The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
Finales de agosto

Por un momento se me cruza por la mente que me encuentro en el despacho de mi hermano, como si no supiera que está a kilómetros de distancia, probablemente sintiéndose mucho mejor de lo que yo me he sentido estos días. Una punzada me atraviesa el pecho cada vez que se me ocurre el destrozarle ese momento por lo que parecería un capricho mío, cuando sé bien que está lejos de serlo, y aun así no soy quien va a tomar el teléfono para hacer una llamada que lo más seguro es que le amargue las vacaciones que rara vez se coge del trabajo, me puede la culpabilidad de saberme la responsable de eso. Pero eso no quita que no vaya a hacer nada al respecto, cuando está en mi mano el hacerlo y no me importa que tenga que tragarme un orgullo que no tengo porque nunca hice gala de mi dignidad en esta vida, lo saben bien las calles del norte donde la perdí en primer lugar, como para ahora fingir haberla recuperado solo porque me encuentro del otro lado de la verja, el de los afortunados.

Espero a una persona muy distinta de la cabellera rubia de Hans, tampoco es un hombre como supieron ser mis compañías y como lo siguen siendo, que por alguna razón me rodeo a mí misma de figuras masculinas cuando fue esta la primera que me mostró lo cruel y retorcida que puede ser la mente humana. Por irónico que resulte el tener en brazos a un bebé varón también, parece la vida demostrándome que se puede ser elaborado en las vueltas que da para llegar a un destino en el camino, dentro de muchos otros que todavía no hemos alcanzado y que tardaremos un tanto en obtener, porque para eso sí que nos tiene esperando sin apuro, nos jala por la confianza que ponemos en que todo tiene un sentido en el final, cuando puede no tenerlo y con eso también tenemos que conformarnos. No existe esperanza para aquel que se ha resignado a los cambios, debe de ser por eso que me cuesta acomodarme a las nuevas situaciones, otros dirían que es porque no sé dejar atrás las cosas y puede que tengan razón, si me digo de no cometer los mismos errores y no parece que fue hace tanto de sentirme tan completamente fuera de mi propio cuerpo.

Ni siquiera le presto atención al objeto de la esquina que una vez supo ser de mi prioridad, no lo miro porque sé que es capaz de atraerme con sus susurros provocadores, en su lugar tengo la mirada posada sobre algún punto del escritorio de madera que tengo en frente, aunque tampoco le dedico un análisis como lo hago con mis pensamientos. Los mismos me han traído hasta aquí porque no he dejado de pensar en lo mismo por las últimas cuarenta y ocho horas, apreciable en mis ojos cansados y en la manera en la que ni me percato de que mi hijo se ha hecho con la cadena fina que rodea mi cuello y tira de ella con dedos torpes. Es la puerta abriéndose lo que me saca del silencio al que me he acostumbrado, en especial en mi propia casa cuando el bebé duerme y no hay nada más que mi respiración lo que ocupa las habitaciones. O al menos es lo que hubiera esperado, al parecer ya no puedo ni dormir en mi propia casa sin temor a que un terrorista se cuele dentro del que es mi hogar.

He venido por un asunto que no tiene nada que ver con cómo pueda sentirme hacia ti, así que antes de que digas algo al respecto déjame hablar, y estaré fuera de aquí en menos de lo que crees— aclaro, que no planeo extender mi visita más allá de los minutos que me tome explicar qué hago aquí. Para demostrarlo ni siquiera he tomado asiento en uno de los sillones que quedan frente a su mesa, sino que me encuentro de pie, espalda erguida en su presencia para disimular la postura encogida que viene de tener que sostener a un niño en brazos. —Hace dos días que mi padre ha estado en mi casa, no sé cómo, sigo sin entender por qué y no creo que vaya a saberlo ni aunque lo apunten con una varita— mi voz ha perdido parte de la suavidad con que antes decoraba mis palabras, por duras que fueran, pero hablar de Hermann corta con cualquier intento por mi parte de hacer de esto una conversación amena. —¿Qué tipo de seguridad es la que hay en los distritos como para que un criminal se presente en mi salón sin que salte siquiera una alarma o advertencia?— me importa poco que suene como reproche, como queja, como acusación, es la ministra de defensa y mi padre se apropió de mi hijo mientras dormía, no es algo que vaya a permitir que se repita.
Phoebe M. Powell
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Invitado
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Puedo tomar como un indicio de lo rápido que está girando el mundo y el vértigo mismo que eso provoca, el hecho de tener a Phoebe esperando en mi despacho, en la habitación donde también se encuentra el pensadero que le arrebaté y a bien me vendría devolvérselo, su visita me ahorró el viaje hasta el distrito cuatro para dejárselo en el umbral de su puerta como un mal del que me desentiendo y si tanto quiere, abrazarse a él si le da algún tipo de consuelo que a mí se me hace imposible en sus aguas. No es solo ella quien me espera en el despacho, también el niño rubio que tiene por hijo y al que dedico una mirada detenida como no lo he hecho antes, demorándome en alzarlo hacia el rostro conocido de su madre. —El círculo vicioso de la víctima y el victimario, la víctima que de tanto escapar es la que termine acudiendo a su victimario si este la abandona, ¿en eso nos hemos convertido, Mae?— pregunto, eludiendo a una relación que conozco demasiado como para estar segura de que, al menos, en esa podemos decir que no caímos, aunque me lleve toda la vida tratar de entender por qué en ocasiones el vínculo que se sostiene es con ella y no con tantas otras personas que creyeron tener cierta posesión sobre mí.

Fuera de todo pensamiento divagante sobre la naturaleza de nuestra relación, ella se encarga de exponer en palabras que su visita nada tiene que ver con los sentimientos que le inspira mi persona y al oírla me acomodo en el sillón detrás del escritorio para que pueda explayarse a gusto, no creo que su nerviosismo evidente tenga que ver con el objeto robado que está a su espalda y nada más mencionar a su palabra, lo entiendo. Mis ojos se oscurecen al saber que Hermann hizo algo como meterse en la casa de su hija, en la que no tiene más protección que aquella que puede brindarle su varita a ella y a su bebé. Atrapo una lapicera entre mis dedos para estrujarla con fuerza, ese es el tipo de movimiento que detesto en él porque me obliga a mí también a estar alerta, y no por cuestiones de seguridad nacional como me reclama Phoebe, sino respecto a otra hija que podría provocarle curiosidad y un acto tan avasallante como el que tiene acostumbrada a la mujer que tengo delante. —¿Te hizo algo?— pregunto sin ocultar mi molestia. —¿A ti? ¿Al bebé?— los examino con mi mirada, evaluando lo que puedo apreciar a simple vista. —A tu padre le gusta jugar con los nervios de las personas hasta que se rompan por si solos, es manipulador, perverso y un auténtico bastardo. Ni una jodida alarma va a detenerlo, así que te aconsejo que aprendas a realizar un crucius si todavía no sabes hacerlo y la próxima vez que lo tengas enfrente, lo apuntes con tu varita. Y si en verdad te importa que tu hijo crezca bien, mejor si te aprendes un avada kedavra— es la respuesta que puedo darle a su queja. —¿Te dijo si quería algo más que solo fastidiarte a ti y fastidiarnos a todos?— pregunto.
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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
Eso parece— digo como respuesta única a la exposición de mi visita, solo personas como yo y como ella que hemos sufrido de algo parecido podemos entender cómo llegamos a este punto en el que nos encontramos buscando la compañía que un día se aborrecía, aunque decir que lo comprendemos es poner la mano en el fuego para quién después de todo, no es capaz de controlarse a sí mismo, ni a sus emociones. Asumir que es lo que va a estar mal conmigo por el resto de mi vida es verme dependiente de ese sentimiento también, cuando al mismo tiempo solo yo que tengo que lidiar conmigo misma como entidad como sé reconocer que no es algo de lo que quiera formar parte, ni yo misma, ni quiero hacer a mi hijo parte de ese ciclo vicioso del que habla con tan buen conocimiento. Hacerla solo a ella partícipe de eso sería egoísta, sé bien que quien lo empezó está lejos de aquí, pero tan presente en conversación como que es la persona por la que estoy en este despacho en primer lugar.

