The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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James G. Byrne
Fugitivo
Tengo picazón en la nariz, pero no es algo completamente nuevo para mí. Todos los días tengo alguna molestia nueva: me pican partes del cuerpo que no sabía que existían, no sé si por mugre o algún salpullido. O tal vez es una nueva roncha. O algún dolor corporal. O piojos, siempre aparecen cuando se les da la gana y tiende a ser cuando ya pensé que los había eliminado para siempre. Una vez estuve un mes con una muela partida hasta que no lo soporté más y conseguí arrancármela con la ayuda de mi en ese entonces compañero de celda. Así que digamos que la picazón en la nariz no es precisamente una molestia.

Para el resto del mundo el mercado de esclavos no huele precisamente bien, pero es un hedor al que me he acostumbrado y que tampoco me afecta. Hoy es uno de esos días libres donde no hacen abuso de aquellos que estamos aquí sin un amo, por lo que solamente veo la fila de hombres, mujeres y niños encadenados que desfilan por el pasillo hacia una jornada de trabajo forzada en zonas donde los magos no se rebajan para ensuciarse sus estúpidas manos. Es una mano de obra mucho más barata que cualquier otra: no hay necesidad de dar un sueldo y, dicho sea de paso, los esclavos aprenden mejor la idea de seguir órdenes. Una de esas estúpidas leyes que salieron para jodernos la existencia y que rápidamente tomó popularidad en un país cuya estructura no debería durar más. Tener a la plaga controlada y ocupada es una movida hábil, pero no deja de darme nauseas.

El polvo vuelve a hacer que me limpie la nariz con el dorso de la mano, sintiendo como me raspa la tela sucia de mi uniforme gris y rasgado. Se han llevado a una buena parte de mis compañeros de celda, así que mi única compañía es el anciano Phillip y no hace otra cosa que roncar desde la esquina opuesta y apestar a orina. Abrazo mis rodillas, sentado y recargado contra la cerca con intenciones de echarme una siesta para matar el tiempo que ya está muerto, cuando un sonido nuevo me toma por sorpresa. Cuando abro los ojos, no son esclavos y aurores los que pasean por el pasillo, sino un grupo de niños. Por los uniformes, los reconozco de inmediato y tengo que hacer un enorme esfuerzo para no rodar unos ojos que podrían valerme un castigo. Excursiones escolares. La firme muestra de cómo les lavan el cerebro para que nos vean como animales en un zoológico.

En algún punto desaparecen de mi vista y vuelvo a acomodarme contra la cerca, abrazándome con algo más de frío del que debería hacer en esta época del año. Mi cabeza se recarga contra los barrotes, suspirando en mi modo pacífico de cerrar los ojos. Creo que me adormilo: no estoy seguro porque tengo ese lapsus de no saber cuánto tiempo ha pasado. Lo que sí percibo es el sonido de los pasitos que me hacen abrir los ojos de muy mala gana, aún recargado contra las rejas. Hay una figura pequeña a pocos metros que no pertenece aquí, con algo en la mano que no tengo idea de qué es, pero que parece comida. A juzgar por cómo mueve la cabeza, no tiene ni idea de dónde se encuentra — Pst — le chisto. Hace tanto que no hablo en voz alta que sueno agotado y ronco, así que tengo que repetir el chistido — Pst. Niña, aquí — apoyo mi cara entre barrote y barrote, no muy seguro de que pueda verme en la poca luz que entra por aquí — Si me das eso, puedo decirte cómo salir — vale la pena intentarlo.
James G. Byrne
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M. Meerah Powell
Fugitivo
No me quejaría jamás de la educación que recibía en el Royal. Si lo comparaba con el Prince, eran mucho más exigentes, pero también nos explicaban muchísimo más y nunca perdíamos el contexto de las situaciones. En estas pocas semanas que llevaba en mi nuevo curso, había aprendido más que en todos los meses que habían pasado desde que había comenzado el año escolar en mi colegio anterior. Incluso me había emocionado cuando nos hablaron de las excursiones de campo con el fin de poder comprender mejor la situación del país, pero nunca habían dicho nada acerca del hedor.

Ir de excursión al Mercado de Esclavos sonaba muchísimo más interesante de lo que realmente era. Hacía calor, había suciedad por todos lados, y el mal olor se sentía casi que hasta en la piel. No ayudaba que todavía no conociera realmente a nadie de mi curso y mientras que todos parloteaban sin cesar, yo simplemente miraba a mis alrededores, tratando de distraer a mi nariz con cualquier cosa que captara mi vista.

No estaba segura de qué era lo que querían que aprendiésemos de este paseo en particular. Si querían demostrarnos lo sucios y andrajosos que podían ser los muggles antes de pasar al cuidado de un mago respetable que pudise enseñarles la manera de actuar, podrían habernos advertido de traer algo que nos cubriese mejor. No quería arruinar mi pañuelo con tierra y polvo, pero debería hacerlo si quería evitar vomitar.

Deteniéndome en medio del camino, me pongo a rebuscar dentro de mi bolso para encontrar mi nuevo pañuelo de seda y así cubrir con él mi cara, pero en el proceso encuentro unas pastillas de menta que había olvidado que estaban, y me apresuro a desenvolver una y llevármela a la boca. El efecto es instantáneo y la frescura de la menta me alegra por primera vez desde que he puesto un pie en el distrito. Lo malo es que el detenerme me ha costado, y no logro divisar a mi grupo por ninguna parte. ¡Ay no! No podía ser que me perdiese en la primera excursión a la que iba. ¿Cuán patética podía ser? Al parecer bastante, porque cuando siento que me llaman desde las celdas, en lugar de alejarme, me acerco al conjunto de harapos que quiere llamar mi atención.

