The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Zirconia A. Chrysalis
Ambientación
Entrevista a Paige Dalisay
Sábado 26 de Agosto. 2471. 20 p.m.


Se vivía un ambiente extrañamente agitado en el auditorio. La gente estaba entusiasmada. Los días que habían transcurrido desde la última vez que habían visto a los tributos había generado un montón de preguntas. Ver a Paige Dalisay enfrentarse a sus compañeros y sobrevivir de entre todos los tributos la había colocado bajo una nueva luz frente a NeoPanem. Era una chica que había luchado por su perdón y lo había conseguido, pero… ¿A qué precio?

Zirconia no parecía estar muy interesada más que en dar un buen espectáculo. Lucía uno de sus vestidos favoritos y, en cuanto la música inició y las luces empezaron a moverse, ella colocó su clásica sonrisa de dientes blancos. Una voz masculina anunció su entrada. Los aplausos y vítores la recibieron como a una reina. Detrás de ella, justo en el centro del escenario, habían dos sofás individuales de color rojo borgoña.

¡Muy pero muy buenas noches, NeoPanem! — Exclamó. Su voz fue amplificada por magia e hizo eco en el teatro. Las cámaras se enfocaron en ella — ¡Pero qué semanas hemos tenido! Creo que he visto las repeticiones de cada uno de los eventos más importantes de la arena al menos unas cinco veces. ¡A qué hemos llorado, eh! — Se limpió una lágrima invisible con uno de sus dedos y sacudió las manos en el aire — ¡Pero ya no más! Hoy tenemos a alguien que lo ha vivido de primera mano y está aquí para hablar con nosotros. Para contarnos cada detalle, desde el hambre y el frío… Hasta el calor corporal. Ustedes me entienden — Hizo un guiño a la cámara con picardía entre las risas del público —. Vamos a darle la bienvenida a nuestra vencedora. La preciosa, valiente y única… ¡Paige Dalisay!

Televisión Nacional
Zirconia A. Chrysalis
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Paige M. Dalisay
Mentor
Entrevista a Paige Dalisay
SÁBADO 26 DE AGOSTO. 2471. 20 P.M.


No había mucho que decir, mucho menos que contar. Con eso escrito en la punta de la lengua había pasado los últimos cinco días; sumida en un mundo al que sabía que no pertenecía, remando en un mar de recuerdos agonizantes y fantasmas de personas que ya no existían. Había hablado con sus padres, pero sobre todo se habían comunicado con silencios: ellos no se atrevían a preguntar, y ella sabía que no querría contestar.

Había poco que decir, mucho menos que contar y, sin embargo, esa noche le iban a preguntar todo. Se había mantenido callada, dejando que las estilistas eligieran su ropa y acomodaran su pelo y maquillaje; rodeada de felicitaciones y ovaciones que le sonaban ajenas, había tratado de ordenar su cabeza y decidir cómo tomarse aquella entrevista.

Podría negarse a responder, a recordar y a contar. Podría hacerlo: cruzarse de brazos, apretar los labios y mantener su lengua reposando contra el paladar mientras las preguntas se perdían en el aire. Podría hacerlo, pero no lo iba a hacer por una simple razón: no quería ponerse las cosas más difíciles a sí misma.

No cuando todo el mundo parecía querer complicárselo.

No quería dar entrevistas, tampoco salir en revistas ni ir a una coronación; solo quería encerrarse en su habitación y esperar a que el mundo se le olvidara de ella. O a que ella se olvidara de todo. Lo que sucediera antes. Y, sin embargo, ahí estaba, pasándose el nudillo de su dedo índice por sus pestañas recién maquilladas antes de salir al plató.

La otra vez habían aplaudido, pero todos parecían obligados. En aquella ocasión, los aplausos y ovaciones parecían de verdad. Gritaban su nombre, también otras cosas. Y, aunque ella no sonrió en ningún momento, tampoco vaciló a la hora de acercarse a Zirconia. —Hola de nuevo. —Un saludo muy significativo: ninguno de los otros tributos podría decir lo mismo. Recuerdos repentinos de todos ellos parpadearon en su mente, pero luchó por cerrar esa ventana. Se enderezó, miró hacia su espalda y se sentó en el sillón rojo.

