The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Stupid things I do and still you want me ✘ Lara
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Recuerdo del primer mensaje :

¿Y me dices que es la mejor opción? ¿Completamente seguro? — tengo un brazo cruzado por encima del pecho y el contrario apoyado en el mismo, así puedo sostenerme el mentón con una mano que delata mi concentración, buscando camuflar un poco la ansiedad que me recorre entero — No quiero volver a equivocarme. No es como si tomar decisiones al respecto los últimos días haya sido sencillo, ya saben. Deberían dar un curso de cómo escoger este tipo de cosas sin tener un colapso nervioso — no tendría estar tomandomelo tan a la tremenda, pero Patricia Lollis y Tom Ronaldi tuvieron la delicadeza de preguntarme por el asunto en el ascensor. Y sí, me metieron la idea de que estoy dejando todo para último momento, que el tiempo se me está escapando entre los dedos y que no llegaré a tener todo listo para cuando mi casa estalle. Es poco decir que salí de ahí hiperventilando y con algo parecido a un ataque de pánico, así que aquí estoy.

Tengo al menos tres vendedores mirándome en ascuas y una cuarta yendo y viniendo por todo el local mientras me mantengo de pie entre los diferentes modelos de carritos para bebé, sin saber qué es lo que va a gustarle a Lara a estas alturas. ¿El escocés, el blanco con detalles en azul, el rosado? ¿Que tal ese amarillo pastel, o el celeste bordado? Descruzo los brazos y engancho las manos en mi cadera en pose indecisa, mientras un quinto vendedor se acerca a enseñarme una sillita para trasportar al bebé que yo ni sabía que iba a necesitar. ¿Y eso es qué cosa? ¿Un cambiador? ¿Una silla para comidas? ¿Desde cuándo un bebé necesita más muebles de los que había considerado en primer momento? ¿Y por qué siento que estoy volviendo a sudar? No es posible que todo esto me genere más pánico que subirme a un estrado, pero también sucede que Lara se está volviendo una pelota de casi siete meses y lo único que puedo visualizar ahora es que tiene un reloj bomba en su estómago. No podré con esto. Seré un padre desastroso y lo único que podré hacer en el parto será gritar mientras ella grita y posiblemente me dejen en una sala aparte a causa de alguna descompensación. ¿Por qué accedí a hacer esto? ¿Por qué no usé un condón? ¿Cómo se supone que voy a educar a una niña nueva, cuando siempre estoy agradecido de que Meerah ya fuese independiente cuando nos conocimos? No estoy hecho para esto, todos lo saben. Es como si tuviese miles de ojos encima esperando a que Hans Powell demuestre que no tiene el control sobre todo.

Cuando aparezco en el porche de la casa del distrito cuatro, tengo la mezcla de emociones de estar relajado porque es viernes, pero repentinamente preocupado por haber gastado una enorme suma de dinero en productos que ni siquiera he consultado. No es que me preocupe gastar lo que yo mismo he trabajado, sino que no estoy seguro de que Scott quiera estas cosas. Para cuando entro, el ruido me deja estático en la entrada porque puedo escuchar los ladridos efusivos que vienen desde la cocina y hay un griterío incesante de un niñito, aunque no sé de dónde sale. No es hasta que asomo la cabeza hacia la sala que me doy cuenta de que se trata de Rory — ¿No tiene un botón de apagado? — busco con la mirada a sus padres, pero al no encontrarlos a ellos pero sí al reloj de pared, levanto las manos en una de las cuales sigo sosteniendo las llaves — Antes de que digas algo, tengo una perfecta explicación. Verás, yo... — ni sé para qué me gasto. Poppy se aparece con un estruendo y las muchas cajas de compras se desploman junto a ella justo detrás de mi espalda, por lo que reprimo el aire al presionar mis labios y cerrar mis párpados — Sorpresa.
Hans M. Powell
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Me veo obligado al silencio, no estoy seguro de que le guste escuchar la mitad de las cosas que podría contarle. Mi peor versión es la que busca mantener el orden a toda costa, sin importar las consecuencias. Me gustaría refutarle lo de las horas, soy incapaz de hacerlo y mi atención se centra en lo último que dice; mis ojos la analizan más de lo normal, me gustaría poder incluso fingirle una sonrisa que le quite seriedad al pensamiento que se forma en mi cabeza y que no tardo en poner en palabras — No quiero que veas lo que hay detrás de la oficina — musito con falsa calma. Que se quede con el hombre sin el traje, el que juega carreras de coches en la cocina. Hay barreras que no deseo que pueda cruzar.

¿Por qué no me sorprende? — soy libre de divertirme a su costa, conociendo a Mo hubiera puesto en un pedestal a su hija a pesar de cualquier error que la niña fuese capaz de cometer. ¿No suelo hacer lo mismo con Meerah, me pese lo que me pese? Puedo reprochar alguna que otra tontería, pero sus talentos y logros son detalles en los cuales me gusta detenerme e incluso presumirlos. ¿No le dije a la mitad de mi departamento que mi corbata nueva fue un producto de su creación? Y no necesito su tono para saber que está bromeando, conozco lo suficiente a Scott como para tener bien en claro que esa cantidad de hijos no es una verdadera opción — Me imagino que no piensas tenerlos a todos conmigo, entonces — me permito molestarla lo que me dura la tranquilidad de tenerla cuidando del niño, porque me encuentro con un breve momento a solas en el cual no sé donde meter mis manos, así que solo muevo un poco la superficie del agua para seguirle el juego a mi ahijado. Lara regresa antes de que termine de formar dos círculos, con una respuesta que me deja pensando — No es lo mismo, no importa que suceda dos veces. No lo vives de la misma manera — le hago caso sin pensar y tomo a Rory de las axilas para alzarlo, sus patitas tratan de quedarse en el agua y busco ignorar su queja cuando lo acomodo sobre la mesada, que debe estar fría — Cuando Audrey me dijo que estaba embarazada, pensé que mi vida iba a acabarse. Cuando tú lo dijiste, me costó comprender que estaba sucediendo de nuevo pero que me encontraba en otra posición. Fueron diferentes etapas, diferentes versiones de mí mismo y si algún día tuviese un tercero... — la simple idea me parece ridícula, hasta arrugo la nariz — También sé que sería diferente.