Su pelo es un desastre de grasa, polvo y mugre; su ropa son jirones de la tela más espantosa que he visto en mi vida, y no termino de distinguir el color de su piel entre todos los manchones de tierra que lo recubren. - No. Nos han dicho que no debíamos alimentarlos, y no es correcto que te dirijas a un mago sin que te den el permiso de hablar. - Tampoco entendía por qué me tomaba el tiempo de hablarle en primer lugar, pero había dicho que sabía como salir de aquí ¿verdad? - Si me dices cómo se sale de este lugar, consideraré el no reportarte ante tu superior. - Retruco. No podría ver a mi padre a los ojos jamás si un esclavo sin dueño me engatusaba para conseguir lo que quería.
M. Meerah Powell
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James G. Byrne
Fugitivo
Estoy acostumbrado a la estupidez y la prepotencia de los magos. Desde que tengo memoria, no he recibido más que miradas de desagrado, tratos carentes de respeto y palabras que a cualquier otra persona le removerían la autoestima. Quitando que por momentos no puedo hacer otra cosa que sentir el estómago pequeño como un botón, he aprendido a levantar las barreras que me convirtieron en alguien que soporta cada uno de los golpes. Quiero decir, si no hubiese sido de esa forma, probablemente ahora mismo ya estaría muerto o loco como unos cuantos que oigo gritar por las noches dentro del edificio. No es fácil mantener la cordura en un lugar como éste, ellos deberían intentarlo.

Es por todo eso que no me sorprende la respuesta que recibo y se me escapa un suspirito de paciente cansancio — Siempre olvido esa ley — le digo con falsa preocupación, chasqueando la lengua con mis dientes delanteros — Tampoco es para tanto. ¿No? Quiero decir… ¿Cómo se supone que puedes comunicar la mitad de tus acciones si esperas a que te den permiso? Ustedes los magos son un poco complicados y contradictorios — no soy idiota, no estoy hablando de esto en voz alta, pero de todos modos mis ojos se van rápidamente hacia el pasillo antes de regresar a la niñita. Apoyo la mano en los barrotes para que quede colgando cerca de mi cara e intento verla mejor, analizando su postura, su nariz y el contorno de su pelo. No puedo creer que una cosita así se tome el tupé de patotearme, incluso cuando sé que ella está a años luz de tener una mejor posición que la mía. Quiero decir, con solo vernos queda en obviedad.

Ese no era mi trato — le digo con una risa baja y muevo los dedos de mi mano colgante en el aire — Te ves bastante llenita como para que una comida más o una comida menos haga la diferencia — mentira. Es más, creo que es bastante delgada, pero sus mejillas no están hundidas como las mías y es obvio que todo su ser está mucho más cuidado. Seguro es una de esas niñatas mimadas del Capitolio con más dinero del que pueden usar para limpiarse el culo durante su vida, la vida de sus hijos, las de sus nietos y así — A todo esto… ¿Qué es lo que tienes? — intento alzar un poco la cabeza como si eso fuese de ayuda para ver mejor, pero no distingo un chocolate ni una galleta ni nada. Tampoco es que he visto muchas, pero cuando no tienes lujos algunos recuerdos se te quedan más grabados que otros. Cuando trabajé fuera de aquí durante tres años, he aprendido más del mundo de lo que puedo recordar — No parece ser algo que fueses a extrañar — no es muy grande, así que no le veo el sentido a que se haga problema por perderlo.

Parece que mi estómago decide que este es el momento de hacerme la segunda y lanza un gruñido que intento acallar llevándome la mano libre a la panza, dándole un apretón a mi abdomen. ¿Cuándo fue la última vez que probé bocado? No lo recuerdo, aunque posiblemente fue hace más de un día. No es como si tuviesen un orden estricto en nuestra alimentación en el mercado, al menos que seas de los esclavos más caros. Por mi parte, yo soy solo un muggle defectuoso al cual le han tenido que aplicar la cicatriz de la muñeca en más de una ocasión por su modo de cicatrizar — No pareces ser una mala niña — mi voz se torna dulzona, casi aduladora en tanto entorno los ojos para verla mejor — Y prometo que nadie tiene que enterarse. ¿Por favor? — sé que es una mocosa, pero a veces creo que los niños no tienen la culpa de ser marionetas irritantes. Un poco de puchero en los labios y quizá cambie de opinión, así que lo intento del modo más perruno y ridículo posible.
James G. Byrne
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M. Meerah Powell
Fugitivo
- No es una ley. Son códigos de comportamiento. - Corrijo. Incluso aunque mi padre fuese el Ministro de Justicia, hace años que he aprendido la Constitución de memoria y en ningún lugar de ella especificaba que fuera obligatorio que el esclavo debía esperar por permiso. Sin mencionar que de haber sido una ley, lo habría reportado de manera inmediata.  - Deberías aprender eso si es que quieres que alguien te compre, solamente tienes que hacerte notar y esperar a que el mago en cuestión te autorice. Es cuestión de respeto y reconocimiento. - La profesora Bernard estaría orgullosa de mi manera de manejar esta conversación. Ella opinaba que debíamos ser pacientes si queríamos que los muggles aprendieran, de lo contrario no tendría sentido el darles la oportunidad de tener una existencia útil y servir a los magos.

Su risa me toma por sorpresa y no puedo evitar fruncir el ceño ante su atrevimiento, cruzándome de brazos y estirándome todo lo alta que soy. - ¿Me estás diciendo gorda? - Levanto una ceja y lo miro casi que con indignación hasta que vuelvo a reparar en su figura. Es alto, probablemente me lleve una cabeza o dos incluso, pero es casi tan delgado como yo. Incluso debajo de la mugre se puede ver lo hundidos que están sus ojos y sus clavículas resaltan por debajo de los harapos que lo cubren de manera precaria. ¿Cómo podrían trabajar si apenas los alimentaban? ¿Sería una trampa? No debía estar tan mal alimentado si tenía la energía para querer convencerme, pero tampoco podía decir que se veía exactamente saludable. Había ido a casas de amigas que poseían esclavos, pero ninguno se veía tan delgado como él. - Son pastillas de menta, nada que alimente demasiado, aunque pareces necesitarlas más que yo… - Y lo decía por su mal aliento, no porque fuesen a sumarle algo de grasa a esos brazos flacuchentos.

Claro que su estómago elije esos momentos para asemejarse al rugido de un Zouwu y tengo que admitir que verlo me da algo de pena. Me encuentro totalmente consciente de que estoy siendo completamente embaucada, pero su expresión me recuerda a la de Argie cuando tiene hambre y no puedo dejar de pensar que él también es bastante parecido a un animal al que no cuidan como se debe. - Si fuese una buena niña no estaría pensando desobedecer a mis maestros. - Mascullo por lo bajo mientras dejo escapar un suspiro cargado de frustración. Descruzando los brazos, guardo las pastillas en mi bolso pero en lugar de cerrarlo me quedo rebuscando un poco dentro. No soy desordenada, pero no recuerdo en dónde he dejado el paquete de galletas que nos dieron esta mañana antes de venir a la excursión. No me gustaron y pese a que pensaba dárselas a mi pequeño puff, no haría demasiada diferencia que se las diera a un esclavo que iba a ayudarme, ¿no? - Pero antes debes decirme como salir de aquí. - Exijo cuando mis manos dan con el paquete, sacándolo para que pueda verlo, pero dejándolo fuera de su alcance. Era más fácil tanto para él como para mí si decía que lo estaba recompensando por haberme brindado un servicio, y no que eran un intercambio.

