The Mighty Fall
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PRIMAVERA de 247521 de Marzo — 20 de Junio


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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Caring is not an advantage ▸ Dave
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Alecto L. Lancaster
Personal de Defensa
Estoy comiendo de un tazón de helado de vainilla, chupando la cuchara de los restos cuando creo que se me cae la mandíbula de golpe y, por ende, también el utensilio. Con un movimiento bastante torpe me zafo de que no caiga al suelo, estoy a escasos centímetros de barrer el mismo con mi rostro cuando de repente siento una bola de pelo abalanzarse sobre mi cuerpo. — ¿QUÉ CARAJO? — es lo primero que atino a decir cuando me apoyo sobre mis codos y puedo contemplar el panorama completo desde una perspectiva que me deja a un sonriente Meyer a la entrada de la puerta, con una correa en la mano que, por el rabo peludo que me empieza a chocar contra la nariz, asumo que pertenece al perro. — ¿¡Compraste un perro!? — ¿es que acaso este hombre no sabe lo que son las bromas? ¿las ironías? ¿los comentarios que sirven para aflojar una situación pero que no tienen por qué significar que se está hablando en serio? ¡Como si no hubiera tenido suficiente con lo de la ropa! ¡Como para llenar la casa de pelo! Ya, ¿no me inventé que era alérgica? Tendría que haberlo hecho.

Me arrastro por el suelo para alejarme del chucho lo suficiente como para ponerme de pie y, además, echarle el vistazo que se merece. — Dime que no piensas meter a esa cosa con patas dentro de este apartamento. — insisto en la pésima idea que me parece meter a un tercer miembro en el piso, ya de por sí pequeño como para sumarle un animal que de seguro ni siquiera tiene el tamaño como para poder vivir aquí. Por no mencionar que no es más que una suma de dinero el tener que cuidar de él, porque no es como si fuera a poner galeones para pagar el alquiler. — ¿Es que acaso se te fue la cabeza? — creo que eso es algo que ya asumimos los dos hace tiempo, pero no está de mal recordárselo. Mis ojos persiguen al perro con la incredulidad plasmada, haciendo un análisis completo de su físico para caer en la cuenta de que no es un perro comprado. Está muy delgado, me fijo en que su pelo tiene algunas partes descoloradas y más largas que otras zonas, hasta sus ojos parecen chupados por el hambre y eso me hace pensar en otro punto bastante importante. — ¡Seguro que tiene pulgas! — me quejo.

La cara de asco que le muestro al perro al parecer no es recíproca, porque él me mira como si no hubiera visto nada semejante y se encarga de mover el rabo con una ansiedad que yo diagnosticaría como patológica. ¡Ya está! ¡Me trajo un perro ansioso a la casa! Voy a morir. — ¡Meyer, aparta al chucho, ahora mismo! — se me agudiza la voz cuando grito y creo que la imagen es bastante patética cuando corro a subirme a una silla para mantenerme alejada de la criatura. Me escurro lo suficiente como para quedar con las rodillas dobladas sobre el asiento y así poder apoyarme sobre las mismas con mis codos y mi barbilla sobre mis manos, observando al perro desde esa altura.
Alecto L. Lancaster
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Invitado
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“Comprar”, lo que se dice “comprar”, no…— balbuceo, mis dedos moviéndose para marcar correctamente las comillas donde corresponden. No estoy de acuerdo con la compra de mascotas, si me pregunta. No está bien comprar animales como si fueran cosas, ni está bien comprar un perro cuando hay muchos en la calle que también se merecen un hogar, su pedigree no debería ser más importante que la lealtad universal que se extiende a todos los perros. Bien podría hacerme el idiota, decirle que había creído que quedamos en que podríamos aceptar a un tercer miembro canino en este departamento después de nuestra última charla, porque decirle a bocajarro que tener un perro creo que es lo mejor que puedo hacer por ella, eso sí, me hace sentir un imbécil. Tengo una larga lista de razones, que podría haberlas escrito también un niño de diez años, sobre por qué tener un perro le haría bien, si bien en este momento no hace otra cosa que gritar con la misma histeria que le provocaría tener a diez duendes de Santa Claus con sus uniformes rojos bailando alrededor de un caño en medio de la sala.

Pareciera que traer un perro es el acto más indecente e imperdonable que he hecho en nuestra breve convivencia, ¿o es que estoy bajo un encantamiento que no me doy cuenta que he metido una quimera asesina a la sala? No, creo que no. Sigue siendo el mismo can peludo de orejas nerviosas y ojos del mismo color que el chocolate derretido. —No estoy pensando meterlo en el departamento, de hecho está dentro…— se lo señalo con obviedad. Usaría el mismo tono para la siguiente pregunta, pero lo tomaré como que es retórica y me ahorro el tener que hacerlo. —¡NO!— grito para contener al perro en su emoción, —¡MOR, NO! ¡DÉJALA! ¡MORTY!— alzo cada vez más alto mi voz al ver como la acecha al verla subirse a una silla y creo que está confundiendo el terror de Alecto al contacto con una bola de pelos pulgosa, con la invitación a jugar a perseguirla. —¡MORIARTY!— lo llamo, el callejero aplasta las orejas para volver a donde me encuentro con miedo de que lo reprenda.

No, Dave, no te rías de Alecto. Es demasiado tentador, tengo que apretar fuerte los labios para impedir que me salgan las carcajadas al verla haciendo equilibrio sobre la silla. —¡Vamos, Alec! ¡No puedes negarme que es adorable!— lo intento, juro que hago el intento de que pueda verlo con mis ojos, froto la bufanda de pelos que tiene alrededor de su garganta y el can se sacude en una primera tormenta de pelos y pulgas sobre la alfombra. Aplasto a la que alcanzo a ver con la punta de mi zapatilla. —Después de un baño estará más que listo para su elegante vida en el Capitolio— aseguro, —con olor a shampoo todos lo crearán un perro con clase, el porte lo tiene y su nombre también es distinguido. Moriarty, ¿te gusta?— pregunto, es pronto para apellidarlo Lancaster, esperaré a que esté lista por su parte para dar el paso. Cargo al perro con mis brazos y puesto que no es un cachorro, sino que tiene unos buenos kilos encima, más o menos tengo que arrastrarlo hacia la puerta del baño. —¡Usaré tu shampoo que del mío queda poco!— le aviso, por si las dudas.
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Alecto L. Lancaster
Personal de Defensa
Para colmo, lo que me temía, ¡ha metido a un perro pulgoso de la calle dentro de mi casa! ¿Es que acaso ha perdido las dos neuronas que tenía? Ya saben, las únicas dos que tiene. Porque una parece ser el centro de todas las malas decisiones, y la otra era la que parecía mantenerlas a raya. Al menos por dos horas. Y por si fuera poco, todavía me trata a mí como si fuera estúpida. — ¿¡Le has puesto nombre!? — oh, no, no, no. Que le haya puesto un nombre significa que le ha cogido cariño, el suficiente como para haberlo metido aquí en primer lugar. Lamento tener que ser quién venga con la noticia... No, en realidad no lo lamento. — ¡Dave! No podemos tener un perro, piensa en cómo vas a pasearlo, ¡teniendo que trabajar hasta tarde! ¡No pienso dejar que haga sus cosas aquí dentro! — porque no espero que me incluya en sus horarios caninos ¡y! por el amor de los dioses, ¡es un perro callejero! — Ni siquiera tiene modales, es un chuch... — momento, ¿qué?

¡Ni se te ocurra usar mi champú! — creo que lo grito demasiado tarde, Meyer escapa de mis caprichos — que no son tan caprichos si se viera con una cabeza fría como la mía y no llena de arcoíris como la del moreno —, y solo me queda la opción de correr detrás de él por el pasillo. — ¡No lo metas en mi ducha, Meyer! — lo que me faltaba, tener que desinfectar mi baño de pulgas porque al tontolaba este se le ocurre meter a un perro del tamaño de un dragón en la casa. Y no, no estoy empezando con mis exageraciones... ¿Acaso vieron el tamaño de ese perro? Nada, ni caso. ¿Se supone que me tengo que consolar con que me haya hecho caso y haya ido directo a su ducha? Bufo, siendo consciente de que me toca ir a buscar el champú y si cojo el mío es porque bien el perro esté limpio y liberado de pulgas, más pronto podrá irse por donde ha venido y directo a una perrera. Para que luego digan que no pienso en el bien de los demás.

