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  • The Mighty Fall
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    OTOÑO de 247421 de Septiembre — 20 de Diciembre


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    Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

    Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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    2 participantes
    Arleth L. Ballard
    He tenido una mañana ocupada, porque tuvimos una reunión en el consejo que nos ha llevado un largo rato. Resulta que hemos decidido enviar equipos por parejas a los lindes del distrito en busca de actividad sospechosa, tratando de descubrir que tan lejos o que tan cerca los aurores son capaces de llegar. De momento no hemos encontrado nada desagradable, pero eso no quiere decir que para cuando salgo del salón, no tenga los brazos repletos de mapas cargados de anotaciones con diferente caligrafía gracias al trabajo de cada uno de los líderes. A decir verdad, considero esta mañana como productiva, porque la falta de novedades de los aurores me hace querer pensar que aún no encuentran el camino para acercarse a nosotros. Eso o se han vuelto más listos los últimos años.

    Como sé que Zenda aún se encuentra con sus actividades escolares y Elioh dijo anoche que pasaría la tarde pescando, planeo tener un almuerzo pacífico y solitario antes de continuar con mis tareas… al menos que Beverly tenga la brillante idea de cambiar sus horarios y aparecerse en mi living con un montón de plantas medicinales. No voy a mentir: ya lo ha hecho y me he pegado un susto de muerte. Es una suerte para mí que, cuando abro la puerta de mi casa, el silencio se ha acoplado a cada rincón y la calma solamente me indica que no hay absolutamente nadie. Adoro a mi familia, pero cuanto más vieja me pongo, más empiezo a disfrutar de la soledad.

    Cierro la puerta ayudándome con el costado de mi cuerpo y suspiro al tener que acomodar los planos para poder ver bien la escalera, no sea cosa que pierda alguno por el camino o que me vaya a comer algún escalón que me termine desnucando. Ayudándome con el mentón para sostener el papel más alto, subo lo más rápido posible y me dirijo velozmente a mi dormitorio, donde sé que Zenda no meterá sus narices para tratar de encontrar alguna pista de lo que puede o no contarles a sus amigos. Quizá Cale y Ava me dieron dolores de cabeza mientras crecían, pero Zenda es mucho más testaruda que ellos. No sé a quien lo saca, la verdad.

    Estoy saboreándome las sobras de anoche que planeo comer en unos minutos cuando empujo distraídamente la puerta del dormitorio y la repentina presencia de la cabellera rubia me hace gritar del inesperado susto. Los planos se sacuden de mis brazos y saltan en todas direcciones mientras que me apoyo en la puerta, sintiendo el corazón latir con suma velocidad por culpa de ese tonto incidente — ¡Ava! — exclamo casi como reproche, aún con una mano en el pecho y la otra en la manija — ¿Qué haces aquí? ¿No deberías…? — pero no tengo idea de qué iba a decirle cuando me doy cuenta qué es lo que tiene en la mano, aparentemente sacándolo de mis cajones, esos donde guardo las pastillas y medicamentos de emergencia. Toda su postura la delata y no lo digo porque la he parido: simplemente no puede ser más obvia — ¿Qué haces con eso? — ¿Es lo que creo que es? Y ahí va. El ceño fruncido se me escapa tan rápido que estoy segura de que me he arrugado más de lo que he envejecido en los últimos años.
    Arleth L. Ballard
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    Ava E. Ballard
    Fugitivo
    No he dormido más de cuatro horas en toda la mañana, pero extrañamente me siento más liviana de lo que me he sentido en días. Y es horrible, porque esperaba estar sumida en la culpa y el arrepentimiento; pero cuando no pasa y lo único que siento es algo de somnolencia y la urgente necesidad de tomar un baño, no puedo hacer más que resignarme a estar de buen humor.

    Hace frío, pero el camino hacia las grutas se me hace corto y son solo minutos hasta que hallo el hueco más oculto que puedo para enjuagarme sin que pudiese producirse un encuentro inoportuno. Antes de poder entrar al agua, y tras una rápida inspección de mi cuerpo noto que Ben no mentía cuando declaró que había más de un moretón adornando mi piel. Lo bueno es que las temperaturas todavía no estaban como para llevar pantalones cortos y dejando de lado el del cuello (que había traído cubierto con una bufanda), los demás no se notarían gracias a la ropa.

    Me sumerjo en el lago y comienzo por lavar mi cabello para sacármelo de encima lo más rápido que puedo y para cuando paso a enjabonar el resto de mi cuerpo, el agua ya ha logrado despertarme lo suficiente como para reparar en un pequeño detalle. - ¡Mierda! - Termino de bañarme a velocidad luz y a duras penas y me seco antes de ponerme el cambio de ropa que he traído en mi mochila.

    Tomo las cosas con rapidez, casi sin fijarme si me he dejado algo tirado por ahí y emprendo mi camino de vuelta hacia el distrito mientras voy tachando opciones de una lista mental que he hecho tan rápido que me sorprendería si no estuviese preocupada. Eowyn es la primera en desaparecer de mi lista; lo último necesitaba es algún chisme aún más macabro que el primero cuestionando mi vida sexual. Alice es la siguiente en desaparecer por razones más que obvias. Seth queda descartado porque no hay forma en la que pudiese disimular mi pedido. Y definitivamente no quería arriesgarme al almacén en donde podía encontrarme con cualquier persona del distrito. Eso me dejaba nada más que con mi madre como opción. Es simplemente genial... Se me escapa un bufido cuando puedo ver que realmente es a la única a la que puedo acudir en esta situación y puteo entre murmullos casi todo el repertorio de groserías que conozco mientras pienso en como escabullirme en el hogar de Arleth.

    Lo bueno es que cuando llego a las viviendas descubro que mi madre está ocupada en una reunión del consejo y poco me falta para ponerme a bailar ahí mismo mientras que entro hacia la casa que había sido mi hogar por más de diez años. Se que si hay alguien más dentro podre poner cualquier excusa, así que no me preocupo demasiado en lo que me dirijo a la alcoba que comparte con Elioh y rebusco rápidamente en el cajón en el que guarda los medicamentos de emergencia. Lo malo es que cuando descubro lo que busco, estoy lo suficientemente distraída como para no escuchar la llegada de Arleth y el corazón me sube a la garganta cuando escucho el escándalo a mis espaldas.

    - ¡Casi me matas del susto! - Exclamo sin darme cuenta que esa frase puede ser aplicada a las dos en estos momentos. Sobre todo porque en la sorpresa ni siquiera me he molestado en esconder lo que tengo en la mano y sé que puede distinguir sin lugar a dudas que son pastillas para el día después. Bueno… cuatro años de secreto y esta vez no había durado ni veinticuatro horas. - Creo que ambas sabemos que no importa la excusa que pueda inventar, tú ya sabes qué hago con esto. Sí madre, son para mí. ¡Sorpresa! Tu hija se deja llevar y tiene sexo sin protección. - Es mi ácida respuesta.