- De verdad deberías aprender cómo tratar con los magos. ¿Cuántos años tienes? - Me gana la curiosidad y no puedo evitar que la pregunta salga de mis labios. No parece demasiado grande, pero no sé si es porque la mugre lo cubre y disfraza su edad, o porque está tan delgado que parece más chico de lo que debería. - ¿Y por qué no estás con los demás? La ley estipula que aquellos esclavos sin dueño deben cumplir con su deber y servir a la comunidad en beneficio de una existencia productiva. ¿Es por eso por lo que no te alimentaron? - ¿Acaso estaba alentando comportamientos indebidos al darle de comer? No quería estar interfiriendo con un castigo, pero de verdad quería reencontrarme con mi grupo.
M. Meerah Powell
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James G. Byrne
Fugitivo
No es una ley, son códigos de comportamiento” — Desde que parece ser una obligación, es una ley, no me vengas con esas — intento no sonar tan desdeñoso, pero vamos, que hasta el lado más niño de mí no puede evitar mover la boca en un intento de gesticular sus palabras en modo de burla. Respeto, reconocimiento. ¿Acaso no les enseñaron a estas personas que el respeto se gana con respeto? No recuerdo haber conocido a nadie que me haya respetado en años y eso es porque estoy seguro de que mi familia sí lo hacía, solo que no tengo memoria de ello. Si esta mocosa pretende que yo le ande besando los zapatos, que se busque a otro.

Gorda, no. Saludable, sí — es una explicación simple y sé que no es tan boba como para no entenderla, a pesar de que jamás comprendí bien qué es lo que tiene la gente con eso de tener peso de más; yo estaría más que agradecido por unos cuantos kilos extra. Eso significa que tienes la posibilidad de llenarte el estómago hasta que te sobre. Suelto un chistido porque no me llama mucho la atención el alimentarme a pastillas de menta, aunque lo otro que suelta me hace alzar las cejas en un debate de entre reírme o sentirme ofendido — Sí que te han enseñado modales — sí, sí, gente. Estoy bromeando con una niña bruja.

¿Desobedecer a sus maestros? Un dejo de esperanza se asoma por mis facciones enmugrecidas, silencioso mientras ella se mueve con gestos que solo aumentan el nivel de mi hambruna. El paquetito se lleva toda mi atención, Por inercia me incorporo un poco y estiro uno de los brazos entre los barrotes, pero su condición me arrebata la sonrisa sarcástica. Era obvio — ¿Y cómo sé que me dejaras con las manos vacías en cuanto te diga cómo salir? — le pregunto en tonito sabelotodo — Debes disculparme, princesita, pero no es como que la gente de tu clase me provoque demasiada confianza. Creo que puedes ver tú misma el por qué — estoy seguro de que en su círculo personal jamás ha visto a alguien con mi pinta o la de alguno de los esclavos que se encuentra por aquí dando vueltas. Somos como pulgas para ellos y estoy seguro de que muchos de nosotros las poseemos incluso.

Mi mano se tambalea en el aire y acabo aferrándome a los barrotes de nuevo para ponerme de pie por completo, tratando de no reírme en su cara — Veinte. ¿Por qué? ¿Parezco de menos? — le sonrío con exagerada falsedad para mostrarle todos mis dientes en detalle, aunque gran parte de mi atención se va a lo pequeña que es ahora que estoy parado. ¿Siempre son tan enanas o es particularmente una característica suya? Menos mal que ella dice algo que me hace mirarla con gracia, distrayéndome del factor de que estoy tratando de sobornar a una miniatura rubia — Woah. ¿Te comiste un libro de leyes o eres un perico por naturaleza? — le pregunto sin mucho interés. Con mi cabeza, le señalo la masa envuelta en harapos que es Phillip en la otra punta de la cerca, seguro de que puede escuchar sus ronquidos — No todos tenemos los mismos horarios de trabajo o sino la gente como tú no tendría mercancía que ver cuando pasan por aquí. Además, nos les conviene cansarnos a todos a la vez — me encojo de hombros, rascándome los pelos de la nuca y sacándome algo de tierra de aquella zona — Sé que sus leyes son estúpidas, pero al menos les gusta fingir que no y por eso son organizados para los que les conviene — ahora sí me muerdo la punta de la lengua. Estoy acostumbrado a hablar de este modo entre mis compañeros, pero no es muy normal en mí el tener otro tipo de compañía y por lo tanto mi botón automático podría ser un problema — No nos alimentan bien porque es costoso. Así de simple. Somos muchos de nosotros — hay que regular gastos, o eso tengo entendido. Nosotros somos la última prioridad del gobierno — ¿Qué? ¿Te parezco un delincuente como para que me castiguen así? — me señalo como si estuviese ofendido, pero sorpresivamente me río por lo bajo — No te preocupes. No he hecho nada malo… al menos en mucho tiempo — sé que el tonito de mi voz es solo para molestarla o asustarla, pero es que es muy tentador.

Al final y con cierto descaro, vuelvo a estirar la mano entre los barrotes para incitarla a darme sus galletas — Si vamos a hacer un trato, necesito la seguridad de que vas a cumplir tu parte. Dame algunas por adelantado — yo debería trabajar en negocios, no estar en una celda — ¿Cómo te llamas, niña? — sé que no es una pregunta importante, pero una vez oí que saber el nombre de alguien siempre regala cierta confianza — Soy James, por si te interesa.
James G. Byrne
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M. Meerah Powell
Fugitivo
Dejo escapar un bufido indignado, pero me contengo y me recuerdo que él no posee la misma educación que yo, y como muggle, debe costarle entender las diferencias entre una cosa y la otra. - No es una ley, de serlo seguramente estarías en prisión desde hace rato, o peor. - Si los esclavos no servían para cumplir con sus tareas, no era poco común que se dispusiera de ellos. Si el hablar sin permiso fuese ley, probablemente el mercado se fundiría antes de que terminase el año. - Aquellos que no aprenden las formas básicas de comportamiento tienen menos posibilidades de ser comprados. Mi profesora dice que no todos tienen la paciencia que se requiere para enseñarles el cómo comportarse, y es por eso que muchos de ustedes siguen aquí. - Y a cada minuto que pasaba, debía darle la razón.  Ningún esclavo domesticado se había atrevido jamás a hablar sin pedir permiso antes, y mucho menos a llevarme la contraria.

