No quería admitir que me preocupaba Hero, pero la verdad es que lo hacía. Desde aquella noche en la que un grupo de aurores había irrumpido en la casa con la ministra gritando a diestra y siniestra, y su hijo en un estado que no podía definir, que no podía sacarme la sensación de inseguridad que tenía encima. Aquel día, no nos había extrañado demasiado ver a la ministra colérica ya que, en más de una ocasión alguno que otro la había cruzado de malas. Pero cuando nos empezaron a llegar los rumores en base a los esclavos que la estaban atendiendo… No había sabido si agradecer, o maldecir que no se nos permitiera ver la televisión por nuestra cuenta. Fueron minutos, ni siquiera horas, pero cada segundo parecía durar una eternidad y no había podido respirar con normalidad hasta que la pequeña cabeza pelirroja de Hero había aparecido de nuevo en la casa.

Habían pasado días desde aquel momento, pero aún así… Trataba de no mostrarme diferente, y cumplía las tareas con el mismo humor que siempre había tratado de mantener: servicial y de ser posible, invisible. Pero el arresto domiciliario al que prácticamente estábamos sometidos se estaba haciendo imposible, y el ambiente nos tenía a todos con los pelos de punta. Gracias al cielo siempre tenía algo en lo que ocupar mis días, y cuando no los tenía, cocinar siempre era una buena alternativa.

Era tarde y la cena ya había sido servida, pero había sido un día más ajetreado de lo normal y en la tarde no había podido llevarle su postre a mi dueña. Todavía me faltaban más de setecientas recetas que probar, pero hoy contaba con pocos ingredientes frescos y me había limitado a hacer el postre de chocolate que una vez había terminado despatarrado sobre la alfombra de la muchacha. No había llegado a probarlo, así que no podría acusarme de estar repitiendo. Copa en mano, avanzo por los pasillos con cuidado de no repetir un accidente como el último. - ¿Puedo pasar? - Consulto luego de dar un par de golpes a su puerta. Sabía que no se acercaría a abrirla así que su permiso era necesario si no quería arriesgarme a un castigo, tal vez no de su parte, pero con su madre nunca era seguro.

Todavía no sé cómo se supone que debería sentirme al respecto de todo lo que ha sucedido hace unos días. Hay cosas que no comprendo, la idea de haber estado pasando un buen momento y luego encontrarme en un campo de guerra se me hace en exceso irreal. Muchas personas me han preguntado sobre lo sucedido y tuve que insistir en no querer hablar de ello, en especial porque algunas memorias, como las del sujeto que murió aplastado justo delante de mí, me dan ganas de vomitar. No es necesario que lo piense demasiado, éste viene siendo el peor verano de mi vida y no comprendo cómo es que las cosas van a mejorar. He estado sumida en la idea de que el camino va cuesta abajo y solo puedo confiar en que mi madre sea capaz de solucionarlo, sea como sea, antes de que sea demasiado tarde.

Todavía tengo la panza algo llena de la cena y estoy sentada en mi cama con un libro entre las manos, cuando puedo oír el llamado a la puerta. Mi primera reacción es el mirar el reloj sobre la mesa de luz, luego alzar los ojos en dirección a la voz de mi esclavo. Dejar que las cosas sigan su curso natural fue la mejor idea que tuve desde la tarde en la fuente y, sorprendentemente, él ha sido el último de mis problemas en las semanas que pasaron. Así que apenas me inmuto cuando cierro con cuidado mi libro, pronunciando un calmo: — adelante.

Estiro la mano para apoyarlo sobre la mesita y me acomodo, con cuidado de que el pijama de verano siga en su lugar cuando él hace acto de presencia en la habitación. Mi atención visual se va a la copa de chocolate que lleva en sus manos y no puedo hacer otra cosa que sonreír, aunque sea un poco — Se ve delicioso — observo y estiro un poco más el cuello en un intento de ver mejor lo que trae consigo, aunque pronto reconozco el postre, lo que increíblemente me hace reír entre dientes — ¿Es en serio? — se me escapa, aunque pronto busco restarle importancia y tiendo mis manos en su dirección con obvia gula — No tienes idea de lo bien que me viene algo de chocolate ahora mismo.

