The Mighty Fall
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PRIMAVERA de 247521 de Marzo — 20 de Junio
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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If you’re the toast of the town · Hans
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Invitado
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Recuerdo del primer mensaje :

Camino a contra corriente de las caras largas que están contando los minutos que faltan para que den las seis y puedan escapar de los escritorios a cualquiera de los muchos lugares en que las botellas de champagne se están poniendo en fila para festejar el inicio de un nuevo año, que nadie presiente que sea mejor que sus antecesores, una razón más para beber hasta olvidar qué día será mañana. Tengo asuntos más urgentes en este momento que preocuparme si este es el año en que el mundo finalmente colapsará, como creo que vienen prediciendo hace medio siglo y dos veces en los últimos seis meses. Las secretarias que están obligadas a permanecer en su puesto hasta un minuto después de que su jefe se vaya, se han familiarizado con mi ir y venir ansioso y apenas prestan medio oído a las excusas que les doy. No son las mejores cómplices tampoco, porque más de una vez han molestado por una supuesta llamada importante. Pero he dejado muy clara mi postura respecto a lo que es prioridad desde esa vez en que Hans me salió con que no podía, que estaba en algo así como un juicio oral, y puede decir de mí que soy todo lo caprichosa que quiere, pero el juicio oral lo exigí yo de inmediato. Esto se ha puesto peor que en el verano, en todos los sentidos.  

Creo que me equivoqué en el cálculo de que nos alcanzarían los diez minutos antes de la hora, no sólo porque hay más ropa entre nosotros a causa del frío de la temporada y el trabajo de quitarla se hace más complicado, sino por lo incómodo que se ha vuelto encajar en ciertas posiciones en las que antes ni siquiera nos deteníamos a pensar, porque en medio del desastre era lo que más rápido mataba la ansiedad, y ahora no se puede porque hay algo en medio que todo el tiempo está haciendo que retrocedamos en nuestros movimientos, busquemos otro modo de llegar a lo mismo y me siento tan torpe que la frustración me está embargando. —Espera, no…— murmuro, interrumpiendo el beso que nos tiene respirando con falta de aire que hasta mi voz se escucha más ronca. —De acuerdo, esto no está funcionando…—. Sé que suena contradictorio que lo diga por la manera en que mi pecho sube y baja por debajo de la camiseta, que es de lo poco que me queda puesto, y el calor que arrasa mi piel de un modo en que nadie creería que estamos en pleno invierno.

Me parece muy injusto el juego de las hormonas, que en estas semanas el aumento de libido vaya acompañado de un aumento paralelo de mi vientre, y ahora sí me arrepiento de todos esos postres de chocolate que comí para sobornarlas durante los primeros síntomas y que no fueran tan crueles, porque las perras me han traicionado de la peor manera. Y esto no puede más que empeorar, porque mi vientre sigue creciendo y voy a tener que comer chocolate en las medianoches para compensar la falta de sexo. Por lo menos si Hans fuera feo, pero no, claro, no podía ser feo. Tengo que cerrar los ojos y respirar hondo para decir algo que haría caer a todos mis dioses plebeyos de sus altares, y por supuesto que tengo que tener los ojos cerrados para poder decirlo. —Lo intentaremos otra vez en la casa con el libro de Rose a mano—. Suspiro con pesadez al soltarlo del agarre de mis piernas para que estas queden colgando de su escritorio donde me encuentro sentada y aplastando un par de carpetas que en la prisa no atiné a hacer a un lado. —Después del estúpido brindis—  me quejo, en el que tendré que picar bocaditos para conformarme por unas horas y ver como el resto se vacían las botellas de licor.
Anonymous
Invitado
Invitado
Mi rostro se contrae por el modo en que mis cejas se unen en un gesto que es en parte confusión y en parte reproche, es cómo se escucha cuando articulo mi pregunta. —¿Qué te hace creer que es obvio?—. Hablo a pesar de la opresión en mi pecho, ese que me dice que no siga por este rumbo porque estamos entrando en el territorio de los miedos una vez más y fueron sitios desconcertantes cuando los visitamos con anterioridad. —No te quedarás donde no quieres, créeme que lo sé. Un día podrías darte cuenta que no quieres estar aquí, que esto no es tan genial…— lo pongo en voz alta como si las palabras me estuvieron raspando la garganta, por eso mi voz es un murmullo ronco cuando justifico mi inseguridad con la respuesta que me pide, que no es la que quiere escuchar, me doy cuenta por su silencio.

Espero que llegue hasta él la disculpa que está implícita en mis palabras al decirle que no era mi intención querer algo de esta manera tan peligrosa para mí misma, también para él. Quizá puse entre nosotros más de lo que quería saber y esto es lo abrumador, lo sé, para lo que creo que ninguno de los dos podía decir con seguridad que estuviera listo de sentir o de oír en este frenesí caótico que somos, así que lo imito en apartar mi mirada hacia la pared. Esta vez sí agradezco la interrupción de las secretarias que cortan con la tensión muda entre nosotros, no me muevo un ápice mientras las despide y escucho con atención mis respiraciones para tener algo en lo que concentrarme, porque no hay emoción, ni siquiera enfado o una risa desentendida para encararlo cuando se dé la vuelta y nos diga que podemos irnos. Fuerzo a mis labios a curvarse por saber que hay una reserva de chocolate a la que puedo ir a asaltar, yo misma lo sugerí, ¿no? Se desarma esa mueca para volver a una expresión más honesta, una que se opone a lo que dice con cierta melancolía y meneando mi barbilla. —Te quieren para más que eso, ninguna se conformaría con una noche, quieren todos los días de tu semana…— mi carcajada es de humor auténtico, aunque amargo. —Yo te quería para una noche, en serio que sólo te quería para una vez— reconozco, pese a que lo sabe con la certeza de que yo también sé que hicimos ambos un desastre de las reglas del otro.    

Esos problemas de los que habla creo que se nos adelantaron a cualquier virtud o conveniencia que pudiéramos ver en el otro, siento como que nos abrazamos a esos problemas, a todo lo que está mal y gritaba que no debía ser. Presiono mis labios con fuerza para no decirle que acepto todo eso también, aguardo a que sea quien ponga las palabras que necesita para volver a acercarse y le entrego mi mano cuando la toma, con mi espalda aún contra el respaldo de la silla, sin amago de inclinarme hacia él, porque los centímetros entre ambos me dan el espacio para no perderme ni uno solo de sus pestañeos y poder verme en sus ojos, así puedo tomar cada cosa que dice. —Es que es demasiado, asusta a veces, ¿y si nos da tanto miedo que alguno de los se va para escapar?— pregunto con mi voz en un susurro, porque no es lo que quiero decir después de haberle asegurado de que sí me quedaría. Se me quiebra la voz, me cuesta encontrarla para poder decir que sea comprensible a sus oídos. —Es que vas a romperme el corazón, eventualmente. Tienes todo para hacerlo— murmuro, tengo que rehuir de su mirada y bajo mi vista a sus manos. —Y puede que eventualmente, yo también rompa el tuyo—. Porque él dirá que carga con problemas a los que yo creo poder hacer frente y reconoce que tuvo que pasar por muchas cosas que no creía capaz de aceptar en mí, y pese a que todo eso lo tengamos asumido, puede que no estemos a salvo de sufrir de la decepción en los ojos del otro por hacer algo que nos quiebre. —Y no podría perdonarte si lo haces, ni podría perdonarme si lo hago.

