TEMAS
Hasta ahora he tenido días normales de trabajo en el distrito 2 y ocasionalmente en el Capitolio, pero hoy me encuentro en el distrito 12. Tengo apenas unos meses siendo parte a tiempo completo del escuadrón de aurores pero debo admitir, es más cansado de lo que esperaba. Sí, durante el tiempo que estuve en la escuela había clases que se me dificultaron, e incluso tuve problemas a la hora de practicar duelos mágicos, pero no pensé que habría tanto movimiento. Aunque es de esperarse, con todo lo que pasó en el distrito 9 y los altercados que hay por parte del bando de Hermann una no puede tener paz. En resumen, es una mierda, y por lo mismo nos han mandado a hacer retenes y revisiones en los distritos del norte. Es una lata y nadie aquí le tiene especial aprecio a los aurores, pero además de miradas mal intencionadas, no se atreven a hacer nada.
Nos hemos dividido los distritos e incluso el grupo que vino al 12 se partió para revisar este sitio más rápido. Las condiciones en las que vive la gente de aquí son impresionantes. Y no en el buen sentido. Me revuelve el estómago sólo de verlo y por un momento me siento agradecida de vivir en el 2, no volveré a quejarme. O tal vez sí. En fin. Me ha tocado estar emparejada con un auror años más grandes que yo. No tengo idea de qué se supone debemos buscar, sólo es algo como pasearnos por las afueras del distrito cuidando el lugar y revisando la entrada de personas "sospechosas". Así que es lo que hacemos. Para mí todos se ven demasiado sospechosos, pero sólo detenemos personas aleatoriamente pidiendo identificaciones y permisos. Cosa que no tarda demasiado, porque no parece haber mucha gente interesada en ingresar al distrito, y no los culpo.
Después de un rato mi compañero decide que es mejor dividirnos, así que termino haciendo mi ronda sola, recorriendo los terrenos exteriores. Pasa un rato antes de que note una silueta a lo lejos que se ve indecisa en entrar o no. Me toma una aparición y unos pasos más acercarme con la varita en mano. El uniforme me delata y creo que definitivamente no hacen falta presentaciones. — ¿Dando un paseo por el norte? — Pregunto alzando las cejas para que note que estoy detrás de él. — Como sabes son tiempos complicados, no puedo dejar que ingreses así como así al distrito, ¿Tienes alguna identificación? — Pregunto tajante, mirando de arriba a abajo al desconocido.


Las caras anónimas son las que busco cada tanto, como si guardaran las pistas de las respuestas que no puedo encontrar, como si una puesta al lado de la otra fueron formando un mapa que me dice dónde encontrar lo que quiero hallar y en estos meses, luego de que mi abuelo se suicidara en el último Coliseo, es fuerte el deseo de saber qué fue de mi abuela muggle. Por eso vuelvo a desaparecerme cada vez que puedo y mi ausencia no se note, para regresar a los lugares que trabajando para la Red Neopanem, aprendí que pueden escucharse cosas si uno tiene los oídos atentos. Me entretengo jugando con algunos dados y usando un trago como fachada porque nunca llego a beberlo, mientras presto atención al relato que me hace un viejo sobre la huida de los esclavos cuando se quemó el mercado hace unos buenos meses. Siempre es el mismo relato, pero en el norte son más precisos en los rumores de dónde se escondieron o si acaso siguieron de largo a la frontera.
Suelo mantenerme en los asentamientos más alejados del centro de cada distrito, donde tengo entendido que los aurores marcan más su presencia, en especial si se trata del mercado negro donde siempre hay miembros de seguridad regulando el tráfico. Por eso el uniforme de auror que veo al girarme me toma desprevenido, siempre puedo decir que soy uno de los muchos civiles del Capitolio que se dan sus escapadas al distrito doce por lo que puedan comprar allí. —De hecho, me estaba yendo— comentario que no creo que me libre de tener que revisar mis bolsillos hasta dar con mi identificación que me señala como residente del Capitolio. Quién sabe de dónde saco la tranquilidad con la que espero las preguntas de rigor, seguro de que también puedo salirme de esta. —¿Eres nueva en el escuadrón? No creo haberte visto antes— comento, trato de conocerlos a todos, más aún a los que están del lado del ministerio que es donde me muevo ahora, por contradictorio que sea al lugar donde nos encontramos. —También trabajo en el ministerio, descuida. No vine aquí a participar de ninguna revuelta— lo peor de mentir así, es que estoy seguro que mi cara no demuestra lo contrario.

