The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Alice D. Whiteley
Consejo 9 ¾
Ni siquiera me gusta la cerveza. De todas las bebidas alcohólicas que existen, será probablemente la que menos me atraiga, y por esa misma razón, el almacén está lleno de botellas repletas de ese brebaje. Tengo mala suerte hasta para emborracharme. Aparentemente son las diez de la noche, lo cual se me hace bastante improbable porque si fuera así, este ha sido el día más largo de toda mi existencia. Segundos después me doy cuenta de que tengo el reloj de muñeca colocado del revés y que en realidad, las agujas marcan las cuatro de la mañana. Eso está mejor. Llevo días sin poder dormir, sin poder comer más que dos trozos de pan y he llegado al punto de estar segura de que mis órganos se están comiendo a sí mismos. Por eso no se me ocurre otra cosa mejor que juntar toda esa situación y darme un festín de alcohol a las tantas de la madrugada como si al día siguiente no fuera un día de trabajo corriente.

Pero supongo que se me disculpa, por toda la situación con Murphy y de que todo me salga terriblemente mal. Lo cual me parece absurdo porque parece que la vida se ha querido reír de mí cuando he empezado a encontrar cierta comodidad con el catorce e incluso conmigo misma en los últimos meses. Desde luego que no se puede tener todo, mucho menos en estas circunstancias, pero creo que esto ya es exagerar. Normalmente no se me ocurriría pensar de la manera en que lo estoy haciendo ahora, y hay que culpar a la falta de comida en mi estómago que el alcohol me haga semejante efecto cuando apenas he bebido una botella entera. Le doy un trago a la misma, sentada sobre las escaleras de entrada que hay fuera de la casa y apoyando la parte baja de mi espalda sobre las que están mas altas mientras contemplo mis propios pies. Agradezco profundamente que la mayor parte del distrito esté durmiendo, a excepción de quien esté haciendo guardia en las torres, comprobado por la luz que emana del fuego de la antorcha. En algún momento se me pasa por la cabeza ir a hacerle compañía puesto que ya estoy despierta — como si no lo hubiera estado los últimos cinco días — y hace bastante que no se me encarga la tarea de hacer guardia, sin embargo, acabo por aceptar que probablemente no sea la mejor idea ahora mismo.

No sé cuanto tiempo pasa después cuando empiezo a escuchar los pasos de alguien no muy lejos de donde estoy. No es hasta que me levanto, bastante más rápido de lo que debería después de haber estado sentada durante tanto tiempo seguido, que diferencio la melena rubia de Ava. — Aaaaaaaaaaaaaavs, ¿qué haces despierta a estas horas? — Ni siquiera se me pasa por la cabeza la posibilidad de que fuera ella misma la que estaba en las torres y que justo ha llegado alguien para hacer el cambio de turno. — ¿Una cerveza? — Le ofrezco mientras alcanzo una botella. ¿Ya dije que odiaba la cerveza?
Alice D. Whiteley
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Ava E. Ballard
Fugitivo
Por regla general no me molestaba hacer guardia en las torres; sí, podía quedarme dormida un par de veces, pero no era nada del otro mundo o nada que otros no hubieran hecho antes que yo. Pero si había algo peor que las noches de frío con el viento golpeando como si cortase, eran las primeras noches de calor. El aire se tonaba pesado y caluroso, la humedad se sentía en cada extremidad y, a diferencia del frío, no había manera de solucionarlo. Al menos en las noches heladas uno podía hacerse un burrito entre mantas y abrigos…

Lo bueno es que uno de los gemelos Penejota (nunca podía recordar cuál era cuál) había venido a relevarme antes de la hora acostumbrada. Lo malo es que eso supuso quedarme unos minutos haciendo sociales; o mejor dicho, contestando un cuestionario acerca de mi hermano y sus gustos. Y no todas eran preguntas que una hermana supiese, o incluso quisiera responder. De verdad. Al menos si volvía a salir el tema con mi madre podría decirle que al menos uno de los gemelos si tenía intención en usarla… no estaba segura de que le gustase mucho enterarse con quien.