Me sorprende que con todas las cosas que ha vivido en este último tiempo, Hero sea la persona más tranquila de toda esta casa, y tengo miedo más tiempo del que no, que solo esté aparentando que las cosas están mejor de lo que de verdad piensa. No es que pueda saberlo con exactitud, nuestra relación ha vuelto a normalizarse luego de la charla que tuvimos tras el funeral de su padre, y no quiero asumir confianzas que no me ha dado. Aún así, no dejo de preguntarme hasta qué punto la Hero de siempre era de verdad la Hero de ahora y no puedo no pensar que todo es una actuación perfectamente montada. Aún así, no puedo tomarme libertades e inquirir acerca de su salud mental, y tampoco puedo advertir a nadie de su estado, primero porque por mi posición de esclavo no me correspondía, y segundo porque las personas que deberían hacerse cargo de ella, estaban claramente al borde de la locura. O al menos eso es lo que creía.

Abro la puerta con el codo cuando me da permiso de entrar, con cuidado de no volcar la bandeja que sostiene la copa. Al menos si eso llegase a pasar, esta vez el contenido no llegaría al piso y evitaría cualquier tipo de accidente no deseado. - ¿En serio…? ¿Qué? No entendía por qué es que lo decía, pero tampoco me quedo quieto hasta averiguarlo. Avanzando hasta su cama, bajo la bandeja cuando lo indica, dejando el postre justo al alcance de su mano. - Lamento no habértelo traído antes. Lleva su tiempo y… bueno, al menos ahora si servirá de algo. - Si decía que en estos momentos le venía bien.

La obvservo tomar el postre, y bajo la bandeja hasta que choca contra mis muslos, tomándola con las dos manos y quedándome a la espera de alguna instrucción. Sé que lo más probable es que me despida con un ademán y a lo sumo un “buenas noches”, pero mis dedos cosquillean y no quiero irme sin preguntarle si está bien. - ¿Día complicado? - No me corresponde preguntar, pero al menos su comentario da pie a mi pregunta, y no tengo que salir con un “¿estás bien?” de la nada, que no podría justificar luego.

Respondo a su duda con un arqueamiento de mi ceja, pero eso es todo; no pienso traer a colación un incidente del cual prefiero no hablar, porque la mayor parte del tiempo finjo que no ha pasado. Estiro la mano para hacerme con el postre y mi primera reacción es olfatearlo, deleitándome con el aroma dulzón que me provoca una nueva clase de hambre a pesar de no sentir ninguna gracias a una cena abundante — Gracias — digo simplemente, ignoro sus explicaciones y le regalo una palabra que no suele ser usada en dirección a los esclavos. Ya no me importa mucho, la verdad; creo que tengo cosas más importantes en las cuales pensar que preocuparme por cómo trato o veo a mi sirviente.

Tomo la cucharita y la uso para empujar un poco el contorno del postre, buscando así llenarla de una cantidad considerable sin perder la delicadeza. Ya estoy empezando a ignorar su presencia que su voz me recuerda que no se ha marchado, por lo que levanto la mirada en su dirección con algo de curiosidad por su pregunta. Tengo la boca llena de chocolate así que no le contesto de inmediato, aprovecho ese tiempo ganado en darme golpecitos con la cucharita en los labios, hasta que trago — No sé si es el día — confieso, eligiendo cuidadosamente mis palabras y haciendo que salgan con mucha lentitud — Pero siento que… no lo sé. ¿No crees que el mundo se ha puesto de cabeza en los últimos meses? — sé que él no tiene derecho a opinar, pero igual busco su punto de vista. Quizá soy yo volviéndome loca y alguien más puede darme una visión algo diferente — A veces creo que mi hogar ya no es mi hogar. Sin papá, con todo lo que ha pasado, mamá que se aísla, Seth… — enumerarlo me hace pensar en que tengo la señal positiva de que soy capaz de decirlo en voz alta y aún así… — Siento que me robaron mi vida — porque ahora preocuparse por zapatos no me parece tan entretenido como antes.