¡Un perro! Si es que hay que ver las cosas que se te ocu... — rumio por lo bajo en lo que me adelanto para ir hacia mi cuarto y atrapar el champú de una de las baldas del baño de un manotazo, obviamente molesta. Para cuando tomo la esquina y me meto en su cuarto, la bañera ya parece estar llena de agua, con un chucho dentro que también parece no haberse lavado en su vida. Y bien podría ser cierto por el aspecto que tiene. — Ten. — digo en un gruñido que le pasa el jabón, sin apartar la vista del pobre perro con cara asqueada. ¡Todavía se pensará que voy a ayudarle! — ¿Por qué Moriarty? ¿Es ahora que te crees detective? — le pregunto, más por rellenar la conversación de más comentarios bobos que por saciar mi curiosidad en sí. Me cruzo de brazos, a un lado de la bañera, los observo desde un ángulo que me permite ver la situación desde arriba. — Escucha, Meyer, es muy mono y adorable, y todo lo que tú quieras, pero no podemos... — no podemos quedárnoslo. — Oh, venga, ¡no me mires así! — y no sé si se lo estoy diciendo al perro o a Dave mismo, pero lo mismo da. El perro fuera.
Alecto L. Lancaster
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No se lo puse yo, él lo eligió— contesto, ¿hay algo que pueda decir sin que sea una verdad a medias? No sé qué tan en gracia le caerá a Alecto saber que su perro viene del norte, que seguramente su dueño anterior fue un muggle que conocía los cuentos de ese detective del que también me hablaron mis padres cuando era niño, del que no quedan libros porque esos también los destruyeron, y de repente un día me encuentro con un perro que no me queda claro si su pelaje es marrón chocolate o cobrizo, que tiene un collar viejo alrededor de su cuello con el nombre por el cual responde. Puedo arriesgarme a decir que no hace mucho fue un cachorro, mantiene algunos de esos rasgos y la impaciencia de un animal que se descarga sus energías mordiendo zapatillas, esa sospecha también puedo guardármela. El uso de su shampoo ya es razón suficiente como para que Alec grite como si estuviera cometiendo un crimen.

¡Y dónde hará sus necesidades! Señalo a la puerta que estoy a punto de atravesar. —Puedo enseñarle a usar el baño— respondo, señalando con la barbilla en dirección a su habitación porque sigo cargando al perro por debajo de las patas, y por si las dudas lanzará una zapatilla como proyectil para que me dé en la cabeza, me salgo del camino predecible para ir hacia mi propio dormitorio. Al traer a un perro acepté que tendría por delante la ardua tarea de ir acortando los centímetros entre ambos para que puedan ser amigos, invadir el espacio de Alec de buenas a primeras tal vez no sea la mejor manera de introducir a Moriarty en esta casa. Me lo planteo como una retirada estratégica al meterlo dentro de mi bañera, como si fuera a mantenerlo en mi territorio, ya veremos cómo poco a poco se puede ir colando en el suyo. Puede que ella me haya aceptado por ser del espécimen humano y porque colaboro con la renta, pero algo me dice que estas cuatro patas que tanto le molesten conseguirá su derecho de piso más pronto que nadie.

¡Si hasta le ofrece su shampoo! Siento que ha sido un primer gran avance entre los dos. Abro la tapa para acercarlo a mi nariz. —¿Así que también lo conoces?— pregunto echándole una mirada de refilón. —No tendría que sorprenderme que una auror conozca a Holmes, pero… me sorprende— le lanzo un segundo vistazo como si fuera una persona distinta a la que creía conocer hace cinco minutos. —Si lo pienso, se parecen un poco— murmuro para mí, cargando un poco de shampoo –o mucho-  en las palmas de mis manos para embadurnar al perro que tiene el pelo aplastado por el agua que se va amontonando en la bañera, su cola escondida entre sus patas traseras me alerta de que está nervioso. —¿Podrías sostenerlo?— mi pregunta ignora totalmente a la réplica que no acabó de formular, con fuerzas contengo el impulso de sonreírme por la sensación de próximo triunfo. —Hablamos sobre esto, Alec. Sobre tener un perro…— despeino todo el pelaje del animal enjabonarlo, —y sobre lo decepcionantes que pueden ser las relaciones humanas. En conclusión, te he traído un perro— puesto así de sencillo, dejamos fuera todas las responsabilidades con las que nos cargaremos, como si no tuviéramos suficiente, ¡pero todo mundo tiene un perro! ¿Por qué nosotros no podríamos? Miro con nerviosismo a mi compañera de piso, la única duda real que tengo es si Alec de los pocos humanos en el mundo que no pueden tener un perro. —Y sus modales son impecab…— no termino de decirlo, que las baldosas de la pared se ensucian de espuma y también toda mi ropa por la sacudida que ha dado Mor.
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Alecto L. Lancaster
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Te das cuenta de que es un perro y no un ser humano al que le puedas explicar el funcionamiento de un inodoro, ¿verdad? — bufo cuando se le ocurre el maravilloso comentario de enseñar al animal a usar el baño. En ocasiones me pregunto si es que a Meyer solo le funcionan las neuronas los días impares, o si acaso es que el perro tiene más cociente intelectual que mi compañero de piso. — A saber lo que traerá de la calle... ¿De dónde lo sacaste? — porque asumo que no fue con la idea de encontrar un perro callejero y apareció con el primero que se le presentó. Ni sé si se ha tratado de una idea esporádica o algo que se le ha ocurrido y meditado con la almohada hasta hacerse, de alguna manera que no llegaré a entender nunca, una ocurrencia maravillosa. — Podría echarte por esto, lo sabías antes de entrar con el perro, ¿verdad? — que no podría, no tengo tanto dinero como para poder seguir pagando el alquiler por mi cuenta, pero en el momento la amenaza se siente bastante correcta.

Me resigno a acuclillarme a un lado de la bañera, dejando caer mis brazos a ambos lados de mi cuerpo para después ayudar a sujetar al chucho, ese que me mira con ojos de cachorro como si fuera a creerme que no pasó ya de esa época. Probablemente solo tenga uno o dos años. — Tampoco tienes que usar el bote entero. — mis quejas se hacen evidentes, pero no lo suficientemente notorias como para que las capte, al parecer. — Y claro que sé quién es Holmes, mis padres no son muy fanáticos de la literatura muggle, pero me hablaron de sus novelas cuando ya ni siquiera estaba permitido el leerlas. — es una confesión que en cualquier otra parte negaría en rotundo, más porque está prohibido, pero teniendo en cuenta que él lo ha admitido primero, no creo que vaya a haber ningún problema. Y si lo hay, siempre puedo decir que me atacó con un perro. — Si nos parecemos es solo porque los dos tenemos un compañero cuya inteligencia se asemeja a la de un caracol. — vamos, que no puede ofenderse después de haber vivido conmigo por un tiempo ya.

No, no hablamos de esto, yo solo dije que los perros pueden llegar a ser más fieles que los humanos. En ningún momento certifiqué que tenías el permiso para traer una mascota salvaje. — que en realidad no es tan salvaje porque es cierto que el pobre perro solo está mirándonos con ojos asustados y el rabo entre las piernas, probablemente porque jamás se ha visto en una situación parecida y... No llego a pensar mucho más que me encuentro cerrando los párpados y frunciendo toda mi cara en una especia de mueca de asco por la repentina sacudida de agua, jabón y también roña. — Sí, impecable. — mis manos continúan sobre el cuerpo del perro, siendo imposible que me deshaga de la espuma que se ha pegado a mi cara, esas burbujas que empiezan a desaparecer al explotarse por su cuenta. — Espléndido. — no hay aire suficiente que consiga expulsar por mi boca en un bufido exagerado.
Alecto L. Lancaster
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¿Estás segura? No lo subestimes, quizá sea el perro más inteligente del mundo— replico, porque replicar está permitido y estoy convencido de mis argumentos cuando vuelvo eso que ella parece encontrar como un defecto en Moriarty, su principal virtud. —¿Sabías que los perros mestizos están considerados como los más inteligentes y de mejor carácter? Y si han vivido en la calle, eso también quiere decir que son resilientes, que sabe más y será más listo que cualquier peludo criado en un departamento del Capitolio— expongo, claro que también trae garrapatas y un olor que me hace picar la nariz por tenerlo cargado en mis brazos, después de una zambullida en espumas se le quitará. Tendría que haber planeado pasar por una tienda a comprar lo necesario para despedir a los viejos amigos de su pelaje, pero tocará hacerlo de la manera tradicional. Creo que pedirle a Alec un peine podría arrimarme demasiado a un acto kamikaze, estoy a una palabra dicha de más para que me asesine, que me eche de la casa sería el menor de los males posibles. —Pero no lo harás— es todo lo que digo, porque algo de vivir con sus amenazas constantes es saber que no las cumple si tiene que enfrentarse a una mirada de cachorro y en este caso se trata de Mor, que confía en ella para pedirle que lo salve de este martirio de la ducha al que lo someto colocándole jabón hasta en las orejas.

También necesito limpiar las mías porque no creo haber escuchado bien al saber que los padres de Alecto ¡leían a Sherlock Holmes! —Hay clásicos que nadie puede ignorar— lo digo para mí. —Mis padres seguían tarareando canciones después de que fueran prohibidas, mi madre en realidad, mi padre hace el coro. Era una gran fanática de canciones que se crearon veinte años antes de que ella naciera— la sonrisa se va ensanchando a medida que lo cuento con una nostalgia hacia la época en la que era un niño meneando la cabeza por sus ridiculeces montadas en la sala, tal vez no sea el momento de decirlo, con mis dedos tironeando de una y otra garrapata para lanzarla al agua y esperar a que la corriente se las lleve, pero lo digo: —Mis abuelos maternos eran muggles—. Otra pulga. —Mi abuelo era abogado y mi abuela era actriz— tengo recuerdos lejanos de ambos, también de otros con regalos que tenían sus nombres escritos, cuando simplemente desaparecieron. —Pero ya sabes lo que dicen de los mestizos, somos la especie más inteligente, no importa que nuestras compañeras de piso digan que tenemos cerebro de caracol— lo hago ver como algo de lo que me siento orgulloso, porque en el fondo lo estoy, de toda esa parte de mi familia y de quien soy, que me hizo quien soy.