La vuelta hacia las viviendas se me hace corta ya que, al haber hecho el cambio de guardia con casi una hora de anticipación, todavía tengo energía de más que sentía la necesidad de gastar. Y no, no era bueno sentirse así a las cuatro de la mañana de un día de semana. Tal vez es por eso por lo que en vez de encaminarme a la cabaña que me corresponde, termino por ir hacia la de mi madre como si todavía continuase viviendo allí. Sin entender del todo cómo me he confundido de esa forma, me quedo unos segundos mirando a la puerta antes de dar media vuelta y encaminarme hacia la vivienda que sí me correspondía, pero me detengo en seco cuando una voz grita mi nombre en el medio de la oscuridad. - ¿Yo? ¿Qué haces tú despierta a esta hora? - Y me toma unos segundos reconocer a Alice, no porque parezca estar más borracha que una cuba, sino porque llevo bastante tiempo evitando su presencia, y no había forma de que el aspecto que luce ahora coincidiese a la imagen que tenía de ella en mi cabeza. ¿Pero qué le había pasado? Porque podría ser de noche y todo lo que eso conllevaba, pero no había luz lo suficientemente blanca que hiciese que su piel luzca casi traslúcida, con unas ojeras tan marcadas que parecían pintadas en su cara con carbón. - Veo que quisiste arrancar sin mí nuestra noche de borrachera… ¿Estás bien? - Sentimiento de culpa aparte, su aspecto era realmente preocupante y no podía creer que la hubiesen dejado andar así por el distrito sin tratar de siquiera poner algo de comida en esas muñecas francamente escuálidas.
Ava E. Ballard
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Alice D. Whiteley
Consejo 9 ¾
De todas las personas que viven en este distrito, Ava es de la que menos me espero ese comentario, y me es imposible no soltar una risa entre dientes que hace que mi cabeza se incline ligeramente hacia un lado. – Te estás haciendo vieja, Avs, acabas de sonar tan como tu madre que si fuera tú me preocuparía. – Es evidente que estoy bromeando, no porque lo crea de verdad, sino porque la diferencia que existe entre su madre y ella en cuanto a forma de ser supera con creces cualquier comparación que se pueda hacer entre ellas. – ¿Desde cuándo tan aguafiestas? Nunca pensé que desaprovecharías la oportunidad de beber un poco de alcohol. – Aunque si vamos a ser honestos, de poco tuvo bastante. De todas maneras, ¿quién lo suficientemente cuerdo rechazaría una oferta como esta en el mundo de locos en el cual vivimos?

Me llevo la botella a la boca para darle un trago hasta tener el sabor amargo sobre mis labios, aunque he repetido tantas veces ese mismo gesto que ha llegado un punto en el que ha dejado de tener sabor para ser simplemente un recuerdo. – Alguna de las dos debía comenzar y, puesto que has estado ignorándome ya ni sé cuanto tiempo, me he tomado la libertad de abrir la primera botella. – No es la única, al parecer medio distrito ha creído que su mejor forma de “ayudar” es desapareciendo del mapa. – ¿Puede dejar todo el mundo de hacerme esa pregunta? Se está tornando un poco pesado. – Y no es la obviedad de la respuesta lo que me irrita, sino el hecho de que crean que voy a sentirme mejor. Por favor, hasta ahora solo la botella que tengo en la mano ha conseguido cierta mejora en mi estado de ánimo, y no necesariamente hacia la positividad. En algún momento tendría que dejar de utilizar el alcohol como una manera de olvidarme de lo que está ocurriendo, en especial porque lo que dura su efecto no es directamente proporcional a lo que he estado evitando desde el principio, y eso produce que, a la larga, todo sea más complicado de lo que ya era.

