The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Recuerdo del primer mensaje :

Días antes de Navidad...

Solapo la culpa propia que me remuerde, con una indignación tan furiosa que me tiene arrojando cosas en el fondo del garaje de la casa en la playa. Muchas de las cajas se están moviendo y apilando en orden contra las paredes por un par de hechizos de mi varita, pero necesito escuchar el sonido metálico de las herramientas golpeando superficies para calmar a los gritos que están resonando en mi mente. ¡Esa perra maldita! ¡Todo este tiempo esperando el momento! La sangre me palpita en las venas con un enfado que me haría tirarle las cosas a ella, pero no creo que pueda, porque está muy cómodamente sentada en un sillón de privilegios ahora. ¡Si es que será zorra! Me digo que tengo que calmarme, que cuando me descuido me asalta el pensamiento de que si no hubiera estado jugando a las casitas en otros distrito, podría haber estado más pendiente de lo que ocurrió en el mío, que quizás no tendría que haberme ido, vamos, que si no hubiera quedado embarazada seguiría allí, encerrada en ese taller, puede que hubiera dejado de ver a Hans después del verano, que teníamos demasiados puntos de desencuentro y eso hubiera terminado por distanciarnos, que arrancarse de la piel a una persona duele, pero se consigue. A menos que se haya metido por debajo de esa piel por culpa de un sentimiento que se volvió más intenso y es cuando lo pienso que deslizo mi mano por mi torso hasta detenerla sobre mi vientre, tomo un par de respiraciones para serenar la rabia que no me está haciendo bien. No nos está haciendo bien.

Me tomo tres minutos para pensar, los cuento mientras sigo con la mirada el cambio de números en el reloj digital que está sobre la mesa hecha de hierro en la que están todas las carpetas que logré rescatar, porque si esa perra cree que le voy a dejar algo, está equivocada. Desperdicié demasiado tiempo en muchas cosas, estuve girando con una rueda que no me llevaba a ningún lado, archivé proyectos de mi padre que quedaron inconclusos y nunca volví a los míos que eran de mi época de estudiante, cuando tenía la cabeza más llena de ideas. ¿Qué si perdí el taller del distrito seis? —Haré mi maldito puto taller con juegos de azar y hombrezuelos— mascullo, mordiendo cada una de esas palabras con mi enojo sentido, que me carcome entera y busco el apoyo de esté bebé bajo el contacto de mi mano. Más que tener mi propio lugar para trabajar a solas, que sé que puedo hacerlo, no tengo todo la infraestructura que se necesita para montar algo así. No quiero pedirle a Mo que colabore, porque prefiero que siga motivada con sus planes de retiro, para los que la veo en serio entusiasmada. Haré algo mucho mejor, algo que me abrirá muchas más posibilidades, lo que he barajado cuando se abrió la posibilidad en el ministerio y la tomaré ahora, por mí. Que si a mí se me acaba el camino, si me lo rompen, me bajo del jeep para subirme a una escoba y vuelo, malditos.

Creo que se escucha demasiado fuerte el golpe que doy con mi palma contra el metal de la mesa. Miro por encima de mi hombro al percibir la presencia de alguien más, que dejé la puerta del garaje levantada y seguro que se escuchaban los ruidos hasta la playa. Suavizo la expresión feroz de mi rostro al notar de quien se trata, como puedo improviso una sonrisa. —¡Phoebe! ¡Lo siento! No me di cuenta…— me disculpo, apartándome de todo el amontonamiento de cosas al fondo para bordear el jeep wrangler y acercarme a ella con el frío llegándonos desde el exterior. —Como verás, sigo con mudanza de cosas…— suspiro, creo que se percibe un poco por mi tono, que esta no la disfruto tanto como la otra. —¿Todo bien?—, que extraño que esta pregunta salga de mis labios, pero se me da natural con Phoebe que con su presencia ha bajado en tres niveles mi enfado y ya casi lo tengo bajo control.
Anonymous
Invitado
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Tan siquiera la mención a su padre me estremece, hace que ahogue una respiración, porque es el miedo que suelo advertir ensombreciendo los ojos de Hans y también lo percibo en la voz de ella. Me cosquillea la palma de mi mano dentro del abrigo para buscar la suya, así que la expongo al frío de la playa hasta rozar su palma y sujetársela en un gesto cálido que la aliente a contarme lo que quiera hasta que todas sus inquietudes sean dichas, esas que se han quedado importunando entre sus pensamientos. Desde siempre he buscado el contacto para hacer llegar parte de mí que nunca podría con palabras que no encuentran la manera de materializarse en mis labios. —El tiempo también juega con las percepciones, a veces que tenemos de nosotros mismos, puede que por eso los veas en edades diferentes. Hay quienes dicen que la percepción son gafas que nos colocamos, si la retiráramos, no hay tiempo, no hay edad definida para nadie…—. Sólo energía, confusa, caótica, liberada. Sonrío para suavizar mi explicación teórica sacada de algún discurso de profesor de academia y trato de hacerlo un poco más humano, más cercano a ella. —Supongo que es inquietante no poder ver con claridad donde está la frontera entre un miedo y una predicción, si crees que la terapia podría ayudarte a esclarecer algunos miedos, inténtalo…—. No seré quien le diga que no creo en la eficacia de psicomagos, me muerdo la lengua, porque me vendría bien un par. El problema es que todavía creo que puedo por mi cuenta. —Lo más importante de todo que creo que debes tener presente, sea miedo o predicción, es que Hans te ama por encima de muchas cosas, eres su hermana pequeña y te protegerá a toda costa, de lo que sea—. Acaricio su mano con mi pulgar y le sonrío al liberar su mano, le dije hace poco que ella era una de las virtudes de su hermano, entender lo mucho que la quería cambió mi mirada de ver ciertas cosas y al final siempre se trata de eso, de tratar de comprender, sea lo que sea lo que le asalta por las noches y toma la forma de su padre, espero que pueda llegar a entenderlo para que pueda abrazar a la niña que fue.

Porque el propósito de avanzar hacia el futuro lo tiene, se escucha tan decidida que frente al mar parecemos un par de entusiastas que están a punto de ponerse a gritar algo así como «¡Voy a por ti, mundo!», pero no tenemos quince años. En ese entonces sí le gritaba al mar, a los precipicios al pararme en cornisas, a las nubes cuando las atravesaba al volar con mi escoba, dentro de la ducha del baño y Mohini me contestaba desde la cocina. Tenía muchos gritos atrapados en mi pecho, ahora no, en este preciso momento no. —Carpe diem— es lo que digo en cambio casi como un suspiro, reafirmándolo ante Phoebe y repitiéndolo porque me viene bien. —Cada día lo hacemos nosotros—. Respondo a su mueca con una carcajada, que trato de no meterme mucho con su hermano con ella y más que nada para salvarla de la incomodidad, pero es tentador hacerlo. —¡Qué va! No le diré eso, lo tomará como un halago complicado de mi parte y me pondrá una mueca. Los cumplidos a su cabello son lo seguro, creo que seguiré con esos…— bromeo, que el sentir que hablamos en idiomas diferentes muchas veces hace que busque la manera más simple de darme a entender. Y no creo que funcione del todo a veces, somos criaturas confusas, todas. Debe ser la particularidad de que cada quien está atrapado en su mente, atravesado por leyes que le son propias. De todas, podría apostar en broma que la de Hans es la única estructura que se rige por cierta estabilidad. El resto somos puro desorden. — Si te sirve, puedes hacerlo. Si se vuelve una presión, no— le aclaro, sobre la idea de llevar un diario, que no es más que eso, un diario. Así como lo es un psicomago, son solo herramientas para que por nuestra cuenta lleguemos a las conclusiones necesarias para dar un sentido a todo. —También podemos hablarlo, siempre que quieras. Si eso te ayuda— me ofrezco, que somos vecinas y cuando esté en los últimos meses del embarazo no me veo moviéndome mucho de cualquier silla, que con la cantidad de postres que me llevo a la boca, volverá el rumor de que espero trillizos.

