The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Amarïe N. Cinnéide
Inicios de marzo del año 2.468

Estaba jodida. Llevaba ya casi un mes sabiendo la ubicación del Distrito 14, saliendo de tanto en tanto de allí, y por eso se preguntaba qué cojones le veía todo el mundo a aquel lugar; la obsesión visceral por encontrar su ubicación exacta y poder abordarlo. No era más que un lugar donde, por sorprendente que pareciera, vivía demasiada gente hacinada en cabañas y se distribuían las tareas a realizar. Bien habría preferido no tener ni la menor idea de donde se encontraba para no tener que lidiar con todas aquellas gilipolleces. Ruido, risas y carreras de un lado para otro. Había demasiados adolescentes con las hormonas alteradas, y algunos adultos que también, lo podía oler a la legua y la ponían realmente enferma.

A lo único que se había acostumbrado era a la constante presencia de Amber, pero no podía negar que en algunos momentos también le habría gustado perderla a ella de vista. Todavía no confiaban del todo en ella, tampoco es que fuera el sueño de su vida estar en aquel lugar, por lo que no se libraba de algunas miradas de soslayo. Por suerte no era, del todo, uno de ellos por lo que desaparecía de vez en cuando sin dar mayores explicaciones; si la querían expulsar de allí no era su problema en realidad.

Subió la cremallera de sus desgastadas botas, colocándose la chaqueta que había robado hacía escasas semanas de la parte de atrás de una casa en el distrito ocho. Facilidades de poder deslizarse en cualquier lugar sin ser detectada; aquel día aprovechó para apropiarse de un par de cosas más, algo de comer que guardaba dentro de la pequeña mochila de tela que mantenía a su lado en todo momento. Salió de allí, buscando a Amber con la mirada pero, al no encontrarla a la primera, encogiéndose de hombros y caminando en dirección a la salida del distrito. No es que quisiera ser ‘útil’ para los demás, ¿acaso tenía necesidad de ello? Pero intentaría cazar algo en lo que transcurría la tarde. Al menos de aquel modo podría mantenerse distanciada del alboroto y distraída durante un rato

Caminó en silencio, no prestando especial atención a ninguna de las cosas que se presentaban ante ella. Tierra, un río y árboles. Lo último fue lo que más se repitió, obviamente, desde el mismo momento en el que se internó en el frondoso bosque de rodeaba y protegía, de forma natural, el distrito catorce. ¿Por qué se llamaba así? Ni siquiera formaba parte del orden de NeoPanem, podrían haberle puesto cualquier otro nombre. Rascó la parte posterior de su cabeza, ojeando su alrededor hasta que le pareció vislumbrar el lugar en el que había estado en ocasiones anteriores y donde encontró huellas de animales. Avanzó hasta aquel, cruzando los brazos frente al pecho una vez que hubo llegado. Apoyándose contra la rugosa corteza pero arrepintiéndose puesto que, al parecer, asustó a algunas aves que volaron de sus ramas dejando caer parte de la mínima nieva que aún quedaba en la zona. Arrugó los labios con desagrado a la par que giraba la mochila al frente, una vez que hubo terminado de sacudir la nieve de sus hombros y pelo, sacando un pequeño cuchillo cuando escuchó un crujir de ramas cercanas.

Puede que fuera buena o mala suerte, pero lo cierto es que no se quería sacar de encima su distracción tan rápidamente. Por lo que ignoró deliberadamente el crujido y continuó rebuscando en el interior de la mochila con tranquilidad.
Amarïe N. Cinnéide
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Ava E. Ballard
Fugitivo
Habían pasado semanas ya desde la última vez que había salido del distrito, semanas desde aquella fatídica tarde sangrienta que había marcado un antes y un después de algo que no lograba terminar de comprender. No me sentía yo misma, y el panorama general que pintaban los pobladores preocupados y las reuniones del consejo, cada vez más seguidas y secretas, tampoco ayudaba. No había un solo día que no llenase con alguna actividad productiva que me hiciese tener la cabeza centrada en otra cosa: doblaba las guardias, reemplazaba a los más chicos en sus tareas en el establo, o simplemente buscaba la primera ocupación que estuviese disponible; pero nada de lo que hacía servía para alejar a las pesadillas. Y aunque a veces recurriese a la pócima para dormir sin sueños, últimamente me sentía tan mal al día siguiente de tomarla, que prefería evitar ingerirla y portar las ojeras de la mejor manera que podía encontrar.