Una sonrisa se vuelve a dibujar sobre mis labios con el silencio de la noche, no se escucha nada más que los pájaros nocturnos sobre las ramas más altas de los árboles y el suave viento de primavera chocar contra sus hojas. - Ssssssh… ¿oyes eso? - Me llevo la mano hacia la boca para posar el dedo índice sobre mis labios en un intento de pedir silencio pese a que ni siquiera hacía falta, echando la cabeza hacia atrás para contemplar la oscuridad del cielo. Apenas pasan unos segundos que dejo caer el brazo y mi mirada vuelve a fijarse sobre Ava. - ¿No te dan envidia? - No llego a verla del todo bajo la escasa luz de la vela, de manera que no puedo distinguir del todo sus gestos faciales al punto de ver si entiende a lo que me refiero. - Su libertad, que puedan ir a donde les plazca cuando les da la gana, mientras nosotros estamos aquí encerrados en esta maldita jaula, ¿y esperando a qué? - No pretendo que la risa se escape de mis labios, pero de alguna forma lo hace, por lo que me tengo que dejar caer sobre las escaleras antes de que me ponga a desvariar todavía más.
Alice D. Whiteley
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Ava E. Ballard
Fugitivo
La risa de Alice me desconcierta por unos momentos, pero no precisamente para mal. Puede parecer que no ha dormido en más de veinticuatro horas, pero al menos su extraño sentido del humor sigue intacto y me contagia, aliviando un poco mi preocupación.  - Que la boca se te haga a un lado, hija mía. - No recuerdo que mi madre haya dicho eso nunca, pero la señora Robinson lo dice cada dos por tres cuando Eowyn anda zafada por demás, y siempre me causó gracia esa expresión. Así que tratando de agrietar mi voz todo lo que puedo, hago una mueca y pongo una mano en la cintura, mientras que la otra se cierra dejando solo el índice al aire de manera que lo sacudo como si estuviese retando a un niño pequeño. Es un gesto tonto, pero me hace reírme de mi propia idiotez. Evidentemente estoy pasada de energía, pero que va, ella está pasada de alcohol. - No voy a desaprovecharla jamás. - Y no tardo en acercarme a ella, haciéndole un gesto para que me pase la botella que tiene en mano. - ¿Pero te has visto al espejo? Hay cadáveres con más carne que tú en los huesos. - “Siempre sutil, Ava. Siempre sutil…”

¿La primera botella? - ¿Y estaba así solo con cerveza? ¿Pero qué clase de resistencia era esa? Me estaba haciendo sentir como una persona alcohólica solo por pensar que hacía falta al menos tres botellas más para dejarme en su estado. Al menos espero que esté lo suficientemente ebria como para no darse cuenta que he tratado de esquivar lo de haber estado ignorándola. Esta vez no tenía excusa alguna, lo había hecho totalmente adrede. - Lo lamento, pero de verdad parece que te ha pasado un camión por encima. Y no estoy muy al tanto de lo que anda diciendo el distrito últimamente, llevo meses haciendo oídos sordos. - Lo cual era bastante desfavorable, los chismes tenían su atractivo cuando no eras la protagonista de los mismos, o terminaba perdiéndome cosas importantes, como la razón por la que Alice parecía ser una tremenda imitación de un muerto en vida.

Tomo de la botella que en algún momento ha llegado a mis manos, pero me quedo congelada con el pico en la boca cuando me consulta si escucho algo que claramente no llego a oír. - ¿Los ronquidos del señor Robinson? - Su mirada se va al cielo, y trato en entender qué es lo que quiere decir… - Oh por favor, dime que no eres de las que se pone a filosofar. - Porque me encantaría hacer una comparación con las aves, la libertad y quien sabe cuantas cosas más. Pero eran pasadas las cuatro de la mañana, y lo único que podía pensar en este momento era en lo mucho que agradecía a esas criaturas por mantenerme despierta con su chillido cuando estoy por quedarme dormida en las guardias. - Te voy a ser sincera: desde los dieciséis que he tratado de no pensar en nuestra situación como un encierro. Y considerando que he disparado a más de una de esas… No les tengo envidia. La libertad no sabe a libertad si es que nunca has pasado por una prisión. - Y sí, podía extrañar un montón de cosas de mi vida en Neopanem, pero si me dedicaba a pensar en todos los talvez y por qué de las cosas… No gracias, prefería vivir mi vida sin esas preocupaciones.