Pienso en el posible error que cometí al hacer referencia a la manera en que percibimos el mundo en nuestra infancia, puesto que la de ellos se interrumpió por la tragedia. También el cuento parece inadecuado, cuando entiendo que ella en el fondo estaba pensando en aquella pesadilla sobre su padre. Trato de todas formas de prestar atención a lo que me dice, aunque lo otro lo tengo como un pendiente. La miro con curiosidad cuando habla sobre el engaño que nos hacemos como adultos, sobre las justificaciones a nuestras estupideces y me reconozco en ello, en mi eterno lema de que soy dada a las estupideces, creo que para anticiparme a lo que pueda salir mal y poder tomármelo a risa. ¿Mi niña era más honesta? Sé que ella iba de cara al mundo, mentirse a sí misma no era posible porque le gustaba que las cosas estuvieran claras, era impaciente y determinante. Lo blanco es blanco, lo negro es negro. Los grises aparecieron después como un nuevo tono. Esos límites difusos sobre los que caminar, como si fueran una cuerda y yo una funambulista. —He luchado por muy pocas cosas, Phoebe— confieso, —Luchar como para exponer mi piel a heridas y a riesgo de lo que sea, muy pocas veces— meneo con mi cabeza de un lado al otro. —Necesito creer en algo que sea más poderoso que mis miedos como para que me lance a la batalla y pocas cosas tienen esa fuerza— explico. Mi mirada adquiere un brillo diferente, de una valentía que no siento para mí, sino para ella, cuando sigo: —Pero si yo puedo hacerlo, también creo que si es cierto que las memorias y el pasado nos rigen de alguna manera, ni a ti ni a tu hermano tienen que cubrir como una sombra. Enfrentarnos también a un pasado que es enemigo, nos hace más fuerte, mejores, y nos permite tomar las decisiones que nos alejen de quien podríamos ser si solo nos dejáramos arrastrar…— sigo el movimiento de la marea, que en su vaivén siempre regresa al horizonte como si algo lo atrajera, pero se rebela a ese tirón, lo rompe y se acerca otra vez a la orilla. Terminaré creyendo, en serio, que el destino no está en nuestras manos porque mi línea del corazón diga algo y mi línea de la mente diga otra cosa. Sino porque son las manos con las que construimos nuestro día a día. —Se trata de elecciones, entonces— en qué creer y en qué no, por qué luchar y por qué no, contra quiénes luchamos, quiénes son los enemigos y quiénes son la familia.
Anonymous
Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
Creo que no llego a asentir ante sus palabras, pero la mirada que le dedico dice bastante de cómo me siento con respecto a sus palabras de apoyo y le dedico una sonrisa bastante honesta cuando su mano entra en contacto con la mía. Se me rebaja un poco la curvatura al pensar sobre qué tanto sería buena idea hablar de esto con alguien ajeno a todo lo que ha ocurrido y tiene lugar en mi vida. Sé que la mayoría de gente me considera una persona reservada, sobra decir que me he guardado muchas cosas para mí a lo largo de los años y coger confianza con alguien me cuesta una barbaridad al principio. Creo que todo revuelve entorno a la seguridad que siempre he necesitado sentir para funcionar, una que podría venir dada de la mano de cualquier cosa, no necesariamente una persona. También sé que eso es algo en lo que debería de trabajar por mi cuenta, o con ayuda, ya puestos, pero no sé hasta qué punto podría sincerarme con alguien que no conoce ningún detalle de mi vida como para entender por qué hago las cosas como las hago o por qué me siento vulnerable en ciertos aspectos. — Lo sé, siempre lo ha hecho, o intentado al menos, pero hay muchas cosas de las que no puede protegerme, no creo ni que nosotros mismos seamos capaces de hacerlo llegado un punto. — Suena un poco desalentador después de lo que ha dicho, pero me siento obligada a ponerlo en voz alta porque es una verdad que tiene demasiada intensidad. Me gustaría creer que podemos proteger a aquellos que queremos, no importa lo que ocurra, pero he vivido lo suficiente como para saber que, tristemente, no es así.  

Vuelvo a esconder las manos dentro de los bolsillos de mi abrigo y froto contra la tela en busca del  calor que no han encontrado fuera y la miro de lado, con el pelo revoloteando por mi cara a causa del viento y en fallido intento de mantenerlo sujeto tras mis orejas. Me río por la tontería del pelo de mi hermano, que no hubiera considerado foco de cumplidos que le gustasen y creo que lo demuestro por el modo que tengo de mover un poco la cabeza al poner los ojos en blanco. — Mientras no bromees sobre su nariz… — Creo que ya es algo que hemos comentado en otras ocasiones y que me sigue haciendo una gracia tremenda, a pesar de que Hans y yo compartimos ciertos rasgos que me deberían hacer no querer sacarlos a relucir, pero que por simple diversión vale la pena bromear al respecto. Respondo a su ofrecimiento con una sonrisa más tranquila, cuando la miro pensando en lo extraño que se ha vuelto todo en los últimos meses, como si alguien hubiera puesto mi vida patas arriba y vuelta abajo y yo solo esté tratando de organizarlo todo de nuevo con algo más de sentido que antes. Porque ni en un millón de años hubiera creído que yo, la niña a la que de un día para otro se lo arrebataron todo, esté volviendo a reconstruir su historia. Y sé que esa historia aun no ha terminado, pero es un bonito cuerpo de enlace el que estoy ayudando a escribir.

Coincido con su teoría porque hasta el momento yo tampoco he encontrado motivos por los que luchar y arriesgar mi vida por ellos, o sí lo hice en su día y lo que yo consideraba supervivencia simplemente fue mi modo de lucha, una que no me había planteado hasta ahora que Lara lo menciona. — Me gustaría poder hacerlo, quiero hacerlo, pero a veces siento que ese capítulo de mi pasado se cerró sin que tuviera la oportunidad a hacerle frente, ¿entiendes? — Como alguien que salta una escena en una película de terror porque no quiere hacerse cargo de las imágenes gráficas que puedan importunar su mente y prefieren no enfrentarse antes que lidiar con ellas. Aunque no me siento del todo identificada con ese ejemplo porque no yo no escogí saltar, me obligaron a hacerlo. — Sé que el pasado no nos define, nos forma, pero en ningún momento nos define. Por eso también sé que no hay nada que pueda hacer para cambiar lo que soy, y mi padre no me define, soy quién soy ahora por lo que he vivido y por lo que he tenido que hacer frente, pero no por él. — Lo último lo digo con un poco más de firmeza, como si con eso quisiera demostrar que no hay nada de él que me represente como estoy segura que muchos creen que lo hace. Yo sé que no voy a darle la satisfacción de dirigir mi vida una vez más, esté donde esté, muerto o vivo. Y aun pensando todo esto, soy consciente de que me importa más de lo que hago ver.

