The Mighty Fall
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PRIMAVERA de 247521 de Marzo — 20 de Junio
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Stupid things I do and still you want me ✘ Lara
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
¿Y me dices que es la mejor opción? ¿Completamente seguro? — tengo un brazo cruzado por encima del pecho y el contrario apoyado en el mismo, así puedo sostenerme el mentón con una mano que delata mi concentración, buscando camuflar un poco la ansiedad que me recorre entero — No quiero volver a equivocarme. No es como si tomar decisiones al respecto los últimos días haya sido sencillo, ya saben. Deberían dar un curso de cómo escoger este tipo de cosas sin tener un colapso nervioso — no tendría estar tomandomelo tan a la tremenda, pero Patricia Lollis y Tom Ronaldi tuvieron la delicadeza de preguntarme por el asunto en el ascensor. Y sí, me metieron la idea de que estoy dejando todo para último momento, que el tiempo se me está escapando entre los dedos y que no llegaré a tener todo listo para cuando mi casa estalle. Es poco decir que salí de ahí hiperventilando y con algo parecido a un ataque de pánico, así que aquí estoy.

Tengo al menos tres vendedores mirándome en ascuas y una cuarta yendo y viniendo por todo el local mientras me mantengo de pie entre los diferentes modelos de carritos para bebé, sin saber qué es lo que va a gustarle a Lara a estas alturas. ¿El escocés, el blanco con detalles en azul, el rosado? ¿Que tal ese amarillo pastel, o el celeste bordado? Descruzo los brazos y engancho las manos en mi cadera en pose indecisa, mientras un quinto vendedor se acerca a enseñarme una sillita para trasportar al bebé que yo ni sabía que iba a necesitar. ¿Y eso es qué cosa? ¿Un cambiador? ¿Una silla para comidas? ¿Desde cuándo un bebé necesita más muebles de los que había considerado en primer momento? ¿Y por qué siento que estoy volviendo a sudar? No es posible que todo esto me genere más pánico que subirme a un estrado, pero también sucede que Lara se está volviendo una pelota de casi siete meses y lo único que puedo visualizar ahora es que tiene un reloj bomba en su estómago. No podré con esto. Seré un padre desastroso y lo único que podré hacer en el parto será gritar mientras ella grita y posiblemente me dejen en una sala aparte a causa de alguna descompensación. ¿Por qué accedí a hacer esto? ¿Por qué no usé un condón? ¿Cómo se supone que voy a educar a una niña nueva, cuando siempre estoy agradecido de que Meerah ya fuese independiente cuando nos conocimos? No estoy hecho para esto, todos lo saben. Es como si tuviese miles de ojos encima esperando a que Hans Powell demuestre que no tiene el control sobre todo.

Cuando aparezco en el porche de la casa del distrito cuatro, tengo la mezcla de emociones de estar relajado porque es viernes, pero repentinamente preocupado por haber gastado una enorme suma de dinero en productos que ni siquiera he consultado. No es que me preocupe gastar lo que yo mismo he trabajado, sino que no estoy seguro de que Scott quiera estas cosas. Para cuando entro, el ruido me deja estático en la entrada porque puedo escuchar los ladridos efusivos que vienen desde la cocina y hay un griterío incesante de un niñito, aunque no sé de dónde sale. No es hasta que asomo la cabeza hacia la sala que me doy cuenta de que se trata de Rory — ¿No tiene un botón de apagado? — busco con la mirada a sus padres, pero al no encontrarlos a ellos pero sí al reloj de pared, levanto las manos en una de las cuales sigo sosteniendo las llaves — Antes de que digas algo, tengo una perfecta explicación. Verás, yo... — ni sé para qué me gasto. Poppy se aparece con un estruendo y las muchas cajas de compras se desploman junto a ella justo detrás de mi espalda, por lo que reprimo el aire al presionar mis labios y cerrar mis párpados — Sorpresa.
Hans M. Powell
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No llores, Lara. Muerdo mi labio con fuerza cuando todo lo que quiero hacer es dejar que los sollozos rompan mi garganta, porque si no lo hago creo que seré incapaz de encontrar mi voz alguna vez, el nudo que se está formando es tan grande que no volveré a hablar en la vida y todo lo que podré hacer es llorar, llorar hasta quedarme sin agua en los ojos como me amenazaba mi madre que pasaría cuando hacía mis berrinches de niña. ¡Ojalá le hubiera hecho caso entonces! Porque en este preciso momento todo lo que quiero es que Rory me haga caso a mí, que frene su llanto y podamos volver a dibujar con sus crayolas. Pero no sé qué le pasa, no me lo dice, no después de unos primeros intentos en los que trató de explicarse y no lo entendí, porque sus palabras todavía no son palabras, sino balbuceos a los que no les encuentro un sentido, pese a que su madre puede hacer una conversación con ellos.

Froto su espalda con desesperación al abrazarme a él, que traté de cargarlo, pero con la panza tan grande no pude hacerlo. Estamos los dos sentados en el suelo, llorando. Porque estoy llorando a pesar de decirme a mí misma que no lo haga. Rory me pide que lo cargue y no puedo. ¡No puedo! Sus gritos son tan fuertes que le tiembla todo el cuerpo, su rostro se siente caliente y temo que esté enfermo, si no es culpa de estar llorando tanto.¡¿Y si está enfermo?! El labrador está parado a nuestro lado con la cola sacudiéndose como si tratara de hacer algo, no sabe qué, salvo mirar al niño con la misma impotencia que siento. Y mientras tanto, la perra ha huido a la cocina para ladrar y rascar la puerta para salir de este infierno. Porque si el lloriqueo no es suficiente para que esta casa parezca una pesadilla, se unen los ladridos histéricos de la perra. Toda la sala es un desastre de juguetes tirados y cojines fuera del sillón, porque Rory en su primer arrebato arrasó con todo el lugar con la furia de ser incomprendido. No parecía el mismo niño que se despidió de sus padres con un movimiento de mano para luego mostrarme sus muñecos, uno tras otro, en ese idioma inentendible que todavía no suponía un problema. En palabras mismas de Rose antes de irse con Jack, en este supuesto aniversario que me huele inventado para tener una excusa de salir a solas, cuidar de un niño como Rory que es un sol me servirá de práctica para cuando nazca la bebé, que será más pronto de lo que estoy lista.

Pero si un niño que es como un sol se larga a llorar así y me pongo a llorar a su lado, ¿qué me espera? Si no llamo a Rose es porque no quiero admitir lo que sé, que seré una pésima madre, la peor de todas. Y por eso es que llamo a Hans, diez llamadas en dos minutos, como para que entienda la urgencia y no me detengo a pensar que eso mismo podría hacerle evitar a toda costa tomar cualquiera de los llamados. Cuando escucho la puerta abrirse tengo toda la intención de ponerme de pie de inmediato, pero no puedo. Porque no es tan fácil levantarse del suelo cuando se carga con una pelota como es mi vientre. Si es así cuando estamos a punto de llegar al séptimo mes, ¿qué me espera cuando esté a punto de dar a luz? Maldigo mi corta estatura que acentúa lo gorda que estoy. Y maldigo sobre todos los ancestros de Hans cuando se le ocurre, al pisar la sala, hacer esa pregunta totalmente fuera de lugar en consideración a la situación de crisis que estoy pasando. —¡¿DÓNDE DEMONIOS ESTABAS?!— grito, tan alto que creo que me han escuchado hasta el último de los distritos y Rory no hace más que llorar aún más fuerte, acompañado por los ladridos aún más agudos de la perra. No sé si quiero saber dónde estaba un viernes por la noche, como para llegar varias horas después de lo que sabemos que es el horario de salida del ministerio, porque podría cometer un asesinato aquí mismo, delante del bebé. La sorpresa como lo llama, al aparecerse la elfina con tantos regalos, me duro cinco contados segundos en que mi cara roja por tanto llorar se vacía de toda expresión. Entonces me largo a llorar otra vez y en dos pasos estoy frente a él para empujarlo. —¡Fuiste de compras! ¡Fuiste de compras sin mí!—. Y Rory llora, la perra ladra, el otro perro gimotea, todo es un caos.
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
¡¿Dónde demonios están sus padres?! — es todo lo que puedo responder, porque estoy seguro de que Rory no estaría gritando de esa manera si alguno de sus progenitores estuviese cerca como para hacerse cargo. ¿Esto es lo que me espera por los próximos años? Gritos, ladridos, llantos infantiles, más gritos, un empujón que no sé de dónde sale y que me hace balancearme hacia atrás con los ojos tan abiertos que delatan lo desconcertado que me encuentro. ¿De que me he perdido? — ¡Se suponía que iban a ser regalos! ¡Y cómo no tenía idea de qué comprar, compré todo lo que me mostraron! — obvio, me convertí en el sueño de cualquier vendedor: alguien dispuesto a gastar con una cuenta demasiado suculenta. No voy a decirle que en realidad no lo pensé como una sorpresa, sino que me agarró una especie de locura que necesitaba ordenar antes de colapsar — Ya, no llores, que tampoco es para tanto… — ¿Por qué siento que lo que acabo de decir no va a ayudarme bajo ningún aspecto?

No sé por dónde empezar. Decido que lo más fácil será entretener al niño, así que meto la mano en el bolsillo y hago algunas chispas con la varita. Mala suerte para mí, Rory me mira con su cara hinchada, los ojos llorosos y el puño en la boca, hasta que empieza a llorar aún más fuerte que antes — ¿No es que a los niños les gustan las luces? — es obvio que estoy entrando en desesperación. Lo dije, seré un mal padre. Tanto que casi tropiezo con un perro en mis intentos de acercarme, lo que podría haber terminado con el niño aplastado si no fuese porque hago algo de equilibrio y eso me permite el alzarlo — ¿Tiene hambre? Ya no usa pañales, ¿no? — que ya está grandecito y estoy seguro de haberlo visto usar una pelela alguna vez. No tengo mucha gracia cuando empiezo a menearlo de un lado al otro, haciendo que dé pequeños saltitos en mi brazo a ver si eso funciona para algo más que su voz suene distorsionada por el ritmo de su cuerpo — Lara… ¡Haz algo! — porque es obvio que yo no sé qué se hace en estos casos.