— Bien, si no es por una revuelta no te molestará contestar un par de preguntas. Ya sabes, preguntas de control básicas, no podemos tener tratos especiales, o si no todos querrán ingresar y salir del distrito como si nada. — Falso. He visto a muchos aurores hacerse de la vista gorda cuando hay algo de por medio para ellos, o cuando saben que les conviene más alejarse. Cosa que me hace sentirme un poco nerviosa por dentro, ¿Estará bien que me meta con alguien que trabaja en el ministerio en lugar de dejarlo ir? ¿Podría esto generarme algún problema? Supongo que lo descubriré luego. Porque si hago enojar a alguien del ministerio no pararé de escucharlo por parte de mis padres. De todas formas, me parece en exceso extraño tener a alguien del Capitolio, más aún del ministerio, por aquí, a menos que su trabajo lo reclame.
— ¿Qué tipo de asuntos trataste en el distrito? — De nuevo, no conozco a nadie del Capitolio que venga voluntariamente a un distrito como el 12. Todos tienen el dinero suficiente para no necesitarlo y para ni siquiera molestarse en salir de la burbuja de lujos en la que están. No es que pueda quejarme mucho tampoco, mi familia nunca ha carecido de estos. — ¿Qué trabajo desempeñas en el ministerio? ¿También eres parte del área de defensa? — Al menos eso último explicaría cómo pudo adivinar que era nueva en el escuadrón de aurores, pero no del todo el por qué de su visita aquí, el grupo que tenía que venir se dividió ya y no mencionaron a nadie externo.


Cuadro mis hombros y me cruzo de brazos para indicarle con un movimiento de barbilla que puede empezar con las preguntas de rutina. —Claro, responderé lo que quieras saber, las compras en el mercado negro son un crimen menor y nadie hace problema por eso, de hecho no compré nada así que… ¿solo por dar un paseo podría tener problemas?— inquiero. Ya, que ni siquiera ha comenzado con las preguntas que estoy arrojándole mis argumentos de inocencia. No sé bien aún como definir el límite de lo que puedo decir de antemano, sin que parezca que estoy escondiendo algo, como resulta ser al fin y al cabo. Pese a que la razón que me trae al norte no guarda relación con el grupo de rebeldes del distrito 9 ¾ , no quiero ser de esos casos que conozco de personas a las que se inculpó por un crimen mínimo a falta de pruebas para otros más graves, pero una cosa siempre lleva a la otra y como todo está encadenado, se termina sabiendo.
Trago aire por la boca antes de contestar, solo para demorar el darle una respuesta mientras está a la expectativa. —Estoy buscando a mi abuela— contesto, ¿por qué no decir que vine a comprar hongos, eh? O pócimas, alhajas baratas, algún libro, que me echaran una tirada de cartas. Porque las mentiras necesitan de la verdad, no deben reemplazarla, deben armarse a partir de esta. —Es squib, fue repudiada por su familia hace mucho, estaba tratando de dar con ella— y así, me guardo el detalle de que es humana. —Soy secretario en el departamento de Justicia— contesto a esto con una seriedad que pierdo cuando me pregunta si pertenezco a Defensa y tengo que echarme un vistazo a mí mismo. —No, para nada. Tengo gente cercana que trabaja ahí. ¿Cómo te llamas?— pregunto, aunque ni pienso ir a darle su nombre a Alecto para ponerla al tanto de que me pararon fueran del distrito doce.