Claro que no era solo eso lo que cambiaba mi rutina por completo, sino que también se había vuelto una mala costumbre el querer evitar a cualquier persona con la que tuviese algún nivel de afinidad. No me era difícil gracias a mi nueva situación de vivienda, pero ya casi que había olvidado como mantener una conversación decente con alguien acerca de cualquier cosa que no fuese trabajo.

Me había convertido en una especie de ermitaña y si era sincera, la situación no me agradaba en lo más mínimo. Hablaba demasiado por regla general, como para llevarme a semanas de silencio voluntario. A estas alturas terminaría como Beverly, y la próxima vez que alguien me viese estaría cantándole a las plantas, sin siquiera poseer la inocencia que Bev se ganaba gracias a su corta edad. Resignada a volverme un lobo solitario, o a ser la nueva loca del distrito, termino de guardar la manta que todavía llevaba para las últimas noches de frío y me vuelvo a ajustar los cordones de los borcegos antes colgarme la mochila al hombro y bajar de la torre desde la que me ha tocado hacer guardia la noche anterior; teniendo cuidado de no resbalarme entre la escarcha que tiene la escalera, y los malabares que debo hacer para que no se me caiga la ballesta que siempre llevo ante cualquier situación.

Estoy a mitad de camino del suelo, cuando un movimiento llama mi atención por el rabillo del ojo. Es demasiado temprano como para que alguien se encuentre por estos lares, y estoy lo suficientemente acostumbrada a la gente del distrito como para no reconocer la figura que se logra divisar entre los árboles. Apurando mi paso, salto esquivando los últimos cuatro escalones y trato de seguir en silencio a la persona que trata de escabullirse.

La pequeña bandada de pájaros me toma desprevenida y me obliga a quedarme quieta en mi posición, lo malo es que, cuando quiero volver a moverme no piso con el cuidado debido y una rama se termina partiendo debajo de mi pie, dejando escapar un breve y sonoro “crack” que se puede escuchar a la perfección en el silencio que vuelve a reinar a esas horas.

Frunciendo la nariz y el entrecejo, decido que ya es tarde para tener cualquier elemento de sorpresa y opto por acercarme, ballesta en alto a la figura de la persona que se ha detenido allí. - ¡Ah! Eres solo tú - Suelto aliviada cuando logro identificar a la amiga de Amber como la persona misteriosa. - Amarïe, ¿no es cierto? - Consulto dudosa, casi segura de que ese era su nombre, pero sabiendo que puede ser que me esté confundiendo al no haber sido la persona más sociable del mundo durante estos días. - Lo lamento, creí que eras alguien más y bueno… - Señalo mi ballesta con la mano que tengo libre, y encojo mis hombros a modo de disculpa. Si lo poco que sé de ella es cierto, supongo que debe entender que ande armada y precavida ante lo desconocido.
Ava E. Ballard
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Amarïe N. Cinnéide
El silencio reina a su alrededor. Al fin este es lo único que la acompaña y no el frenesí de los habitantes del distrito que, como hormigas obreras, siempre caminan de un lado para otro con algún quehacer en su mente. Lo detestaba pero no podía quejarse e irse sin más de allí, quedaría demasiado sospechoso que, justo después de conocer la ubicación del lugar más buscado del país, ella desapareciera sin mediar palabra, ¿no? Aunque, ¿en realidad le importaba lo más mínimo lo que opinaran ellos? Dejó ir todo el aire de sus pulmones. Su única preocupación y prioridad era ella, pero, en cierto modo, les debía haberla salvado de los aurores, aunque ello conllevara estar ‘atada’.

La mochila profirió un golpe seco cuando la dejó caer a un lado, portando el cuchillo en la mano y girándose cuando alguien apareció tras ella ballesta en mano. Así que no había sido un simple animalillo. Chasqueó la lengua con molestia. La estaban apuntado con la ballesta y encima solo era ella. Por el contrario, la semi-veela no tenía ni la menor idea de quien era la joven que se encontraba ante ella. Ni siquiera podría decir que le sonara su rostro. Era más fácil que todos ellos se aprendieran el nombre de la chica a la que habían rescatado en el enfrentamiento con los aurores, que ella tener que aprenderse los de todo el mundo. Además no demostraba el menor interés en hacerlo fuera de lo estrictamente necesario, y de los más relevantes.