Sacudo la mano libre para espantar a Ophelia, que ha venido corriendo a saltarme encima para darme una bienvenida que ahora mismo no me pone de muy buen humor — ¿No pensaste en sacar a los perros afuera? Al menos, para restar problemas. ¡Poppy! — llamo a la elfina, que se ha quedado espantada en un rincón y se pone a trabajar automáticamente, buscando acercarse a los animales que la ven como un compañero de juego. Y, para variar, Rory me está llenando el saco de mocos. Que hermosa manera de terminar la semana.
Hans M. Powell
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¡¿Sin mí?— a su intento de disculpa, le remarco lo que está en cuestión aquí. Se fue a asaltar una tienda de bebés, se trajo de todo, ¡y no me llevó con él! ¿Qué soy yo? ¿Mi único rol aquí es ser quien carga con la pelota de un lado al otro? Vuelvo a apoyar mis palmas en su pecho para otro empujón cuando se le ocurre abrir la boca para tratar de consolarme de la manera equivocada. —¿Estás diciendo que exagero? ¿Otra vez?—. No que esté diciendo otra vez que exagero, sino que tengo esta manía de hacer de tomar algo pequeño para hacerlo crecer en una gigantesca bola de nieve que nos aplasta. Y si le sigo dando de empujones creo que seré yo quien pierda el equilibrio, para andar rodando por ahí. ¡Y lo conozco! ¡No haría nada para detenerme! Se largaría a reír mientras ruedo. —¡Toda la casa es un caos! ¿No puedes verlo? ¡¿No puedes escucharlo?! ¿Y no quieres que llore? ¡No puedo hacer nada con esta panza!— sí, puede ser que exagero, pero la impotencia que siento por no poder consolar a Rory me supera, me hace más insegura de lo que me gusta mostrarme y por primera vez en mucho tiempo me topo con un problema para lo que no puedo inventar nada que lo resuelva. ¿Así será? ¿Cuidar de un bebé será chocarme una y otra vez con algo que no puedo arreglar?    

No sé por qué creo que Hans sí sabrá que hacer. —¡Lo asustaste!— lo acuso por su fracaso con las luces, que lo único que consiguen es que Rory siga forzando sus pulmones para acrecentar el llanto. Paso el dorso de mi mano por la nariz para quitarme del todo estas ganas de lloriquear, que si estaba sola con el niño podía hacerlo a mis anchas, pero me da vergüenza si también está Hans. El sí puede cargarlo, aunque no tenga idea de cómo y eso se nota porque la espalda del niño queda al vacío, y cuando se echa hacia atrás al retorcerse, tengo que poner una mano detrás de su cabecita para que no se le caiga de los brazos. —No sé, no sé qué le está pasando. ¿Y si está sucio? ¿Y sí se hizo encima? ¿Por qué no te fijas?—, es quien lo tiene sacudiéndolo como un sonajero y si está sucio eso no hará más que seguir manchándole la ropa. —¿Qué se supone que estás haciendo?— lo interrogo con mi ceño fruncido. —No me queda claro si lo estás meciendo o eres una montaña rusa, ¿podrías dejarlo quieto, por favor? ¿Qué harás si te vomita?— señalo con mi mano su traje que sigue siendo el mismo que le vi en la oficina, yo al menos tuve tiempo de cambiarme para ponerme la ropa de yoga antes de que Rose me colocara la criatura en brazos, y no, no es porque tenga yoga hoy, sino porque de todo mi armario me quedan menos prendas para usar. —¡¿Qué quieres que haga?!— me contagio de su desesperación, con mis palmas vueltas hacia arriba y es que salvo mirar, ¿qué más puedo hacer?

Y encima tiene la cara como para darme indicaciones de lo que tendría que haber hecho, así todo en pánico como lo veo y sé cómo se siente, porque estoy así ¡desde hace una hora! ¡Cuando él andaba paseando entre muebles y juguetes para bebes! Todo despreocupado y comprador compulsivo por la vida, mientras yo me llenaba de los mocos de Rory. —¿Qué más querías que hiciera mientras tenía a un bebé llorando en la sala?— le contesto de muy mala manera, —¿la cena?—. Sí, tengo la cara como para ser sarcástica y soltar una carcajada seca mientras lo dejo que siga lidiando con los gritos del niño contra su oído. ¡La cena! —Tal vez tenga hambre — digo en un arrebato de inspiración. Cruzo en dos zancadas la distancia con la mesa ratona de la sala donde Rose dejó el bolso y habíamos sacado los juguetes. Lo tomó con mis manos un poco bruscamente, no encuentro el biberón lo rápido que me gustaría, así que acabo por volcar gran parte de su contenido sobre la alfombra y cuando doy con el biberón lo levanto como si fuera un trofeo. —¡Aquí está!— mi felicidad es mayúscula, así como la profunda decepción que viene después. —Pero está vacío. No sé se supone que debería estar vacío. ¿Qué las mamaderas no siempre tienen leche?—. Esto me ha golpeado de modo fatal a mi ignorancia de madre primeriza. Los biberones no siempre tienen leche. ¡NO LA TIENEN! ¡OH, POR DIOS! ¡Tendré que preparar una! —Dame a Rory, tienes que prepararle el biberón—, porque sí, prefiero al bebé llorón a tener que enfrentarme a lo otro.
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
No sé si otra vez, pero... sí, otra vez. Obvio que no se lo digo, sus empujones son todo lo que necesito para no proclamarme como un suicida, pero la mirada satírica deja bien en claro lo que opino al respecto. No estoy sordo ni ciego, pero ella tampoco está haciendo mucho por evitar que el caos se desparrame por todos lados. ¿Dónde está Meerah cuando se la necesita? — ¡Creí que funcionaría! — me defiendo de su acusación con tono de víctima incomprendida, porque no sería la primera vez que veo que Rory es entretenido con colores brillantes. Si mira los dibujitos en la televisión, unas luces mágicas deberían tener el mismo efecto. — No voy a meterle la mano en el culo... — aunque, con mucho asco, lo levanto un poco con las manos debajo de sus axilas para poder moverlo y chequear si hay algún bulto u olor que delate que tiene la ropa sucia.

No hay señales de nada, así que lo vuelvo a acomodar en mi brazo que, aparentemente, no es el modo correcto de hacerlo — Disculpa, no sabía que eras una experta en alzar bebés. ¡Jack siempre lo hace! — aunque creo que el tiene más gracia por culpa de su enorme tamaño y Rory no se le sacude tanto en los brazos, que en su intento de zafarse y seguir llorando intenta treparse por mi hombro y me muerde con tal de que lo suelte. Mi quejido se mezcla con los gritos de Lara sobre que no sabe que hacer y Poppy, de alguna manera, agarra a los perros y desaparece; por los ladridos lejanos, asumo que se los ha llevado al jardín. Bien, al menos entre todo el desastre, a Scott se le prende la lamparita y solo tengo que sostener al bodoque poseído hasta que consiga su biberón — ¿De dónde sacaste que siempre tienen leche? — mi voz se torna histérica, sin poder comprender la lógica que está utilizando. Para colmo, me tira la bola a mí y mi reacción es abrazar a Rory con fuerza, a pesar de que ponga sus manitos en mi cara para mantenerse lejos — ¿Tanto te cuesta? Eres una bruja, solo pon la leche dentro y usa la varita — es la única lógica que encuentro, aunque no quiero decirle que no tengo idea de cual será la temperatura ideal.

Rose es una de las madres más cuidadosas que he visto; a veces creo que sabe hasta cuándo Rory tiene que ir al baño a pesar de que el niño no lo pide. Intento seguir su lógica y estiro el cuello a ver si, en efecto, encuentro alguna leche infantil en el suelo, allí donde Scott ha lanzado todo lo del bolso — ¿No es ese potecito que hay allí? — señalo con un movimiento del mentón — No tiene que ser tan difícil, gente mucho menos lista que nosotros lo ha conseguido millones de veces — si no podemos preparar un biberón, calmar los llantos de un bebé o siquiera fijarnos si se hizo encima... ¿Cómo seremos padres? Mis ojos se van a la pila de compras, esas que me gritan que son una evidencia premonitoria de que no puedo hacerlo, que gastaré fortunas en niñeras experimentadas porque yo no seré capaz de hacer el trabajo. Como si supiera que debo volver a la realidad, Rory ha decidido que morder mi hombro no es suficiente y trata de escapar por otro lado, mueve su culito por mi antebrazo al estirarse y se cuelga de mi cabeza, tirando de mi cabello sin medir la fuerza de sus brazos rechonchos — ¡Quitámelo! — reacciono tal y como si fuese un insecto, lo agarro por el torso para despegarlo de mí a pesar de los tirones hasta que lo paso bruscamente a los brazos de Scott. Si se quedó con algunos pelos en los dedos, no quiero saberlo — ¿Son todos así? ¿Por qué no llamamos a sus padres para que se lo lleven y ya? Se quedará sin voz tarde o temprano — o puede dormirse por culpa de tanto llorar, sería un final idóneo. Como pago, agarro el biberón, levanto la leche y me quedo observando ambas cosas. ¿Ahora qué?
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Ese repentino reparo que muestra con el niño logra que mis cejas se disparen hacia arriba en una mirada sardónica hacía él. —No vendrás ahora a actuar como si tu mano no hubiera toqueteado sitios peores— sólo es mierda de bebé, si es que está manchado, no parece que fuera así porque se arriesga a acercar la nariz a la ropa y no se desmaya como creo por segundo que podría pasar. No siento culpa de mis acusaciones si me las devuelve, para hacerme notar que soy tan inútil como él para cuidar a una criatura que apenas nos pasa de las rodillas. No sé cómo lo hacen Jack y Rose, tal vez a Hans le hace falta crecer un metro más y a mí más clases de yoga, para que tengamos en Rory el mismo efecto calmante que hemos visto que ellos ejercen en él. No se veía tan complicado cuando lo veíamos de lejos, palmaditas, abrazos, agitarlo un poco, poner un biberón en su boca.

Hans acaba de ganarse un pasaje sin escalas al infierno por la manera en que mis ojos arden, hace sonar como si llenar de leche el biberón fuera algo tan sencillo como bordar y cantar. Y no sé bordar, ni se cantar. Ni sé hacer nada que tenga como propósito final ser comestible, ¿es qué no me prestó atención todos estos meses? No haré algo tan arriesgado e irresponsable como encargarme de lo que un niño debe llevarse a la boca para su subsistencia. Me hace sentir como una redomada inútil, porque parece tan fácil y no lo es para mí. Las estadísticas están en mi contra también, porque si gente más estúpida ha podido, eso quiere decir que Mo crió a una hija capaz de resolver ecuaciones complejas, pero que en el ranking se consagra como la más idiota por no saber preparar una mamadera. No quiero enfrentarme con algo en lo que sé que fallaré, mejor que sea Hans quien se acostumbre a la que será una de sus tareas a futuro. Está decidido, él queda a cargo. —¡No, Rory! ¡NO!— grito, ¡que lo necesito vivo para cuando nazca la bebé! —¡DEJA A HANS!— sueno en verdad enojada con el niño y por un segundo que es la gloria misma, se calla y suelta a su víctima. —Siempre defendiéndote de bravucones— murmuro entre mis dientes al abrir mis brazos para recibir al niño, con el miedo de si podré mantenerme en equilibrio con una bola a cuestas y otra que vuelve a retorcerse. —No, Rory, quédate quieto, no patees a la bebé— le pido, no sé por qué me gasto en defenderla. Desde adentro le devuelven las patadas. —¡Genial! ¡Lo que faltaba! ¿Van a hacer berrinche los dos?— y no hay manera que la calme a ella, porque tengo mis dos manos ocupadas impidiendo que Rory se me vaya de espalda al suelo con sus movimientos extremos.

