Hacía frío. Creía que hacía frio, al menos. No estaba seguro, no lo sabía; le costaba escuchar al resto de su cuerpo mientras lo único que era capaz de percibir era el frenético bombeo de su corazón. Retumbaba en sus oídos, inundaba sus sentidos. Lo escuchaba mientras sus pasos avanzaban, mientras su mirada se dirigía hacia el palco y luego hacia la mesa que tenía delante.

Era lógico estar nervioso, imaginaba, incluso aunque Rowan supiera que nada de eso importaba. Había pasado las suficientes noches en el Capitolio para comprender que lo que le asustaba no era a morir, sino todo lo que venía antes. La crueldad de los vigilantes, lo imposible que era intentar predecir sus movimientos. No podía pensar un plan porque no sabía nada, nunca lo haría, así que nada importaba.

Pero su corazón bombeó cuando se dirigió a la mesa. Había un estuche abierto, lleno de cuchillos. Se vio reflejado en sus hojas; un vistazo rápido que apenas duró unos segundos antes de que desviara la atención hacia el resto de la mesa. Había diversos botes, contenedores y algunas herramientas. Era reconfortante habérselo podido preparar. Creía que era lo único que iba a poder a controlar antes de llegar a la Arena.

Se puso el guante protector en una sola mano y empezó a manipular varios ingredientes. Cogió una hoja y le quitó las semillas. Dejó unas cuantas sobre la mesa y, con ayuda del mango de un cuchillo, las machacó todas hasta que se volvieron polvo. Tras mezclarlas con agua, giró el cuchillo y untó la punta con la mezcla.

Carraspeó un poco. —Ricina —explicó, sin subir la mirada—. Puede provocar insuficiencia orgánica y paro cardíaco. —Se giró, dirigiéndose hacia el otro lado de la sala. Allí, en la simulación, un persona inexistente se encontraba ante él, mirándolo. Era una chica de su edad, alguien que podía ser cualquiera de los otros tributos, pero no era real. Estaba claro que no lo era —no gritaba, no huía, no suplicaba—, así que no le costó nada estirar el brazo y clavarle el cuchillo en el estómago.

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Sacó el cuchillo, que salió intacto porque esa persona no era real. No lo era, no, no lo era, pero se le quedó mirando como si lo fuera. No pasó nada al principio, luego todo su cuerpo se tensó. El de los dos, pero la chica de la simulación de repente se tambaleó, sus ojos mostraron confusión y su cuerpo se volvió rígido. Rowan pudo ver cómo el sudor recorría su frente mientras observaba a la chica caer de rodillas.

Luego se giró. No vio nada más mientras regresaba a la mesa y tomaba la siguiente planta. Sus frutos eran más vistosos, rojos y grandes, y Rowan pensó que cualquier persona que los viera podía imaginar que tenían propiedades tóxicas. Tomando otro cuchillo, siguió el mismo sistema para machacarlas y untar la punta con ellas.

El nuevo tributo simulado era un chico alto, más que él. Tenía una sonrisa amplia que tardó en desaparecer cuando le atravesó el pecho con la hoja del cuchillo.

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Lo miró fijamente, el cuchillo colgando de su mano enguantada, mientras su talante tranquilo se descomponía. Su cuerpo se deshizo en espasmos, que terminaron con él llevándose las manos alrededor de su propio cuello. Los píxeles de la simulación se desintegraron, pero todos sabían cómo terminaba la escena.

—Strychnine —murmuró mientras volvía a colocarse frente la mesa—. Convulsiones musculares que terminan en asfixia.

Había una serpiente en la mesa. No era de verdad, pero lo parecía. A su lado, había un bote lleno de líquido amarillento. Lo había pedido así para adelantar el proceso; sacar el venenos de una serpiente hubiera supuesto más horas de las que las personas del palco tenían. Metió la punta del cuchillo directamente en el bote y se acercó hacia la siguiente persona simulada.