Asiento con la cabeza, segura en la idea de que somos nosotros quiénes elegimos hacia dónde seguir, y cómo hacerlo, después de todo, solo nosotros nos conocemos lo suficiente para ello. Es entonces que la miro, cogiéndola del brazo para que me preste atención a pesar de que ya lo está haciendo. — Y yo creo que escogiste bien, Lara, de querer tener este bebé con mi hermano, independientemente de que sea un grano en el culo a veces, o de que te ponga de los cohetes como sé que lo hace porque soy su hermana y créeme, yo exploté en chispas en más de una ocasión, bastante literal, además. — Bromeo, ganándome una risa vaga por el camino, que recuerdo muchas cosas de mi hermano de niño. — Pero también es bueno y amable, debajo de todo el ego que se le sube a la cabeza cuando se pone pesado. Y será un buen padre, como ya lo es con Meerah, porque si hay algo de Hans es que cuida a quiénes quiere, aunque a veces no lo veamos, y a ti te quiere, Lara. — Ya se lo dije la vez que nos conocimos, que mi hermano puede ser muchas cosas, pero es alguien que merece la pena. Lo que no sé es por qué me he puesto tan sensiblera de un momento a otro, hecho que me lleva a desprenderme de su brazo y liberar mi cuello de toda tensión sacudiendo un poco la cabeza. — Cómo estoy segura de que ya sabrás, así que no sé por qué te estoy diciendo todo esto en primer lugar. — Suelto una risa nerviosa, casi como si no pudiera creer que le esté vendiendo a mi hermano como si no lo hubiera escogido ella ya con este bebé.
Phoebe M. Powell
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Lo sé— se lo reconozco. —Habrá cosas que nos lastimarán de todas formas, a pesar de los intentos que hagan otras personas de protegernos o de que queramos mantenernos a resguardo por nosotros mismos— asiento con mi barbilla, esa que ha dejado de ser tan marcada a medida que mis mejillas se fueron ensanchando dando una forma más ovalada a mi cara, el mismo tiempo que se fue acentuando mi distancia con cosas que solían importarme y no es que hayan dejado de hacerlo, lo que sucedió es que encontré algo a lo que debía cuidar al menos los nueve meses en que gran parte de esa responsabilidad depende de mí. Y eso sigue sin salvarle de todos los riesgos que podrían ocurrir. Pero no pienso únicamente en el bebé, sino en lo que aprendí en un lapso de tiempo que parece tan breve y a veces tan largo. —Solía asustarme mucho de que siendo una chica fuerte, hubiera algo que expusiera lo vulnerable que en realidad podemos ser las personas que nos mostramos fuertes. Tuve que pensarlo mucho, entender que encontrar nuestra fuerza siempre viene después de reconocernos débiles y lastimados. Y saber que hay alguien en algún lugar, que daría lo que fuera por protegernos, saber que está… ayuda mucho a encontrar la fuerza cuando estamos solos…—. Supongo que eso es lo que trato de decirle, que podríamos estar ahí para ella si así lo que quiere, que intentaremos estar, que es cierto que no siempre podremos, que a las desgracias les gusta tomarnos con la guardia baja. —Porque no estamos tan solos como a veces creemos, me costó mucho entender que habrá personas que estarán, tal vez no luchando codo a codo contigo en las batallas privadas, pero sí cuando vuelvas a casa.

¿Y qué hay de que incluso vivimos en el mismo barrio? Podemos pasarnos de su casa a la mía, como si tuviéramos trece años, llamarnos desde las ventanas y si Mohini pudiera verlo se sentiría muy complacida, que a sus ojos siempre somos niños y hasta nos prepararía una merienda. Me sonrío por esa imagen pintoresca que daríamos, es pintar con toques de amarillo sobre un lienzo de profundo azul, mirar a este mismo mar que se arrastra pesado ensuciando la arena y tratar de vislumbrar velas blancas de algún bote, esbozar una sonrisa a la tempestad que va oscureciendo la línea del horizonte, porque no podemos detenerla y toca hacerle cara. El frío que trae el viento me estremece a pesar del abrigo, seguro que debo tener mi nariz roja, congelada. — Me agrada su nariz— le digo, como si fuera un tema tan serio como todos los demás, un sesgo de humor cruzando por mis ojos. —No sé si tanto como para que lo herede el bebé, pero… no está mal— digo a chiste. Y es poder reírnos de estas cosas bobas lo que impide que nos ahoguemos en nuestros males, cuando el clima no hace más que empeorar. El viento lo que consigue es traer de lejos algunos olores, así como la memoria se emperra en los recuerdos angustiantes con los que se debe convivir el resto de los días, pero es cierto que no nos definen, lo que hacen es formarnos, a pesar de lo que duelen, los necesitamos para ser quienes somos y fortalecernos en esto. Pero mucho de lo que elegimos ser, depende de nosotros. —Me recuerdas a una mujer que una vez conocí— le digo, abrazando mi cintura para darme calor. —Ella solía decir que cada cicatriz le recordaba que estaba viva, le daba otra interpretación en ese entonces, una diferente ahora…—, como casi todo, todo fue teniendo otro sentido para mí y no creo que sean cosas de las que se pueda decir que hay un significado acertado y uno errado, depende de las experiencias de cada quien.