No podría conmigo misma si todo lo que está mal en mí se impone a algo bueno que podría tener, no quiero ser esa persona, de las que se boicotean por complejos de inseguridad o por un exagerado escepticismo. De las que tienen algo jodidamente bueno delante y que por creer que es irreal, no lo dejan ser. No quiero apartar mis ojos de él y decir que soy de las personas a las que estas cosas no le pasan, que no estoy echa para algo así, que sea a otros a quien les toque. Porque no es que me haya vuelto de ese tipo, no estoy esperando lo que esperan muchas otras personas, sólo hay algo que quiero, lo único, a lo voy a sujetarme para que no se desvanezca. —No tengo ese tiempo— contesto llanamente, mi mano quieta contra sus labios, —ya acepté ese infierno en esta misma oficina cuando te dije que se sentía cómo que debíamos parar y me preguntaste si me arrepentía. Sigo sin arrepentirme— sueno culpable, porque más de una vez tendría que haber sentido que estaba mal, pero no fue así. —Podría seguir amándote mañana— respondo, creo que podríamos quedarnos con esa afirmación, el mañana es un tiempo que podemos dar por seguro, pero no he arriesgado todas mis fichas en la apuesta tan imprecisa que ha sido este hombre, como para no duplicarla llegados a este punto. —Y los siguientes mañanas, de todo el maldito calendario, cuando veas pasar una tras otra a un montón de mujeres con un mejor humor, más altas, muy atractivas, que no te den tantos problemas, y tengas que preguntarte si todavía quieres seguir estando con una estúpida chica que nunca tiene suficiente de ti.
Anonymous
Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Sacudo la cabeza de manera negativa, porque no sabe lo equivocada que se encuentra. No existe persona con la cual hubiese una verdadera conexión, la simpleza moría en la piel y apostaba, tal y como ella, que nuestro caso no sería diferente. No me duele saber que ella pretendía solo una noche conmigo, yo mismo tenía en claro que debíamos dejarlo morir en cuanto nos vestimos y abandonamos esta misma oficina; solo me causa cierta sensación de melancólica gracia al apenas reconocer a esas dos personas, con siete años de ignorancia y un trato tan superficial que jamás habríamos sabido lo que se escondía debajo. Nos vimos crecer, nos reconocimos en los pasillos como meras sombras y ahora nos volvimos etéreos.

No planeo irme a ningún lado, ya te lo he dicho — sé que no puedo planificar a largo plazo, pero sé que encontré un sitio donde puedo estar cómodo, lo suficiente como para sostener su mano en medio del ministerio y no sentir que es un error. No puedo negar que existe la posibilidad de un corazón roto, la amargura del mohín que me tuerce la boca deja en evidencia mis pocos ánimos de poner un pero que no tendrá ningún sentido — Bueno, será un honor tener el corazón roto por ti, Scott. En más de treinta años, ya me tocaba vivir la experiencia — intento bromear, casi que lo consigo. Jamás me he considerado un romántico y enamorarme fue algo que parecía no suceder por cuenta propia. Si ella lo ha conseguido, si vamos a tener un hijo juntos, si despertamos todos los días acurrucados en un espacio reducido como si la cama no fuese lo suficientemente grande para los dos, quizá valga la pena. Si voy a sufrir, que venga sujeto a motivos que pongan en orden la balanza.

Tal vez mi hermana es quien va a casarse y yo fui quien dijo de necesitar más tiempo antes de firmar un papel, pero tomo sus palabras como un voto mucho más sincero que cualquier juramento pronunciado en el Wizengamot —Eso me basta — presiono sus dedos con mis labios, me inclino hasta que mi cabeza se acomoda sobre su vientre y encuentro comodidad en abrazarme a ella, sin importarme que el Ministerio esté cerrando, que los minutos pasen y las visitas lleguen antes que nosotros. Soy el ministro de este departamento, sus segundos me pertenecen, me iré cuando yo lo diga — No me interesa conocer a otras mujeres. Encontré al metro y medio de humor dudoso que me saca tanto de las casillas como para tenerme amarrado — sueno un poco más como yo mismo, cierro los ojos con la sonrisa burlona que me acomoda en su barriga, la cual intento no aplastar — Podríamos quedarnos encerrados aquí esta noche. Brindar nosotros solos y que el resto se las arregle sin nuestra presencia — es una sugerencia poco seria, sé que es una tentación poco probable y no podríamos dejar al resto de nuestra familia por su cuenta. Me remuevo para alzar el rostro, busco sus ojos por el segundo que me toma el que su boca capte toda mi atención visual y acabo inclinándome en su dirección, hasta probar sus labios con docilidad — Quizá podamos solucionar nuestros problemas no maritales follando sobre algún lugar prohibido, como el escritorio de Lollis. O retar a la suerte en los despachos detrás del Wizengamot. Y en cuanto a tus inseguridades con tu cuerpo... — mis ojos bajan para pasearse por ella, siento que la serenidad me consume hasta que una sonrisa lasciva me curva los labios — Es diferente, pero todos los días espero a salir de esta oficina para tener la libertad de encerrarme contigo en nuestra cama o estrenar los rincones de la casa nueva. Sé que tengo que aprovechar antes de que me cambies por una persona más pequeña y más importante que reclamará tu atención y la falta de tu sostén más que yo.

Me enderezo, descubriendo como la luz casi se ha extinguido y, de todos modos, soy capaz de distinguir sus rasgos como para rozar su pómulo con mis nudillos —¿Quieres que vayamos a casa o prefieres quedarte un poco más? Puedo recitarte un par de leyes nuevas que no son muy interesantes, pero puedes fingir que sí lo son sólo para que yo me sienta útil y acceda a darte más juntas privadas — como si los necesitase, ajá.
Hans M. Powell
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Invitado
Invitado
Se tuercen mis labios en una sonrisa por esa carcajada escueta que sale espontánea de mis labios, haciendo que tiemble mi semblante angustiado como lo haría con un chiste suyo en medio de un funeral, la mezcla entre lo trágico de esa declaración y el ánimo de broma hacen que reafirme mi agarre de sus manos. Tengo que contenerme para no besarlo, no sé bien porque me contengo en realidad, tiro mi cabeza hacia atrás en su silla para enfocar mi mirada en el techo y todo a nuestro alrededor está increíblemente quieto, nada se está desmoronando, no estamos atrapados en ninguna vorágine, no hay más gravedad que la de nuestras palabras. —Si lo hago…— murmuro, — Déjame que lo arregle después—. En eso se va lo poco que me queda de voz, en una petición extraña arrojada al azar de las circunstancias del futuro, que no tengo nada que me diga que podré cumplir con ello, si es que seré capaz, si sirve de algo que lo diga. Cierro momentáneamente mis ojos, mis labios se mueven de todas maneras, diciendo cosas que no están pasando por mi mente, solo se deslizan entre los dos. —Si hago algo que te lastime, dímelo. Trataré de arreglarlo…— prometo.