Su gracias es simple en lugar de cortante, y su sonrisa me descoloca por unos segundos. Pero al final, aunque me resulte extraño mi mente me provee con la excusa habitual de “es Hero” y no cuestiono sus gestos en demasía. La muchacha estaba en todo su derecho de hacer lo que quisiera, aún más cuando últimamente parecía que no dejaban de atentar en su contra de una manera extraña.

Sí me resulta raro que pregunte por mi opinión, y como en un inicio no estoy muy seguro sobre qué responderle, la dejo que termine de hablar y así gano tiempo para pensar. Al final de cuentas, termino eligiendo ser lo más honesto que puedo. - Sí y no. Mi estilo de vida, si es que podía decirle así, - bueno, no es demasiado rebuscado y a fin de cuentas no tengo una rutina que varíe demasiado. - Siempre había recados que buscar, platos que lavar, comida para cocinar. La misma cama y la misma gente día tras día, todos los días. - Pero como eres mi dueña… Tu mundo se ha puesto de cabeza, y de alguna forma eso hace que el mío cambie de igual forma. - No lo sentiría de la misma manera que ella, en partiucular porque las cosas que Hero había perdido, yo ni siquiera las había conocido.

- No sabré dar consejos jamás, pero lo que te robaron es tu infancia. No tu vida. - Al igual que a mí, pero con la diferencia de que ella sí tenía opciones. - No vas a poder volver atrás, y tal vez ni siquiera logres hacer que tu madre o tu hermano reaccionen como quieras pero… Tú decides cómo vivir tu vida, y los pasos que das de ahora en más. Siempre has sabido dar lo mejor de tí con las herramientas que tienes a mano. - Porque aunque fuese mimada y caprichosa, o lo hubiese sido, cuando tenía sus proyectos, Hero se los cargaba al hombro y los sacaba adelante.

Supongo que en eso tiene razón. ¿Qué puede saber un esclavo del mundo, si lo único que ha hecho en su vida es el estar encerrado en un mercado y luego en mi isla? No se lo digo, el chocolate es la excusa perfecta para tener la boca ocupada y solo le doy la razón con un movimiento indefinido de la cabeza. No sé qué tanto pueda cambiar su mundo, no conozco su mundo, no comprendo su mundo. Elijo simplemente creerle, doy otra cucharada porque siento que tiene razón completa en lo de mi infancia y eso puedo confirmarlo con algo más de fidelidad. Para cuando Sage termina de hablar, queda un poco de postre en el fondo del recipiente y juego con ello con la punta de mi cubierto, pasando mi lengua por mis dientes en una actitud aparentemente serena. Al final, lo miro con una sonrisa desganada, alzando los ojos en su dirección — Si no fueses muggle, una carrera en psicología te vendría bien — me atrevo a bromear. No es una imagen que se me guarde mucho, siempre he tenido en claro que Sage solo puede aspirar a ser esto, un sirviente, por el resto de su vida.

Medito sus palabras, una vez más. Hay cosas que aún me entusiasman, pero me cuesta encontrarme en la Hero de hace algunos meses. Supongo que tiene que ver con la cantidad de muertos que he visto con mis propios ojos o cómo las cosas han cambiado bajo el techo de mi casa en un corto periodo de tiempo — Algunas personas dicen que se viene una guerra. Una de verdad, no esa enemistad constante con rebeldes invisibles — solo repito lo que he oído, eso que no me atrevo a preguntarle a mamá. Me meto un poco de chocolate en la boca pero, por la cara que pongo, pareciera que está asqueroso — Y si eso sucede, mi familia estará en el ojo de la tormenta y no puedo evitar tener miedo. ¡Es tan injusto! — me meto la cuchara en la boca con algo de violencia, dejo la copa vacía en la mesa de luz y me pongo de pie casi de un salto — Ellos son los que están equivocados, no comprendo por qué tienen que arruinarlo todo por sus ideas estúpidas. No es tan difícil seguir un sistema, mantener la paz… ¿Cuál es la necesidad de matar a todo el mundo de esa forma? — bufo de mal humor y detengo mi paseo histérico para presionarme la nuca con las dos manos — ¿Aún recuerdas cómo dar masajes o eso también cambió? — porque llamar ahora mismo a la masajista es un poco complicado, considerando la hora.

