños y las dejo caer a los lados de mi cuerpo. Todo por un perro. —¿Y qué pasó con él?— pregunto, tengo el miedo real de que me diga que murió de una manera traumática para ella y que eso sumemos al hecho de que Moriarty tiene un nombre que me recuerda a mi mejor amigo. Joder, pobre perro, empiezo a dudar de que estemos preparados para hacernos cargos de él con tantos conflictos mentales por resolver primero.
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Alecto L. Lancaster
Personal de Defensa
Muevo mis labios al mismo tiempo que mis cejas como si le estuviera retando a decirme cuáles son las personas que lo considera genial, cuando queda expreso en mi forma de mirarle que dudo mucho que alguien vaya a tener semejante valentía como para declararlo así. Claro que es solo fruto del enfado, de ese otro comentario que me hace querer golpearlo, y tengo entrenamiento, está en clara desventaja si piensa que no lo haré de un momento para otro. Porque vuelve a lo mismo, a su afán por querer entenderme cuando yo no se lo he pedido, a su determinación en hacerme partícipes de sus arrebatos y a su voluntad de querer transformarme en una persona que no soy, todo porque se cree que así es como se arreglan a las personas. Primero de todo, ¡no necesito que me arreglen! — Mi pregunta es, David Meyer, ¿por qué crees que necesito un perro? Dices que me hará más bien que mal, ¿por qué te esfuerzas tanto en querer cambiarme? — es una pregunta en serio, no podría hacérsela de una forma más directa, porque llevo tiempo tratando de entender sus intenciones, siempre acabo en la conclusión de que no debe gustarle como soy. Pero si es así de simple, bien puede recoger sus cosas y marcharse.

Poco me importa la lluvia fría cuando mis palabras parecen surtir un efecto en su semblante, que parece que he dado en el clavo de mi descripción y eso le hace dudar hasta él de lo que he dicho. Para cuando él toma la revancha, mi cara debe ser un completo poema, adornado con las pequeñas gotas de agua que se van topando con la piel de mi rostro. — Es que es cosa tuya, Dave. — aclaro, el tono de mi voz declara una obviedad más que evidente. — No soy jodidamente complicada, ni ningún maldito laberinto. Yo no te pedí que llegaras hasta mí, yo no te pedí que vinieras a rescatarme. Ese has sido tú, crees que estoy mal, que necesito que alguien venga a salvarme de la soledad que te has inventado que me encuentro, a mí sólo me gustaría saber por qué. Cómo es que durante todo este tiempo que llevamos conviviendo juntos, lo único que te preocupa es convertirme en alguien que no soy. — doy un paso hacia atrás, extendiendo mis manos un poco a ambos lados de mi cuerpo para darle la oportunidad de expresarse como quiera, que no voy a interrumpirle en su respuesta.

Murió. Los perros mueren, Meyer, es parte de la vida. — las condiciones en las que lo hizo no deberían haber sido esas, pero no es algo que pueda cambiar, como tampoco está en su lugar modificar quién soy solo porque se le ha antojado que cumpla con sus estándares de compañera de piso. En la vida no siempre se tiene lo que se quiere, en algún momento va a tener que aprenderlo. Pero también lo conozco, y sé que me perseguirá por la casa haciéndome preguntas en el contexto incorrecto, así que prefiero quitármelo de encima de una buena vez. — Se ahogó cuando tenía diez años, en un río cercano por las aguas que estaban revueltas. Fue mi culpa, en realidad, no sé nadar, y sí, es irónico porque sabes que he crecido en el cuatro, pero el agua y yo no somos buenos amigos. — me encojo de hombros, he pasado a mirar a algún punto lejos de su rostro, por la ironía de que estemos bajo agua. Supongo que mi amor por el orden viene de que desde niña he pasado mucho tiempo admirando con terror el baile de las olas del mar, tanto como para darme cuenta de que el océano es una extensión tan grande con tanta profundidad, que me producía temor el hecho de que no lo gobernara nadie.
