The Mighty Fall
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PRIMAVERA de 247521 de Marzo — 20 de Junio


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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Hans M. Powell
M. Meerah Powell
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Recuerdo del primer mensaje :

La primera nevada del año produce cierta sensación de silencio en el exterior, mientras las ventanas se empañan y la música no deja de sonar en la sala de estar, cuya iluminación se ve ayudada gracias a la chimenea encendida que me hace olvidar que nos encontramos en el distrito cuatro. Le doy un golpecito suave a la muñeca de Meerah para que apunte mejor la varita, porque la estrella que trajo para la punta del enorme árbol navideño que hemos conseguido con su tía le está quedando torcida y sé que no se lo perdonará luego — ¿No crees que le falta algo? — pregunto y me doy unos golpecitos en el mentón con la varita, hasta que intento probar algo nuevo y la sacudo para que las bolas brillen suavemente, cubriendo las zonas más apagadas de las ramitas — Bueno, podría verse peor — me resigno, está claro que no soy el de las decisiones estéticas en esta familia. El suéter que mi hija me regaló en cuanto llegamos a la casa de su tía lo puso en evidencia, porque resulta que se pasó semanas preparando un montón de prendas de Navidad para todos. No sé exactamente cómo tomarlo, porque es la primera vez que paso esta fecha en familia después de lo que creo que fue una eternidad y apenas pude darle las gracias antes de ponerme sentimental y echarle la culpa al alcohol que no he empezado a beber.

Me paso una mano estirando la prenda nueva y agradablemente calentita al guardar la varita, giro en cuanto mi nariz reconoce que la mesa se va llenando y mi olfato no falla puesto que veo a Mohini pasar con una bandeja de no sé qué cosa, pero que se ve bastante bien. Tanto que hasta Charles, el novio de mi hermana, deja de acomodar la pila de regalos para ir a chequear qué es lo que se está perdiendo — ¿Por qué siento que tu madre será la estrella de la noche? — me excuso con subir el volumen de la música para murmurar cerca del oído de Scott, sonriéndole con expresión burlona al señalarle el muérdago que Phoebe ha colocado en el árbol — ¿Quieres que robe uno de esos para más tarde? — tengo toda la intención de hacer una insinuación que se siente demasiado fuera de lugar si consideramos que no estamos solos y no confío en que la música nos cubra, así que solo le estampo un beso veloz en la mejilla y me alejo para tomar uno de los bocadillos salados de la mesa. Es un poco temprano para empezar a cenar, así que conformaré a mi estómago con los platos de entrada. Me estoy llenando la boca con más de uno cuando Phoebe hace su aparición, así que tengo que tragar con algo de fuerza y palmearme el pecho para decirle lo que vengo queriendo comentarle desde que puse un pie en su casa hace menos de una hora — ¿Qué crees? — señalo su sala con un movimiento de la cabeza, seguro de que mis ojos reflejan la sonrisa que se me va asomando por las comisuras — Una Navidad digamos que completa. ¿Quién lo hubiera dicho? — desde luego, no nosotros. No cuando hace un año aún estábamos solos y no teníamos más que recuerdos, que ahora podrían ser reemplazados por memorias nuevas y, posiblemente, mucho mejores.
Hans M. Powell
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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
No me importa que con lo que dice Lara parece retractarse en sus palabras, mantengo la mirada fija sobre la de mi hermano, apenas sintiendo la presión en mis dedos por parte de Charlie, y que tampoco despegan mis ojos de en frente. Porque ya sabía de antemano que se lo tomaría a mal, lo que no esperaba es que fuera a relacionarlo con lo peor que le ha pasado a esta familia y de lo que parece que no podemos despegarnos ni aunque yo esté tratando de hacerlo. Ni siquiera escucho las palabras de Charles que van con intención de relajar el ambiente, estoy demasiado concentrada en que las lágrimas no se acumulen en mis ojos al tiempo que intento evadirlas parpadeando varias veces. Me duele bien profundo en el interior de mi pecho que diga que estoy dispuesta a olvidar, cuando es perfectamente consciente de que esa es una de las cosas que mi cerebro se ha negado a hacer, pero no por eso voy a vivir mi vida pensando que todo lo que haga va a llevarme por el mismo camino.

Cuando se levanta, trato de seguirle con la mirada, pero se me pierde en lo que la bajo hacia mis piernas en el asiento por culpa de una lágrima que decide traicionarme y para evitar que el resto lo vea, escondo el rostro hacia abajo. Voy a ponerme seriamente a llorar si no salgo de ahí en los próximos cinco segundos, y es el tiempo que limito para desprenderme de la mano de Chuck y arrastrar la silla hacia atrás con mi peso para ponerme en pie. Soy una arrastrada, siempre lo he sido y siempre voy a pensar que toda reacción que se salga de lo normal viene dada por mi comportamiento y que, por tanto, es mi culpa, por lo que me apresuro al baño por dónde ha escapado mi hermano y agradezco que esté algo alejado de la sala para cuando elevo la voz en un murmullo. — Hans... — Comienzo, apartando alguna que otra lágrima de mi mejilla y con un nudo en la garganta del que no me deshago hasta que vuelvo a hablar. — ¿Qué es lo que pasa? — Lo que verdaderamente pasa, eso de lo que nunca hablamos porque sigue demasiado reciente pese a que nos hemos convertido en adultos. — ¿Es por mamá? ¿Por todo lo que pasó con papá? — Trago saliva, me siento incapaz de preguntar algo parecido a como terminó todo. — Hans, por favor... — Mi voz es una súplica que empieza a mezclarse con las ganas de llorar acumuladas en mi garganta. — Yo... jamás dije que quisiera olvidar, sabes... sabes que eso no es posible para mí, para ninguno. — Sacudo la cabeza con lentitud pese a que ni siquiera puede verme, apoyando un hombro sobre el marco con la esperanza de que en algún momento abra la puerta. — Sal de ahí, por favor... — No sé quién de los dos es quién necesita más explicación, si él o yo.
Phoebe M. Powell
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Mohini R. Khan
Bueno, soy perfectamente consciente de cuando la situación se sale un poco de rosca y deja de ser una pelea de hermanos corriente, e incluso las palabras de disculpa de Lara no son suficientes para separar mi vista de los Powell en lo que se dedican a lanzarse comentarios que, como intrusa en la historia de esta familia, no capto como para poder soltar alguna que otra cosa que los calme a ambos. Miro al pobrecito de Charles que me está dando una pena terrible por la respuesta de su cuñado y casi le miro como para decirle que conmigo está todo bien, pero es obvio que no necesita de mi aprobación y que la misma está lejos de consolarle. En su lugar, me veo siguiendo con la mirada a mi yerno cuando se levanta con expresión de sorpresa. — Y luego dicen que yo soy la dramática... — Mierda, ¿dije eso en voz alta? Me disculpo echándole una mirada hacia Phoebe, que es la única Powell adulta sentada en la mesa, aunque no por mucho tiempo. — Pero, tesoro... — Alcanzo a decir antes de que ella misma desaparezca de la habitación.