¿Psicología? Incluso aunque fuese una posibilidad, no me imaginaba tratando de resolver problemas ajenos, cuando ni siquiera podía identificar los propios. Hero era alguien sencillo de leer, o al menos me resultaba sencillo luego de pasar más de tres años en su compañía. Y podría ser que su mundo se hallase de cabeza pero a fin de cuentas, seguía siendo la misma muchacha de siempre. Más madura y comprensiva, pero… “Hero”. - No me creo lo suficientemente capaz. ¿Serías mi paciente? - Y mi intención es la de hacer que medite la imposibilidad del caso, pero me termina saliendo un tono jocoso que hace que parezca que estoy bromeando con ella. Instintivamente cambio el peso de una pierna a la otra, levemente nervioso.

- ¿Tú eres de esas personas? - No me sorprenden sus palabras porque no estoy ajeno a esos chismes en las cocinas. Hay preocupación e incertidumbre en todo momento, y las ideas de guerra y revolución resuenan con bastante frecuencia. Lo que resulta divertido en cierta forma, es que aunque seamos esclavos, también sentimos el temor de perder la relativa comodidad en la que vivimos. Los rumores de revueltas se murmuran con temor, y nunca con el fervor de ser nosotros los que nos levantemos en contra del gobierno. Ninguno era tan idiota. - Supongo que la necesidad viene de la incomodidad. Era muy chico, y todavía no entiendo las cosas que pasaban antes, pero tu propia familia fue la que generó el cambio antes. La gente de ahora, aunque no tenga razón o no siga métodos ortodoxos, deben tener instaurada la creencia de que deben cambiar las cosas por algún motivo. - Lo que era justo o no, era relativo. Cada persona tenía sus creencias, sus ideales, o bueno… en mi caso, mi conformismo.

Me río casi que en silencio cuando pide masajes, y pese a que ha pasado tiempo desde la última vez que había pedido que lo hiciera, creía todavía recordar el cómo. - Creo que todavía no me he olvidado. ¿Quieres sentarte, o acostarte?

No me espero ese comentario, pero soy incapaz de contener la sonrisa guasona que contraataca a la suya — ¿No lo soy ya? — pretendo sonar un poco ofendida, pero sé que fallo en el intento. Una tontería, lo sé, pero tampoco me contengo. Da igual, hay cosas más importantes que debatir, como el pequeño lapsus mental que me toma por sorpresa cuando me encuentro preguntándome a mí misma qué opino al respecto — No lo sé, solo espero que no suceda — no quiero imaginarlo, no me atrevo a hacerlo. Sé que, de haber una guerra, yo saldría perdiendo independientemente del resultado. Me toma un poco por sorpresa su honestidad, no porque no suela ser sincero conmigo, sino porque es demasiado franco respecto a un tema muy delicado, en especial para los esclavos, quienes no tienen una verdadera opinión al respecto; o, al menos, no poseen el derecho a tenerla — Porque he aprendido que siempre habrá gente inconforme, incluso cuando mi madre les dio todo lo que les habían negado por tanto tiempo. Jamás voy a comprender a las mentes diminutas — la indiferencia con la cual alzo uno de mis hombritos tiene que dejar bien en claro que esa gente no merece mi atención, por mucho que sepa que debería preocuparme por ello.

Su sugerencia hace que pase la mirada de la silla a la cama y, por último, a él. Cualquier pensamiento racional me dice que es una mala idea el recostarme en un colchón después de todo lo que ha pasado (o poco, pero se siente como mucho) entre “nosotros”, pero tampoco pienso quedarme sentada en una postura que acabará por agotarme más que relajarme. Al final, me resigno y regreso, desenvuelta, al lecho — Ya veremos cómo funciona tu memoria — intento bromear. Me acomodo con cuidado de no quedar con alguna sábana arrugada que se me clave en el estómago y me abrazo a la almohada, ladeando la cabeza para poder mirarlo, a sabiendas de que va a acomodar mi postura en un santiamén — Solo una pregunta más al respecto: ¿Viste la trasmisión? — por alguna razón, espero que no. Al menos, no la parte en la cual dejo a un chico petrificado y salgo corriendo a esconderme.