En busca de evitarle más frío, interrumpo el proceso de secado para quitarle la toalla de las manos y envuelvo a Rory, convirtiéndolo en una pelota de tela con dos ojos oscuros y sobresalientes — A lo que voy es que el pánico siempre estuvo, solo que lo tomé de diferentes maneras. No sé qué es lo que querremos de aquí a dentro de unos años... — ni siquiera sé si estaremos juntos, o siquiera vivos. No sé si ella estará de acuerdo con mis acciones, o si tendremos las fuerzas para que nuestra familia cambie. Rory lloriquea y sus manos me indican que desea volver al agua en un capricho vago, pero yo solo lo sujeto bien y busco la ropa con la mirada — Pero primero tengo que solucionar muchas dudas, esas que tienen que ver conmigo mismo. Cuando era niño tenía una idea muy diferente de lo que acabé siendo y supongo que tengo que luchar con esa falsa ilusión de adultez todos los días. Ser padre no era una opción, menos en las condiciones en las cuales sucedió. Y aún así... — dejo la frase en el aire, estoy seguro de que ella comprende. Porque la vida me colocó en esta cocina, con un niño mojado y una mujer que está esperando una bebé que lleva mi sangre. Con una hija mayor que me debate absolutamente todo lo que encuentra y un empleo que consume cada centímetro de mi alma. Y aún así, si les tengo conmigo, sé que podré con ello. No hay mal que por bien no venga.
Hans M. Powell
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Invitado
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Escucho lo que dice, no contestarle es algo que decido por motus propio, está marcándome un límite de hasta dónde es territorio permitido después de advertirle sobre lo avasallante que puedo ser, pero así como yo tengo mis espacios privados sé que los demás también los tienen y no son cosas las que precisamente guardamos ahí, sino partes de nosotros reservados a la propia conciencia. No llego a invadir esos espacios, lo que no me gustaría es volver a pasar por una situación como la de Riley en la que tocó un fondo autodestructivo. Y es que creo en que cada quien sabrá qué decisiones toma, no pretendo inmiscuirme en las de Hans como ministro, pero el tiempo que estaré a su lado, que no puedo medir, no podría dejar que se encierre detrás de una puerta y se consuma. Reprimo un suspiro, porque no es algo que hubiera pensando que me tocaría hacer y no sé si debo tampoco, le pasa por dejarme entrar en su vida, con un bebé inesperado, perros adoptados, otro bebé con complejo de pez, pretensiones de un equipo de quidditch, y ¿lo peor? es que todos hacemos ruido, la única sensata en esta casa es Meerah. —No pensaba tenerlos todos yo, ¿siete partos? ¡Ni loca! Estaba pensando en adoptar…— sigo la broma, aunque tengo la misma poca confianza que demuestra él para hacerme cargo de un niño, como para aceptar un desafío así que excede mi predisposición a estos.

Estaba pensando más en mí que en él al decir que nada como esto podría repetirse una segunda vez y salvo la sorpresa de un bebé, tampoco creo que saberse padre a los veinte sea lo mismo que después de los treinta, la vida está acomodada de una manera en la que al menos la preocupación del gasto en pañales no es tanta. No, tendemos más al derroche y compras compulsivas. Por varios motivos sé que este es también el momento para tener un bebé, en mi caso, ¿después? ¿Quién podría saberlo? —Pensaste que tu vida se acababa, y ahora no haces más que sentirte orgulloso de cada cosa de Meerah. Te sorprendiste con lo de este bebé, pero les piensas nombres porque ya te encariñaste sin conocerla. Da miedo al principio, siempre— le sonrío, frotando con fuerza los bracitos de Rory para sacarle la humedad que queda entre los rollitos de carne. —Y no querías nada serio, pero compraste una casa con una mujer que tiende al escapismo— la carcajada me pica en la garganta. Me tomo el trabajo de ir limpiando el espacio entre dedos de las manitos arrugadas de Rory. —A lo que iba era que, por mi parte, no habrá la sorpresa de un tercero. No tienes que preocuparte por eso, ¿bien? No quiero sentir que te impongo cosas… ¡y ya sé, los perros! ¡Pero son perros! Pero un bebé es algo diferente, tengo mis límites— increíble, pero real. Puede que los esté descubriendo.

Como se apropia de mi tarea de secar a Rory, busco la ropa que trajo hace unos minutos y le buscó el lado correcto, en especial a los pantaloncitos. ¿Dónde están los bolsillos? ¡Ah! ¡ya los vi! ¿Y por qué no tienen fondo? ¿Qué sentido tiene que haya bolsillos si no se usan para guardar cosas? Esas son mis dudas, mucho menores a las que debe resolver Hans y le dirijo una mirada comprensiva, le daría palmaditas en el hombro, pero en vez de eso acerco mis dedos a su frente y peino esa onda que se le forma, echándolo hacia atrás en un mechón más grueso. —Lo importante es que estés donde quieres estar en este momento, si sigue siendo así, está bien, ¿no? A veces no sabemos que podemos querer tanto algo hasta que lo tenemos, por lo visto. Nunca estuvo en los planes, ni en las fantasías más ridículas. Y mira que yo he tenido muchas fantasías ridículas…—. Pruebo con levantarle los bracitos a Rory para meter su cabeza en la camiseta y forcejea tanto que parece a punto de llorar otra vez, hace el amago de querer bajarse de la mesada, y por el miedo a que se caiga lo coloco en el suelo, lo que nos faltaría sería ir al hospital y que sus padres nos pasen a buscar por ahí. —Ah, mierda— mascullo, olvidé que no puedo agacharme, a menos que me siente en el suelo para quedar a su altura. Tiro mi brazo hacia adelante para sostener su codo cuando hace el amago de querer correr, soy una idiota, no hay manera de que Rory acepte volver a vestirse. —¡Cuidado que no se escape!— exclamo cuando se me suelta, que ya nos puedo ver persiguiendo su culo desnudo por toda la casa. —¡Corre! ¡O usa tu varita! ¡No sé!— le pido, no puede esperar que me lancé a correr detrás del niño con mi panza y mis pies de pato.
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Haber conseguido que la mujer escapista se quede conmigo en una casa es una de las tareas de las cuales me siento más orgulloso. No entiendo como no me dieron una placa por eso — me aferro a un estado de humor inexistente, falsamente divertido, porque sé que es lo mejor que puedo hacer para no terminar de amargar la noche y es que, en cierta medida, me sigo riendo de cómo es que se dieron las cosas. Es bueno que ella misma se ataje sobre los perros porque giro la cabeza en su dirección con mi mejor expresión de mofa, hasta que me sacudo el cuello de la camisa como si ahora pudiese respirar con mayor calma — ¿Eso quiere decir que no pincharás mis condones cuando volvamos a usarlos? Perfecto, podré dormir por las noches…

¿Estoy dónde quiero estar? Siempre fui la clase de persona que rechaza los sitios que le incomodan, así que la respuesta es muy sencilla de alcanzar. Quiero estar con ella, quiero tener a nuestra hija, lo que no quiero es que se me vaya de las manos; la caricia que deja caer sobre mi pelo solo me ayuda a confirmarlo aún más — ¿Cuáles fueron tus fantasías más ridículas? Prometo que no voy a reírme — tal vez un poco, pero nada que ella no pueda tolerar después de todas las veces que hemos fastidiado al otro. Dejo eso de lado, entretenido en ver cómo ella misma se ha equivocado y pronto parece percatarse de ello, por lo que apoyo parte de mi peso en la mesada para verla mejor — ¿Necesitas ayuda con eso? — mi burla muere ahí, porque Rory no tarda en correr hacia su libertad nudista y tengo que despegarme del mueble, aunque el muy enano puede pasar entre mis piernas. Lo único que consigo ver cuando me agacho hacia delante y miro entre mis rodillas es su culo regordete perdiéndose por la puerta de la cocina — No va a ir muy lejos. ¿Qué va a hacer? ¿Traumar a los perros si lo ven desnudo? — que es un niño, no sé por qué se lo toma tan a la tremenda.