Sonrío para darle la razón cuando me dice que hice bien en querer tener este bebé con Hans, lo sé, lo protegerá de una manera en la que no confío siquiera de que yo pueda hacerlo, que no confío en que lo haga nadie más en este mundo de locos en que muchos creen tener la razón en cuanto a su nobleza, la misma nobleza de la que desconfío porque sé que todos se vuelven crueles con quienes creen que es el enemigo. Mi risa acompaña a la suya y ambas se pierden en el aire helado, mi semblante tiene un ligero cambio al oírle decir lo último. —No creo que me arrepienta de haber elegido tener un hijo con él, pase lo que pase, por peligroso que se vuelva todo,… porque he visto como las quiere a ti y a Meerah, sé que cuida a los que ama— en todo eso puedo estar de acuerdo con ella, el sentimiento por su familia es lo que amé en él, y aunque también le llevó a cometer errores, me encontré capaz de entenderlos, al punto de que lo elijo porque acepto todo eso. —Pero hay maneras distintas de querer. A ti, a Meerah, a este bebé, los querrá de una manera en la que no importa qué hagan o qué suceda, seguirán siendo su hermana y sus hijos y su lealtad es imperturbable— explico, en un tono un poco lejano. —Después está la manera en que nos queremos y es diferente, un día él o yo podríamos hacer algo que… haga que dejemos de querernos. No por capricho, sino porque nos volvemos susceptibles a cosas que con otras personas no. No sé si me entiendes a partir de lo que es tu relación con Charles, se trata de cuando amas a alguien y apuestas por esa persona…— busco un atisbo de comprensión en ella, que no espero ver porque tal vez sea mi pesimismo hablando, como una voz en eco, a la que me impongo, claro. —Pero sí él ha sabido mantenerse a mi lado a pesar de mis meteduras de pata y yo también le he tenido paciencia infinita a ese ego suyo y su manera de sacarme de quicio— trato de bromear, recobrando un poco la seriedad poco después: —Si cometimos errores que tratamos de entender y otros solamente aceptar, espero que podamos seguir así…— musito, al tiempo que veo los primeros relámpagos quebrando el cielo que se oscurece. —Ese querer es una elección también— y ella lo sabrá mejor, que lucha a contracorriente con su pasado, que decidió que amar a alguien y venir a vivir a la playa, con un par de inoportunas vecinas, eso es cierto también. —Y, sea como sea, no creo que pueda haber arrepentimiento después.
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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
Me repaso los labios con la lengua en los segundos que me toma meditar cómo me afecta personalmente esa vulnerabilidad de la que habla, encontrándome con que me gusta fardar de lo fuerte que me hizo en su día el no depender de la estabilidad de nadie, cuando la realidad es que hay muchas cosas que aun me hacen sentir vulnerable. Esas personas que menciona, las que están ahí para nosotros incluso cuando no las vemos, siento que son una parte de lo que más me hacen frágil, porque sé lo mucho que cuesta que alguien se quede, y lo poco que se necesita para que se marche. — Al final, quién quiera estar, estará, y quién no, encontrará el modo de alejarse por su cuenta, supongo. El punto está en rodearse de las personas que nos quieren, en las buenas y en las malas, no importa lo que ocurra. — Aunque a veces es muy difícil diferenciar quién se quedará ahí hasta el final, y solo lo terminas descubriendo cuando es demasiado tarde, cuando las piezas están tan destrozadas que es más complicado reconstruirlas que empezar de cero. Creo que es algo así lo que hice con la imagen que tenía de mi padre en su día, hasta que el pasado tuvo su manera de reencontrarme con mi hermano y hacer de él parte de mi presente supuso el volver a rescatar parte de esa familia que quedó despedazada.

Me agrada tener a Lara como vecina, no es algo que hubiera pensado que podría ocurrir al venir a vivir aquí, pero es una de las cosas que he tomado como sorpresa agradable, que me hace sentir un poco más como en casa. Siento que con ella puedo hablar de temas con los que con otras personas me sentiría incómoda, y no sé cual es la razón detrás de esa confianza repentina, quizás su manera de ser, que me recuerda a una brisa fresca de verano que necesita todo el mundo cuando el calor parece asfixiarnos. Pongo algo de cara divertida cuando menciona parecerme a una mujer que conoció, no muy segura de cómo tomarme eso, si como un cumplido o simplemente como una semejanza hacia alguien que también lo ha pasado mal. Como no se me antoja un paseo por el deprimente camino de la memoria, opto por llevarlo hacia otro terreno. — Espero que esa mujer sea más bien joven, porque Meerah hace unos meses me dijo que sonaba muy vieja y no me sentaría nada bien que ya sean dos las personas que consideren que tengo mentalidad de anciana. — Bromeo, alzando una ceja en su dirección casi como advertencia, dándole un incentivo a que me mienta si es que esa mujer tiene más de sesenta años. — Pero sí, supongo que esa mujer tiene razón. No creo que mis cicatrices me recuerden que estoy viva, de eso os encargáis vosotros, las personas que hay en mi vida ahora. Tengo heridas en mi piel que aun siguen abiertas, marcas invisibles que algún día se irán, o que no lo harán nunca, pero esas me recuerdan lo que he hecho para llegar hasta aquí hoy. — Y me gusta estar viva, pese a todo lo que ha pasado, a quienes se han marchado y ya no están, por todas las cosas que aun no he experimentado, sean experiencias buenas u horribles, quiero tener el derecho a decidir con ellas como vivirlas. Eso es lo que me recuerda que estoy viva, que puedo levantarme por la mañana y pensar en como quiero hacerle frente por mi cuenta, no por un pasado que en ocasiones me carcome por dentro.

Me gustaría poder discrepar en lo que dice, porque sé que los lazos de sangre son muy fuertes cuando se trata de familia, en especial la nuestra que ha recibido más desgracias que alegrías, pero también sé que hay de muchos errores que Hans no podría perdonar, ni siquiera tratándose de mí. O sí, en verdad no lo sé, no tengo intenciones de cometer atrocidades tan grandes como para que mi propio hermano piense que soy una paria, supongo que ahí solo me quedará el beneficio de la duda. Tampoco voy a decirle que está sonando como alguien que tiene las esperanzas muy bajas en sí misma, en cuanto a la relación que tiene con mi hermano, porque creo que eso ya lo sabe por su cuenta. — Pero por eso mismo, nuestro deber es cuidarnos entre nosotros, aprender a aceptar que no somos perfectos, que cometemos equivocaciones, y que las mismas pueden ser perdonadas. Con quién decidimos quedarnos, sea pareja por acuerdo, por matrimonio o simplemente por querer estar, con eso también decidimos compartirnos, puede que no todo de nosotros, porque siempre va a haber algo que queramos guardarnos, pero es una tarea de dos el que las cosas funcionen y salgan bien. — Creo que me estoy adelantando en acontecimientos y que no debería seguir por ese camino si no quiero cargarme con toda la sorpresa de la boda, pero también siento que debo ponerlo en voz alta para ella. Sacudo la cabeza, como para reafirmar su postura final con ese gesto, hasta que paso a mirarla con una sonrisa. — No te arrepientes de algo a lo que le has dedicado tiempo a querer. Charlie y yo estuvimos bastante tiempo sin vernos después de lo del bebé, nos distanciamos lo suficiente como para creer en el momento que todo se había acabado, pero nunca lamenté el tiempo que compartimos juntos, sufrí por ello, muchas veces, pero no lo cambiaría. — Mira cómo nos ha ido desde entonces, tenemos trabajo, un hogar dónde vivir, familia, lo arriesgamos porque creímos que valdrían la pena las posibles caídas a las que nos enfrentábamos de saltar al otro lado. No puedo decir que hacerlo haya sido lo incorrecto. — Si amas a alguien, lo cuidas lo que haga falta para que no exista motivo por el cual lamentarse. — Es lo único que puedo decir.
Phoebe M. Powell
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Toda mi vida he pensado en el destino como algo caprichoso, que nos da y nos quita, en que todo muta todo el tiempo, no he conocido nada que sea definitivo y por mi falta de fe, tal vez dejé ir cosas que debería haber conservado. Este convencimiento nuevo de que no tengo que renunciar a lo que no quiero perder, me tiene aquí de pie al lado de Phoebe y es extraña esa sensación de a todos nos fue enlazando algo invisible que terminó por reunirnos. Estamos en un lugar en el que nunca hubiera imaginado estar hace un año, si es que mí nunca me gustó el bullicio de las playas en verano y prefería hacer senderismo en las colinas. Pero esta playa helada se siente como el sitio donde debo estar en este momento. —Supongo que se trata de eso, de quedarte con quien se pueda estar en las buenas y en las malas, y que sea también lo bueno en medio de todo lo malo...— digo, pensando en que estoy con ella confesándole mis sueños raros como si fuera una amiga de hace años, hay alguien a mi lado con quien puedo hablar de lo que atraviesa por mi mente caótica y no es solo ella, son varios amigos y mi madre inclusive. Para ser una persona que siempre tuvo la percepción de verse sola, me sorprendo las mañanas en que despierto con alguien a mi lado, la misma cara que he llegado a memorizar, y es un asombro que me hace sonreír y volver a cerrar los ojos sabiendo que seguirá ahí un rato más.