Me quedo mirando al resto de miembros, uno detrás de otro, en lo que el silencio parece envolvernos en una capa tan incómoda que me apresuro a sacármela de los hombros. — ¿Deberíamos...? — No conozco tanto de su pasado como para conocer si sería demasiada intromisión que alguno de nosotros vaya a ver lo que está ocurriendo, y mi mirada pasa de Lara a Charles porque ellos son los que más saben acerca de los temas que debemos y no debemos tocar con los hermanos. Estoy por ofrecer la cesta del pan a mi nieta para romper con la incomodidad, pero lo considero un poco fuera de lugar dadas las circunstancias, así que me limito a llevarme un trago de vino a la garganta, por necesidad más que nada. — Estoy segura de que lo solucionarán. — Asiento, como para que hagan lo mismo y me lo confirmen y no me quede yo sola con la esperanza.
Mohini R. Khan
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Invitado
Invitado
Medito si tiene algún caso que salte a rescatar a Hans del meollo en que lo he metido y en el que se enreda así mismo al dar explicaciones, cuando lo que está sumiendo a toda la mesa en una incomodidad que no acabamos por resolver es el anuncio de la boda de Charles y Phoebe, que nos divide en dos bandos enfrentados por una cuestión en que las partes involucradas han tomado una decisión que no va a cambiar por nada de lo que se diga. ¿No queda solo desearles lo mejor? Siento que Hans está siendo un poco idiota con su hermana y que lo piense yo que le compito en estupidez cuando nos ponemos en ese modo es mucho. —Hans…— lo llamo cuando se pone de pie, pero mi mano se queda en el aire porque está a medio abandonar el comedor en una actitud a la que Mo pone su firma. —No está siendo dramático— digo, cuando Phoebe lo sigue fuera con una mirada que no nos engaña a ninguno de los que nos quedamos sentados como tontos en esta mesa. —Phoebe y Hans, por debajo de todas esas peleas de ponys, son niños que han sufrido mucho, mamá— comparto lo que es mi opinión sobre lo que está pasando, que creo que es algo que pudo percibir Mo con su instinto maternal y que quizás el único que sepa con mejores detalles que cualquiera es Charles por todo lo que compartió con Phoebe. —Y esas heridas todavía están abiertas— suspiro.

Hinco los codos en la mesa, en una pose pensativa en la que me golpeteo lo labios con los dedos. He perdido todo el interés en la comida en lo que creo que el bebé me apoya por primera vez, no podemos comer si estamos pendientes de lo que está sucediendo a pocos pasos. Escucho la pregunta inconclusa de Mo para la que no tengo una respuesta inmediata, esta me llega después. No tengo idea de cómo funcionan las relaciones de hermanos, soy hija única. Mi bebé tendrá una hermana, trece años mayor, tampoco será una relación de las típicas. Podría preguntarle a Charles si tiene hermanos y si es así que nos ilustre un poco sobre sí es conveniente que lo resuelvan solos. Hans y Phoebe tienen un pasado en común al que ninguno de nosotros pertenecemos, no conocemos del todo a los fantasmas que se enfrentan y podríamos sólo dejar que lo solucionen, esperar a que vuelvan y darles abrazos navideños que los hagan sentir mejor. Pero a riesgo de que en serio no nos inviten el año que viene, pongo mis manos sobre la mesa y retiro mi silla. —Yo digo que vayamos, todos, porque esto es algo así como una familia y ellos deben saber que ya no están solos en esto.

Casi que espero que Phoebe me empuje cuando la tomo por los hombros si es que me hace sentir mal que esté llorando de una manera en la que se está rompiendo, si no fuera porque se está sosteniendo a la puerta, creo que estaría deshecha en el suelo. —Hans— acompaño a la voz de su hermana, un poco dudando de lo que estoy haciendo. —No te encierres— pido, si no golpeo la puerta con mis puños o la echo abajo, es porque quiero respetar la distancia que pone y esperar a que por su cuenta decida que está listo para hacer frente a las preguntas que chocan contra la madera de la puerta cerrada. —Sal y habla con tu hermana—. ¿Es muy bajo si juego la carta de que tiene que dar el ejemplo a sus hijos de cómo se resuelven los problemas entre hermanos? Sí, es muy bajo. —No te encierres, por favor— repito, frotando los brazos de Phoebe cuando me aparto para tampoco abrumarla con mi presencia. Vaya, sí, después de esta noche me quedará calzado el título de vecina entrometida. Si no fuera porque no soy sólo al vecina, y no sé bien qué soy, pero lo mismo digo: —No te encierres solo si tienes una familia que está para ti—. Presiono el hombro de la mujer al alejarme de ella, que creo que invadí demasiado el espacio privado de los hermanos y debería volver a la mesa donde está mi madre, quien creo que ya adoptó a los Powell como hijos e incluso a Charles, ni que decir de Meerah, a quien creo que ya puso por delante de mi nombre en su testamento. Ojalá para los demás sea tan fácil como para Mo abrirnos a la idea de que hay alguien a nuestro lado, no solo sentados físicamente, sino para lo que haga falta.
Anonymous
Hans M. Powell
Ministro de Justicia
El agua corriente del baño es lo suficientemente tibia como para calentarme el rostro en una sensación irónicamente refrescante, paso la mano por la nuca y siento algunos mechones de pelo mojarse entre las yemas con el masaje que intenta calmarme. Sí, sé que he reaccionado mal, pero voy a ser infantil y excusarme que ella no tenía que meter el dedo en la herida y retorcerlo adelante de todo el mundo, esperando que solo asienta con la cabeza y no escupa absolutamente nada al respecto, cuando incluso soy consciente de que podría haber sido peor. Podría haberle remarcado todos los errores y los horrores que ella se perdió, las cosas que no tuvo que ver porque ella estaba lejos y sola, sí, pero yo me quedé juntando los platos rotos sin saber cómo conseguir pegamento. Me niego a llorar, a volverme una vez más el mocoso que lagrimeaba por los errores de los demás y eso hace que respire con algo más de fuerza, hasta que trago saliva y creo que me he recompuesto, como siempre. Entonces, escucho su voz.

Veamos, no es la primera vez que Phoebe ruega por mí del otro lado de la puerta. Cuando éramos niños, era común escucharla llorar hasta que se me pasaba el capricho y la dejaba entrar. Ahora, no se siente muy diferente, aunque el reflejo del espejo haya cambiado tanto. No sé cómo poner en palabras lo que quiero decirle, incluso cuando éstas siempre se me han dado bien. Pero no las emociones, ese es un terreno diferente. Me quedo callado, frunciendo mis labios con una mano sobre el grifo que acabo de cerrar y sé que debo salir en algún momento, que no puedo arruinar nuestra primera Navidad de esta manera y que tengo que controlar mi mal humor. Estoy en ello cuando se suma la voz de Lara, murmurando sobre una familia que no debería ser parte de los errores del pasado. Me resigno, apago la luz y tiro de la puerta, encontrándome con ambas y pasando la mirada de una a la otra. Bien, no puede ser más incómodo.

Phoebs… — me doy cuenta de que mi voz se encuentra estrangulada y tengo que carraspear para aclararme, apoyo mi peso en el marco de la puerta y me resigno con un suspiro — No lamento lo que dije, sino cómo lo hice. No era el punto. Todo esto no significa que no quiero que seas feliz, sino todo lo contrario: temo que salga mal y eso te joda la vida. No sé si me entiendes — le doy un golpeteo incómodo a la puerta con los dedos y fuerzo una pequeña sonrisa, sin muchos ánimos — He tratado de no vivir estancado, pero no vivimos las mismas experiencias. Firmar un acta de matrimonio no hará tu felicidad, no significa que los problemas se solucionarán y no te regalará ningún final feliz. Pero es tu decisión si quieres arriesgarte y si confías tanto como para hacerlo — es ciertamente incómodo el decir esto frente a la persona que planteó la idea de casarme con ella. Espero que ambas entiendan de dónde viene para no tener que seguir estirando este momento bochornoso y cierro un puño para darle un toquecito suave y cariñoso a mi hermana en el mentón — Solo espero que me dejes llevarte al altar después de todo esto — le amenazo — Me merezco el intimidar a tu novio hasta el último segundo antes de entregarte. Y tú… — ladeo la cabeza en dirección a Scott y le pellizco uno de sus hinchados pómulos — No vuelvas a tocar el tema del matrimonio delante de tu madre o Meerah, que sospecho que van a hechizarnos y obligarnos en cuanto tengan la oportunidad.
Hans M. Powell
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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
En el proceso de pegarme a la puerta, cruzo ligeramente los brazos debajo de mi pecho, con los hombros encorvados al tiempo que aún me restriego por las mejillas alguna que otra lágrima que se escapa de mi control. Aprieto los labios hacia dentro, manteniéndome firme a la espera de que mi hermano se vea en posición de abrirme la puerta, aunque mentiría si dijera que no siento que pasa una eternidad en lo que permanezco ahí, acongojada por la idea de que esto es todo lo que somos: una familia rota que no supo arreglarse en su día y cuyos pedazos siguen perdidos en el tiempo pasado, pero como en el presente y probablemente también en el futuro que está por llegar. No soy consciente de las pisadas de Lara y ni siquiera la escucho llegar, pero por el modo que tengo de permanecer en el sitio estoy bien lejos de sorprenderme por su tacto. De todas formas, ese gesto creo que es la gota que colma el vaso para que la expresión de mi rostro vuelva a ser camuflada por el intento en guardarme para el interior las ganas de llorar.