Paso el brazo que me queda suelto por debajo del cuerpo de mi hijo así puedo sostenerlo con más fuerza cuando espero a que tome asiento en el lugar que le corresponde, que ha sabido hacer suyo por el tiempo que le preste estar en su posición. De todo lo que podría decir de Rebecca, descubrir que le tengo envidia por haber podido pararse en este lugar y reconocerlo como propio, así como se sienta es lo que da a entender, es desconcertante por no decir más, no cuando yo misma me siento ajena en mi propia casa en estos momentos. —Fue suficiente con que se apropiara de mi hijo como si estuviera en lugar de hacerlo— respondo con la sensación asqueada en mi boca de tener que poner en palabras lo que ya dije en su presencia. Me importa poco lo que pueda hacerme a mí, si quiere destrozarme la vida puede, ya lo hizo una vez, como para señalarle con el dedo una segunda, pero no quiero que toque a Hayden, ni que respire a un palmo de él puestos a ser específicos. —No necesito que me expliques la clase de persona que es, es mi padre, sé de lo que es capaz, mucho mejor que cualquier otro— no pensé que fuera a ser necesaria esa aclaración, de todas las personas a ella, además, lo que sí me sorprende es la forma que tiene de hablar de Hermann —Pero no veo por qué tú debas conocer lo que puede hacer si pone su mente a ello— suelto, lejos de las apariciones televisivas de mi padre, de sus asaltos, todos han sido bajo una máscara que se niega a quitar. Solo aquellos que tenemos la desgracia de conocerlo en persona podemos conocer esos detalles característicos de su persona, motivo por el que tras ese análisis me quedo mirándola con el ceño fruncido.

No por mucho tiempo, de todas formas, cuando su solución viene siendo la madera que saco de uno de los bolsillos de la chaqueta que tengo puesta, dejando revelar los trozos sobrantes que han quedado de mi varita —¿De qué sirve una maldición cuando no tienes con qué defenderte? ¿De qué sirve la defensa del país si personas como Hermann pueden pasearse por los distritos y entrar a casas ajenas sin ser alertados?— poso los restos sobre el borde del escritorio para su propia observación. —Estaba durmiendo, lo encontré con el bebé en brazos y para cuando quise hacer algo Hermann ya se había hecho cargo de que no tuviera oportunidad a tocarlo.— cuento, se me hace una historia difícil de tragar porque ahora que puedo verlo desde un segundo plano, me da vergüenza admitir que no fui capaz a hacer nada de utilidad —¿Así que esa es tu solución? ¿Que sea yo quien haga frente a una figura como Hermann solo porque tú piensas que es incontrolable?— continuo con ese tono acusador, me niego a creer que la ministra de defensa ostenta una posición que conlleva tan poco poder —Y no me vengas con discursos sobre que si quiero proteger algo tengo que hacerlo yo misma, porque las dos sabemos que eso valía en el norte donde solo nos conocían las sombras— aquí no, hay demasiadas variables que no podemos controlar. Tengo que controlar mi repentino enfado por la postura que decide tomar con todo esto, tomando aire por la nariz para calmar el acelerón del ritmo de mis latidos y de paso llenar mis pulmones con ese mismo fin —Preguntó por mi videncia, al parecer no es el único que lo considera atractivo, aunque la utilidad que pueda darle alguien como él es algo que desconozco— que le pregunte a alguien como Rebecca en ese caso, ella sí que tiene experiencia en prestar de mis servicios. ¿Qué más puedo decir de la visita de Hermann? No diré en voz alta que lo ha vuelto a usar para demostrar quién tiene el poder para aplastar al otro una vez más, prefiero que eso se quede en mi interior donde sí puedo mostrarme vulnerable, no hacia los demás, de donde he aprendido que no trae nada bueno.
Phoebe M. Powell
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Invitado
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Tocar al hijo de Phoebe, siquiera tocarlo, es prueba de lo canalla que bien conozco que puede ser su padre. ¿Puedo decir que me asombra de alguna manera eso que no es falta de escrúpulos, sino simple perversidad hacia su hija? Hace que mire por detrás de ella, hacia el pensadero sobre el que conseguí que su paternidad sobre mi propia hija quede anulada y la satisfacción que puedo llegar a sentir por eso, se acrecienta ante el reclamo de Phoebe que se ha visto tiranizada por él en una nueva ocasión. Curvo mis cejas ante su comentario insinuante de cómo he llegado a conocer esas aristas del carácter de su padre, a lo que bien podría responder que lo saqué del titular de un periódico, pero no veo la necesidad a mentir. —Conozco a tu padre— contesto, —conocí al hombre que fue en el Capitolio y también conocí al hombre que fue en el norte— murmuro, si bien «conocer» es un verbo con el que tomo recaudos cuando se trata de hablar de Hermann, —fuimos amantes— es la manera más cercana que encuentro para definirnos. —Eso no es algo que vaya a afectarte, ¿verdad? Has visto demasiado en el norte como para que algo así pueda parecerte desconcertante— apunto, con el buen recaudo de dejar abierta la invitación a que me ofrezca su opinión sincera.

Suspiro a causa de un desgano mayor al ver las trizas de lo que fue una varita en la palma de su mano, me pongo de pie para ir hacia ella que sigue abrazando a ese niño rubio que debe padecer la sombra molesta de su abuelo. —Sí, mi solución es que seas la primera en encargarte siempre de tu seguridad, pero no, no digo que tu padre sea incontrolable— la corrijo, parándome delante de ella. —Si vas a querer ser parte de las muchas personas que se unen para criticar a la seguridad de este país, te invito muy cordialmente a ir a la puerta de nuestro presidente, porque estoy cansada de ser recipiente de notitas de odio de la gente y mi única respuesta es que si tanto les molesta, hagan servicio militar voluntario o apunten a sus hijos— muevo mi barbilla hacia quien todavía es un bebé que depende de la protección que le brinda su madre, —la gente debe dejar de quejarse desde la distancia y poner los jodidos pies en el barro. Tu padre te obliga a hacerlo, así que hazlo, pon tus jodidos pies en el barro y húndelo ahí— digo, entonces desvío mis ojos hacia los pedazos en el borde del escritorio para cargarlos en mi mano. —Maldita sea, Phoebe— mascullo entre dientes. —Si eres tan crédula como para suponer que las reglas del norte no se aplican al Capitolio es que has perdido el instinto— atrapo los trozos de su varita entre mis dedos para aplastarlos. —¿Qué te dice tu instinto? Sé que lo escuchas, lo escuchas todavía.