Se me pinta una expresión de sorpresa en la cara cuando Hero bromea de igual manera, y trato de meditar si debería responderle o dejar el comentario morir. Por alguna razón el genio me gana y como últimamente me sucede, termino abriendo mi boca pese a que no debería hacerlo. - Tú lo dirás, creo que no estoy cumpliendo muy bien el rol. - Si se sentía como lo hacía, temerosa y con la incertidumbre en cada acción… menos mal que no se me permitía seguir esa carrera. Aunque, a decir verdad, no tenía idea de qué podría hacer si no fuese esclavo. No… no era algo que hubiese pensado nunca a decir verdad. ¿Cocinero, tal vez?

Al menos concuerda con mi punto de vista de las cosas, o en lo que importa aunque sea, y sabe que es imposible conformar por completo a las masas. - También hay que ver quienes son los que quieren generar revueltas o ir a la guerra. Hay gente que tal vez vivía bien antes y querrá volver a eso. No sé la verdad… - No sé si el resto tenía mentes diminutas o si yo simplemente prefería evitar el conflicto. Simplemente…

Siendo que fue su petición el que le haga masajes, me siento en la libertad de reacomodarla de la forma en la que sí funciona esto. Porque sabe que no puede tener la almohada, pero aún así siempre opta por tenerla, como si la necesitase a modo de protección o algo así. Se la quito, arrastrándola al deslizarla con toda la suavidad de la que soy capaz, para luego estirar sus brazos a los lados. Si le hiciera masajes en esa posición, probablemente terminaría más contracturada de lo que debería estar. - No, nos dejaron. Solo nos enteramos cuando volvieron tu madre y tu hermano. - Y no agrego el comentario acerca de lo preocupado que me había sentido en esos momentos, porque no sabía cómo se lo tomaría. - ¿Fue tan terrible como dicen? Nunca… nunca te pregunté cómo estabas después de eso.

— ¿Quién podría vivir bien antes? Además de los muggles o los acomodados… — lo digo en un tonito algo desdeñoso, no puedo imaginarme un mundo donde los magos tengan que enloquecer por no poder exponer su magia y eso que ha sido así durante siglos. Ahora somos libres, mamá se encargó de que se haga justicia de una vez por todas y quebró esa idea de que debíamos ser sometidos como si fuésemos un error de la naturaleza. Los Black dejaron de acaparar la magia, los muggles están pagando por sus errores y el orden se ha restaurado, de una buena vez. Hay cadenas que deben ser rotas y otras, que solo deben afirmarse.

Como pude predecir, Sage me quita la almohada y siento como me mueve tal y como para quedar en la posición adecuada, lo que en cierto modo me hace sonreír con gracia; el clásico Sage, tan fácil de adivinar en su modo de actuar, al menos casi siempre. Su respuesta me arrebata la gracia del rostro y agradezco que no pueda verme cuando acomodo la cabeza de manera que mi mentón me sea de apoyo, moviendo la nariz tal y como si fuera un conejo nervioso. No respondo de inmediato, no sé bien cómo es que lo describen los ausentes. Sé que los medios hacen que todo suene diez veces peor de lo que en verdad ha sido, lo cual lo transforma en una pesadilla. Jamás negaré que fue una masacre — Vi a … — no sé cómo consigo que me salga la voz, aunque sea un tono delgado — Los escombros cayeron directamente sobre el escenario, al menos los primeros. Había gente allí — no es necesario que diga que yo estaba en primera fila, sé que igualmente lo sabe — Me atacaron una acromántula y un muchacho que conocí hace tiempo… tuve que petrificarlo — él no hizo otra cosa que desarmarme, pero aún así, el duelo se siente como algo terrible, algo que no tendría que haber pasado.

Con un resoplido, cierro los ojos en una obvia intención de disfrutar de un masaje que, ahora que me doy cuenta, estoy necesitando hace mucho tiempo — Se lo merecía — aseguro, no sé si convenciéndolo a él o a mí misma — El karma hará el trabajo sucio, ya lo verás. Los culpables serán ejecutados en un abrir y cerrar de ojos y todo esto se habrá terminado antes de que podamos darnos cuenta.