No llego hacerlo, por suerte, porque sería bastante más ridículo hacer esto con treinta años que con cinco, y no creo que nos haga falta más alusión al pasado para que sienta la necesidad de disculparme nada más mi hermano abre la puerta. No sé exactamente por qué, pero resulta más una costumbre que una elección, de modo que mis labios susurran una disculpa antes incluso de que Hans empiece a hablar, pero es un sonido tan entremezclado con el balbuceo de mi garganta que ni se aprecia. Al menos, los oídos me funcionan bien y puedo escucharle murmurar todas esas cosas que me hacen plantearme como es que alguien con tanto miedo a que las decisiones que tomamos acaben mal puede ser la misma persona que ha decidido tener un bebé con una mujer con quien hace menos de un año ni siquiera tenía trato. No lo digo, porque creo que no es momento de hacer más acusaciones posibles después de lo que ha tenido lugar en la sala, de modo que me limito a asentir con la cabeza, aunque es más bien un movimiento reflejo de hermana menor que escucha a su hermano mucho más mayor y sabio que ella.

Al menos, ese comentario me saca una sonrisa algo mustia aún, pero que me sirve para dar pie a mi propia intervención con un poco más de gracia en el ambiente. — ¿No crees que le has intimidado ya para lo que queda de noche y más? — Que el pobre Charlie debe de estar más acongojado que yo en el sitio, lugar donde le he dejado yo a la deriva con una mujer como Mo en frente. Mientras recuerdo ese pequeño detalle, Hans se centra en la figura de Lara, y yo paso a hacer lo mismo, con una curvatura algo tímida en los labios. — Gracias, no tenías por qué hacerlo. — Si ya es difícil tener que lidiar con los problemas personales, creo que no necesitamos añadir a su lista tener que ir detrás de dos hermanos traumados. — Deberíamos... volver. — Antes de que esta pausa se vuelva más extensa de lo que debería siendo una noche de festividad y alegría. Regreso a la sala, apartándome un poco el pelo de la cara para encontrarme con que Mo ya ha descubierto el modo de alegrar un poco la mesa con su charleta que ni sé de qué va, porque me fijo demasiado en la figura de Chuck. Paso los brazos por encima de sus hombros y beso su mejilla rápidamente en lo que nadie nos está atendiendo. — Lo siento. — Se merece eso, al menos, una disculpa por todo lo que acaba de pasar. Podría separarme de él, pero en su lugar me mantengo en esa misma posición cuando levanto un poco la cabeza hacia el resto. — ¿Meerah tú no querías ver fotos de tu padre aprendiendo a ir al inodoro? — Pregunto a mi sobrina un poco más animada, que así tienen tiempo todos de entretenerse un rato con Hans de bebé.
Phoebe M. Powell
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Invitado
Invitado
No sé qué hacer cuando la puerta se abre, ni dónde meterme. Llevo una mano detrás de la curva de mi oreja para rascar allí en un gesto de supuesta indiferencia a la charla que se desarrolla entre los hermanos para darles algo de falsa intimidad. Tardo en decidirme a regresar mis pies hacia el comedor y los tengo un poco inquietos, moviéndome sobre la misma baldosa, con el cabello cayendo sobre un lado de mi rostro así parte de mi expresión dubitativa queda escondida de ellos. Escucho lo que Hans le dice a su hermana, claro que lo escucho. Pero si tengo alguna opinión sobre eso no la daré porque me inmiscuí demasiado por esta noche, así que me limito a sonreír para mí cuando al final de todo acepta que su hermana caminará hasta el altar con el hombre que eligió ¿y qué firmar un papel no es garantía de felicidad? Puedo decir sabiendo que corro un riesgo menor de equivocarme, de que Charles y Phoebe saben más de lo que otro que de la felicidad en sí. Y que tal vez conocí a dos personas que por encima de lo que pueda hacerles daño o darles bienestar, lo que les importó más que nada es estar juntos. Hans podrá haber dicho en su arrebato que son un par de estúpidos, pues a mí me parecen valientes y es una cualidad que admiro porque carezco de ella.

Y eso nos deja a nosotros dos, con Hans picándome la mejilla y teniendo que usar mi mano para apartarlo como si fuera un molesto mosquito que no deja mi cara redonda en paz. Espero a que Phoebe se alejé lo suficiente al volver a la otra habitación, para que no escuche mi respuesta a su hermano, que sus lágrimas todavía son muy recientes como para incomodarla con mi humor inapropiado. —Ningún hechizo funcionará conmigo, soy muy esquiva, ¿no lo sabías?— presumo de lo que es uno de mis peores defectos. —¿Y no escuchaste? No dejo que nadie que no esté seguro se case, así que si nos obligan a lo que sea, seré la primera en ir a buscarte y rescatarte, por hechizado que estés— lo tranquilizo, caminando a su lado para poder darle unas palmaditas reconfortantes en su brazo, que está seguro conmigo de esos papeles que pueden llegar a ser tan atemorizantes. —Puedo robarme al novio y llevarlo lejos— es una broma que no tiene por qué ser una promesa de nada, estamos preocupándonos por cosas que pueden estar a años de pasar, puso un plazo muy razonable con su «rechazo que no fue un no» para que vuelva a preguntarle tal cosa, si es que lo hago, y por el momento hay otra boda que planear que puede acaparar toda nuestra atención. Lo bueno es que en la mesa hay dos mujeres que saben todo lo que Phoebe pueda necesitar para armar algo así, mientras yo vuelvo a los postres que se me da mejor. Y, ¿alguien ha mencionado las fotos vergonzosas de Hans otra vez? Aunque no esté incluida en la invitación para verlas, no voy a perderme eso, así que dejo al hombre en cuestión para acercarme a Meerah y acompañarla a donde sea que su tía tenga guardado ese tesoro.
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Mohini R. Khan
Ven, este son el tipo de cosas que sabría si alguien se hubiera dignado a avisarme previamente de los traumas infantiles que corren en esta familia y que desconozco al completo, salvo por una pequeña advertencia antes de nuestra llegada que tampoco esclareció mucho la situación. Como no sé hasta donde puede llegar mi curiosidad y me niego a preguntar precisamente en este momento sobre el tema, me limito a mantener silencio, escuchando la voz camuflada de Phoebe a través de las paredes que nos separan. Veo a mi hija muy decidida a hacerse aparecer entre los hermanos, lo cual no me parece del todo una buena idea, en especial después de haber presenciado como es que afecta hablar de ciertos asuntos en esta familia y siento que interrumpirles ahora resultaría una intromisión a su intimidad, una en la que no sé si deberíamos entrometernos.

De igual forma, pese a la mueca en mis labios que dirijo muy abiertamente a Lara, desaparece igualmente y yo me quedo observando a los dos últimos que quedan sentados. — Ya entrará en razón, Charles, no sé hace cuánto conoces a Phoebe, pero no parecía muy dispuesta a cambiar de opinión y su hermano simplemente tendrá que aceptarlo. — Le sonrío con algo más de suavidad y hasta ternura. — Y si no, pues no te preocupes, hombre, que yo le hago cambiar de opinión enseguida, le tengo dominado ya, verdad que sí, ¿Meerah? — Bueno, creo que me gusta más dármelas de suegra que a él el hecho de reconocer que lo soy, pero algo haya que decirle al pobre hombre para que no se me desanime.