Tomo otro trago y la observo con cuidado. - Me has dicho que tenías hermanos, pero sinceramente nunca te pregunté por tu vida antes de venir aquí. Creo haber escuchado que conocías a los chicos de antes, pero no mucho más. ¿Extrañas mucho? - Y sí, no estaba siendo del todo justa o comprensiva al consultar sobre su pasado con el estado que tenía encima, pero no entendía a qué venía su repentino interés en salir del distrito.
Ava E. Ballard
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Alice D. Whiteley
Consejo 9 ¾
No sé si es el propio dicho lo que me hace reír o la imagen de ella tratando de imitarlo, pero acabo por torcer los labios en una semi sonrisa mientras estrecho el brazo para acercarle la botella de alcohol.  – Vaya, tu madre no mentía cuando decía que no tienes pelos en la lengua. – Murmuro cuando su siguiente comentario me perturba lo suficiente como para fruncir el ceño, un segundo antes de darme cuenta de que en realidad no me importa y encogerme desinteresadamente de hombros. – Si juntas la pésima luz que hay con el blanco nuclear de mi piel sale esta combinación que a todo el mundo le gusta denominar cadáver. – No es tanto una broma como una verdad, pero igualmente me hace reír por lo bajo en apenas una risa perceptible. – Además, se supone que pronto empieza la operación bikini, ¿no? – Ojalá me gustara tanto decir chorradas sobria como me gusta hacerlo estando borracha. – Vaya estupidez. – Y es obvio que me refiero a quien carajo inventó esa mierda y no al hecho de que probablemente tenga razón en una cosa, y es que en las últimas semanas he comido menos de lo que haría un crío de dos años.

Me hago con una botella que dejé en el suelo a saber cuando y que está medio llena, fijándome en la etiqueta de papel que lleva pegada y que me hace reconocerla del mercado negro y no como la que algunos del distrito se dedican a fabricar aquí. – Bueno, quizás fue más de una pero tampoco es como si me estuviera preocupando por contarlas, ¿sabes? – No creo que nadie lo haría, puestos a hablar de alcohol. – Te preocupas demasiado, Ava. – Y no sé si lo digo por mi propia situación o por la del distrito catorce en general.  – Si solo tuviéramos un camión de esos y no la moto que tanto afán pone Ben en reparar. – No sé en qué medida nos solucionaría las cosas un vehículo de cuatro ruedas, pero estoy segura que más que una motocicleta que por el momento no hace más que soltar humo.

Su suposición es lo que me saca la risa más honesta de la noche, seguida de mi propia estupidez, pasando la mirada del cielo a su melena rubia. – O podrían ser los de Benedict. – Me mofo en lo que me llevo el sabor amargo del licor a la boca. Me paro a escuchar lo que tiene que decir con la mirada perdida en el suelo, manteniendo la botella entre mis manos como si fuese lo único a lo que pueda aferrarme, siendo tristemente la verdad. Su teoría me resulta interesante, pero pensar en las flechas clavadas en los cuerpos de los pájaros hace que se me revuelva el estómago en una sensación extremadamente desagradable. Probablemente también sea culpa del alcohol. – ¿Llegar aquí supuso una libertad para ti? - He escuchado muchas versiones de las personas que estuvieron aquí desde el principio, pero creo que nunca le he preguntado a Ava por su experiencia, y suponiendo que los niños tienen una perspectiva diferente a la de los adultos me interesa saber si su opinión acerca del catorce ha cambiado con los años.

Asiento lentamente con la cabeza, casi como si estuviera en un trance con la vista fija en el suelo y tanteando el terreno por el que quiere llegar a pasar. Acto seguido me tomo unos segundos para meditar en silencio antes de volver la mirada hacia ella como si nada de esto hubiera ocurrido. – No debería, ese es el problema. No debería extrañar nada porque nunca me he parado en ningún sitio el suficiente tiempo como para echarlo de menos. – Tamborileo con los dedos la superficie del cristal de la botella mientras reflexiono y analizo mis propias palabras. – No creo que lo sepas, pero yo viví en Europa por un tiempo, era bastante más joven que ahora y mis padres lo suficientemente estúpidos como para creer que allí las cosas mejorarían. No fue así. – Estupidez que les costó la vida y la de todos mis hermanos. – Allí aún estaban los rebeldes, actualmente conocidos como magos y liderados por Jamie, pero por el momento no había perdido la cabeza. – O sí, quien sabe. – Poco después tomaron el once, y no recuerdo muy bien cuando tiempo pasó después que se hicieron con el país, de manera que marchamos al capitolio y tuve que fingir ser algo que no soy hasta que por motivos varios tuve que venir aquí. – En resumidas cuentas, cargándome a cualquiera que me ha ayudado en el proceso. – Así que no, no debería echarlo de menos porque como has podido comprobar, no se me da bien pertenecer a nada. – Y así es como llevo treinta años dando tumbos por la vida sin saber como parar.
Alice D. Whiteley
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Ava E. Ballard
Fugitivo
- Ni uno solo. - Divertida, saco la lengua todo lo que puedo y suelto un “aaah” mientras le dejo ver que, efectivamente, no tengo ni un solo pelo en mi lengua. Es ridículo, lo sé, pero hago eso desde que soy pequeña y nunca se me fue la costumbre idiota. Algún día crecería y maduraría… pero no veía que faltase poco para eso.  - Y voy a suponer que las ojeras negro azabache son solo un efecto de la luz, ¿verdad? - No había maquillaje ni carbón en la historia que pudiesen simular la profundidad que había debajo de sus ojos. No estaba buscando ser sutil y no lo iba a intentar jamás; pero me impresionaba su aspecto, y no de buena manera. - ¿Te refieres a la del bronceado o a la del cavado? Porque la del bronceado la encuentro prácticamente imposible. Lo más cercano del bronceado que he llegado a estar ha sido “rojo calamar” - Y no era lindo asemejarse a un tomate luego de una excursión particularmente larga. Además, bronceada o no, sus ojeras seguirían intactas, y la carne no reaparecería mágicamente en sus huesos. No sin comida y descanso, al menos.