Porque las oportunidades son muchas para que eso suceda si hacemos una apuesta al futuro y embargamos los días que vienen, porque creemos en nosotros de una manera en que nos rebelamos a todo lo que nos decía que estábamos locos, a todas esas muchas señales, carteles que advertían del peligro, que tomar todas las decisiones equivocadas nos colocaron aquí y no hay otro lugar donde quiera estar. Me abrazo a él cuando se acerca, me río de que diga que lo tengo amarrado, me inclino lo suficiente como para esconder mi nariz en su cabello y no podría soltarlo ni aunque quisiera, tocar lo poco  de su piel que queda expuesta, percibir su olor, es todo lo que me dice que encontré el lugar donde quiero estar. —Podríamos hacerlo, quedarnos aquí esta noche, mañana también y tal vez dentro de tres días recién mostrar la cara fuera de esta oficina— acompaño a su broma apartándome para peinar con mis dedos los mechones que desarreglé. Caigo sobre sus labios para un beso que se disuelve entre sus comentarios, que simulo apreciar con seriedad. —¿Quién sabe? Quizá Patricia se consiga el mejor polvo de su vida hoy si lo hacemos en su escritorio— insinúo, —y los jueces se monten una orgía que no olvidaran si nos tienen a nosotros revolviendo sus papeles, se trata de energías en el cosmos…—. Recorro esa curva peligrosa en sus labios con mi pulgar mientras sus ojos lo hacen por mi cuerpo y no sé como puede ser que no espere que lo bese después de eso, que se pone de pie como si nada.

Pese a la declaración de mis nobles intenciones de hace un rato, sabes que no elegiré volver a casa— digo, parándome sobre mis pies y aliso con mis manos las mangas de su camisa, antes de tomarlo por los codos para cambiar nuestros lugares. —Podemos llegar a dos horas o una hora antes del brindis, diremos que te quedaste a revisar esas leyes nuevas— mi sugerencia va acompañada de una leve presión de mis manos en sus hombros para que se siente. —¿Vas a necesitar de tu silla para trabajar en esas leyes, no?—. Quedarme de pie frente a él hace que pueda recorrerlo con la vista, enteramente vestido, detenerme en su rostro que es un juego de sombras entre sus facciones y entender por qué no pude negarme desde un primer momento. —Yo te puedo aportar algunas leyes, seguro mucho más interesantes de las que tienes— le aseguro, recuperando la cercanía al sentarme a horcajadas sobre su regazo. —No voy a follarte— le aclaro, entreabriendo el cuello de su camisa para colocar mi boca donde puedo sentir el calor que emana de su piel, porque ni siquiera en invierno lo siento frío, es tan malditamente caliente. —Solo voy a besarte mientras te recito un par de leyes que se me ocurrieron…— susurro.
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Tres días suena bien, podría hacer muchas cosas con ella en ese plazo de tiempo. Hasta parece de verdad tentador, incluso cuando me hace reír con esa idea sobre un cosmos donde todos conseguimos lo que queremos, como una tregua de fin de año en el cual los besos de medianoche cobran otro significado — Podríamos probar y ver si todos tienen expresiones de satisfacción el día dos, cuando volvamos al trabajo y veamos los resultados — hasta parece un juego, una apuesta con la cual ambos tendríamos que trabajar hasta poder cobrarnos en base a la suerte de los demás. Es una tontería, pero no me molestaría probarla.

Ahí se van la sonrisa divertida y los ojos traviesos en la oscuridad, estoy seguro de que puede visualizarlos en lo que se pone de pie y el calor de sus manos pasa por encima de mis brazos, en una caricia a la cual respondería aunque no tuviese intenciones de moverme. Siento que mis piernas rozan la silla a mis espaldas y me oigo reír un poco en lo que tomo asiento, quizá con algo más de pesadez de lo habitual — Claro, y diremos también que tú ayudaste en su redacción. Suena convincente — como si no nos conocieran, como si su madre no pareciera reprochar que no puedo dejar de tocarla cuando la tengo cerca, incluso de manera inconsciente, como un imán desesperado. El tacto se ha vuelto costumbre, una necesidad un poco infantil de la cual no pienso despegarme. Respondo a su falsa pregunta acomodándome en el asiento, presa de la mirada que puedo sentir y que me obliga a abrir la boca, aunque no sale ningún sonido de mis labios apenas separados. No encuentro las palabras, así que me trago los pensamientos a los cuales no puedo dar una forma oral y me conformo con eso, con saber que no tengo modo de expresar el calor que me regala.

Estoy seguro de que tus leyes pueden ser mucho más interesantes que la constitución entera — ronroneo, mis dedos acarician los bordes de la silla en ansiedad hasta poner mis manos en su espalda baja. Tengo que echar la cabeza para recargarla hacia atrás, le doy el espacio que necesita para jugar en mi piel y siento como hincho mi pecho y lo desarmo con un suspiro largo. Sé que me estremezco por sus palabras, por su juego y me encuentro cerrando los ojos, demorándome más de lo que pensaba en decir algo — ¿Y qué leyes serían esas? Porque yo tengo un par — tengo que aclararme un poco la garganta, la nuez sube y baja y meto las manos debajo de su camisa para tocar la extensión de su espalda en una caricia que busca abarcar todo lo que puedo de ella — Ambos tenemos determinadamente prohibido el abandonar la cama sin al menos diez minutos de sexo matutino. El que incumpla la norma tendrá que redoblar la deuda a la mañana siguiente. También pondría una ley ecológica que nos obligue a ahorrar agua y compartir la ducha, si te parece bien… — abuso del tamaño de mis manos para empujarla hacia mí y tener su cuerpo pegado al mío, a sabiendas de que me estoy hundiendo en su calor en lo que busco su cercanía tan adictiva — Pero sobre otras cosas, te pido la ley de confianza absoluta. Porque necesito que sepas que estoy aquí, sin quitarme la ropa y dejando que me beses así como si fuera de piedra, porque pretendo que esto se quede así — al menos, hasta que ella decida que no lo valgo.