Ese instinto que es una voz distinta a las otras que abruman su mente, esas voces que otros exigen escuchar y piden que sus labios repitan lo dicho. —Profecías— murmuro, —les interesan las malditas profecías— hablo en plural porque así como su padre se acercó por estas, su marido se alejó en primer lugar, son varios los que gravitan alrededor de una voz sobre un futuro que tratan de capturar en una esfera de luz. Un nuevo suspiro surge de mi garganta para caer pesadamente en el aire. —Persiguen el futuro— entorno los ojos al decirlo, ciertas motivaciones no me afectan más que para definir lineamentos en mi trabajo, en lo personal, esa persecución de lo que puede llegar a pasar me hace mirar al pensadero que nadie ha mencionado. —Puedes llevarte tu bendita fuente de pasado, por cierto— digo, —si has hecho el viaje, puedo enviar al elfo contigo para que lo devuelva a tu casa, no tengo interés en seguir conservándolo. Me hace más mal a mí de lo que podría llegar a hacerte a ti, y siempre, mis propios males han hecho que dejen de importarme los ajenos.
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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
No me considero una persona estrictamente pálida, no después del sol abrasador que tiñe las playas del distrito cuatro en verano, pero puedo jurar sin la necesidad de verme en un espejo que se ha esfumado todo el color de mi rostro, porque no me esperaba una confesión como esa. De todas las cosas, lo que menos hubiera esperado que saliera de sus labios era eso, razón por la que necesito de un momento para que mi cerebro siga funcionando después de un pequeño cortocircuito que reparo con una pregunta vulgar. —¿Te estuviste acostando con mi padre?— no sé qué me produce más asco, si el pensar en Hermann con Rebecca teniendo algo mucho menos romántico de lo que ella cataloga como una relación de «amantes», o el escucharlo directamente de su boca. No soy ingenua, sé de sobra que mi padre no es la clase de persona que se reservaría de estar con otras mujeres, mucho menos después de lo de Penny, pero el simple pensamiento hace que se me revuelvan las tripas. Requiero unos segundos extensos antes de contestar —No, las decisiones que pueda tomar mi padre hace tiempo que dejaron de afectarme— miento, pero la cara sin emoción con que lo digo puede servir como justificación a mis palabras. —Lo que me sorprende es que de todos los hombres que podías escoger, escogiste ese— no hace falta que explique el por qué digo esto último con tanta repulsión.

Es un alivio entonces que esa sea la solución que propones, regresaré a mi casa mucho más tranquila de saber que te importa más bien poco el que un criminal ande suelto por ahí— ironizo, cuando nada de este asunto me parece que sea material para hacer bromas. Si no quiere hacerlo personal después de lo que ha confesado, que al menos lo haga como obligación al puesto que ostenta, no creo que le paguen por sentarse en su despacho y dudo que el dinero sea algo que le falte ahora que vive entre ministros. —Me alegra saber que esperas que duerma con un ojo abierto por las noches a la espera de otro ataque, porque según tú tengo que parar mis pies sobre el barro. Me hace pensar que realmente estás en ese puesto por pura influencia de papeles, cuando haces de la seguridad una preocupación externa a tu departamento. No estaba formalizando una queja, pero quizás sí me plantee hacerla ahora, viendo que tu respuesta está lejos de ser la que esperaba.— es fácil palpar la irritación en mi postura, una que resalta en contraste con la suya que parece calmada, cansada incluso. —Si te estoy aburriendo con esto me iré, parece que la mención de Hermann no es suficiente para alarmarte en lo absoluto, que decides que tengo que ser yo quién haga algo al respecto. Dime, ¿es porque sigues teniendo en buen corazón a Hermann Powell, que lo que te cuento te incita a hacer absolutamente nada?— la acuso con esta nueva información que se me ha otorgado, de mala manera incluso, me importa poco cuando se trata de la seguridad de mi propio hijo, y no voy a permitir que nadie más me trate de patética.

Se me ensombrece la mirada al posar mis ojos sobre los suyos, fijos para que no se despeguen de ellos en lo que digo: —Pues no puedo dárselas— no hay nada más cierto que eso, no está en mi poder el hacerlo —Harían bien en entender, todos en este maldito país, que no son algo que pueda controlar, que no son mías para dar, no me pertenecen y nunca lo han hecho, funcionan según les conviene y yo solo soy su mensajera— poso mi mirada un segundo más sobre ella antes de girarme, dándole la espalda. Es irónico que me haya sentido utilizada toda la vida por la gente, física, mentalmente, cuando desde el principio las que más me han usado han sido las voces sobre las que no tengo ningún control en lo absoluto. Creo entenderlas, a veces lo hago, pero siempre me sorprenden con destinos que después el mundo pretende que grite. Me acerco hacia el pensadero que susurra un canto que tampoco comprendo, todo mi rostro se muestra como una incógnita angustiosa, que me lleva a mirarme en el reflejo del agua al apoyar una mano que libero en el mármol —Bien— no tengo más que decir, por mí como si quiere dar por finalizada esta conversación, es evidente que ha sido una completa pérdida de tiempo.
Phoebe M. Powell
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Invitado
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Parpadeo, no hago más que parpadear por su pregunta, había creído que la manera de definirnos daba muchas cosas por sobreentendidas, entre estas que nos habíamos acostado. En todo caso hubiera dicho algo como que éramos amigos, no, jamás, quizás colegas, aliados ocasionales, extraños con la mala suerte de coincidir un par de veces y esas coincidencias se volvieron compañía. Muevo mi barbilla en un asentimiento cuando interpreto por su respuesta que esto no es algo sobre lo que piensa volver, porque ha decidido que no guarda relación con ella. Es información que no cambia nada, ni tiene sentido seguir manteniéndole en reserva con ella, hemos cruzado muchos límites de confianza con Phoebe, cuando todavía se hacía llamar Mae, y también con este nombre de su presente, como para seguir guardándome esto en reserva. De hecho, descubro que hay muchas cosas que no tengo intención de seguir guardando con personas como Phoebe que me vieron en los días que mostré mi peor o más lastimado rostro, aunque con otras establezca un duro hermetismo que no les permito traspasar, al llegar demasiado tarde para querer ser condescendientes conmigo.

¿Quién dice que entre todos los hombres escogí a tu padre?— pregunto. —Lo haces sonar como si de todos los hombres a los que me viste hacer compañía, creyeras que elegí a tu padre… ¿para qué? ¿escoger de qué, Phoebe?— inquiero, y si hablaré de esto que sea con ella, que me ha dado pie para hacerlo. —Solo una vez escogí a un hombre, un muchacho, teníamos menos de dieciocho años— le cuento, el detalle de los años que tenía entonces no me parecen un detalle menor, tantas miserias del norte nos hacen olvidar a veces de la vulnerabilidad que corresponde a esas edades. —Solo una vez en mi vida escogí a una persona, antes y después siempre me he elegido a mí misma— relato y esbozo una sonrisa maldita al continuar, de las que están impregnadas de una tristeza que lleva a la risa histérica: —Y le dije que huyéramos, que habría un nuevo lugar para nosotros—, hubiera levantado una ciudad con mis manos para que pudiéramos vivir allí. —Tomo mi mano, me dijo que sí— esto no tiene relación con su padre, pero necesito que entienda o al menos sepa, de una buena vez, por qué he dejado que más de un hombre crea que me coloco a su sombra, cuando no hay nada que desprecie más que su creencia de que pueden servirse de mí. —Y me abandonó—, fin de la historia.  

Pero no es una conversación que nos escarbe en nosotras lo que parece venir a buscar, con todos sus planteos sobre mi trabajo de ministro que no sabía que le interesaban hasta que, claro, como les ocurre a muchas personas, lo malo golpea sus puertas. Muchos fingen ser indiferentes, que estas peleas nada tienen que ver con ellos,  ingenuidad de su parte teniendo el padre que tiene, creer que podría dejarlas fuera de su puerta. Y su réplica molesta contestaría con la altura de una ministra, sino fuera porque su pregunta, al fin y al cabo, delata que nada de esto es una queja al departamento de Defensa del país, sino que sigue siendo algo intensamente personal, ligado a la relación con su padre y ahora también, conmigo por haber dicho que estuvimos relacionados alguna vez o que lo seguimos estando. —Nunca hubo buen corazón— musito antes de darle una respuesta más contundente. —Estás molesta— es una afirmación, pese a lo que dijo anteriormente, le ha molestado y sí le afecta. —¿Eres tan posesiva como tu padre, Phoebe?— la provoco, —¿Tan posesiva como para desear inconscientemente que tu relación con tu padre sea solo contigo?— musito, tan bajo, esperando su grito que me contradiga, más no sea para devolverle un golpe directo a su actitud petulante en mi despacho, incluso cuando viene a pedirme ¿ayuda?