Creo que delato mis pocas energías y ánimos en perseguir a un exhibicionista minúsculo cuando arrastro mis pies hacia la sala, con la varita en la mano lista para hacerlo flotar hacia mí en cuanto le ponga los ojos encima. Ese es el problema: que no lo veo. Me quedo de pie, dudoso de hacia dónde ir y sé, muy a mi pesar, que Lara va a tener una crisis en cuanto le diga que no puedo ver al bebé. ¿Abajo del sofá? No, solo una papa frita que estoy seguro de que se le cayó a Scott y no pudo levantarla. ¿Y detrás de la tele? Una pelota de Ophelia. ¿Cuándo pasé a vivir en una casa con tantas porquerías? — Scott… — le llamo, asomándome por la cocina — No te asustes, pero tenemos el pequeño dilema de que no puedo encontrarlo. Tiene piernas cortas, así que debería estar cerca— me apresuro a aclarar y me golpeo el costado de la cabeza con la punta de la varita en busca de algo de paciencia — Veamos… ¡RORY! — no soy una persona que tiende a gritar, así que es extraño para mí el utilizar la viva voz cuando me volteo para regresar hacia la sala. Solo unos pasos y me basta para saber que no puedo escucharlo, así que intento agudizar el oído — Si sales ahora, prometo no enojarme. Podemos jugar a lo que tú quieras y hasta te daré una golosina… — solo por si las dudas, abro la puerta del armario de la escalera, pero no lo encuentro ahí. ¿No era que los niños no eran fáciles de sobornar? — Ya, lo intenté — y como si quisiera remarcar que me he aburrido de este juego, me cruzo de brazos y me apoyo en la escalera, mirando a Scott como si hubiera hecho mi mayor esfuerzo.
Hans M. Powell
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¿Para qué quieres una placa si hay un trofeo?— me mofo de él y coloco una mano en mi cadera para mirarlo de soslayo. —La chica es el trofeo, campeón— digo, con toda la arrogancia que puedo remarcar en mi voz, mi sonrisa siendo un mueca socarrona que me cruza el rostro, en una exageración a mi amor propio porque tengo que recordarle de vez en cuando que en realidad soy una chica difícil conseguir, que no me quedo en cualquier lugar, como sé que él tampoco es fácil de tener. Si los dos fuimos y somos muy buenos en poner una distancia cuando nos sentimos en el vértigo de estar demasiado cerca, cuanto más nos acercamos al otro consciente o inconsciente ponemos obstáculos en medio, para después volver a buscarnos. No creo que por invadir su vida y dormir a su lado, se hayan anulado todas las reglas. — No, sabes que yo no caigo en esas tretas tan bajas— apunto, también debo recordárselo, que si de algo me precio es de no hacer a nadie víctima de manipulaciones tan mezquinas, yo no pertenezco al ámbito en el que se mueve todos los días donde eso es parte del café de cada mañana, aunque no sean embarazos accidentales los que estén en cuestión. —Juego sucio, pero en otro sentido— me mantengo en mi terreno del humor.

Sé que miente, se reirá de mí diga lo que diga, es un peligro compartirle las ideas descabelladas que tenía siendo joven, esas que se me ocurrían en un arrebato como lo fue traer a estos perros a la casa. —Sólo te las contaré si tienes la intención de cumplirlas— contesto, con una sonrisa de labios apretados para que no se me escape ninguna carcajada, ni tampoco algo que pueda caer en los oídos inocentes de Rory, a quien salvo de ser quien se caiga de cara al suelo. Lo único que consigo al ponerlo de pie es que se me vaya de las manos, cosa que no habría pasado si Hans en vez de preguntarme si debía ayudarme, se hubiera limitado a hacerlo. No correré detrás del niño, le toca a él. Sí, puedo participar de una carrera de cochecitos, pero no saldré atropellada detrás de un gnomo del agua que en dos segundos está cruzando el pasillo. —¿Podrías apurarte e ir por él, por favor? Trata de llegar antes de destruya la sala—. Pruebo si dándole tanta mala fama a Rory, Hans hace algo más que quedarse pensando en la vida y se pone en acción, que para algunas cosas es rápido, pero en otras se lo toma tan tranquila. ¡Y ajá! ¡En esas se equivoca! ¡Porque el niño no está!

Hago una bola con la ropa que todavía tengo en la mano y en zancadas largas atravieso la cocina. —¿Cómo que no lo encuentras?—. No me lo puedo creer, pero la sala está vacía de su presencia, todo hecho un lío como la dejamos y sin culos a la vista. —¡La puerta!— es mi primer miedo, que la puerta de la casa la haya abierto con su manito y esté corriendo desnudo por la playa, no porque tema al escándalo a los vecinos, sino porque la playa es grande. Me calmo al ver que está cerrada, el grito de Hans llamándolo me devuelve el sobresalto, ¿hacía falta? No veo que eso motive al niño a aparecer y tampoco lo que es el intento de pacto turbio al que responde con su silencio. —¿Sólo eso? ¿Las dos maneras que conoces son gritar o dar una golosina?— me enojo con él, porque se rinde tan fácil. Camino hacia él para tomarlo de la camisa y tironearlo hacia adelante, su nariz casi chocando con la mía. —Quiero que revises cada habitación de esta casa, toda pequeña rendija por la que haya podido salir al exterior y que tengas tu teléfono a mano para llamar a Riorden Weynart y sus aurores si Rory no aparece en quince minutos— determino, —porque nuestros amigos van a matarnos si perdimos a su bebé—. Lo suelto un poco bruscamente y me giro sobre mis talones para subir los peldaños de la escalera hacia el piso superior, lo más rápido que puedo, eso quiere decir sosteniéndome a la baranda y en una carrera a cámara lenta sosteniéndome la panza. Miro al interior oscuro de la primera habitación y la salteo para ir hacia la que elegimos para el bebé, porque mi lógica me dice que irá a donde haya una cuna. Enciendo las luces, la pieza se ve gigante por los pocos muebles que tiene y no durará mucho, porque cuando toda esta odisea acaba, habrá que acomodar veinte cochecitos dentro o los que sea que compró Hans. —¡Un chip de rastreo!— grito para que me escuche, —Nuestra hija tendrá un chip de rastreo para que pueda saber dónde y cuándo está en cada momento, lo controlaré desde mi teléfono— porque si me hace lo de Rory creo que podría morir, será que estoy demasiado vieja para jugar a las escondidas, pero no me gusta nada y estoy entrando en pánico.
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
¿Que cómo no lo encuentro? Duh Cuando no sabes dónde algo o alguien se metió, significa que no lo encuentras, creo que no es tan complicado de entender — mi lógica me dice que no se fue por la puerta, no solo porque está cerrada sino también porque no veo como un niño de su estatura pudo haber llegado al picaporte y luego volver a cerrarla como para dejarla en un estado que no delate que se ha fugado. Rory es inteligente, pero tampoco lo considero un prodigio precoz — ¿Se te ocurre alguna otra idea? — me quejo ante su reproche, si quiero puedo ponerme a chiflar a ver si de ese modo aparece. ¿Cómo era aquel hechizo para reconocer presencias humanas en un edificio? ¿Por qué siempre me olvido de los que pueden ser útiles? No puedo volver a quejarme de sus reproches, porque ya la tengo tironeándome hacia delante y casi me pongo bizco por mis intentos de mantenerle la mirada, tan seria que por un momento sospecho que podría ahorcarme con mi propia camisa. Mis manos se quedan a mis costados, pero siento como tenso y muevo mis dedos con cierto nerviosismo — No voy a llamar a Riorden por esto — contesto como si en verdad fuese una opción seria — Solo debemos pensar: ¿Dónde iría yo si fuese un niño nudista a estas horas de la noche? — ¿Cómo hacen para controlarlo en su casa, de verdad?