Hago una mueca cuando aclara que no contó las botellas que lleva tomadas, y no se si darle la razón y una palmada en la espalda mientras me sentaba a tomar con ella; o si dedicarle un sermón que haría que mi madre se sintiese orgullosa. No opto por ninguno en específico y me limito a encogerme de hombros cuando me acusa de preocuparme demasiado. No es que pudiese evitar hacerlo, su aspecto de verdad les causaba envidia a algunos muertos. - Creo que si hubiese sido la moto la que te pasaba por encima, te hubiese dejado en mejor estado. - Y sí, no soy el alma de la fiesta en estos momentos, pero no podía ser que en serio no se diese cuenta del aspecto que portaba.

Al menos su sentido del humor estaba intacto, o lo más cercano a eso que podía ser, y termino acompañándola en su risa. - Para tener un oído agudo, de verdad que es inmune a sus ronquidos, ¿no? - A estas alturas burlarse de Benedict debería ser considerado el deporte oficial del distrito. Me vuelvo a llevar la botella a los labios más por inercia que por voluntad propia, pero no llego a tomar ni un trago porque la pregunta de Alice me toma por sorpresa. - No… sí… no sé. No se si lo llamaría libertad, era chica y aún ahora con unos cuantos años más, no se… Me haces ponerme a filosofar a las cuatro de la mañana Al, ten piedad. - No sabía si estando despierta y en pleno día haría alguna diferencia, pero parecía una buena excusa cuando la decía en voz alta.

La dejo que me cuente parte de su historia, y no me sorprende el saber que no conozco nada de su vida, pero me hace sentir extrañamente bien el que quiera compartir esto conmigo. Ebria o no, era un voto de confianza… uno que no creía merecer, pero no estaba jugando a ver quien era la mejor persona aquí. Ella me ganaba por mucho en ese aspecto. - No se como crees que haya podido comprobar eso… pero si te sirve de consuelo, no imagino vivir toda mi vida aquí. - Y no es hasta que lo digo que me doy cuenta por completo del grado de verdad que tienen mis palabras. - Nunca pude sacarme la sensación de que por más seguridad que haya aquí adentro, estamos viviendo en una especie de burbuja. Y me siento una ilusa por creer que algo afuera vaya a cambiar, pero se que algún día me cansaré de las excursiones, del distrito, y trataré de salir a vivir como pueda. Y no es cuestión de pertenencia, es cuestión de cambio… supongo. - Uno que no quería afrontar ahora, pero que en algún momento probablemente tendría qué. No servía para vivir encerrada, y si algún día me atravesaban con una flecha como a esas aves, bien, lo soportaría. - No sé como habrá sido en Europa… Pero si hay algo que no era lo suficientemente chica para olvidar, es el agua caliente corriendo por un grifo, y la lavadora automática. - Trato de aligerar el ambiente con un chiste malo, pero que no deja de ser cierto. - ¿Y Murph? No quiero sonar invasiva, pero se menos de ella que de ti, y eso es decir mucho.
Ava E. Ballard
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Alice D. Whiteley
Consejo 9 ¾
Muevo la mano que tengo libre para restarle importancia al asunto, no es como si me importara el aspecto que tenga hoy en día. – Si vamos a ser honestas, Ava, las ojeras son el menor de mis problemas. – Por no decir que creo que nunca llegaron a irse del todo después de la adolescencia, ahora solo se han acentuado un poco más que entonces, probablemente por la falta de sueño. De todas maneras, su comentario sobre el calamar me hace la suficiente gracia como para elevar las mejillas mientras me llevo el borde de la botella a los labios para dar un trago. – ¿Alguna vez te conté de la vez que me quedé dormida en la piscina de Seth y desperté del color de los cangrejos y con la marca de las gafas de sol? – El simple recuerdo hace que ruede los ojos a medida que dejo pasar el líquido amargo por mi garganta. Eran otros tiempos, donde todo era mucho más sencillo y la responsabilidad no era más que una sombra de lo que se suponía que teníamos que ser. Ahora cualquier recuerdo suena a un eco perdido del pasado del que no estoy segura haber pertenecido siquiera. – Desde entonces lo de tomar el sol ha dejado de estar entre mis planes. – Digo en un intento de hacer un comentario gracioso, aunque no se aleja mucho de la realidad si tenemos en cuenta que el distrito catorce no es exactamente la definición de spa y resort.