Ni siquiera me cae en gracia cuando se corrige a sí mismo, y no puedo evitar preocuparme de qué pensaría la gente si me viese interactuar tanto tiempo con un esclavo sin dueño. Claro que nadie me presta demasiada atención, es como si en este distrito todos estuviesen metidos en sus propios asuntos y eso en parte también me fastidia porque a mi forma de verlo, o me ayuda él, o me podía quedar aquí varada hasta que los profesores se diesen cuenta de mi ausencia (cosa que no me resultaba demasiado tentadora). - Pues claro, mi educación ha sido bastante completa, y eso incluye las normas de comportamiento que te dije antes. - A diferencia de ellos, a quienes no se los educaba de ninguna forma en particular para que sus dueños pudiesen decidir que tipo de formación tendrían. - ¿Eres un esclavo virgen, o ya te han devuelto alguna vez? - Tal vez aquellos que nunca habían tenido a quien servir no estaban al tanto de las pautas básicas.

Doy unos rápidos pasos hacia atrás cuando su brazo se sale por entre medio de los barrotes, imponiendo una mayor distancia entre nosotros pese a que ya antes me encontraba fuera de su alcance. Apretando el paquete fuertemente contra el pecho, lo miro desafiante cuando me trata de estafadora. - No soy ninguna embaucadora. Si lo fuese, te habría cambiado las mentas por la información. - Aunque las pastillas me gustaban más que las galletas, si tenía que ser sincera. Pero no era una persona tan terrible como el parecía querer creer. Incluso aunque me produjese repulsión el mal olor, no era tan cruel como para tentar a una criatura y luego irme así sin más.

Cuando me sonríe, tengo que admitir que me sorprende que su dentadura sea tan pareja. Mientras que mis dos incisivos superiores son más grandes que el resto de mis dientes y mis colmillos sobresalen un poco más de lo que me gustaría; sus dientes, si bien son más bien amarillentos, forman una perfecta hilera que, de estar bien cuidados, serían la envidia de muchos. En este momento solo me generan el desear que se les caigan. Sobre todo cuando me llama perico. ¿Qué formas son esas de tratarme? ¡Encima que quiero ayudarlo! - ¡Nuestras leyes no son estúpidas! Y mucho menos una que estableció el ministro Powell. - Y no, no estaba siendo parcial. Admiraba el trabajo de Hans desde antes de saber que era mi padre y las leyes de trabajo esclavo habían sido un punto de mejora económica para el país. ¿Acaso tampoco se enteraban de las noticias por aquí? - Un delincuente no, pero si un bocón. Con esos brazos no podrías lastimarte ni a ti mismo, así que no me sorprendería que te hayan dejado sin comer por hablar de más. - Después de todo, si se dirigía a un mago adulto de la misma forma que lo hacía conmigo, no me sorprendería que lo castigaran de alguna forma.

Miro su mano con recelo cuando vuelve a estirarla, y aprieto el paquete aún con más fuerza. - Esto no es un trato, estaba tratando de ayudarte, pero si no quieres bien. Prefiero seguir dando vueltas por el distrito, o ofrecerlas a alguien más. Tal vez tu compañero de celda si las aprecie. - Y no lo dudaba, el viejo que se encontraba en la esquina tenía los brazos aún más flacos, y pese a que su abdomen se encontraba redondeado, estaba segura que eso no se debía a un exceso de comida, sino más bien a una enfermedad. - Me llamo Meerah, y te lo digo solo porque yo sí tengo modales.
M. Meerah Powell
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James G. Byrne
Fugitivo
¿Crees que esto no es una prisión? Puede que tenga otro nombre, pero también tiene los barrotes — le doy un suave golpecito con los dedos a la cerca para hacer énfasis en mis palabras y ruedo los ojos de lleno —Enseñar como comportarnos”. No deberían enseñarnos nada si tuviesen un mínimo de respeto hacia la libertad del otro. Los tuyos son unos hipócritas — que va, si total ya la he cagado hace un rato, así que no tiene sentido que me ande cuidando la lengua. ¿Qué más pueden hacerme? Hasta matarme sería una especie de favor a estas alturas.

Es una niña educada, blah blah, no sé que más dice ni tampoco me interesa. Solo le vuelvo a prestar atención cuando oigo la palabra “virgen” en sus labios, algo que me llama y confunde porque me desconcierta ese vocabulario en alguien tan joven hasta que suelto un “ohh” al comprender a qué se refiere. Menos mal, o esta charla estaría muy desvirtuada o sería muy incorrecta, incluso más de lo que ya es — Trabajé para una familia hace un tiempo — confieso sin vergüenza alguna, en un tono que deja en evidencia la poca importancia que le doy al asunto — Pero no me fue muy bien. Tampoco es que se molestaran mucho en mantenerme en buen estado — incluso regresé al mercado con aspecto de bolsa de carne y huesos. Pasé como una semana delirando de fiebre y aún más tiempo con el cuerpo dolorido, pero tampoco voy a contarle eso a una pequeña porque no quiero darle lástima.

Tal vez eres una embaucadora, pero una lista — le muevo las cejas de arriba a abajo en señal de que le estoy tomando el pelo, pero creo que no puede ver el gesto por culpa de mi suciedad o del pelo en la cara. En realidad, le tomo el pelo porque sé que si me lo tomo en serio la voy a mandar a la mierda y eso no le conviene a mi estómago — Psssttt. Powell — miro hacia un lado por un instante al tratar de no reírme en su cara y la observo finalmente con una perfecta expresión de sarcástica burla — ¿De verdad admiras a esa gente? No hay un ministro o un juez el cual no se pueda comer mi… ya sabes, la ración que me sobra — suavizo las palabras porque, bruja o no, creo que sería pasarme un poquito de la raya. Solo un poquito.