Vuelvo a arquear las cejas en cuanto suelta todas las excusas y no puedo evitar ladear un poco la comisura de mis labios, divertida, pero sin expresarlo del todo. No sé si es mi impresión, pero a mí me parece un poco nervioso para alguien que sólo pasó por este lugar y no tiene nada que esconder. — Nadie se mete en problemas sólo por un paseo, sólo tengo que revisar unos datos para estar con la tranquilidad de que todo está en orden. — Le respondo neutralmente, si es del ministerio se meterá en menos problemas que algún civil cualquiera que quisiera conseguir pócimas especiales en el mercado negro. — Como mencionaste soy nueva en el escuadrón así que no puedo darme el lujo de cometer ni el más pequeño error. — Esta vez uso un tono de inocencia falso, no tiene nada de malo ser novata, pero por algún motivo eso me irritó un poco.
Lo escucho con calma evitando hacer cualquier expresión y cuando acaba asiento con la cabeza. — ¿Squib? — Pregunto. En cuanto a mí respecta los squib están apenas un poco arriba que los sangre muggle, que al menos ellos si tienen linaje mágico, tampoco me encantan, claro, pero intento que eso no afecte mi trabajo. — Asumo que no la encontraste entonces, mala suerte. — Esta vez no hay sarcasmo ni intento decirlo de mala forma, pero me encojo de hombros. — ¿Tienes algún nombre? ¿De tu abuela? Tal vez pueda checar algo al respecto. — No es como que quiera investigarlo y tampoco pretendo ir a preguntar por ahí, pero no está de más. Antes de que pueda responder vuelvo a hablar. — Probablemente nos veamos pronto entonces, en el ministerio. Mi nombre es Raven Maksimov, tú eres David, ¿No? — La pregunta sale sobrando pues ya he visto su identificación pero me da igual. — ¿Vienes muy seguido al norte, David? No te lo recomendaría, aunque tu abuela viva por aquí, son tiempos difíciles. — Algo de conocimiento general. — Con todo lo que está pasando gente que pasea así como tú levanta banderas rojas, no es normal encontrar a alguien del Capitolio aquí, y tampoco es bien visto por la gente del lugar, puede ser peligroso. — Siempre hay patrullas de aurores cuidando pero el ambiente ha cambiado, uno puede esconderse y disfrazarse, pero la mayor parte del tiempo hay algo que nos delata como foráneos. No es algo novedoso, las personas de aquí no pertenecen en la burbuja social que se ha formado más hacia el sur. Hago un movimiento de hombros y me quedo esperando su respuesta, me sigue haciendo ruido que esté aquí pero parece tener respuesta para todo.


No se me escapa el tono que usa para referirse a los squibs. ¿Debería sorprenderme siendo una auror? Diría que no, son necesarios ciertos pensamientos alineados para que la fuerza de pelea del gobierno funcione como un mismo cuerpo, pero nunca he generalizado diciendo que todos piensan igual, hay quienes son más moderados o menos explícitos en su desprecio, eso tampoco me ha hecho ciego a saber que hay quienes lo tienen más al borde de los labios. —El norte es grande, hay demasiados huecos donde buscar— comento al pasar por su comentario sobre mi búsqueda frustrada, y dudo, dudo en darle el nombre de mi abuela. Mentir es lo primero que se me ocurre hacer, no quiero que al preguntar, salte en algún registro que es humana, pero… no, un momento, quizás lo que necesito es que salte. Bien puedo luego decir que no lo sabía, que pensé que era squib, pero ella misma si al preguntar se entera que es humana, puede que se le ocurra buscarme para decírmelo. —Gillian Carraway, tengo entendido que vino para el norte cuando Jamie Niniadis asumió...— y ahí voy otra vez, jugando mis cartas de un modo imprudente, a veces el riesgo trae recompensa.
—¿Raven?— repito, doblo mi sonrisa hacia un lado, con ese gesto logro enterrar bajo muchos, muchos metros de tierra, el sentimiento que me puede provocar ese nombre y que llega como una punzada al pecho que dura solo un segundo. —No tienes cara de Raven, ¿no tienden a ser más oscuros? Eres el primer cuervo rojo que conozco— trato de que sea un comentario simpático, aunque por su actitud dudo que se lo tome como tal. —No, nunca suelo pasear por aquí— miento, ahora sí con descaro, —pero escuché de gente que lo hacía y mientras no ande diciendo por ahí que trabajo en el ministerio, salvo que sea una auror, no debería preocuparme de que me molesten. El mercado del doce existe porque hay gente del Capitolio que viene a comprar, el dinero no abunda en estos distritos, lo trae gente de los distritos del sur. Novata o no, ¿lo sabes, verdad?— pongo mi mejor cara de inocente, como haciéndole ver que está perdiendo el tiempo conmigo, cuando los tipos malos son otros. —Pero no negaré que estos son distritos violentos, por cierto, ¿no deberías hacer tu ronda con alguien más? ¿Qué si fuera alguien peligroso y te desarmara?— porque, vamos, mucha gente con cara de no romper un plato... luego quema alcaldías.