Alecto L. Lancaster
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Invitado
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¡No quiero cambiarte!— ¿o sí? La duda me muerde la nuca mientras mis labios buscan contradecirla, decir que quiero que sea alguien distinto a quién es no es algo en lo que crea, no de una manera consciente. No sé si lo hago de una manera inconsciente, en mi afán por involucrarme en alguien que volví a ver como una causa que tengo que salvar, cuando no puedo salvar ni mi propia vida. Tironeo de algunos mechones con exasperación, saltan algunas gotas al sacudirlos. —No se trata de quien eres, no es eso lo que quiero cambiar. Sino de lo que tienes, de lo que tienes a tu alrededor. Por eso traigo un perro al apartamento, porque quiero darte algo que pueda hacerte bien— me explico con dificultad, explorando entre mis impulsos por traer a Mor, la razón real por la que creo su presencia es necesaria en el espacio que compartimos, el tiempo que sea, hasta que solo queden ella y el perro. Porque yo también me iré, estoy ocupando una habitación en su vida por unos meses y luego me iré, siguiendo un viento distinto al que me trajo aquí, quizás esta misma noche en que nos azota con fuerza en medio de esta plaza.

Me preocupo por ti, ¿sí?— esa es la respuesta que puedo darle, la que viene a mi mente como una realidad que no voy a negarle, con toda su obsesión y sus manías, me preocupa que el mundo sea demasiado para ella. Y sí, soy quien decidió que así es, quien la vio como alguien con carencias que no tienen que ver con su personalidad, sino con todo lo que la rodea y ella está ahí, sola, tal vez necesitando un amigo que podría ser yo, porque necesito volver a sentir que tengo uno que seguirá ahí aunque cierre los ojos por un segundo. Cosa que en este mundo, en este jodido mundo, en el que el mar ahoga perros y los niños no pueden nadar para rescatarlos, encontrar alguien así cuesta demasiado. —Estás mojándote con la lluvia en este momento— apunto como comentario innecesario cuando dice que no tiene amistad con el agua, me guardo el lanzar una carcajada irónica por lo bien que eso podría ilustrar nuestra situación. —No quiero que cambies, Alec. No es eso lo que quiero, ¿sí? Puedes ser quien quieras y seguir clasificando la ropa de la colada, lo que quiero es que puedas tener a alguien contigo que te mire más allá de todas esas cosas. Que te mire a , solo a , como si fueras la cosa más genial del planeta. Todos lo necesitamos, ¿no? Necesitamos llegar al final del día a un lugar y que haya alguien que nos haga sentir genial— bufo, me cuesta hablar sin enredarme con mis palabras. —Y no puedo ser yo, viendo lo genial que eres por encima de un plato con una rebanada de pizza, porque así como los perros de la infancia se mueren, las personas en cualquier momento de nuestras vidas se van, en especial en este presente. Entonces te busco un perro para que lo haga, para que sea quien se quede cuando ya no esté…— no sé por qué lo hago sonar como una despedida cuando no tengo una intención real de irme a ninguna parte.
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Alecto L. Lancaster
Personal de Defensa
¿Qué es lo que está mal con lo que tengo a mi alrededor? Vamos, nunca me he considerado la alegría de la huerta, tampoco soy la reina de la sociabilidad, pero de ahí a decir que me quiere traer un perro al apartamento porque me ve sola... hasta él tiene que reconocer que suena terriblemente patético. Aun así, el que siga hablando me impide el poder interrumpirle para continuar defendiendo mi punto, mi rostro mantiene su expresión de completa confusión al mostrarse como una incógnita de cejas fruncidas y labios apretados. — Pero no quiero que lo hagas. — trato de explicarle cuando la conversación toma un giro inesperado y termino encontrándome con una persona que confiesa el preocuparse por mí, cuando ni siquiera es algo que podría habérseme pasado por la cabeza. — No tienes que preocuparte por mí, porque si lo haces, si empiezas a hacer estas cosas, como el conseguirme un perro porque tienes miedo de que me quede sola, harás que yo empiece a hacer lo mismo por ti. Y yo no sé hacer eso, Dave, no sé como hacer esto — muevo mis manos señalando el espacio hueco entre ambos, como si existiera alguna especie de cuerda o unión que nos mantiene en una relación que está claro que ninguno de los dos sabe identificar. Porque hasta donde yo sé, solo somos compañeros de piso, ¿por qué estamos discutiendo entonces? — No quiero que te decepciones cuando tú hagas algo por mí porque te preocupo, y yo no sepa hacer lo mismo contigo. — resumo después, el suspiro que lanzo a continuación se asemeja bastante a una rendición.