Sigue siendo mejor que ser la responsable del biberón, así que me volteo hacia Hans y la sonrisa inocente que le muestro es pura malicia al verlo en ese momento de vacilación que tiene. —Sólo pon la leche adentro y usa la varita— lo remedo, con mi mejor tonito infantil, acercándome a él para ver en primera fila como lo hace. Si le sale bien, tendré que recordar cómo lo hizo. —Si llamo a Rose para decirle que su bebé está llorando, ¿sabes qué hará? Me cortará— digo. Claro que es una madre muy atenta, sé que en caso de una emergencia real, dejaría todo para venir a buscarlo, pero si la llamo al primer lloriqueo no haré más que avergonzarme a mí misma. —Los bebés lloran, Hans— señalo lo que es obvio para ambos. —¿No era la razón por la que usábamos condón?— pregunto, y dentro de unos meses que empieza a darme pánico de contarlos, tendremos a nuestro propio torbellino de llanto desarmándonos la sala, la casa y la vida. —Rory,— trato de negociar con el niño una vez más. —¿Lo que quieres es tu leche?— muevo su carita con mi mano para que vea lo que Hans tiene en sus manos y parece comprender, pestañea entre sus lágrimas para asentir, y llora aún más fuerte al pedir con sus manitos que se lo entreguemos. —No, espera. Todavía no está… ¿podrías apurarte?— le echo prisas a Hans. —Rose no tenía idea cuando nos eligió de padrinos— suspiro. Somos los peores padrinos del universo, uno que no sabe revisar mierda de bebé y otra que no sabe preparar leche, ¿a quién se le ocurrió que era una buena idea ensartarnos nuestro propio lío?
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Hans M. Powell
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No contengo las ganas de poner los ojos en blanco y tengo que reprimir cualquier comentario sobre sus supuestos salvamentos hacia mi persona; a decir verdad, me duele mucho el cuero cabelludo como para contestar algo amable. De todos modos, me pregunto si darle el niño ha sido la mejor idea, cuando verla forcejear con su panza de por medio parece ser de lo más incómodo — ¿Con Rory reacciona y conmigo no? — ahí se va mi amargura, que hasta el momento siempre que he intentado acercarme a ella, parece que la bebé decide que es momento de dormir. De acuerdo, me preocuparé por ello más tarde, ahora hay cuestiones mas urgentes que solucionar que los caprichos de mi hija nonata.

La mirada que le lanzo a esa sonrisa cargada de malicia no muestra ningún sentimiento amable, pero soy lo suficientemente orgulloso como para dejar mis labios apretados sin dar ni una sola respuesta. En lo que ella sigue hablando, me acerco a la mesa ratona de la sala y me pongo de cuclillas, lo que me da el espacio para trabajar — Creí que usar condón era para zafarnos de todo el combo, no solo de los llantos — gruño en lo que destapo el biberón. Ni las quejas de Rory ni las peticiones de Lara ayudan a que vaya más rápido, me tomo mi tiempo en llenar el recipiente y dudo con la varita en los dedos, hasta que apuntó a su interior para poder empezar a calentarla. Uso las yemas libres para medir la temperatura, apoyándolas en el costado del plástico en lo que levanto la vista en su dirección — Rose no es la única que se equivocó con esto de dar tareas imposibles a quienes no pueden hacerlas — sí, se me escapa el veneno que va con el cansancio y el miedo, a sabiendas de que no estoy actuando con cordura.

Con un suspiro, cubro el biberón cuando ya siento que la leche está medianamente caliente y me pellizco el puente de la nariz, con los ojos firmemente cerrados. Tengo que obligarme a recuperar una paz que no siento, cuento hasta diez y dejo caer la mano, que choca contra el borde de la mesa — Lo siento, tú sabes lo que quise decir. No es como si tuviese arrepentimientos — ¿O sí los tengo? Sé que estoy bien, que a pesar de la negación inicial, he tomado con fuerza la idea de que formemos una familia. ¿Entonces es normal sentir pánico, que me he equivocado, que seré incapaz de hacerlo? Es una balanza compleja, no consigo entenderla y a veces me encuentro con el deseo de salir corriendo. Guardo la varita en el bolsillo, me levanto y le tiendo los brazos a Lara, en petición del niño, que ya empieza a impacientarse al ver que tengo su comida y se remueve para alcanzarla — Yo me haré cargo. Con tu panza, es mejor que solo te sientes.

Aún así, cuando Rory se me cuelga como mono muerto de hambre, yo también busco la comodidad del sillón. Es complicado el acomodar un niño inquieto en mi regazo, porque él busca su mamadera y yo mi propia comodidad, hasta que recargo la espalda en los almohadones y él solito se hace con su bebida para llevársela elegantemente a la boca. El silencio repentino hace que sienta el pitido en mis orejas, lo que me deja atontado con la vista en el techo antes de regresar a Scott — No tenía intenciones de llegar tan tarde. Todo se descontroló más de lo que hubiese pensado. ¿Quieres que te lo recompense pidiendo comida? Lo que quieras... — me interrumpo porque Rory se voltea hacia mi con un puchero de desconcierto que llama mi atención, en especial porque pone cara de asco y mueve el biberón — ¿Estará fría? ¿La toma con azúcar? ¿Cómo...? — tomo su leche y, como no pienso hacer lo que Jack y Rose hacen al probarla del pico, la olfateo como si eso hiciera alguna diferencia cuando todos aquí sabemos que no me sirve de nada — En tus clases de yoga para embarazadas y todo eso... ¿No te dijeron nada sobre cómo hacer esto? ¿Ni en tus libros? — ni sé por qué me llenó de libros para paternidad si ninguno dice lo útil, solo cómo acompañarla en el proceso y acostumbrarme a ello. Bien, es obvio que no está sirviendo de mucho.
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¿Te parece…— hago acopio de una paciencia que no sé de dónde nace en este momento en que mis instintos violentos están a flor de piel, —que es momento para que le hagas una escena de celos a tu hija?— pregunto, con ambos niños pateándose entre sí a través de la piel de mi vientre, que a cada sacudida de Rory por liberarse, ella le responde con una patada precisa. No estoy en modo de derrochar paciencia como para continuar con las explicaciones de por qué nos cuidábamos, que creo que lo hacíamos más que nada porque era lo normal, no pensábamos demasiado en qué estábamos evitando, porque no creíamos en realidad que algo así como un bebé pudiera ser siquiera una posibilidad entre nosotros. Salvo cuando me lo planteó Phoebe y tuve la estupidez de creerlo un chiste. Porque no éramos de esas personas a las que les pasa, no lo éramos. Maldición, que no lo éramos. Un bebé en común era tan improbable entre nosotros que ni siquiera asistimos al bautismo de nuestro ahijado y nos desencontramos en cada cumpleaños. ¿Será que todo esto es un acto de venganza de su parte? ¿Por ser tan horribles padrinos? La culpa que puedo sentir hacia Rory por ser una madrina irresponsable, se equilibra con el miedo atroz de lo que me esperaba como madre.

Y me aterra, más que nada, más que el niño que llora, que la niña que patalea y que la leche que alguien tiene que preparar, que Hans esté en sincronía de mis pensamientos. Le echo una mirada de puro espanto. Estoy pasando demasiado tiempo con este hombre, ¿desde cuándo es que puede saber para dónde van mis pensamientos por un simple comentario? No obstante, me percato de su tono que creo que es un intento de responder al mío burlón, así que le saco hierro a esa opinión que nos condena con una pregunta que nos devuelva al terreno de pelea sobre la urgencia de las necesidades de Rory. —¿Te estás dando por vencido con el biberón? ¿Es eso?—. Mis brazos rodean al niño de un modo que sus piernitas se acaban por ajustan al contorno de mi cintura y lo tengo un poco más recostado por mi hombro, en este espectáculo que nos da Hans preparando leche y todo el tiempo espero a que se queme con el agua hirviendo que sale de su varita, y para mi sorpresa, sale ileso. ¡Vaya! Tengo que reconocer que no le tenía fe, ¡y lo consiguió!

Se lo diría, si no fuera porque pone esa cara de que necesita dos minutos para hacer que todos sus planetas vuelvan a alinearse en su eje y sé que si lo empujo un poco, podría reírme de ver como se le escapa todo de su control otra vez, pero esta vez lo necesito poniendo orden, así que me quedo con los labios apretados, bien sellados. Si hasta viene una disculpa de su parte, lo que me provoca algo de culpa. —Descuida, no podría discutir tanto contigo sin aprender a seleccionar a qué estupideces hacer caso y a cuáles hacer oídos sordos— es mi manera de decirle que podemos dejar atrás eso que dijo, no lo pensaré en términos de arrepentimientos. No ahora. —Y si vas a arrepentirte de verdad, que sea cuando tu hija haga un berrinche. Por el de Rory nos tenemos que preocupar solo hoy— nos recuerdo esto como un consuelo para tontos, nuestros tímpanos lo necesitan. Tiendo mis brazos para pasarle el niño así puede encargarse de darle la mamadera y liberar a mi espalda del castigo de cargarlo, aprovecho la cercanía para dejar caer una amenaza temprana por todo lo que podría pasar. —Pero si te arrepientes y me dejas sola con una niña en edad de berrinches, recuerda que sé dónde encontrarte. La llevaré al ministerio para que patalee en tu oficina, te demandaré por alimentos y me quedaré con tu yate— le advierto, y que la justicia del país se vaya al carajo.