Mis ojos puestos en ella se limitan a observarla al referirse a profecías que, personalmente, no me interesan. —Siempre descargando conmigo las palabras que te gustaría escupir a otros en la cara, Phoebe— le señalo. —Espero que llegue el día en que tantas demostraciones de carácter que me haces se vuelvan reales y que los escupitajos que lances, sean a los ojos que realmente te enfadan— se lo devuelvo. —Te felicité hace poco de que hayas conseguido forjar un poco de carácter, pero no sirve de nada si lo usas para venir a empujarme a mí a la rabia, porque incluso mi rabia es terreno conocido para ti y estas segura de poder con ello. Pero te da miedo ir a otros, ¿no? No te molesta que yo te diga la verdad en la cara, porque te acostumbraste. Pero tienes miedo de los demás…— murmuro, —Phoebe, no es de valientes venir a tirar piedras a la bestia que ya te ha dejado en claro que no va a morderte. No me aburres, pero la que está perdiendo el tiempo eres tú.
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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
Su asentimiento silencioso es lo que me sirve en bandeja lo que me he atrevido a preguntar, aun asqueada por haber puesto en mi boca palabras que refieren a mi padre en cualquier postura romántica, sigo sin poder verlo y su afirmación es una prueba de que seguiré sin aceptarlo. Por alguna razón no puedo explicar el por qué, es algo ajeno a todos los sentimientos que pueden envolverme cada vez que se menciona a mi padre, me hace apretar los labios en reflejo de mi desagrado, porque no imaginé nunca que dos personas tan significativas en mi vida pese a mostrarse ausentes en el presente, pudieran verse relacionadas de maneras tan directas. Significativas no en el sentido que uno le da a la persona que tiene aprecio, que la considera importante por todas las cosas buenas que pudo traerte, significativas porque vienen siendo figuras que han marcado un antes y un después en mi vida, cada un tuvo su serie de capítulos que protagonizar, no necesariamente de los que uno se interesa por leer de nuevo.

Le permito ser quién explique las razones por las que no coincide con mi punto de vista, requiere de un pequeño rodeo al recorrer parte de las decisiones de Rebecca que, si bien no conocía en detalle, siempre me hice una idea de lo que hizo a Rebecca quién es. Supo rodearse toda su vida de hombres que no le hacían bien, como para creer que mi padre fue la persona que pudo haberle brindado algo más que puro vicio, un par de horas de diversión para luego descartar y tirar. —Pero no a todo hombre que hacías compañía le hubieras dado la categoría de amante, no es amante quién paga por recibir una muestra de placer— lo sé bien porque lo he hecho, no cometería el error de considerar a esa persona que entregó un par de galeones a mi mano a cambio de mi compañía como un amante, y también puedo afirmarlo por el anillo que llevo en mi mano, que sí me aporta la versión de lo que significa tener a alguien por amante. —Así que en cierto modo sí que lo escogiste, ¿me dirás ahora después de asegurar que conociste la persona que fue en el Capitolio, y la que fue en el norte, que fue solo una vez? Escogiste las veces que vinieron después, lo llamaste amante y al hacerlo decidiste que lo era, no trates de volver sobre las palabras que tú misma has pronunciado.— le devuelvo, porque de serlo esa sería su equivocación, no la mía al repetir lo que hace bien en reformular, porque a nadie le gustaría compartir lo poco que se puede tener con una persona como mi padre, capaz de terminar con la mínima luz interna que poseemos. —Si de verdad fueron amantes, compartiste con él una parte de ti que en el día de hoy lleva consigo, siéntete afortunada si no lo utiliza en tu contra en las próximas ocasiones, porque si algo sé de mi padre y creo que mejor que tú, es que se aprovecha del mínimo poder que le des, así que espero por tu bien que no le ofrecieras nada que te importe en los años que lo metiste en tu cama— le devuelvo el consejo, no puedo negar que se me forma un nudo en el estómago.

Pero las arcadas vienen después, o al menos la sensación de tenerlas, me obligo a tragar saliva para que no se me revuelva lo poco que he ingerido estos días, cuando con todo el atrevimiento desentiende mis palabras y se busca ella misma una respuesta a las preguntas que van dirigidas hacia mí. Me choca por dentro como no lo han hecho antes muchas cosas, que de todo lo que podría escoger decir, utiliza la brecha que constituye la relación con mi padre para hacer una mofa de ello. Me golpea como una bofetada que no siento de tantas que me dieron, está esperando de mí una reacción parecida al provocarme con acusaciones que me volverían una persona mentalmente enferma, de buscar hacer algo íntimo lo que por años he reconocido como un vínculo de abuso. —¿Por qué querría mantener la relación con un hombre que abusa de la violencia para marcar sus puntos?— respondo, en un tono impasible que estoy segura no estaba esperando, al conocer de mis reacciones abruptas, y por si necesitaba un ejemplo de lo que estoy testificando, llevo una de mis manos a la tela superior de mi jersey para tirar de él hacia abajo y exponer la marca de una quemadura que todavía escuece. Recurrir al centro de salud hubiera requerido de explicaciones que no estoy por la labor de ofrecer, así que he tenido que improvisar en la cura y es evidente por el aspecto que tiene que todavía le queda mucho tiempo para sanar. No creo que la cicatriz que deje se asemeje siquiera a las restantes que tengo bajo la piel, porque esas, pese a ser invisibles, siguen marcando mucho más que cualquier herida física.

Te equivocas— digo al instante de escuchar como monta en su cabeza su propia versión de la situación —No hagas de esto un momento para señalar mis faltas, como ocurre siempre que tienes oportunidad, cuando yo he venido aquí a explicarte algo que es muy simple de entender desde la posición en que estás colocada. Te dije que no venía a ti como conocida del pasado, vine a ti como ministra, espero una respuesta acorde al puesto que se te fue otorgado, no un puñado de palabras escupidas que siguen alabando a una época en la que no tenías las oportunidades que tienes ahora. Pero ya veo que entre nosotras siempre existirá un vínculo de necesidad unilateral, y mientras que tú no necesites de mí no tiene caso buscar tu ayuda.— estiro la mano en su dirección al dar unos pasos para que me entregue los restos que quedaron de mi varita, que siguen en su mano y que espero a que devuelva —No malgastaré mi tiempo una próxima vez, no te preocupes— repito sus propias palabras con ahora sí, rabia.
Phoebe M. Powell
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No retiraré esa palabra— se lo aseguro, —porque es lo que tu padre fue— se lo reafirmo, por mucho que está claro que le molesta escucharlo, como si mis palabras hubieran vuelto a lastimar la inocencia infantil que ciertos adultos siguen conservando, ella incluida. Esa inocencia que lleva a que se haga difícil aceptar que dos puntos que creímos aislados, pudieran estar relacionados. —Si dijera que tu padre significó lo mismo que tantos hombres y también para los que trabajo en el presente, sería una injusticia hacia lo que compartimos y lo que me ha quedado de conocerlo— ese maldito día en que lo conocí, como el abogado al que podría decirle todas las verdades de mi familia y que culminó con el repudio de esta hacia mí, peor que cualquier repudio que pudiera imponernos el gobierno. —Por todo lo bajo, ruin y dañino que compartimos, tu padre se ha ganado ese título— porque se resume en eso, eso le da la categoría de amante en mi vida, el que haya dejado que volcara toda su mierda en mí y la mía en él, cuando se lo prohíbo a otros que están menos, igual o más trastornados que él. Porque sí, los hay más trastornados que Hermann.