Otra risa, esta vez un poco más honesta que la anterior — Me han dejado sin comer, pero no por hablar de más — le confieso en tonito divertido — El “hablar de más” se castiga con algo más físico, ya sabes. Un maleficio, o quizá algún que otro latigazo. Una vez me arrancaron un par de uñas — levanto una de mis manos y observo mis dedos como si no fuesen gran cosa — Cuando te dejan sin comer es más bien por una falta menor, como pelear con otro esclavo o hacer ruidos molestos. Cuanto más bajo sea el rango de la persona a la cual fastidias, menos te golpean. Esa es otra ley que deberías aprender, si tanto te gustan — creo que son un poco más útiles que toda la porquería que le deben meter en la escuela.

Mi brazo se cae con desgano hasta chocar con las rejas y mis hombros se hunden, delatando que me doy por vencido — ¿Y yo no estoy siendo educado? ¡Me presenté primero! — ¿Qué clase de lógica maneja? — Como quieras, Meerah. ¿Ves ese pasillo? — señalo por donde se alejó el grupo, tratando de acercarme un poco al exterior a pesar de que solamente da la imagen de que me estoy aplastando contra los barrotes — Si lo sigues acabará bordeando el patio del mercado y te llevará a los baños. Tienden a llevar a los niños que vienen de visita al exterior y después les muestran la zona de vigilancia, por la cual accedes si subes las escaleras norte. No se te ocurra bajar, porque los calabozos son donde meten a los muggles más desagradables. No te harían cosas bonitas si pudiesen aunque sea agarrarte el brazo — sé que es chica, pero eso no detiene a algún que otro infeliz a actuar de modo desagradable. Siempre apoyaré a mi gente, pero no aprobaré otro tipo de abusos — Y si no tienes estómago, evita el ala este. Apesta a sangre y los gritos no son para oídos impresionables — he vivido aquí lo suficiente como para saber cómo funcionan los rincones, así que creo que todo esto ha sido básicamente automático.

Otro gruñido de mi estómago es lo que me hace insistirle con un movimiento de mis dedos — ¿Ves que no soy tan terrible? — dejo caer — ¿Alguna vez tuviste tanta hambre que no podías pensar en otra cosa, Meerah? — es una pregunta que busca generar al menos una vena empática, así que creo que mi modo de hablarle se suaviza casi en un cien por ciento — Porque créeme que me siento así casi todo el tiempo y a veces solo se te pasa la sensación solo por costumbre. Cumplí mi parte. ¿No es que no eras maled…? — el ruido de la puerta, a pesar de ser lejano, retumba lo suficientemente alto como para que cierre la boca de inmediato y me ponga alerta. Se oyen pasos lejanos de las botas que reconozco como los guardias, pero nadie viene, por lo que puedo tratar de respirar con normalidad — Vamos, niña, o los dos estaremos en problemas.
James G. Byrne
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M. Meerah Powell
Fugitivo
- Tiene otro nombre porque aquí se les da la oportunidad de comprarlos. Sino no sería mercado y estarían encerrados por toda la eternidad. - Y creo que lo único que evita que le saque la lengua de manera infantil, es una increíble fuerza de voluntad, seguida del miedo a mordérmela y contagiarme algo solo por las partículas que se encontraban en el aire. - Mira quien habla, nos han enseñado historia y los tuyos no fueron mucho mejores. Aprendimos a respetar primero nuestra libertad, gracias. - Y yo no podía hablar mucho, porque había nacido bastante después de cuando había caído el gobierno, pero habíamos escuchado las atrocidades que se vivían en aquella época y había tenido unas cuantas pesadillas con respecto a los agentes de la paz. Claro que ahora no, porque ya era grande, pero como magos teníamos el derecho de decidir el como disponer de su raza.  

- Pfff, no me sorprende que no te haya ido bien si es que no te esfuerzas en aprender el cómo comportarte. De verdad, si tuvieses mejores modales y te limpiases la mugre de la cara seguro habría gente interesada en tenerte como esclavo. - Y no hablemos de su ropa, pero eso no es algo que pudiesen decidir ellos. Que ahora que lo pensaba, no tenía mucho sentido tenerlos tan sucios cuando con un movimiento de varita se los podría dejar como nuevo. Como compradora podía dar fe de que prefería la mercancía limpia y en buen estado, antes que la manchada y raída. Es como si fuese al mercado a comprar servilletas usadas, diaj.

Y ahí va de nuevo diciéndome embaucadora. Si hubiese conocido a mi madre no podría decir que era una cuando jamás había logrado salirme con la mía en ninguna cosa que quisiese preguntarle. Incluso la información acerca de mi padre había sido más bien una casualidad que una respuesta a un pedido de años. - Eres un asqueroso, y si le dijese al ministro Powell lo que andas opinando, seguramente estarías besando estos barrotes y no quejándote de ellos. - Mi nariz fruncida y mi tono desdeñoso me hacen parecer mucho más infantil de lo que quiero sonar, pero era sincera. Conocía todos los casos que lo habían llevado a la fama, y ninguno había terminado exactamente bien para los condenados.

Lo peor de todo es que sigue riéndose de lo que digo, y no puedo creer que esté dejando que un esclavo harapiento se ande mofando de mí. Me habían educado mejor que esto, pero en lugar de reportarlo y seguir buscando mi camino, me mantenía imantada al piso escuchando como describía sus castigos. - ¿Estás buscando darme lástima? Porque a mi madre no le gustan los esclavos y ni siquiera me atrevería a sugerirle a mi padre que te compre si tus opiniones son tan… - Y no estoy segura de cual es la palabra que estoy buscando para describirlas, pero no es algo bonito y se entiende. Llevándome una mano a la cintura, me inclino hacia adelante evidentemente fastidiada. - Y no soy tonta, incluso aunque no me castiguen se con quien debo meterme y con quien no. Cómo si fuese tan ilusa como para andar comentando cosas indebidas de gente que ostenta cargos altos.

No estaba segura de haberme sentido tan fastidiada con alguien desde que la idiota de Mafalda había arruinado uno de mis vestidos solamente por envidiosa, y si a ella la había reportado con la maestra, no entendía por qué a este esclavo de pocas pulgas no… Me lo recuerda en esos instantes, cuando comienza a explicarme como rayos salir de aquí.