    Me incorporo sin cuidado y cierro el cajón con el pie en lo que me aferro aún más al blíster que contiene las pastillas. Temo por unos segundos que mi madre vaya a desmayarse ahí mismo y creo que me he pasado un poco con mi cinismo. - ¡Juro que fue solo esta vez! - Es lo único que se me ocurre decir tratando de mejorar la situación (y claramente sin darme cuenta de lo mucho que la estaba cagando).
    Ava E. Ballard
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    Arleth L. Ballard
    ¿Yo casi te mato del susto? — repito como si no pudiese creerme lo que está diciendo — Ava, estás metida en mi cuarto — y no es como si viviese conmigo como para tomarlo como algo de lo más natural. Sea como sea, mis ojos se han clavado en el paquetito de la pastillita que sostiene entre los dedos y no hace falta que diga o haga nada que ya está escupiendo la verdad de una manera que me hace abrir los ojos de tal manera que parezco uno de esos dibujitos animados que a ella tanto le gustaban, los que tienen las facciones bastante desproporcionadas. Creo que la única razón por la cual no le he pegado alguna clase de grito es porque me toma por sorpresa el nivel de sinceridad.

    Es lo último que dice lo que me despierta, sacudiendo la cabeza como si hubiese tenido un choque eléctrico — “¿Solo esta vez?” — repito en tonito cínico, parpadeando como si no la hubiese escuchado — ¿Tienes idea de…? ¿Sabes? ¡Ya qué! — bufo. Es hija de una enfermera, por todos los cielos. Hay cosas que le he repetido tantas veces que no entiendo el nivel de irresponsabilidad — Eres lo suficientemente mayor como arreglar tus problemas. Si tienes un bebé me sentaré a ver como te desesperas — ¿En serio estoy diciendo esto? Porque es obvio que solamente estoy hablando por hablar, porque todavía mi cerebro no ha procesado toda la información. Ava tiene una pastilla de emergencia. Ava. Mi Ava. Necesito algo bien fuerte para esto o voy a perder los pocos nervios que me quedan. ¡Y eso que he estado trabajando en que no se me noten tanto las canas!

    Me dejo caer contra el marco de la puerta y me masajeo las sienes sin poder comprender cómo he terminado en una situación como esta. Ni siquiera me interesan los planos que decoran el suelo, porque es la primera vez que me enfrento a algo así: Cale siempre fue reservado, Zenda todavía es una niña. Ava es como mi prueba de fuego — ¿Con quién…? Oh, olvídalo, ya ni sé para qué pregunto — he leído las guardias esta mañana. Dos más dos son cuatro. La simple idea hace que cierre los ojos por un momento y reprima el escalofrío — Necesitaré algo fuerte para soportar esto. Ven… ¡Y ni se te ocurra escaparte, jovencita!

    Me he olvidado de todo lo que sucedió en la reunión hoy porque salgo de la habitación anulando los motivos por los cuales he entrado en primer lugar. Nos guío hasta bajar los escalones y llegar a la sala, donde rebusco en uno de los pocos muebles hasta que coloco una copa y una botella de vino en la mesa ratona. Sí, solo una: la que necesita un trago soy yo — Siéntate — y no es una sugerencia. Cuando la copa está llena, bebo un poco mientras camino de un lado para el otro, frotando una de las manos sobre el cristal de forma ansiosa. ¿Qué sigue ahora? Ya hemos peleado por esto y creí que lo habíamos superado, así que discutir no es una opción. ¿Darle la charla? ¡Ya se la he dado y ha sido una irresponsable! — La última vez me pediste que te trate como una adulta. Así que, pues bien, ahora te lo aguantas — empiezo, echándole una rápida mirada, pero sin detenerme — ¿Vas a decirme qué se te cruzó por la cabeza o saldrás con excusas ridículas? ¡Te he dicho mil veces que…! — y, por las dudas, miro hacia la ventana para chequear que no hay nadie antes de bajar la voz — que seas responsable con el asunto. Además… ¿Ben no está con Alice? — no nos ha dicho nada, pero no somos tontos. Los he visto juntos y todos sabemos lo que anda pasando ahí.

    Esa línea de pensamiento hace que me detenga frente a mi hija y la mire con los labios enrojecidos por culpa del vino, fruncidos a más no poder — Porque es él… ¿No? — ¿O me perdí de otro capítulo de su vida? Cielos, Ava y yo éramos tan cercanas y a veces siento que estoy hablando con alguien completamente extraño. Suspiro con pesadez y miro la pastilla que continúa entre sus dedos, algo resignada cuando vuelvo a llevarme la copa a los labios — Tómala. Cuanto más pronto, es mayor su efecto. Que si te veo cambiando pañales de un Franco, no me alcanzarán las vacaciones ni las botellas de vino para digerirlo — adoro a Ben, no es que no. Pero creo que, entre todos los panoramas extraños de mi vida, el último que hubiese imaginado era el posicionarlo en un papel tan íntimo para con la niña que le leía cuentos de princesas las noches de total aburrimiento.
    Arleth L. Ballard
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    Ava E. Ballard
    Fugitivo
    Mamá enloquece y yo solo me puedo quedar mirándola como una estúpida mientras pregunta cosas, se contesta sola y cambia las expresiones de su cara a una velocidad tan alarmante que no logro terminar de entender lo que está pasando por su cabeza.

    No le contesto que el punto de tener estas pastillas en la mano es justamente para evitar quedar embarazada, solo porque no quiero que vuelva a repetirme la charla con porcentajes, casos y diferentes métodos que al fin y al cabo terminaban en lo mismo: ningún método es cien por ciento seguro y debía ser cuidadosa. Sí, sí; anoche me había pasado la charla por el culo pero que se pusiera ella en mis zapatos y… No, eso no. Diaj, no. El punto es que fue una situación particular y totalmente justificable en sí misma.

    La sigo cuando me lo pide y pese a que no rechisto ni me quejo, ruedo los ojos de tal manera que creo que he casi podría llegar a observar mi propio cerebro.  Saca el vino, y no puedo evitar pensar en que Ben tiene razón y soy mucho más parecida a mi madre de lo que creo. Me siento solo porque creo que darle la razón y hacer lo que dice la ayudará a calmarse un poco, pero la parte de mí que me hace ser… bueno: yo, obliga a mi cuerpo a pasar las piernas por el apoyabrazos en un mínimo gesto de rebeldía.

    De nuevo vuelve a hacer preguntas que se responde sola, y a interrumpirse en el medio de las oraciones. Creo que no la había visto así desde la vez que le pedí que me explicara que era lo que “hacían los chicos por la noche con su pipi” luego de haber tenido varios encuentros inoportunos por no saber tocar la puerta cuando era chica.  

    Le hago caso con el tema de la pastilla, pero en lugar de ser civilizada y levantarme a servirme un vaso de agua o algo por el estilo, me estiro hasta alcanzar la botella de vino y tomo del pico para tragar la píldora. - ¿Ya me dejas hablar, o vas a seguir entretenida en tu conversación contigo misma? - Consulto antes de darle otro trago a la botella y depositarla sobre la mesa ratona.

    - A ver… - Medito unos segundos tratando de acomodar mis ideas antes de responder. - Técnicamente hablando, ya le he cambiado los pañales a un Franco y lo soportaste bastante bien. - Comienzo haciendo alusión a Zenda por más de que sé perfectamente que no es eso a lo que se refiere. - Y en cuanto a con quién fue… - Bueno, era la hora de la verdad. ¿Le confesaba a mi madre lo que ella ciertamente ya sabía, o fingía demencia y trataba de alegar a una inocencia que no poseía?