— Cierto. Tal vez pudo moverse de este distrito a alguno de sus vecinos. — Todos sabemos que los distritos del norte son complicados y están llenos de repudiados y muchas veces criminales, así que no es sorpresa que las personas que llegan a esconderse aquí no pasen demasiado tiempo en el mismo lugar. Puede incluso ser peligroso. No es el caso de todo el mundo, claro, muchos han desarrollado, de alguna manera, una vida aquí. Pero siempre hay demasiado movimiento. Cuando vuelve a hablar saco el teléfono celular de mi bolsillo para anotar en mi aplicación de notas el nombre que me proporciona. — Anotado, si consigo información acerca de tu abuela te lo haré saber. — Porque siempre puedo preguntar en un par de lugares acerca de esto.
— Es que estamos en peligro de extinción. — Respondo a su broma, aunque sin ningún tono ni gesto en particular, manteniéndome por completo neutral. Acto seguido escucho con atención la historia que cuenta, arqueando esta vez las dos cejas. — Claro que lo sé. — Mi comentario es escueto y mis labios están apretados. — Aunque eso es algo que no me toca tratar hoy, hay patrullas en el centro del distrito y por el mercado. — Y a mí me tocó el exterior. — No estoy sola, tengo un compañero. — Comento encogiéndome de hombros. Claro que mi compañero se fue hace un momento y debe estar a varios metros de distancia. — No es por nada pero no creo que pudieras desarmarme tan rápido. Ya sabes, reflejos de auror. — Le digo llevándome instintivamente la mano a la varita. — Pero no estamos en ese caso, así que no hay nada de qué preocuparse. — Claro que no lo es, trabaja en el ministerio. Pero aún así la tensión en mi mano no se suaviza. — Deberías ser más cuidadoso David, no es bien vista por aquí la gente del ministerio. Tanto por los habitantes, como por las mismas personas del Capitolio, podrían hacerse ideas equivocadas, sobretodo con lo sucedido en el ataque terrorista al distrito 9. —


—Gracias— suelto esa única palabra con un tono sorprendido, quedará esperar y confiar que por alguno de los lugares que voy dejando caer ese nombre, reciba una llamada que me diga qué fue de su suerte. Son lanzadas de dados al azar, en algún momento saldrá un siete, es la esperanza boba con la que me moví por el norte hace unos años y caí en un par de esas mesas, a las que ahora vuelvo y reconozco, porque el norte es eso, ciudades de recuerdos en cada calle, por las que tengo que aprender a transitar otra vez, con recaudo hacia los fantasmas, no a los repudiados. —Sí, lo sé— contesto cuando digo que son una especie en peligro de extinción, —mantente lejos del fuego por las dudas— esto es genial, sueno como un vidente falso del mercado, no porque lo que pueda ver a futuro, sino lo que proyecto desde el pasado. Y para colmo se lo digo a una auror, no son las personas que se abstengan de los peligros, esos de los que le advierto por estar sola en su ronda y me permito sonreír cuando declara que no estamos en esas de demostrar destrezas. —No, claro que no, no soy tan idiota— si me muevo como me muevo, por tantos lugares, es por el perfil bajo que me encargo de bajar aún más, así no llego a parecer la temida amenaza. —¿Hablas de que crean que vengo porque me relaciono con repudiados y rebeldes?— pregunto, poniéndolo en palabras con una cara de falsa incredulidad. —Es ridículo, tantas personas vinimos al mercado, que estoy seguro de que nadie en el Capitolio se salva de decir que conoce a alguien por estos lugares— sigo bordeando el tema, —nos estamos poniendo paranoicos de un modo innecesario, desconfiando de todo, que dentro del mismo ministerio haya interrogatorios cada tanto, un voto de confianza cada tanto no hace mal. Me considero alguien dentro del ministerio que está tratando de marcar la diferencia y hacer las cosas bien— y es en decir esto, que la verdad se vuelve relativa.