Ignoro su comentario sarcástico sobre el agua, esta vez sin ningún ruedo de ojos de por medio, porque estoy demasiado concentrada en mantenerlos sobre los suyos. Podría decirse que estoy enfadada, digo podría porque lo cierto es que no tengo ninguna razón para estarlo. ¿Que insinúe que va a terminar por irse no es algo con lo que yo ya contaba desde el principio? Claro, entonces creo que sigo enojada por lo del perro. O por las dos cosas. — Que quieras conseguirme un perro porque piensas que esa es mi única opción de que alguien vaya a quedarse a mi lado, Meyer, es un poco lamentable. — y lo digo yo, que soy quién suele soltar los comentarios dolorosos aquí, quizá es que no hubiera esperado que eso viniera de él. Con un paso aun frente a su figura, me alejo lo suficiente como para estar a una distancia adecuada y girarme para continuar con mi camino. No sé muy bien hacia donde estoy yendo, creo que lo único que estoy buscando es alejarme de él, con la excusa de que sigo mirando por dónde se metió el perro que él trajo a la casa porque al parecer es a lo único a lo que puedo aspirar a tener. Hay una cosa que predomina en el interior de mi pecho más que otra cosa, pero me cuesta diferenciar si sigue siendo enfado o he pasado a experimentar lo que se siente al estar dolido.
Alecto L. Lancaster
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Invitado
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No espero eso— replico, es tan honesto que lo digo sin pensarlo. —No estoy esperando que te preocupes por mí— de la manera en que yo me preocupo por ella, esto último no llego a decirlo porque se siente raro puesto en mis labios. Abro, cierro mis manos un par de veces, estiro mis dedos para liberarme de esa sensación de que mi cuerpo está enfriándose bajo esta llovizna y debe ser eso lo que provoca que me quede congelado, no la impotencia no poder dar una explicación a mis impulsos que puedan ser razonables a su manera de entender las cosas. —No, mira, he pasado hace mucho la creencia de que voy a recibir lo que doy, de que la gente me devolverá de alguna manera lo que hago. Sé que las personas no somos espejos, lo sé— para mí este punto es importante de aclarar, porque en esto de tratar diariamente con una persona hace falta ir definiendo las reglas que nos hagan saber qué esperar del otro y que no, cosa en la que creo que estamos tratando de llegar a un acuerdo desde el primer día. —He pasado eso de hacer algo por creer que la otra persona hará lo mismo, no. Lo hago porque lo siento y al no querer detenerme a pensar demasiado en ello, solo hacerlo, entiendo, cometo errores…— lo reconozco, tan así que la sigo cuando se da la vuelta.