    Quería hacer una lista de pros y contras en mi cabeza antes de decidir, pero no había absolutamente ningún punto a favor y fue en esos momentos cuando me di cuenta que pese a todo lo temible de la situación, era mi madre. Ya lo sabía, no había forma de negarlo y al menos confiaba en que no abriría la boca. Arleth no sería capaz de traicionar mi confianza ¿verdad? - A menos que quieras creer que me ando acostando con menores de edad, con gente que podría ser mi padre, o que cometo adulterio… sí mamá, fue con Ben. ¿contenta? - ¡Ya está! Lo dije… ¡Oh por dios, de verdad lo había dicho! ¿Qué se supone que debía hacer ahora? Era mi madre, no podía andar contándole ese tipo de cosas así como así ¿no? Además, yo ya había aceptado que no había forma de que viese a Ben como un hermano, pero para ella seguía siendo su hijastro y… la puta madre, ¿en qué me había metido? - Creo que de verdad, en serio de verdad no quieres saber lo que se me pasó por la cabeza en esa situación… - Y yo de verdad, de verdad no quería relatarle eso a mi madre.

    - Mira el lado bueno, podría haber sido con uno de los gemelos PNJ… - Suelto como si ese fuese el mejor consuelo que podía ofrecer.
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    No puedo hacer otra cosa que rodar los ojos cuando la veo bajarse la pastilla con la botella de vino porque no es la primera vez que la veo beber, pero sí que no puedo evitar pensar en que a veces mi hija mayor es completamente imposible. Me cruzo de brazos sujetando con mayor fuerza la copa de vino y la miro casi retándola a que tenga una buena explicación cuando se digna a hablar, bufando por esa bromita que pretende desligarla un poco del verdadero problema — sabes muy bien que no hablo de eso — mascullo entre dientes y de un modo algo entrecortado. Una cosa es una hermana, otra cosa es un bebé cuyos padres le den una tía que por ambos lados sea la misma.

    Admite que fue con Ben y, aunque no sea una sorpresa, doy un largo trago que vacía mi copa casi de un tirón y tengo que hacer una mueca porque hace mucho tiempo no hago fondo blanco con nada — Contenta no, pero al menos eres honesta — digo con resignación. Apoyo la copa vacía sobre la mesa y voy hacia el mueble para buscar los cigarrillos de Elioh, cuya cajita tiene el encendedor que andaría necesitando. Para cuando Ava sigue hablando, me giro con uno en la boca — No quiero saber todos los detalles, pero es que a veces no te comprendo — la mención de los gemelos Penejota me hace reír con sorna y por poco se me cae el tabaco sin encender de la boca — Jamás he visto a esos socializar con nadie como para llegar a tanto. Dudo mucho que sepan como hacerlo funcionar — ¿Acabo de hacerle una broma sexual a mi hija? Dios santo.

    Sin más, me acerco y me dejo caer junto a ella con pesadez y, casi por sorpresa, le tiendo uno de los cigarros. Tras encender el mío, también le paso el mechero. Es la primera vez en mi vida que Ava y yo compartimos una charla como esta y, honestamente, jamás creí que sería algo así. Mis nervios son los culpables en hacerme beber y fumar como un condenado, necesitada de un mínimo de relajación — ¿Fue algo casual o se han estado viendo? — es imposible que no pregunte algo así si consideramos los rumores de los últimos meses. Creo que me he ganado la verdad, sea cual sea. Con un suspiro, doy una calada al cigarrillo y ladeo la cabeza para poder mirarla. A veces olvido lo mucho que Ava se parece a mí cuando tenía su edad, a pesar de que yo ya estaba casada y formando una familia — Tú sabes que no apoyo la idea de alguien que esté con dos personas a la vez… ¿No? — puede que sea un poco cruel y de mamá gallina, pero lo digo más por el hecho de que mi hija no merece eso que por otra cosa — Sé que tampoco hay mucho para elegir, pero… Ava, Ben es la opción más complicada que podrías haber escogido. ¿Es en serio? — y no sé por qué, pero me río con desgano. Justo yo le vengo a hablar de relaciones complicadas.

    Me quedo mirando la botella de vino con gesto ido y hago una muequita cuando por fin recupero el habla, realmente rogando que nadie entre por la puerta — Sé que debo ser la última persona con la que quieras hablar de esto y debes creerme cuando te digo que yo tampoco quiero oírlo, pero creo que nos merecemos un voto de confianza — sí, vuelvo a estirarme con el cigarro en la boca para servir algo más de tinto, llenándolo hasta el tope porque sé que ella va a sacarme al menos unos tragos después de esto — Ava. ¿Tú…? — la miro como evaluando la situación, no muy segura de como decirlo sin que suene muy fuerte — ¿Sientes algo por él o es solo…? Ya sabes — hago una floritura con la mano para darme a entender. Porque si mi hija necesita consejos amorosos o si la anda pasando mal en una relación que no puede manejar, debería poder decir algo que le sea útil — Prometo no ponerme a gritar como loca, de verdad — y para demostrarlo me meto el cigarrillo en la boca para mantenerla ocupada.
    Arleth L. Ballard
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    Ava E. Ballard
    Fugitivo
    La carcajada que me produce el comentario es tan estridente y repentina, que termina retumbando incluso dentro de mis propios oídos. Con ustedes damas y caballeros, la líder del consejo del Distrito Catorce: MI madre; la última persona sobre la faz de la tierra de la que esperaba escuchar un chiste de índole sexual. ¿En serio habían sido solo horas desde qué había dicho que no estaba segura de parecérmele? Porque en lo que dejo de reírme y me limpio con el dorso de la mano las lágrimas de risa que se me han escapado, no puedo dejar de pensar que no hay forma de dudar nuestro parentesco.

    Decir que me sorprende cuando me pasa el cigarro junto con el encendedor es poco, pero a la vez lo asocio al reciente descubrimiento de nuestro extremo parecido y lo agradezco; no sabía lo mucho que podía llegar a querer un cigarrillo antes de encender este y dar una larga calada mientras dejo que Arleth siga con sus inquisiciones. Lo bueno de que no me de tiempo a responder antes de formular otro comentario, es que me deja unos momentos conmigo misma para analizar el cómo responder sus preguntas. Después de todo, supongo que tiene razón y sí nos merecemos un voto de confianza.

    - De acuerdo, tienes razón. Pero no puedes decirle a Elioh absolutamente nada de lo que te diga. - Aclaro señalándola con el cigarro levemente para enfatizar mi punto. Entendía eso de no tener secretos con su marido, y si bien estaba segura de no iba a hacerlo, necesitaba dejar muy en claro que si compartía cualquier cosa con ella eso moría acá. Doy otra calada y largo el humo en un suspiro antes de descruzar las piernas del apoyabrazos para pasar a sentarme como un ser humano en sociedad. - Para empezar… se lo complicado que es todo. Créeme, probablemente nadie lo sepa tanto como yo, o como Ben si vamos al caso. Pero no, no nos estamos viendo, ni de manera regular ni de manera casual ni… Fue esporádico, ¿ok? A lo, solo pasó dos veces, esporádico. - Aunque técnicamente hablando casi fueron tres, pero no importa.

    No me entero de lo rápido que se consume el cigarrillo mientras hablo y para cuando vuelvo a llevármelo a los labios, solo me dura dos caladas más antes de que tenga que apagarlo contra la suela de mi zapatilla. Dejo la colilla sobre la mesa ratona y cuando noto que mis manos ya no tienen nada con lo que entretenerse, termino jugueteando con mis dedos antes de seguir hablando. Por algún extraño motivo, mas que sentir que debo defender mis acciones ante un juez, siento que estoy confesando mis pecados ante un párroco y todavía no logro determinar si eso es bueno o no. - Mira, sé que está con Alice y probablemente debería sentirme horrible por eso, pero dejamos en claro que sería solo esa vez… y no, no siento algo por él, pero… - Me enredo con mis palabras y no sé cómo explicarle a mi madre que lo que hay entre nosotros va un poco más allá de lo físico, pero no llega a entrar en el plano sentimental. Que me gusta, sí; pero no estoy ni cerca de estar enamorada de él (o al menos eso creía considerando mi vasta experiencia en el tema). Y que, al fin y al cabo, ayer nos habíamos sincerado lo suficiente como para entender todo entre nosotros, pero que no sabía ni por asomo el cómo demonios explicárselo a ella.