Me trago una carcajada porque considere salvaje a un perro. —Le enseñaré a hablar el idioma y usar cubiertos, lo prometo— me burlo, no es un cachorro de nundu como para merecer ese calificativo, es solo una criatura que ha vivido sin un techo por un tiempo. Pero no es un criminal, ni andará por las noches impulsando a los vagos a una revolución. Ese es otro perro, de otro barrio distinto del Capitolio, un tal Ken. Moriarty tiene una única misión real en esta ciudad y es ser el mejor perro que su dueña pudiera pedir. Lástima que no ayude mucho a su propia causa. Disimulo mi sonrisa al verla con el cabello tan mojado de espumas como lo tiene el animal, impecables quedarán ambos, espléndidos. Estiro mi brazo para tirar de la toalla que cuelga de un pasador para tendérselo. —Cuando se sacuden es muy divertido, también sacarle pulgas, ¿quieres intentarlo? Hagamos una competencia de quién le saca más pulgas— si hasta lo digo en serio. —Prueba unos días que se quede, y si no resulta, te prometo buscarle otro hogar, me lo llevaré. Y te traeré un gato, da menos problemas.
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Alecto L. Lancaster
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Lo sabía, pero eso no significa que su dueño haya tenido la misma suerte. — es un comentario que a pesar de lanzarlo con cierta molestia, creo que se le puede buscar la gracia si no se tiene en cuenta que está viniendo de mi parte. No tengo problema con que sea mestizo, tampoco si lo hubiera sacado de la tienda de mascotas de la esquina. Tengo problema con su especie en general, y que esté llenando la casa entera de pelo y pulgas. — No tientes a la suerte, Meyer, podría quedarme con el perro y ponerte a ti de patitas en la calle. — lo digo con algo de sorna, hasta me atrevo a ladear la curvatura de mis labios en una sonrisa sarcástica. — Ni siquiera sabemos qué mezcla de raza es, por el aspecto que tiene bien podría convertirse en una gran danés, y al final terminaría por dormir en tu cama y tú en el sofá. — ¿estaría dispuesto a hacer esa clase de sacrificios por un perro que acaba de encontrarse en la calle? Le echo un vistazo rápido a David, como la única confirmación que necesito para responderme a esa pregunta. Por supuesto que lo haría.

Me encojo de hombros, sin darme cuenta le estoy acariciando el morro al perro en lo que él le lava las orejas. — Supongo que hay que reconocerles algunas cosas a los muggles. — digo, que si no tuvieran cerebro no estaríamos en este embrollo con el país para empezar, pero eso no quiere decir que lo usen para los mejores fines. A la historia sobre su familia le dedico un momento de meditación, ya ni siquiera le estoy ayudando a que el perro no se mueva, simplemente me dedico a acariciarlo, sentada sobre el suelo con mis piernas encogidas y estirando el brazo por encima de la bañera para poder hacerlo. No sé como reaccionar a lo que dice, por el simple hecho de que no le tengo mucho aprecio a los muggles, decido no comentarlo y hacer acotación de otro dato. — Yo solo tengo una abuela, y no es técnicamente mi abuela, es la mujer con la que se casó mi abuelo antes de morir, los demás todos lo hicieron. Le tengo bastante aprecio, incluso cuando es ajena a toda mi familia en cierto sentido. — lo cual, decir que me importa alguien, viniendo de mí misma, suena a mentira, pero es la verdad.

Por lo siguiente me río, aunque no con tanta diversión como me gustaría. Es más una risa resignada. — Con que le enseñes a no subirse al sofá y hacer sus cosas fuera, creo que será suficiente. — espera, ¿qué acabo de decir? Creo que he aceptado a que este perro viva aquí inconscientemente, sin darme cuenta. Suerte para él que no me da tiempo a corregirme antes de que diga algo que me hace saltar en el sitio, atrapando la toalla. — ¡No pienso hacer una competición para ver quién le saca más pulgas! — me quejo con tirria, ¿qué se ha creído? ¿que soy una granjera o que vivimos en una granja? ¡Ni hablar! Suficiente con que me digne a colocarle la toalla sobre el cuerpo dejando que él le cubra el resto del cuerpo mientras yo me ocupo de la parte de la cabeza. El perro saca la lengua varias veces para lamerse, extrañado por la sensación de limpieza. Pasándole una esquina de la toalla sobre los ojos, el suspiro que lanzo resume bastante mi confesión. — Supongo que es bastante mono. — lo cual no quiere decir que me guste que vaya a quedarse.
Alecto L. Lancaster
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Muerdo una carcajada entre mis dientes y le echo una mirada suspicaz, preguntándome si no estaré trayendo al departamento a un usurpador de mi lugar. Interrogo al perro sobre si será capaz de traicionarme así, una vez que tenga aroma a limpio y el estómago cargado todas las mañanas, tal vez olvide quien lo trajo de los contenedores de basura y mire para otro lado cuando Alecto tire mi ropa por el balcón. «Disculpa, muchacho, no te conozco», casi que puedo imaginar la voz del perro, cuando en este momento sus ojos son dos canicas aguadas pidiendo que lo dejemos quedarse. Muevo disimuladamente mi cabeza para recordarle que es a la chica a la que debe convencer. —Dormiré abrazado a él, se acoplarme a los espacios con los que cuento. No temas encontrarme por las mañanas con mi pijama de aviones durmiendo en tu sillón— solo menciono lo del pijama de aviones para hacerlo una escena aún más patética, ¡no tengo uno! Dejé de usarlo a los diez años. —No creo que vaya a crecer más de su tamaño actual— la tranquilizo, —fíjate en sus huesos, no son tan grandes. Sus patas son flacas— lo digo tomando una para retirarle una pulga que alcanzo a ver entre sus dedos. Si hay algo que me gusta son las patitas con almohadillas de los perros, simulo hacer un choque de palmas con él.

Las orejas están infectadas de bichos, supongo que por lo peludas que son, retiro un poco de pelo mojado y sigo encontrando lo lejos que se extiende esta comunidad de garrapatas asentadas en el dobles de su oreja. Noto cierta reticencia en su comentario sobre los muggles, como si le costara mucho esfuerzo reconocer algo así y reprimo la sonrisa cuando la miro de lado. Escucho lo que me cuenta de esa abuela que aclara que no es su abuela, pero por la manera en que habla de ella es claro que es su abuela. —No hace falta compartir sangre para sentir a alguien como tu familia, hay cuadros que se arman así, por elección. Mi propia familia por muchas razones se fue fragmentando, te hablo de los Meyer y de los Crowley. Personas que simplemente iban desapareciendo del cuadro. Pero en cada cumpleaños o en Navidad, mi padre buscaba reunir a la familia y esa familia éramos nosotros, el tío Dodo que es hermano de papá, el tío Jared que es amigo de papá, Locki a quien el tío Jared había adoptado cuando teníamos diez años, el tío Rolph que era algo así como el novio de Jared…— voy mencionando a todos los que formábamos parte de la última fotografía que nos tomamos antes de que mi amigo muriera. —El nombre real de Locki era Sherlock, a veces lo olvido…— musito, en serio, lo olvidé. Tal vez fue una mala idea traer un perro llamado Moriarty o decirle a Alecto que se parece a ese detective, pensar que me queda bien el puesto de Watson. El silencio en el que caigo puede tomarlo como que estoy haciendo un paseo introspectivo por las nostalgias, en realidad lo que hago es pensar en cómo esto se siente como si estuviera traicionando a mi mejor amigo.