Me surge una duda, una un poco idiota, nacida de vaya a saber dónde. Tengo que abrir mis ojos y me encuentro con la vaga imagen del techo a oscuras, apenas iluminado por las luces externas que empiezan a encenderse — ¿Alguna vez besaste a alguien a la medianoche? Ya sabes, la tradición de año nuevo. Creo que jamás lo he hecho — al menos, no con esa intención. Sí he tenido historias cuando ya estaba pasado de copas en los festejos, pero creo que eso no viene a cuento en un momento como este.
Hans M. Powell
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Invitado
Invitado
Podríamos…— repito con un susurro, mi sonrisa ensanchándose por lo ridículo que sería encontrarnos con caras de quienes han recibido el año de la mejor manera, increíblemente porque a un par se le ocurrió usar sus escritorios porque no les basta con este, que me niego a abandonarlo por más que lo hagamos causa de nuestra incomodidad y es que me cedió su propiedad hace poco, así que pienso seguir usándolo. Una recorrida por otras oficinas no niego que suena a un plan interesante, sería provocar un pequeño alboroto en un ministerio que se está quedando a estas horas. Pero no puedo pensar en lo que está por fuera de estas paredes cuando me encuentro con su mirada, mi cuerpo buscando acomodarse al suyo, nunca hubo nada más allá de nosotros cuando mi boca caía sobre su piel, buscándolo en todo momento. Y reconociéndolo como si llevara más tiempo que unos pocos meses explorándolo con mis dedos, que en esta ocasión se quedan quietos en su cintura, prensando la tela de la camisa que queda suelta y estrujándola al percibir el frío que se cuela bajo mi ropa, apenas lo siento que reemplaza esa sensación para arrasar con sus manos en un ascenso febril por mi espalda.

Te escucho— murmuro con mi voz enronquecida, acaricio su garganta con mi nariz y pruebo ir marcando el recorrido con mis labios, arañando su piel con los dientes. Le dije que no haría más que besarlo y me deslizo con suavidad por su boca al contestarle. —Diez minutos no me parece justo, exijo que sean veinte—, busco su sonrisa con la mía. —Y lo de la ducha también lo había pensado, ¿has espiado mis notas?— bromeo con una falsa acusación, —Hay que ser conscientes del cuidado del planeta para los que vienen después…— de alguna manera logro hacer un comentario así, sin distraerme de mi cometido de alargar un par de besos y no ceder a esa necesidad a la que reacciona nuestro instinto, a la que exige que atendamos con mis rodillas chocando con los lados de su silla, por esa persistencia en dar con una posición que nos coloque más cerca. —¿Confianza absoluta en…?—. No creo que se me escuche con nitidez, mi voz se va desvaneciendo. Hago acopio del aire que requiero para recuperarme y cuando comprendo que absoluto, se refiere a todo, pestañeo para aclarar mi mirada. —Puedo hacerlo, puedo confiar en ti. Pero cuida esa confianza…— y asumo lo mismo, el compromiso de no traicionar la suya.

No sé de qué tradición me hablas— esta vez me sorprende, tal vez es una que se me escapo de las cosas que se dicen y se hacen desde hace siglos, si de lo que había escuchado hablar era del beso bajo el muérdago en fecha navideña o de la ropa interior de colores para recibir al año, no habré prestado atención a lo que se decía de besos porque hasta el año pasado poco era lo que recordaba entre noche vieja y el nuevo año al ser la fiesta donde corre más alcohol, como si no hubiera irónicamente un mañana. —¿Lo que quieres es que te bese hasta que sea medianoche?— sonrío tan cerca de su rostro, trepando con mis manos por el corte de su mandíbula. —Faltan seis horas, tendrán que ser besos muy largos, sólo habrá descanso para respirar…— lo prevengo, con un suspiro que le comparte un poco del aire que guardo de reserva. —Pero, antes que nada… tienes que escuchar mis leyes — anuncio, encaramándome como para quedar con mi rostro sobre el suyo, más alta de lo que podría parecer nunca si estuviéramos de pie, me abuso de los privilegios de mi posición. —Mi primera ley dice que se anulará toda discreción. Te besaré en el ascensor, en el pasillo, donde sea, delante de quien sea, cuando sea— rozo sus labios como para ilustrar, me demoro apenas dos segundos, entonces me retiro para continuar. —La segunda es la ley seca. Si quieres decirme algo lo harás sobrio y claro, todo lo que digas con dos copas de más no me lo tomaré en serio, que sé lo fácil que caes en ese estado y eres un peligro para ti mismo. Tienes prohibido llamarme borracho para decirme que me amas— puntualizo, esa es de las más serias.

»Y la ley de la poca ropa se aplica a cada vez que estemos solos en la casa. Si hace frío, podemos abrigarnos, pero con la cantidad mínima de prendas para que no se complique el trabajo de echarnos mano. A partir de las diez de la noche, preferentemente debes estar desnudo y hasta las seis de la mañana del día siguiente no puedes volver a vestirte—. Se va ladeando mi sonrisa cuando dejo un beso en la comisura de su boca, me tomo la tarea de volver a aflojar su corbata para que pueda estar cómodo y voy bajando sin hacer ademán de desvestirlo hasta que me detengo en su cinturón, alrededor del cual cierro mis dedos. —Cuarto, me darás sexo bueno y sexo malo, si tengo que reescribir el libro de Rose contigo lo voy a hacer—, lo miro a los ojos para que vea cómo los míos están decididos y tengo que soplar para apartarme los mechones que quieren cubrirlos. —Y la ley más importante, sobre el territorio ingobernable de tu cama. Seguirá siendo un sitio libre de normas, me encargaré de que así sea. Pero deberás reconocerme como emperatriz y me encargaré de expandirlo, de que cualquier lugar donde estemos sea un extensión de ese territorio…— acabo, me inclino sobre él lo suficiente como para besarlo y si no lo hago es para darle espacio a contestar. —No hace falta que aceptes todas, puedo dejarlas en tu escritorio y que las revises. No hay ninguna intención capciosa por debajo, estoy siendo honesta.
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Tengo intenciones de cuidar esa confianza, la he pedido por la simple razón de compartirla. No podemos continuar por este camino si no entregamos fe ciega en el otro, porque cuestionarnos nos pone en un punto delicado que jamás acaba en nada bueno. Aquí estamos, le regalo mi cordura y mi risa, no puedo comprender cómo es que acabé con una mujer embarazada jugando en mi piel en lo que intento mantener la serenidad necesaria para explicar su duda — Hace siglos que se dice que debes tener un beso a la medianoche cuando es Año Nuevo. Hay cientos de frases sobre ello, pero si lo que quieres es besarme hasta las doce, tampoco voy a quejarme — tengo una clara intención de reclamar ese desafío, mi cuello se estira en busca de su boca en lo que ella decide que es momento para robarme el trabajo y proclamar su poder en esta oficina, irónicamente llena de justicia. Se oye un sonido juguetón de mi garganta en lo que dura su beso, pero mis ojos se mantienen abiertos para enfocarme en ella — ¿Me estás pidiendo que todo el mundo sepa que estamos juntos? Porque no tengo problema alguno en besarte en medio del vestíbulo. Sería un buen modo de recordarle a Richard Hannigan que es de mala educación mirar de más a una embarazada con novio presente — ni siquiera sé si las miradas del abogado son por curiosidad a causa de todos los rumores o si de verdad le está echando el ojo, pero me parece una buena excusa; no es como si hubiera necesidad de ocultarse, menos con un bebé en camino — ¿Ni siquiera un poco alegre? Que exigente, Scott. ¿A qué se debe esta ley en particular? Dame tus bases para que acepte las condiciones.