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Era un niño. No tenía motivo para no serlo; él no lo había especificado. Solo había dicho que pusieran representaciones de tributos, y nadie mejor que Rowan sabía a qué edad empezaban los nombres a entrar en las urnas.

Tampoco era real, igual que todos los demás, pero este sí que lo miraba asustado. No huía, tampoco gritaba, pero Rowan sentía sus grandes ojos fijos sobre él. Vaciló, quizás durante más tiempo del necesario.

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Podía sentir las miradas sobre él, sobre su nuca. El cuchillo estaba en su mano, bocabajo, el venenos amarillento goteando sobre el suelo oscuro. Se preguntó quién limpiaría todo eso después.

Miró a la simulación de nuevo, que le devolvió una mirada que parecía demasiado real. Parpadeó para recordarse a sí mismo lo que era eso, lo que era él. Tragó y guio la mano que sostenía el cuchillo hacia delante, permitiendo que se clavara en el pecho del niño.

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—Veneno de Serpiente de Cascabel —explicó rápido, como si al volver a ceñirse al plan que había elaborado, a su guion, pudiera hacer que se olvidara de eso—. Deterioro rápido del tejido muscular y fallo orgánico. —Y sí que fue rápido: nada más lo dijo, por el rabillo del ojo, pudo ver cómo la simulación se llevaba la mano al pecho antes de caer de rodillas.

Pero él ya estaba pensando en el siguiente. Pensar en algo nuevo hacía que te olvidaras de lo anterior. De la misma manera que con la serpiente, el veneno de araña se encontraba ya en un recipiente. Cogió otro cuchillo y lo introdujo hasta que la punta estuvo completamente cubierta.

Se acercó al siguiente tributo holográfico y se lo clavó en el estómago sin pararse a pensarlo.

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El tributo se llevó las manos al estómago, se abrazó a sí mismo antes de caer al suelo. Sus rodillas se clavaron en la losa negra antes de convertirse en píxeles que se llevó el aire. —Veneno de Araña Viuda Negra. Dolor abdominal intenso y en casos graves, parálisis respiratoria.

Dejó el cuchillo envenenado en un compartimento bajo la mesa, junto a los demás. Había miles de ingredientes que repasó con la mirada antes de decidir por cuál quería seguir. No sabía dónde iba a encontrar el cianuro en la Arena, pero usó la mano enguantada para restregarlo por la hoja del siguiente cuchillo.

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Vaciló antes de proseguir, dudando con la cantidad. Todo el mundo sabía cómo se administraba y lo que podía producir el cianuro, así que la presión aumentó sobre sus hombros. Por seguridad, decidió mezclarlo con Strychnine, administrando la nueva mezcla sobre la hoja del cuchillo.

La simulación mostraba a una chica distraída, cogiendo flores en lo que parecía el claro del bosque. Contrastaba con la parcial oscuridad del Centro de Entrenamientos. Tuvo que agacharse para poder clavarle el cuchillo en el costado.

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La chica no se levantó. Se mantuvo de cuclillas mientras el veneno se extendía a través de su cuerpo. Dejó de respirar al instante, luego su cuerpo simplemente cayó como si no pesara nada. —Cianuro de Potasio con Strychnine —Giró para dirigirse de nuevo a la mesa—. Parálisis respiratoria y colapso cardiovascular.

La cabeza empezaba a dolerle. Lo sentía como una constante presión en las sienes. La Tetrodotoxina era conocida por encontrarse en la carne de los peces globo, pero había muchos organismos acuáticos más donde había sido detectada, incluso en bacterias. Como en anteriores casos, ya estaba en un bote; una sustancia sin color con cierto espesor.

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Se acercó el bote a la nariz y olió la sustancia para asegurarse de que estaba usando el veneno adecuado. Sumergió el cuchillo en la sustancia viscosa y se acercó a la simulación.

El tributo masculino alzó un brazo y le saludó como si lo conociera. No lo hacía; era imposible que lo hiciera porque no era real. Rowan pestañeó, negó con la cabeza y le clavó el cuchillo en el cuello.

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