—Amarïe— corroboró después de unos segundos de silencio en los que la examinó. —¿Y tú eres…? Sois demasiados— y no tengo especial interés, le faltó agregar a sus palabras. Encogió los hombros, volviendo su mirada hasta la ballesta y luego a ella. Seguridad. En aquello se basaba la vida de los que allí vivían. En cierto modo les daba bastante pena su modo de vivir, pero ya tendrían que estar hechos a ello. —Me habría sorprendido más si me hubieras apuntado con algo más imponente— se permitió decir, esbozando una media sonrisa y metiendo la mano libre dentro del bolsillo de la cazadora.

Si Amber hubiera estado allí se habría precipitado a decirle quien era, de quien era familia… ese tipo de cosas que le gustaba agregar para que se sintiera más integrada en el lugar. Si la examinaran de toda esa información, tan solo dos minutos después, sacaría un deficiente impresionante. —¿Has venido al bosque a cazar o tras de mí por parecer sospechosa?— cuestionó entonces con ambas cejas alzadas. Por su cara parecía que no dormía desde hacía siglos, o que al menos no lo hacía correctamente; lo que le daba a entender dos opciones, las cuales tampoco iba a entretejer demasiado ya que cada uno hacía con su vida lo que mejor le parecía. Ella también lo estaba haciendo.

Los nudillos de la semi-veela se volvieron blancos cuando apretó la mano en torno al cuchillo. Tratando, segundos después, mostrarse más relajada, aunque no fuera aquella una habilidad desarrollada. Se quedó completamente inmóvil, dejando que los únicos músculos que se movieran fueran los responsables del delicado movimiento de ojos que realizó cuando escuchó otro crujido cerca de ellas. Debido a la experiencia ahora tenía dos posibilidades entre manos. —¿Ibas sola?— su voz sonó lo suficientemente alto como para que ella la escuchara pero no resaltara demasiado entre el silencio de la espesura.
Amarïe N. Cinnéide
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Ava E. Ballard
Fugitivo
Me remuevo inquieta en mi lugar cuando se queda sin decir nada por unos segundos, de verdad no estaba acostumbrada a pasar mucho tiempo sin hablar y no sabía como reaccionar ante algunas situaciones de silencio. - Oh, lo siento. Soy Ava. -- Aclaro rápida, levantando la comisura izquierda de mi boca a modo de vaga sonrisa. - Ava Ball… ¿Algo más imponente? - Me termino interrumpiendo a mi misma cuando menosprecia mi hermosa ballesta. Sí, de acuerdo, el tamaño de mi arma no era terriblemente imponente, pero con una de estas lo último que importaba era qué tan grande fuese. Era un arma de mano, de largo alcance y mucha precisión cuando se tenía buena puntería; y si hay algo de lo que podía jactarme, era de eso. - No juzgues a un libro por su portada, ni a un arma por su tamaño. - Dejo escapar con un tono algo socarrón. Era competitiva, ¿de acuerdo?

- Ya, aún así lamento haberte apuntado. - Contesto sin sentirlo de verdad, pero sabiendo que no debe ser bonito que te tomen por sorpresa tan temprano a la mañana, arma en mano, antes de que pudiese voltearse a saludar siquiera. Era difícil no seguir las costumbres que tras años y años de entrenamiento exhaustivo con Echo se habían convertido en auto reflejo.

Como si de una niña pequeña me tratase, no puedo evitar inclinar la cabeza hacia mi hombro, mirándola con curiosidad en un gesto casi infantil cuando pregunta mis motivos para estar ahí en esos momentos. - Oh, siguiéndote. Definitivamente. - Contesto, pese a que es ella la que debería andar respondiendo ese tipo de preguntas. - Lo lamento, estaba terminando mi guardia y no te reconocí. No estoy siendo la persona más sociable del planeta así que fue simple precaución. - Aclaro tratando de mostrarme amigable. No sé que tanto le ha comentado Amber, o cualquiera si vamos al caso, acerca de cómo funcionan las cosas por aquí.

- Relájate, no debe haber sido más que un cuis o una ardilla. - Respondo suponiendo que su increíble semejanza a una tabla, junto con su pregunta, debe ser por no conocer el terreno y los ruidos que los animales de por aquí producen cada dos por tres. - Aunque yo tendría cuidado con no tratar de cazar ninguna ardilla. Bev tiene una de mascota y es algo sobre protectora con ellas. - Creía recordar algo acerca de un ejército de pequeños roedores, pero no quería parecer una loca contándole a la nueva los delirios de una niña de doce años. - ¿Tú que haces por aquí? ¿Vienes a cazar, te perdiste o tengo que sospechar de ti? - Bromeo, no queriendo caerle mal a una conocida de Amb.
Ava E. Ballard
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