Nacida apenas diez meses después que su hermano mayor, Ji-Yeon creció sintiendo que la distancia entre ellos era de al menos tres años, ¿Por qué? Fácil, por la actitud sobreprotectora del primero. La verdad es que eso a ella no le disgustaba en lo absoluto, ¿Ser el centro de atención? Pan comido, ¿Niña de papá? Perfecto.

Lo único que le faltó fue ser la niña de mamá. Aunque claro que nada se puede hacer contra la muerte.

Era muy pequeña cuando su papá introdujo a una nueva integrante a su familia... que en realidad vino en paquete todo incluido. Uno pensaría que con pocos años apenas y se siente la transición, pero la verdad es que Ji-Yeon siempre se sintió... rara. Recordaba apenas fragmentos de su mamá, romantizando todos recuerdos, a tal grado de no poder entender cómo su padre pudo reemplazarla en tan poco tiempo, y sobre todo, tener una hija más.

¿Odia a su hermana? No. Pero eso tampoco quiere decir que tengan la relación más estrecha del mundo, sobre todo cuando apenas y se veían en la escuela y unas cuantas veces en la semana.

Y con su madrastra... Pues mal no se lleva, pero no la ve del todo como una figura materna, sobre todo porque solo estuvo un par de años por completo en su vida antes de que ella y su padre se separaran. Digamos que la ve más como una tía lejana que como una madre. Y ahora incluso un poco menos, que sus acciones les costaron ya un ticket directo a las urnas de los juegos a todos después de refugiar esclavos en su casa como si fuera hotel.