Sus manos rozaron el terciopelo de este y, si lo normal hubiera sido que sus dedos sintieran una repentina suavidad por el material, las yemas de estos percibieron todo menos eso: la humedad de la sangre, la mano fría de Sam, la nieve congelada cortándoselos, el metal de la empuñadura de los cuchillos. Quitó las manos de ahí, recogiéndolas sobre su regazo. Tragó y luchó por decir algo: —Nunca me he considerado valiente, en realidad —chasqueó la lengua, ladeando la cabeza. Solía haberse considerado única por escuchar grupos que poca gente conocía, pero suponía que la palabra adquiría un nuevo significado cuando se lo llamaban por ser la única que había sobrevivido. Las luces la cegaban, las cámaras la apuntaban y seguía escuchando al público, pero se sorprendió a sí misma no sintiendo nada al respecto—. Fui valiente porque estuve todo el tiempo acompañada. Creo que no hubiera sido capaz de haber llegado tan lejos de haber estado sola.

Echó la espalda hacia atrás y se preparó para aquello.
Paige M. Dalisay
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Zirconia A. Chrysalis
Ambientación
Entrevista a Paige Dalisay
26.08.2471

Zirconia se acomodó en el asiento con claro entusiasmo. ¿La señorita Dalisay habría mejorado su humor? ¿La arena la había apelmazado? El público estaba esperando que el espectáculo continuara y esperaba que fuera una tarea sencilla. ¡Había tanto de qué hablar y para sacar jugo que no podía decepcionarlos!

Oh, mi querida. No seas modesta. Todo el mundo vio cómo lanzabas cuchillos sin parar — estiró una mano y le dio algunas palmaditas en los nudillos de forma cariñosa. — Hay que admitir que nadie esperaba lo que tú y tus compañeros se montaron. ¡Una alianza casi indestructible! No podemos decir que la tuvieron difícil en los primeros días — habían sido cuatro con armas, alimentos y medicinas. Si no fuera por algunos detalles, casi podían decir que estaban de campamento.

Zirconia se acomodó en el asiento y se echó algunos cabellos hacia atrás — Ahora dime, querida. ¿Qué puedes decirme de tus compañeros? ¿Te hacían sentir valiente? ¿Apoyada? ¿Por qué crees que tú, entre todos ellos, fuiste quien tuvo la buena dicha de estar en este asiento esta noche?





Zirconia A. Chrysalis
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Paige M. Dalisay
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Entrevista a Paige Dalisay
SÁBADO 26 DE AGOSTO. 2471. 20 P.M.


Deslizó sus ojos hasta posarlos en el dorso de su mano, ahí donde Zirconia había dado unas palmadas. Reprimió las ganas de apartarse, tensando la mandíbula hasta que se retiró. No sonrió, no hizo nada, solo la miró a los ojos mientras asentía; después, de forma discreta, alejó unos centímetros las manos para que el contacto no volviera a repetirse.

Los primeros días fueron sencillos: tuvieron suerte, supieron entenderse. Tal vez hubiera cierta desconfianza, pero todo era sencillo cuando pusieron todo lo que habían conseguido en aquella mesa vacía y el silencio se hizo en la habitación. Paige también se quedó en silencio, allí en el plató.

Las caras de todos —de Mara, Anya y Samuel, estaban grabadas en su memoria—. Era un pensamiento doloroso, lo sabía; era angustiante saber que estaban todos muertos y, aun así, su rostro no cambió. —Sí, era más fácil avanzar sabiendo que ellos estaban ahí. —Se encogió de hombros con pereza, su cabeza rebotando un par de veces cuando volvió a mirar a Zirconia—. Tuve suerte.

Se refería a lo afortunada que había sido de haber dado con ellos, de no haber tenido que vivir aquello sola, pero también podría servir como respuesta para la siguiente cuestión. Miró hacia delante unos segundos, su mente en blanco y su foco centrado en ninguna parte. No recordaba demasiado de los últimos minutos: solo los gritos, el sudor, la desesperación y el tacto de unos cuchillos que se perdían en la lejanía. Nada concreto, solo instantes. —Porque Amanda los mató a ellos primero. —Había pensado mucho sobre ella los últimos días, todos sus pensamientos siguiendo la misma línea: que también debería de haberla matado a ella, que ganó por error. Que Amanda era más fuerte, más lista y sabría mejor cómo hacer todo eso. Incluso aunque sospechara que habría reducido la isla a cenizas en cuanto hubiera salido, pero al menos hubiera hecho algo. Tenido una ambición. Paige solo quería que todo terminara—, aunque no sé qué hubiera pasado si ella no los hubiera matado. Supongo que sería uno de ellos dos los que estarían hoy aquí: o Anya o Samuel. Yo no les hubiera… lanzado un cuchillo. —Suponía que eso era lo más destacable que había hecho: lanzar cuchillos. Se preguntó, entonces, por qué no había sido capaz de lanzarle uno a Amanda un poco antes. Hubiera salvado a Sam. El remordimiento hizo que apartara la mirada—. Siempre pensé que Mara era la que tenía más determinación para ganar. —Y, en vez de eso, había caído la primera—, pero tuvo mala suerte.