    - ¿Te sirve de algo si te digo que es cuestión de piel? - Aventuro dudosa. Sin estar del todo segura de que sean las palabras adecuadas en este asunto.  ¿Pero cuáles serían esas palabras sino? No es que podía contarle a mi madre todo lo que habíamos hablado… Claro que luego recuerdo todos los escenarios hipotéticos acerca de hijos apocalípticos y cercas blancas, y comienzo a reírme tan solo de pensar en como reaccionaría mi madre.

    Debo parecer una loca riéndome sola, así que trato de calmarme y me estiro hasta alcanzar la copa de vino que mi se ha encargado de llenar. - Lo siento, fue una tontería. - Tomo dos grandes tragos y jugueteo con la copa haciéndola girar en mi palma, disfrutando de la sensación que deja el movimiento del líquido dentro del recipiente. - La verdad… Incluso ahora sigo sin arrepentirme de nada.
    Ava E. Ballard
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    Arleth L. Ballard
    Créeme Ava. Si yo le dijera algo a Elioh, estaría provocando una guerra familiar para la cual no tengo tiempo ni energía — le digo para dejar bien en claro que nada de lo que me diga va a salir de aquí. Sé lo mucho que mi marido ama a su hijo, pero también sé con exactitud que jamás aprobaría que el joven mantenga una relación clandestina con su hermanastra a espaldas de su actual pareja; desde que lo conozco, Elioh no ha hecho otra cosa que preocuparse por el hombre íntegro que Ben pudiese llegar a ser a pesar de todo lo que ha pasado y no lo culpo. La vida no fue fácil para ninguno de nosotros.

    Esporádico, solo dos veces. Okay, no sé bien cómo guiarme con respecto a eso pero voy a tener que creerle — ¿Con “dos veces” te refieres a seguidas o desde cuándo…? — no es como que quiera saber ese tipo de cosas, pero es que sino veo una falla — Porque hasta donde yo tengo entendido, el que sean dos veces puede contar como que “estamos empezando a vernos”. Y cuando te descuidas, han pasado cinco, diez, veinte veces y terminas en medio de una relación en la cual ni recuerdas haber entrado — y lo digo por experiencia, obviamente.

    Ava fuma tan rápido que parece una chimenea descompuesta. Ese “no siento algo por él, pero…” me vale una ceja arqueada llena de cinismo y por un instante me olvido de que se trata de mi hija para ponerle mi mejor expresión de “sí, claro”. Conozco esos enredos de lengua y el agregarle un “pero” a una oración siempre anula la credibilidad de las palabras que se dijeron antes. — Cuestión de piel — repito, mirando por un instante el humo del cigarro que todavía no se me acaba. El tonito de mi voz deja bien en claro de que no me lo trago — Si no sientes “nada por él” deberías entonces ser un poco más capaz de no alentar una acción que podría dolerle a alguien más. Sé que Ben es el mayor responsable cuando se trata de elegir qué hacer cuando se trata de dos personas, pero Avy… — una última calada y me estiro para apagar el cigarrillo en el cenicero que reposa sobre la mesita — Ten cuidado con eso — y creo que es muy simple lo que le quiero decir. “Si no sientes nada por él, dile que no y asunto terminado”. Lastimar a alguien más por un capricho sexual nunca es correcto.

    Las risas de Ava, posiblemente por culpa de chistes que no entiendo y que tampoco quiero entender, hacen que mire la copa como si ya estuviese ebria. Lo que no me espero es que se disculpe, así que automáticamente le quito la copa porque de seguro es culpa del alcohol el que haya reaccionado así — No vas a arrepentirte. La culpa y el arrepentimiento no siempre van de la mano y si quisiste hacerlo… — tengo que dar un trago ante esa idea. Siempre quise que Ava me cuente sobre sus secretos y las cosas que le andan pasando, pero no creí que fuese tan difícil — Yo tengo que disculparme contigo, Avy. He sido terrible contigo, pero es que creo que no podrás entenderlo — sin mucho más, señalo una de las paredes de la habitación, donde hemos pegado un montón de fotografías hace mucho tiempo y que jamás hemos sacado de allí — Para mí, siempre van a ser mis niños y mi familia. Es muy extraño el hacerse la idea de que algo más pasaba mientras crecían y no haberlo notado nunca.

    ¿Fui una mala madre? ¿Estaba demasiado ocupada con otras cosas como para fijarme en algo tan simple como eso? Por un momento, mantengo la vista en las fotos, pensativa. Hace años, uno de los mejores regalos que conseguimos revolviendo en basura vieja fue una antigua cámara de fotos automática, de esas que no necesitan revelado. Obviamente le dimos uso y la usamos para llenar nuestro hogar de fotografías que nos hicieran sentir más como en casa. Y aunque las fotos de bebé bola Zenda son adorables, una de mis favoritas es la que más me hace ver todo esto como algo subnormal. Se acercaba la primera navidad de nosotros viviendo como familia y Zenda aún no existía. Había caído la primera gran nieve de la temporada y me había despertado el ruido que provenía desde el jardín, por lo que tuve que bajar a ver. Cale, Ava y Ben no eran más que un montón de guantes, gorros y bufandas, pero se habían levantado temprano para hacer un muñeco de nieve y, por primera vez, pude ver a los dos mayores llevándose de manera pacífica en una escena graciosa y sumamente inocente entre todo el desastre que ocurría en el exterior. No, no pude resistirme a tomar la cámara y ellos lo notaron, así que la foto incluye un montón de blanco interrumpido por lenguas para afuera, ojos bizcos y cuernitos alrededor de un hombre de nieve muy gordo. Y a una Ava abrazada a la persona que le estrujaba las mejillas de una manera que jamás creería que hoy en día provocaría una charla como esta.

    Acabo suspirando con resignación y doy otro trago — No me gusta decir esto, pero quizá evitar a Ben por un tiempo sea la mejor opción para ti. Ya sabes, para no seguir cagándola — esto es como cuando tuve que esquivar un tiempo a Echo después de esa noche donde los recuerdos han sido más que borrosos. De solo pensarlo, me termino la copa con tal rapidez que siento que las orejas se me ponen rojas.
    Arleth L. Ballard
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    Ava E. Ballard
    Fugitivo
    Me río cuando cuestiona el que hayan sido dos veces, porque podría haberle dicho que fue una, o que fueron veinte y probablemente hubiese reaccionado de la misma manera. - Mamá, no estamos empezando a vernos. - Le aseguro. Hace unos meses, si las cosas se hubieran dado de otra forma, tal vez la charla sería otra. Pero ahora, incluso con la noche de ayer fresca en mi cabeza tanto como en mi piel, puedo afirmarle que no estamos empezando nada.