¿Veis? Ya lo decía yo, ¿todo bien, tesoro? — Levanto la cabeza en dirección a Phoebe cuando la veo aparecer de vuelta, que aun parece un poco sensible y con los ojos algo llorosos. No obstante, agradezco que quiera animar al personal con la amenaza de sacar las fotografías de mi yerno cuando era un niño, lo que me hace levantar la vista hacia donde debería de aparecer el susodicho con mi hija. — ¿Y dónde están esos dos? ¡Cómo los pille haciendo...! Ah, ahí están. — Vaaaaale, no estaban haciendo manitas, nadie se queda sin postre entonces. — ¡Yo también quiero ver esas imágenes! Pero antes... ¿quién quiere postre? — Puedo ir a buscarlo a la cocina mientras ellos se acomodan en el sofá, si ya casi es como mi casa esto. Bueno, tampoco, pero hay que ver que cocinas más luminosas tienen aquí en el distrito cuatro. Quizás sí voy a tener que considerar más seriamente lo de mudarme a este lugar. Por el bien de mis elaboraciones, por supuesto, ¿por qué otra cosa iba a ser?
Mohini R. Khan
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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
Intento no darle demasiada importancia a lo que acaba de pasar, siento innecesario añadirle más drama del que ya ha tenido lugar a una festividad que hace tiempo no paso en familia, que casi puedo decir que he pasado más navidades con Chuck que con Hans en toda mi vida, y eso lo hace bastante singular ya, como para encima tener que competir con el pasado a cuestas. Sé dónde estuvo mi error, pero también soy lo suficientemente modesta como para responsabilizarme por ello y no seguir dándole bola. Tengo que agradecerle a Mo que me siga la corriente, y aunque no tengo ni menor idea de lo que se supone que hay de postre, alzo la mano en un intento de continuar con la cena como si no hubiera habido una interrupción. — Postre, fotografías bochornosas de Hans y regalos, ¡no específicamente en ese orden! — y recalco bien lo de mi hermano porque de seguro hay una foto mía durmiendo en la cama y chupándome el dedo, pero no necesito que eso salga a la luz y el foco de interés siempre ha estado en Hans.

No obstante, antes de que pueda decir algo más que los lleve a todos a sentarse en el sofá, suena el timbre de la puerta, lo que me hace ladear la cabeza para mirar a Chuck, como para intentar averiguar si se trata de alguien que él pueda conocer siendo que esta casa perteneció a su hermano primero, pero termino por dirigirme hacia el resto. — ¿Quién de todos pidió pizza? — bromeo, dedicándole a Mo una mueca divertida porque de seguro va a considerar ese comentario como una ofensa a su comida. — Iré a atender eso, tardo un segundo. — le doy una palmadita en el hombro a Charlie y me separo de su espalda para salir fuera de la sala, acomodándome un poco el jersey por las muñecas al recorrerme una repentina sensación incómoda por el cuerpo.

La sonrisa con la que abro la puerta en mi tarea de descubrir quién hay al otro lado en una noche como esta se me va borrando poco a poco al punto de convertirse en una línea recta y que incluso delata cierto grado de disconformidad junto con el resto de expresión en mi cara. Para cuando abro la boca con la intención de que salga algo más que espanto por ella, creo que he perdido todo el color en mi rostro y toda la sangre de mi cuerpo se ha evaporado, además de la obvia ausencia de mi capacidad para formular palabras. Como consecuencia de todas esas acciones, permanezco en el umbral de la puerta, con los ojos fijos en la última persona que esperaba ver aquí, aquí o en cualquier otro lugar. — Tú. — es lo único que atino a decir, como si con eso pudiera resumir todo lo que está pasando por mi cabeza en estos instantes, desde el último recuerdo suyo que tengo hasta la más reciente pesadilla en que ha aparecido. La cosa con las pesadillas es que suelen ser imaginarias, ficticias, mientras que esta se presenta como una realidad que me mantiene sin poder moverme, con los pies fijos al suelo. Mi respiración se vuelve pesada, lo sé no porque pueda escucharme, sino porque puedo sentir mi corazón palpitar con fuerza dentro de mi cabeza, acelerando la regularidad de mis pulsaciones como la señal que necesito para saber que esto está lejos de ocurrir dentro de un sueño. Aunque eso ya lo sabía, decidí por cuenta propia ignorarlo porque siempre estuvo la posibilidad de que no fuera más que un mal recuerdo. Sin embargo, pese a ser consciente de lo mucho que difiere esto de cualquier producto de mi imaginación, no puedo pedir ayuda, vuelvo a caer muda en la idea errónea de que esto no debería de estar pasando, no hoy, no en ningún tiempo cercano, nunca.
Phoebe M. Powell
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Hermann M. Richter
Fugitivo
Tenía que admitir que llevaba tiempo sin pisar las playas del cuatro; una pena a decir verdad, era un aire ciertamente renovador que invitaba a querer disfrutar de unos días vacacionales sino fuese porque… bueno. Al menos el clima frío me ayudaba a camuflarme un poco, lo suficiente como para que hasta llegar a mi destino un hombre con bufanda y gabardina con un obsequio bajo el brazo no llamase mucho la atención. Incluso a estas horas, cuando la mayoría se encontraba cenando, no era muy extraño ver algún que otro rezagado llegando tarde a las celebraciones.

Repaso las casas al pasar, midiendo los peligros y asegurándome de llegar a la correcta. No sería difícil, las casas de por aquí eran bastante distintivas y de mayor acceso si consideraba que la Isla Ministerial estaba un poco alejada de mis posibilidades. No es que no hubiese sido divertido intentarlo, pero había una fina línea entre ser ocurrente o simplemente suicida. Ya estaba al borde en este preciso instante como para querer forzarlo un poco más allá.

El timbre apenas se siente al otro lado de la puerta cuando llego a la entrada, y pasa algo menos que un minuto antes de que una mujer sonriente aparezca por el marco. No me es difícil identificarla, pero creo que incluso sin las fotografías con las que me he hecho en este último tiempo habría sido capaz de reconocerla. Había algo en su mirada que no había cambiado desde la última vez que nos habíamos visto, era como un terror silencioso que se anticipaba a cualquier reacción que pudiese tener. Como padre, no debería sentirme orgulloso de eso, pero en cierta medida, lo estaba. - Vaya que has crecido, Ebby. - Le sonrío sardónicamente cuando se refiere a mí con un pronombre tan impersonal, y le devuelvo un saludo con un apodo que incluso yo creía olvidado. Eran otras épocas, unas en las que me causaba gracia que a la niña le costase pronunciar su propio nombre.

No me cuesta hacerla a un lado y adentrarme a la casa justo a tiempo para ver cómo una muchacha rubia aparece a trote ligero preguntando a Phoebe si necesita ayuda. Se frena en seco ante mi presencia, pero me apresuro hasta quedar a pocos pasos de ella. Su apariencia es la que más me llega porque, pese a que sabía de su existencia, no había conseguido ningún otro detalle con respecto a su persona, y aún así, es tan reconocible que no hubiese hecho falta nada para identificarla. - Vaya que eres igual a Penny, le hubieses encantado, pequeña. - Le entrego con rapidez el regalo, obligándola con el gesto sorpresivo a aceptar el paquete envuelto, y sonriéndole mientras aprovecho mis manos libres para desenroscar mi bufanda. - No lo abras todavía, pero tampoco lo sueltes. - Es una advertencia vaga, pero espero que no la tome a la ligera, no quisiera tener que acortar mi visita por un accidente. - ¿Cómo te llamas? No he tenido mucho tiempo para ponerme al día con todas las noticias.
Hermann M. Richter
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Jamás se intimida demasiado al marido de tu hermana menor, acostúmbrate — que si planea pasar la vida con Charles a su lado, tendrá consecuencias aunque sean puras bromas a su costa. Por lo menos puedo dar este episodio de la noche por finalizado, mis ojos siguen a Phoebe cuando se adelanta hacia la sala y aprovecho a pasar el brazo por encima de los hombros de Lara en lo que escucho lo que tiene para decir. No contengo la sonrisa, es pequeña pero está acompañada por un suave apretoncito en su costado — Es un alivio, podemos ir planificando las ideas de escape desde ahora — más cuando puedo escuchar como el bullicio de la sala se centra en retomar las burlas sobre mi persona y seguir llenando nuestras barrigas, incluso cuando puedo ver cómo mi plato todavía no fue tan consumido cómo debería. Es más, creo que soy el único que se fija que las bandejas siguen bastante llenas y todavía nos queda un rato largo para comer sin apuro, hasta que los regalos pasen a ser el centro de atención de la noche. Separo las manos de Scott frente a la acusación de su madre y las pongo en alto para demostrar que soy completamente inocente, ni siquiera alcanzo a tomar asiento una vez más que el timbre suena y me agarra estirándome para tomar la copa de vino y volver a llenarla.