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Zirconia A. Chrysalis
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Entrevista a Paige Dalisay
26.08.2471


Mala suerte.

Le pareció una idea tan aburrida que levantó las cejas. Zirconia tenía experiencia salvando situaciones comprometedoras y decepcionantes, así que estaba lejos de preocuparse. Asintió un par de veces, se mostró comprensiva y terminó curvando los labios hacia un costado.

Supongo que sí ha sido una cuestión de azar, pero también habla mucho de la perseverancia. Verás, creo que todos estamos de acuerdo que los juegos nos demuestran quienes somos en realidad. Hemos visto más de todos ustedes en ese lugar que en este escenario. ¿Y sabes qué? — Se adelantó un poco, como si estuviera por contarle un secreto — Dejaste que el país te conozca. Suerte o no, el destino quiso darte una segunda oportunidad. Deberías estar agradecida por eso. Al fin y al cabo, tienes la chance de hacer las cosas bien que tus compañeros no tuvieron

La gente aplaudió. Algunos asintieron. Zirconia se llevó una mano al corazón, como si hubiera dado el mejor consejo del mundo — Amanda de seguro fue una digna oponente, pero creo que ella no fue el mayor conflicto que tuviste estos días. ¿No es así? — El silencio se hizo con el teatro. Zirconia hizo un enorme esfuerzo por mostrarse comprensiva — ¿Puedes hablar de ello, querida? ¿Nos contarías sobre tu relación con Samuel Hammond? ¿De los planes que no fueron?




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Entrevista a Paige Dalisay
SÁBADO 26 DE AGOSTO. 2471. 20 P.M.


Todavía no había decidido si estaba agradecida o no. A medias, creía. Tenía sentido, le gustaba pensar: había vuelto a casa, pero no tendría que haber pasado por todo aquello si no la hubieran puesto ahí. Que el mundo la hubiera conseguido conocer solo significaba que habrían visto lo que era de verdad: una persona que jamás parecería una vencedora, que nunca alzaría la cabeza y sonreiría ante los aplausos. Imaginaba que estarían decepcionados.

Sabía que llegaría, que esa pregunta saldría de los labios de Zirconia. Lo tenía claro; era consciente de que los habían visto, de que ellos se habían dejado ver. Si en algún momento le picaron los ojos, fue en ese. Abrió la boca un par de veces, ningún sonido saliendo del fondo de su garganta; no sabía qué decir. No sabía dónde estaban los límites y hasta qué punto quería dejar que todo el mundo supiera lo que había ahí. Lo que ella había sentido. Cómo lo había visto todo. —Nunca hicimos planes. —No los dos juntos; hubiera sido estúpido hacerlos si desde el primer momento sabían que, en todo caso, solo uno saldría de ahí—… los dos sabíamos que solo uno podría ganar, así que fue difícil desde el principio. Aunque nunca… no lo sé, creo que allí nunca pensé en eso hasta el último día.

No sabía muy bien a qué estaba respondiendo, tampoco por qué lo estaba haciendo. —Ya nos conocíamos de fuera Íbamos a clase juntos, pero nunca habíamos hablado hasta este verano. Fue en la semana que pasamos aquí cuando…. —No sabía cómo lo estaba haciendo para contener el llanto, para hablar sin pestañear, para conseguir decirlo todo sin que le temblara la voz. Tal vez ya no le quedaran más lágrimas—. Bueno. Nunca me había sentido así por nadie ni creo que lo vuelva a hacer. Espero que él lo supiera. —Nunca se lo había dicho, pero jamás creyó que hiciera falta. Si el público —que solo había visto la mitad— había logrado adivinar lo que pasaba, suponía que él también. Siempre había sido más listo que ella—. Era más alto y apuesto en persona, por si alguien se lo preguntaba. Y hubiera sido mejor ganador que yo, estoy segura. Hubiera dado una mejor entrevista.