No, tacha eso, si se niega a hacer una competencia de sacar pulgas conmigo tengo reparos de entablar una amistad con ella. Su reacción me hace reír, por su genio la tendré revisando las orejas y las patas del perro todo el tiempo para ver si no se ha traído amigos de la calle, lo puedo ver. Porque es un hecho que se va a quedar, acaba de decirlo. De una manera implícita, no importa, quedó firmado. Moriarty acaba de mudarse oficialmente con nosotros. Tomo el morro del animal para alzarlo hacia ella cuando lo halaga y tiro de los lados de su boca para que muestre una sonrisa. —¿A qué si?—. Me fijo en las toallas que estamos usando para secarlo y que se van tiñendo de un tono marrón por lo sucio. —¿Luego me prestas una?— le pregunto a Alec, que creo que las otras que tenía siguen en el tacho para la colada. Lo saco de la bañera con la toalla envolviéndole el lomo, y por eso siento cuando se me escapa de las manos, de pronto se encuentran vacías con la tela húmeda cayendo sobre la nada. —No solo es mono, también es veloz—. Tiro la toalla al suelo para ir detrás del perro y casi patino, alcanzo a agarrarme del marco de la puerta de la habitación en el momento en que lo veo salir por la entrada. —Alec, ¿por qué dejaste la puerta abierta?— me quejo, cuando fui el último en entrar.
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Alecto L. Lancaster
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Lo peor de todo no es que crea que es capaz de quedarse a dormir en el sillón con tal de dejarle un lugar al perro, lo es el hecho de que no me es difícil imaginarme a David durmiendo con un pijama de aviones. Al menos, una versión algo más pequeña de él, no voy a criticar sus ropas de noche cuando yo soy la primera en irme a la cama con un pijama de gatos como si tuviera dieciséis años de vuelta. En mi defensa, la comodidad supera la ridiculez, aunque algo me dice que voy a tener que cambiar de prenda si este perro termina por quedarse. Por eso de llevarse como perros y gatos y tal. — A veces me parece fascinante tu capacidad para dejar toda tu vida si así fuera por un perro, pero te cuesta tanto usar un posavasos a la hora de tomar café en la mesita. — bufo, entre realmente fascinada y algo fastidiada, que soy yo la que tiene que ir por detrás de él levantando todas sus tazas para no destrozar la madera de la mesa. — Sus patas son flacas porque seguro que no ha comido nada más que ratas en las últimas semanas, le huele el aliento. — otra queja, pero es que no sería yo si no le saco como quince mil contras a los planes de Meyer.

Si tuviera que escoger entre todas las cosas que nos diferencia a Dave y a mí — porque creedme, son muchas —, diría que la principal es lo mucho que le gusta hablar en contraste con mi pésima sociabilidad. Estoy tratando de mejorar eso, en parte porque vivir con un ser que se pasaría hablando las veinticuatro horas del día, de lo que sea, es complicado, lo sería mucho más si le dejara charlando solo. Que también lo haría. — Tienes muchos tíos. — ¿vieron? Con eso yo podría dar por finalizada nuestra pequeña charla familiar, mientras que al moreno le encanta darle a la lengua. Como otras tantas veces, me obligo a responderle con algo más que el suspiro que lanzo antes. — ¿Tan ocupadas tenían sus vidas que solo se veían en Navidad? No entiendo por qué tanto revuelo en reunirse por esas fechas, si el resto del año se hace como si no existieran. — me encojo de hombros, ¿sonó ofensivo? Es por eso que acostumbro a guardarme mis pensamientos para mí, la gente tiene problemas con apechugar con lo que es la verdad. Que aparezca ese amigo suyo que murió en la conversación, de esa manera, para colmo, me saca las ganas de soltar un bufido. No lo hago por respeto, pero sí le miro como si hubiera sido un comentario a traición. — Si con eso tu intención era que me dieras pena y aceptara al perro, enhorabuena, lo has conseguido. — ¿acaso puedo hacer otra cosa? Soy mala persona, pero no me considero tan cruel como para echar al perro ahora que le ha puesto un nombre que le recuerda a su mejor amigo.

Sentimentalismos, otra de las razones por las que no establezco relaciones interpersonales, esto no es más que una prueba de ello. Y aun así, estoy ayudando a frotar la cabeza de Moriarty para secarlo, a sabiendas de que será algo que haga por su cuenta cuando le dé por sacudirse a sí mismo. — No. ¿No te sentías generoso con el perro? Si puedes dormir en el sillón, también puedes salir de la ducha sin toalla y secarte del aire. — já, ¿quién ganó ahora? No me da tiempo a recapacitar lo mal que sonó eso, estoy demasiado ocupada disparando mi cuerpo hacia atrás cuando el perro sale por patas, llevándose consigo parte de la toalla hasta que David consigue atraparla. A la toalla, no al perro. Obvio que no voy a perderme esta escena, solo un pequeño detalle: ¿acaba de echarme la culpa de que el bicho salga corriendo? — ¿Yo? ¡Fuiste tú el que entró por esa puerta! ¡Yo estaba en la cocina! — comiendo mi helado, por cierto, bastante más tranquilita que ahora mismo, me gustaría añadir. Tengo las piernas largas, me cuesta apenas unas zancadas el ir hacia la puerta para comprobar que, en efecto, el animal se ha escapado. Problema solucionado, Watson. — Mm. Bueno, probablemente sea mejor así, estará acostumbrado a vivir en la calle, tampoco podíamos obligarlo a quedarse aquí. — claro, porque yo tenía pensado obligarlo… ¿Eso que escucho es un trueno?
Alecto L. Lancaster
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Un perro es un perro, un posavasos es un posavasos— digo como al pasar, no entiendo cómo para ella una cosa pueda tener correlación con la otra. ¿Puedo alegar que lo mío es un nuevo tipo descubierto de inteligencia por la cual me centro en mejorar la vida de los animales callejeros y descuido el uso práctico de las cosas en mi propia vida? Los genios se mueven en extremos, ya lo sabemos. —Ni que comiéramos helado de ratas como para que puedas reconocerle el olor en la boca— le hago ver como una mofa hacia ella, cubro las orejas del perro para decirle con mi mirada deslizándose hacia su rostro. —Los perros tienen sentimientos, esa es la diferencia con un posavasos, y estás siendo hiriente con tus comentarios. Él no eligió crecer en la calle, ni tampoco puede por sus propios medios procurarse una vida mejor. No lo juzgues tan duro, él si se ve feliz de conocerte— insisto, me surge la duda de si debo compartirle que soy animago, decida o no hacerlo en este momento, en algún otro acabaré por decírselo.

Me han dicho otras veces que puedo ser bastante charlatán, debe ser eso, de alguna forma terminé poniéndole al corriente de mi árbol genealógico. No oculto mi enfado cuando critica las ocasiones que encontrábamos con mi familia para reunirnos, a este punto creo que ya tenemos un acuerdo tácito de que así como ella no se guarda lo que le molesta, yo también puedo hacerle ver se ha pasado con sus palabras. —No somos ese tipo de familias— se lo aclaro cortante, —estamos presentes los unos para los otros. Se trata de eso, de saber que el otro está, podemos pasar temporadas sin vernos, yo también tuve mi época en que me iba de casa y no decía cuando volvía, y por eso hay fechas que son más importantes que otras, son la excusa para volver a casa. No dejamos de existir para los otros, nunca. Yo los evoco todo el tiempo…— y es ella la que tiene que escuchar tantos comentarios al azar sobre personas que ya ni siquiera están en este mundo, así que sabe que lo hago, tal vez debería cerrar la boca. Aprieto mis labios cuando su aprobación al perro es lo que sigue, no de la manera en que me hubiera gustado. —No pretendía darte pena y no la quiero, pero si es lo que necesitas sentir para redirigirla hacia una buena acción sobre un perro callejero, no me molesta— puede que esté imitando un poco su manera brusca de hablar. —Puedo vivir con ello.

No cambia demasiado tono - creo que es porque no estoy en verdad enfadado, no me enojaría con ella por lo que fue un comentario de alguien que tiene una manera muy distinta a la mía de ver las relaciones humanas-, al tener que contestar a su sugerencia. —Que manera más enrevesada tienes de obligarme a andar desnudo por la casa, negándome una toalla, debe ser el estar en mi ducha que te pone estas ideas en la mente— le lanzo una mirada acusadora a la bañera reprimiendo una sonrisa que se me escapa por las comisuras. Miro a mi camiseta empapada al frente por sacar a Moriarty con la toalla. —De haber sabido que no te molestaba la vista, no me la hubiera dejado puesta, él huele a rosas y ahora soy yo quien huele a perro mojado— es una queja que hago entre dientes, el sacrificio lo vale si el perro consigue un techo seguro para esta noche y los días que siguen. Estoy haciendo un gran trabajo para darle una vida mejor de la que tenía rompiendo bolsas de basura, que me ofende que tome la primera salida que encuentre para huir. Soy yo quien se enoja con Alec, antes de que sea ella quien me eche la bronca y me haga ver lo estúpido que soy con este méndigo perro. ¡Y que ella tan fácil se resigne también me ofende! Ninguno de los dos está dispuesto a cambiar sus hábitos y yo estoy haciendo un esfuerzo descomunal –quizá exagero, cuando me indigno tiendo a exagerar- para que puedan ser amigos, ¡porque ambos lo necesitan! Moriarty necesita una amiga que le rasque sus orejas sin pulgas y nunca falte en ponerle comida en su plato, conociendo a Alec, se haría un horario a cumplir a rajatabla, ¡y ella necesita un perro! —¿VAS A DEJAR QUE SE MUERA DE FRIO ALLÁ AFUERA!—  suelto, sosteniendo mi pecho con mis manos sobre mi camiseta sucia. —¡VA A LLOVER! Está en una ciudad que no conoce, ¡un perro callejero en el Capitolio! Lo sacaran a patadas de cualquier lugar y tendrá que dormir bajo la lluvia. ¡Se enfermará Y MORIRÁ!—. Si ya huelo a perro mojado, un poco más de agua me importa poco. —De acuerdo, bien,— vuelvo a estar enfadado y con un giro de mi alrededor abarco todo el apartamento, — quédate en tu zona cómoda y tranquila detrás de tus muros, porque no eres capaz de abrir siquiera una puerta pequeña en tu gran puerta cerrada para que un perro pueda pasar.