Estoy con el alcohol mojándome los labios en lo que oigo lo que parecen ser murmullos y le echo la culpa a la curiosidad el acercarme, en especial porque veo la silueta de Meerah sosteniendo algo en medio del pequeño vestíbulo al cual accedo pasando por el marco del comedor — ¿No te estás apresurando para…? — no puedo reprender a mi hija con respecto a esperar a la medianoche, porque pronto mis ojos se centran en la figura que tiene delante y tardo un segundo en que se me paralice el cerebro. Es como si el timbre hubiese sido tocado por el fantasma de unas Navidades muy pasadas, pero el rostro de Hermann Powell es identificable incluso a pesar de los años que han marcado sus líneas de expresión, esas que me hacen sentir, por un breve segundo, como el niño que temía escuchar sus pasos en las escaleras. Ahora lo miro desde una altura diferente, casi puedo decir que nuestros ojos se encuentran en línea recta, pero aún así la habitación pasa a sentirse inmensa y me sorprende estar sosteniendo una copa de alcohol y no una limonada.

Sabía que no estaba muerto, lo habría encontrado en los archivos que envié a buscar para calmar las ansias de Phoebe. Pero me tardo más de lo normal en recuperar la voz que se me perdió en algún punto en el cual la espalda se me ha tensado como un gato erizado y tengo los dientes apretados de manera tal que siento que se me van a partir las muelas — Meerah, ven aquí, ahora no es una petición amable, sino una orden directa que busca ponerla detrás de mí antes de que su abuelo se le acerque un centímetro más — Y tú… — ladeo la cabeza, casi busco tronar mi cuello en lo que me recuerdo que tengo la varita en el portador del cinto — Te lo suplico, dame una razón por la cual no deba llamar a los dementores. Creí que te había quedado en claro que no eres bienvenido — ni aquí, ni en su propia casa, de la cual lo arrastré de los pelos hace ya todos estos años. Lo recuerdo como un mal sueño.
Hans M. Powell
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Invitado
Invitado
Con el sonido del timbre interrumpiendo la intención de Phoebe de ir a buscar las fotografías prometidas, me acerco a mi madre para acompañarla en el trabajo de servir el postre, así me aseguro una buena ración que valga por dos. —No estábamos haciendo nada — es el murmullo que intercambio con Mo por lo bajo, apretando mis labios para que no se me ensanche la sonrisa por sus reacciones escandalizadas cada vez que tenemos dos segundos a solas con Hans, como si dos segundos nos bastaran. No llegamos a tanto. Estoy hablando en susurros con ella cuando Meerah también abandona el comedor para ir detrás de su tía, y creo que es eso, al seguirla con mi mirada como si no pudiera perderla de vista, me inquieta que Phoebe no haya regresado con quien sea el invitado a deshoras para presentarlo a la familia. —Mo...— balbuceo el apodo de mi madre como si fuera una pregunta, de la que ella no tiene manera de saber la respuesta. En dos pasos estoy siguiendo a Hans fuera de la habitación, no sabiendo qué esperar de lo que sea que retiene a Meerah y a su tía, mi interés se torna desconcierto cuando distingo los rasgos de un hombre que tiene su atención puesta en la chica de una manera en que me da un vuelco en el estómago como un mal presentimiento o la clara señal de que está en peligro, porque esas cosas se perciben en el aire, de pronto pesado en toda la casa como si una gran sombra nos cubriera, densa y asfixiante.

Tengo la garganta cerrada mientras escucho a Hans haciendo el intento de recuperar el control de la situación, procurando que Meerah se acerque a él para poner una distancia segura con quien parecen conocer y no es bienvenido esta noche. Mi mirada puesta en Hans hace que pueda asociar las facciones del extraño con las suyas, hundiéndome más profundamente en esa sensación de que todo esto es un mal episodio, no es algo que esté pasando y sólo estamos formando parte de uno de los tantos sueños extraños de Phoebe. Como si hubieran llamado al pasado a la puerta al decir en voz alta para todos que no pueden olvidar y menos aun dejar atrás, así que lo tenemos aquí con nosotros, irrumpiendo de la peor manera. —Meerah— la llamo, insistiendo en la petición de su padre, pero por reflejo caminando hacia ella para tomarla con cuidado de la muñeca asi la atraigo hacia mí en lo que Hans y Phoebe se encargan de lidiar con el hombre. No tengo idea cómo llegó hasta aquí con la seguridad de estos días, de pronto lamento el que no estemos a resguardo en un sitio más protegido como lo era la isla ministerial, hasta que recuerdo que todos los lugares se vuelven peligrosos con facilidad y nadie está seguro. Porque en este momento en que me inunda el miedo por Meerah, sólo me queda confiar en que nosotros seremos suficiente para cuidarnos entre sí. —Dame eso...— estiro mi mano hacia ella para que se deshaga del paquete que carga y me lo traspase, aterrada de lo que pueda ser, con el impulso de lanzarlo lejos, si no fuera porque el desconocimiento de su contenido lo vuelve algo frágil e inestable en nuestra posesión.
Anonymous
Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
No sé qué es lo que más me perturba, si el hecho de que su voz suene idéntica a como la recordaba, o que al escuchar sus palabras me vea envuelta en una sensación desagradable que me eriza todo el vello del cuerpo como si se tratara de un mal sueño y no de la pura realidad. Mis ojos claman terror, que ni cuando pone un pie en la casa me es posible salir del estado de shock en el que me encuentro, que aunque mi interior grite las mil cosas que debería estar haciendo, me veo incapaz de hacer alguna porque mi vista recorre su aspecto, retratando cada uno de los detalles que no han cambiado de mi padre, junto con aquellos que sí lo han hecho y que me dejan con la respiración cortada al provocarme la extraña impresión de estar menguando en edad, además de tamaño. Es en ese momento que aparece Meerah por el vestíbulo y tengo que obligarme a reaccionar, soltándome del marco de la puerta para apartar a mi sobrina de su abuelo, justo cuando Hans hace acto de presencia y puedo sentir en su rostro que lo que yo no hace ni cinco segundos.

Todo pasa demasiado rápido, o demasiado lento y soy yo la que estoy percibiendo mis movimientos como tal, pero en algún momento creo perder la noción del tiempo y del espacio al ser trasladada a un escenario que no difiere mucho de este. La única diferencia es que en ese contexto tengo seis años y en esta realidad treinta, mientras que la semejanza recae en que sigo teniendo el mismo miedo que hace más de veinte años. Me obligo a tragar saliva ante las interrupciones que van teniendo lugar en la entrada, el problema es que ni siquiera las escucho porque solo tengo ojos y oídos para mi padre. Siento como la rabia empieza a extenderse por mis venas, forzándome a no saltar con cada cosa que dice solo porque trato por todos los medios de imitar el comportamiento de Hans, pero hay un detalle por el que no paso, el mismo que me hace avanzar hacia la figura del hombre que me arruinó con todo el desprecio que puedo ofrecerle. — ¿Cómo te atreves siquiera a mencionarla después de...? — se me corta la voz, ahogada en irritación. Me queda la frase a medias porque yo no tengo el mismo autocontrol que mi hermano al intentar mantener la compostura y me resulta imposible frenar mi mano y evitar que le cruce la cara con un tortazo que resuena por todo el vestíbulo, como una de esas bofetadas que le soltaba a mi madre y que a veces incluso mi mejilla sufría de ese mismo quemazón que ahora recorre mi mano. Y aun así, a pesar de que he sido yo la que ha dado el golpe esta vez, siento que no tengo ningún poder sobre mi padre porque es él quién se encuentra en mi casa, y lo quiero fuera. Ya.
Phoebe M. Powell
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Charles B. Sawyer
Personal de Defensa
Obvio que todo se va a la mierda en minutos y yo me quedo sosteniendo mi bebida en lo que los Powell abandonan la mesa y yo tengo que mirar al resto de los presentes para preguntar, sin necesidad de palabras, si soy el único que piensa que todo esto es una exageración. Obvio que no puedo ir y darle un golpe a mi cuñado para que deje de ser un imbécil por muy merecido que lo tenga, así que me quedo finalizando mi comida con suma lentitud en lo que ellos solucionan sus dramas. Al menos, Mo parece tratar de domar el momento y me encuentro sonriendole, de manera quizá un poco apagada a pesar de que en verdad agradezco la intención — Comprendo, de veras. Sé que solo necesitan tiempo — apenas están iniciando su relación como adultos después de tanto tiempo sin verse, supongo que el pasado de ambos y el camino que recorrieron hasta este punto los condena. No pienso decir nada de eso, no cuando hay una niña en la mesa que no sé cuánto sabe ni si tengo permitido hablar de ciertas cosas delante de ella.