Doy gracias por la aclaración de "solos", aún es extraño el saber que nuestra intimidad ha dejado de pertenecernos y varias personas se han hecho partícipes de esto que empezó como una apuesta. Me demoro en contestar más no por dudarlo, sino porque mi concentración se va por un instante al modo que tiene de aflojar mi corbata, hasta meto un poco de panza por el cosquilleo que me produce el recorrido de sus manos hasta mi cinturón — Me imagino que estás considerando que no siempre tendremos el dormitorio para nosotros solos, pero puedo hacerlo. Sólo si recibo el mismo beneficio a cambio — es la posibilidad de escribir un nuevo libro lo que me quita otra risa, quizá más sonora que las anteriores, delata la calidad de sonido del departamento. No puedo creer que siga recordando mis burlas sobre su poder en mi lecho, pero el modo en el cual habla es lo que me mantiene atento a lo que sale de su boca. No es hasta que se acerca que pongo una mano entre sus labios y los míos, acaricio su suavidad con las yemas en los segundos en los cuales la distancia de nuestros ojos es tan íntima como cuando nos enroscamos entre las sábanas por horas.

Déjame ver si entendí — casi susurro, a pesar de nuestra soledad — En otras palabras, me estás pidiendo formalidad, exclusividad y sinceridad. ¿Me equivoco? — mis dedos patinan de su boca y se posan en el centro de su cuello, donde puedo sentir sus latidos en lo que me inclino hasta rozar mi nariz con la suya — Scott, cuando te besé por primera vez en el mismo escritorio que tienes detrás, supe que serías un problema. Y lo fuiste, porque tomaste las piezas que mantenía quietas y las moviste a tu antojo. No le veo mucho sentido el decirte que te amo, creo que lo demuestro incluso cuando no tengo la intención de hacerlo. Pero de verdad quiero...— tomo aire con una bocanada pequeña, lo largo en su boca en lo que mis dedos se deslizan para sostener su rostro — Pensé en un compromiso simbólico. No una boda, puede no ser un anillo de diamantes. Pero quiero algo que sea nuestro y que deje en claro que estamos juntos, no lo sé. ¿Qué deseas? Lo que sea puedo dártelo — si quiere un estúpido yate como en los viejos chistes, lo tendrá. Si quiere una sortija, puedo dársela. Si reclama mi medianoche, puede darlo por hecho. Y si me quiere a mí, pues eso ya lo tiene.
Hans M. Powell
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¿Así que el beso de medianoche es parte de todo el ritual para la buena suerte? Si lo hice alguna vez no lo recuerdo, no habrá sido nada significativo ni me habrá traído tanta suerte— respondo a lo que fue su primera duda, antes de que le pidiera una explicación que no fue tal, porque no me aclaró nada más allá de que tiene la etiqueta de tradición. —Pero a ti te puedo besar y será por todo lo que hemos pasado este año, será nuestro brindis por todo lo que vendrá. ¿Suena bien? Y puedo hacerlo todas las medianoches de año viejo que nos de la suerte…— me callo a mí misma para no poner en palabras ese futuro al que estamos tratando de poner un par de leyes, porque nos creemos con la potestad de hacerlo y lograr que claudique a nuestra voluntad, que nos reconozca vencedores a todos sus caprichos de poner un fin a esto y nos entregue el tiempo que conquistamos. —No voy a pararme en la azotea del ministerio a gritar que estamos juntos, que los rumores por sí solos hicieron lo suyo, porque no es algo que tenga que ver con los demás. Si el ascensor está lleno de veinte personas y te veo ahí, y te quiero besar, lo voy a hacer— es simple, me río contra su piel por lo que dice. —Y la gente no dejará de mirar, les importa poco los buenos modales, así que estoy de acuerdo contigo, cruzaré el vestíbulo para besarte si alguien te mira…— murmuro, con sus ojos bajo los míos y mis dedos moviéndose desde sus pómulos a su frente, para ir retirando todos los mechones hasta limpiar su rostro, luego seguir la líneas de sus cejas que acompañan a cada una de sus expresiones burlonas, —como si se preguntara qué tan buena es tu boca al tratar de persuadir o como te miro yo. Entonces… ¿eso es lo que quieres ser? ¿El novio de la embarazada?— inquiero, con ese dejo que suena a carcajada contenida, la que hace que mis mejillas se redondeen aún más.

Mis dedos caen de vuelva a su garganta para pensar en una justificación más clara para que entienda el por qué de mi segunda ley. —Se trata de una ley de prevención, no puedes decir algo en un estado en el que luego podrás retirar tus palabras con elegancia cuando recobres la sobriedad. Si lo haces, no lo tomaré en serio así no hará falta que te retractes, pero mejor que no lo hagas. Tienes que ser frontal conmigo,— pido, como cláusulas que se van desprendiendo de una regla que me pareció simple. —Claro que si sobrio me dices que estás loco por mí, también puedes decirlo borracho y te daré palmaditas de consuelo— prometo, —¿Sigue siendo una ley confusa?— pregunto, porque si no le gusta, sé que encontrará la vuelta para descartarla y yo tendré que dar una vuelta más rebuscada para incluirla en otra de las normas. Con otras es más sencillo, la cuestión de la ropa nunca fue un debate entre nosotros, que el pudor tiene más que ver con la presencia de adolescentes y mujeres mayores en la misma habitación.

Me desconcierta un poco que esta charla sobre leyes se haya tornado tan seria, que descuidé mi intención de besarlo como no podré hacerlo a medianoche delante de los demás y mi boca se encuentre detenida por sus dedos para que pueda exponer un resumen de lo dicho, pese a lo cerca que estamos que nos vemos en los ojos del otro, lo estrecho con mi cuerpo para que no quede espacios entre nosotros en la posición que estamos. —No lo pensé en esos términos, ¿es tu traducción legal? Formalidad, exclusividad y sinceridad— repito con un tono de academia, ese que hace que todo esto parezca una audiencia seria y no el rato de asalto que me proponía. —Siempre y cuando se me reconozcan los derechos que conquisté, estaré de acuerdo. Porque conozco cada fracción de tu piel—, se lo podría mostrar con mis labios arrastrándose por su garganta en besos pausados, llegar hasta donde tenga que llegar,  —y vi tus heridas, porque marqué tu cama, invadí tus espacios y creo que podría ser buena gobernando todo eso…—, se lo podría reafirmar de la manera en que nos acostumbramos a hacerlo, si no fuera porque sus manos me retienen, pendiendo sobre su boca de la que tomo el aire que necesito y se lo devuelvo en un suspiro, y es por esto que no podríamos haberlo mantenido como sexo para el olvido, si esa vez estábamos tan empeñados en hacer sentir al otro que no nos conformamos sólo con el roce, quisimos más de lo que cada uno entregaba, siempre quisimos más. Y nada tenía que ver con las cosas que desean otros, no aspirábamos a ser la postal de nada, no se trata de una casa en la playa o de comprar cunas, sino de que se me ha metido debajo de la piel y por eso entiendo cuando no hablamos de una boda, sino de estar con el otro.