    Noto su mirada escéptica y solo atino a responderle rodando los ojos. Conozco a mi madre cuando se pone en plan de “yo sé más que tú, aunque no lo digas” y no sería la primera vez que está equivocada. Aunque luego claro que quiere decirme cómo debo actuar y no puedo evitar enfurruñarme. Para ella era tan fácil decir que no “debía alentar” este tipo de situaciones. - Cómo si fuese tan sencillo. Lo de cuestión de piel no quiere decir que lo busquemos adrede, solo… sucedió ¿ok? Bah, para qué me esfuerzo. Tú tuviste a papá, y a Elioh. Siempre haciendo todo de manera correcta, casándote y teniendo hijos... Apuesto a que nunca estuviste en una situación que era más fuerte que tú misma. - Porque ella era perfecta y tenía todo armado; incluso cuando las cosas con papá estaban complicadas por razones externas, su relación siempre había sido estable y armoniosa. O al menos así lo recordaba, era muy chica y probablemente no todo era como creía, pero al menos era lo que siempre me había demostrado. Arleth Ballard, una mujer metódica que estaba lista para la más terrible de las urgencias, pero no estaba preparada para ver a su hija crecer y cometer sus propios errores.

    Luego juega sucio, se disculpa y hace que todo parezca una aberración cuando señala la pared cargada de fotos que adornan la cabaña. Sí, bueno; no iba a caer en esa. Podía decir lo que quería, pero la única razón por la que veía todo mal era porque ella estaba casada con su padre. No puede decir que es por todo lo que combatimos de niños porque se muy bien que a papá lo conoció desde muy chica. Podemos haber compartido mil anécdotas en familia, pero así también lo hicieron Sophia y Seth, y nadie les había dicho nada cuando se habían casado. ¡Yo ni siquiera estaba planteando una relación aquí!

    - Mamá, cuando te dije que habían sido solo dos veces no mentí. La segunda fue ayer, la primera… - Titubeo, me muerdo el labio y suelto un suspiro antes de poder hablar. - Ma, la primera vez pasó hace cuatro años. - Me sincero, sabiendo que no importa qué, va a verlo como una especie de traición. Después de todo, y si bien llevo bastante tiempo sin ir corriendo a sus faldas cuando tengo algún problema, se que nunca le he ocultado nada tan grande a sus ojos.

    - No es cuestión de evitar a Ben. Fueron años, fueron meses, pasó de todas maneras. Y tienes razón, el arrepentimiento no va de la mano de la culpa, pero por alguna razón ninguna de las dos fueron un impedimento después de tanto… todo acumulado. - Si tenía suerte y ambos cumplíamos con lo que dijimos, lo que pasó moría allí: en esa torre, escondido bajo una manta y sin ningún tipo de preocupación. A menos claro que mi suerte fuese una mierda y terminase embarazada; en cuyo caso huiría del distrito solo para no tener que soportar la expresión de “te lo dije” en el rostro de mi progenitora.

    ¡Ay por favor, no! Una cosa era bromear con Ben acerca de un matrimonio que no iba a darse e hijos imaginarios; pero de ahí a tener que engendrar un bebé… Pfff, no. Todo estaba bien, por cuestiones de días estaba bastante asegurada, la píldora de emergencia era un seguro más, nada de qué preocuparme. Vuelvo a enfocarme en mi madre para descartar rápidamente esos pensamientos de mi mente, y medito unos segundos lo último que dijo. - Además, ¿cómo planeas que lo evite? Vivimos en el mismo distrito, que permíteme decirlo: no es muy grande que digamos. Y trabajamos exactamente de lo mismo. ¿O qué? ¿Vas a usar tu puesto para cambiarme de área?
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    Arleth L. Ballard
    Si ella dice que no se están viendo, tendré que creerle. Si Ava y Ben estuviesen teniendo una relación clandestina, tarde o temprano llegaría a mis oídos porque no es que vivimos en un lugar precisamente sobrepoblado. El ruedo de ojos me da ganas de recordarle que sigo siendo su madre, pero me olvido de eso porque lo siguiente que dice me hace soltar una risa mucho más fuerte de lo normal, posiblemente culpa del vino — Ava, lamento decirte que no sabes todo de mí. Hay cosas que los padres no comparten con los hijos — me siento sucia al decirlo, pero como sea. Quizá para mí fue mucho más simple porque basé mis relaciones principales en el amor y no en la calentura, pero todos tenemos nuestros manchones por ahí.

    — ¡¿Cuatro años?! — se me sale el grito más agudo que he pegado en mucho tiempo y me echo hacia atrás en el sillón como si de esa manera pudiese estar lejos de ella, volcando algo de vino sobre el sofá y adiós, tendrá una mancha para siempre. Ahora mismo eso no puede importarme menos — ¿Te hiciste… mujer hace cuatro años y jamás me lo dijiste? — es un término que detesto usar, pero no voy a ir con guarradas con mi hija porque darle esa imagen en mi cabeza me parece un espanto — No me dirás que tuviste un amante o algo así en todo este tiempo y tampoco me he enterado… ¿verdad? — me siento horrible, como si hubiese fallado como mamá. ¡Ava me contaba todo y ahora me entero de que me ha mentido por años! Ahora mismo me vendría muy bien el tener un terapeuta en el distrito.

    Todo acumulado. Sé a lo que se refiere y no puedo evitar el abrir los ojos y rodarlos en señal de horror y de que está dando mucha información. Ava era mi bebé y Ben… bueno, digamos que le he lavado los calzones, si podemos entender la situación. Me termino lo que queda en la copa y la apoyo en la mesita de un modo algo más fuerte de lo que planeaba, tratando de pensar una solución — No te haría eso. La exploración es lo que tú decidiste para tu vida y siempre estuve orgullosa de eso a pesar del pánico que me causa — mi confesión sale sin meditarla y me atrevo a sonreírle casi con timidez — ¿Quieres decir que das todo el tema con Ben como terminado, entonces? Porque si no se andan viendo y no tengo que preocuparme… — ojalá fuese tan sencillo. Me paso una mano por la nuca, frotándola con lentitud mientras intento acomodar mis ideas en un cerebro tan atontado por la cantidad de información y el alcohol consumido con velocidad. No es como si acostumbrase a beber mucho estos años — La única vez que estuve en tu situación fue accidental y no podía evitar escaparme de la habitación cada vez que estábamos juntos, hasta que acabé por superarlo. Fue vergonzoso, pero se sobrevive. De todos modos es mucho más fácil así, porque si hubiese sentido algo por Echo hubiera sido muy diferente… — y cuando hablo de más, la miro horrorizada, mordiéndome la lengua. Perfecto. La primera vez que digo esto en voz alta y lo hago junto a mi hija, bebiendo y charlando sobre su vida sexual. Antes de que pueda decir algo, levanto un dedo para hacerla callar — Estaba ebria — que excusa tan ridícula e infantil.
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    Fugitivo
    - Lo cuál es totalmente hipócrita, porque los padres sí esperan que los hijos compartamos todos con ellos. - La acuso de manera burlona. No soy tan idiota como para creer que es en realidad perfecta, pero lamentablemente para ella, es lo que siempre me demostró y es a lo que iba a agarrarme hasta que me demostrase lo contrario. - Aunque ahora que ya hablaste, sabes que no te voy a dejar en paz hasta que me digas alguna de esas cosas, ¿no? - Porque soy terca, y curiosa, e irritantemente insoportable cuando me lo proponía. Y si quería quejarse, pues su culpa, ella me había criado.