No te diré su edad para que no te ofendas conmigo—, la sonrisa que le muestro es divertida y tengo que correr con mis dedos el mechón de cabello que el viento estampa contra mis labios. —Pero te puedo decir que es una mujer muy bella, no por sus rasgos en sí, sino por su sola presencia—. No sé cómo explicárselo, tendría que experimentarlo por sí misma, o descubrirse como esa mujer un día, alguien que conoce y puede trazar un mapa de todas sus cicatrices, que no son marcas que le afean la piel o el alma, sino que llegan a ser incluso atractivos. Los defectos y las heridas pueden llegar a ser lo nos atrae irreversiblemente hacia alguien. Dirijo hacia ella una mirada cálida cuando dice que es la gente que la rodea lo que le recuerda que está viva. —Y estas aquí hoy— hago eco de sus palabras. —Más fuerte, más valiente que ayer. Ya no eres esa niña, Phoebe— susurro, con cuidado de que lo dicho no caiga sobre sus heridas abiertas como sal, no es esa mi intención, más bien todo lo contrario. —Sino una mujer que de todo lo que pasó y todo lo que dolió, se arriesga para poder contar una historia diferente a la que predecían las desgracias— sonrío. —Y te admiro mucho por eso—. Me abrazo al bulto debajo de mi ropa para resistir al frío, como si también quisiera protegerlo del azote del viento y tengo mi minuto de meditación antes de seguir. —No sé dónde estaremos dentro de cuarenta años, no sé si estaremos contando cuentos con moralejas sobre por qué hay que ser buenos y al final todo sale bien. Porque no creo en ser buenos, ni en los finales felices. Lo único que quiero dentro de veinte o cuarenta años,— suspiro hondo y largo, —es servirme a tope un vaso de un licor bien fuerte y gritar a viva voz que valió la pena, que todo valió jodidamente la pena.

Y creo en eso que dice Phoebe, porque creo en muy pocas cosas a causa de mi escepticismo, pero en las que me afirmo lo hago con tal convencimiento que puedo cegarme. Quiero creer que nunca te arrepientes de aquellas cosas a las que dedicaste tiempo de querer, sean los proyectos por los que viví estos años y los que postergué para poder retomarlos ahora si se me da la oportunidad, así como a las personas, en especial a las que me tomo el tiempo de querer, no creo que pueda arrepentirme si me aferro a las memorias de todo lo que fue y es bueno. Escucho la parte de su historia con Charles que elige compartir conmigo, con la comprensión que dedico a esas parejas que logran convencerme de que tal vez eso que creía que no era para mí, sucede a otras personas y ese sentimiento les atraviesa toda la vida. —Ahora entiendo porque decidiste venirte a vivir aquí con él y dar por el culo al mundo— pienso en voz alta, recriminándome por un pensamiento que repite las mismas palabras de Hans, y es que a veces la gente es precipitada en sus arrebatos que excusan con amor. —He llegado a pensar que las segundas oportunidades son un milagro,— digo, dentro de lo que es mi extraña religión por culpa de una ascendencia que mezcla un dios que tenía un gato negro, ángeles, infiernos, otros dioses que reencarnan en muchas vidas y el karma. —No son tan comunes como la gente cree, como todos los milagros se dan en el momento preciso en que se pierde la fe y lo damos todo como un final irrevocable. Lo que quiero decir es que… perder algo y luego, tal vez no recuperarlo así tal cual, tal vez ni siquiera lo mismo, tal vez apenas algo pequeño que podría llegar a ser… algo, una segunda oportunidad que está ahí para atraparla con las manos— explico, tan confusa como puedo llegar a ser y por eso sonrío aún más, con los relámpagos de la tormenta reflejándose en el mar que no dejo de observar. —Y cuidarla, supongo.
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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
Me he pasado toda la vida intentando averiguar quién es esa persona que se quedará conmigo en las malas cuando las cosas buenas no son tan llamativas, porque para estar con alguien como yo he de decir que las primeras suelen acudir más a vida. Con el tiempo he llegado a aprender que esa clase de persona puede ser cualquiera, no necesariamente la que lleve más tiempo con nosotros. Dejo a un lado esa reflexión para otro momento, cuando su insinuación me hace mirarla de soslayo, con una sonrisa que pretende imitar la suya. — Oh, genial, con eso ya me has dicho que te recuerdo a una anciana bastante fea si tienes que recurrir a la típica excusa de que la belleza se encuentra en el interior. — Es obvio que estoy bromeando, pero me permito el ponerle cara de estar juzgándola durante los segundos que le cuesta a la risa salir de mi garganta, meneando la cabeza cuando se me queda ese resto de gracia en la cara. La expresión de mi rostro pasa a ser un poco más seria, no lo suficiente como para que la sonrisa desaparezca del todo de mis labios, pero sí como para dejar que los mismos se transformen en una curvatura nostálgica. — No sé si más valiente, tengo más miedos hoy de los que pude tener cuando tenía veinte años, si voy a serte sincera. Entonces no tenía temor a nada porque sabía que dependía únicamente de mí, y de mi capacidad de supervivencia, no había nadie a quien pudiera hacerle daño con mis decisiones. — Sé que ya hemos hablado de este tema en particular, pero creo que lo estoy enfocando de una manera algo distinta a la última vez, mostrándole los pensamientos de una joven muy diferente a la que está viendo ahora con sus ojos. — Pero sí creo ser más fuerte, o al menos… estoy intentando serlo, por mí y por todos los demás. — Al final, siempre se ha tratado de proteger lo que tengo, porque sé lo fácil que es que algo se te arrebate de las manos, sé lo que es no tener nada y nadie con quien compartir lo más básico y mínimo de la existencia, por eso no seré yo la que los ponga en peligro, valoro lo que tengo mucho más que cualquier otra persona que lo ha tenido todo toda su vida.