No respondo su pregunta porque, como bien se lo había dicho antes, realmente no lo sabía. No tenía la edad suficiente como para recordar algo de esa época, y dentro del mercado, las historias variaban al punto en que uno no sabía distinguir que tanto grado de verdad tenían. No servía que los cuidadores desacreditaran muchas de ellas o que, ya sea por temor, o para ganar el favor de los magos, muchos inventasen cosas con el fin de destacar. Tenía que admitir que aunque en los primeros años se me hubiese hecho bruta y casi desagradable, la honestidad de Hero era algo que últimamente comenzaba a apreciar hasta cierto punto. Porque prefería su verdad arrolladora a la ignorancia, o al ser dejado de lado y a experimentar el temor que generaba la incertidumbre misma.

Dejo que mis palmas abiertas caigan sobre sus hombros, y empiezo a masajear su piel con cuidado de no pellizcarla de más, o de ejercer demasiada presión en lugares innecesarios. No estaba precisamente contracturada, o con nudos en exceso; pero sí se hallaba tiesa como una tabla, como si se hubiese quedado dormida sobre la silla con un pañuelo atado a sus hombros.obligándola a mantener su postura. No que le hubiesen hecho eso alguna vez (que yo supiera), pero habían dejado una película puesta hace unos meses, y me había parecido una ridiculez esa situación que justo estaban mostrando.

Escucho a Hero con atención, y no sé en qué momento dejo de darle masajs, demasiado absorto en lo que me cuenta. ¿Una acromántula? ¿Qué hacía uno de esos bichos allí? ¿Cómo la habían dejado sola en esa situación? - No me corresponde decirlo seguramente pero… eres fuerte. - Y no lo digo en el sentido físico. Sino que sabiendo que todavía debe pensar en el padre, que pueda contarme con tanta ¿tranquilidad? lo que sucedió… - Sé que atraparon a un par de personas, pero no dijeron nada de si eran los culpables o no… Aún así, me alegra que estés bien y que… bueno, no sé si le diría karma, pero al menos que recibas la justicia que mereces en compensación. - Y la observo de una forma que no puedo terminar de definir, hasta que me doy cuenta de lo que estoy haciendo y retomo los masajes nuevamente.

No sé si la palabra que yo escogería para definirme es “fuerte”, no cuando conozco muy bien los pensamientos que han estado asomándose por mi cabeza durante todo el verano. Me consuela notar que al menos alguien, aunque sea un esclavo como Sage, tiene la decencia de ver cómo es que las cosas se han desmoronado de la noche a la mañana, incluso cuando tenía los cimientos más firmes de toda la nación. Tampoco puedo decir que estoy “bien”, si vamos a ponernos en quisquillosos, pero eso sí es algo en lo cual no quiero navegar. Me niego a ser una de esas personas que se pasan la vida llorando por los rincones, cuando siempre fui alguien que hace y que no dice, lo cual no se vería reflejado si permito que esto me gane. Soy mejor que un montón de rebeldes roñosos, pero no puedo prometer que voy a salir ilesa de todo lo que me han hecho.

Los masajes no evitan que me gire con la lentitud necesaria para que comprenda que debería detenerse, me apoyo en mi costado y lo miro con una extraña calma. El silencio dura unos momentos, esos en los que trato ordenar un poco los pensamientos que acaban de florecerme con algo de inquietud — Muchos de ellos son personas como tú — no uso el término “muggle”, pero estoy más que segura de que se da a entender y él tampoco va a verlo como algo ofensivo. A fin de cuentas, se trata de Sage y su alma tranquila, esa que muchas veces me ha sorprendido — ¿Tú crees que sus ideas son un capricho o piensas que tienen razón? No tienes que fingir conmigo y lo sabes — no sé si solo busca endulzarme los oídos dándome la razón, así que asevero mi rostro — No estoy acusándote, pero me da curiosidad saber cómo es… del otro lado. No le diré a nadie — pero no sé cuánto podré fingir que no he oído nada si se le ocurre decir algo que no me guste.