Hago apenas un movimiento con la cabeza para asentir cuando me da las gracias. No sé si es una muestra de buena fe por mi parte, o simplemente espero averiguar algo de él porque me sigue pareciendo sospechosa toda esta situación. Pero igual sé que preguntaré al respecto. — Nos veremos en el ministerio probablemente, si consigo averiguar algo te buscaré, David Meyer. — Le digo recordando el nombre que verifiqué en la identificación y me encojo de hombros cuando bromea. Aunque se me escapa una risa con satisfacción al escucharlo decir que no se enfrentaría a una auror. Supongo que sí intimido un poco. O al menos el título lo hace.
Aunque la expresión no me dura mucho, pues su incredulidad casi hace que ponga los ojos en blanco. Pero no lo hago. Sólo suelto un suspiro cansada y lo miro fijamente con los brazos cruzados. — Sí, esa puede ser una opción que no se descarta hoy en día. Han pasado muchas cosas, los terroristas que están con Ritcher hacen de las suyas en el 9, un distrito que nadie garantiza no intentará atacarnos nunca. — Es algo que todos sabemos, toda esta situación es una bomba de tiempo. — No tantas personas del Capitolio se asoman por aquí, aunque bueno, sí, es un buen lugar para conseguir algunas... cosas. — Aprieto un poco los labios entrecerrando los ojos. Me da bastante igual lo que hagan los demás o dónde compren mientras no ayuden a repudiados ni a criminales. Mucho menos si estos cumplen la característica de ser humanos. Pero la expresión se me relaja de nuevo con su siguiente frase, no porque me sienta apenada, sino porque no quiero problemas con alguien que trabaja, al igual que yo, en el ministerio. Y porque no tengo la energía para esto. — Tienes razón David, un poco de confianza no viene mal. Lo siento, no estaba diciendo que fuera tu caso, sólo mencionaba que alguien que no sea yo, claro, podría pensar eso. —


—Sí, lo entiendo, no lo tomo personal, sé que es tu trabajo— aunque esté mintiéndole en toda la cara, estas palabras que dejo caer son auténticas, es una gran ironía conocer a dos personas que llevan el mismo nombre, con vidas tan opuestas, todos dentro de esta maraña que es una lucha de bandos en la que también los que se paran en el medio siguen siendo parte, atravesados por las consecuencias de cada suceso. Recupero mi carnet de identificación para guardarlo, supongo que he pasado la inspección como para poder volver al Capitolio, aunque el encuentro no hace más que demostrarme que estoy derrochando tiempo en el norte, dando vueltas en círculos que terminan en este tipo de encuentros. —Y también sabes cuál es el mío, así que si algún día necesitas algo del departamento de Justicia, puedes buscarme y trataré de ayudarte— digo, así como ella se ofreció a buscar el nombre de mi abuela en los registros. —Lo bueno de reemplazar la sospecha por un voto de confianza, es que la otra persona puede llegar a ser alguien con quien contar—. Esto es querer hacer una montaña con granos de arena, algún día espero que se pueda entender que en vez de recelar de los otros y ver enemigos entre los cercanos, se pueda hacer amigos, cosas que no podría decir en voz alta porque ya bastante reproches tengo sobre lo que creen que es ingenuidad y para mí la amistad es una ley que heredé de mis padres. —Supongo que nos veremos en el ministerio entonces— me despido, — gracias— levanto el carnet que tengo entre mis dedos para agradecerle el que me deje ir sin más, lo uso para simular un saludo militar y pongo distancia con ella, para mirar por encima de mi hombro antes de desaparecerme.