Me tiro a su lado en el sillón con una actitud más relajada, como si no acabara de ponerle una sentencia pendiendo sobre su cabeza si da un paso equivocado. Trato de ayudarlo como puedo a que Rory acomode sus bracitos para quedar cómodo en medio del agarre de Hans, con sus manitos aferradas a la mamadera como si se le fuera la vida en ello. —Ya estaba maldiciendo sobre el fantasma de Kirke por culpa de que no llegabas— digo, porque siendo la única víctima del caos, no estaba segura de que me encontrara cuerda al llegar. Un momento, no estaba cuerda cuando llegó. —Y no sé como sentirme de que tus viernes de descontrol sean ahora en tiendas de bebés, ¿a todo esto que compraste?—  pregunto, porque no puedo pensar aún en la cena cuando la única comida que importa en este momento es la que escupe Rory. —¿No vas a probarla?— inquiero, cuando lo veo oler y me pregunto si eso de alguna manera deja saber sí está a gusto. —Si le ponemos azúcar, no dormirá esta noche. ¡Olvídalo! ¡Lo tendremos destruyendo muebles!—. Y pensar que Rose dice que es un sol, sí, claro. ¡Un volcán es! —No recuerdo nada sobre esto…— ¿en serio? ¿Qué clase de mierda estoy pagando y leyendo si no me dice nada de lo que en verdad importa? —Pero, pensemos… tiene que haber cierta lógica en esto…— procuro, en serio procuro encontrarle la lógica y fracaso. Tomo el biberón en un movimiento bruco y lo pruebo, para luego escupirlo en la alfombra con lo que casi llega a ser una arcada. —¡Es agua! No le pusiste suficiente leche o… ¡no lo agitaste!—. Trato de hacerlo, pero al sacudirlo con fuerza se me cae a la alfombra y en mi gesto inmediato de inclinarme hacia delante, mi panza choca con mis rodillas. —No lo alcanzo— me quejo, y me giro hacia él que tiene al niño consigo. —Hans— por el tono que uso ya sabe lo que procede y por si no lo sabe todavía después de varias veces, le señalo el biberón con mi barbilla.
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Hans M. Powell
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Sé que no debo tomarlo en serio, pero tengo intenciones de responder con toda la ímpetu del hombre que sabe que no puede abandonar a una niña después de ya haber cometido ese error. Me limito a sentir la tensión en los músculos de mi cara, aunque solo le contesto con una mueca que me tuerce las facciones por un momento — No voy a abandonarte, Scott, por mucho que extrañe ciertas cosas — no voy a decir que esta nueva etapa no tiene cosas que me hacen feliz, pero siempre quedará la nostalgia por las cosas que fueron y ya no regresarán. Ahora hay una balanza, una que pone en juego las cosas que valen la pena y sé muy bien para qué lado se inclina, ese que jamás pensé que llegaría a cobrar peso. Un mal humor por culpa de un berrinche no va a cambiar eso.

Claro. De seguro pensabas que estaba de copas con algunas damas de compañía por ahí, incluso cuando ese no es mi estilo. Lamento decirte que mis amantes y amigos de parranda no están libres los viernes — porque ella pone en palabras la verdad y me siento tan ridículo que ya ni me dan ganas de bromear sobre ello. Mi mirada se va hacia la pila de paquetes, las cajas de diferentes tamaños deberían delatarme y sé que difieren mucho de mis compras de hace un año, cuando solo llegaba los viernes con algunas copas nuevas y alguna anécdota semanal para pasar el tiempo — Tendrás que verlo, pero un poco de todo. Los vendedores me convencieron de todas las necesidades básicas del bebé tienen que estar cubiertas hasta por las dudas — lo que me hace sentir un poco ridículo viéndolo desde el punto lógico, en el cual solo fui un cliente con una crisis de compras y dinero en el bolsillo.

Creo que es un poco obvio que no pienso probar leche de bebé y pongo mi mejor cara de desentendido al respecto, aunque se me va toda la actuación al aire cuando actúa como si la leche pudiese estar tan asquerosa — ¡Al menos lo he intentado! ¿Qué hiciste tú, además de ponerte a llorar? — obvio que sueno como una persona con el orgullo herido y lo único que me consuela es que Rory se ríe de Lara como si pudiese burlarse de lo divertido que le resulta el verla escupir, por lo que le doy unas palmaditas en la espalda. Eso sí, se me va la atención al modo que tiene de sacudir la mamadera y me pregunto si no está haciéndolo un poco exagerado — Creo que no es así. Parece que vas a lanzarlo a… — no llego a decir que va a salir por la ventana, porque pronto cae al suelo con un estruendo y la leche no tarda en despatarrarse por todos lados. Hago una mueca que me estira los labios hacia un costado y presiona mis dientes con un “uyyy” por el enchastre que ha hecho y estoy seguro de que Rory pronuncia un entretenido “uhhhh”, golpeando sus palmitas entre sí. Bueno, al menos ya no está llorando.

Despego los ojos de la porquería en el suelo para fijarme por qué me está llamando y puedo ver en toda su expresión lo que pretende de mí. Aún así, mi alma vengativa cae sobre mí y solo me acomodo en el asiento para hundir mi culo un poco más entre los almohadones, abrazándome al niño que está agotado de llorar y queda con la barriga para arriba — Rory se ha acomodado, lo siento — murmuro con suma lentitud, modulando a la perfección con una dulzura propia de mi oficina — ¿De verdad no puedes alcanzarlo? No está muy lejos. Si estiras un poco el pie, de seguro la alcanzas y podrás darle de comer a este gordito. Y después podemos ver los regalos — solo para remarcar mi comodidad y mis intenciones, le doy unas palmaditas al niño en su ombligo y sonrío ampliamente con los labios apretados.
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¿Sabes? Dices las cosas importantes de una manera en la que no sé si contestar gracias o auuuuuch— me quejo, con las manos en las caderas para hacer que mi postura acompañe a mi tono. No es que crea que mi amenaza mereciera como respuesta un discurso en el que se mostrara vehemente y convencido de continuar con todo esto hasta la última instancia, lo que implicaría criar a una niña hasta que tenga la edad para mudarse sola, pero que a su promesa tan firme de que no va a abandonarme, con esa palabra que tiene tanta gravedad, la acompañe con una nostalgia por tantas otras cosas hace que me ahorre el agradecimiento. Son cuestiones suyas, de todas maneras, si está aquí es porque también lo decidió así.

No le daré a nada de esto más importancia de la que tienen un par de tonterías dichas en medio del lío que provoca un bodoque con tanto llanto y griterío, como se lo dije, sé separar a qué estupideces prestarle mis oídos, que responda a todas las que salen de su boca es otro cantar. —Claro que lo pensaba, ¿cómo te sentirías si cuando no apareces lo primero que pienso sea “seguro que está comprando baberos”?— lo digo a chiste, y se tuerce una sonrisa involuntaria en mis labios cuando hace sonar a amantes y amigos como una multitud. —¿Ah, sí? ¿Se han pasado a los lunes? Los lunes a la noche siempre me han parecido sospechosos…— termino de decirlo cuando me doy cuenta de una vieja coincidencia y no la menciono porque las cajas con sus compras tienen toda mi atención, mientras trato de adivinar que de todo compró. —Sigo sin poder perdonarte que hagas estas compras sin mí,— volvamos y nunca nos apartemos de lo que es importante aquí. —Vas y asaltas una tienda de bebés y no me llevas. Es… la traición, Hans. Estamos en esto juntos y tú haces estas cosas— lo digo con mi pose dolida, sosteniendo mi pecho con la mano.

No puedo alargar mi acto porque tenemos a Rory escupiendo lo que probó de su biberón, que para saber qué está mal termino escupiendo yo también. Me reconforta un poco que Hans no lo haga todo bien a la primera, pero no me gusta en qué posición eso nos deja parados. Si ninguno de los dos tiene idea de cómo hacer esto, ¿cómo se supone que alimentaremos un bebé? Siempre nos queda llamar a Mohini, si es que no se le ocurre ser quien crie a la niña hasta los seis años, por si las dudas. —¡Pues yo acabo de sacrificarme por el equipo al probar esto!— respondo a su acusación, y por reflejo me paso el dorso de mi mano por la cara así me quito del todo esa sensación de haber estado llorado, con la otra pego tal sacudón a la mamadera que acaba rodando fuera de alcance, cada vez más lejos en la alfombra de lo que llega mi brazo.

Al menos reírse ayuda a que Rory se olvide del hambre que tiene y puesto que no estoy hecha para otras tareas, al parecer me toca ser el payaso de los dos que se quedan tirados, mirándome. —Sabes que no alcanzo mis pies desde hace semanas. ¡No seas así!—. No sé ni para qué refunfuño, si aplastó su culo en el sillón, no va a moverse. Todo porque la leche que hizo no la tomaría ni Ophelia. Después de darme el gusto de fulminarlo con la mirada, le hago caso y estiro mi pie todo lo que puedo, estoy cerca de tocar el biberón, pero si me acerco un centímetro más voy a caerme como la bola que soy de este sillón. Saco todo el aire de mi pecho en un bufido y me giro hacia ellos para abalanzar mis manos sobre Hans. —¡Dame tu varita!— exijo, palpo su pantalón para que se mueva y pueda sacar la varita de su bolsillo. Teniendo en mi posición la uso para hincarle en su costilla por querer burlarse de mí, que agradezca que no se me pasa ningún hechizo por la mente.

Recojo el biberón que vuelve a mi mano y limpio la mancha que se formó sobre la alfombra. —Ha quedado menos de la mitad— me lamento, usando la misma varita para revolver el contenido así la leche no está tan aguada y se la devuelvo a Rory que tendrá para entretenerse unos minutos. —¿Ya? ¿Podemos abrir las cajas?— pregunto, aunque no espero a que me conteste y las primeras se van abriendo a los lados con golpecitos de la varita a la distancia. Mi cara de desconcierto es mayúscula cuando una caja tras otra va revelando cochecitos. —¿Hans…?— me volteo hacia él, separo mis labios, los vuelvo a cerrar y hago un nuevo intento, mis ojos puestos en él como si me acabara de presentar un acertijo que no puedo resolver. —¿Cuántos bebés vamos a tener?
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Hans M. Powell
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No me atrevo a decirle las razones reales por las cuales hice esta compra sin ella, pero estoy seguro que mi manera de hacerme el desentendido y sordo al moverme en mi sitio me delata. Estamos juntos en esto, pero a veces no estoy seguro de que podamos comprender lo que el otro siente con respecto a los diferentes miedos que nos van asaltando. Al menos, todo el dramatismo de la mamadera y la leche aparentemente asquerosa desvía la atención hacia temas un poco más urgentes — ¿Te das cuenta que nos estamos apresurando? Si nos ponemos a pensar, tendrás que amamantarla durante un tiempo primero. Tenemos una eternidad para aprender a hacer un biberón — o, al menos, hasta que sea momento de cambiar la alimentación de la niña. En cierto modo, la biología me está salvando de hacerme responsable.

¿Es mi culpa que tus piernas sean cortas? Pues no… — hasta me atrevo a sonreír de forma sobradora, estoy seguro de que puedo estirar las mías y alcanzar el biberón, pero tampoco voy a intentarlo; lo refuerzo al separar mis rodillas para hacerle más espacio al bebé que tengo encima, que se acomoda en una nueva comodidad. Tengo que decirlo, ver a Scott tratando de estirarse todo lo bola que es me causa bastante gracia y tengo que hacer un enorme esfuerzo en no reírme de ella, presionando mis labios temblorosos para reprimir cualquier sonido. No me muevo hasta que se lanza sobre mí y trato de correrme hacia un lado, pero mi postura no ayuda y apenas alcanzo a levantar los brazos — ¡No me manosees frente a Rory! Que dirá algo luego y sus padres pensarán que somos unos depravados — que considerando que su madre es quien nos ha regalado el libro sexual que hemos utilizado casi todo su embarazo, no me sorprendería que tengan esa idea de nosotros.