Pero no lo escogí, no lo tomé del resto por creerlo especial, no lo escojo…— miro hacia el anillo que tiene en su mano, esa con la que también sostiene la espalda del niño que cobija, la mía está desnuda de ese tipo de alianzas, —escoger a alguien tiene otro significado y tú lo sabes— murmuro, —escoger a alguien quiere decir que seguirás unida a esa persona en cualquier tiempo, pese a la distancia, pese a no verlo, a no saber qué es de él, a si volverá— y no haces más que esperar, incluso cuando los latidos de un corazón que todavía siente se vuelven agónicos. Me habré quedado sin corazón, porque ya no espero. Clavo mis ojos en ella cuando se cree en la posición de ser quien me hace recomendaciones, como una vez yo las hice sobre aquel hombre que era un apostador del norte que se iba a los puños y que, por vueltas del destino, es su marido y padre del niño rubio que sigue aferrado a su madre. —Te agradezco el consejo, sea tu padre o cualquiera, siempre he tenido presente que las personas se manejan en juegos de poder. Todas, sin excepción—, también nosotras. —Cada movimiento, cada golpe que doy, cada movimiento que no doy y cada golpe que me reservo, también cada golpe en el que fallo, lo hago sabiendo eso.

Y sonrío, vuelvo a sonreír, cuando su respuesta a mis insinuaciones es fiel a lo que ha quedado evidente. Por mucho que su padre busque trastornarla, Phoebe sigue resistiéndose a entrar en sus juegos mentales, no digo que no lo haga, mientras su padre la aceche como un monstruo que se esconde en armarios, bajo las camas, en las esquinas de su propia habitación, ella se verá obligada a demostrar que tanto daño le permite causar. Mis palabras no tienen verdadero filo para dañar, apenas para darle un pinchazo que la haga reaccionar. Van hacia ella con la intención hiriente que ha conocido antes y de tanto sufrirlo, se ha vuelto hueco para mí. Fueron dichas desde el cansancio a que busque cómo mostrarse de esa misma manera hiriente conmigo, aunque no diría hiriente, procura molestarme, sacarme a mí de los límites de la racionalidad que dice venir a buscar para tratar algo de la agenda ministerial como la seguridad de un distrito. —¿Y no lo haces tú? No me creo que hayas venido a buscar a la ministra, no puedo creer que hayas pensado que sería a quien encontrarías— echo un nuevo vistazo a la quemadura que me enseña, que a mí me provoca ardor en la garganta al querer ir hacia quienes creen que todavía pueden seguir dejando nuevas marcas. —Haré que todo esto gire a lo personal, todas las veces que me busques o que yo te busque a ti, porque no somos desconocidas. Porque hemos vivido tantas jodidas cosas juntas, porque odiando lo que yo era, te paraste a mi lado y reconociste que era lo que te ayudaría a sobrevivir— digo, yo también hay un par de cosas que quiero escupir y en mi caso, ella sí es una de esas personas.

Estoy harta de una distancia que nos permita ir a cada uno por nuestro lado cuando no hacemos más que coincidir, me harté de dar vueltas alrededor de algo, yo no le temo al enfrentamiento— se lo aclaro, colocándome cerca de ella sin que sea una postura agresiva, —y no hablo de pelear, hablo de que seamos honestos con las relaciones que nos unen. Soy tu amiga, Phoebe. Siempre he sido tu amiga. Pero ni siquiera se me pasa por la cabeza preguntarte si deseas que mate a tu padre, porque si incluso tu respuesta es sí, no es algo que tenga que hacer yo. Todo lo que pueda hacer como ministra seguirá siendo insuficiente a lo que ese hombre busca provocarte y lo que termina afectándote— me aparto de ella para ir hacia el sillón que ocupaba hace apenas unos minutos, en el que me permito tomar una honda inspiración que me calme, aunque no me engaño creyendo que hay alguna compostura o fachada que recuperar. —Todas las veces que hablo contigo digo todo lo que no tengo pensado decir, esta vez no puedo echarte toda la culpa, he tenido unos días— semanas, —complicados. Y tú también, deja un momento tu orgullo y toma asiento, al menos para que el mismo niño no se canse de estar prendido a ti. Si todo lo que buscabas era informarme como ministra que Hermann estuvo en tu casa, rompió tu varita y te atacó, puedas dar por hecho que activaré todos los protocolos formales y aburridos que sabes que no llevarán a nada. ¿Deseas esperar media hora aquí a que requisen tu casa como exige la burocracia o irás a servirle el té a esos aurores?— pregunto, tanteando la mesa para dar con el teléfono, que un patronus lo reservo para otros asuntos.
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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
Espero que sepas el precio que pagas por conservarle con ese título— se lo digo así, creo que estoy en posición de hacerlo por lo que me vale la experiencia. Mi madre también supo ponerle esa misma etiqueta a Hermann, su amor hacia ese hombre que se veía tan distinto del que es ahora la llevó a casarse y, años después de tener sus dos hijos, todavía no sabía que el precio que pagó iba a costarle demasiado caro. No supo ver entonces lo que verdaderamente era mi padre entonces, me niego a creer las palabras de mi hermano de que en esas épocas era un hombre bueno, severo, pero preocupado por su familia, yo siempre he creído que el monstruo que es ahora habitaba dentro de él mucho antes de colocarle un anillo a Penélope, esperando a ser llamado. También lo he creído para mí, pero en mi lugar ese monstruo no estaba dirigido a atacar a otras personas, era una sombra que esperaba a comerme a mí misma, porque le dejé por mucho tiempo, y es hoy que tengo que espantarlo para que no siga engulléndome, no me engaño diciendo que ya no podrá, si lo dejo no tendría la consideración que yo tuve con él por muchos años, no es una relación de simbiosis, temo que pueda dejarle ganar.

Y tiene razón, sí sé lo que es escoger a alguien, pero no me creo que sus palabras puedan venir de una comprensión que sé que no siente, no cuando no hace tanto de que se refiriera a mis decisiones como un salto al vacío, que ella no tomaría y dejó claro que no lo hará, ni ahora, ni nunca. Puede que le sea sensato hacerlo, no todas las personas pueden con el peso de esperar por alguien, de creer que volverá, el dolor termina por desgarrarte al perder la esperanza de que así será. Pero no pueden decirme a mí, a mí, que esperé por un padre que prefería verme muerta en una cuneta durante días en una carretera, muerta de frío y de hambre, que no tengo la paciencia para esperar, cuando en el fondo sigo siendo esa chiquilla parada al pie de una carretera solitaria a la espera de que alguien la regrese a casa. —Entre el juego del poder, y el de la supervivencia, no hay espacio para que puedas echar más de una carta a la vez, creía que eso tú lo sabrías mejor que nadie, pero supongo que terminamos por buscar cosas distintas— porque no sería la primera vez que cometemos el error de jugar una partida que no podemos ganar. —No me interesa el poder, me interesa sobrevivir, y no veo que esas dos cosas puedan ir juntas durante demasiado tiempo, es el error en el que suelen caer, que uno por creerse poderoso piensa que tiene toda clase de protección, cuando no hay nada mas fácil que disparar a alguien que se encuentra en la cima, porque está solo— planteo mi visión de ese tablero en el que se andan disputando las batallas, suficiente tengo con lidiar con las mías, como para preocuparme por pelear por un poder que no es sostenible en el tiempo.

De no estar donde estás, de no ser tú la ministra, si fueras todavía una jefa de escuadrón, ¿de verdad crees que hubieras sido la persona a la que hubiera recurrido para contarle esto?— si no quiere verlo como que he acudido a ella por eso, se lo hago ver de esta manera que la coloca en una posición diferente a la de ahora. —Sí, me ayudaste a sobrevivir, me mantuve a tu lado porque me ofreciste la mano que muchos soltaron, pero en el proceso también la arañaste, subestimaste ese vínculo que nos unía por necesidad y que se convirtió en confianza con los años— porque confié en ella, confiaba tanto como para ser la persona a quién recurría si tenía un problema —, me hiciste daño con tu mezquindad y egoísmo, al ofrecerte la visión de que un día me marcharía, hiciste lo que creíste conveniente para mantenerme a tu lado, y lo conseguiste, incluso rota, seguí de tu lado.— pierdo el tiempo al narrar lo que las dos conocemos, cómo nunca fue su intención sacarme de la miseria al mundo de los vivos, solo arrastrarme de un basurero a otro. —¿Y todavía puedes decir que fuiste mi amiga?— le hago ver lo inverosímil que suena eso, cuando la definición que se me viene a la cabeza para ese término no incluye el engañar y lastimar a quien consideras tu amigo. —¿De verdad me considerabas una amiga, no una aliada?— la corrijo. —Ser tu amiga habría incluido estar en las mismas condiciones,  cuando no lo estábamos, no estábamos ni de lejos en el mismo escalón. Porque yo siempre te vi como una mentora, no como una amiga— de haberlo sido le hubiera contado antes del hombre con quién me acostaba, que ha terminado convirtiéndose en mi marido, en su lugar acudí a ella cuando la consecuencia ya la estaba sufriendo, como suele ocurrir en cualquier relación de ese carácter y por poner un ejemplo de los muchos otros secretos que me reservé de ella, porque sabía que de hacerlo me pondría mala cara.