No sé si es por la situación en la que me encuentro o que ya llevo las suficientes botellas de alcohol como para que me de completamente igual, pero termino por encogerme de hombros cuando vuelve a poner en evidencia mi aspecto. – ¿Qué otro momento iba a ser mejor que este para filosofar? Son las cuatro de la mañana, hay alcohol de por medio, y aparentemente nadie que nos moleste. – Alzo la mano hacia su botella para chocar la mía contra la suya en un intento de hacer un brindis (un poco penoso para que mentir) y sonrío con la confianza de una persona que ha tomado un par de copas de más. – Aunque si lo prefieres puedo llamar a Eowyn, estoy segura de sus preguntas son mucho más profundas y morbosas que las mías. – Es algo que pretende ser una broma, pero que tampoco difiere mucho de la respuesta que tendría la rubia en una situación como esta.

Me encuentro girando la cabeza en su dirección, dejando que el pelo se desenganche de mi oreja y caiga sobre un lado de mi rostro mientras escucho lo que tiene que decir alternando la mirada entre el suelo y ella misma. – No eres una ilusa. – Murmuro al final después de todo lo que ha dicho y cambio rápidamente de postura al darme cuenta de que estaba mirándome las manos por un tiempo demasiado largo. – Las cosas ya están cambiando, no sé hasta qué punto nos beneficia lo que está ocurriendo ahí fuera, pero si hay algo que es seguro es que el gobierno de Jamie está cada vez más vulnerable. – De lo que no estoy tan segura es de si deberíamos de formar parte de esos grupos que se dedican a producir levantamientos y rebelarse contra el régimen. Al fin y al cabo no somos guerreros; la mayor parte de la población son niños o ancianos, ni siquiera somos supervivientes. – Creo que esa es la razón por la que cada vez estamos encontrando más aurores cerca del perímetro. Si nos descubren, nos destruyen. Y para Jamie, eso es una forma de demostrar a su gente quien tiene el poder todavía. – O por lo menos es la conclusión a la que he llegado después de nuestra pequeña excursión al doce y el resultado de las previas excursiones. Lo peor de todo es que coincido con su opinión, y que vivimos en una burbuja a la que se le está acabando el aire. – El cambio no es malo, solo hay que prestar atención para estar dentro de él y que no nos lleve por delante. – Porque las cosas van a cambiar, y quien no esté preparado para ello va a zamparse un tremendo golpe.