Para qué mentir, me siento bastante decepcionado de que lo solucione con la trampa de la magia, pero al menos me permito el reírme de ella — Si no hubieses sido tan dramática como para lanzarla al suelo… — comento al pasar, aprovecho a acomodar la mamadera en boca de Rory para evitar así el tener que mirarla en lo que ella se pone a abrir las cajas. Los carritos, la sillita para comer, el transportador… poco a poco, la sala parece transformarse en una versión miniatura de la tienda y hasta me disculpo con la mirada por esa acusación — Con suerte, espero que solo una. Pero… bueno, no sabía qué elegir y pensé que podíamos tenerlos todos. Ya sabes, uno para cada ocasión — excusas, creo que los dos sabemos que encontré en ello la respuesta perfecta para mis dudas. Como el niño se acomoda en mis brazos para beber con mayor comodidad, me veo obligado a mirarla por encima de su cabecita morena — Entré en pánico, ¿de acuerdo? Siento que vas a explotar en dos días y lo único que he hecho es sentarme a mirar cómo tu panza va creciendo. ¿Y qué si no teníamos nada listo? ¿Que pasaría si teníamos que hacernos una idea material cuando la bebé ya esté aquí? Ya sabes… — le lanzo un vistazo a su estómago crecido antes de regresar a ella. No, no lo sabrá, ella puede sentirla. Con tal de hacer algo, acomodo el biberón de Rory para que la leche caiga más fluida y así mantenerme ocupado — A veces temo no estar listo y creo que todo esto lo ha demostrado. No sé nada de niños y lo único que puedo hacer es sacar la billetera y pagar — montones de tonterías, mucho más de lo que otros pueden llegar a tener. Un poco de abuso del dinero — Al menos… ¿Te gustan? Tienes un transportador para colgártela como canguro — sino, puedo decir que he fallado en algo tan simple como una sesión de compras.
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Al parecer, no necesitamos de alcohol para que las estupideces salgan de nuestras bocas, un niño llorón que nos somete a ese estrés tiene el mismo efecto. Porque me escucho decir con toda naturalidad, como si estuviera señalando que los lunes siguen a los domingos, una tontería más, dicha con toda la honestidad que encontramos en este momento. —¿Que nos apresuramos con todo? Pensé que era nuestro estilo, si no lo hacemos todo a las prisas, ¿somos nosotros?— pregunto con el atrevimiento de reírme de esto, acurrucándome en el sillón con los brazos cruzados sobre mi vientre, una postura que debo romper de inmediato para alzar un dedo al aire y es que no puedo dejarle pasar sus errores sobre nociones del tiempo. —No, no tenemos una eternidad. Una eternidad no. ¿Y quién te ha dicho que los bebés al nacer no toman biberón? — tengo que sacarlo de ese error. No habré leído sobre cómo se preparan biberones, pero sí algunos debates sobre leche materna y leche de fórmula para complementar, que me han hecho dudar de mi propia capacidad de alimentar al bebé. ¡Porque soy yo! ¡Vamos! —¿Qué pasará si no tengo suficiente leche? ¿O si le faltan nutrientes? ¿Y si al bebé no le gusta? ¡Que soy un desastre en la cocina! ¡Seguro que hasta por un proceso natural me sale asquerosa!

Por si no se ha dado cuenta todavía, ha sido identificado mi enemigo número uno en esto de la maternidad. La leche para el bebé. ¡Ni siquiera sé agitar una mamadera! ¡Por el amor a Morgana! Se me escapa de las manos y el idiota aprovecha el momento para reírse de mí, en serio que a veces no sé si estamos juntos en estos o a la primera tomará ventaja sobre mí. Mascullo un par de insultos entre mis dientes por su burla a mis piernas cortas, que por un momento casi le deseo que sean otras cosas las que se acorten, pero me callo y lo dejo en un «…tus piernas». Mis intentos sirven para nada y no le daré el gusto de remate de verme caer de culo al suelo, así que me hago de su varita para poner fin a este dilema que no podré resolver por mí misma hasta que no recupere mi cuerpo de hace siete meses. —Entonces quédate calladito y no digas nada que el niño pueda repetir— me burlo de él porque puedo, pero en defensa de mi honor puedo decir que mis manos tenían un único objetivo y no era del que me acusa. Tengo mis reparos a toquetearlo con público y menos aún daría un espectáculo delante de un menor. —¿Los dos sabemos que Rose y Jack no fueron a jugar la lotería con el club de la tercera edad, verdad? Lo que puedan pensar de nosotros lo tomaré como un halago— bromeo, haciéndome cargo de ir abriendo las sorpresas, en plural, que no es una sola como dijo al llegar. ¡Si se ha traído la tienda a la casa!

O este hombre espera que de mi vientre salgan nueve niños o está pensando dejar el ministerio para dedicarse a este rubro; espero algún tipo de respuesta de su parte que me aclare este panorama. —Lo único en lo que puedo pensar es que le estás marcando un destino de piloto de carreras, dándole tantos modelos diferentes de cochecito—. Tengo que admitir que soy como una niña en Navidad, muy contra mi voluntad, porque dije que no le impondría mis propios gustos como espero que tampoco Hans le imponga los suyos, ¡porque sería un horror que Hans le imponga los suyos! ¡Terrible! Y sin embargo lo que hago es ponerme de pie lo más a prisa que puedo, eso quiere decir que tres veces más lento de hace unas semanas, para ir a tocar cada una de las cosas con la emoción de ver para que funciona cada botón, que tan bueno es el material y todos los chiches que tienen las cosas de bebés. Pero sigo enojada porque no me llevó con él. Me emociona descubrir cada una de las cosas, pero sigo enojada. Escucho sus preocupaciones sobre lo que será una explosión y no un parto, ¡y gracias! ¡Ayuda tanto! —Hans, el parto ya de por sí me provoca demasiada ansiedad como para que lo compares con una explosión—. Voy a odiarlo ese día, Rose me lo dijo. Voy a ahorcarlo si está lo suficientemente cerca. ¿Se lo tengo que decir? ¡Nah! Me siento sobre la alfombra, todo lo gorda que estoy, con una mano aun sosteniendo lo que parece una hamaquita de piso con botones y juguetes que le cuelgan, para mirarlo de frente y respirar muy hondo, a ver si podemos calmar juntos las preocupaciones. —Será un desastre, seremos un desastre. Ya solo resígnate y déjalo ser—. Si, es que soy una profesional en esto, yo no sé por qué no me dediqué a la psicomagia, si mis charlas terapéuticas son las mejores.

¿El transportador no es para ti? ¡Ah, discúlpame! ¡Ya la habré cargado por nueve meses, te tocará a ti también!— lo prevengo. Hago el amago de levantarme para ir a buscar eso que me dice y no, mala idea, caigo por mi peso sobre la alfombra una vez más. Sigo usando su varita para traer hacía mí las cosas que compró. —¡Es negro! combinará con la mayoría de tus trajes cuando la lleves al ministerio— lo digo como si fuera un gran acierto, me sorprende lo buen comprador que es. Hago un segundo intento de calmarnos, emoción por los regalos de por medio. —Hans, en serio, no creo que debamos preocuparnos demasiado. Será solo una vez, si tenemos suerte— repito sus palabras. —Todo pasa demasiado rápido, cuando nos demos cuenta estará corriendo lejos de nosotros con sus piernas cortas, iguales a las de su madre, pidiendo por independencia. Y serás quien esté lloriqueando y haciendo berrinches cuando seas un viejo quejoso al que sus hijas no vienen a ver, por quejoso— dejamos claro eso. Puedo bromear sobre eso, pese al nudo que se me forma en el estómago porque ambos sabemos que el futuro también se nos escapa de las manos todo el tiempo y se disuelve como un espejismo. —¡Oye, tengo una idea! ¿Hacemos carrera de cochecitos? Ya sabes, para probar de que tan buena es la calidad— propongo.
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Hans M. Powell
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Mientras no sean carreras de escobas… — intento pensar a una pulga encima de una de esas cosas a toda velocidad y puedo sentir como se me revuelve la bilis, no sé si por la impresión que me dan las alturas o por pensar que me puede salir un terremoto incontrolable que quiera subirse a ellas. Suerte para mí, aún faltan años para que deba preocuparme por eso y ahora mi atención está puesta en sobrevivir a los ataques de su madre. Mis ojos son cautelosos en lo que ella inspecciona las compras, dudoso de si volverá a explotar en mi contra o si esto servirá para bajar sus nervios. Sé que no soy bueno con los regalos, que no me ande ladrando sobre que el diseño es una porquería es un paso a considerar — Intento no pensar en el parto como tal — confieso. Por lo poco que he leído, tengo asumido que será una experiencia desagradable para todos — Pero sí me preocupa todo lo que vendrá después. A veces siento que no estoy listo — sé que nadie lo está, es una de las cosas que me han repetido desde que lo supimos. Pero… ¿Y si no sucede nunca? ¿Y si solo fallo, una y otra vez, sin ser capaz de poner límites para que una niña crezca derecha? ¿Cómo coordinaré sus necesidades con el cuidado de Meerah, quien pronto será una adolescente y no me querrá cerca?

Veo el transportador volar hasta sus manos y me froto el pecho en reacción de tan solo imaginarlo; sé, por descarte, que no puedo aparecerme así en el ministerio, sería el suicidio de mi imagen profesional — Meyer puede quedarse con ella si pretendes que use eso. Puedo cargarla en brazos, pero… ¿Qué crees que dirían mis empleados si me ven con esas pintas? — quizá a ella no le importe, pero yo tengo otra clase de prioridades. Ya estoy empezando a notar cierto respeto vacilante en algunos abogados después de lo que ha pasado en enero, no pretendo empeorar las cosas con boberías. Intento no pensar en ello, sé que son problemas externos de los cuales no quiero hacerla partícipe. Al menos, su escenario me quita una sonrisa honesta a pesar de ser breve — ¿Me ves tan quejoso? Creo que tú te quejas más que yo todos los días. Tienes un carácter más… temperamental — por no decir “complicado” o “volátil”.