Mi pie se hunde en un charco que no vi en la prisa de no quedarme atrás. —¿Fui infantil por traer un perro?— se lo pregunto de verdad, ignoro la molestia de tener las medias cargadas de agua al ir avanzando tras ella. —¿Esto de traer un perro por querer darte algo que… te haga compañía?—. Ni que ella tuviera ocho años. —Espera— pido un alto a su caminar, al rumbo de los planteos o a lo que sea, necesito decir algo que no puedo dejar que quede simplemente atrás, el silencio es cruel para hacer que palabras sueltas tomen gravedad. —No creo que un perro sea lo único que vaya a quedarse contigo, Alecto. No es lo que quise decir— aclaro con cierta exasperación en mi tono. Para ser una charla que sigue teniendo al animal como centro, siento que cada cosa que digo trata de rozar un trasfondo que no alcanzo. —No malinterpretes algo tan simple. Fue un impulso, sí. No lo pensé demasiado, admito que fue infantil creer que un perro lo soluciona todo… lo que ni siquiera es un problema para ti— quiero tratar de regresar sobre todo lo que nos dijimos, entonces me topo con que dije muchas cosas que nada tenían que ver con Moriarty y me hacen cuestionarme lo que creía saber de Alecto y de lo que ella podía necesitar, de por qué me preocupo por eso en primer lugar. —Di que soy un estúpido si quieres, no sé por qué creí que alguien como yo o lo que pudiera traer para ti podría ser lo que necesitaras. Que tenía algo así como una misión trascendental al estar en tu vida para enseñarte que no siempre hace falta colocar un portavasos sobre la mesa…— es el mejor ejemplo que se me viene, sin meterme demasiado con su obsesión con el orden perfecto. —No solo soy infantil, también mi ego, mi gran ego, me juega malas pasadas por creer algo así y se reafirma en no poder dejar de verlo como algo mío y…— suspiro hondo, y quedo a una distancia al caminar a su espalda, en la que al tender el brazo puedo tomarla del codo. —¿Qué quieres tú, Alec? Me has dicho antes, pero lo que ahora me respondas lo respetaré.
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Alecto L. Lancaster
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No estoy dispuesta a seguir escuchando sus intentos de hacer parecer que lo que dice tiene sentido, porque si vamos a ser honestos, y eso es muy esperar viniendo de dos personas que están discutiendo por un perro cuando es evidente que hace tiempo lo dejamos apartado, pero él tampoco puede decirme que no es jodidamente complicado. O es que simplemente las relaciones, sean del tipo que sean, son complicadas y es precisamente por ese motivo por el que nunca he llegado a establecer una conexión, aunque sea tan superficial como un compañero de piso, porque soy consciente de que si me involucro, lo haré de forma personal, y no quiero eso. Puede que con lo siguiente vaya a acusarme de pesada, pero no encuentro otra manera para revelar sus pensamientos profundos si no es con la insistencia. — ¿Por qué es que crees que hay algo para solucionar, Dave? No es que traer un perro a la casa sea infantil, es que el propósito con el que lo trajiste no tiene sentido para mí. Dices que es para hacerme compañía, y a la vez estás diciendo que piensas que un animal solucionaría todo. Bien, ¿qué es lo que hay que solucionar? — me paro en seco, así le doy tiempo a que avance a pesar de no girarme en ningún momento. — Dime qué es lo que quieres solucionar, y trataré de hacerlo, por ti. — no lo hago por cualquiera, así que que sea generoso con lo que pide. Probablemente sea una de las escasas veces en las que lo ofrezca.

Aun así, su pregunta me deja un tanto descolocada, tanto que mis cejas son obligadas a fruncirse a pesar de no buscar hacerlo. Él no puede verlo porque estoy de espaldas a él, pero incluso cuando me giro para mirarle por el contacto de su mano, continúo manteniendo la misma expresión en mi rostro. — ¿Que qué quiero? — hasta este momento no me he percatado de que había algo que querer, más allá de la opción de escoger entre que un perro se quede o no, quizás probablemente solo se trate de eso, que sea mi cabeza la que de repente se haya tomado la libertad de vagar sobre asuntos más profundos que nada tienen que ver con la conversación que está teniendo lugar. O tal vez todo, quién sabe. Me tomo unos segundos para responder, ni siquiera me fijo en que la lluvia nos tiene calados a ambos y que estoy tiritando por el frío del agua. Abro la boca para expresar algo muy distinto a lo que después termina por salir de mis labios. — El perro puede quedarse. — porque de eso iba todo esto, ¿no? Del perro, supuestamente.