Como Lara parece tomar la iniciativa del piso superior, decido que lo mejor es terminar con la planta baja. ¿Acaso este niño no llora ni hace ruido al moverse? Porque no oigo ni veo nada cuando abro la puerta del baño, ni del pequeño escritorio, ni la que da al jardín y me da la imagen de Poppy acariciando a los perros, que parecen haberse calmado. Sacudo la cabeza frente a esa imagen y estoy cerrando detrás de mí cuando escucho la voz de Scott; agradezco que no pueda verme, porque lo que dice me hace rodar los ojos hasta ponerlos en blanco — ¿No estás siendo un poco paranoica? — le pregunto a viva voz, moviéndome en dirección a la sala para poder subir las escaleras de dos en dos, lo que me permite llegar más rápido hasta donde se encuentra — No voy a monitorear a mi hija. Cuando sea una bebé no va a necesitarlo y cuando crezca estaría interrumpiendo su privacidad. Ninguno de nosotros tuvo un chip y creo que estamos bastante sanos — dentro de lo que cabe, no puedo decir que he sido mal criado.

Como si fuese suficiente para calmarla, froto uno de sus brazos con una mano hasta que el brillo de la luz en el suelo provoca que la tire hacia mí como si hubiese visto una araña de enorme tamaño — Mira… — le señalo las gotitas, manteniendo una postura petrificada que incluso se esfuerza en calmar mis respiraciones — La bestia ha pasado por aquí. ¿Deberíamos seguir su rastro o crees que nos consumirá el alma y las ganas de reproducirnos con solo un sollozo? — pellizco su espalda baja en cuanto rompo la seriedad con una sonrisa bromista y presiono nuestras bocas con una risa que no llega a salir, hasta darle una palmadita y adelantarme — ¿Por qué crees que se escapa? ¿Nos detesta o solo está llamando la atención para que llamemos a sus padres? Suena como una lógica de niño caprichoso — que, considerando que está siendo criado sin hermanos, no me sorprendería. Asomo la cabeza por nuestro dormitorio, pero no hay rastro de ninguna cabeza morena, así que vuelvo a cerrar la puerta y me movilizo hacia el cuarto de Meerah — La próxima vez que aceptes el cuidar de Rory, exijo que me consultes primero y te acuerdes de lo que nos hizo pasar. Ya tendremos suficiente con un bebé como para sumar otro y… ¡Ajá! — las gotitas se detienen frente al baño principal, al cual trato de acceder con un empujón… que no lleva a nada. Miro a Scott con la incógnita en los ojos, pero cuando presiono mi cuerpo contra la puerta, tampoco sirve — ¿Se ha encerrado? — sé que tengo la varita, pero aún así me agacho y trato de mirar por la rendija porque, la verdad, no puedo creerlo. ¿Qué les dan de comer a estos niños hoy en día?
Hans M. Powell
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Invitado
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Ahora dime, señor delegado, ¿saberte la definición te ayudó a resolver el problema?— pregunto con una amabilidad excesiva y una exagerada sonrisa falsa, abriendo mi mano en el aire a la espera de que me aporte una solución más creativa que sus intentos de soborno y coerción, lo que sea que nos traiga a Rory debajo de nuestras narices otra vez. Expongo mi plan de acción que consiste en un rastrillaje intensivo por toda la casa y pedir ayuda a las fuerzas especiales de Seguridad Nacional si hacen falta. Podemos dejar en paz a Weynart esta noche, salvarlo de ser parte de nuestra locura de padres primerizos, pero si algún día se pierde nuestra hija, iré a sacar al ministro de su baño si hace falta. Me tomo en serio la pregunta de Hans, la resuelvo en mi mente mientras le sostengo la mirada, ¡estamos tratando de meternos en la mente de un niño de dos años, por favor! —¿La playa?— barajo. —Iría a donde pudiera jugar desnudo en el agua— musito, pero niego con la barbilla. — ¡No podría! ¡La puerta está cerrada!—. ¿Ahora qué? ¿Atraviesa paredes? ¿Se tiró por la ventana?

Primero, agotemos las opciones posibles y más realistas. Salgo de la habitación de la bebé para poder responderle a Hans qué tan paranoica puede ser, y de paso, que tan alto puedo hablar dentro de la casa mientras sube las escaleras. —Será un chip de rastreo para sus escarpines y uno para cada uno de sus cochecitos, le pondré un control que pueda manejar a distancia. Donde sea que esté con el cochecito haré que la traiga de vuelta—, listo, tengo un plan. Y él me sale con eso del derecho a la privacidad, pese a lo calmo que se ve en esta situación desesperante, patina en la exageración de vez en cuando. ¿Y luego la exagerada soy yo? —No pensaba seguirle la pista cuando fuera adolescente, en serio, hay cosas de los hijos que es mejor no saber. No te haré pasar por eso de saber dónde y con quién está tu hija— murmuro entre dientes, da vértigo imaginar que esta criatura que todavía no es siquiera un bebé, que sigo teniéndola conmigo, un día tomará tamaño y será una adolescente, ¡y estoy hiperventilando y nada tiene que ver con Rory! Apoyo mi mano lo más arriba de la curva de mi vientre y cuento mis respiraciones para que no se me adelante el parto, su caricia en mi brazo ayuda a recuperar la tranquilidad que estaría necesitando.

Interrumpe mi momento de búsqueda de serenidad para mostrarme no sé qué cosa en el suelo, no lo veo. Son unas diminutas gotas de nada que para él son el rastro de Rory y me aferro a esa mínima esperanza. Su pregunta me hace virar hacia él y agarrarme a sus hombros. —¿Te acuerdas lo que te dije de tener mi propio equipo de quidditch? ¡Olvídalo! ¡Ni loca!—, me callo con su beso y detengo mis pensamientos frenéticos por un segundo, así puedo hablar con un poco más de serenidad después, tratando de una explicación más adecuada a esto. —No creo que sea porque nos detesta, sino porque nos ha colocado a su altura y no nos ve como autoridad. Lo está viendo todo como un juego y somos otro par de niños para él—, arqueo mi ceja a la espera de que me contradiga y diga que no lo parecemos. —¡La habitación de Meerah no!— lo detengo por si se le ocurre tocar el picaporte de esa puerta, ¿cómo le explicas a una adolescente que irrumpiste en su habitación por estar siguiendo a un bebé que se te escapó? Pero está ocupado en darme su sermón sobre “que le consulte” y siento que me está cargando de toda la responsabilidad por querer hacer un favor a los amigos de ambos, que tiene que ver con el ahijado de ambos. —De acuerdo, comprador compulsivo de cochecitos, ¿la próxima vez me avisarás que irás a comprar cosas para nuestro bebé y no llegarás en procesión, con todo esos regalos y un elefante?— me mofo.