El regreso de Phoebe y el beso que me regala en la mejilla son suficiente como para saber que la pelea ha finalizado. Apenas puedo ladearme para mirarla y le doy un apretón cariñoso en la muñeca, mi sonrisa busca calmar sus nervios para que esto pueda morir aquí. Es Navidad, vamos a casarnos, está teniendo la oportunidad de disfrutarlo con su familia y no hay por qué olvidarnos de lo afortunados que somos — Olvídalo. Solo me vengaré publicando sus fotos pasado de copas en la recepción — a pesar de que es solo una broma, sí susurro para que solo Phoebe pueda escucharme antes de desaparecer de la escena al sonido del timbre — ¡Quizá es alguno de mis hermanos! — es una sugerencia poco probable, pero es lo único que se me ocurre. Engullo lo que puedo de mi comida antes de que me la quiten por todo el alboroto sobre un postre que todavía podría tardar en llegar, pero las voces no tardan en llegar a la mesa y parece que ninguno de los que se va marchando va a regresar. Miro a Mohini con cejas inquisitivas y, sin darle mucha vuelta, me levanto para ir hasta el vestíbulo justo para ver como Phoebe le cruza la cara de un sopapo a un sujeto que no reconozco.

Es extraño cómo funcionan las cosas. Mi primera reacción de alarma es correr hasta ella para rodearla con un brazo y sostenerla, dando unos pasos hacia atrás que buscan alejarla del sujeto a quien acaba de atacar y contenerla debido al estado vulnerable que presenta, como si su cuerpo pudiese hacer temblar incluso al mío. Pero entonces lo miro, reconozco los ojos que sus hijos heredaron y hay algo en su porte que me recuerda a su primogénito, aunque estoy demasiado aturdido como para brindarle un mayor análisis además de caer en la ficha. Este sujeto no debería estar aquí, ni en ningún sitio cercano a nosotros, como una mala broma que puedo espantar solo conteniendo a su hija con ambos brazos — Hey... no hay necesidad de que esto termine mal... — sí, me encantaría bajarle los dientes a ese sujeto, pero algo me dice que Hans lo hará primero y no pretendo que esto termine en tragedia — ¿Podemos...? Tal vez deberíamos calmarnos todos y no hacer locuras. Y usted solo debería marcharse por donde vino — intento sonar razonable, no venenosa como las otras voces que se levantaron antes que la mía. Acaricio uno de los brazos de mi prometida y aflojo un poco el agarre, busco una calma que no siento pero que ella se merece — Phee... vamos a la cocina. Por favor — que los demás se encarguen de esto, puedo llevarme a Meerah si quieren. Pero no dejaré a Phoebe frente al sujeto de sus pesadillas.
Charles B. Sawyer
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Mohini R. Khan
Mi proposición de ir a por el postre se ve interrumpida por el leve sonido que hace el timbre de la casa, lo que me hace mirar a los presentes como si realmente a alguno de ellos se le hubiese ocurrido pedir pizza en mi presencia, pasando a poner los ojos en blanco solo cuando el aviso que le lanzo a mi hija y a mi yerno parece surtir un efecto y el susodicho alza las manos clamando inocencia, aunque también mentiría si dijera que no se percibe una sonrisa divertida en mis labios. Me preocupo por pinchar con el tenedor lo último que queda en mi plato para llevármelo a la boca mientras Phoebe va a atender la puerta, que luego la siguen mi casi nieta, mi casi yerno, mi casi hija, y... no espera, qué digo, mi hija, al punto de que termino en la mesa sola con Charles. Le dirijo una mirada de incógnita que me devuelve poco antes de levantarse también, y como yo no me voy a perder de la fiesta — quién sabe, igual están regalando cosas gratis —, imito su movimiento y me despego de la silla para ir en dirección al vestíbulo.

Claro que el espectáculo que me encuentro es muy distinto al que cabría esperar de haber aparecido un Santa Claus generoso del vecindario, notando como se me cae la mandíbula de golpe cuando la hermana de Hans le propina un tortazo a un hombre que ni siquiera reconozco. Honestamente alguien va a tener que contarme qué clase de calamidades envuelven a esta familia porque siento que esto está bastante lejos ya de ser una cena navideña corriente, lo que me hace desear volver a nuestras festividades tranquilas y de a dos en el seis, dónde no tengo que preocuparme por estos dramas que envuelven a mi hija en una situación de aparente peligro. Creo que no estoy en posición de opinar, pero es una suerte que Charles agarre a Phoebe porque presiento que si fuera por ella le hubiera arrancado un par de dientes al que me supongo que es su padre. Mi atención se la llevan Meerah y Lara en la esquina, a quiénes me acerco muy sosegadamente, como si no quisiera añadir más fuego al asunto ya de por sí caldeado. No soy muy alta, vamos que casi parezco un hobbit, pero no tengo problema en colocarme delante de mi hija y de la niña, a un lado pero detrás de la figura de Hans. — Ya ha oído a los muchachos, creo que no se le ha perdido nada aquí como para alargar su partida. — Digo, bastante más amable de lo que podría haber esperado, pero también soy consciente de como mis dedos rodean mi varita que siempre guardo en un bolsillo lo suficientemente grande como para abarcarla.
Mohini R. Khan
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M. Meerah Powell
Fugitivo
Son ocasiones como estas, en las que me alegra no ser una adulta. El cinismo que tienen con respecto a la vida misma no es algo que envidie, y si bien no entiendo muchos de los sentimientos que pueden moverlos a ser tan inseguros, no tengo ningún apuro por cambiar eso. Prefería fingir ignorancia, y creer que de alguna manera esta noche no sería un desastre total. ¿Era mucho pedir una cena tranquila en familia? Era la primera que tenía, y si las discusiones y las corridas eran parte de las mismas, no estaba segura de querer repetir la experiencia.

Al menos luego de un tiempo, que incluyó una salida dramática de Hans, la persecución de mi tía y de Lara, y un par de comentarios de Mo que ayudaron un poco a alivianar el ambiente, la velada parecía querer volver a la normalidad… por lo que fueron tres minutos reloj aproximadamente. Al parecer nadie esperaba el sonido del timbre, y pese a que dudaba mucho en que fuesen pizzas las que llegaban, no tardo en levantarme de mi asiento para ir a socorrer a mi tía ante cualquier eventualidad. No esperaba encontrarme con un hombre desconocido y a Phoebe casi que catatónica, pero me sorprendo todavía más cuando el recién llegado se acerca con una familiaridad casi que practicada haciendo que se me erizen los vellos del brazo. ¿Pero qué? No le respondo, por alguna razón ninguna palabra sale de mi boca y solo puedo quedarme quieta, paquete en manos, mientras noto cómo el ambiente se torna tenso con la llegada de cada una de las personas.