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¿Por qué no logro verbalizar una respuesta que sirva cuando traer a un perro se me hacía tan claro por sí solo y se lo he explicado de mil maneras, dando mil razones? ¿Qué es lo que me cuesta tanto? Terminaré sin pelos si sigo tironeando de estos con mis dedos, me tomo solo dos segundos con los ojos cerrados para encontrar la razón última de por qué lo traje. Decirlo en voz alta con este paisaje mojado alrededor, le da una gravedad que no me gusta, porque se escucha como si estuviera diciendo algo malo que podría herirla, esto también. —No quiero que estés, ni te sientas sola— esa es la verdad, se la expongo con mis manos puestas hacia arriba. —Y trato de darte algo que no represente un peligro o la posibilidad de un daño para ti, porque las relaciones siempre traen un poco de eso. Menos esta…— señalo al supuesto perro como si estuviera sentado entre nosotros, eso es todo lo que tendría que decir, el problema es que un pensamiento lleva a otro, las palabras se están resbalando de mis labios sin darme cuenta como lo hace la lluvia al no saber encontrar el momento de detenerse. —Porque me gustaría tratar de ser una persona que esté contigo, ¡Y sé! ¡No hace falta que lo digas! ¡Puedo ver que estás a punto de decirlo! Sé que no me lo has pedido, ni lo esperas… Ser una persona que esté contigo y te demuestre que no todas las relaciones acaban mal, que puedo ser…— busco la palabra en el aire. —¿Un amigo para ti? Uno de verdad— suelto, dicho suena como algo equivocado. —Pero no quiero que al tratar de ser esa persona, fracase y solo lo haga peor.

El que tiene que parar con las expectativas soy yo, porque lo que quiere es tan simple si me tomo literal sus palabras. ¿Solo quiere al perro? No, no parece que una cosa vaya en vinculación con la otra, lo que hace es volver sobre lo que comenzó todo esto: si el perro podía quedarse o no. Mi pregunta queda en la nada, quiero insistir y no sé cómo, en toda esta conversación perdí la dirección un montón de veces, diciendo más cosas de las que pensaba decir o que no sabía siquiera si las había pensado, es una maraña confusa de la que no puedo sacar ninguna conclusión. Conseguir que el perro se quede a vivir con nosotros no parece que sea el punto de acuerdo de esta discusión que bien podría ser, lo que sea que queda por resolver ha sido pateado, o cómo bien lo preguntaría ella: ¿había algo por resolver? —Entonces vamos a buscarlo— suspiro. Hago un paso hacia ella hasta que cambio de idea. —Creo… que si nos separamos lo encontraremos más rápido— en realidad no lo creo, —si lo encuentras lanza chispas con tu varita y si yo lo encuentro…— idiota por no traer la mía, —¿gritaré «Sherlock Holmes»?
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Alecto L. Lancaster
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No sé como sentirme con respecto a sus palabras, no son muchas las veces que alguien proclama este tipo de sentimientos hacia mi persona. Y no es que esté proclamando nada raro, entiendo que son el tipo de cosas que nadie tendría problema en decirse unos a otros. Se supone que eso es lo que ocurre cuando te importa alguien, lo suficiente como para tener este tipo de gestos. Por eso no sé como reaccionar, lo delata mi cara de haber chupado un limón entre toda la lluvia que está cayendo, me excuso con que podría hacerse pasar perfectamente con que tengo frío. El sonido que sale por mis labios pretende ser una risa, no sé si se queda más bien en un resoplido o algo parecido, pero me sirve para arrancar en lo que pretendo decirle. — Sé que no te lo he pedido, pero es precisamente porque no sé como devolvértelo, Dave. Y sé, sé que no quieres que te lo devuelva, pero yo sí. No soy tan estirada como todo el mundo que me conoce cree que soy, ¿sabes? Pero no sé como funcionar de la manera en que tú lo haces. — explico, no de la mejor forma que existe, lo reconozco. — Las relaciones, cómo te desenvuelves con el resto, lo haces parecer muy fácil. Aunque quiera, no sé como llegar a tu nivel, nunca lo he sabido. — para él es sencillo, a todo el mundo le cae bien Dave. Incluso a mí, duh, sí, puedo hacer una o dos excepciones con él cuando se trata de hacer coladas o no quitarse los zapatos a la entrada.