Tenemos una puerta entre nosotros y este niño fugitivo, lo veo probar con la manija sin conseguir que se abra. —Muévete—, tiro de su hombro para que se coloque detrás de mí y recuerdo que no tengo mi varita así que tengo que echar un vistazo para ver dónde volvió a colocar la suya, y cuando la veo, la tomo entre mis dedos. Nada de un elegante alohomora, ¿qué es eso? Hago estallar con la cerradura con una pequeña explosión. Puedo escuchar desde ya la voz de Meerah preguntando por qué la puerta del baño no puede cerrarse. —Los bebés no tienen derecho a la privacidad— le digo a Hans al devolverle su varita, —mientras sean sujetos a los que le limpiamos el culo, no tienen privacidad—. Entro al baño para seguir rastreando sus pasitos y por un momento no veo más que las paredes blancas, todo parece en orden, no hay un pequeño torbellino salpicando fuera el agua de la ducha ¡o peor! ¡metiéndose en el retrete! Pero cuando me acerco al borde de la bañera lo veo hecho una bolita arrugada y desnuda en el fondo, dormitando. Me doy la vuelta para pasar rápidamente al lado de Hans. —Ya vuelvo— alcanzo a murmurarle. Espero que ni se le ocurra tocar al niño, que no haga ningún ruido, ¡que no le respire cerca!

Al cabo de dos minutos estoy de regreso con una de las mantas que compramos con las cunas y el peluche de la jirafa. Doblo mis rodillas al lado de la bañera para colocar el peluche cerca de sus manitos y cubrirlo con la manta para que no le de frío su desnudez. Me froto las palmas al ponerme de pie y le echo una mirada triunfal a Hans, la sonrisa en mi rostro lo dice todo. —Creo que lo conseguimos—, declaro. —Hagamos un repaso…—, voy contando con mis dedos a medida que enumero, —tomó su leche, jugamos con él, le dimos un baño, otra vez jugamos con él a las escondidas, y ahora se ha quedado dormido. ¿Lo hicimos bien, no crees?— sueno tan complaciente que con una mirada le advierto de lo peligroso que es de que me lleve la contraria. Paso mi mano por dónde quedó la mancha húmeda del vómito en su traje, más discreta que aquella que se extiende por mi camiseta de yoga, le doy unas palmaditas como premio para ambos.
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
¿Con quién? — jamás había considerado esa opción y mis ojos se van, por extraño que sea, de inmediato a la puerta que da al dormitorio de mi hija mayor. Quizá una aún no está entre nosotros, pero la otra es una niña a quien ya he fastidiado con conocer chicos y, repentinamente, me pregunto qué sucederá cuando aparezca por la puerta con un novio de la mano. No, no estoy listo para eso; recién estoy haciéndome la idea de que soy padre como para también sumarme la etiqueta de suegro. ¡Que todavía no tengo canas, por todos los cielos! — No consideraba esa amenaza como algo serio.Si tú tienes siete hijos, es porque te hicieron un lavado de cerebro y no fui yo — que podría hacerlo, pero eso no tiene que saberlo. La cara que le pongo es la de un hombre que no se va a dejar rebajar en autoridad por un niño, aunque me dura un suspiro porque pronto alzo las manos para que vea que no voy a tocar el cuarto de mi hija — ¡Que solo fue una vez! ¡Y debes culpar a Patricia y Tom Ronaldi de eso, que no dejaban de hacerme preguntas sobre nosotros y si estamos preparando el nido! — lo cual me dio una imagen visual muy poco agradable, dicho sea de paso.

Me hago a un lado con el instinto que me dice que no me meta con la impaciencia de una mujer embarazada, pero apenas abro la boca para advertirle sobre lo que va a hacer que ya está estallando la puerta, haciendo que de un bote en mi lugar. Perfecto, habrá que limpiar astillas — No me gustaría tenerte de madre — me compadezco de la bebé al tomar mi varita, permito que sea ella quien entre primero para lanzarle un disimulado reparo a la puerta. Mis pasos siguen los suyos y asumo que nuestra travesía ha terminado cuando ella parece tan resolutiva. En efecto, asomo la cabeza y veo a la bola que no comprendo cómo no se despertó con el estallido — ¿Esto significa que se le agotaron las baterías? — pero mi pregunta cargada de alivio queda en el aire, porque Lara ya está saliendo del baño y no sé bien dónde meterme. ¿No está incómodo? Yo lo estaría, pero mi reacción es lenta y Scott regresa con una manta y un peluche que no sé que pito toca en todo esto. ¿Que va a hacer, volver una bañera un sitio más acogedor para un niño que ha demostrado que no tiene problemas para dormir en cualquier lado?

Sus palmaditas hacen que chasquee la lengua y me acaricie la zona que ella misma ha tocado, sin despegar los ojos de la figura diminuta que se ha rendido y respira con mucha fuerza al estar en el quinto sueño — Creo que más bien él jugó con nosotros y no al revés, pero… — se la doy por válida con un encogimiento de hombros y le regreso la jirafa con expresión reprobadora, como si repentinamente ahora yo fuese el profesor que tiene que dar cátedra — No quiero que tenga frío cuando la ducha ya no sea cómoda. Veamos… — he visto que los padres lo hacen, así que no debería ser difícil. Me inclino para acomodar la manta alrededor de su cuerpecito y la empujo para volverlo un burrito de tela, así puedo alzarlo con sumo cuidado. Rory se queja, es obvio, pero su mano regordeta frota uno de sus ojos y, para cuando me quiero dar cuenta, lo tengo acomodado con la cabeza en mi hombro y su culo cómodamente apoyado en mi antebrazo. No puedo evitarlo y acomodo mi cabeza para mirar a Scott con gesto triunfal por encima de los pelos húmedos de Rory — Si sobrevivo esto, exijo un bono extra para esta noche. El libro de Rose debe tener alguna idea nueva. Ven, que necesitaré de tu ayuda — muevo mis cejas en su dirección con picardía y me muevo en dirección al pasillo, aunque no recuerdo haber caminado tan cuidadosamente en mucho tiempo. El camino hasta nuestro dormitorio se me hace algo eterno y soy por demás torpe cuando busco encender la lámpara cuando estamos cerca de la cama, pero la luz cálidame ayuda a analizar cómo puedo acomodar al niño en el medio sin que ruede hasta el suelo — ¿Crees que deberíamos taparlo? ¿O poner almohadones? Jack y Rose le ponían un montón de cojines — ¿O eso era cuando era más bebote que ahora? Sea como sea, Rory acaba en el colchón y, viéndolo tan calmo en sus sueños, me pregunto como hace quince minutos era un estallido de sonido tan insoportable que me provocó las ansias de huir.