Retiró la mirada con rapidez, pestañeó y se dio cuenta de que sonaba más fácil de lo que estaba siendo para ella.

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26.08.2471

La verdad es que había estado esperando que llegara el momento de verla pisar el palito. Todo el mundo tenía siempre un punto en el cual empezaba a quebrarse y Paige le había dado material suficiente durante una semana entera.

La escuchó con atención. Asintió con la cabeza en los momentos adecuados y sus ojos parecieron brillar con cuidadosa pena. Supuso que era cosa de la juventud. No habían podido evitarlo, no cuando a su edad era tan sencillo caer por las emociones de alguien más. En otro momento, le hubieran causado ternura.

Oh, querida — rebuscó dentro de su escote y sacó su varita. La sacudió en el aire, hizo aparecer un pañuelo de tela y se lo tendió con una floritura —. Estoy segura de que él lo sabía. Sospecho que una buena forma de honrarlo es demostrando que puedes ser una ganadora tan digna como él — aún recordaba al muchacho. Más simpático que ella, sí, pero no parecía tener nada muy interesante.

Dices que iniciaron su romance mientras estaban aquí — Zirconia acomodó la varita otra vez dentro de su vestido —. Lamentamos mucho que no pudieran haberse dado una oportunidad. Debo decir que es un buen modo de recordarnos que hay que vivir en el presente. ¡Así que ya saben todos! Llamen a las personas que quieren, no se ahorren ni un solo sentimiento. ¡Ustedes que todavía pueden!

Algunas personas aplaudieron, otras se secaron las lágrimas. Zirconia incluso fingió hacer lo mismo, pasando un dedo por su mejilla izquierda — Por lo que pudimos ver en la arena, parecía que Samuel deseaba que pudieras continuar adelante. ¿Tienes algunos planes para tu vida, ahora que te pertenece? ¿Algo que te gustaría intentar? ¿Un modo de ahorrar a quienes perdiste?



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Si había algo que detestara más que dar pena, era que estuvieran usando su historia para dar discursos moralistas sobre la importancia del presente. Ellos no lo habían tenido porque no les habían dejado; porque, desde el momento en el que sus nombres salieron en las urnas, todo había acabado antes de siquiera empezar. Si alguien que la estaba viendo en televisión, tras ese discurso, sentía la necesidad de coger el móvil y llamar a quien fuera para decirle lo mucho que la quería, tal vez significaba que algo iba mal desde el principio.

Pero qué iba a saber ella, si solo tenía quince años y el primer contacto que había tenido con aquel sentimiento había estado condenado al fracaso.

Cogió el pañuelo con la punta de los dedos y el ceño fruncido, llevándoselo al regazo y limitándose a arrugarlo entre las manos. —Un día hablamos de lo que nos gustaría hacer si salíamos con vida. Yo dije que tenía ganas de ir a Ilvermorny, dar conciertos y algo más. Ahora ya no sé si es lo que realmente me apetece. —No había nada que le produjera más ansiedad que volver a las clases con el valor añadido de que todo el mundo sabría quién era. Claro, eso era algo que ni siquiera se le había pasado por la cabeza cuando lo dijo la primera vez. Había que verse en la situación—. No sé qué voy a hacer, no sé qué debería hacer. Es difícil seguir con una vida normal después de esto. Espero que nadie me pida fotos cuando vaya por la calle. —Y esperaba que el público no se riera de aquello: lo decía totalmente en serio—. Pasaré unos días descansando en casa y después... ya veré.

En su pequeña fantasía, aún creía que de verdad podrían llegar a dejarla tranquila. Que tendrían cierta empatía. Que dejarían que se apartara de los focos y las cámaras. Apretó y giró la bola en la que se había convertido el pañuelo entre sus amos, echándose ligeramente hacia atrás para apoyar la espalda en el el respaldo del sillón.
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Ya veo. De seguro debió ser más difícil de lo que cualquiera de nosotros puede imaginar. El florecimiento del primer amor. Nunca llega en el momento esperado. ¿No es así? — El público pareció estar de acuerdo entre asentimientos y aplausos. Le hacía tener la idea de que la gente iba a estar comentando sobre su desgracia durante el próximo año. Más específicamente, hasta el año siguiente cuando hubiera otro vencedor que ocupara su lugar —. Pero enfocarse en Ilvermorny parece ser lo mejor. Creo que todos estamos esperando novedades sobre el nuevo fabuloso colegio de magia para nuestros jóvenes. ¡Imagina la cantidad de cosas que podrás ver con tus propios ojos! Y si das un concierto, deberás invitarnos a todos. Estaré encantada en la primera fila.