Asiento con la cabeza, es lo único que nos queda por hacer, buscar al perro que es el principal motivo por el cual nos encontramos en esta posición en primer lugar, más es lo que dice lo que me hace tener la reacción contraria justo segundos después. — No. — por un momento parece que he cambiado de idea con respecto a si quedarnos o no con Moriarty, pero mi negativa no va en esa dirección. — Lo buscaremos juntos. Se supone que va a ser nuestro perro, ¿no? Porque aunque hayas dicho que lo conseguiste para mí, para que no esté sola, los dos vamos a tener que participar en... bueno, todo esto. Es lo justo para él. — digo, que así me libro de tener que decir que también puede ser un compañero para él, si así lo quiere. No tiene por qué ser un objetivo individual, sino uno conjunto, de los dos. — Vamos, puedes seguir gritando Sherlock Holmes si ves un rabo marrón entre los arbustos. — le insto a seguir mi camino en lo que vuelvo a mover mis piernas, tratando de bromear en el intento.
Alecto L. Lancaster
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No es como parece— la atajo, ¿qué carajos estoy diciendo? —No se me da tan fácil como dices—. ¿O sí? Es cierto que tengo eso de ir y hacerle conversación a las piedras, ¡lo admito! Cuando abro la boca no hay quien me pare hasta que termino de poner en voz alta todas las reflexiones que puedo hacer a partir de un segundo, pero si hay alguien se toma el trabajo de pesar mis palabras, en realidad no digo casi nada. Hablo mucho sobre todo aquello que se puede, que no tiene sentido ocultar, para que no se note que debajo de la superficie hay un mundo de cosas que no digo, porque no son del mundo que vivo en el Capitolio. Ella es parte de esta realidad y me reconozco honesto en mi deseo de poder ofrecerle mi amistad, si pudiera, si no hubiera otro mundo a un par de distritos que me hacen la persona más inadecuada para prometerle que puede contar conmigo, si así lo desea también.

Puede que me relacione con muchas personas, muchas, en serio—. Tantas que una mitad vive como ciudadanos con derechos y la otra mitad son buscados por la ley. —Pero si estuviera solo, en medio de la nada, y solo tuviera una llamada… no creo tener un amigo a quien llamar— sacudo mis hombros, me quedo callado tratando de tragarme las palabras que terminan saliendo por sí solas. —A decir verdad, creo que te llamaría a ti. Me acostumbré a que seas quien está…— bajo la mirada y pateo a la nada con la punta de mi zapatilla mojada. —Hace tiempo que no encontraba a alguien que esté—. Sé que nada de lo que digo responde a lo que ella me plantea, o quizás sí, si lo pienso una segunda vez, sí. —Y a veces eso es todo lo que hace falta.

Parece que hemos llegado a un punto muerto en cuanto lo que cada uno es incapaz de dar, que para no obligarnos a la compañía incómoda del otro procuro tomar una salida de escape y me lo impide al decidir que tenemos que buscar entre los dos al perro, que de aquí hasta el distrito doce, es lo más lógico del mundo si estás en medio de un parque mientras llueve. Tener una mascota en común parece un gran avance respecto a nuestras posiciones hace minutos. Todo lo que se me pasa por la cabeza que pueda comentar se me hace un chiste, y todavía me pica la piel del antebrazo que me rasco con las uñas, por esa sensación de impotencia a las cosas. —Si va a ser un perro compartido se puede llamar Moriarty Holmes-Watson— es mi modo de ceder a la conversación más ligera que ella propone, y es un intento muy pobre, porque no encuentro qué más decir al ir avanzando otro par de pasos. —Si fueras un perro, ¿dónde te esconderías?— se lo pregunto, un trueno retumba a los lejos y la luz hace que los juegos que vamos dejando atrás se vean como armatostes fríos. —Tendremos que bañarlo de vuelta— pienso en voz alta con la vista puesta en los arbustos donde no creo que entre más que un puffkein. Y echarnos encima unos hechizos de limpieza para no entrar al apartamento haciendo un desastre de lodo sobre las baldosas. — Espera— la detengo, mi mirada está puesta en las raíces gruesas de un árbol que se ve sacado de una película de terror. —Yo sé dónde se esconden los zorros cuando llueve—. Camino hacia el árbol para mirar entre las raíces salientes y descubrir que el pequeño espacio entre estas es una abertura para un pozo que sirve de refugio. —Parece nuestro perro— le digo, siendo una bola marrón mojada es difícil diferenciarlo de cualquier otro bicho peludo.