Me aseguro de tragar una enorme cantidad de alcohol antes de ponerme a hablar sobre Murphy porque creo que todavía no estoy lo suficientemente borracha como para hacerlo y no acabar gritándole de la impotencia. – No está bien. – Es lo primero que se me ocurre decir antes de sentir como un nudo empieza a aparecer en mi garganta. No estoy segura de poder tragar ni mi propia saliva, pero tardo menos de un segundo en volver a llevarme la botella a la boca. – Se puso enferma de un día para otro, sin más. Nunca ha tenido una salud de oro, ya lo sabes, se cansaba con facilidad pero asumí que era por las condiciones en las que creció durante los primeros años. – Me esfuerzo por que mis palabras tengan una conexión entre ellas sin que mi respiración acelerada las interrumpa, pese a que puedo sentir como mis manos comienzan levemente a temblar. Por eso mismo aprieto la botella contra mi pecho antes de armarme de valor y proseguir. – Ahora su corazón no soporta si quiera que se levante de la cama sin que estalle como una bomba de relojería con los días contados. – No es ni la mitad de lo que podría explicar de la situación, pero tampoco estoy en condiciones de hacer una declaración completa. – Y, mientras ella está durmiendo, su madre está emborrachándose porque no puede siquiera comprender el dolor que está sufriendo. – Escupo de mala gana al darme verdadera cuenta de lo insensible que puedo llegar a ser. – Ahora mírame a los ojos y dime que no soy una persona terrible. – Alzo la mirada hacia ella en la plena oscuridad de la noche, aún abrazada a la botella siendo lo único a lo que soy capaz de aferrarme.
Alice D. Whiteley
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Ava E. Ballard
Fugitivo
La anécdota me saca una risotada de tan solo imaginar la imagen que me pinta, y aunque no recuerdo haber estado nunca en una pileta, he tenido las suficientes excursiones al lago como para saber de qué me habla. Las personas blancas como nosotras debemos vivir con bloqueador solar, o rehuir al sol tanto como podamos. Y ni hablar de tener algún tipo de accesorio encima que comprometa tu apariencia luego, incluso colocar mal el protector solar podía ser un peligro importante. - Hay veces en las que olvido desde hace cuánto que se conocen. Dime que le hiciste alguna maldad en la piscina por favor. - Me acuerdo de Seth joven, y era tan flacucho y alargado que no costaba imaginar alguna broma contra él.

Observo el brindis entre perpleja y divertida, y termino alzando la botella a su salud antes de tomar otro trago. Uno que casi pasa para el otro lado cuando nombra a Eowyn. - No por favor. - Ruego de forma inmediata, elevando las manos en señal de alto. - No se si alguna vez estuviste cerca de ella a las cuatro de la mañana, pero créeme. Las preguntas son lo que menos te tendrían que preocupar. - Y en el caso de que la rubia si estuviese del humor para preguntas, con nosotras dos como las interrogadas, no había forma en la que no terminemos queriendo como mínimo, cavar un pozo para hundir la cabeza allí y no salir jamás.

- Por lo que dices no es que tengamos muchas opciones. O el cambio lo marcamos nosotros, o lo marca Jamie y terminamos muy mal. ¿Qué tanto le cuesta dejarnos vivir en paz? - Porque claro, éramos un peligro para la sociedad al estar marginados del país, robando nimiedades y subsistiendo de lo que podíamos producir. Claramente éramos la mayor amenaza que tenía todo Neopanem, ¿no? - No se tú, pero creo que dice mucho de su gobierno si su poder depende de que pueda o no hacernos algo. - ¿Será que Amber tenía razón? Tal vez sí debíamos formar parte del cambio de manera activa… Tal vez debería dormir y filosofar menos a estas horas.