La gente pareció entusiasmarse con un aplauso caluroso. Zirconia trató de apaciguarlos con una sonrisa y una mano sutil — Aunque no te puedo prometer nada sobre las fotos. Yo no puedo ni ir al baño de un restaurante sin que me sigan treinta cámaras. ¡Y digamos que no queda nadie en NeoPanem que no conozca tu nombre y tu rostro! — Muy cerca de los rebeldes, pero ese era otro tema.

Muy bien. Paige… — tomó algo de aire. Dejó que el silencio se moviera por el escenario una vez más — … Para terminar, me gustaría que me digas una cosa. ¿Qué mensaje le darías a todos los jóvenes que nos están mirando esta noche? ¿Qué crees que debería grabarse en la cabeza de las personas de nuestra bella nación?



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SÁBADO 26 DE AGOSTO. 2471. 20 P.M.


Agradeció tener todavía el pañuelo aferrado en sus manos, ese que no dejaba de apretar y revolver entre sus dedos. Se centró en eso mientras todos aplaudían: en un trozo de papel arrugado que bien podría concentrar toda su rabia y desgana. Si en su cabeza no sentía nada, en algún lugar debía quedar todo su resentimiento.

Una mueca, fugaz y rápida, se filtró en su rostro. Dejó que solo una de sus manos se aferrara al pañuelo, la otra subiendo hasta sus pestañas para atrapar el fantasma de una lágrima que se balanceaba sobre ellas. Volvió a su expresión seria y indefinida, consciente de que su vida nunca sería la misma: no solo por el tema de las fotos, sino porque lo sucedido en la arena jamás desaparecería del todo.

A veces se desdibujaban las imágenes: un castillo antiguo borroso, los rostros desconfigurados de los demás. Una imagen triste de un beso enredado. Un oasis nevado marchito y agua teñida de sangre. Las palabras de Amanda, el último cuchillo y la respiración final de Samuel.

Se removió en su asiento, inquieta. Miró al público, también a Zirconia; tal vez fuera la pregunta más difícil de la entrevista y la que más sencilla le parecía de contestar. Quizás porque, en el fondo, seguía siendo una niña egoísta: esa que pensaba que le habían arrebatado la adolescencia y la posibilidad de tener una vida normal. —Les diría que pararan, que no hicieran estupideces. Sam no se merecía morir por algo que hicieron sus padres, tampoco Mara ni Anya. —Lo mismo pasaba con ella y la revuelta en la que encontraron a su hermano mientras Paige, seguramente, tan solo estuviera encerrada en su cuarto jugando a videojuegos. Sabía que había mucho más ahí, que no era tan fácil, pero era en lo único que podía pensar en ese momento. Amanda había hecho algo por lo que estaría ahí, pero ellos no—. Con sus acciones nos condenan a todos.

Y eso solo estaba siendo un pensamiento egoísta, uno enmarcado por un desenlace trágico; algo en lo que parecía creer en ese momento, pero en lo que jamás había pensado antes.

Paige M. Dalisay
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Zirconia A. Chrysalis
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Zirconia sonrió y asintió con la cabeza. Estaba satisfecha. Los juegos se habían vuelto a instalar por el simple propósito de dejar un mensaje, uno que Paige había recitado de manera casi perfecta. La guerra debía terminar, el Ministerio de Magia debía juntar los pedazos y todos podrían regresar a sus vidas tranquilas y justas. Sin terroristas, sin más muertes, sin más caos. Un bello y mágico orden para todo NeoPanem.

Nunca mejor dicho, Paige — aseguró con amabilidad. Estiró sus manos y tomó una de las ajenas entre ambas. Le dio un apretón cariñoso —. Estamos más que agradecidos por tu tiempo. Espero, de todo corazón, que tengas una vida larga y próspera. Te lo ganaste — le dio unas palmaditas en los nudillos y ensanchó la sonrisa.

Sin más, se volteó al público y alzó sus manos unidas — ¡Nuestra primera vencedora, Paige Dalisay del Distrito Trece! ¡Un fuerte aplauso!

Los vítores no tardaron en regresar. El teatro pareció vibrar y el mensaje llegó claro a cada televisión del país: aún había batallas que ganar, pero ellos tenían la batuta que dirigía el coro.




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