    Su reacción es incluso más dramática de lo que espero, pero en lugar de preocuparme no puedo evitar reírme ante lo agudo de su grito. Que sí debería preocuparme en parte, porque si Ben no estaba cuando mínimo en su cabaña, claramente que lo habría escuchado y realmente no quería explicarle la charla que estaba teniendo con mi madre. - Ay mamáaaa… - Se me escapa. No, en serio: se me escapa; porque no uso ese tono de voz desde los dieciséis años y me horrorizo de mí misma. - Si hubiese tenido un amante, probablemente no estaríamos teniendo esta charla. O sí, pero tal vez podría haber aguantado un par de años más porque no iba a ir de la mano con mi frustración sexual. - Y no puedo creer que esté hablando esto con mi madre, pero como siempre: soy una sincericida de mierda.

    Tengo que admitir que un nudo que no sabía que tenía se afloja dentro de mi pecho cuando dice que no me quitaría de las exploraciones, y una sensación levemente cálida reemplaza el nudo cuando confiesa estar orgullosa de mí. No es la primera vez que me lo dice, pero no iba a negar que volver a escucharlo era un poco más que agradable. - No voy a mentirte, yo creí que esto había terminado hace cuatro años… - Porque irónicamente el vino me aflojaba la lengua más rápido que el whiskey, y no tenía la capacidad de siquiera regalarle una mentira blanca para dejarla tranquila. Bufo al darme cuenta de eso, y me dejo caer contra el respaldo del sillón.

    Claro que no esperaba que comenzase a contarme nada que se pareciera remotamente a lo que había pasado con mi hermanastro, y es por eso que casi no registro el como pego un saltito y quedo de rodillas sobre mi asiento, agarrando un apoyabrazos con una mano, mientras con la otra tapo mi boca porque no he podido evitar que se me escape el grito de “¿¡TE ACOSTASTE CON ECHO!?” casi tan agudo como el de ella minutos antes. Ni siquiera la excusa que me da de haber estado ebria sirve para que se me vaya la sorpresa y solo puedo mirarla con los ojos tan abiertos como platos en lo que trato de procesar sus palabras. Mi madre había tenido sexo con Echo, Ben y Seth se habían besado… ¿ahora qué? Faltaba que Cale fuese el padre de Beverly para cantar ¡Bingo!

    - Perdón, perdón. Es solo que… pffff. No me esperaba esto. O sí, no lo sé. - Adoraba a Elioh, en serio que sí. Era el padre de mi hermana y siempre había sido muy bueno conmigo; pero incluso de pequeña, cuando era una romántica empedernida, estaba convencida de que Echo sentía algo por mi madre. Enterarme ahora, luego de años, que en algún momento había pasado algo entre ellos, aunque fuese en un estado de borrachera… - Aguarda… ¿cuándo fue eso? Porque o no me dan las fechas, ¿o acaso tu discurso de estar con dos personas a la vez me lo estás diciendo por experiencia? - Y es que tenía entendido que mis padres habían estado juntos desde, bueno, siempre; y me era difícil recordar algún momento desde que escapamos del Tres en el que Elioh y mamá no hubiesen tenido… algo entre ellos. Incluso tenía la imagen en mi mente de Elioh comiendo pastel en la cocina de mi antigua casa.

    De verdad, tengo que morderme muy fuerte la lengua para omitir el comentario de "después soy yo la que hace cosas que podrían dolerle a alguien más" que se me está por salir. Y es que nadie me sacaba de la cabeza de que Echo sentía, o siente algo por mi madre.
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    Arleth L. Ballard
    Cuando tengas hijos te ganarás tu derecho a recriminar cosas que no pueden funcionar en el sentido contrario — le suelto sin más, rodando un poco los ojos ante la insistencia de mi hija. A veces me olvido de que ha salido tanto a mí, en especial en la parte de la terquedad. Su “ay mamáaaa” que no he oído en siglos me hace reír entre dientes de un modo algo cómplice para con ella y casi de inmediato, mi expresión cambia cuando intento taparme los oídos — ¡Mucha información! — exclamo casi bromeando aunque, a decir verdad, una parte de mí se siente agradecida de que por lo menos Ben haya sido el único en su vida: eso quiere decir que no me he perdido de tanto.

    Mientras que en cuatro años no me toques la puerta con un anillo inesperado de matrimonio… — digo en un murmullo de esos que remarcan una broma en un tono de voz como si no quisiera que me oiga. Como sea, creo que mi broma se evapora en el aire porque en segundos toda la atención se ha ido a mi boca floja y no puedo hacer otra cosa que taparme la cara con ambas manos, avergonzada. Su grito y el modo en el cual ha saltado me provocan un extraño rubor que no he sentido en años, en especial porque hace mucho que no bebo y porque no tiendo a tener vergüenza desde que soy una adolescente — ¡Shhhhhh! — le digo histéricamente, haciendo ademanes con mis manos al sacudirlas delante de mí — ¿Quieres gritarlo más fuerte? Quizá en el distrito doce no te oyeron — no puedo creer que le he contado esto a Ava, cuando creí que tendría que morirme con el secreto. ¡Por todos los cielos, no sé si quiero morirme o sentirme aliviada!

    Oh dios santo — apoyo mi codo en el apoyabrazos y dejo caer mi frente contra mi mano cuando dice que quizá lo esperaba, no muy segura de querer saber por qué. Echo siempre fue un amigo fiel para mí y admitir que algo más había pasado, aunque fuese efímero, me llenaba de emociones encontradas entre la culpa y el bochorno — ¡Fue poco antes de que formalizáramos todo! — exclamo sin darme cuenta de lo ahogada que suena mi voz — Estábamos ebrios y solo pasó esa vez. ¡No tienes idea de la vergüenza que sentía! — no por acostarme con alguien, sino por mi amistad con él. Me acomodo en el asiento para poder ver a mi hija mejor, demasiado inquieta como para no dejar de moverme en mi lugar — Y luego Zenda nació y estaba de lleno en una relación con Elioh y todo sucedió demasiado rápido. No tienes idea de lo extraño que fue — y con un sollozo de ebria, me dejo caer hacia atrás y me cubro el rostro con un cojín — soy una madre horrible, horrible. ¡Y una borracha de bombacha floja! — ni tengo idea de si me puede escuchar por tener la cara apretada contra la tela, pero bueno… la honestidad llega de formas inesperadas.
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    Ava E. Ballard
    Fugitivo
    Me río cuando lleva las manos a sus oídos en un gesto casi infantil, como si no hubiese estado alguna vez en mis zapatos. Era una enfermera, estuvo casada dos veces; nada de lo que pudiese decir sería algo que no hubiese visto ya. - Oh, vamos. No es como que te esté hablando de qué tan grande la tiene, o de cuántas veces lo hicimos. - Comento con diversión, sabiendo que en definitiva tampoco esas eran cosas que una madre quisiese escuchar. Al parecer el sentido del pudor era algo que no había heredado de ella. - Que si quieres saberlo, puedo decírtelo. Porque no se si será algo que viene por ser Franco, o por su condición de hombre lobo; pero créeme, la estamina es algo que no le falta. - Concluyo sin poder esperar ni un segundo antes de largar una carcajada sabiendo el horror que podría producir en mi progenitora.

    - ¿Anillo de compromiso? Mamá, tu y yo sabemos que, si por algún motivo de la vida termino casada con Ben será porque nos emborrachamos, o porque nos fugamos. - Y aquí vamos de nuevo con los escenarios imaginarios. Dentro de poco acabaríamos teniendo nietos en esa realidad de fantasía si seguíamos agregando detalles. Entre el perro, el gato, la chimenea, la cerca blanca y el establo… Todo era tan bizarro.