¿Por qué esperar veinte o cuarenta años? Podríamos mismamente ahora ir a emborracharnos al primer bar de la esquina, que yo estoy dispuesta a gritar que vale la pena, como lo haré de aquí a dentro de unos años. — Me río de mi misma, por la sugerencia y porque no sé si debería estar haciéndosela a una mujer que está embarazada, pero creo que va a pillarme el punto y no tomárselo como algo literal. — Quién sabe dónde estaremos cuando haya pasado tanto tiempo, lo que sí sabemos es que lo que escogemos ahora, lo hacemos porque queremos, aún sabiendo que no siempre tenemos las de ganar, que cualquier cosa puede hacernos descarrilar del camino que al principio parecía tan simple, como un efecto dominó que escala a algo más grande. Lo que merece la pena lo vale ahora, en treinta años, o incluso cuando ya no estemos aquí para gritarlo. — Le sonrío, es la sonrisa más profunda que le muestro en todo lo que llevamos de charla, casi como una muestra de lo segura que me siento en lo que digo, a sabiendas de que no soy la persona que más confianza se tiene en sí misma, pero para esto creo acertar en no equivocarme, o al menos, es lo que me queda esperar.

Me río con ganas cuando hace esa suposición, que no está muy lejos de ser la realidad porque sí que es verdad que Charles y yo decidimos tomar un salto a la locura, uno que solo tenía por seguro que queríamos estar juntos, juntos y fuera de cualquier explosión que pudiera acarrear vivir en el norte. — ¿Verdad? El distrito cuatro parece la opción más acertada cuando se trata de mandar a joder al resto. — Si recuerdo haber venido a este lugar debe de estar bien profundo en mi memoria, porque no creo haberlo visitado junto a mis padres y mi hermano, pero quizás sí lo hicimos en una de esas excursiones que hacíamos a veces cuando nuestro padre tenía algún que otro día libre. Eran excepciones, algo que hacíamos muy poco porque él tenía que trabajar la mayor parte del tiempo, aunque sí recuerdo el hacerlas divertidas, antes de que todo se fuera a la mierda. — Creo en las segundas oportunidades, no que se la demos a alguien, sino más bien a nosotros mismos. Creo que debemos darnos espacio a conocernos, a aprender de los errores y sanar. Y una vez lo hayamos hecho, quién sabe lo que pueda ocurrir a continuación. — ¿Le daría una segunda oportunidad a mi padre? Creo que la respuesta a esa pregunta se mantendrá en incógnita por el tiempo en que viva, porque como dije, pienso que es algo que más bien nos damos a nosotros, no al resto, y no estoy muy segura de querer sacar del cajón de los recuerdos esa experiencia, ni siquiera para sanarme a mí misma. También es cierto que hay muchas cosas que no merecen perdón, como las que hizo.
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¡Qué no, Phoebe! ¡Es hermosa en serio! ¡Tiene unos ojos verdes intensos! Y todo su cabello le cae en ondas sobre los hombros— gesticulo con las manos para mostrarle lo que se supone que es la caída de la cabellera de la mujer sobre su pecho, que el mío es corto poco más bajo que la mandíbula y hay que usar la imaginación. —Tiene un porte de reina, se para erguida donde sea que esté y lo mira todo con esa intensidad suya, que te atraviesa la piel— la describo, con la evocación nítida de su rostro, que es arrogante muchas veces, como todas las personas que han aprendido a no dejarse intimidar. Me uno a la risa de la mujer que sí me acompaña, es más real que ese recuerdo de hace años de alguien que no sé si volveré a cruzarme alguna vez, y con la que puedo empatizar en miedos, que casi vuelvo a tomarle de la mano, no me quedará claro al final de esta conversación quién da aliento a quién, si reconocernos débiles y declararnos fuertes es más que nada una necesidad de ponerlo en voz alta.

No estás sola en eso tampoco, en querer ser más fuerte— digo, —y no lo digo sólo por mí. Hans también quiere serlo porque se encontró de pronto con una familia que es más grande que él mismo, la única persona de la que se encargó estos años. No conozco a Charles, pero supongo que él también si ha venido hasta aquí contigo. Y Meerah… perdió a su madre—. No me decidido entre sí es peor la muerte de un padre como lo pasé yo o tener que escuchar la despedida de labios de una madre que sabes que está ahí, en algún lugar. —Así que supongo que podemos intentar ser fuertes entre todos y que al menos Meerah que es la más joven, pueda verlo. Deseo… deseo muchas cosas buenas para Meerah en su vida, ¿sabes?— le cuento, aunque no creo que sea ningún secreto mi particular afinidad por ella, como si me encontrara en un constante estado de maravilla por lo que dice y hace. —Deseo poder verla convertirse en una mujer grandiosa y codear al que esté al lado para decirle: «yo la conozco»— me sonrío de mi misma y mis pensamientos, que no son los únicos que pecan de delirantes.    

¡Es que no puedo beber embarazada, Phoebe!— suelto un quejido agudo que se acompaña de una carcajada, —Lo más fuerte que se me permite es una limonada— bromeo. —Pero, ¿sirve lo mismo, no? Tú te agarras una botella de tequila y yo los limones, hacemos brindis por este año, los que pasaron y los que vendrán. ¡Lo haremos aquí! En esta misma playa, ¡en este barandal!— decido, delineando con mi dedo la curva de metal que bordea el asfalto. Y me conmueve tanto lo que dice, que me dejo mis planes de tonterías para devolverle esa sonrisa que me anima a abrazar el presente, que deja resonando para mí la palabra «ahora» como la única profecía que cuenta, la que me da y hace que la mire como alguien más allá de todo lo que sé de ella, quién es, qué hace, cuál es su don y de quién es familia. Como si fuera una extraña con quien me crucé en esta ruta y tenía para mí un par de palabras, que como yo no encuentro todavía como explicarme, hay un par que andan sueltas para mí y alguien me las trae. —Ese es un bonito pensamiento para ser lo suficientemente fuerte como para enfrentar cualquier tormenta— murmuro, creo que me he quedado tan impresionada que no sé qué más decir y toqueteo mis labios con mis dedos, pero no, no hay nada más allí por ser dicho.