No le desearía la muerte a mi padre— contesto a esa insinuación que hace sin plantearse siquiera si es lo que quiero, lo asume como asumió otras cuántas cosas de mí y, por sorpresivo que pueda caerle, se equivoca de nuevo. —No querría que lo mataras porque antes preferiría que se pudriera entre rejas por el resto de su maldita vida, que enloquezca por el paso del tiempo sin que pueda percibir la luz del sol por la rendija de la ventana, y que le carcoma la culpa si es que no supiera ya que es un sentimiento que está lejos de poder padecer, que muera solo, eso es lo que quiero— remordimientos debe de ser una palabra inexistente en el diccionario de mi padre, como para no saber cómo se siente cuando te quema el pecho y una fuerza superior te aplasta los pulmones, impidiéndote respirar. La sigo con la mirada al tomar asiento con actitud exasperada, si hago lo mismo segundos después de que lo diga es por el bebé que sí parece cansarse de aferrarse al jersey que uso pese a ser verano, para ocultar la marca ardiente bajo la tela. Coloco al niño sobre mis piernas, pasando una mano por su cabeza para apartar a un lado el pelo rubio que le cae por la frente, tanto él como yo no perdemos ni un segundo de vista la figura que tenemos delante. La escucho decir que no tiene caso armar una denuncia, como si no lo supiera ya de antemano, cuando el hecho de ver que toma el teléfono para hacer algo no produce ningún cambio en mi expresión y desde luego no se deshace el nudo en mi pecho que creí que desaparecería al verla reaccionar. Debe de ser porque en el fondo sabía que venir hasta aquí exigiendo una actuación por su parte no llevaría a nada, no me haría sentir más segura y no pondrá a mi padre detrás de barrotes —Dime qué hacer, si dices ser mi amiga, dame una solución que sí evite de verdad que Hermann Powell interrumpa en mi vida y en la de mi hijo, dime qué tengo que hacer para mantenerlo lejos y asegurar que no vuelva a ponernos una mano encima— pido.
Phoebe M. Powell
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Estás confundiendo el poder del que hablo con poder político— la corrijo, porque si cree que poder y supervivencia corresponden a campos distintos en los que nos movemos, nada de lo que pude mostrarle en el norte sirvió para enseñarle algo de provecho. En cada una de las relaciones, en los contactos ocasionales, cada vez que estrechamos manos, cada vez que metimos nuestras manos dentro de ciertos bolsillos y cada vez que miramos a los ojos a otro repudiado, se trató de disputa por el poder para poder sobrevivir. —Tu y yo, ahora mismo, estamos en un duelo de poder. Tú y tu padre, tú y tu hermano, tú y toda la gente de la que te apartas por querer mantenerte al margen, todo el tiempo estás tratando de conquistar poder para ti— suspiro con cansancio al tener que explicarlo, con el escritorio en medio de nosotras, no es a ella a quien veo, ni a ninguna de las personas que desde mi exilio al norte trató de doblarme, también su padre. No, solo veo al mío. —Y sí, ese poder frágil del que hablas es el que corresponde a estos lugares, a mayor exposición, más precisa será la bala o el hechizo que nos alcance— incluso sonrío al darle la razón, no me cuesta nada tener que reconocer que está en lo cierto así como tampoco contradecirla cuando no creo que lo esté, en este eterno tira y afloja en el que si estamos disputando por poder, no sé realmente que busca ella más que dejar asentada la denuncia de que un enemigo del gobierno estuvo en su casa.

Phoebe— uso su nombre para imponer su voz por encima de los reclamos que hace a mis malos tratos, —¿cuánta vida has vivido y que tanta inocencia inútil conservas en ti para reclamar que una relación no se mantuvo en la pureza que esperabas? ¿Cuál de todas las relaciones que estableciste puedes decir que se mantuvo alejada del acto de causarte dolor? ¿La que tienes con tu familia recuperada? ¿Tu hermano? ¿Tu sobrina? ¿Tu marido?— echo una mirada a su hijo, no es amor lo que sienten cuando no tienen consciencia de amar. Ensancho mi sonrisa desganada, el agotamiento que viene después del hartazgo. —Está claro que tú también has definido nuestra relación, consideras solo lo malo porque no tienes interés en ver si hubo algo bueno. Siempre, al final de todo, elegimos a quienes amar y a quienes odiar, no por sus acciones, sino por nuestra voluntad— murmuro en voz baja para mí. —Todo, todo, todo lo que me reclamas…— cierro mis ojos por un momento, —escúchate por un momento, escúchate tus palabras. Tú me usaste a mí. No cabe en ti pensarnos como amigas, como mucho en aliadas, entonces aun diciendo que estuviste en una posición inferior a mí… Phoebe, ¿te escuchas? Estabas conmigo porque te convenía, desde tu propio interés mezquino, como el conejo que se esconde detrás de las patas del lobo que sabe que no va a comerlo…— lo vuelvo a hacer, con los ojos cerrados puedo verme en la cama de mi madre enferma pasando las páginas con ilustraciones de los cuentos, de ahí me habrá quedado el gusto por las metáforas. Había una vez un conejo que quedó atrapado entre las garras del lobo, los otros conejos huyeron, cerraron sus ojos… porque el hambre del lobo hay que saciarlo, recuerdo los rojos y asustados que eran los ojos de aquel conejo cuando la sangre manchó su pelaje blanco al hundirse los colmillos donde se percibía el latido de su corazón… lo recuerdo, lo recuerdo tan bien.