Es mi padre quien logra que reaccione en cierta medida, pero es imposible desestimar la urgencia de su voz. Mis pies se mueven por cuenta propia y mientras lo hago, de a poco voy entendiendo la situación y descubriendo quién es el desconocido. No sé mucho de él, en realidad no sé nada, pero no hace falta ser un genio como para comprender que claramente no era bienvenido aquí. Lara me habla, pero no llego a entender lo que dice por estar distraída con las acciones de Phoebe. - Charles tiene razón, tal vez deberíamos… - Solo sé que quiero estar lejos.
M. Meerah Powell
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Hermann M. Richter
Fugitivo
Me hubiese gustado decir que la última vez que había visto a mi hijo fue aquella vez hace dieciséis años en la que todo había cambiado, pero ciertamente uno no podía ignorar las apariciones televisivas del flamante ministro de justicia, y el factor sorpresa había disminuído bastante. En cierta forma sentía un retorcido orgullo paternal al verlo plantado frente a mí, y pese a que más personas iban apareciendo en escena, no había despegado la vista de mi primogénito, reconociéndolo como la mayor amenaza de la habitación. Tal vez ese fue mi primer error, porque es mi hija la que ataca primero y eso a decir verdad sí me sorprende. Creo que es la primera vez que puedo ver algo mío reflejado en ella que no corresponda a la mera apariencia y de nuevo la pequeña sensación de satisfacción se asienta en mi pecho por un fugaz instante.

- Vaya que todos tienen muchas opiniones el día de hoy. ¿Dónde está la hospitalidad navideña? Creí haberlos criado mejor… - Me llevo la mano a la mejilla golpeada, sintiéndola algo tibia en lo que trato de calmar la pequeña picazón que provocó el golpe. - Mi visita no será muy larga, pero si quieres una razón para no entregarme en estos momentos, - me dirijo a mi hijo y luego a mi nieta en lo que la señalo con un gesto de cabeza. - tu hija la tiene en sus manos. Verás, pensé que la última vez que los había visto tal vez no quedamos en los mejores términos, solo quise estar seguro de que no se repitiese lo de la última vez. - Levanto los brazos en señal de inocencia, y relajo la postura lo más que puedo considerando que estaba en un cuarto lleno de alimañas dispuestas a atacarme.

No me sorprende que mis hijos estén en alerta y completamente resentidos, pero sí que el resto de las personas que aquí se encuentran quieran que me vaya sin tener idea de nada. O tal vez la tenían y claramente me pintaban como el malo de la historia. - Diría que lamento interrumpir, pero a decir verdad, es exáctamente a lo que vine. Considérenlo… una advertencia si así lo quieren. - Una que, depende de cómo la tomasen, podría facilitarles los próximos días, o complicárselos un poco más. No me importaba, simplemente había ido con el capricho de ver sus rostros al saberme vivo y no poder hacer nada al respecto. ¿Qué mejor época para una reunión familiar que las fiestas? - Pero en serio pequeña, ¿Meerah era?, lo de no soltar el paquete era verdad. Si no eres cuidadosa… bueno, mejor que lo seas. - Doy una vuelta con la mirada a la habitación, y me apoyo contra la pared más cercana, tratando de regodearme en las expresiones ajenas. - ¿Podrías ser una buena persona y traer algo para tomar? Preferentemente con azucar, yo tuve un viaje largo, y mi hija parece necesitar algo de color en el rostro. - Le hablo al hombre más alto, antes de volver la vista a la mujer más grande. - Y no sé si perder es el término adecuado, pero llevo más de una década sin ver a mis pequeños. ¡Y claro!, quería conocer a mi nieta. De verdad que eres igual a tu abuela, pequeña.
Hermann M. Richter
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Me quedo estático en lo que Phoebe ataca a nuestro padre de una manera que creía un poco más digna de mí que de ella, dejando mis ojos abiertos de par en par por unos segundos, estirando mi brazo hacia un lado para evitar que cualquiera de las personas que tengo detrás mueva un músculo en lo que Charles trata de contener a su prometida. Soy incapaz de contener una sonrisa irónica en lo que se da el lujo de creer que nos ha criado, cuando yo recuerdo que los últimos años en su cuidado no aprendí otra cosa que cuidar de mí mismo y esconderme de sus frustraciones. Tengo una respuesta venenosa en la punta de la lengua, pero la atención dirigida a Meerah hace que pase mis ojos de mi padre a ella y luego a la inversa — ¿Qué? — hay un cosquilleo amargo que me cierra la garganta y saco la varita con rapidez, aunque solo la mantengo en alto y no sé qué hacer con exactitud para vaciar las manos de mi hija. Si no sé el contenido de la caja, no puedo moverla con libertad — Todos estos años y sigues siendo un hijo de puta despreciable — mascullo, escupo las palabras entre dientes con la ira contenida y creo que la mano me tiembla, pero no de miedo. Creo que ese quedó atrás.

Nada bueno puede salir de esto. De los sueños de Phoebe, de sus palabras, de su presencia, del peligro que me da ganas de sacar a todos corriendo de aquí para tener la libertad de saltar sobre él como hice hace todos estos años. Cobarde, por la espalda, pero lo suficientemente rápido como para haberlo vencido en una pelea mano a mano que acabó quitándolo de mi vida — ¿Advertencia de qué? No eres nada — alguna vez, quizá lo fue. Tuvo su renombre y su poder hace mucho tiempo, pero ahora no es más que un muggle sin dueño, un fugitivo cuya existencia vale menos que el polvo que mis zapatos levantan todos los días. Su modo de hablar con mi hija es el que me obliga a avanzar hasta que mi varita apunta a su rostro — No — sacudo la cabeza, apenas haciéndolo notorio al no querer despegar los ojos de mi padre — No le hablarás a Meerah ni a nadie en esta sala. No quiero que la mires, ni que la huelas, ni lo que se te ocurra. No eres parte de ella y tampoco lo eres de nosotros. No ves a tu hija hace más de una década porque tú la abandonaste como la paria que eres. Y en cuanto a mí… — mis ojos lo recorren de pies a cabeza, la varita hace un recorrido similar hasta que queda entre sus ojos — Si tienes algo que decirme, dilo ahora antes de que te saque de aquí. Supongo que recuerdas muy bien que puedo hacerlo — y si tengo que hacerlo sin varita una vez más, lo haré. No tengo problemas en dejar la magia de lado para esto.

Aunque no me giro, quizá con demasiado temor de perderlo de vista o de clavar los ojos en Meerah, me aclaro la garganta al levantar ligeramente el mentón — Si querías amenazar a alguien, no le hubieses dado esa estúpida caja a una niña. Eso es bajo hasta para ti. Meerah, dámela con cuidado y Mo — estiro la mano que tengo libre con la palma hacia arriba, esperando a sentir el paquete entre mis dedos — llévate a Meerah y Lara de aquí — sé que escucharé reproches, pero no pretendo correr más riesgos de los necesarios.
Hans M. Powell
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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
Aun siento el cosquilleo en mi mano del tortazo que le he propinado a mi padre, y mentiría si dijera que no quiero repetirlo, pero que Charles aparezca para alejarme me complica bastante la tarea, aunque ni siquiera trato de forcejear porque es en ese momento en que me doy cuenta de que todo mi cuerpo está temblando, no precisamente por el frío de invierno. Me perturba a niveles que desconozco que este hombre se encuentre aquí, en mi casa, cuando lo menos que hubiera pensado de él es que estaría pudriéndose en algún lado, tal como lo hice yo en su día a su costa, y lo que me hace pensar en la clase de vida que está llevando para poder siquiera haber averiguado tantos detalles sobre nuestra vida actual, además de haberse zafado de la seguridad del país sin apenas un rasguño. — No me voy a ningún lado. — el tono de mi voz es mucho más firme de lo que hubiera esperado, puesto que me tiembla el labio inferior y apenas siento que mi prometido esté tratando de calmarme, porque las palabras de mi padre son suficiente para que eso no sea posible.