Me alejo cuando se gira y me enderezo, inseguro de qué hacer en esos momentos cuando me observa en silencio. ¿Acaso he dicho algo que no debía? Últimamente no estoy seguro de dónde están los límites de nuestro trato, y si bien a veces me siento con la confianza necesaria como para estirarme, no estoy seguro de no haber tomado más libertades de las que debía en este momento. Hasta que habla y me sorprende, porque no me esperaba su comentario, y mucho menos la pregunta que le sigue. Puede no estar acusandome, pero me está evaluando en cierta forma, y no estoy seguro de poder aprobar su examen.

- No estoy convencido de conocer cuáles son sus ideas. - Me sincero, cambiando el peso de mi cuerpo hacia mi otra pierna y cruzandome de brazos al no saber qué hacer con mis manos. - No soy idiota, escucho los rumores y sé que hablan de posibilidad de cambio, de tener libertad, de tener elección. Y suena muy bonito cuando lo escuchas de esa forma. Más cuando nunca has tenido la posibilidad de elegir algo… - Y es la primera vez que digo eso en voz alta, pero es Hero, y aunque ella tenga la capacidad de mandarme a matar por el solo hecho de tener esa idea, no puedo mentirle cuando es la primera persona en preocuparse por mi opinión de esa forma. - Pero no concuerdo con sus métodos, y por ende, tampoco confío en sus ideales. Hablan de libertad, pero ¿cuántos muertos han dejado a su paso? ¿a cuántas personas han privado de esa misma libertad? - Y no me refiero a los rehenes que tienen secuestrados, sino a todos los inocentes que cayeron aquella noche. No sabía cuántos habían sido, pero una sola persona ya era demasiado. - No creo estar del “otro lado”, simplemente vivo mi vida de la única forma que sé. - Y tal vez no me había expresado correctamente antes, porque sí tenía el poder de elección. Yo elegía vivir así y no sumarme al movimiento revolucionario que trataba de abrirse paso a la fuerza.

Los Niniadis no serían santos de ninguna religión, pero habían dejado claras las reglas, y el resto simplemente no quería jugar de esa forma. Los magos no eran excepcionales, y en reglas generales podían ser abusivos, pero los otros también lo eran. ¿Quiénes definían lo que era correcto entonces? - No sé si es lo que querías escuchar o no. - No sabía si era lo que yo mismo quería escuchar. ¿Era muy loco pensar que no era algo que me quitase el sueño?

Hay muchas cosas que he dado por sentado desde que tengo memoria. Los magos mandamos, los muggles solo deben conformarse con ser parte de un eslabón con menos importancia y los esclavos se encuentran aquí solo para cumplir nuestras órdenes. Que me hable de no haber tenido elección me hace algo de ruido, creo que se me ha arrugado la nariz por un mohín que no puedo contener y prenso los labios para mantenerme en silencio. Sí, habla de que no está de acuerdo con ellos, pero eso no elimina mi sensación de malestar — ¿Crees que…? Oh, olvídalo — porque no puedo preguntarle cómo viviría su vida si jamás habría sido un esclavo, pero pronto me doy cuenta de que es una duda estúpida. ¿Cómo va a saberlo? Y, lo más importante: ¿Yo quiero saberlo?

Meneo mi cabeza, porque no estoy segura de qué es lo que esperaba escuchar. Supongo que solo aguardaba por una señal que me diga que las cosas siguen en orden, al menos dentro de mi propia casa. Las paredes que tanto conozco deberían seguir siendo un refugio y Sage debería seguir siendo solo mi esclavo, para demostrarme que no todo se escapa de mis manos — No lo sé, Sage. Pero supongo que es lo que necesitaba oír — tiene una visión diferente, más limitada. Al menos, no me siento tan culpable cuando me giro con lentitud y me acomodo una vez más, en esta ocasión como él siempre me coloca cuando se trata de masajes. Le hago una seña para que continúe, aunque mi rostro le da la espalda. Jamás me he preocupado por ver los negros o blancos que bailan a nuestro alrededor y me gustaría fingir que no existen grises al menos por cinco minutos más.