¿He montado un drama de nada? No lo sé, voy hacia la puerta y cuando estoy a punto de atravesarla le echo una última mirada de reprocho, después la cierro bastante fuerte como para que la vecina que justo sale de su departamento de un sobresalto. No aguardo al ascensor sino que voy directo a las escaleras por donde seguro bajó el perro, con suerte lo encuentro en los escalones. Salto un par de peldaños para apurar el descenso y cuando llego al portal de la entrada, no veo rastro del perro ni de un lado ni del otro de la acera. Pero hay un parque enfrente cercado por rejas, entre las cuales hay suficiente espacio como para que pase un perro. Corro hacia el portón cuando la gran nube negra que oscureció el día descarga con fuerza toda su lluvia, para cuando descubro que está cerrado a candado ya estoy mojado hasta la médula y soy solo el loco del barrio agitando los barrotes para ver si se abren, porque encima de loco, estúpido por haberse olvidado la varita.
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Alecto L. Lancaster
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Tienen sentimientos, pero no creo que lo que yo diga vaya a afectar en lo más mínimo a su forma de reaccionar, si acaso la forma en la que lo digo. — le retracto, que como perro no tiene la capacidad para entender el lenguaje, solo es capaz de entender en base a la tonalidad de una frase, y, por lo general, siempre va asociado a un sentimiento de necesidad natural, como lo puede ser comer. Se llama condicionamiento clásico, quizá debería aprenderlo. A que me diga que el animal se ve feliz de conocerme respondo con una mirada hacia el susodicho, como si estuviera esperando a recibir alguna clase de respuesta de su parte, cuando en realidad lo único que hace es mirarme con cara de pena y ese aspecto creo que tiene que ver con que mojado y metido dentro de una bañera en contra de su voluntad, no puede darme otra cosa que lástima.

Puedo notar cierto resentimiento en su voz cuando aclara no ser ese tipo de familia, creo que he tocado una fibra sensible y no estoy muy segura de cómo arreglarlo. Asumo que el silencio será la mejor opción de todas, puesto que veo muy probable volver a cometer el error de hablar como acostumbro a hacerlo. Y es que he tratado de poner un margen a mi forma de relacionarme con David, que él es mucho para mi persona y me hace replantearme si no debería haberme comprado una planta como compañera de piso. No pagaría el alquiler, pero de seguro no dañaría sus sentimientos tan fácilmente. ¿Desde cuándo me preocupa a mí el no dañar la sensibilidad de las personas? Pues no sabría decir, pero lo que sí es cierto es que creo que solo me pasa con él, por alguna extraña razón que no llegaré a comprender. No soy muy buena con las disculpas, así que espero que se conforme con mi cara de completa estupefacción.

Esa que me dura como dos milésimas de segundo, porque entonces sale con otra cosa que mi persona no se esperaba y tengo que hacer un esfuerzo descomunal por ocultar mi verguenza. — ¡Yo no..! ¡No quería decir que…! — aggggh. Es igual, me contento con mantener mi dignidad al rodar los ojos de forma muy exagerada, por la forma que tengo de apretar un labio contra otro, está claro que esa dignidad ya la perdí hace tiempo, así que me limito a gruñir por lo bajo. Ese gruñido que se extiende un tanto hasta que forma parte de un bufido tan largo que me lleva a menear la cabeza hacia un lado, cruzando los brazos sobre mi pecho con la incredulidad plasmada en el rostro. — ¿¡Puedes dejar de ser tan dramático?! — que por un momento parece que estamos hablando de mí. La ironía del cambio de tornas. No diré que por su actuación estoy dispuesta a ir detrás del perro, pero sí lo haré, más esa acusación que sale de sus labios tan pronto como va a salir por la puerta, esa que cierra de un golpe tan brusco que parece que se van a caer las paredes con él, me hace quedarme en el sitio, medio perpleja, medio ofendida. Probablemente más de lo primero que de lo último.

Mentira, de hecho, estoy tan ofendida, que me replanteo el cambiar la ranura de la llave para que no pueda volver a entrar. Estoy harta de tener que cumplir con sus caprichos, porque siempre soy yo la que termina por ceder, ¡nunca él! Mantengo mis brazos cruzados, tan firmes sobre mi pecho que me niego a moverme hasta que se me haya pasado el enfado, que no sé si va con el perro por haber interrumpido con la tranquilidad — si es que se le puede llamar así a vivir con un tipo que a cada semana aparece con una movida distinta, sino es la colada, es un perro, si no es un perro, de seguro aparece con un muggle para esconder —, o con él mismo por hacer de esto una clase abierta de arte dramático. Entonces, es cuando me sorprendo a mí misma y mi juicio al bajar por las escaleras sin siquiera darme tiempo a coger un abrigo para contrarrestar con el temporal que hay afuera.

Para mi suerte, llevo la varita conmigo así que me vale con alzarla hacia arriba para hacer aparecer un paraguas transparente a base de la propia agua, esa que cae a ambos extremos de mi cuerpo. Apenas hay un alma en la calle, lo lógico si tenemos en cuenta la que está cayendo, cualquiera tendría temor de que pudiera caerles un rayo encima. Por eso no me es complicado encontrar a Meyer amarrado a la puerta principal del parque que hay frente a la casa, cerrado con rejas antes del que suele ser el horario normal. Probablemente lo hayan cerrado antes de tiempo a causa de los fuertes árboles que se mueven con la tormenta, en caso de que sea peligroso para los niños. — Para hablar de mis muros y puertas cerradas, tú aparentas tener muchos problemas para abrir esta. — me burlo, me basta con agitar la varita para deshacerme del hechizo anterior y murmurar uno simple en dirección al candado para romperlo. — Se fue por allí, hay marcas de barro por todo el suelo, pronto desaparecerán con la lluvia si no nos movemos rápido. — ni siquiera le echo un vistazo cuando abro la reja y empiezo a moverme con velocidad. Por si no se nota, sigo ofendida, diría que mi orgullo permanece intacto, pero es mentira.
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Por mí le gritaría con todo lo que da la voz que no, que no puedo dejar de ser dramático, lo dejo que lo sobreentienda con el golpazo de la puerta. Si se sale de su marco seguro que me lo suma a la mitad de la renta, si es que no encuentro mi ropa tirada en el pasillo cuando vuelva, me preocuparé por eso al regresar, mi prioridad es el perro al que me traje sacándolo de sus callejones conocidos, para que quede suelto en esta ciudad que no se ve tan brillante cuando cae un chaparrón negro sobre los edificios. El parque se ve como un bosque siniestro, no puedo creer que sea el mismo donde hay niños jugando en el fin de semana. Se asustará, se meterá en cualquier sitio, podría pasarle algo. Nunca he podido pasar de largo a un animal callejero y dejarlo a su suerte, no lo haré con Moriarty. Estoy a punto de escalar la reja cuando reconozco la voz que me habla y finjo indiferencia al darle la espalda en vez de voltearme hacía ella. —Está más claro que todo lo que sé hacer con muros y puertas cerradas es chocarme con ellos y quedarme como un idiota enfrente— mascullo.

Si no le doy una patada a las rejas es porque se abren en ese momento por un hechizo de su varita. No busco refugio de la lluvia bajo sus paraguas que bien podría extenderse para ambos, sigo enfadado como para ser lo suficientemente orgulloso de ir pateando barro mientras la lluvia descarga toda su fuerza sobre mi cabeza. Por dentro me digo que sabía que vendría, pero no, sería mentira. Daba por hecho de que se quedaría en el departamento, segura de la lluvia, sobre todo porque no tiene por qué estar siguiendo a un perro fugitivo que le traje de sorpresa. —¿Quién eres ahora?— pregunto, mirando su espalda por la prisa que lleva en sus pasos. —¿Alecto Holmes?— bromeo, lo hago a pesar de ese tonito ofendido que se mantiene. Quizá porque me lo merezco, mi pie se hunde en lodo y me hace trastrabillar. Un rápido vistazo a los juegos infantiles me hace suponer que no está ahí, salvo que se haya metido en la casa que tiene un tobogán por puerta. Al ser un patio despejado el viento azota más fuerte, creo que si el perro buscara un refugio, lo haría entre arbustos o lo que sea que no lo deje tan expuesto. —No está por aquí— digo en voz alta, sin embargo no me muevo. Espero a que sea quien reinicie la marcha hacia la arboleda que cubre gran parte de la plaza, en días buenos suele entrar mucha luz entre los troncos de los árboles, hoy se ven como postes grises.