Mis ojos se mueven de derecha a izquierda mientras trato de dibujar un mapa mental con las indicaciones que me está dando, y me muerdo el labio apenas y aplicando presión cuando me cuesta retener las cosas que dice. ¿Dónde estaba la memoria eidética de mamá cuando una la necesitaba? - Seguir el pasillo hasta los baños, no bajar a los calabozos y ¿qué ala debía evitar? - No le había entendido bien, y no estaba segura de si era por alguna diferencia en la tonada, o porque la mugre le impedía modular como correspondía. Creía haber escuchado Este, pero ya me imaginaba que por una letra terminaba en plena sesión de tortura. No podría mirar a la cara a mi maestra de perderme en esos lados.

Lo veo sobresaltarse por unos segundos y como yo no escucho nada, no estoy segura de que si es puro acting o de verdad viene alguien. De cualquiera de las dos formas, estaba obligada a tenderle el paquete porque no quería que dijera que no cumplía mi palabra y volviese a tratarme de embaucadora. No, nunca. Y si aprendieses a comportarte no estarías igual. - Así sin más, le entrego las galletas con cuidado de agarrar solo la punta del envoltorio, estirando el brazo todo lo que soy capaz para que pueda obtenerlo a través de los barrotes. - ¿Acaso no quieres que vuelvan a comprarte? No todas las familias de magos son iguales. Mi tía tiene un esclavo personal y debe tener al menos el doble de carne en los huesos. - Aunque eso tal vez se debía a que no era tan alto como ¿James se llamaba? - Si dices que trataras de aprender las normas de comportamiento, prometo no reportarte con tu superior, o con el ministro Powell…- Cómo decía Bernard, había que ser pacientes y ser educados para obtener los resultados deseados.
M. Meerah Powell
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James G. Byrne
Fugitivo
A costa de la libertad ajena. Quizá yo era un mocoso, pero no recuerdo que los magos sean esclavos en su momento — le recuerdo en tono seco. Los muggles han cometido sus errores, pero lo que ha hecho el gobierno de Jamie Niniadis se pasó de verga y ninguno de estos idiotas puede negármelo. Los magos han decidido simplemente que nosotros nos merecemos comer mierda por los errores de alguien más y la verdad es que no comprendo cómo es que terminamos siendo las cucarachas de la sociedad mientras ellos se bañan en champagne. Esto no puede quedarse así.

Oh, sí, claro. Porque yo mismo decido estar en estas condiciones — niños. ¿Yo era tan idiota a su edad o es cosa de crianza de malcriados del Capitolio? Lo que sí me lleva a ser el mocoso de hace unos años es esa amenaza que me obliga a fingir que tiemblo con un “brr” y soltar una risita mordaz — Si estuvieses en mi lugar, pagaría por ver cuanto duras sin quejarte — es muy fácil chuparle las medias a quienes te dan de comer y te limpian el culo, pero si las cosas fuesen diferentes y ella no fuese la beneficiada no tendría la misma opinión. Desde el asiento más cómodo es muy fácil observar la función, así de sencillo — ¿Por qué querría darte lástima? No es más que una realidad, no una telenovela mal actuada — la miro cargado de escepticismo y estoy seguro de que es capaz de verme la sonrisa a pesar de la oscuridad — O sea que eres una lamebotas — le digo con un retintín burlón. De seguro es una de esas niñas que se sacan fotos con cualquier político y lo andan comentando por ahí con sus amigas ñoñas.

Asiento para confirmarle que está yendo por buen camino, agradecido de que no me haga repetir todo de nuevo — Este. Es donde te llevan cuando te portas mal, ya sabes — mis hombros se encogen en un gestito desinteresado — No es un lugar para niñas rubitas como tú — de seguro y hasta sale llorando, aunque se haga la cocorita. Intento no mostrarme tan irritado cuando sigue con sus lecciones de estúpida moral aunque soy incapaz de simular el bufido, justo cuando le quito las galletas que me entrega de un manotazo un tanto desesperado — Tu tía debe darle de comer más seguido — no sé si escucha lo que le digo porque me meto una galleta de inmediato en la boca y hace que mi voz suene como cualquier cosa. Pronto mis manos y labios están llenos de migajas porque me meto una galletita tras otra, hasta que me chupo los dedos al echarle un vistazo cargado de sarcasmo — ¿Y por qué un ministro te escucharía a ti? — le cuestiono en tono burlón — De seguro eres de esas fanáticas que envían cartitas con corazones y perfume. “Querido señor Powell…” — uso la mano libre para fingir que escribo en el aire, incapaz de borrar la sonrisa idiota de mi cara y manteniendo un tono exageradamente agudo — “Me gustó mucho su participación en la matanza de niños huérfanos y paralíticos de la semana pasada. ¿Qué producto de cabello usa? Aquí le mando un montón de pétalos de rosa. Con amor, niñita— me semi atraganto con la galleta que me llevo a la boca sin poder contenerme y tengo que palmearme el pecho entre risas, haciendo que Phillip gruña en sueños a mis espaldas. No vuelvo a hablar hasta que recupero el aliento — Lamento informarte de esto, pero de seguro un ministro no leería las cartas de una niña. Además, de todas las peticiones que debe recibir todos los días, no gastaría su tiempo en una que se queja de un esclavo que ni tiene dueño. Soy solo un producto, ¿recuerdas?

Me recargo en la pared con el cuerpo en actitud perezosa y rebusco en el paquetito la siguiente galleta, pero a esta le doy un mordisco un poco más decente — No gastes tu tiempo en buscar educarme, Meerah, porque todo lo que me digas me entrará por una oreja y me saldrá por la otra. Tenemos diferentes opiniones sobre lo que es ser una persona educada y el no serlo y, a decir verdad, muchos de los magos que trabajan en este lugar no me han demostrado ni un gramo de amabilidad desde que llegué. Y eso que estuve aquí casi toda mi vida — me meto el bocado en la boca y lo como de costado, inflando una de mis mejillas al volver a mirar su figura — Algún día te darás cuenta de lo equivocados que están todos aquellos a quienes admiras y me gustaría tener una charla contigo cuando eso pase.
James G. Byrne
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M. Meerah Powell
Fugitivo
Ruedo los ojos al creerlo un completo inculto y chasqueo la lengua con impaciencia. Los magos no habrían sido esclavos en aquella época, pero por lo que habíamos aprendido, eran parias que debían esconderse a cada momento. A mi parecer, una cosa no distaba demasiado de la otra, y nosotros éramos superiores. Sin dignarme a responder pongo una mueca en la cara, ojos al cielo y labios fruncidos, para indicar que no quiero seguir hablando sobre este tema. Era un círculo sin cabeza ni pies, y por más de que yo tenía la razón, él jamás iba a aceptarlo.