    Pero nada tan bizarro como el ver a mi madre tan avergonzada que hasta por entre medio de sus dedos podía ver su piel brillar casi de un rojo neón. - ¿Y qué esperabas? ¿Qué susurrase? ¡Mamá! No puedes soltar algo como eso y esperar a que me quede callada. Es… es Echo. Es como si… como si… - ¿Cómo si se enterase que su hija se acuesta con su hijastro? No, no. No era lo mismo, pero Echo era como un tío para mí así que se le parecía bastante. Ósea, era el hombre que me enseñó a aventar una navaja contra un blanco, antes de que siquiera supiese cortar bien la carne dura con un cuchillo.

    Creo que le presto más atención al bochorno que siente Arleth antes que a sus palabras, pero cuando dice lo de “Borracha de bombacha floja” poco me falta para que se me salga un pulmón por la garganta de lo mucho que me río. - ¡Mi madre es una ebria calenturienta! - Exclamo en voz baja, más por la falta de aire que por preocuparme el que alguien pudiese escucharlo. - Y no debería sorprenderme, pero al menos yo soy pajera veinticuatro siete y no por causa del alcohol. Ay por dios, nunca creí que le diría eso a mi propia madre… Aunque si vamos al caso tampoco esperaba escuchar que… Aguarda, ¿es por eso por lo que solo bebes en casa? - Consulto con un leve tinte horrorizado en la voz. La verdad es que no recordaba haber visto a mamá tomar más de tres copas de champagne en público, y si esa era la razón, no podría quitar los ojos de su copa en el próximo cumpleaños o festividad que se celebrase.

    - También eres una ebria de boca floja. - Le remarco mientras me incorporo para servir más vino en la copa que ha dejado abandonada. Me dejo caer en el asiento nuevamente en lo que termino de calmar mi respiración, e incluso siento como mis palpitaciones retumban en las paredes de mi cráneo en lo que aminoran su velocidad. Llevando la copa a mis labios, bebo la mitad del líquido de un tirón, limpiándome con el dorso de la mano la gota que se me escapa por la comisura de mis labios. Todavía no podía creer que estábamos teniendo esta charla con mi propia madre.

    Es cuando estoy más calmada que todo lo que ha dicho termina de registrarse en mi cerebro, y cuando unas palabras en particular captan mi atención, me enderezo todo lo que puedo en el asiento mientras observo el almohadón que recubre la cara de Arleth. - Aguarda un segundo, ¿cómo es eso de qué luego nació Zenda? ¿Cuánto tiempo después de “sólo esa vez” es que nació mi hermana? - Creo que la sangre se debe haber evaporado de mi cara, pero por lo que más quiera espero que la respuesta no abarque un período de siete a nueve meses o podría perder el conocimiento ahí mismo.
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    Arleth L. Ballard
    ¡AVAAAA! — estoy horrorizada, pero el golpe que le doy con el almohadón me hace sentir como la Arleth de quince años que se reía con sus amigas en el distrito tres cuando alguna contaba su primera experiencia con algún muchacho. Claro está que aquí el trauma es muy diferente — ¡Y las dos opciones son igual de probables! Par de ebrios inconscientes… — se la pasan por ahí, metiéndose en problemas y siempre encuentro una anécdota nueva de alguno borracho por ahí. Estoy segura de que si hubiera puesto un poco más de control en esa generación, muchos de los niños aún no existirían.

    Ya, ya, lo sé — sacudo una mano para callarla, porque tengo una idea muy clara de lo bizarro que debe ser esto para ella. Si hay alguien que siempre ha estado presente en la vida de mis hijos es Echo, porque tampoco recuerdo mucho de mi existencia sin él. Que me llame “ebria calenturienta” solo hace que suelte un gemido lamentoso y le eche una mirada fulminante por encima del cojín, tratando de recordarme de que ya no tengo el poder de castigarla no solo porque es una adulta, sino porque ni siquiera vive bajo mi techo — Siempre fui una pésima bebedora. Es obvio que tú sacas el aguante de tu padre — le gruño, apretando un poco los dedos sobre el almohadón. De entre todos los recuerdos que me gustaría dejarle a mis hijos sobre Iago, su capacidad de aguantar en las fiestas no es precisamente mi favorito.

    Bueno, eso sí lo heredaste de mí. Jamás se te dio bien el callarte la boca, Avy — le digo en tono cargado de sarcasmo, pero lo siguiente solo hace que la sangre desaparezca de mi rostro y, si tengo algún mínimo tono rojizo, debe ser por culpa del vino. Me doy cuenta de que me hago pequeña en mi sitio por un instante y acabo poniéndome de pie de un salto algo torpe, soltando el almohadón, el cual cae al suelo — Nunca supe exactamente el cálculo. En ese momento todavía no teníamos instalado el sistema de calendario y había tanto por hacer que las fechas jamás me fueron exactas — le confieso de un tirón, paseándome por la habitación. No todos los días le dices este tipo de cosas a tu hija, con quien hasta esta mañana solo habías llegado al nivel de explicar cómo funcionaba el periodo, la reproducción y la masturbación — ¡Pero siempre estuve segura de que es de Elioh! En comparación, una sola vez casual no puede competir contra … bueno, ya sabes — y sé que me estoy mintiendo porque así no funcionan las cosas, pero es lo que siempre me he dicho y no voy a cambiar ahora. Me cubro la boca con ambas manos y me detengo de sopetón, observando a mi hija con una mezcla de espanto y desesperación — Elioh estaba tan feliz… jamás pude contarle lo de Echo. Solo serviría para herirlo — lastimar a las personas jamás se me había dado bien. No al menos desde que abandoné a los agentes de la paz.
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    Fugitivo
    Es claro que el no saber callarme lo heredé de ella, porque a medida que habla y se excusa solo puedo agradecer el estar sentada; no hay forma en la que estando de pie no hubiese terminado de bruces en el piso. Es… ¿Acaso se escucha? ¿Y luego cree que tiene el poder de decirme a mí qué hacer o cómo hacer las cosas? - No puedo creerlo… Simplemente, no puedo. - Murmuro casi que con desprecio mientras que trato de ignorar los sentimientos que se reflejan en su cara, tan trasparentes y claros como el agua misma.

    Estoy colérica, decepcionada, indignada y un montón de cosas más que ni siquiera puedo empezar a describir mientras observo el espanto que se pinta en el rostro de mi madre. - ¿Entonces qué? Todas las charlas acerca de la honestidad y la moral que me diste en mi vida fueron basura, prácticamente. ¿Cómo se te ocurre?... - No logro ni formar las palabras y debo imitarla y ponerme de pie solamente porque no se qué otra cosa hacer con mi cuerpo en estos momentos. Agarrando el respaldo del sillón con una mano casi temblorosa, trato de mantenerme firme mientras la observo en busca, ¿en busca de qué? Ni siquiera tiene un dejo de arrepentimiento. - No supiste nunca exactamente, pero sabes que hay una oportunidad, por mínima que parezca, que Zenda tenga otro progenitor ¿y nunca lo mencionaste?