Lo que no me espero es esa propuesta que me hace mirarla como si se hubiese tragado un montón de grajeas de todos los sabores sin chequearlas primero — Sabes que ni tu peso ni tu largo pueden ayudarte en eso, ¿verdad? — aún así, acomodo a Rory en mis brazos y me pongo de pie con desenvoltura y la seguridad emanando de mis poros — ¿Quieres ganarle una carrera a tu tía? — le pregunto al niño, quien solo asiente sin saber de qué le estoy hablando porque está muy ocupado en beber lo que queda en su biberón — Haremos así: hombres contra mujeres. Que la bebé te ayude a ganarnos — no me decido en primera instancia, pero acabo haciéndome con el carrito escocés y coloco a Rory dentro; bueno, me cuesta algunos intentos, porque el muy malcriado no quiere poner sus pies gordos en sus correspondientes agujeros — ¿Cómo…? — no pienso amargarme, le quito la varita a Scott en un movimiento veloz y con una simple sacudida, logro abrochar el seguro sobre la barriga de mi ahijado — Normas: un ida y vuelta hasta la cocina a la cuenta de tres. El que pierda deberá chequear las necesidades de Rory cuando le baje la leche — bordeo el carrito hasta sujetar el mango y muevo las manos como si se tratase de una moto, moviendo mis cejas en dirección a Scott — Uno — estiro una pierna hacia atrás, colocándome en posición — D… ¡Tres!

Las risas del niño suenan como burbujas que se rompen en el aire, seguro de que el escándalo se debe a que la velocidad que toma es inesperada. Poco me importa el dejar a Lara atrás, tengo la rapidez en el cuerpo que me obliga a frenar en seco al pasar el marco para rodear la isla de la cocina, haciendo vibrar mis labios como si se tratase de un motor, hasta buscar el regreso a la sala. Lo que no cuento es el resbalar ligeramente tras un sonido gutural, consigo sostenerme del carrito y me detengo al darme cuenta de que hay un camino blanco que proviene de nosotros. ¿Pero qué…? — Scott… — balbuceo, bordeo el carro justo para poder ver el rostro manchado del niño y sentir su asqueroso hedor — Creo que está vomitando — ahora comprendo por qué dicen que no hay que excitar a los niños después de comer.
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Tampoco creo estar lista, pero ¿qué quieres que hagamos?— le pregunto, por mi cuenta no llegué a una respuesta que acabe de una vez con todos los miedos que me asaltan de golpe a las tres de la madrugada. —¿Le pedimos a la bebé que se quede ahí diez años más? ¿Quince? ¿Cuánto tiempo necesitamos para estar listos?— ¿y lo estaríamos algún día de sólo dejar que el tiempo pase? No lo sé, es muy probable que algo esté mal en nosotros y eso nos haga biológicamente malos padres, la tarea de procreación la cumplimos por un accidente de la naturaleza, la que tiene que ver con la preservación de la especie no lo sé. Arqueo una de mis cejas por la fuerte incredulidad que me provoca su repentina preocupación por lo que dirán los demás si lo ven cargando a la bebé, ¿en serio? ¿De todo? Lo que pueda decir la gente es el menor de mis males, así que lo ignoro. Para quejarme tengo otra cosas, ¡sí! Como que me duelen los pies, no encuentro mi cintura por ninguna parte, cargo con un peso extra todos los días. —Tengo un carácter más…— me predispongo a corregirlo y a lo último frunzo mi ceño en una mirada feroz. —Embarazado—. No le arrojo nada porque tiene al niño con él, pero me desentiendo de sus acusaciones sobre mi hermoso y apacible temperamento con una broma. —No tendrás que preocuparte por mis quejas en ese entonces, estaré en un crucero con Rose— agito mi mano en el aire, —te mandaré postales— hago el movimiento de despedida con mis dedos.

Me paro todo lo alta que soy como para demostrarle que sigo siendo rival para una carrera de lo que sea y coloco las manos en mi cadera que se ensanchó hacia todos los lados. —¡Eso es trampa!— replico con un tonito agudo. —¡Mi piloto todavía no salió de su base! ¡Estás tomando ventaja sobre nosotras!— grito, sujetándome la panza con ambas manos para presentar en grupo esta queja sobre las reglas del juego. Estrello mi dedo en su hombro, que es el espacio que puedo alcanzar si carga a Rory en sus brazos. —Eso sólo quiere decir una cosa, ¡tienes miedo porque sabes que vas a perder!— suelto una carcajada sobradora, porque a mí no va a ganarme ningún chico que se cayó de la escoba en la escuela. Busco entre los cochecitos el más ligero y más adecuado a mi tamaño, condición y poca velocidad. Me río de él que tiene que batallar por colocar a su piloto, porque la mía está en su posición y lista. Acerco mi nariz a la suya cuando determina la prenda para el perdedor. —Prepárate para limpiar culo de bebé, ¡ja!—. Mis dedos se sostienen con fuerza al mango del cochecito, separo mis pies para la carrera y… ¡el tramposo se adelanta! —¡TRAMPOSO!— grito, toda furiosa, corriendo detrás de él y tratando de chocarlo por detrás así no gana. ¡Ah, maldito piernas largas! ¿Y dónde dejé mi varita? ¡La necesito para que se resbale!

El karma es una perra porque el pensamiento me vale para que sean mis pies los que se deslicen por las baldosas y si no me caigo es por poco. Mi mueca de asco al percibir el olor es tal que me detengo en mi lugar, dando tiempo al idiota de que acabe su vuelta, y cuando puedo ver la carita de Rory de refilón entiendo lo que pasó. Suelto de repente el cochecito que estaba en mi posesión para ir hacia donde está el niño, inclinado hacia delante y los labios sucios de leche. Hago a un lado a Hans para tratar de aflojar el cinturón de seguridad que retiene al pequeño, que no ayuda en su liberación porque sentirse sucio y con arcadas le arruina el humor, una vez más. —¡Mira lo que hiciste!—  acuso al adulto de esta habitación. —¿Cómo se te ocurre dar todas esas vueltas con el niño?— sigo, usando mis manos para tomar a Rory de las axilas y cargarlo, así su cabeza queda sobre mi hombro. —¡¿En qué estabas pensando al jugar una carrera de cochecitos?! ¡Por favor, Hans! ¡Treinta y cuatro años y para nada!— no acabo con mi reto que escucho el breve ahogo del niño por una nausea y siento el líquido caliente y asqueroso derramándose por toda mi camiseta. —¡AY, QUE ASCO!— grito de la impresión, tirando mis brazos hacia delante para alejar al niño y devolverlo al cochecito donde se sienta por su cuenta. Tengo mi momento en que no hago más que mirarme las manos y el ruedo de la camiseta, levanto mi mirada con miedo a la burla que voy a recibir por parte de Hans. —Ven aquí— lo llamo, moviendo mis dedos para que se acerque. —Te daré un abrazo de consuelo por haberte retado— digo, yendo hacia él con mis brazos abiertos y todo el vómito de bebé a la vista.
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Hans M. Powell
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¿Diez, quince años serán suficiente? ¿Estaré listo en los cincuenta, cuando debe suponerse que seré un adulto mayor y centrado, o seguiré con los mismos temores de hoy? Intento evaporar esos miedos, me concentro en que debo sobrevivir al presente para llegar a ese futuro y me basta con sonreír en respuesta al ceño asesino que se asoma por las facciones de mi extraño intento de novia pseudo prometida, si nos basamos en las promesas sin necesidades de anillos que marquen una boda  — Pues que tengan un buen viaje, esperaré las postales con ansias — ¿Siquiera la gente sigue usando esas cosas? ¿No les basta con los hologramas y los envíos instantáneos?

Me llevo una mano al pecho en una falsa indignación con respecto a su acusación, porque sé muy bien que no me duele gracias a que, en verdad, Rory no me ayuda pero la bebé a ella la hace más lenta. ¿Y qué puedo hacer yo al respecto, quitársela en una cesárea realizada solo para que ella pueda competir en condiciones? Momento, eso suena a un extremo caso de nuestras peleas de egos — ¿Cómo perdería contra ti? — es una pregunta que no busca sonar ofensiva, pero tengo la ligera sospecha de que lo hace — Puedes ganarme en otros aspectos, en especial con los números y la electrónica, pero en algo como esto… — lo dejo en el aire, creo que ni es necesario que me aclare. Queda en evidencia en pocos segundos, cuando sus gritos se ponen a retumbar en la casa y a pesar de que puedo sentir su enojo como una nube negra que se desparrama por las paredes, mi única y no sensata respuesta es reírme, como un eco guasón que pronto me pasará factura.

Obvio que el karma juega rápido, creo que es algo a lo que debería acostumbrarme. Lo que no comprendo es por qué parece ser que soy quien tiene toda la culpa y esta vez sí me llevo una mano al pecho con expresión confundida, abriendo los ojos de par en par en su dirección — ¿Y fue mi idea? ¿Acaso estás loca? — no, no voy a ponerme a apuntar contra su orgullo porque creo que no necesitamos lanzar más leña al fuego, pero por favor. La ironía hace que pronto sea ella quien se encuentre bañada en vómito de bebé y me debato entre reírme o sumirme en la impresión del asco, lo que me vale una mueca algo indefinida que demuestra mi repulsión y las ganas contenidas de reírme — Si me pides por favor, te ayudaré a que te limpies — aprovecho ese segundo para mofarme, pero lo que viene a continuación me provoca que alzar las manos en el aire y dar unos pasos hacia atrás con cierta urgencia — Voy a necesitar más que consuelo si me tocas con eso encima… — como no tengo una mejor idea, me hago con mi varita y la apunto con cierta desconfianza en la mirada — ¿Quieres que te saque la mugre o te arriesgarás a que te lance un tarantallegra? — es una amenaza inocente, pero que hace sonar a mi voz con una seriedad poco propia para entrecasa — Creo que tenemos un poco invertidas las prioridades en este momento, ¿no crees? Por ejemplo, Rory está sucio y posiblemente se siente mal y nosotros estamos discutiendo sobre venganzas infantiles — lo señalo como si fuese una falla de la cual yo podría desligarme y en la que me veo atado por cortesía, cuando sé muy bien que tengo gran parte de la culpa — Si me amas aunque sea un poquito y te importa tu ahijado, dejarás esta guerra en esta cocina y su vómito en tu camisa, para poner un poco las cosas en orden. O siempre podemos esperar a que vengan sus padres y encuentren este escenario a ver si pueden solucionarlo — muevo mis cejas hacia arriba, usando un tono tenebroso y lento, como si nuestros amigos fuesen los progenitores que podrían colocarnos algún castigo.
Hans M. Powell
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Necesita urgente un manual sobre cómo discutir con una embarazada, porque «¿estás loca?» son las últimas palabras que tendría que pronunciar y lo hace. ¡Lo hace! ¿Dónde está ese manual? ¡Necesito arrojárselo por la cabeza! —¡Es cierto! ¡Fue mi idea, sí! ¡¿Por qué me hiciste caso?!— exclamo, atrapados en una nueva vorágine de reclamos que tienen al niño vomitándome sobre la ropa, lo que no puedo decir del todo que sea una sorpresa porque la poca leche que rescatamos de su biberón se ha puesto a dar tumbos dentro de su panza mientras lo sacudíamos y obligábamos a participar de una carrera estúpida. ¿Qué no es en estas cosas que Hans debe ser la voz de la razón y decirme que haga a un lado mi idea idiota? ¡Pero no! ¡Claro! ¡No es hasta que se ve como víctima de mis tonterías que no se pone serio! Si es que ensaya un discurso de responsabilidad adulta sacada de la manga cuando avanzo hacia él con la ropa embadurnada y me tengo que quedar parada en medio de la cocina, porque la amenaza de un hechizo que es truco de niños pende sobre mi cabeza.