- No, pero elijes cómo comportarte en la situación en la que estás. - No era su culpa, pero tampoco era la mía. E incluso si estuviese en mi poder cambiar algo, probablemente no iba a hacerlo porque no veía malo con como estaba organizado el esquema de clases. Tal vez sí buscaría mejorar la manera en la que parecía funcionar el mercado, pero eso ya era otra cosa. - Que bueno que no estoy en tu lugar y ninguno de los dos se va a enterar. - No había razón alguna para que me apresaran y metieran con los de su clase, así que no era un escenario que me importase siquiera imaginar. No había caso alguno en compararnos. -¡No soy una lamebotas!- Que supiera como comportarme no significaba que anduviese haciéndome la cholula con la gente de manera innecesaria. Al contrario, me había retrotraído un poco al conocer al abuelo Sean y si no fuese porque se portó de lo más amable, probablemente no hubiese dicho más de dos palabras en frente suyo.

Decido memorizar nuevamente sus indicaciones en lugar de prestarle atención a su comentario cargado de burlón desdén. No iba a dejar que las opiniones de un esclavo me afectasen en lo más mínimo. Él no ir al ala que me había indicado lo consideraba un acto inteligente, y no uno cargado de cobardía. - Pues claro que le da de comer más seguido. Tiene los recursos para hacerlo, y no hay razones para castigarlo si cumple sus deberes. - Seguro que portándose cómo parecía hacerlo, no conocía lo que eran los buenos tratos o la alimentación adecuada. Y por lo visto, de verdad no sabía cuando callar… ¿Cómo se atrevía? La sangre me sube a la cara a una velocidad alarmante, y creo que hasta mis orejas deben estar coloradas. ¡UN ESCLAVO! Un esclavo sin dueño se atrevía a mofarse tan abiertamente de mí. Culpo a la rabia que siento por lo que digo a continuación, pero no puedo contenerme. - ¡Gastaría su tiempo cuando es un esclavo que se está burlando de su hija!- Ni bien las palabras se escapan de mi boca, no puedo evitar cubrirme la misma con las manos en un gesto completamente horrorizado. Era la primera vez que admitía mi parentesco con Hans en voz alta, y se lo estaba diciendo a un esclavo mugroso y harapiento que ni siquiera sabía cuando era el momento de hablar. Ay no… ¿Cómo podía haber sido tan tonta? Todo por no poder soportar una burla infantil…

- Puedes opinar lo que quieras, que yo tengo mis propias opiniones. Y existe una remota posibilidad de que esté equivocada. ¿Pero sabes qué? El mundo es de los magos ahora, y si quieres mejorar tu calidad de vida podrías tener en cuenta lo que te dije. - Y es un acto totalmente impulsivo, pero meto la mano en mi bolso y revuelvo casi que con furia hasta que encuentro el paquetito de pastillas de menta y se lo arrojo directo al pecho. Piensa que los magos son crueles todo lo que quieras, pero yo no lo soy y solo he recibido burlas de tu parte. - Las indicaciones no cuentan, porque lo ha hecho solo por la comida que le había prometido. - Ojalá que te atragantes con una galleta y las termines vomitando.
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James G. Byrne
Fugitivo
Jamás te han enseñado empatía. ¿No es así? — ni siquiera sé por qué hago esa pregunta, si queda bien en claro que no. La cara que le pongo deja bien en claro que no le creo en lo absoluto que no sea una lamebotas, pero tampoco voy a gastar mis energías en ponerme a discutir algo como eso cuando es obvio que yo tengo razón — De seguro es un esclavo de lo más afortunado — la ironía de la frase se hace por sí sola. Quiero decir… ¿Qué esclavo tendría suerte de cubrir ese tipo de puesto? Esta bien, puede que muchos de nosotros estén muertos o fugitivos, pero al menos no se encuentran apresados dentro de un sistema de cuarta.

La burla seguiría si no fuese porque suelta una bomba que no sé si es verdad o mentira, pero que me borra de inmediato la expresión del rostro. ¿Su hija? Jamás me he preocupado por saber de la vida de los ministros y Powell asumió al puesto estando yo dentro del mercado, así que lo que sé de él es por oído o por haber escuchado de su existencia cuando estaba fuera de aquí, en sus épocas de juez. No es como si alguna vez tuviera o no alguna idea de su mundo privado, así que no sé que tan probable es que tenga una mocosa de esa edad — Te aconsejo que no vayas diciendo quien eres en un lugar como éste, princesita — le recuerdo en tono calmo, aunque sin una pizca de verdadera simpatía — Y mucho menos a las personas de los calabozos. Hay muchos por aquí que adorarían mandarle un paquete a su padre con algunos de tus pelos o quizá algunos dedos. Solo un consejito, nomas — o cosas mucho peores, pero no es mi trabajo el traumarla. Aunque ahora comprendo un poco mejor por qué tiene esa cabeza de termo.

Es obvio que sigue ofendida y que le he tocado alguna fibra sensible, porque se pone a despotricar de manera que la miro como si fuese el programa más aburrido de la televisión por aire. Sé cómo se ponen los magos cuando fastidias su ego, pero no me espero que me lance un paquete de pastillas por la cabeza, haciendo que me despegue de la pared por el saltito de sorpresa. El envoltorio cae al suelo con un ruido que me indica que algunas de las pastillas se han desparramado por la piedra y me es inevitable no agudizar el oído, pero creo que nadie viene a pesar del pequeño escándalo que la enana acaba de montar — ¿Terminaste? — le pregunto y, sin mucho más, soy lo suficientemente rápido como para llegar contra la cerca y sacudir la mano para alcanzar a tironear de su brazo y acercarla a mí en un gesto amenazante — Ahora, va a escucharme muy bien, señorita Powell — a pesar de que mi agarre no es fuerte ni violento, es lo suficientemente firme como para que no se aleje del rostro que la mira entre los barrotes y le dedica una sonrisa cargada de cinismo — Amable o no, no has hecho otra cosa que decir idioteces que te han metido en la cabeza como a un loro sin neuronas y, te guste o no, tratar a los demás como una mierda que debería servirte por el solo hecho de haber nacido diferente no te hace una persona precisamente simpática. Deberías analizar un poquito tus acciones.