Cuando lo encontremos, lo llevaré a casa de mis padres. Lo dejaré ahí por un tiempo hasta que encuentre otro hogar, no tendremos un perro si no quieres. Me compraré un pez. Pero será mi pez, lo tendré en mi pieza— no se lo voy a prestar. Bufo para salirme de esa actitud por la que mi hermana menor me daría un golpe bien merecido, por el cual mis padres no dirían nada. Para mí un perro o un gato o una comadreja en la casa puede ser lo más normal del mundo, no sé de dónde saco que tal vez también sea algo que Alec necesite, es decir, una compañía. Por razones propias, no me percibo como una. Todos necesitamos a alguien o algo que nos acompañe, que a ojos ciegos podamos asegurar que seguirá ahí y que no sea pura fachada como ciertos compañeros de piso. Necesito un lugar donde vivir, claro, pero no estoy ni un sitio ni en otro, no piso firme en ningún lado por esto de no definir a dónde pertenezco. —¿Nunca tuviste un perro, cierto?— pregunto, no sé si asumo que no porque ya me lo dijo o porque no veo que pueda ser de una manera diferente. —Ahora que vives sola podrías probar a tener uno. No te estoy incitando a consumir drogas, Alec. Es solo un perro. Aunque si quieres drogas puedo conseguírtelas, tengo contactos que… es broma, no hablo en serio— aclaro, que en realidad si podría si voy al doce, pero no.
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Ese comentario se lleva un alzamiento de mis cejas bastante profundo, lástima que no lo pueda ver por estar caminando a una velocidad que lo coloca detrás de mí. — Quizás es porque te empeñas en usar la fuerza cuando lo que deberías hacer es buscar la llave correcta. — le aconsejo, como alguien que lleva viviendo un tiempo con él, y que lo único que ha conseguido hacer es arrojarme motivos, uno detrás de otro, para tratar de convencerme de sus ideas, sin dejarme a mí misma la oportunidad de decidir qué hacer con ello. Y es que no se da cuenta que es precisamente porque toma las decisiones por cuenta propia, cree que tiene la potestad de escoger para mí, porque cree que sabe mejor que nadie lo que me conviene. Yo soy la que sabe y conoce sobre lo que me conviene, yo y nadie más tendría que estar decidiendo si quiero tener un perro en mi casa, no verme obligada a aceptarlo porque él ya tomó su papel en la historia.

¿Quieres hacer el favor de no comportarte como un crío y meterte debajo del paraguas? Te enfermarás. — y no es como si me importara, pero… en realidad, sí, me importa. No por él, de seguro llenará la casa de gérmenes si coge un resfriado. Su salud no me puede importar menos si es él quien demuestra que tampoco le interesa. Pues claro que no me importa, por eso mismo extiendo un poco la longitud del aparato para que sea capaz a abarcarnos a ambos. No me acerco, pero aun así le doy la opción a que lo tome si es que se ve capacitado para dejar su orgullo a un lado. Por ese comentario ofendido, no obstante, se gana un gruñido de mi parte, uno que ni siquiera me molesto en esconder cuando atravieso uno de los jardines en busca de huellas del perro. — Entiendo que a las mujeres nos llegue la madurez antes que los hombres, pero contigo en serio se esmeraron en mantenerte como un completo idiota. — bufo, aunque lo hago con fuerza, es el viento quién se encarga de repartirme el pelo por la cara. — Ya lo veo. — que no está ahí digo, hasta doy un chasquido con mi lengua por la obviedad.

Claro que tiene que volver a sacar el tema del perro, como si no estuviéramos aquí por él, Alecto, y en esta ocasión sí que me freno para poder darme la vuelta y alcanzar hasta donde está. — No tengo un problema con el perro, Meyer. Tengo problema con que ni siquiera haces el esfuerzo de preguntarme antes de tomar una decisión que nos compromete a los dos. Tengo problema con que hagas lo que se te venga en gana sin consultármelo primero. Y no, no es que me tengas que preguntar qué calzoncillos llevar al trabajo, pero estaría genial que pudieras decirme que vas a meter a un animal en la casa, porque por si no lo has notado, es el lugar donde vivimos los dos. No puedes pretender que acepte cada una de tus decisiones impulsivas con una sonrisa de oreja a oreja, cuando ni siquiera me das la opción a descubrir cómo me siento al respecto, me impones que tenga una reacción acorde a tus expectativas sobre mí, y no puedes hacer eso. — porque está lo suficientemente cerca como para hacerlo, le doy un toquecito en el pecho que apenas lo impulsa hacia atrás. Estoy tan concentrada en que me escuche que ni siquiera me doy cuenta de que he bajado la varita hace un rato y no hay nada que me proteja de la ducha de lluvia. — ¿Nunca te lo preguntaste? ¿Por qué solo haces que chocarte contra muros? Te olvidas de que hay una ranura, decides ignorarla porque te resulta más fácil golpear a puños la pared con tus exigencias. Si solo llamaras, si preguntaras primero antes de tratar de cambiar quién soy, quizá sería más sencillo el lograr entrar. — momento, ¿por qué estamos hablando de esto? Odio esto, odio tener que mostrar mi vulnerabilidad con un chico que solo hace más que sacarme de quicio. Y aun así, no entiendo como es que no me he alejado antes de ello, sé que hay algo que me lo impide, pero desconozco el qué. Con un bufido, me aparto un mechón de pelo del rostro para dejarlo detrás de mi oreja, a pesar de que la lluvia sigue cayendo sobre nosotros. — Para tu información, sí tuve un perro. — se siente bien poder llevarle la contraria de nuevo, me siento un poco más como yo misma y no se puede decir que esté mintiendo, el animal murió poco después de que cumpliera los diez años.
Alecto L. Lancaster
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La pregunta es: ¿esa llave siquiera existe o todavía no la fabricaron?— no entiendo por qué, si mis intenciones no son seguir discutiendo con ella, eso es lo que hago al caminar detrás de sus pasos con mi cabeza entre los hombros para resguardar al menos mis orejas de la lluvia sobre nosotros. La ignoro cuando me dice que me coloque debajo del paraguas, justamente no soy un crío para que me diga que hará que me enferme y que no, si me mojo hasta el alma y mañana estoy con mocos en la nariz, será mi nariz, no la de ella. Como tampoco quiere que mi perro sea su perro, ¡así que! Refunfuño cuando el paraguas se extiende para cubrirme, a pesar del ruidito molesto que sale de mi garganta, no me hago a un lado. En cambio doy un paso cauteloso hacia ella para que mi hombro no sufra del goteo de los bordes. —Puesto que tu opinión es que la mayoría de las personas son idiotas, no dejaré que tu apreciación sobre mi persona me afecte. Hay gente que dice que soy genial, ¿sabes?— sacudo mis hombros, no se me vienen muchos nombres a la cabeza ahora mismo, salvo mi madre, es demasiado patético para citarla como una fuente fehaciente de mis virtudes.

Revuelvo mi cabello con los dedos para quitarle parte del agua que me sigue mojando las orejas y es así como me quedo inmóvil, en esa pose ridícula de estar con un brazo doblado por el codo que empezará a cansarme pronto. ¿Estamos hablando del perro? Sí, eso creo, comienza por ahí. No, no me jodas, esto no tiene que ver con el perro. ¡Y me está increpando! Muevo un pie hacía atrás cuando siento el empujón de su dedo contra mi pecho, me sobresalta más el hecho de que esté poniéndome los puntos no solo en palabras sino también de una manera tangible, no puedo decir que la cara que me muestra me sorprenda, no cuando ya la vi hecha una furia en la sala por unos colores de nada que se destiñeron. —No espero que aceptes todo, es lo contrario, si te lo pregunto caerás en tu típico «no» a las cosas que se salen de lo que conoces. Un perro es algo que te hará más bien que mal, tendremos que acomodarnos, sí, pero el perro no es una bomba o una carga de drogas que esté llevando a dónde vives. No es un criminal camuflado como un perro para poder vivir en el Capitolio. ¡Es solo un perro!— lo juro, este perro es real. Me está dando de lleno la lluvia en los ojos, maldito viento. Tengo que parpadear un par de veces y trato de enfocar su rostro que vuelve sobre todo ese tema de muros y entradas que me hace contener un bufido colosal, si lo saco fuera me voy a quedar sin aire en el cuerpo.