De repente siento unas ganas inmensas de comenzar a llorar, y si no lo hago es porque todavía me queda algo de orgullo delante del hombre que me dejó tirada en la carretera cual perro que nadie quiere, pero sí me muerdo el labio con bastante fuerza por la resistencia que opongo a las lágrimas. Mis ojos se paran en Meerah cuando se dirige hacia ella y lo que lleva entre las manos, es su padre quien se encarga de rebajar su arrogancia, al que yo misma etiqueto como intruso en esta familia, porque puede que lleve su apellido, pero no hay nada suyo en mí más allá de la genética que compartimos. Me quedo tiesa en el sitio, protegida de alguna manera por los brazos de Charles a no saltar otra vez sobre mi padre, esperando a que mi sobrina haga lo que pide su padre, pero apenas despego la vista de mi progenitor. — No hagas nada de lo que te pide. ¿Cómo…? ¿A qué has venido? — le digo a Charles antes de percatarme de que son muchas preguntas las que me interesaría hacerle, decantándome por esa por la advertencia que deja a medias porque mi hermano habla, dice cosas que me gustaría que la gente a nuestro alrededor no tuviera que escuchar, pero supongo que hay cosas que no pueden permanecer en oculto por mucho tiempo.

Echo la cabeza a un lado, casi sacudiéndola en incredulidad y agarrándome del brazo de mi prometido como si necesitara de eso para no golpearlo de nuevo. Solo me giro hacia él cuando no puedo aguantarme más las palabras, llenas de odio y repulsión hacia quien van dirigidas. — No sé qué clase de derechos crees tener para presentarte aquí como si te debiéramos algo, después de todo lo que has hecho, pero te quiero fuera de mi casa, ya. Dejaste bien claro que yo no era bienvenida en la tuya y espero que entiendas porqué el sentimiento es recíproco ahora, ¡me dejaste a morir, pedazo de basura! No esperes que te vaya a recibir como si fueras un invitado de honor. ¡Largo! — siento que si me muevo me van a flaquear las rodillas, pero mis dedos mueven las manos de Charles para desprenderme de su agarre, dando apenas unos pasos de vuelta en dirección a mi padre. — Sólo quiero saber una cosa antes de que te pierdas para mejor... ¿por qué? — creo que todos los que quedamos presentes sabemos hacia dónde va dirigida esa pregunta, y si él no lo hace, pues bueno, tiene menos corazón del que todavía creía que tenía, y teniendo en cuenta que lo considero inexistente, eso dice mucho. Ya no tengo ocho años, no voy a quedarme callada ni cumplir con sus órdenes como la niña asustada que temía por cada reacción posible de su padre, pero sí voy a necesitar que alguien me agarre porque no creo que pueda ser capaz de digerir la respuesta, una que me vengo sabiendo desde hace bastante tiempo sin que necesite de la honestidad de mi padre, pero quiero escucharlo de su boca. Quiero escuchar por sus propias palabras lo que me dijo cuando era una niña, cómo en el mundo no había lugar para gente como yo. Solo espero que se dé cuenta de que se encuentra rodeado de esa misma gente que tanto aborrece.
Phoebe M. Powell
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Invitado
Invitado
Recargo mi mano en el hombro de Meerah cuando la bofetada resuena en la habitación, distrayéndonos del paquete que la chica sigue teniendo entre sus dedos, el regalo inoportuno de un visitante al que sus hijos hacen saber que debe marcharse. Contengo el aliento en lo que creo que será una respuesta igual de brusca por parte del hombre, que actúa con una calma que yo conozco, es la misma que está usando Hans en este momento y nunca es presagio de nada bueno. Rellenan el aire con una conversación cargada de una tensión que nos tiene al resto gravitando alrededor y tengo mis ojos puestos en la furia contenida de Hans, esperando a que Charles se lleve a Phoebe a la cocina o se encargue de arrojar fuera al desconocido, tiene la fuerza y la estatura para hacerlo, cerrar la puerta a todo lo que trae consigo. Si no lo hace él, puede hacerlo mi madre.

Paso mis dedos por el cabello de Meerah al oírla murmurar, hago el amague de tomar el paquete con un sentimiento de aprensión en el pecho y me detiene el comentario instigador del hombre sobre que ese obsequio le asegura su permanencia en la casa. Sus amenazas solapadas me erizan la piel, me cosquillean los dedos para comprobar qué le dio a su nieta, pero acato la orden de asegurarme que no lo suelte. —No— trato de detener a Mohini, —ni se te ocurra— le hablo a ella, también a Hans. Nadie aquí es un maldito agente de seguridad cómo saber manipular el regalo de un tipo que irrumpió en una casa y no debería estar caminando libremente por la calle, y no porque sea un humano, sino por haber sido un bastardo con sus hijos. —Escucha lo que sea de la mierda que vino a decir— mascullo a espaldas de Hans, no creo que me escuche. La pregunta de su hermana queda hecha, es lo que espero que lleve al hombre a hablar de una buena vez, y me inclino hacia Meerah mientras tanto para descifrar lo que tiene. Tenemos a nuestros amigos tan cerca, a unas casas de distancia y ellos sabrían qué hacer. Me la juego en pensar de qué se trata de un explosivo, siendo como es un muggle, y un par de esas cosas funcionan por la presión del tacto. Podría tratar de reemplazar sus manos con las mías lentamente y es lo que quiero hacer, coloco mi palma con suavidad debajo del paquete. —Mo, ¿me ayudas y te llevas a Meerah?
Anonymous
Mohini R. Khan
Creo que se me pega la intranquilidad del ambiente al resto del cuerpo, porque ni siquiera despego la mirada del hombre a pesar de que esa advertencia hace que quiera mirar hacia atrás para descubrir qué es exactamente lo que lleva Meerah en las manos. Hay algo en su forma de hablar que produce que un escalofrío recorra toda mi columna, como si tan solo con eso pudiera sentir que algo muy malo está a punto de suceder. Empiezo a entender por qué Lara nunca me habló de los problemas que ocultan la familia Powell, y diría que hasta muy bien, porque en ningún momento me hubiera imaginado que detrás de sus hijos podría encontrarse una figura tan recóndita como la de este hombre, siendo que por lo general, parecen una familia completamente normal. Pero no, me encuentro completamente ajena a la situación al no conocer en detalle nada de lo que está ocurriendo, solo puedo mantenerme alejada junto con mi hija y la niña y protegerlas con mi cuerpo como si la amenaza mayor estuviera frente a nosotras y no en las manos de Meerah. Aunque cuesta diferenciar qué es peor, si una cosa o la otra, siendo que ninguno sabe qué hay en el interior de la caja más que el hombre que la ha colocado ahí.

No puedo evitar dirigir mi mirada de un lado a otro de la sala, yendo a posar mis ojos sobre Hans mientras habla, pasando por el padre y terminando por Phoebe, quien no estoy muy segura de si debería estar presente tampoco. Me es inevitable no escuchar lo que cada uno tiene por decir, palabras que me sirven para hacerme una idea ligera de lo que pasó entre ellos, aunque no capto mucho más allá de unas acciones que como madre, me dejan los pelos de punta. Quisiera poder hacer más, pero el hecho de no tener ni idea de con lo que estoy tratando me hace más un estorbo que una ayuda, y recibo las indicaciones de Hans como una orden directa que no voy a tardar mucho en cumplir. Pero mi hija parece tener otros planes. Ajena un poco a la conversación que está teniendo lugar al otro lado de mi cuerpo, me giro hacia Lara. — ¿Estás loca? Meerah, quiero que muy despacio poses eso sobre mis manos, no hagas movimientos bruscos y suéltalo solo cuando estés segura de que está rozando mis palmas, ¿de acuerdo? — aparto las manos de mi hija para ser yo la que coloca las palmas debajo de las pequeñas manos de Meerah, mirando a Lara de paso con severidad. — Tú vas a marcharte con Meerah, y no va a haber discusión al respecto. Vamos. — insto a la niña para que me tienda el paquete con cuidado y creo que queda claro por el tono de mi voz que no estoy para que me rechisten, y sabemos de sobra cómo puedo ponerme cuando no me obedecen. Hay una niña en la sala, mi hija está embarazada, creo que es bastante comprensible por qué no quiero que pasen más tiempo del que ya han hecho en presencia de este hombre, no pondré en peligro la seguridad de ninguno de ellos, bebé incluido, y si tengo que cargar yo con lo que sea que contenga eso pues que así sea.
Mohini R. Khan
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Hans M. Powell
M. Meerah Powell
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