Sin mucho más, la suelto y me limpio la mano contra la ropa, como si esta no estuviese lo suficientemente sucia, y me alejo para levantar las pastillas del suelo. Pronto estoy una vez más sentado en el mismo lugar del inicio, aunque mis ojos no se despegan de ella — ¿Algo más o vas a aventurarte a los pasillos a ver si no te dicen ni te tocan? Porque pagaría por ver eso.
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M. Meerah Powell
Fugitivo
No podía dejar de indignarme con cada palabra que salía de la boca de este esclavo. Podía perdonarle que hubiera hablado sin permiso si tan siquiera me escuchaba, pero no o hacía y solo trataba de hacerme sentir mal. Como si hubiese algo erróneo en mi manera de pensar. - No veo por qué debería sentir algo de empatía hacia ti. - Recién lo acababa de conocer y además de no ser alguien al que siquiera debiera estar hablándole, se la pasaba desestimando todo lo que decía. No iba a sentir nada por él cuando probablemente no fuese a verlo nunca más en toda mi vida. Además, lo desafiaba a criarse con mi madre y aprender acerca de la empatía. - Claro que lo es, es el esclavo de la familia… de una familia muy importante y respetada. - No había hablado mucho con mi tía, pero el solo ser el esclavo personal de la hija de la mismísima ministra de magia debía tener sus ventajas, ¿no?

- ¡Ya lo sé! - Y luego me recuerdo en dónde estoy y trato de bajar la voz, ya bastante frustrada con la dirección que había tomado esta conversación. - No soy idiota, pero me sacas de quicio. ¡Y ya no me digas princesita! - Exclamo en un susurro mascullado entre dientes. Debo parecer una tonta con los ojos húmedos por las lágrimas contenidas, y las mejillas probablemente coloradas de rojo por la rabia; pero no quería decir en voz alta quien era mi padre, y mucho menos delante de un esclavo mugroso que me llevaba la contraria con cada cosa que decía.

No sé cómo es que suceden los segundos siguientes, pero antes de siquiera poder pegar un salto para tratar de mantenerme fuera de su alcance, puedo sentir su asquerosa mano enroscarse alrededor de mi brazo, y de golpe me veo jalada hacia los barrotes. No es miedo en sí la sensación que me abruma de repente, pero es bastante similar. Puedo sentir sus ojos fijos en mí, pero por alguna razón me quedo petrificada mirando su perfecta hilera de dientes sucios, sintiendo como su aliento me golpea mientras, y no encuentro otra palabra para decirlo, me amenaza. Tengo ganas de llorar, ganas de gritar, y ganas de escupirle, pero me siento impotente y no puedo siquiera moverme para zafarme de su agarre. Impotencia, esa es la palabra que estaba buscando.

Me suelta e instintivamente doy unos pasos hacia atrás mientras llevo mi mano contraria al lugar en el que me ha tocado. - Sé pensar por mi misma, y en este momento lo único que acabas de lograr, es que entienda que el resto tiene razón. Ustedes son la escoria de este país, y creo que los magos están siendo bondadosos al darles la oportunidad de siquiera estar cerca nuestro. - Nadie, jamás en todos mis doce años de vida se había atrevido a hablarme así, y que lo hiciera un esclavo... Ni siquiera mi madre me había puesto jamás una mano encima, y era ella quien me imponía los castigos y me daba sermones acerca de cómo debería comportarme. No me doy cuenta de que estoy llorando hasta que una lágrima cae sobre el dorso de mi mano, pero en lugar de limpiarme el rostro, o sentirme avergonzada, termino levantando el mentón e irguiéndome hasta mantener una pose lo más firme que puedo. - ¿Con qué dinero quieres pagar? Si hablas de los papelitos muggles que antes se usaban, tendrás más suerte si los usas para limpiarte el trasero. - Y debo apretar los dientes todo lo que puedo para no disculparme por lo que acabo de decir, pero no pienso dejar que siga amenazándome un rejunte de harapos con patas.
M. Meerah Powell
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James G. Byrne
Fugitivo
¿Pero no es lo que eres? — le pregunto, retándola a negarlo — Creí que eso eran las niñas como tú que viven en lugares como en la isla ministerial y son tratadas como si fuesen realiza a costa de las necesidades de los demás — es un poco infantil, pero su modo de ponerse a lloriquear me regala cierta satisfacción que no hubiese pensando al momento de conocerla. No sé si es porque soy un orgulloso de cuarta o porque me gusta hacer que una niña proveniente de una familia desagradable la pase mal, pero hay cierto calor en mi pecho que reconozco como satisfacción. Sé que puede costarme caro, pero al menos he tenido cinco minutos de diversión.

No me sorprende su reacción ni lo que dice, así que empiezo a reírme sin disimulo alguno y oigo como mi voz produce un eco entre las paredes de piedra — No tienes idea de cómo acabas de lastimar mis sentimientos — el sarcasmo me tuerce los labios en un puchero mentiroso y me llevo la mano al pecho como si el corazón se me estuviese partiendo en dos. Sé que algunos humanos reaccionarían mal a lo que acaba de decir y tiene que agradecer que nadie aquí nos está prestando atención, pero yo ya he pasado por la etapa de preocuparme por cosas como esta. He crecido aquí, me he criado como un esclavo que no vale nada y he escuchado toda clase de insultos con el correr de los años, así que literalmente me patina todo lo que pueda decir. Uno se vuelve inmune a los magos, quiera o no, como una enfermedad demasiado presente que tu cuerpo acaba optando por aceptar a su voluntad.

Es solo una expresión, princesa. Nadie es tan idiota como para pensar que algo de dinero muggle pueda servir y, creo yo, el dinero de mi familia ha desaparecido hace mucho tiempo — ni sé por qué me molesto en explicar eso, pero como sea. Ya demasiado aburrido de su compañía y con la comida que quería conseguir en primer lugar, apoyo mi espalda contra la pared y doblo las piernas como un indio, demostrando en mi postura corporal que no pienso darle mucho más de mi atención — Vete antes de que empiecen a buscarte y te agarren llorando, Meerah — le aconsejo, metiéndome una galleta de lleno en la boca sin siquiera echarle un vistazo — No querrás confesar que un apestoso esclavo muggle te hizo llorar… ¿Verdad? — y con una última sonrisa cínica, sacudo la mano en su dirección en un gesto burlón para indicarle que deseo que vuele de aquí. Tengo muchas cosas que hacer dentro de mi celda, como analizar la mancha de humedad que está creciendo en el techo, por ejemplo.
James G. Byrne
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