Eso no es lo que hago, no es cierto— digo, se me hace difícil precisar si hubo veces en que me impuse a otras personas cuando lo que siempre traté de hacer es entenderlas, comprenderlas también cuando venía el rechazo, con ella se me hace aún más difícil. —No lo hagas ver como si es solo cosa mía, estoy tratando de llegar a ti y eres jodidamente complicada, cuando creo que estoy llegando a ti me lanzas una salida inesperada que me arroja fuera. Esto que está aquí— señalo con mi dedo al espacio vacío entre nosotros y que se llena de la lluvia que nos empapa enteros. —No es un maldito muro. Es un maldito laberinto lleno de muros altos y tú estás ahí…— la apunto a ella, una gota impacta contra mi nariz. —Sola, escondiéndote, y no quiero eso para ti. Bien, lo acepto, tal vez lo que yo quiera no esté en sintonía con lo que quieres tú y en verdad te gusta estar donde te encuentras, quizá lo que yo creo que te haría mejor es un gran error— alzo mis manos por la exasperación, las agito en el aire al hablar. Y me quedo en esa postura de plena impotencia, tan inmóvil como hace unos minutos, mordiendo las ganas de lanzar un grito de frustración, cierro mis manos en puños y las dejo caer a los lados de mi cuerpo. Todo por un perro. —¿Y qué pasó con él?— pregunto, tengo el miedo real de que me diga que murió de una manera traumática para ella y que eso sumemos al hecho de que Moriarty tiene un nombre que me recuerda a mi mejor amigo. Joder, pobre perro, empiezo a dudar de que estemos preparados para hacernos cargos de él con tantos conflictos mentales por resolver primero.
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Alecto L. Lancaster
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Muevo mis labios al mismo tiempo que mis cejas como si le estuviera retando a decirme cuáles son las personas que lo considera genial, cuando queda expreso en mi forma de mirarle que dudo mucho que alguien vaya a tener semejante valentía como para declararlo así. Claro que es solo fruto del enfado, de ese otro comentario que me hace querer golpearlo, y tengo entrenamiento, está en clara desventaja si piensa que no lo haré de un momento para otro. Porque vuelve a lo mismo, a su afán por querer entenderme cuando yo no se lo he pedido, a su determinación en hacerme partícipes de sus arrebatos y a su voluntad de querer transformarme en una persona que no soy, todo porque se cree que así es como se arreglan a las personas. Primero de todo, ¡no necesito que me arreglen! — Mi pregunta es, David Meyer, ¿por qué crees que necesito un perro? Dices que me hará más bien que mal, ¿por qué te esfuerzas tanto en querer cambiarme? — es una pregunta en serio, no podría hacérsela de una forma más directa, porque llevo tiempo tratando de entender sus intenciones, siempre acabo en la conclusión de que no debe gustarle como soy. Pero si es así de simple, bien puede recoger sus cosas y marcharse.

Poco me importa la lluvia fría cuando mis palabras parecen surtir un efecto en su semblante, que parece que he dado en el clavo de mi descripción y eso le hace dudar hasta él de lo que he dicho. Para cuando él toma la revancha, mi cara debe ser un completo poema, adornado con las pequeñas gotas de agua que se van topando con la piel de mi rostro. — Es que es cosa tuya, Dave. — aclaro, el tono de mi voz declara una obviedad más que evidente. — No soy jodidamente complicada, ni ningún maldito laberinto. Yo no te pedí que llegaras hasta mí, yo no te pedí que vinieras a rescatarme. Ese has sido tú, crees que estoy mal, que necesito que alguien venga a salvarme de la soledad que te has inventado que me encuentro, a mí sólo me gustaría saber por qué. Cómo es que durante todo este tiempo que llevamos conviviendo juntos, lo único que te preocupa es convertirme en alguien que no soy. — doy un paso hacia atrás, extendiendo mis manos un poco a ambos lados de mi cuerpo para darle la oportunidad de expresarse como quiera, que no voy a interrumpirle en su respuesta.

Murió. Los perros mueren, Meyer, es parte de la vida. — las condiciones en las que lo hizo no deberían haber sido esas, pero no es algo que pueda cambiar, como tampoco está en su lugar modificar quién soy solo porque se le ha antojado que cumpla con sus estándares de compañera de piso. En la vida no siempre se tiene lo que se quiere, en algún momento va a tener que aprenderlo. Pero también lo conozco, y sé que me perseguirá por la casa haciéndome preguntas en el contexto incorrecto, así que prefiero quitármelo de encima de una buena vez. — Se ahogó cuando tenía diez años, en un río cercano por las aguas que estaban revueltas. Fue mi culpa, en realidad, no sé nadar, y sí, es irónico porque sabes que he crecido en el cuatro, pero el agua y yo no somos buenos amigos. — me encojo de hombros, he pasado a mirar a algún punto lejos de su rostro, por la ironía de que estemos bajo agua. Supongo que mi amor por el orden viene de que desde niña he pasado mucho tiempo admirando con terror el baile de las olas del mar, tanto como para darme cuenta de que el océano es una extensión tan grande con tanta profundidad, que me producía temor el hecho de que no lo gobernara nadie.
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¡No quiero cambiarte!— ¿o sí? La duda me muerde la nuca mientras mis labios buscan contradecirla, decir que quiero que sea alguien distinto a quién es no es algo en lo que crea, no de una manera consciente. No sé si lo hago de una manera inconsciente, en mi afán por involucrarme en alguien que volví a ver como una causa que tengo que salvar, cuando no puedo salvar ni mi propia vida. Tironeo de algunos mechones con exasperación, saltan algunas gotas al sacudirlos. —No se trata de quien eres, no es eso lo que quiero cambiar. Sino de lo que tienes, de lo que tienes a tu alrededor. Por eso traigo un perro al apartamento, porque quiero darte algo que pueda hacerte bien— me explico con dificultad, explorando entre mis impulsos por traer a Mor, la razón real por la que creo su presencia es necesaria en el espacio que compartimos, el tiempo que sea, hasta que solo queden ella y el perro. Porque yo también me iré, estoy ocupando una habitación en su vida por unos meses y luego me iré, siguiendo un viento distinto al que me trajo aquí, quizás esta misma noche en que nos azota con fuerza en medio de esta plaza.

Me preocupo por ti, ¿sí?— esa es la respuesta que puedo darle, la que viene a mi mente como una realidad que no voy a negarle, con toda su obsesión y sus manías, me preocupa que el mundo sea demasiado para ella. Y sí, soy quien decidió que así es, quien la vio como alguien con carencias que no tienen que ver con su personalidad, sino con todo lo que la rodea y ella está ahí, sola, tal vez necesitando un amigo que podría ser yo, porque necesito volver a sentir que tengo uno que seguirá ahí aunque cierre los ojos por un segundo. Cosa que en este mundo, en este jodido mundo, en el que el mar ahoga perros y los niños no pueden nadar para rescatarlos, encontrar alguien así cuesta demasiado. —Estás mojándote con la lluvia en este momento— apunto como comentario innecesario cuando dice que no tiene amistad con el agua, me guardo el lanzar una carcajada irónica por lo bien que eso podría ilustrar nuestra situación. —No quiero que cambies, Alec. No es eso lo que quiero, ¿sí? Puedes ser quien quieras y seguir clasificando la ropa de la colada, lo que quiero es que puedas tener a alguien contigo que te mire más allá de todas esas cosas. Que te mire a , solo a , como si fueras la cosa más genial del planeta. Todos lo necesitamos, ¿no? Necesitamos llegar al final del día a un lugar y que haya alguien que nos haga sentir genial— bufo, me cuesta hablar sin enredarme con mis palabras. —Y no puedo ser yo, viendo lo genial que eres por encima de un plato con una rebanada de pizza, porque así como los perros de la infancia se mueren, las personas en cualquier momento de nuestras vidas se van, en especial en este presente. Entonces te busco un perro para que lo haga, para que sea quien se quede cuando ya no esté…— no sé por qué lo hago sonar como una despedida cuando no tengo una intención real de irme a ninguna parte.
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Alecto L. Lancaster
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¿Qué es lo que está mal con lo que tengo a mi alrededor? Vamos, nunca me he considerado la alegría de la huerta, tampoco soy la reina de la sociabilidad, pero de ahí a decir que me quiere traer un perro al apartamento porque me ve sola... hasta él tiene que reconocer que suena terriblemente patético. Aun así, el que siga hablando me impide el poder interrumpirle para continuar defendiendo mi punto, mi rostro mantiene su expresión de completa confusión al mostrarse como una incógnita de cejas fruncidas y labios apretados. — Pero no quiero que lo hagas. — trato de explicarle cuando la conversación toma un giro inesperado y termino encontrándome con una persona que confiesa el preocuparse por mí, cuando ni siquiera es algo que podría habérseme pasado por la cabeza. — No tienes que preocuparte por mí, porque si lo haces, si empiezas a hacer estas cosas, como el conseguirme un perro porque tienes miedo de que me quede sola, harás que yo empiece a hacer lo mismo por ti. Y yo no sé hacer eso, Dave, no sé como hacer esto — muevo mis manos señalando el espacio hueco entre ambos, como si existiera alguna especie de cuerda o unión que nos mantiene en una relación que está claro que ninguno de los dos sabe identificar. Porque hasta donde yo sé, solo somos compañeros de piso, ¿por qué estamos discutiendo entonces? — No quiero que te decepciones cuando tú hagas algo por mí porque te preocupo, y yo no sepa hacer lo mismo contigo. — resumo después, el suspiro que lanzo a continuación se asemeja bastante a una rendición.