Algo que sea entre tú y yo— repito, pensando en ello. —No quiero que sea el bebé, aunque tenga un poco de ambos. No quiero que sea… una condición entre los dos, no estás obligado a mí por el bebé, ¿me entiendes?— se lo pregunto. —No seremos de esos padres que ponen de excusa a su hijo para decir que están juntos, lo estamos por queremos—, espero no estar equivocada en lo que creo que es un convencimiento compartido. —No sé qué ofrecerte que puedas usar ante el mundo y puedan ver que estamos juntos— me sonrío de esto, de tratar de pensar en algo que tenga un significado para nosotros y que pueda ser reconocido por los demás. —Si no quieres un anillo, podría darte un reloj que tenga grabado algo así como Para Hans de Lara— ensancho mi sonrisa, suena irónico si lo pienso aunque no tengo por qué decirlo. Pero un anillo podría ser demasiado, por toda la carga de tradición que tiene. —Y siempre que te digan que tienes un hermoso reloj, podrás decir que te lo regalé yo. Tendrás que regalarme uno también…— explico.
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Tengo intenciones de ser muchas cosas, pero sí, el novio de la embarazada es un buen título si es contigo — ese creo que fue el quid de la cuestión desde que empezó todo esto: era con ella, era conmigo. No había otras personas con quienes podríamos meternos en una aventura posiblemente suicida, pasando por alto las opciones inexistentes. Parece que ni siquiera el alcohol, esa vieja confiable, podría funcionar con ella. Lo medito, encuentro su lógica y me pregunto qué tanto puede afectarme. He hablado de más estando ebrio, he dicho cosas que no siempre resultaron bien y muchas de nuestras meditaciones vinieron de la mano de bebidas que pasaban entre nosotros como un tercero en discordia — No es confusa, pero deberé revisarla con mayor detenimiento antes de dar un veredicto. Muchas de las cosas que digo estando ebrio son honestas y otras en verdad sólo son palabras de un borracho. Es subjetivo y pueden verse muchas lagunas — quedaría en los ojos de quien los ve.

Me sonrío como si hubiese ganado una pequeña batalla, incluso cuando los dos dejamos caer la armadura hace ya un tiempo — Es un buen resumen, sí. Y creo que es algo que podemos darnos — me lo ha dicho en otras palabras, no veo los motivos por los cuales no podemos firmar este contrato. No es necesario que se lo confirme, ella sabe que tocó los sitios donde nadie más se había paseado. No soy el mismo que hace catorce años, cuando creí que enamorarme era la ilusión que me dio la persona con la cuál las cosas se evaporaron por miedos personales. No, esto es muy diferente, como si sus manos me hubiesen marcado a fuego vivo con cada caricia durante todos estos meses. No creía que la gente podía enloquecer por amor, ahora lo siento latente, me asfixia como si estuviese bajo el agua y solo allí pudiese tomar aire. Sabes que eres pleno, pero no deseas abusar de ello — Nadie conoce mejor ese territorio que tú, así que puedo darte la llave de la ciudad para que la cuides por mí — le cedo su mandato, la facilidad para llevarme al quiebre o alzarme con un gobierno privado y próspero. Queda en sus manos.

No, tampoco había pensado en el bebé; es un ser humano aparte de nosotros y creo que, como personas que están decidiendo estar juntas, un hijo no hace a la pareja. Apenas sonrío, meto las manos por debajo de sus rodillas y la acomodo en mi regazo en un agarre ferviente — Pensé en darte un anillo para calmar las cosas que dicen sobre nosotros, lo admito. Pero luego creí que no deseaba pedirte matrimonio por ello, sino porque si alguna vez me caso contigo, necesito que sea porque ambos lo deseamos — lo del reloj no suena mal, tiendo a llevar cosas por el estilo entre el lío de trajes que me catalogan como un sujeto de oficina. Pero para ella, tomo su brazo y beso con cuidado una de sus muñecas — No tengo un reloj, pero... — lo dudo, pero le doy un suave empujón para que se ponga de pie y me permita el moverme. Tengo que acercarme al escritorio para rebuscar en el cajón asegurado, hasta dar con una pequeña caja que, estoy seguro, puede oír antes de verla.

La habitación se ilumina con la punta de mi varita y creo que mis rasgos se distinguen de un modo casi fantasmagórico cuando la encuentro con la mirada, evito esa idea poniendo la varita sobre el escritorio para tener las manos libres — Lo pensé como un regalo de año nuevo, así que no es la gran cosa. Meerah tiene un libro de moda histórica esperando en el armario de la escalera — aún así, muevo mis dedos con algo de nerviosismo antes de abrir el envoltorio y enseñarle el contenido. Como advertí no es gran cosa, un pequeño dije con los engranajes necesarios como para simular el interior de aquellos artefactos que marcan el tiempo y controlan las tonterías que siempre relacioné a ella — Estaba buscando otra cosa y me recordó a tus adornitos. Pensé que te gustaría y, tal vez, es suficiente por ahora. Hasta que consiga un reloj decente con alguna frase cursi en la parte posterior — me esfuerzo por dejar una broma, pero mis ojos están enfocados en buscar alguna señal en sus rasgos — ¿Te gusta? Puedes decirme si lo odias, no voy a ofenderme.
Hans M. Powell
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Muerdo mis labios para no reírme a carcajadas de que tantas indefiniciones acaben en una etiqueta casi cómica de lo que somos, del mismo modo contengo mi pregunta de qué otras cosas pretende ser para ponerlo en la tarea de tener que responder. El cómo firmemos este acuerdo de leyes puede esperar, hay una que no ha quedado clara y tengo que hacer un repaso de las veces en que habló conmigo con el alcohol de por medio para encontrar un argumento que me respalde, tengo que reconocer que no encuentro ninguno. —Nunca sabré si estás hablando con la verdad o sin sentido, eso no quiere decir que no hables. Tendré que revisar si me lo tomo en serio o no, sólo…— si el alcohol es el detalle confuso, busco cómo ajustar las condiciones de esta norma, —las cosas importantes dímelas sobrio y no hagas algo tonto como pedirme que me case contigo esta noche cuando estés borracho— sonrío por la broma, relajo mi expresión para llegar a un acuerdo. —Es una ley que podemos dejar pendiente— propongo y beso su barbilla para convertirlo en un consejo que quede entre los dos. —Nunca hagas apuestas sobre el futuro a riesgo de embargarlo por culpa del alcohol, quiero que cuidemos esto— musito, con mi mirada escondiéndose de la suya al bajar por su piel expuesta por encima del cuello de la camisa.