Claro que luego cualquier pensamiento revolucionario se borra cuando comienza a relatarme la situación de Murphy. Sabía que la niña no era un ejemplo a la salud, pero no sabía hasta que punto se encontraba enferma. Lo que me dice me pone la piel de gallina, mientras que de golpe me siento agobiada por la impotencia. Murphy era una niña, ¿qué había hecho para merecer sufrir de esa manera? La vida en sí era injusta, pero el no poder hacer nada para cambiar su situación, el no entender su condición… Si yo me sentía así recién enterándome de todo, no podía ni imaginar por lo que estaba pasando Alice. Lo peor es que no podía decirle nada que la alentara de alguna manera. No tenía la más pálida idea de cómo lidiar con su caso, y no iba a mentirle y darle palabras de apoyo que no necesitaba escuchar. Haciéndole caso, me pongo a su altura y la miro a los ojos. - No eres una persona terrible. - Lejos de eso. - Perdona por criticar tu aspecto, no sabía por lo que estabas pasando. Pero que te consumas por esta situación tampoco está bien. Pide ayuda, tienes que estar fuerte para poder lidiar con esto. - Sus ojeras y su esquelética figura ahora cobraban sentido, y no había forma en la que pudiese criticarla por eso. - Ven, vamos. Necesitas dormir algo y poner algo de carne en tus huesos. Yo me quedo vigilando a Murph en lo que descansas un poco. - No era mi madre, pero sabía como cuidar de alguien enfermo, y en este caso Alice necesitaba casi tanto cuidado como su hija. - Si duermes más que un par de horas tendré algo rico listo para cuando despiertes.
Ava E. Ballard
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Alice D. Whiteley
Consejo 9 ¾
Lo mismo me hace suspirar, pues en ocasiones yo también me olvido de cuanto cambiaron las cosas, especialmente porque las personas que somos ahora no tienen nada que ver con las que éramos antaño. Los tiempos cambiaron, al igual que nosotros, solo hubiera deseado que las condiciones que nos hicieron así hubieran sido diferentes, mucho menos crueles. – O me estoy haciendo vieja, o el alcohol está jugando con mis recuerdos, pero te puedo asegurar que mi yo del pasado se divertía mucho haciendo rabiar a Seth. – Al fin y al cabo éramos jóvenes y con las hormonas a flor de piel, por no mencionar que por entonces solo él conocía de mi verdadera condición de humana, junto con Allen. Mis relaciones sociales se apoyaban exclusivamente en los planes de Seth, por muy triste que eso pueda sonar ahora.

Hablar de Eowyn siempre se convierte en una interpretación graciosa de lo que a todos nos gustaría ser muy en el fondo. Sí, está loca y todo lo que queráis, pero es admirable la forma que tiene de poner a un lado todo lo miserable de este mundo y vivir ajena a los problemas que nos rodean. – A veces me pregunto cómo es capaz de vivir en esa burbuja suya de revistas eróticas, purpurina y arcoíris. Me da envidia. – Estoy lo suficientemente borracha como para reconocerlo, aunque segundos después de decirlo me doy cuenta de lo raro que sonó eso y me apresuro a corregirme. – Por la despreocupación y eso, no me malinterpretes. – Añado con una semi sonrisa tras reírme.

Oh, créeme que mucho, para ella no somos más que unos parásitos de los que tiene que liberar el país. - ¿Cómo llegamos hasta aquí? ¿En qué momento culpabilizas a una raza entera por los errores del pasado? Cada día nacen niños humanos cuyo único delito es nacer con la sangre que se les dio, y aún así Jamie es capaz de esclavizarlos y llamar a eso justicia. – Yo no la subestimaría, está como una cabra y las personas así no tienen límites para conseguir lo que quieren. – Si Jamie quiere encontrar a su hijo perdido, no hay dios en el mundo que nos ayude lo suficiente para que eso no ocurra.

Suelto algo así como un chasquido con mi lengua que podría confundirse como una risa irónica cuando afirma que no soy una persona horrible. No necesito su negación para confirmar que me parezco a una, me basta con observar mi estado en este preciso momento para declarar que estoy perdiendo un tiempo que probablemente no vaya a recuperar. Y, sin embargo, tampoco puedo decir que no haya necesitado una noche como esta en mucho tiempo. Muevo mi mano desinteresadamente para quitarle importancia al hecho de que se haya pasado toda la noche criticando mi aspecto. – No lo sabías. – Sé que sus palabras tienen sentido, nada de lo que acaba de decir es mentira, y aun así, soy incapaz de moverme del sitio o decir algo congruente. No soy del tipo de personas que piden ayuda, en especial si se trata de mí cuando la verdadera importancia la tiene mi hija.

Igualmente, cuando me llevo la botella a los labios para ahuyentar el silencio, me percato de que la botella está vacía. Eso me sirve de señal para levantarme y con la ayuda de Ava, entrar por la puerta intentando no hacer ruido. Por hoy ha sido suficiente, pienso mientras me dejo caer sobre el sofá para quedarme dormida unos instantes después. Durante esos minutos ni siquiera me da tiempo  a razonar nada ni a atormentarme con lo que pueda pasar al día siguiente, lo cual, en el fondo, agradezco.
Alice D. Whiteley
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