Por eso necesito que se lleve su pensadero de una vez, aun sin recorrer recuerdo, la sola presencia de ese objeto hace que entre mis pensamientos se vayan deslizando memorias cada vez más nítidas y no es algo que mi mente pueda tolerar, divago en mis comentarios y mi quiebre nervioso es evidente. Froto mis sienes con las puntas de mis dedos mientras sigue hablando de su padre, lo curioso es que comprende el sentimiento de verdadera justicia que encierran sus palabras al decir que lo quiere tras las rejas, es una situación que alcanzo a imaginar entre ella y Hermann. Pero si me preguntara a mí, como finalmente lo hace, tengo una única respuesta, que no es para ella, sino para mí. Por eso no contesto de inmediato, reconozco que mi respuesta sería incorrecta para ella, suspiro porque está buscando en mí la falta de una, ya que todas son insuficientes o inválidas. —Mátalo— susurro, —mi consejo de amiga, hija, madre, es que lo mates— reposo mi frente sobre la palma de mi mano al hincar el codo sobre el escritorio. —Pero no lo harás, así que como ministra te diría que busques un lugar seguro como la casa de tu hermano, el tiempo que nos demoremos en atraparlo. Lo haremos, en algún momento, solo no esperes que tu problema de la vida te lo resuelva esta noche— giro de nuevo el tema al terreno personal, porque la figura de su padre y la figura del terrorista de Neopanem se conjugan en un solo hombre, así que no puede venir a plantear quejas como ciudadana indignada de Neopanem a una ministra, fingiendo que no es algo que también invade lo personal, no cuando se trata de nosotros tres en la misma ecuación, aunque el resultado no cambie. Lo mataría si tuviera la orden explícita de matarlo, pero miro mis manos y sé que no es algo que me corresponda a mí, no hago justicia, solo vivo la guerra. Y la guerra no es vida y muerte, solo poder. El tira y afloje del poder, que a la larga cansa. —Estás a unos pasos de la casa de tu hermano, ¿por qué no pides a los elfos que te dejen quedarte?— le sugiero, viendo al niño acomodado sobre sus piernas. —Yo iré con los aurores a requisar tu casa— digo, con tal de desprenderme de toda la histeria atrapada en estas paredes que a cada día que pasa las noto resquebrajarse como si fueran a caer sobre mí. —Traté de cuidarte— murmuro, sabiendo que estoy hablándole a un retrato que me mira, me escucha y no asimila lo que le digo, siempre estoy hablándole a un retrato pintado. —Damos a otros lo que tenemos, también cuando tratamos de dar algo bueno, esto va contaminado de todo lo que somos. Tanto, que a veces no llega a ser recibido como algo bueno. Solo quería que lo sepas, aunque no lo entiendas.
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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
Sigue siendo extraño para mí escucharla usar mi nombre real, no que el segundo no lo fuera en ningún momento, pero siento que Mae hizo alusión a una vida que ya no llevo, que dejé atrás y con ella también a Rebecca, que me llame por Phoebe es suficiente, no el hecho de estar sentada en un despacho que le corresponde, para recordar que algunas personas están simplemente destinadas a toparse en distintos momentos de la vida. Si alguna vez llegué a pensar que por decir un adiós sería la última vez que me encontraría con dicha cara, estaba muy equivocada, porque no hay nada peor que los lazos estrechos que siguen tirando de los extremos hasta juntarse de nuevo, muchas veces inconscientes. —No sé de qué inocencia estás hablando— la corto ahí antes de que pueda llegar a la conclusión con la que justifican todos mi comportamiento estos días —, si me consideraste ingenua en su momento es algo de lo que no puedo culparte, porque lo fui, y por mucho tiempo, pero te aseguro que no es precisamente inocencia de lo que reboso estos días.— contesto, que no creo que la visita de mi padre haya servido para otra cosa más que para recordarme que fue quién me despojó de ella en primer lugar, su reciente aparición revuelve entre mis memorias para hacerme sentir precisamente eso, que me ha arrancado parte de quién soy y que pasará un tiempo antes de que vuelva a sentirme como hace unos meses, cuando todo todavía parecer estar en una pieza completa, y ahora, poco a poco, los trozos que fui pegando con los años están volviendo a romperse.

Pero tienes razón— no es lo que vine a discutir en el día de hoy, de entre todos mis problemas este es al que menos atención le presto, como para mostrar una expresión diferente a la de un rostro de facciones endurecidas. —, no soy mejor que nadie que haya vivido o siga viviendo en el norte, también fui mezquina, busqué tu compañía y me vi favorecida de ella por mucho tiempo, pero no lo hagas ver como si tú no te hubieras aprovechado tampoco, porque lo hiciste. Si de verdad me considerabas tu amiga, ¿me hubieras dejado marchar? Si de verdad me valorabas lo suficiente, como para poder arreglártelas sin necesitar de mí, ¿habrías hecho lo que hiciste?— la miro, sin apartar un solo segundo mis ojos de los suyos, ella sabe bien a lo que me refiero —¿Cuál fue la primera razón por la que escogiste tomar una decisión por mí: porque querías ahorrarme un sufrimiento o porque, en el fondo, sabías que me alejaría?— porque lo hubiera hecho, no voy a negarlo y ella lo sabe, me hubiera ido con el bebé, de haberlo tenido, no hubiera permitido que viviera en miseria, incluso si eso significaba tener que arrastrarme por los callejones más oscuros del norte con tal de darle una vida digna. Desde esta posición puedo ver que esa decisión hubiera sido temeraria, demasiadas variables que, con el tiempo, me hubieran costado demasiado controlar, pero aun así, era mi decisión y, como muchas otras, fui aislada de ella. —No te odio, Rebecca, lo creas o no, no lo hago, te resiento, pero no te odio, y eso no es por voluntad propia, porque si lo fuera, sí te odiaría, son tus acciones las que desprecio— no todas, pero eso no es algo que vaya a decirle en voz alta. —Salvaste mi vida al sacarme de basureros y de convertirme en una diversión para otros, pero me quitaste otra vida. Algunas acciones pesan más que otras, y no tenemos voluntad sobre ellas, para personas como tú y como yo, las malas memorias siguen siendo lo primero que recordamos de aquellos que nos hicieron daño, y que siguen en nuestras vidas.— mi padre dicen que también fue un hombre bueno, también me cogió en brazos y me enseñó a caminar, pero luego me soltó en la calle para que caminara sola. No está en la naturaleza del lobo perdonar la vida de una presa, el conejo lo sabe tanto como él, no se esconde detrás de él porque cree que no va a comerlo, se esconde en su sombra hasta que tiene la oportunidad de escapar y entonces pueden ocurrir dos cosas, el lobo lo descubre y lo mata, o el conejo huye a tiempo. Generalmente suele ser la primera opción.

No flaqueo en mantener la nula emoción en mi rostro, ni siquiera cuando su propuesta sigue siendo la de asesinar a mi padre. Tarda poco en aparecer con una segunda solución que me recuerda uno de los puntos que también tenía que tratar antes de marcharme. —No— digo —, los elfos domésticos informarían a mi hermano y lo alertarían de que algo pasa, no quiero ser la culpable de estropear sus vacaciones con asuntos que tampoco va a poder arreglar, como bien has dicho, mi padre no va a ser atrapado en el transcurso de una noche, seguiremos durmiendo en el hotel— informo por si no lo había dicho antes, en caso de que necesiten los aurores de alguna llave mientras revisan la casa, no tengo ilusión tampoco por regresar a dormir dentro de esas paredes después de lo de Hermann   y apuesto a que cuando no tenga otra opción seguiré durmiendo con un ojo abierto, si no son los dos. —Agradecería que pudieras mantener el encuentro con Hermann lo más discreto posible, no quiero molestar a mi hermano, pero tampoco deseo que se entere por otros medios, yo se lo contaré cuando crea conveniente— por el momento esa opción queda descartada. A su confesión repentina tampoco cambio la expresión en mis facciones, pero de alguna manera mi voz consigue teñirse de un carácter más suave, incluso cuando pretendo evitarlo. —Lo sé— creo que a estas alturas he podido llegar a esa conclusión —, pero en ocasiones, aun teniendo buenas intenciones, seguimos haciendo daño— hablo en plural, porque me siento cómplice de ese defecto, también hice daño a personas por querer tener buenas intenciones con otras, sé de lo que hablo y no pretendo hacerme ajena a ello —, llegados a ese punto lo único que podemos hacer es pedir disculpas, esperar a ser perdonados, y si nos cansamos de esperar, vivir sabiendo que hicimos nuestra parte. No es algo que vaya a exigir de ti, no hay nada más falso que una disculpa vacía— concluyo, no lo haré sabiendo que una disculpa no es algo que voy a recibir de ella, no cuando no la siente ni cree que haya estado en el error, por eso creo que siempre seremos dos personas resentidas la una con la otra.
Phoebe M. Powell
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Invitado
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Lo único que quiero hacer ver— suspiro, —es que aunque no nos hayas visto en igualdad de condiciones, tampoco es cierto que estuvimos en posiciones en las que me abusé de ti. Mis maneras no habrán sido las amables, nunca, lo que no quiere decir de que a mi modo no busqué un beneficio que era real para ambas— en serio, procuré que tuviera una vida a mi lado mejor de la que tendría a la deriva como vagabunda del norte, me sentí responsable de ella, aunque nunca lo admitiría porque suponía una solidaridad que en la práctica mezquino, no la sostengo con cualquiera, no creo que cualquiera lo merezca. Creo que muchas personas pueden, en lo más bajo que han caído, volver a levantarse, no tengo por qué echar un vistazo por su suerte, ni mucho menos interferir. Me ha quedado como enseñanza de la vida que la intención de ayudar, puede ser también un daño a la otra persona, es de lo que está hablándome Phoebe, ¿no?