    Y sí, en mi cólera comprendo que la palabra que busco es progenitor, ya que Elioh es en todo lo que importa el padre de mi hermana; pero eso no significa que todo este perfecto y bien. Qué porque ella lo decidió, mágicamente la biología actuaría a su voluntad y sus errores quedarían ocultos bajo la premisa de que solo había sido una vez… - Diez minutos antes me acusabas de ser una irresponsable, que me habías mencionado mil veces la charla. ¿Ahora qué? ¿Haz lo que yo digo, no lo que yo hago? ¿Que por ser enfermera, o madre, las cosas no aplican a tí de igual manera? - No elevo la voz y creo que eso es lo que más me asusta. Porque estoy acostumbrada a expresarme a gritos, a sacarme todo de encima cuando tengo un problema, a recibir gritos a cambio hasta que nada me quede guardado. El tema es, que este no era mi problema, y la frustración era diez veces más grande. - Por todos los cielos mamá… - Me llevo las manos a la cabeza, despejando mis cabellos hacia atrás mientras que respiro entre el ángulo que forman mis brazos.

    - ¿Cómo decidiste quien era el padre? ¿Fue por el egoísmo de estar en una relación estable, o creías que Elioh lo merecía más? - Y no es justo de mi parte plantear esto, porque nunca he perdido un hijo; pero sí he perdido un padre... y si Zenda resultaba ser hija de Echo, y algo terrible le pasaba como había sucedido con el mío, jamás tendría la oportunidad de llorarlo como era debido. Dolía como mil demonios perder a alguien querido, pero no cambiaría a mi padre por nada en la vida y no podía entender... de verdad no podía siquiera imaginar qué se le había pasado a Arleth por la cabeza. Incluso después de todos estos años. - ¿Sabes? Al menos si tus charlas no sirvieron de nada y quedo embarazada incluso después de tomar las precauciones necesarias. Escándalo o no, al menos sí sabré quien es el padre de mi hijo. - Le escupo ácida.
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    Incluso con el cerebro algo nublado por culpa del vino, las palabras de Ava llegan hacia mí como cuchillos voladores, dejándome de piedra en mi lugar. Hace cinco minutos nos estábamos riendo de nuestra propia estupidez, pero la burbuja de complicidad se ha roto para mostrarme a una mujer que apenas reconozco, escupiendo veneno de una manera que, además de hacerme sentir culpable, me duelen en lo profundo del alma — No lo entenderías… — alcanzo a decir en tono de advertencia, pero ella continúa. Grita, se enoja, y así es como tengo que levantar la voz para hacerme oír por encima de ella, tratando de ignorar el tono tembloroso que delata las lágrimas que contengo por culpa del enojo y el dolor — ¡Si te dije esas cosas, es porque esperaba que tú fueras más sensata que yo y no pases por estas cosas! — mis errores son míos, pero siempre esperé que ella tenga el camino más despejado. El error de una madre, supongo: creer que poseemos a nuestros hijos para cuidarlos de las cosas que nosotros hemos hecho y rogar por que ellos no pasen por lo mismo. Siempre nos olvidamos del libre albedrio que tiene la vida propia.

    ¡Creí que era lo mejor! No es como si tuviese un método en este distrito como para saber la verdad y crear un caos por algo así era lo último que necesitábamos — esos años fueron una locura. El catorce no dejaba de recibir gente en busca de ayuda por culpa de un gobierno cada vez más fuerte y no teníamos los medios como para salir adelante. Lo último que necesitábamos era un drama familiar y romántico y, con el tiempo, acepté la verdad que elegí. Ava jamás va a entenderlo, porque no tiene hijos y jamás ha tenido pareja. Siempre es fácil apuntar a la moral cuando no sabes lo que puede romperse en el proceso.

    Es lo último que dice lo que hace que la mire aturdida, sin poder creer que ha escupido eso. Mis dedos pican en la urgencia de darle una buena bofetada, pero algo me obliga a quedarme de pie en mi lugar sin poder hablar por culpa de la presión del nudo en mi garganta. Acabo pasándome una mano rápida por los ojos para disimular las lágrimas y alzo el mentón con todo el enojo del que soy capaz — ¿Cómo te atreves? — suelto con voz firme y tensa — ¿De verdad crees eso de mí? ¿Te piensas que soy perfecta? ¡De verdad lo lamento, pero no! ¡He cometido mis errores, Ava, que te haya protegido de ellos es otro tema! — y no solo hablo de Echo. Hay cientos de cosas que pasaron en mi vida que jamás la tocaron, porque siempre pretendí funcionar como una pared amortiguadora para con mis hijos — Y siento mucho que tenga que ser así, pero algún día te ibas a enterar que soy un desastre. ¡Y no tienes idea de todo lo que he hecho para que mi mierda no te salpique a ti!

    Me muevo con el enojo haciéndome funcionar como un terremoto. Tomo la botella, le pongo el corcho y la guardo con rapidez en su lugar. Me hago con la copa y voy directo a la cocina, donde la lanzo sobre el balde que usamos para limpiar los platos y regreso, sin saber cómo quedarme quieta — ¿Sabes? Si esa pastilla falla y tienes tu preciado bebé con padre asumido, quizá ahí empiezas a entender un mínimo de las decisiones que tomé. A ver si puedes hacerlo mejor — le escupo con la voz ahogada, aferrada a la baranda de la escalera. No quiero verle la cara, pero tampoco quiero que se vaya.
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    Ava E. Ballard
    Fugitivo
    Noto como los ojos de mamá comienzan a adquirir un brillo propio de las lágrimas que trata de contener, pero lejos de calmarme, me enfurece aún más. Porque estoy enojada con ella y no quiero pensar en su sufrimiento, o en que la estoy lastimando con mis palabras. Porque no sé cómo no ser egoísta en este caso, o cómo ponerme en sus zapatos. Y me frustro, y me enojo, y no dejo de pensar que solo trata de justificarse en un asunto que no creo que tenga justificación. ¿Qué es lo que debe pensar de Beverly entonces? Eowyn será todo lo rara que pueda ser, pero al menos no había mentido con respecto al nacimiento de su hija.

    - Si pienso que eres perfecta es porque es lo único que dejas ver de ti, mamá. La perfecta madre, con la perfecta familia y arghhh… - No iba a caer y ponerme en el papel de víctima porque esto no era sobre mí. Pero me molesta qué me traiga a colación que sus decisiones de vida fueron para protegerme o no dejar que vea ciertas cosas. - Tal vez hubiese sido más fácil si no me hubieses querido proteger.

    Y por unos minutos no puedo evitar preguntarme que son todas las cosas que me ha ocultado, a mí o a cualquier persona. ¿Qué tan bien conozco a Arleth? Entiendo que por ser la hija no me va a contar ciertas cosas, pero si tuvo que esperar hasta estar un poco pasada de alcohol para soltar algo como eso… Inflo el pecho lo más que puedo y suelto el aire en un suspiro buscando calmarme, reclinándome sobre el respaldo del sillón para poder sostener mi peso ya que no confío del todo en que mis piernas sean capaces de soportarlo.

    ¿He sido muy dura con ella?, probablemente. Pero no voy a retractarme de lo que he dicho, ni siquiera cuando me desea una maternidad que no busco como contestación a mi desafío hiriente. Me muerdo la lengua y vuelvo a respirar profundo, buscando su mirada incluso cuando esta por desaparecer escaleras arriba. - No me será muy difícil. No mientras pueda reconocer mis errores y no actuar como alguien que no soy. - Me doy la vuelta para que no vea que mis ojos de golpe se humedecen y me dirijo a la puerta a paso rápido. Titubeo antes de abrirla y no me giro cuando vuelvo a hablar. - No eres un desastre, pero la próxima vez deja que tu mierda nos salpique un poco. Tal vez así ahora no sentiría que mi madre es una completa extraña.
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