La noticia aún no había llegado a resonar en los medios, pero estaban seguros de que no tardaría en llegar: hacía pocas semanas que no recibían noticias del escuadrón Esmeralda de la Seguridad Nacional, quienes habían sido enviados en una misión de rastrillaje a las afueras del país, tanteando en busca de traidores y fugitivos. En principio no había sido sospechoso debido a la distancia, pero pronto descubrieron que no llegaban informes del capitán del equipo y al ser incapaces de comunicarse, con el correr de los días tuvieron la certeza de que algo había ocurrido. ¿Qué debían hacer a continuación? La única opción viable resultó siendo un pequeño escuadrón de búsqueda compuesto por aurores, medimagos y cazadores, las personas indicadas para recorrer zonas recónditas y tan lejanas como esos bosques tan cerca de las montañas del norte, sitios donde nadie llegaba si no deseabas perderte o terminar en las garras de algún peligroso animal.

Ese diez de marzo por la mañana, el equipo de rescate se apareció en medio del bosque, en un pequeño claro rodeado de frondosos árboles que curiosamente era el sitio con las coordenadas de la última noticia que habían tenido del grupo perdido. No había nada ni nadie allí, salvo silencio y algo de nieve que todavía cubría el suelo y las ramas, aunque no tan gruesa como lo había sido durante el mes de febrero. Varitas en mano y con los ojos alerta, no demoraron en percatarse de la fogata apagada y barrida ligeramente por la lluvia que había azotado la zona hacía días. Era obvio que habían pasado por allí… ¿Pero hacia dónde se habían ido? ¿Hacia dónde deberían empezar a buscar? ¿En dirección a las montañas o hacia el sonido del arroyo?