Mentiría si dijera que puedo estampar mi firma debajo de esas tres palabras como si las viera como nada más que palabras, cuando sabemos lo mucho que hemos recorrido para ponerlas entre nosotros y que se sientan como un compromiso en el que pone toda su confianza, así que también pongo de la mía. Y no lo hago porque así lo diga la tercera ley, sino porque estamos en un momento que vacila entre lo que fuimos y lo que podríamos ser, me sujeto a él a donde sea que esto también nos lleve. Tendría que cuestionarme un poco el que sea una charla que se dio en medio de sexo frustrado, con una desigualdad en cuanto a que tanta ropa lleva puesto cada uno, a que yo tenía intención de burlar su sentido de la ley y no me esperaba esto. Pero si lo pienso bien, no se siente para nada fuera de lugar que sea su despacho donde hagamos leyes para los dos, que sea aquí y no frente a ningún juez del Wizengamot que hagamos las promesas que importan. Porque no hay nada que pueda decir que tenga más validez que decírselas a él, susurradas contra su piel, ocupando su sillón en esta oficina en la que una vez vine como una visita más, de esas que vienen con el propósito de desordenar sus papeles, para acabar irrumpiendo todas las veces con la impunidad que él me cede y nunca lo hago para buscar al ministro, sino al hombre hacia el que camino sabiendo que no soy irrompible y que tiene el poder de hacerme pedazos si quiere. Puedo sólo caminar hacia él con su mirada sujeta a la mía, murmurar una de esas promesas que nunca hice, ni quise hacer, porque no creía que se pudieran cumplir y detesto las promesas hechas para romperse. —Puedo hacerlo, puedo cuidar esto…— al decirla se siente como una certeza, una promesa que puedo cumplir. —Puedo amarte de una manera en la que nunca, en otros tiempos, volverás a encontrar.

Sé que suena a la promesa de un todo que se merece por estar ofreciendo de sí mismo más de lo que sé que se creía capaz de dar, y por debajo de mi capricho declarado de querer más de lo debería pedir está la misma intención de dar tanto de mí, que si esto acaba mal y perdemos todo lo que pusimos en riesgo, presiento que nos quedará algo peor que nada, puedo vernos miserables y me rebelo a esa visión con toda mi fuerza. No digo nada a su comentario sobre un anillo, a su deseo y a la importancia que le da a un matrimonio, porque no podría hacer un chiste sobre eso y comparto su seriedad que lo hace una cuestión que queda exenta de esta conversación, aunque esa misma seriedad sea puesta para definir algo que va más allá de nosotros mismos, de nosotros hacia los demás, y que vuelve a ser algo de nosotros, tan íntimo que no creo que pueda entenderse por fuera de estas paredes. Devuelvo mis pies al suelo al incorporarme para darle el espacio que necesita al abandonar su silla y dar con los cajones de su escritorio. Me encuentro más callada de lo que podría esperarse de mí, después de que a mi sugerencia de darle un reloj, responda con algo que guardó quien sabe cuándo y por alguna razón cree que podría servir. El silencio que se alarga al ver de qué se trata es toda la contestación que puedo darle ante su duda de si me gusta o no. Tengo que buscar su escritorio a mi espalda para apoyarme en este y que mis manos se cierren en el borde así puedo sostenerme, mi garganta ardiendo ante la imposibilidad de decir algo.

Cuando por fin encuentro mi voz, creo que han pasado las seis horas que restan hasta la medianoche, y tengo a las manijas sonando en compás en mi mente como si pudiera escucharlas en esos mismos pequeños engranajes que me muestra y toman la forma de un dije que podría llevar a cualquier lado colgando de mi muñeca, sobre esa piel que cubre mis latidos. —Es muy irónico…— murmuro, —que lo tengas guardado en un cajón de tu oficina…—. Es una frase incomprensible, lo sé. Meneo mi barbilla para que sepa que no es algo a lo que tenga que dar un sentido, lo libro de esa tarea al dar un paso hacia él y atraigo su rostro con mis manos para tirar de sus labios en un beso da más de lo que pide. —Es perfecto y quiero que sepas que nunca he usado ni volveré a usar esa palabra, porque es perfecto en serio— se lo digo en un susurro que queda en medio de otro beso, uno que sigue siendo amable al alcanzar la comisura de su boca y subir por su mejilla. —Es la pieza que me faltaba— digo con una sonrisa que se siente en mi voz. —Pero lo usaré para mí, no como algo que demuestre que estamos juntos ante los demás…— digo, mis manos bajando por sus brazos hasta sus muñecas y con cuidado recojo la caja con el obsequio para colocarla en una esquina de la mesa, a salvo de nosotros. —Yo buscaré un reloj para ti, uno que haga cumplir los veinte minutos de todas las mañanas, que se tome en serio las diez de la noche y las seis de las mañanas...—. Tironeo de sus manos para entrelazarlas con las mías a mi espalda, haciendo del escritorio el soporte que necesitamos para que me abrace mientras pruebo sus labios y lo insto a seguir mi boca al interrumpir el beso. —No sé cómo sentirme…— digo, —de que hayas pensando en regalarme así, que ni siquiera lo entiendas, siento que he fracasado como un imposible— lo hago parecer una broma.
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Hans M. Powell
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El silencio me aterra, tengo el impulso de preguntar si es tan malo como para que no diga nada y creo que paso el peso de mi cuerpo de una pierna a la otra en movimientos inquietos. La primera respuesta es desconcertante, en mi cabeza suena como un comentario que tengo que responder con la mayor lógica que soy capaz de poseer — Bueno, lo compré viniendo al trabajo y creí que estaría más seguro de que lo encuentres aquí que en casa — compartimos dos dormitorios, no soy muy creativo para esconder regalos así que la sorpresa se habría arruinado en segundos. Pero me besa, me da cierta esperanza a no haberla cagado y me tironea una sonrisa en declaraciones que me hacen sentir un poco más acertado, en casa aspecto de la palabra — Es solo un dije, Scott… — siento la gracia en el susurro que se pierde cerca de su boca porque no veo demasiada perfección en ello, pero la aceptaré si eso es lo que le causa. No sé qué pieza le faltaba, yo estoy seguro de que mi vida se ha estabilizado hace algunos meses y ya se lo he dicho hasta con señales de humo.

La insistencia en sus normas me produce una risa en lo que acomodo las manos allí donde las quiere — Tendrá que ser un reloj personalizado, entonces… — busco una broma en su boca, la presiono con un beso casi casto que interrumpo con un ligero mordisco, uno que ella a su vez interrumpe con más palabras que carecen de sentido para mí. Uso su frente como apoyo de la mía, no estoy seguro de que pueda ver cómo es que arrugo un poco la frente a pesar de mantener la sonrisa en un intento de darle algo de forma a todo esto — Pues vas a tener que explicarlo, porque yo no veo ningún fracaso. Hacerte un regalo es otro modo de expresar lo mismo que busco al hacer tostadas para nuestros desayunos — cuando no tenemos a nadie que las haga por nosotros, lo que irónicamente estuve disfrutando al tener tan buena vista en el distrito cuatro — Es solo… pensé que era algo que te gustaría y quise traértelo. Pero si quieres sentirte de alguna manera, solo tómalo como que te quiero lo suficiente como para acordarme de al menos una cosa que se relacione a ti — suena bromista, pero no lo es tanto. Mis experiencias haciendo regalos son pocas y ya demostramos en el cumpleaños de Meerah que se me da muy mal.