Hans…— comienzo, en ese tono mío que se ha vuelto distintivo al uso de su nombre, como anticipación de que se vendrá algo para lo que requiero de toda su atención y por si hace falta también lo remarco en el aire con un dedo. —Ya no gastes saliva tratando de convencerme de nada, soy inmune a tus palabras persuasivas. No creo en tus amenazas, ni en tus maneras de lograr que haga lo que quieres— la sonrisa que esbozo es tan amplia, tan limpia de maldad y a la vez, tienen un sesgo de picardía. —Sabes que te amo—, doy un paso lento hacia él con mis palmas en alto como para demostrarle que voy con intención de paz, —un poquito— con otro paso estoy a menos de un brazo de distancia y basta con tenderlo hacia adelante para tirar de él, así puedo rodear su cintura haciendo que su traje se impregne de la suciedad que le comparte mi camiseta. —Con esto quedamos en iguales términos y entramos en tregua, ahora sí, podemos poner un poco de orden antes de que lleguen los padres de este niño— proclamo, liberándolo de mis brazos. No dejo que se aparte echándose hacia atrás del asco que debe provocarle todo esto, que retengo su mentón con mi mano para hacer chocar mi risa en su boca.

Lo primero en lo que atino a pensar para solucionar todo este lío, es sacar a Rory del cochecito y es lo que hago, buscando la manera de colgarlo a mi cintura, sus piernecitas por encima de mi panza. Logro llevarlo hasta la pileta misma de la cocina y con un manoteo logro abrir la perilla de la canilla, por la que empieza a brotar el agua en un chorro fuerte. Atrapo el tapón para colocarlo en su lugar y así dejar que el agua se acumule. Siento al niño en el borde para quitarle su ropa sucia, y el forcejeo de las mangas de su camiseta que enredan sus brazos, me hace llamar a Hans. —¿Podrías ayudarme? No quiero que se me caiga— pido, que un chichón en la frente es lo único que nos falta para devolverle este niño a su padre con más heridas de guerra de las que tendría en la frontera. —¿Te fijas si Rose le puso ropa extra en el bolso? Si no hay unas bolsas con una camisetas unisex en el armario debajo de la escalera que compré el otro día— le indico.
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
No sé por qué le hice caso, es cierto; quizá es por mi manía orgullosa y estúpida de tomar absolutamente todo como un reto personal. Y a eso me ha llevado esa actitud: el ver como se va acercando peligrosamente a mí con una expresión que encuentro más amenazante que las cartas de Magnar Aminoff sobre mi escritorio — Scott… — intento sonar amenazante, lo suficiente como para que alguno de mis empleados se eche hacia atrás, pero sé que no va a funcionar con ella. Me lo confirma cuando tira de mí de manera que acabo con los brazos hacia abajo y mi torso tratando de echarse hacia atrás, aunque mi asco queda evidenciado con la expresión arrugada de mi rostro, ese que alejo tanto como puedo para que el aroma a podrido no se me grabe en la nariz — ¡Esto no era necesario! — me quejo en algo parecido a un gemido, lo húmedo y cálido del vómito hace que la camisa se me pegue y la sensación se torna desagradable en segundos. No quiero mirar hacia abajo, lo esquivo incluso cuando atrapa mi boca y no soy capaz de responder a ese gesto sin pucherear — Apenas y puedo con el vómito propio, como para tener que soportar esto… — ya, si no respiro quizá pueda soportarlo mejor.

Obvio que es una misión imposible. En lo que ella se encarga de mover a Rory para acabar con su sufrimiento, yo uso la varita para limpiar mi ropa sin mirar, respirando tan poco como puedo sin desmayarme. En pocos segundos tengo la camisa seca, aunque el aroma sigue implantado en la tela y me resigno a que deberá ser lavada en la mañana — Decidete: ¿Te ayudo con el niño o con su ropa? — aún así, salgo de la cocina para ir en busca de su bolso, chocando con sus cosas en el suelo. Gracias a Merlín, el cambio clásico de ropa se encuentra desparramado y puedo regresar en pocos segundos, sin tener que desenvolver nada nuevo — Espera — me percato del detalle en lo que le tiendo las prendas, notando como Rory parece estar mucho más relajado al tener sus manitas jugueteando en el agua. Niños nacidos en el cuatro, supongo que son como peces — Me acusaste a mí de haber comprado regalos sin ti, pero tú compraste ropa sin mí y recién me entero. Tenemos que empezar a implementar normas igualitarias en este lugar, Scott.

Tironeo del saco y lo lanzo sobre la mesada, dispuesto a buscar la comodidad hogareña que no he podido conseguir desde que puse un pie en este lugar. Con el repentino silencio, quebrado simplemente por el correr del agua, se siente como que la marea alta ya ha pasado y podemos volver a ser algo parecido a nosotros mismos — ¿Crees que lo hicimos tan mal? Pudo ser peor — no sé cómo, pero estoy seguro de que las cosas siempre pueden empeorar. Tironeo de la camisa para sacarla de dentro de mi pantalón y así puedo olfatearla, lo que me tuerce el gesto — Definitivamente, no tendré más hijos después de ella, no creo que pueda hacerlo. ¿Qué piensas de la vasectomía? — y por extraño que suene, mi voz no denota que esté bromeando.
Hans M. Powell
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Invitado
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Regulo la temperatura del agua para que el lavabo de la cocina se transforme en una pileta improvisada para Rory, que está un poco grandecito para meterlo ahí, pero si juntamos sus rodillas podrá sentarse cómodamente y dejar que el chorro se lleve el mal olor y sus ganas de berrinche. Pruebo el agua colocando mi palma bajo la canilla y me muerdo los labios para no reírme con fuerza al responderle, por señalar que es imposible que haga dos cosas a la vez y en mi mente lo había planteado como una cosa primero, luego la otra. Pero si es para burlarme a su costa, sigo: —Y también quiero un café, con dos de azúcar. ¡Rápido, Powell! ¡Rápido!—. Se me escapa una carcajada tan alta que el niño me mira confundido por un minuto y le tengo que hablar en voz baja para explicarle que su padrino es así de tirano en la oficina, así que se lo merece. Siento el peso de la acusación que se me viene como un cosquilleo en mi nuca, aun de espalda a él, enfrascada como estoy en mi tarea de hacer que Rory se siente dentro del lavabo y abra sus manitos al chorro de agua tibia.

Están ahí porque sentí culpa, ¿sabes? No quería que tú o Meerah, mucho menos Meerah, lo vieran— explico, girando medio cuerpo sin descuidar al niño y quedando de perfil para poder hablarle al adulto indignado. —Yo no me compré media tienda de bebés,— puntualizo, que no se haga el libre de faltas, cuando fue quien llegó gritando «¡sorpresa!» a los cuatro vientos, — pero a veces veo en los escaparates una cosita, sólo una cosita, y me da… el impulso violento e irracional de… ¡lo quiero!— cargo mi voz con todo el dramatismo que hace falta para representar mi emoción de ese momento en que el descubrimiento de una camiseta, un enterito o unos zapatitos me hacían volver a la casa con una bolsa que tenía que esconder de alguna manera. Donde sea, en algún sitio donde pudiera ocultar mi vergüenza, tan oscuro como puede serlo ese armario y cerca de la caja de juguetes que en algún momento sacaremos, cuando la habitación designada como la del bebé vaya siendo suyo realmente, con sus cosas más íntimas. —¡Había un enterito con zorritos, Hans! ¿Cómo no comprarlo? ¿Cómo resistirme?—. No puede ser cruel juzgándome si él se trajo diez cochecitos a la casa por no poder elegir uno.

Como Rory está entretenido haciendo palmas, cómodo en su desnudez como tendría que haber sabido desde un principio que lo estaría, pese a que todavía no estamos en una temperatura de verano, tomo un poco del agua para ir limpiándome la suciedad de mi propia camiseta. Mi nariz se acostumbra rápido al mal olor, siempre me consuela pensar que hay cosas peores. Sí, hay cosas peores que vómito de bebé. Como el vómito mismo de los adultos, doblándose en el callejón fuera de un bar o el baño prestado de una casa. Nos estamos dejando asustar por un bebé de dos años que apenas pasa mis rodillas, porque nos sorprende que algo tan pequeño tenga toda esa fuerza de huracán como para poner la casa patas para arriba. —¡Qué exagerado!— la risa me dura el segundo que tardo en mirar su cara y mi cara se limpia de toda intención de burla.  —Espera, ¿estás hablando en serio?— pregunto. Parpadeo un par de veces, mi semblante pierde su sonrisa y tengo que frotarme la nuca para pensarlo, en serio, mientras busco el apoyo del borde de la mesada para recargarme, con Rory a mi espalda tirándome gotitas de agua. —Momento de charla seria, entonces. Si no quieres tener hijos, digo, si como decisión consciente no quieres hijos, me parece que es muy responsable de tu parte que quieras anular del todo esa posibilidad— lo digo con franqueza, llevándome una mano a mi pecho, donde aún queda un rastro del vómito del bebé sobre mi ropa. —Que lo consideres me hace sentir muy ¿orgullosa? de ti, no sorprendida, porque en general eres muy responsable con todo. No podía ser de otra manera tratándose del delegado del kinder—, meto un chiste como para cortar lo serio que podría ser esto. —Te hiciste cargo de las dos hijas que no elegiste tener más allá de lo que puedas darle con dinero, te involucraste de veras y seguirías haciéndolo con veinte hijos más que aparezcan de la nada—. Pobre, hombre, ¿por qué lo veo tan posible? —Por eso, si sólo decides que no quieres hijos, está bien. Yo te apoyo— le doy unas palmaditas en el hombro y una sonrisa, y me giro hacia Rory que está llevándose agua a la boca. Peino todo su cabello hacia atrás con una pasada que le hace cerrar los ojos, pero no se queja.