El cuatro es el mejor lugar, tengo que admitirlo. No hay mejor lugar que una hamaca en la playa y tener un coctel en la mano para decirle al mundo que puede irse a la mierda si quiere— digo a chiste, revisando como el mar se agita con el ventarrón que cae, que lo único que espero es que al mundo no se le dé por un tsunami entre todas las desgracias, porque eso sería el colmo de la mala suerte y un gran «¡¿Qué mierda te ocurre, universo?!». Por ahora, ahora, hasta disfruto del viento que choca contra mi rostro, de lo diferente que huele el mar, de lo impresionante que se ven los relámpagos en el reflejo. Porque lo que puedo percibir en el aire es la sensación de algo nuevo que viene, que nos hará tambalearnos en nosotros mismos, no tengo idea de quiénes seremos después de eso, atrás quedará quienes fuimos, así que solo queda avanzar y echo hacia atrás mi cabello para despejar mi vista. Conocernos, aprender de nuestros errores y sanar, ¿por qué siento esa necesidad de mirar por encima de mi hombro, hacia atrás, hacía más allá de mi misma? —¿Lo lograremos?— pienso en voz alta, —¿Sanar?— me parece lo más difícil de las tres misiones, apenas si estoy logrando aprender de mis errores, pero sanar supone poder aspirar a algo bueno después de todo, a ser capaz de construirlo. —Creo que podemos prescindir del tequila y los limones, no hacen falta. Creo que no los necesito para decir que todo esto vale la jodida pena— presiono mi mano sobre esa curva bajo mi abrigo y no sé en qué momento se resbaló una lágrima que lo único que alcanzo a sentir es su huella húmeda antes de caer y perderse.
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Hago bien en reírme después de examinarla con una ceja alzada en lo que parece que estoy analizando cuanta verdad hay detrás de sus palabras, que me parece que se está sacando esa descripción de la manga y encima va a salirle bien porque a fin de cuentas parece una mujer bastante interesante. Creo que es por eso que no sigo con la broma, aunque puedo encontrarme sacudiendo la cabeza lentamente de un lado a otro en lo que la risa termina de apagarse. Puedo percibir en su tono de voz un cambio que me indica que nos movemos hacia un tema más delicado, ese que me vuelve la mirada hacia el mar revuelto. El olor salado que atraen las olas me obliga a remover la nariz, a pesar de que es también la misma brisa fría junto con lo que dice Lara lo que me mantiene tiesa en el sitio. — Creo que jamás comprenderé lo que puede llevar a un padre o a una madre a abandonar a su hijo, por elección propia. — Confieso un poco estremecida, no muy segura de si hago bien en llevarlo al mismo terreno, pero se me hace imposible no ver las similitudes en nuestras experiencias. Después de todo, creo que sé de lo que hablo cuando se trata de padres que no velan por el bien de sus hijos. — Puede que Hans no haya estado desde el principio, pero sé que no me equivoco cuando digo que jamás la dejaría como hizo su madre. — Puede que no conozca a la mujer que dio a luz a Meerah, ni las circunstancias en que se vio obligada a marcharse de forma concreta, pero… ¿podría perdonarse a sí misma en caso de querer volver a retomar el contacto? Yo sé que no podría. — Lo hará, siempre la he considerado más madura para su edad, no sé si por lo que ocurrió o porque simplemente está en su genética, pero todo apunta a que se convertirá en una mujer admirable, ¿no crees? — La miro en busca de reafirmación, siendo que ella la conoce mucho mejor que yo por los años que llevan de conocerse. Puede que yo sea su tía, pero no la conozco como puede hacerlo Lara, o cualquier otra persona con la que haya crecido, y sin embargo, sé que puedo tomar el atrevimiento de pensar que es una chica con un futuro muy brillante por delante.

¡Ya, ya sé! ¡Pero era una metáfora! O algo así, no tienes que tomártelo todo al pie de la letra. — Bromeo, contagiándome de su risa, que siempre se me dieron mal los recursos literarios en la escuela, aunque metáfora o no, ella la toma con una ilusión que me parecería un poquito egoísta por mi parte el decirle ahora que no, después de haber sido yo la de la idea. — ¿Tenemos un trato, entonces? — Es una sonrisa traviesa lo que forman mis labios, como si estuviera retándola a negarme esa noche de borrachera pese a saber muy bien que Lara no es una persona que me vaya a rechazar esa oferta. — Siento que vayas a tener que aguantarme ebria, igual deberíamos decirle a Rose para no sentirme tan sola cuando empiece a hacer tonterías a causa de mis dos neuronas ahogadas en alcohol. — Aunque no sé hasta qué punto le hará emoción a Lara tener que aguantar a dos mujeres adultas comportándose como adolescentes. Es una terrible idea si se piensa, pero qué no lo es. — ¡Y nada de hombres! — Si es que no me puedo esperar para casarme y por otro lado soy la primera en hacerlos desaparecer del mapa. Su profunda reflexión provoca que mis ojos busquen su figura en la luz que poco a poco empieza a caer, parándome a pensar en lo mucho que hay detrás de ello. — Supongo que sí. — No soy la más positiva estos días, pero tengo que admitir que esta tarde me ha servido para pintar la vida de un color más vivo del que solía escoger, y eso me gusta.

Sigo su mirada que se la lleva el agua oscura nuevamente, soltando un largo suspiro ante su duda sin apenas poder contenerlo. Me toma unos minutos en los que solo me dedico a observar hacia el frente, escuchar el rugido de las olas al quebrar en la orilla, respirar el aire fresco que me congela las vías nasales, todo con el único fin de convencerme de que esto es todo lo que necesito. Un lugar al que pertenecer, donde las miserias no lo sean tanto si nos rodeamos de aquellos que nos quieren, porque sí pienso que hay cosas por las que merece la pena seguir viviendo, y esta, tan simple como estar mirando el paisaje, es una de ellas. — Quiero creer que sí. — Respondo, sonriendo apenas termino la frase para girar el cuello en su dirección con la intención de que ella haga lo mismo. Claro que soy consciente de la lágrima que recorre su mejilla y mi brazo rodea sus hombros de lado al tiempo que una nueva risa brota de mis labios por su conclusión final, con la que coincido profundamente. — Creo que estamos hasta arriba de pensamientos positivos para lo que queda de año, y para entonces ya habremos conseguido el tequila así que lo que venga después, también podemos mirarlo de arcoíris. — Puede que suene graciosa cuando lo digo, dándole un apretón cariñoso a sus hombros antes de separarme para dejarla con algo más de espacio personal, pero quiero pensar que podemos seguir adelante, aunque sea haciéndole caso a los pensamientos de una niña de seis años cuya vida no podía estar más pintada de colores, para luego terminar en la más intensa negrura. Creo que de eso también podemos escapar.
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Pienso detenidamente si yo podría tratar de comprender el por qué una persona toma una decisión como esa, y puesto que son muchas las cosas que le confío esta tarde, creo que puedo llegar un poco más lejos aunque nos coloque en posturas distintas. —Yo lo intentaría, querría saber qué le llevó a hacer tal cosa— murmuro, es la razón por la que me he metido en un par de problemas si vamos al caso, ese intento de empatía que suelo tener. —Trato de no juzgar a las personas, no creo ser alguien con autoridad para decir qué está bien o qué está mal, por los propios errores con los que cargo y que no son banales…—, que si estoy teniendo la oportunidad de tener esta conversación con ella es porque su hermano en una ocasión encubrió un crimen que habría valido que me repudien como el menor de los castigos posibles. —Si te dijera que creo que cualquiera sería capaz de hacer algo imperdonable y encontrar una razón que lo justifique,— digo, es un pensamiento que tuve presente en todo momento, lo que me hace imposible marcar quienes son buenos y malos, en un mundo donde el bando que fuera se mancha de sangre las manos y nadie es inocente. —Y que repetimos errores que reprobamos con tanta facilidad. No obstante, son nuestras elecciones las que nos definen otra vez— continuo, deslizando la palma de mi mano hasta mi bajo vientre. —Sé que nunca podría abandonar a este bebé después de ver a Meerah tras perder a Audrey—, aunque quizá… quizá lo hubiese hecho, con todas mis inseguridades antiguas, de la misma manera en que habría tomado la decisión rápida de interrumpirlo todo si no fuera porque eso hubiera implicado sacudir viejos remordimientos para Hans. Mi mirada de soslayo se posa en ella, dejamos implícito lo que ella también sufrió por el abandono de su padre y que me oprime un poco más el pecho. —Si los errores y eso que nos hace sufrir nos lleva a tomar decisiones para hacer las cosas bien y no actuar como cobardes, creo que le hemos dado un propósito mejor a lo que no hacía otra cosa que importunarnos la conciencia.