Inflo las mejillas al tomar aire y largarlo con fuerza, haciendo vibrar mi labio inferior al colocar mis manos en mis caderas en análisis de la situación — Déjale la jirafa, va a gustarle cuando se despierte — aconsejo, le doy ese punto por válido. No voy a admitirlo, pero creo que el que necesita lanzarse en esa cama y dormir soy yo — Entonces… ¿Crees que hemos pasado la prueba y podremos hacerlo? — de todos modos ya no hay marcha atrás. La panza, la cuna y la docena de cochecitos lo deja en evidencia.
Hans M. Powell
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Fui una chica adolescente y por la salud mental de los padres es mejor que cuenten con la menor información posible sobre las experiencias que se pasan, si bien puede que cambie un poco mi manera de pensar si me encuentro parada en la vereda de los padres. ¡En la que nunca esperé estar! ¿Seguiré usando hasta los quince años de nuestra hija la excusa de que me preocupo por su seguridad para rastrear cada uno de sus movimientos desde una aplicación? Me da pánico convertirme en esa madre, en las que dicen cosas como «te vas a tu habitación sin cenar», «porque si», «porque no» y el clásico «porque soy tu madre». Y por supuesto que jamás le haría a nadie el chiste de que quiero siete hijos, sólo lo hice convenientemente después de que dijo que está pensando en la vasectomía. —¿El nido? Ni que fuéramos pájaros— desestimo lo que sea que le dijeron Patricia y Tom para que no le otorgue más trascendencia de la que se merecen los comentarios de ese par. —Cierto, sí eres uno…— digo, no es mi intención y aun así me sale el tonito divertido. —Te ha pegado fuerte el síndrome del nido, papá pájaro— me burlo de él, porque sí, puedo seguir burlándome de él incluso cuando estamos buscando desesperados a un niño demasiado veloz para lo que deberían permitir sus cortas piernas.

Hay bromas y bromas, es la cerradura la que salta fuera de lugar con una explosión un poco exagerada, nada en comparación a cómo siento que algo se me clava en medio del pecho donde presiono la palma de mi mano y se me escapa un gemido bajo, y no, no fue una astilla. —Eso me dolió— se lo dejo saber y no lo aligero con un empujón que se merece, ni llamándole idiota, ni tampoco haciendo explotar nada para él, cosas que ya hice esta noche. Si me enojo y exploto no es nada fuera de lo normal, creo que la gente ha aprendido a lidiar con eso, mal asumir que es mi reacción natural. Pero las cosas que realmente llegan a lastimarme por debajo de la piel, un comentario dicho al vuelo para caer sobre una susceptibilidad nueva que tiene relación con las inseguridades que estoy descubriendo, me las callo, puedo actuar como si no hubiera escuchado nada. Le muestro mi espalda y entro al baño para encontrar a Rory donde si hubiéramos hecho los cálculos correctos sobre donde se encontraría un niño pez, habríamos sabido donde estaría desde un principio.

Mi versión de los hechos es una con la que puedo sentirme conforme, así no nos vemos como un proyecto de desastre como padres y también porque es lo que pienso decirle a Rose cuando vuelva por su hijo. Tomo la pequeña diferencia en el aporte de Hans como un acuerdo tácito de que secundará la mayor parte de mi testimonio llegado el momento. Porque, claro, no puede estar de acuerdo conmigo en todo. ¿Qué le ve de malo en que le preste la jirafa a Rory? ¿Acaso no quiere prestar el juguete? No puedo creer que se ponga en ese plan también con los juguetes de su hija, ¡por favor! —¡Ah!— se me escapa al verlo tomar a Rory en brazos para sacarlo de la bañera, así que entiendo que su reprobación pasa por el hecho de que traté de adecuarla como cuna. Esto pasa porque tenemos maneras diferentes de hacerlo todo, ¿pero no esperamos el mismo resultado? ¿Qué Rory se duerma? Si llega a pegar un chillido al despertarse, juro que me sentaré en la tapa del inodoro y dejaré que se encargue solo de callarlo. —¡Cuidado! ¡Cuidado!— digo entre dientes, estrujando el cuello de la jirafa entre mis dedos al ver como lo acomoda en su hombro y por un segundo parece que está a punto de abrir sus ojitos, entonces se rinde al sueño. Suelto todo mi alivio en un suspiro al seguirlo fuera. —Nos queda todo ese apartado de masajes eróticos que nunca podemos hacerlo porque te quedas dormido a los dos minutos— respondo, hablándole a su espalda mientras camino sobre sus pasos hasta la habitación. —No es una queja formal sobre tu resistencia, sé que estás cansado por el trabajo, esto, la vida…— me aclaro, usando la jirafa como puntero en el aire para ir señalando cada una de estas cosas que en pocos meses le dieron todas esas arrugas en su frente y una mirada más velada, que cuando me mira, sé que hay pensamientos y pensamientos detrás que se solapan, ocultándose. —Podríamos intentarlo el fin de semana— digo, puesto que es viernes, y chillo de horror al darme cuenta de lo que estoy haciendo, claro que no lo exteriorizo porque no quiero despertar a Rory. —Ay, demonios. ¿Eso fue un intento de agenda de nuestra vida sexual? ¿Quiénes somos? ¿Rose y Jack que se escapan los viernes?— me pregunto a mí misma, lo suficientemente alto como para que me escuche.

Ni siquiera lo dudo cuando pone al bebé en medio de la cama, tomo las almohadas y las coloco como muros de contención. Tomo la manta doblada al pie de la cama para cubrir su menudo cuerpecito, como una doble cobertura sobre la que ya tiene. ¿Si lo envuelvo como para que no pueda ni mover los brazos es mucho? Coloco el peluche en sus manos así se mantienen ocupadas. Me paro a su lado para checar el resultado de toda la situación, imitando su postura porque también es la más cómoda cuando tienes a una bola que hace peso hacia delante. —Yo creo que sí, tal vez no con la calificación más alta a la que estás acostumbrado, pero nos merecemos un aprobado— decido, satisfecha de haber conseguido calmar el caos de nuestra sala. —Diría que hacemos un buen equipo, ya ves, el delegado de su curso y la chica a la que expulsaron de la olimpiada de matemáticas por pelear con el chico del equipo rival, todos sabemos que buscaron provocarme porque era más rápida con los cálculos— claro, no podía ser de otra manera. —Pero no voy a mentir, ambos sabemos que como compañeros de laboratorio haríamos activar la alarma de incendios en cada clase, nos enfrentamos todos los días contra el desastre que somos capaces de causar— le muestro mi sonrisa cuando me acerco para buscar su boca en una recompensa compartida por el logro, y me detengo antes de conseguirlo al sentir una patada de la bebé. —Uno se duerme, la otra se despierta, esto es simplemente genial— suspiro.
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Hans M. Powell
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Nunca, jamás, había recibido un comentario como aquel. Puedo sentir una nueva clase de horror crecer dentro de mi pecho y no estoy seguro de cómo se debe estar desencajando mi rostro, pero creo que acaba de lanzarme encima la inmensa pila del paso de los años y las responsabilidades — ¿Crees que me he vuelto un mal amante? — no quiero preguntarlo, pero se me escapa de todas formas. He oído por ahí que los padres tienen a cambiar sus hábitos, que el sexo no será el mismo, que si sobrevivimos al bebé será un milagro que no todas las parejas pueden realizar porque repentinamente la vida gira en torno a la criatura y no a ellos como personas adultas y sexuales. Creo que puede ver mi pánico cuando se lanzo una mirada por encima de mi hombro — No lo seamos nunca — le ruego — Solo hagámoslo cuando lo deseemos y que sea espontáneo. Planificarlo es lo más antierótico que se puede hacer — la rutina es algo que jamás he practicado en cuestiones sexuales, no comprendo cómo podemos enfrascarnos en ella. Primer enorme gran error.