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Alecto L. Lancaster
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No creo ser capaz a creerme que, de entre todas las personas que pueda conocer, yo sea a quién llamaría en caso de necesitar cualquier cosa. Vamos, estoy segura de que hay un sinfín de amigos que estarían dispuestos a escucharle si es que tuviera algún problema, y no es que esté diciendo que yo no haría lo mismo si se tratara de ese caso, pero no puede negarme que no he sido precisamente la mejor compañía, que normalmente me suelen catalogar como un grano en el culo más que como una confidente. Utilizo mi recurso por excelencia cuando no tengo ni la menor idea de como responder, que viene siendo el sarcasmo. — Es un poco triste que me tengas como primer número de contacto, Meyer. — me atrevo a sonreír de lado con la ironía pintada en el rostro. Y es que no lo digo por él, sino por mí misma, que no soy ni de lejos la mejor compañera que podría tener. Aun así, creo que no soy tan amargada como para no reconocer que lo dice en serio, al menos dentro de un tanto, así que suspiro, apenas ya notando que ha dejado de llover porque el estar empapados me excluye de esa tarea. — Tienes la buena suerte de que saber dónde encontrarme. — digo, esta vez con algo más de honestidad, también de confianza, esa que tanto me cuesta mostrar por costumbre, para que sepa que puedo estar, que estaré si así lo necesita.

Me río con cierta sorna por ese nombre que se saca de la manga, doble apellido incluido, y me hace rodar los ojos por la tontería, también por la que suelto. — Entonces le falta segundo nombre. — que esté participando en esto significa que ya he terminado por aceptar que Moriarty será el tercer miembro de un apartamento diseñado para que convivan dos personas, una excepción que estoy dispuesta a hacer si eso mantiene a David contento. — Al menos esta vez no tendrá pulgas que sacar, la próxima vez que vayamos a comprar, deberíamos pasar por una tienda de animales, comprar champú que sí sea apropiado. También un collar. — digo, si va a ser nuestro perro que menos que tenga un poco de clase, ya lo veo con su propia chapita en la que ponga su nombre completo con el código postal de nuestra dirección, además de un número de contacto por si las moscas. ¿Espera qué? Tengo que frenar mis pensamientos, esos que empiezan a acelerar en cuanto comienzan a aparecer numerosas tareas que hacer antes de poder darle un lugar algo digno al perro. ¡Si es que hasta podría tener su propia camita! De acuerdo, basta, primero debemos encontrar al chucho. Por suerte Meyer no tarda mucho en hacerlo, puedo comprobar de lo que está hablando al agacharme y quedar sentada sobre mis piernas, mitad en el aire también, para llamar al pobre perro mojado. — Le compraremos un abrigo para la próxima. — así si salimos con lluvia, no se mojará. Le dedico una sonrisa cómplice a Moriarty antes de pararme sobre la figura todavía más empapada de David. — Ha sido todo su culpa, Morty, ni siquiera te quería dentro de la casa, es un poquito cascarrabias. — nada que ver con lo que pasó, pero me sirve para quedar bien con el perro, que con Dave ya dejé de intentar hacer eso hace mucho tiempo.
Alecto L. Lancaster
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