Ignoro su comentario sarcástico sobre el agua, esta vez sin ningún ruedo de ojos de por medio, porque estoy demasiado concentrada en mantenerlos sobre los suyos. Podría decirse que estoy enfadada, digo podría porque lo cierto es que no tengo ninguna razón para estarlo. ¿Que insinúe que va a terminar por irse no es algo con lo que yo ya contaba desde el principio? Claro, entonces creo que sigo enojada por lo del perro. O por las dos cosas. — Que quieras conseguirme un perro porque piensas que esa es mi única opción de que alguien vaya a quedarse a mi lado, Meyer, es un poco lamentable. — y lo digo yo, que soy quién suele soltar los comentarios dolorosos aquí, quizá es que no hubiera esperado que eso viniera de él. Con un paso aun frente a su figura, me alejo lo suficiente como para estar a una distancia adecuada y girarme para continuar con mi camino. No sé muy bien hacia donde estoy yendo, creo que lo único que estoy buscando es alejarme de él, con la excusa de que sigo mirando por dónde se metió el perro que él trajo a la casa porque al parecer es a lo único a lo que puedo aspirar a tener. Hay una cosa que predomina en el interior de mi pecho más que otra cosa, pero me cuesta diferenciar si sigue siendo enfado o he pasado a experimentar lo que se siente al estar dolido.
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No espero eso— replico, es tan honesto que lo digo sin pensarlo. —No estoy esperando que te preocupes por mí— de la manera en que yo me preocupo por ella, esto último no llego a decirlo porque se siente raro puesto en mis labios. Abro, cierro mis manos un par de veces, estiro mis dedos para liberarme de esa sensación de que mi cuerpo está enfriándose bajo esta llovizna y debe ser eso lo que provoca que me quede congelado, no la impotencia no poder dar una explicación a mis impulsos que puedan ser razonables a su manera de entender las cosas. —No, mira, he pasado hace mucho la creencia de que voy a recibir lo que doy, de que la gente me devolverá de alguna manera lo que hago. Sé que las personas no somos espejos, lo sé— para mí este punto es importante de aclarar, porque en esto de tratar diariamente con una persona hace falta ir definiendo las reglas que nos hagan saber qué esperar del otro y que no, cosa en la que creo que estamos tratando de llegar a un acuerdo desde el primer día. —He pasado eso de hacer algo por creer que la otra persona hará lo mismo, no. Lo hago porque lo siento y al no querer detenerme a pensar demasiado en ello, solo hacerlo, entiendo, cometo errores…— lo reconozco, tan así que la sigo cuando se da la vuelta.

Mi pie se hunde en un charco que no vi en la prisa de no quedarme atrás. —¿Fui infantil por traer un perro?— se lo pregunto de verdad, ignoro la molestia de tener las medias cargadas de agua al ir avanzando tras ella. —¿Esto de traer un perro por querer darte algo que… te haga compañía?—. Ni que ella tuviera ocho años. —Espera— pido un alto a su caminar, al rumbo de los planteos o a lo que sea, necesito decir algo que no puedo dejar que quede simplemente atrás, el silencio es cruel para hacer que palabras sueltas tomen gravedad. —No creo que un perro sea lo único que vaya a quedarse contigo, Alecto. No es lo que quise decir— aclaro con cierta exasperación en mi tono. Para ser una charla que sigue teniendo al animal como centro, siento que cada cosa que digo trata de rozar un trasfondo que no alcanzo. —No malinterpretes algo tan simple. Fue un impulso, sí. No lo pensé demasiado, admito que fue infantil creer que un perro lo soluciona todo… lo que ni siquiera es un problema para ti— quiero tratar de regresar sobre todo lo que nos dijimos, entonces me topo con que dije muchas cosas que nada tenían que ver con Moriarty y me hacen cuestionarme lo que creía saber de Alecto y de lo que ella podía necesitar, de por qué me preocupo por eso en primer lugar. —Di que soy un estúpido si quieres, no sé por qué creí que alguien como yo o lo que pudiera traer para ti podría ser lo que necesitaras. Que tenía algo así como una misión trascendental al estar en tu vida para enseñarte que no siempre hace falta colocar un portavasos sobre la mesa…— es el mejor ejemplo que se me viene, sin meterme demasiado con su obsesión con el orden perfecto. —No solo soy infantil, también mi ego, mi gran ego, me juega malas pasadas por creer algo así y se reafirma en no poder dejar de verlo como algo mío y…— suspiro hondo, y quedo a una distancia al caminar a su espalda, en la que al tender el brazo puedo tomarla del codo. —¿Qué quieres tú, Alec? Me has dicho antes, pero lo que ahora me respondas lo respetaré.
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Alecto L. Lancaster
Personal de Defensa
No estoy dispuesta a seguir escuchando sus intentos de hacer parecer que lo que dice tiene sentido, porque si vamos a ser honestos, y eso es muy esperar viniendo de dos personas que están discutiendo por un perro cuando es evidente que hace tiempo lo dejamos apartado, pero él tampoco puede decirme que no es jodidamente complicado. O es que simplemente las relaciones, sean del tipo que sean, son complicadas y es precisamente por ese motivo por el que nunca he llegado a establecer una conexión, aunque sea tan superficial como un compañero de piso, porque soy consciente de que si me involucro, lo haré de forma personal, y no quiero eso. Puede que con lo siguiente vaya a acusarme de pesada, pero no encuentro otra manera para revelar sus pensamientos profundos si no es con la insistencia. — ¿Por qué es que crees que hay algo para solucionar, Dave? No es que traer un perro a la casa sea infantil, es que el propósito con el que lo trajiste no tiene sentido para mí. Dices que es para hacerme compañía, y a la vez estás diciendo que piensas que un animal solucionaría todo. Bien, ¿qué es lo que hay que solucionar? — me paro en seco, así le doy tiempo a que avance a pesar de no girarme en ningún momento. — Dime qué es lo que quieres solucionar, y trataré de hacerlo, por ti. — no lo hago por cualquiera, así que que sea generoso con lo que pide. Probablemente sea una de las escasas veces en las que lo ofrezca.

Aun así, su pregunta me deja un tanto descolocada, tanto que mis cejas son obligadas a fruncirse a pesar de no buscar hacerlo. Él no puede verlo porque estoy de espaldas a él, pero incluso cuando me giro para mirarle por el contacto de su mano, continúo manteniendo la misma expresión en mi rostro. — ¿Que qué quiero? — hasta este momento no me he percatado de que había algo que querer, más allá de la opción de escoger entre que un perro se quede o no, quizás probablemente solo se trate de eso, que sea mi cabeza la que de repente se haya tomado la libertad de vagar sobre asuntos más profundos que nada tienen que ver con la conversación que está teniendo lugar. O tal vez todo, quién sabe. Me tomo unos segundos para responder, ni siquiera me fijo en que la lluvia nos tiene calados a ambos y que estoy tiritando por el frío del agua. Abro la boca para expresar algo muy distinto a lo que después termina por salir de mis labios. — El perro puede quedarse. — porque de eso iba todo esto, ¿no? Del perro, supuestamente.
Alecto L. Lancaster
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¿Por qué no logro verbalizar una respuesta que sirva cuando traer a un perro se me hacía tan claro por sí solo y se lo he explicado de mil maneras, dando mil razones? ¿Qué es lo que me cuesta tanto? Terminaré sin pelos si sigo tironeando de estos con mis dedos, me tomo solo dos segundos con los ojos cerrados para encontrar la razón última de por qué lo traje. Decirlo en voz alta con este paisaje mojado alrededor, le da una gravedad que no me gusta, porque se escucha como si estuviera diciendo algo malo que podría herirla, esto también. —No quiero que estés, ni te sientas sola— esa es la verdad, se la expongo con mis manos puestas hacia arriba. —Y trato de darte algo que no represente un peligro o la posibilidad de un daño para ti, porque las relaciones siempre traen un poco de eso. Menos esta…— señalo al supuesto perro como si estuviera sentado entre nosotros, eso es todo lo que tendría que decir, el problema es que un pensamiento lleva a otro, las palabras se están resbalando de mis labios sin darme cuenta como lo hace la lluvia al no saber encontrar el momento de detenerse. —Porque me gustaría tratar de ser una persona que esté contigo, ¡Y sé! ¡No hace falta que lo digas! ¡Puedo ver que estás a punto de decirlo! Sé que no me lo has pedido, ni lo esperas… Ser una persona que esté contigo y te demuestre que no todas las relaciones acaban mal, que puedo ser…— busco la palabra en el aire. —¿Un amigo para ti? Uno de verdad— suelto, dicho suena como algo equivocado. —Pero no quiero que al tratar de ser esa persona, fracase y solo lo haga peor.

El que tiene que parar con las expectativas soy yo, porque lo que quiere es tan simple si me tomo literal sus palabras. ¿Solo quiere al perro? No, no parece que una cosa vaya en vinculación con la otra, lo que hace es volver sobre lo que comenzó todo esto: si el perro podía quedarse o no. Mi pregunta queda en la nada, quiero insistir y no sé cómo, en toda esta conversación perdí la dirección un montón de veces, diciendo más cosas de las que pensaba decir o que no sabía siquiera si las había pensado, es una maraña confusa de la que no puedo sacar ninguna conclusión. Conseguir que el perro se quede a vivir con nosotros no parece que sea el punto de acuerdo de esta discusión que bien podría ser, lo que sea que queda por resolver ha sido pateado, o cómo bien lo preguntaría ella: ¿había algo por resolver? —Entonces vamos a buscarlo— suspiro. Hago un paso hacia ella hasta que cambio de idea. —Creo… que si nos separamos lo encontraremos más rápido— en realidad no lo creo, —si lo encuentras lanza chispas con tu varita y si yo lo encuentro…— idiota por no traer la mía, —¿gritaré «Sherlock Holmes»?
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