— Un aprobado es suficiente. Creo que prefiero pasar dos veces más por el caso Brodeur - Caron antes de tener que cuidar a un niño que no me pertenece. Mi excusa será que me esperan años de criar a mi propio terremoto — lo cual me hace pecar de egoísta, porque he considerado en más de una ocasión abusar de los elfos y de mi hermana para poder hacerme algo de tiempo libre. Mi rostro burlón se voltea hacia ella, niego con la cabeza en señal de redención — ¿Por qué no me sorprende? ¿Hay alguien con quien no discutieras en la escuela o en la vida en general? — aunque la imagen que crea de nosotros es bastante acertada, lo suficiente como para que tenga que reprimir un poco la risa en su amague a un beso que nunca llega. Tardo un segundo en comprender que habla de la bebé, lo que logra que le eche un vistazo a su barriga como si esperase ver algo que me permita un reproche — ¿Crees que pueda…? — ya he perdido la cuenta de las veces que lo he intentado, quizá no fueron las suficientes. Le echo la culpa a que paso demasiado tiempo en el trabajo, muchas de las oportunidades se dan cuando llego a casa y todo el mundo está listo para una cena e ir a la cama. Los fines de semana son mi descanso, pero hay ocasiones en los cuales una llamada urgente me provoca el salir corriendo hacia el ministerio, para encerrarme con un grupo de abogados o aurores que necesitan de mis servicios. No, no será fácil y con el tiempo sé que solo empeorará.

Me acomodo en el borde de la cama para poder estar frente a ella, a la altura ideal para poder tomar su vientre con ambas manos y fastidiar con la presión de mis dedos. Aún se me hace extraño que allí dentro exista una persona, no pude ver lo mismo con Meerah. Supe de su existencia y el poco tiempo que pasé junto a su madre antes de desaparecer solo me ayudó a hacerme la idea de un cigoto, no de un bebé. No es algo que demuestre todos los días, pero hay veces que veo a Lara y siento cierta culpa por haberme perdido esta etapa, hace ya muchos años, cuando Meerah me hubiese necesitado aún más — Victorie... Si puedes oírme, golpea dos veces — es una mala broma, pero al menos busco quitarle algo de seriedad al asunto. Con un vistazo veloz hacia su madre, acerco mi boca al ombligo como si fuese el medio de comunicación con mi hija — ¿O prefieres Mathilda? Tu mamá no quiere llamarte así, pero verás que voy a convencerla. O siempre puedo anotarte de ese modo por mi cuenta mientras ella siga en el hospital — la media sonrisa va en dirección a Scott y acabo apoyando mi mentón en la curva de su vientre para verla mejor — Es lindo hacer pareja de laboratorio contigo, Scott. Al menos sé que si fallo puedo echarte la c… — no sé si es por estar demasiado cerca, o una reacción involuntaria en defensa de su madre, pero algo me presiona la barbilla y me separo de ella sin un solo pestañeo. ¿Eso fue…? — Espera, espera. Creo que la he sentido — siento que estoy frotando una bola de cristal cuando vuelvo a acomodarme, hasta que acabo apoyando la oreja contra su panza — ¿Así la sientes todo el tiempo? — no sé por qué, pero susurro — Es fantástico — porque al fin y al cabo, es la primera vez que el resultado de este proyecto no escolar se siente tangible para mí. Cuanto más viva la siento, más firme me percibo y, a pesar de todos los miedos y berrinches de la noche, hay cinco segundos en los cuales puedo asegurar que estaremos bien. Porque entre las millones de fallas, siempre puedes encontrar algo que vale la pena.
Hans M. Powell
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¡No me estaba quejando!— repito la salvedad que había hecho al comienzo de mi comentario, por si no la escuchó y el hecho de que sienta que ya hemos tenido esta conversación hace un tiempo, me lleva a preguntarle. —¿Te das cuenta que eres un poco inseguro en ese aspecto? Como si estuvieras esperando que después de unos meses de dormir contigo pudiera llegar con el planteo de que lo estás haciendo todo mal— se lo marco, creo que retenerme en su cama demuestra todo lo contrario, no esperaba tener que estar haciendo reafirmaciones cada viernes. ¿Y qué si se me da por empezar a preguntar lo mismo? ¿Esto es lo que viene junto con armar una agenda de qué días sí y qué días no? —¡Estamos a salvo entonces!— exclamo, en sus propias palabras encuentro la tranquilidad que ambos necesitamos. —Nosotros nunca planeamos nada, a excepción de tu vasectomía—. Creo que el hecho de que puedo ver la cabecita de Rory apoyada en su hombro, tan profundamente dormido, es lo que me devuelve todo el humor para seguir haciendo chistes mientras lo sigo al dormitorio.

Con el niño dormido, puedo volver en mí, sacudirme esa locura momentánea que me ha tenido gritando, llorando y corriendo por toda la casa. Me siento de un ánimo mejor si eso es posible, por el sentimiento de triunfo sobre este terremoto prestado que casi arrasó con nuestra casa. Todo lo que hago es sonreírle cuando su pregunta destaca mi tendencia a estar peleando con las personas, me gustaría decirle que no es así, darle un par de nombres que demuestren que está equivocado en esa idea que se ha hecho de mí, y mal que pese, no hay muchos que me vengan a la mente. Estoy seguro de que los hay, pero en vez de ocupar mi tiempo en contradecirle, quiero aprovechar los minutos de paz que se nos regalan por fin. Hay alguien que no tiene la misma intención, porque monta en un berrinche dentro de mi panza y me contengo de decirle a Hans cómo se siente montando ese escándalo, porque a cada intento que se vuelve un fracaso para sentirla, lo veo más decepcionado. Permito que lo haga una vez más, vuelvo a tener la esperanza de que sienta al menos una de las pataditas y luego diré que en realidad no estaba haciendo tanto lío dentro, que esa fue la única que yo también sentí. Si no la siente, podré inventar otra excusa, como que se ha quedado dormida de la nada.

Recojo con mis dedos los mechones de su frente para acariciar su cabello en tanto procura entablar el contacto con su hija, con ese código de signos que marca con sus dedos sobre mi vientre. No podrá ver cómo la sonrisa se desliza por mi rostro por las tretas que anda pensando para imponer su elección de nombre, pero sí que podrá escuchar la carcajada suave que se me escapa, no tan alta como para despertar a nuestro invitado. —Yo que tú no intentaría algo así— lo prevengo, que puede andarse con trucos por otros lados, yo no temo pisarle la cola al zorro. Y hay tantas bromas que podría hacerle sobre ser compañeros de laboratorio, hacer un repaso de cada una de las materias que me toco estudiar en el Royal y que provecho podría haberle sacado de estudiar con él, pero no hay ocasión para chistes tan bobos, porque me sobresalto con la misma patada que reconoce, ¡por fin! —¿Si? ¿La sentiste? ¿La puedes sentir?— pregunto, su emoción me traspasa, la hago mía. Si alguien me hubiera dicho que un día estaría tratando de que este hombre compartiera conmigo las señales que nos demuestran que hay algo que fuimos capaces de hacer juntos y es real, no lo hubiera imaginado jamás como una hija. —Lo es— murmuro, me gusta cómo suena que diga que es «fantástico». Una mezcla entre lo extraordinario y lo impredecible, algo en lo que pocos creen, que es real para nosotros. —Prueba con llamarla por sus nombres, a ver cuál le gusta más. Si le gusta más Victorie, Scott irá antes que Powell. Si le gusta más Mathilda, Powell irá primero—. Hasta que nazca, esto sigue en discusión.
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Hans M. Powell
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Debe ser porque jamás tuve que preocuparme demasiado por no caer en la rutina… — triste, pero completamente cierto. ¿Qué puedo comparar de mis experiencias adultas, cuando Audrey había sido mi única novia hasta la fecha y en ese momento, en el auge de la juventud, el sexo era mayormente nuevo y adictivo? Aún más que en la actualidad, cuando me encuentro en un lugar opuesto, donde veo las cosas con una mirada mucho más madura, o eso espero. Con Lara, me encuentro a mí mismo en un terreno desconocido, después de haberme acostumbrado durante años a las mujeres que solo iban y venían en relaciones de una noche o, como mucho, una semana. Tendrá que soportarlo.