Te quería ahorrar un sufrimiento, tampoco quería que me dejaras. Somos humanos, sentimos varias emociones a la vez, somos una contradicción de sentimientos respecto a cualquier cosa que nos ponga en un dilema. No pondré ahora por delante la intención de librarte de algo que te haría infeliz, cuando recuerdo que en ese momento también me asustó sobremanera la idea de quedarme sola— le soy honesta, ese es el problema en todo esto. Siendo honesta, nunca digo lo que la gente espera escuchar, no digo las mentiras que quedan bien y dan gusto de oír, esto es lo que soy y por adelantado hay quienes decidieron que nada de lo que salga de mi boca bastará, que al final de cuentas, sus vacíos tienen nombres de otras personas. Pese a la compañía de años de Phoebe, tal vez sea el momento de reconocer que no era lo que necesitábamos, ni lo que nos haría bien, por eso esta rabia, porque quizás no debimos coincidir. Por ausencia de otras personas, nos encontramos, ojalá no hubieran estado ausentes, entre nosotras solo hubo daño. La miro cuando dice no odiarme a mí, sino a mis acciones, tomo consciencia de mis manos, sin verlas, siento la suciedad en sus palmas y no por los asesinos que pude haber cometido, esas son las faltas menores por tratarse casi siempre de personas que desconocía, con las que no compartía ningún vínculo que agravara el crimen. Las mentiras que dije, los engaños que monté, las manipulaciones y el maltrato que usé para protegerme a mí misma.

O puedes ir con la abuela de tu hijo, ¿no?— también sugiero, para sacarla de esa manía que conozco bien de querer aislarse, cuando ella sí tiene quienes podrían cobijarla. Pero no quiere, no quiere importunar a nadie, el único del que aceptaría ayuda es de su marido y no está. De mí solo depende una discreción que se la prometo con un asentimiento de cabeza, me he quedado sin fuerzas al tratar de llegar a ella para hacerle ver que podría contar conmigo si quisiera, vuelve a golpearme el pensamiento de que es lo mejor, que el hará más bien que mal seguir sosteniendo esa postura terca hacia mí y que en realidad es un error querer demostrarle que podría sentirme de una manera distinta ahora, de lo que podría haber sido cuando estaba en el norte. Porque a oír sus últimas palabras me doy cuenta de algo que me provoca desasosiego, me hace ver lo grande que es el abismo que estoy pisando y es bueno que lo vea, que lo reconozca antes de aventarme a este como planeé hacerlo. Más que una disculpa vacía, lo peor es una disculpa honesta que la otra persona pueda tildar de vacía y falsa, así que lo sostengo la mirada al murmurar esas palabras. —Lamento haberte retenido a mi lado cuando era alguien que no tenía nada bueno para darte y que te haya obligado a permanecer quitándote razones que podrían haberte alejado— murmuro, —y espero que algún día, no ahora, puedas perdonarme aunque creas que esto no es más que una disculpa vacía, cuando en realidad es solo una que llega demasiado tarde— musito, bajo mi mirada hacia el niño que tenía con ella, uno que sí nació. —Busca ayuda, Phoebe. Busca ayuda donde sí puedan cuidar de ustedes, hazlo antes de perder la voz o de olvidar cómo se pide ayuda. No tienes por qué hacerlo sola— esto se lo habré dicho en algún momento cuando nos conocimos, y se siguió sintiendo sola, yo también volví a quedarme sola, como la cosa más odiada y a la vez a la que volvemos a acudir, una y otra vez.
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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
Te creo— por extraño que pueda parecer después de la propia experiencia, no considero a Rebecca una persona mentirosa, cuando nunca tuvo problema con señalar mis faltas e imponer su opinión sin preocuparse por endulzar sus palabras primero, y por eso de la honestidad al decirlo sin que se mueva una sola facción de mi rostro —Pensaste que tus formas me ayudarían a forjar el carácter que me faltaba para sobrevivir en el norte, incluso cuando no eran las mejores...— porque no solo tomó decisiones por mí, me gritó a la cara lo que consideraba que estaba peor conmigo, fue dura con sus críticas creyendo que me facilitarían a la hora de devolver los insultos, cuando lo único que consiguió hacer fue volverme más consciente de mis propios errores y de mis defectos, esos que sigo arrastrando porque ninguno de sus golpes fueron suficientes, como tampoco lo fueron otros y la raíz de todos mis problemas es esa, que no sé llegar al momento de decir basta, trago y trago hasta que un buen día me ahogue o arrastre a todo lo que se encuentra cerca. Y es que ha llegado ese punto en mi vida, en que dudo de lo que estoy más cerca de cumplir, si debería soltarlo ahora que puedo poco a poco, o si ya es demasiado tarde para eso. No sé si a la larga me estaré haciendo más daño a mí misma o a los que están a mi alrededor con ello.

Tengo mis ojos posados sobre los suyos, pero mi análisis va más allá de lo que pueda expresar su mirada, con sus palabras reconoce lo que ya sabía, pero es distinta la sensación que me invade cuando lo admite. —A todos nos da miedo el quedarnos solos— lo cual no justifica ninguna acción, si lo digo es precisamente porque trato de comprenderlo desde su punto de vista, desde el mío pienso que nunca podremos llegar más allá de lo que hemos llegado hoy. Creo que sé bastante de lo que es encontrarse solo, cuando es el sentimiento del que primero me hice amiga, y es esa estrecha relación de confianza con algo que conoces desde que eres pequeño que en el futuro te impide soltarlo, porque es lo primero que te agarró de la mano y a lo que terminaste acostumbrándote. No importa lo mucho que insistan en que no estás solo, que tienes gente a tu alrededor, por supuesto que eso lo sabes, pero sigue siendo extraño a tus costumbres, no son cambios que puedas hacer de la noche a la mañana. La mayoría no lo entiende, te hacen culpable de no querer cambiar, de no hacer los esfuerzos suficientes y de ser quién elige encontrarse solo. Si solo supieran de lo que hablan, ni ellos se cansarían de ejercer presión sobre nuestros hombros por mejorar, ni nosotros nos sentiríamos culpables por no llegar a cumplir con sus expectativas.

Lo pensaré— se lo concedo, aunque en mi cabeza ya conozca la respuesta a esa propuesta. Eloise sigue siendo una persona con la que tengo que reservarme de algunas cosas, puede ser la abuela de Hayden y puede que en este último tiempo haya demostrado que sí quiere ser partícipe de la vida de su nieto, pero no pienso que tenga la confianza suficiente con ella como para auto invitarme a su casa. Con eso dicho y las cosas claras, tomo a mi hijo por debajo de sus brazos para cargarlo entre los míos en lo que me pongo de pie, dedicándole una última mirada persistente a la ministra al no esperar recibir de ella algo tan parecido a una disculpa como eso. —No esperes a pedir disculpas, si de verdad es algo que sientes y no las crees vacías, porque si bien dicen que es mejor tarde que nunca... personas como tú y como yo sabemos que las personas se van, no se quedan esperando por nosotras, no se quedarán esperando por una disculpa— y no lo digo por mí, de mí ya quedó claro que soy de las que se quedan, lamentablemente cuando todos parecen escoger un camino diferente, se lo dejo como consejo para aquellos que sí puedan hacer una diferencia con ella. Así como ella me da el consejo de buscar ayuda, yo le doy ese, aceptándoselo con un movimiento de cabeza que sirve como despedida cuando cargo con el niño para marcharme.
Phoebe M. Powell
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