Los últimos veranos siempre han sido tensos.

Teagan tenía en claro que el invierno solía ser la época del año con mayor cantidad de enfermos sin recursos. Aún así, la llegada del calor significaba amargura. Muchas de las personas que habían llegado al nueve habían condenado a otras. Las urnas se llenaban, los nombres resonaban. Y un montón de niños morían a causa de pecados ajenos.

Por eso mismo, Teagan jamás encendía la televisión cuando las cosechas terminaban. El nueve no tenía la mejor señal, pero a veces era posible captar algún fragmento amargo y él optaba por saltearlos.

Lo que sí había escuchado era lo que más le preocupaba al consejo: el nuevo ataque de los extranjeros durante las cosechas. Tenía en claro que los aurores no le caían bien, pero eso no significaba que estaba de acuerdo con todo lo que estaba sucediendo. Hasta donde sabía, no todo el mundo estaba al tanto debido a que el Ministerio había cortado las transmisiones. Pero ellos no eran el Capitolio; no necesitaban la ignorancia.

No tenía idea de por qué estaba allí. Las clases habían terminado, pero Nobby Leach siempre tenía gente bajo su techo. Alumnos recién llegados, cursos de verano que mantenían a los menores ocupados mientras sus padres trabajaban en el campo… Pero sí sabía que, si Ava Ballard no estaba en el Edificio de Justicia, de seguro estuviera chequeando la organización de los que tomaban clases extra de defensa a pesar de sus vacaciones.

Los jardines estaban vacíos. Eso sólo podía significar que el curso de verano había terminado temprano, o quizá sólo se habían marchado. No obstante, identificó una figura a la distancia. Teagan no conocía demasiado a Haruka; alguna que otra palabra amable y eso era todo. No obstante, no dudó en ir hacia ella con paso decidido.

— ¡Hey! ¿Dónde están todos? — Preguntó, elevando la voz para que ella pudiera oírle mientras se acercaba —. No creí que fueran tan benevolentes de dejar a todos ir con este calor.

Dudó en si debía o no responder la reverencia. Inclinó la cabeza con algo de torpeza, sin ninguna clase de gracia.  A veces, simplemente, no podía evitar seguir siendo el hombre que había más de quince años de su vida en confinamiento.

— Eso veo — comentó con una sonrisa ligera pero divertida. Los golpes de calor no solían causarle ninguna clase de gracia. Tener a niños y jóvenes bajo el sol con las altas temperaturas podía ser una de las peores ideas que muchos adultos solían llevar a cabo. Sus ojos barrieron el espacio, aunque no estaba seguro de lo que buscaba. — Quería saber si la señorita Ballard se encontraba aquí — la líder de Defensa en el Consejo solía maniobrar sus horarios con la rutina de tener un bebé, pero no podía decir que fuera alguien irresponsable con sus tareas —. Necesito conversar con ella sobre algunos asuntos… ¿La has visto?

Sus ojos fueron de inmediato al arma que la mujer poseía en sus manos. Teagan había aprendido a luchar, pero no era el más diestro en esa clase de combate. Se le daba mucho mejor dar golpes, en especial si consideraba que era un muggle y no contaba con la ventaja de una varita —. Me parece admirable que alguien que puede utilizar la magia respete las armas muggles tanto como para preferirlas — admitió con amabilidad —. ¿Los niños pueden con ella?

Movió la cabeza a modo comprensivo. Había visto a magos como Kendrick Black entrenar con rifles, pero la gran mayoría parecía ser demasiado orgulloso como para no abandonar sus varitas. No obstante, había una realidad: no había mucho que hacer contra un auror entrenado utilizando armas muggles cuya cultura se había perdido en el tiempo.

— Los niños son como esponjas — coincidió. No se consideraba un experto en infancias. Sus hijos llevaban mucho tiempo muertos y durante años había estado aislado, sin contacto con ellos —. Es bueno que conozcan diferentes tipos de combate. Al fin y al cabo, uno nunca sabe cuándo podría ser útil — en especial en una guerra abierta.

Sus ojos se abrieron en sorpresa, pero Teagan rió de forma sincera. Hacía tiempo que no combatía. A veces creía que se había oxidado. Sin embargo, tomó el arma con firmeza y miró a su compañera — No vengo vestido para la ocasión — sus prendas no eran más adecuadas para su trabajo que para el combate. Movió el bo entre sus dedos, haciéndolo girar —. ¿Cuál sería tu primer consejo? Jamás he utilizado uno de estos. Mis peleas siempre han sido con puños, a lo sumo cuchillos o hachas. Dudo que tengan mucho que ver… O quizá sí y estoy sumamente equivocado.

Las indicaciones de Haruka le hicieron pensar en todo lo que podía salir mal con sólo utilizar un arma que no tenía ninguna clase de filo. Se consideraba una persona fuerte, pero no estaba seguro de poder sacarle alguna clase de utilidad al bo.

Le miró con atención y, tras un momento de bajar la información, asintió con la cabeza. Separó un poco las piernas e intentó tener la espalda recta; no estaba seguro de que fuera algo correcto, pero era una postura que le había ayudado en el pasado a practicar otra clase de combate. Por tonto que fuera, sacudió la cabeza en un intento de sacarse un mechón de pelo de la cara.

Sus brazos se movieron con la rapidez del guerrero que había aprendido a ser en el pasado. Fue un golpe seco que frenó a unos centímetros de su contrincante, sin intenciones de hacerle daño. El bo pareció mantenerse firme en lo que él acomodaba el brazo.

Le sonrió a medias — Supongo que no podría tocarte ni aunque quisiera. ¿No es así? — Le preguntó en tono divertido. Por alguna razón continuaba alerta, sosteniendo el arma con ambas manos en la postura en la que había terminado, apenas avanzando en su lugar —. He luchado mano a mano con hombres que te doblan en altura y, aún así, estoy seguro de que ninguno de ellos tenían tu entrenamiento. Nadie me ha enseñado disciplina. Era todo sobre caer al suelo en último lugar — ladeó un poco la cabeza —. ¿Algún consejo?

— En un combate, la persona siempre está esperando el ataque — al menos, en los que él había participado. Teagan no se consideraba un verdadero soldado. Había sido forzado a luchar para sobrevivir, pero había crecido con la idea de salvar vidas, no quitarlas. Estaba seguro de que Haruka veía su estilo de combate como un medio artístico más que algo sangriento, pero vivían en un mundo un poco más complicado que eso. Lo tenía bien aprendido.

Enderezó la espalda y desarmó la postura. Se limitó a verla moverse, centrando los ojos en su pañuelo. La oferta le pareció interesante, mas su sonrisa se torció de forma dulce. Giró el bo entre sus dedos, no muy seguro de si regresarlo o no.

— En el pasado, me han enseñado a pelear — se explicó con calma —. Hombres que no eran respetuosos como tú. Que en mi incapacidad de hacer magia, veían un negocio explotador para mis puños. Pero, sobre todas las cosas, entrené en mi vida para volverme un hombre que salva a los demás — no combatía si podía evitarlo. A veces temía en lo que podía convertirse si tenía la posibilidad de herir a aquellos que le habían arrebatado todo —. No vine aquí buscando un nuevo entrenamiento. Aún así, podría tomarlo. ¿Crees que es un buen camino? — Sus ojos oscuros la observaron en busca de honestidad —. Un modo de entrenamiento mental sin caer en la violencia.