Siempre he creído que ser padres es una elección y no se le debe imponer a nadie, y puede que esta bebé no sea algo que elegimos en un principio, pero cuando decidimos que la tendríamos…—, me cuesta explicárselo así que me quedo callada. Cierro la canilla porque el agua está a punto de desbordarse y tengo que conformar a Rory con una taza para que siga jugando. —Desde entonces no ha pasado un día sin que abrace a esa elección, porque… ¿los niños merecen ser deseados, no? Que puedan sentir que tienen una familia que los está esperando fuera, con miedo, pero seguro ella también tiene miedo…— digo, ponerlo en voz alta me ayuda a entender todo un poco mejor y me sostengo al borde del lavabo, con mis dedos rozando el agua que Rory sacude. —Piénsalo así, ella también tiene miedo. ¿Dentro? No. Dentro está en un sitio seguro. Tiene miedo a salir. Porque respirar le va a doler y también ver la luz por primera vez. Da mucho miedo salir de donde estás bien, ¿por qué hacerlo? De la misma manera para nosotros, tenemos nuestros sitios seguros y nos aterra tanto algo que no conocemos— le explico, —¿Y sabes qué sucede cuando dejas que el miedo tome la decisión? Siempre dice que no, que estás mejor así, que no hace falta salir, rechazas. Por eso, Hans, si lo tuyo es una decisión consciente, te apoyaré— sostengo, porque sé que lo haré, ya le dije que respeto mucho que tenga esa firmeza de decir no. —Pero si es una decisión tomada por el miedo a ser padre, aguarda un poco más… aguarda a experimentar lo que es ser padre. Tienes que pasar por eso y claro que será un desastre, no puede ser de otra forma. Piensa en cuando ella nazca y tenga que aceptar que salió de su sitio seguro para caer en nuestros brazos torpes, — propongo con una sonrisa que no llega hasta mis ojos, porque también estoy aterrada como él. —¿Sabes que sucede al final de todo cuando te enfrentas a lo que temes y lo atraviesas a ojos cerrados como una montaña rusa? Te das cuenta que sobreviviste, que no fue tan malo y que tal vez, tal vez, hasta fue genial.
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Hans M. Powell
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Nunca te daré mi número de cuenta… — es un pensamiento más para mí que para ella, porque sospecho que acabará el embarazo con un extraño número elevado de ataques de compras de los cuales yo no me enteraré hasta último momento. Bueno, para ella debe ser un poco más fácil que para mí, las mujeres tienen un instinto más acertado sobre cómo comprar este tipo de tonterías. Me salgo de ese hilo con el comentario de los animalitos, le sonrío a medias — Mi patronus es un zorro — es un dato al azar, ni siquiera creo que sea importante. Me pertenecen uno de esos casos en los cuales mi forma animal al transformarme difiere de mi protector, lo que no sé muy bien qué quiere decir sobre mí. ¿Que soy complicado, que tengo doble cara…?

Me froto la camisa con dedos húmedos que apenas he logrado mojar en la bañera improvisada, sé que no servirá para quitar el aroma pero es mejor intentar eso que nada. Me funciona para no mirarla a la cara cuando se da cuenta de que no estoy bromeando, mis ojos se clavan en su semblante y espero una respuesta que no tarda en llegar. Sí, me sonrío frente a su broma, pero el silencio se hace de mí hasta el comentario que me hace resoplar — No tengo veinte hijos… — intento verlo con la misma broma que ella, pero realmente ruego con que no aparezca nadie más clamando tener mi sangre. Dos hijas está bien, es todo lo que puedo contener sin sentir que voy a fallar en medio de todo este desastre. Si me preocupo ahora, no me imagino lo que será si la familia se vuelve más grande. Me hago con su voz en lo que veo como Rory se entretiene jugando, haciendo un ruido ligero con la taza al hundirla en el agua y volverla a sacar para mojarse a sí mismo. No quiero ser el aguafiestas lógico que le dice que la bebé no tiene miedo porque aún no tiene consciencia, no se acordará de nada cuando salga de su barriga y pronto estará segura con nosotros, las personas que pondrían su propio cuerpo como escudo para que no le suceda nada, a pesar de la inexperiencia. Meerah me ha sido de ayuda para saber cómo me muevo en este ámbito, pero sé que no será lo mismo. El miedo me hizo abandonarla, el arrepentimiento me obligó a mantenerla cerca ahora que tuve la oportunidad. ¿Y es el miedo lo que me hace barajar estas opciones? ¿Mejor un niño con fallas, que uno inexistente?

No lo pensé como algo inmediato, pero sé que está la oportunidad y, tal vez, sea lo mejor — me echo ligeramente hacia atrás cuando Rory se pone a golpear la superficie con sus manitas, salpicando todo a su alcance con una risa que me recuerda que lo malo ha pasado junto con el vómito. ¿No deberíamos haber calmado al pez con agua desde un primer momento? ¿Cómo fallamos en algo tan simple? — Quiero ver lo que sucede cuando la bebé nazca, saber si estoy hecho para esto, si no seré la peor versión de mí mismo con los años. Tu madre lo dijo, mis responsabilidades serán demasiado y un bebé es mucha responsabilidad. ¿Qué recuerdos tendrá de mí cuando crezca? ¿Una puerta cerrada de oficina? ¿Un montón de impaciencia e inexperiencia? — sé que son miedos que iban a agarrarme tarde o temprano, incluso cuando intenté ver el lado positivo la mayor parte del tiempo. Paso un brazo alrededor de su vientre hinchado para abrazarme a ella y trato de omitir el aroma desagradable cuando apoyo el mentón en su hombro, seguro de los chapoteos del niño que está sacudiendo la taza como si fuese el juguete más entretenido del planeta — Se te da bien a pesar de llorar, ¿sabes? No se me habría ni ocurrido el meterlo ahí dentro — acoto en observación. Solo por fastidiar a mi hija como vengo haciendo cuando tengo oportunidad, presiono un poco los dedos en su vientre a ver si recibo respuesta, pero como siempre me recibe la indiferencia — ¿Tú volverías a pasar por esto? ¿Tendrías más hijos alguna vez o crees que esta familia ya es suficiente? — es solo una pregunta al azar, sé que es hablar de un futuro incierto que ni sabemos si tendremos, pero si ella nos tiene un poco de fe, tal vez no sea necesario irnos al otro extremo.
Hans M. Powell
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Justamente compré el de los zorritos porque me recordaba a ti, si lo usa sería como muy... hija de su padre— muevo mi mano en el aire, porque me acuerdo como si hubiera sido ayer mi reacción al enterarme que era animago, y no, esa no fue la sorpresa, sino que su forma era un ave. ¡No un zorro! No me pregunten qué pájaro era, porque todo lo que recuerdo era mi shock al enterarme que no era un zorro. Puede que sea un hombre en su mayor parte todavía incomprensible para mí, su mente sigue funcionando de una manera en la que no puedo entender, porque tiene un orden diferente a mis ideas dispersas, pero en este intento de tratar de tener un diálogo sin tantos desencuentros, a lo que apelo es a mi honestidad en bastante desuso para que al menos haya transparencia en lo que digo y pueda tomar lo que le sirve, que en mi verborragia tiene de dónde elegir. —Tal vez— repito, sus palabras, las mías, como una conclusión.

Todo lo que se viene para nosotros es un infinito «tal vez» en el que procuro no pensar demasiado para que no me supere la ansiedad, con el parto cada vez más cerca, voy más lento y no por lo pesada que me siento, sino porque la gravedad de ciertas cosas se torna real y camino a pies de plomo, callo más de lo que debería quizá, así como antes deambulaba de un lado al otro, estoy inmóvil a la espera de lo que vendrá. Una energía vibrante está tomando cuerpo en el ambiente y la puedo sentir, no sé si viene de adentro de mi vientre o es todo. —¿Tu peor versión?— pregunto, aunque no espero una respuesta, porque no sé si la quiero. —Eso no pasará, no dejaré que pase— le aseguro, hay certezas que ya se han comprobado como para saber qué esperar, —si tan sólo hubieras dicho que querías darle tu apellido y ver al bebé una vez al mes, como toda responsabilidad de padre, te habrías salvado de aceptarnos como un combo. ¿Si yo no tengo problema de irrumpir en tu oficina, crees que ella aceptará una puerta cerrada por más de cuarenta horas? Hans, es que tú todavía no lo entiendes…— meneo mi cabeza. —No me dejas entrar en tu vida y esperas a que sólo me quede viendo cómo te consumes en una oficina.

Coloco mi mano sobre la suya en un lejano contacto con la bebé y con la otra cuido de que Rory no se tire de cabeza fuera de la pileta, que al enfriarse el agua tendré que sacarlo, a riesgo de que vuelva a llorar a los gritos. ¿O podemos tenerlo en esta tina de buena vida hasta que regresen sus padres? También tengo patitos de hule en el armario. —Gracias, si es que mi madre siempre dijo que era la chica más inteligente del distrito seis. Por muy berrinchuda que fuera…— me río de mi misma, que también se me da bien, si tengo que ser honesta, puedo lograr cierta empatía con Rory. No fui muy distinta a él cuando tenía su edad. No hablemos de la colección de fotos con mis caras más dramáticas que no sé por qué a mis padres se le hacían encantadoras. Sigo con la risa en mis labios cuando contesto a su pregunta para la que creía tener una respuesta firme hace años y me la tengo que replantear también. —Seis o siete hijos más, me gustaría tener mi propio equipo de quidditch…—  bromeo para ganar tiempo. Sacudo mis manos en el aire y me aparto de la pileta, — iré a buscar una toalla— porque a la broma hay que sumarle una huida, así tengo un poco más de tiempo incluso para pensarlo, tiempo en el que puedo dejar que el terror haga estragos con los nervios de Hans, pero al cabo de dos minutos estoy de vuelta en la cocina con la toalla para secar a Rory. Sigo como si la charla nunca se hubiera interrumpido. —Una hija es suficiente para mí, porque es más de lo que había pensado que tendría, si vamos al caso…— contesto. Permito que el niño se despida del agua con un par de manotazos más que la hacen salpicar hacia nosotros. —Acepto todo esto así como se dio y sí, es suficiente, es más de lo pensé que tendría alguna vez. Así como somos, en un desorden tratando de encontrar su manera de encajar, es una foto que me agrada— le sonrío y comienzo por el pelo de Rory para secarlo, así se va haciendo a la idea de que tendrá que salir. Lo que consigo es dejarle todos los pelos parados. —Y porque no, no volvería a pasar por algo así. Una vez puede ser, dos veces no. Si decidiera tener otro hijo sería eso, una decisión. Te puedes dejar llevar una primera vez, a la segunda no tienes excusa. No creo tampoco que nada tenga la fuerza de sacudirte de la misma manera una segunda vez. ¿Me ayudas a sacar a Rory, por favor? Tú sostenlo mientras patalea y yo lo seco.
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