Amago a buscar su boca una vez más, pero el sonido lejano de gente sonando algo parecido a alguna trompeta de año nuevo en las calles, subiendo gracias al viento, me hace reír entre dientes — Anticlimático — murmuro divertido, paso algunos dedos por su nuca en un intento de peinar algunos de sus cabellos — El año pasado, en esta misma fecha, me estaba juntando con otras personas. Muchas de ellas ya no están — no es necesario que las nombre, no con la cantidad de bajas que hubo desde el atentado de septiembre — Y sé que no fuimos una historia clásica. Tuvieron que pasar siete años para que me fije en ti como algo más que un buen negocio, si me perdonas la expresión — esa era la idea, al fin de cuentas; sé que para ella siempre fui un idiota con traje y, aparentemente, también con cara de muñeco de torta — Pero, de verdad, me gustaría que este sea el primero de muchos brindis de año nuevo. Y sé que no soy el mejor sujeto del mundo, pero con toda la mierda que está sucediendo y considerando de que no necesitamos a un juez para esto… — la ironía me pinta la risa en el tono de voz en lo que tomo con cuidado su mano. Estiro sus dedos, colocándolos sobre mi pecho para presionarlos con suavidad — Creo que tengo la autoridad suficiente en este lugar como para asegurarte que haré lo que sea para que tú y mis hijos tengan la mejor de las vidas. Tómalo como un voto extraoficial, en la extraña situación de haber fallado en tener sexo sobre este escritorio y acabar hablando de este tipo de cosas. Ahora… — esta vez soy yo quien busca sus labios, los presiono un momento más de lo normal — Quítame el cinturón y vayamos a ordenar al universo a ver quiénes la pasan bien esta noche. — porque para hablar, tenemos todo el tiempo del mundo. Para estar solos hasta que se vuelva más grande y luego acabe habiendo un bebé entre los dos, falta demasiado poco.
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Es solo un dije— concuerdo con él, escondiendo en mi sonrisa el por qué de la ironía o que no lo tome como una pieza más, de esas que podría comprar por mi cuenta en las tiendas donde suelo conseguir los artilugios mecánicos que se van acomodando en fila en mi colección privada que parece un escaparate de juguetes. —Pero te confieso que por un segundo de pánico pensé que ibas a sacar un brazalete caro y me estaba preguntando cómo demonios fingir que me gustaba— reconozco. Es gracioso que diga que ver los delicados engranajes le hizo pensar en mí, puedo asumir con alivio que he hecho las cosas bien con él si lo consideró como obsequio en vez de otras cosas más exageradas o costosas que me habrían hecho reír, pero no conmoverme por ser capaz de encontrar bajo mi piel esos lugares que están velados y llenar ciertos vacíos con piezas que compra siguiendo un presentimiento, que no creo que sea tal.

Por complejos que seamos y lo complicado que se hace entender al otro, porque su mente nunca va a comprender cómo funciona la mía y muchas de las cosas que digo no tienen un sentido claro para él, logró llegar hasta mí. Y son gestos que me dicen que todo este tiempo estuvimos moviéndonos hacia este momento, hacia el otro y que se trató de que fuera él, no alguien más. —No es algo que tengas que entender, muchas de las cosas que hacemos con una intención mueven otros mecanismos de los que no somos conscientes, que están desde antes, es…— tomo aire para encontrar una expresión más clara, menos confusa de lo puedo ser. —Las piezas se van acomodando en los lugares que deben ser, eso es lo que quiero decir. Piezas que ni siquiera sabíamos que nos hacían falta. O porque creímos que nunca habría una que pudiera encajar— entrecierro mis ojos tan cerca de los suyos, preguntándole si me sigue o puede al menos sacar en limpio lo que importa, de que por él y a través de él llegó hasta mí algo que no esperaba, que no sabía que me hiciera falta y es que no creí estar hecha para enamorarme de alguien de la manera en que me descubro amándolo. Después me preocuparé por el tipo de final reservado para un sentimiento así, después de que mi boca se canse de exigir por la suya y cuando pueda tener quietas mis manos por más que sienta en todos mis nervios como su cuerpo se va inclinando sobre el mío.

La algarabía de fin de año en las calles trata de colarse en nuestra reunión privada y lo que dice no hace más que llevarme a notar en el lugar tan distinto al que me encontraba en diciembre pasado, cuando la deuda hacia él me provocaba la sensación de que en cierto sentido nada me pertenecía y le debía incluso lo que no tenía. — Creo que ni una sola vez en esos siete años te mandé mi saludo por Año Nuevo— y si mis recuerdos nebulosos no son tan desacertados, lo que recuerdo es haber maldecido sobre ese acuerdo que se renovaba cada año en medio de mis propósitos y proyectos, lo que justificaba un poco más de alcohol y pensar en las muchas maneras en que se podría secuestrar y hacer desaparecer a cierto juez. —No tienes que disculparte, no te veía más que como un idiota que jugaba con mi suerte y si tenías el descaro de sonreírte me daba ganas de ajustar con más fuerza tu corbata— bromeo, aunque mis intenciones eran reales en ese entonces, tan distintas al presente en que tironeo de la misma prenda que evoco, pero para quitársela. —Mirábamos hacia otras personas y otras direcciones en esos años como para vernos— lo digo en un susurro que se desliza igual que su corbata al suelo y mis manos lo buscan para traerlo hacía mí en otro beso que queda pendiente, porque su promesa se impone entre ambos.

Siento bajo mi palma los latidos de su pecho a los que mis respiraciones tratan de acompasarse, como estoy tratando de que mi vida se entrelace a la suya y no sé qué nos hace tan decididos de creer que podemos tomar este momento para prometernos lo que se rebela al caos del que todos somos parte. —Me siento mal por haber venido a esta oficina buscando sexo y haberme encontrado con tus intenciones tan serias— digo como una broma que puede reconocer en mi mirada, esa que no pierde el resplandor de humor pese a que cambia por una picardía más oscura. —Supongo que es hora de hacer las cosas bien y comenzar a dar un orden a todo este lío— estoy de acuerdo, mis dedos tomando posesión de su tarea y en nada hago que su cuerpo gire con el mío para que choque su cadera con el escritorio. Presiono con mis dedos allí donde el cinturón queda abierto, indicándole que quiero que se recueste en la mesa así puedo trepar por su cuerpo y recobrar mi posición sobre él, no cubriéndolo, sino sentándome de modo que puedo ver desde lo alto todo lo que he conquistado y se me va el aliento. —O tal vez podamos permitirnos un poco más de nuestro caos antes de medianoche—. Ese que nos hace ajenos a todo lo que está pasando a fuera, a lo rápido que avanza todo, a las muchas personas que van y vienen, que llegan de improviso para sacudir lo bueno que estamos tratando de tener o que se van para no volver. En algún lugar todas las promesas son gritos de rebeldía a un universo caprichoso que nos encuentra y nos desencuentra, al que le decimos que estamos donde queremos estar, con quien queremos estar, encontrando la manera de acomodarnos con un chiste de por medio de que ya no es incómodo. Entregándonos como los estúpidos y desenfrenados que demostramos que podemos ser, a todo lo que puede acabar mal, porque creemos que lo podemos hacer bien. Y lo creo, por un momento lo creo, por culpa de mi temperamento, de que si es con él puedo hacerlo y valdrá la pena.
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