Los mimos en mi frente están en segundo plano, mi atención se la lleva la niña invisible que se esconde debajo de su piel y a quien no puedo tocar. Me sonrío a pesar de que sea en dirección a su ombligo, porque sus advertencias suenan dulces en una risa que reconozco como una amenaza inocente. No sé cómo describir las emociones que me sacuden en un segundo, porque se siente irreal que su piel pueda estirarse para darle espacio a un piecito, ese que he amenazado con morder en cuanto salga al exterior — ¿Estás segura de esto? ¿Quieres dejarle la decisión final a la niña caprichosa que no le gusta moverse acorde a tus deseos cada vez que vamos a verla al médico? — porque si algo va a salir de nosotros dos y nuestras personalidades mezcladas, va a ser alguien con carácter. ¿Podremos con eso? ¿Todas las noches serán como ésta, pero con nosotros más cansados por no haber sido capaces de pegar un ojo la anterior?

El miedo sigue estando, claro está. Tan presente como los cochecitos que se desparraman en nuestra sala y mis manos que pasean por la curva de su vientre en busca de un nuevo reconocimiento. Tengo la extraña sensación de desear que este momento se detenga, de poder quedarme con cada uno de los detalles, porque sé que no volverá a repetirse. Y entre todo ese miedo, está la felicidad — Bueno, me gustaría saber quién eres — murmuro como si fuese un secreto entre ella y yo, uno que Lara no puede escuchar — ¿Eres Mathilda? ¿Eres Victorie? — sé que se mueve, puedo sentir el roce contra mis yemas, pero no me responde la duda. Me doy cuenta de que no me importa, lo delato cuando cierro los ojos con cansancio y me recargo en ella en un suspiro lento y agotado — Supongo que lo sabremos cuando la conozcamos. Su cara nos lo va a decir — y espero que también nos diga otras cosas, como que todo ha valido la pena.
Hans M. Powell
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Por eso mismo lo digo, con ese carácter que tiene cosas como su nombre estaría bien preguntarle qué opina y que elija con cuál se siente más cómoda— se lo planteo, no como un exceso de consentimiento hacia una niña que siendo tan minúscula ha conseguido que viremos nuestras vidas de tal manera por su causa, sino por la certeza de que imposiciones arbitrarias en cuestiones importantes la harán aún más caprichosa. ¿Y si se niega a nacer porque no le gusta los nombres que elegimos? No me veo soportando doce meses de embarazo, con esta panza por la que Hans desliza sus dedos y verlo así, tan ensimismado en esa búsqueda que hace sobre mi piel de los movimientos de la bebé, detienen mis manos en su cabello, caen hasta sus hombros y un escalofrío baja por mis brazos por su susurro contra mi vientre. —Esta es la cosa más extraña que hubiera imaginado nunca que llegaría a pasar— murmuro en un suspiro, mis ojos puestos en los mechones de su nuca y entrelazo mis brazos sobre sus hombros para que no se aparte, puede descansar si quiere tratando de descifrar los latidos de vida de nuestra hija con su oído apoyado sobre mi piel, no importa que luego diga que no ha logrado escuchar nada. —Nunca hubiera imaginado en todas esas primeras veces que tocaste mi piel, que un día lo harías con mi panza de embarazada y tratando de sentir a la bebé— me explico, que un día tocar al otro dejaría de ser un roce cargado de ansias, para ser en cambio algo más cercano a la ternura, otra manera de redescubrirnos.

Con cierta renuencia separo mis brazos para soltarlo y con las manos haciendo presión en sus hombros trato de que se eche hacia atrás en la cama, para quedar acostado al lado del niño cuya respiración se escucha como ronquidos suaves. Me siento en el borde de la cama, en el poco espacio que queda para mí, y apoyo una mano en su pecho así no puede levantarse. Está necesitando de dormir tanto o más que Rory, por el desastre de este días, de los anteriores, de los que vendrán, también fuera de esta casa. —Será sólo una vez y cuando superemos todas las pruebas, diremos que no fue tan malo. Sé que podemos conseguirlo— digo, retomando la tarea de peinar su cabello por encima de su frente así se rinde a la necesidad de un descanso y se pueda dormir, musito las palabras de tranquilidad para devolver la paz al menos dentro de su familia: —Y no tendremos más hijos, Hans. No de esta manera tan vertiginosa que da tanto miedo por no sentirnos listos. Salvo que un día vengas convencido de que quieres tener uno, con la confianza que te pueda dar criar a dos hijas, y entonces…— digo con toda la seriedad que se merece esta aclaración, que define otra ley entre nosotros, pero fracaso al soltar una carcajada porque imaginar lo que sería esa situación me provoca la risa tonta. —Ay, yo no sé qué sería del mundo si un día me dices "Scott, quiero tener otro hijo contigo". Sería tan… acabaremos por destruir este mundo entre los dos.

Con lo grande que es mi vientre, me inclino lo que puedo sobre él para acariciar sus labios y luego me pongo de mi pie, también con cierta dificultad al incorporarme. Prendo la lámpara de la mesita en una luz tenue, así el niño no se asusta si despierta antes que Hans y caminando a paso lento y obligado en estos días hasta la puerta del dormitorio que por giros impredecibles llegamos a compartir. Me paro bajo el umbral para capturar esa imagen de él con Rory antes de se cierre la puerta. —Y tampoco te preocupes por la rutina, lo sigues haciendo bien, te sigo eligiendo como mi amante— me sonrío, no sé si llegará a verlo en la penumbra. Recargo mi hombro en el marco para robarme unos minutos más de su tiempo, si es que no se ha quedado dormido. —Hay un camino por el que van todos los amantes, y aunque sea el mismo, para muchos acaba mal y otros no pueden encontrar el final, se quedan ahí toda la eternidad. No sé que será para nosotros, pero tenemos un camino hecho y me doy cuenta que seguiría caminando contigo. Ahora, si no estás dormido, quiero que finjas que si lo estás y que no escuchaste nada de esto último que dije— pido, porque me apena que al final del día me encuentre contándole cosas así para que se duerma, y va a terminar siendo cierto lo que me dijo en un principio de que soy una romántica, que tontería. Tendré que decir luego que todo fue dentro de la locura del día.
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