No me creo una persona optimista, más bien todo lo contrario, pienso en todo lo negativo y hago una lista detallada de ello. Y muchas veces pensé que como todo se iría a la mierda más tarde o más temprano, ¿qué sentido tenía manejar con prudencia? Creo que me ha cambiado un poco la percepción de todo ello que haya personas por las que empecé a preocuparme más allá de mi egoísmo rabioso, que demostraron preocupación por mí y que cargue ahora con alguien que activa todas mis alarmas y me obliga a andar serena, evitando los desfiladeros, porque es mi responsabilidad que esté bien. Pero todo ese mal del mundo que lo tomaba como natural, como lo único posible tal como la oscuridad al acabar cada día, va haciendo espacio a un pensamiento diferente. De que no todas las carreras están perdidas, que no hay peñascos al final de todas las rutas. Puedo pensar en Meerah como una persona grandiosa, una mujer admirable, dentro de unos años. ¿Por qué no puedo pensar que si seguimos esa ruta entre truenos y traspasamos más allá del horizonte, también podría haber algo grandioso para cada uno de nosotros? Y que dure un segundo, dos días, no importa, que valga para toda la vida. —Tenemos un trato— firmo con Phoebe este acuerdo metafórico de hacernos con tequilas y limones para imponernos a la suerte y las perras de sus desgracias ocasionales. ¿O no es metafórico? —Por supuesto que se lo tenemos que decir a Rose, sino la tendremos en la ventana proclamando nuestra traición—. ¡Y luego no me prestará de sus libros! No, no quiero a la auror ofendida, necesito de su sabiduría. —Podemos dejar a Rory con su padre, pero no sé si este muffin es niño o niña. ¿Puede ir lo mismo a presenciar la borrachera de sus tías?— le consulto, la sonrisa está en mi rostro, pero lo digo con una intención seria de saber si el bebé está invitado o si podremos admitir a un polizón por una única vez. ¡Quién sabe! Tal vez mis sueños solo sean sueños, con los años me olvidaré de ese niño rubio y será otro el rostro que empiece a ocupar todas mis preocupaciones y desvelos.

Me limpio esa lágrima tonta que cae por mi cara y agradezco el medio abrazo de Phoebe con una sonrisa que marca mis mejillas, para la fama de tragedia que tienen las adivinas, ella se rebela con algunos gestos que hablan de un espíritu que no ha perdido su dulzura a pesar de las desgracias. —Si alguien nos ha escuchado la última media hora, estoy segura de que pensara que estamos hasta arriba de alcohol— digo por mi parte, riéndome de eso y recuperando mi espacio como para frotarme los brazos, alejar el frío y tomar una última inspiración de aire por la boca, llenando todo mi pecho de este aire que es diferente a cualquier lugar en el que he estado antes, que me hace encarar el cielo que refucila y pensar en que tan intensa es la luz por arriba de esas nubes grises. —Los vamos a necesitar, Phoebe— le susurro. —Vamos a necesitar de todos estos pensamientos más adelante, para sentirnos fuertes, para ser capaces de conjurar un patronus y… volar hacia la tormenta, con la confianza de que vamos a poder atravesarla.
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Phoebe M. Powell
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Trato, de un modo muy profundo, de ponerme dentro de su punto de vista, pero he vivido suficientes cosas en mi vida como para saber que hay cosas que no son perdonables y que, por ende, no deberían ser disculpadas por mucha redención que haya querido mostrar esa persona. Puede que suene a un pensamiento demasiado radical, pero sé lo que es que tu vida dependa de un hilo como para que me den lástima personas como mi padre. — ¿Qué razón puede haber para abandonar a tu hija en mitad de la nada? ¿o en medio de un atentado terrorista? — No, yo no lo comparto, no siento que esos sean errores que uno pueda cometer con tanta facilidad, requiere de una mente muy fría el hacer algo así, especialmente cuando se trata de tu propio hijo. — Nuestras elecciones nos definen, pero hay que ser lo suficientemente responsable como para cargar con nuestros errores durante toda la vida. — Sueno algo más firme que hace unos segundos, e incluso diría que se me ensombrece un poco la mirada, suerte que estoy mirando hacia el mar y Lara apenas puede percibirlo salvo por el tono de mi voz. De alguna forma, entiendo lo que dice al final, pero también me encuentro dubitativa al pensar que me siento un poco cobarde por lo que ella afirma. Porque no me avergüenzo de quién me he convertido, por esos mismos errores de otros que esta vez he tenido que cargar yo sobre los hombros, pero también es cierto que si me dieran la oportunidad de cambiarlo todo, de volver al pasado y reescribir mi historia, creo que lo haría, tomaría esa segunda oportunidad, por mí. Le ahorraría a esa niña todo el sufrimiento y las ganas de querer hundirse en una zanja, de congelarse noche tras noche y alimentarse a base de restos en la calle, una en la que tampoco era querida. No lo digo, prefiero guardarme esos pensamientos para mí misma, porque puede que ahora sea más fuerte que antes, pero no tendría por qué serlo.

Me obligo a sonreír, una sonrisa algo forzada, aunque me vale para no cargarme con la ilusión de Lara sobre incluir a su bebé en la noche de borrachera. — Claro que puede, así cuando nazca podremos decirle que acudió a una fiesta no apta para menores incluso antes de cumplir la mayoría de edad. — Bromeo, que no creo que sea un detalle muy importante, pero no vamos a excluir a la madre de la misma celebración solo por tener una barriga del tamaño de una bola de baloncesto. Esta vez sí me río con algo más de ganas cuando coincide con mi comentario, de manera que le sacudo un poco el brazo en ese medio abrazo que le doy antes de separarme. Miro al frente cuando sigue hablando, pensando en ese patronus que nunca llegué a conjurar en el colegio hasta bien tarde en los cursos, no porque no tuviera ningún recuerdo feliz, sino precisamente porque los tenía, pero no sentía que fueran míos. Ahora sé que los tengo, que son de mi propiedad y por esa misma razón debo cuidarlos, como trato de cuidar de los míos aunque no siempre me salga bien. Me quedaría meditando lo mucho que he cambiado en el transcurso de los últimos meses, que presencias como las de Lara siempre son bienvenidas cuando necesito verme a mí misma desde una perspectiva nueva y refrescante, pero el rugido de los relámpagos me impide esa idea absurda, además del frío que me cala los huesos y me obliga a sacudir los hombros, girándome hacia mi acompañante. — ¿Quién necesita de un psicomago cuando tengo una vecina que da tan buenos consejos? Anda, vamos, que nos va a llover encima y no quiero ser la culpable de que choquemos contra algo de vuelta a casa. — Arrugo un poco la nariz de pensar en volver a subirme al coche, más pronto se me escapa una risilla entre dientes. Al menos, mientras pueda, me reiré de cosas tan banales como esta.
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