The Mighty Fall
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PRIMAVERA de 247521 de Marzo — 20 de Junio
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Recuerdo del primer mensaje :

Rojo. Todo lo que puedo ver es rojo. Las palabras se mezclan en una única mancha confusa que no puedo alcanzar a interpretar, esas palabras que vinculan el nombre de mi hermano Nicholas con la de quien debería quedar como un fantasma desterrado del pasado, para que aparezca un tercero, de una existencia que desconocía hasta este momento y que en sí misma es una aberración, aunque no sea más que un nombre nunca mencionado. —Nicholas, tú, ¿cómo pudiste…?— murmuro al bajar el papel que saqué al romper el sobre que llevaba como remitente a Rebecca Hasselbach, puesto por el elfo doméstico sobre la pila de carpetas ordenadas de su escritorio, y que vine a buscar apenas lo vi cerrar la puerta del despacho privado, dejando a mi hermana con mis sobrinos en la cocina de la mansión que decidimos visitar este fin de semana para que ciertas cuestiones se resuelvan, impidiendo así el avance de las manipulaciones de esta mujer, solo para descubrir que se encargó de ensuciar lo único que jamás creí que tuviera el poder de tocar, de imaginarlo…. ¡No! ¡Es imposible! ¡No puedo imaginar que mi hermano haya…! ¡Jamás!

Su rostro, el de aquella mujer, se cruzan en mi mente, evoco todos los recuerdos que necesito de nuestro pasado en común para poder dar otra interpretación a comentarios, miradas, y sucede, lo veo, recuerdo cuando a la bastarda la echaron de su casa y lo taciturno que había quedado Nicholas, lo había creído entonces que era angustia por la misma Sigrid, que sí hizo un berrinche por la pérdida de su mala compañía, ¡entonces sí! ¡Es cierto! ¡Esa perra logró echarle las garras a un Helmuth! ¡Zorra desgraciada! ¡Maldita! La misma que se revuelca con el presidente para tener el puesto que tiene, estuvo en la cama de mi hermano. Cierro mis dedos alrededor del papel hasta arrugarlo dentro de mi palma y salgo del despacho con una prisa furiosa que me hace aventar la puerta contra la pared con gran estruendo, poniendo en alerta de Sigrid de que es suicida ponerse en mi camino. Veo manchas rojas en todo lo verde del jardín que atravieso con la mirada ida, hasta que la enfoco en la puerta de Rebecca Hasselbach, donde la veo parada conversando con la misma muchacha que instruye para meterse en las sábanas de un Helmuth. No tengo memoria de los segundos que me toma llegar hasta ella, todo lo que veo es su rostro mirándome con confusión cuando tiro con violencia de su brazo, el papel presionando contra su piel, y mi otra mano se descarga con toda fuerza contra su mejilla. —¡PERRA MALNACIDA! ¡UNA BASTARDA TUYA JAMÁS SERA UNA HELMUTH!
Anonymous
Invitado
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El griterío del niño no me distrae de mi trabajo de encargarme que con una buena sacudida se le quite a Ingrid Helmuth toda la arrogancia que tiene para venir a abofetearme en la que ahora es mi casa. Ella que nunca quiso pisar el barro, que se ensucie del polvo del suelo y pierda toda su dignidad así como el pelo que se queda atrapado entre mis dedos, del que tiro con fuerza para escucharla gritar del dolor. Una mirada fulminante al hombre que aparece es suficiente para que se aparte y no tengo la misma suerte con Sigrid, que nunca entendió ni de mi parte, ni de sus hermanos, que no debe meterse donde no la han llamado. Sigue haciendo lo que quiere y por incoherente que sea en ella misma, también asume el rol de adulta para colocarnos a cada una en nuestro lugar, a una distancia que permita a su hermana mayor estar fuera de mi alcance.

Me río en toda su cara cuando se cree con la autoridad como para echarme de sitios en los que le molesta verme, como si luego de todo este tiempo, el mundo no se hubiera encargado de enseñarle que no es más que una niña criada con mimos, pero que su poder sobre la vida de otros es nulo, una mentira que le gusta contarse para sentirse importante y no es más que el peón más vulgar y fácil de quitar en todo esto. —No, Ingrid. Yo me quedo aquí. ¡Te vas tú! ¡Fuera de esta isla!— le ordeno, es la voz que uso como comandante, pero cuando se refiere a Maeve, a quien veo siendo sostenida por el hombre moreno, me salgo de mi posición como ministra y comandante para ir hacia la rubia y antes de que Sigrid pueda interponerse, ignorando los chillidos histéricos de la mocosa que tiene parada al lado como una réplica de su propia soberbia, doy de lleno con mis nudillos en su respingona y aristocrática nariz de zorra rica. —Atrévete a tocarla y te juro que a ti y a toda tu familia me encargo de hundirlos en mi maldito infierno— la amenazo. —¡FUERA DE AQUÍ!
Anonymous
Maeve P. Davies
Miembro del Escuadrón Licántropo
Me aguanto las ganas de quejarme de dolor cuando mi melena pasa a ser la forma que tiene Karina de desquitarse conmigo, pero esta vez soy yo la que se ríe por tener mucha más experiencia en golpear que la que tiene ella. No, no es que acostumbre a meterme en peleas, pero digamos que los sacos en los entrenamientos son más común de lo que pensaba y en estos últimos meses he ganado bastante músculo pese a mi todavía notoria complexión delgada. ¡Pero nada que no pueda hacer en contra de una delgaducha como Karina! Estampo mi palma contra su cara como me hubiera gustado haber hecho mucho antes, solo para empecinarnos en una pelea de a dos que termina conmigo ganándole por goleada. Ni siquiera puedo escuchar los comentarios de uno de los primos de Oliver, que pronto tenemos aquí a toda la familia Helmuth y solo falta que aparezca el ministro para que mi ya no deseada figura tenga un cartel de "prohibido entrar" en cualquiera de sus casas.

¡Mira cómo tiemblo! — no sé ahora, la adrenalina corre por mis venas, igual en dos horas sí que me arrepiento, pero por el momento... ah, no, ¿por qué están mis pies en el aire? — ¡Suéltame! — le pido al profesor Thornfield que aparece de la nada como suele hacerlo en ocasiones por los pasillos del Royal, para que me deje terminar el trabajo que empezó la rubia que reconozco como su tía. Me está por bajar a regla ¡y hay luna llena en pocos días! ¡No quiere ser la que se meta conmigo por nada! Pataleo, pero es evidente que mis entrenamientos no sirven de nada contra un hombre que me saca más de medio metro y tiene mucha más fuerza para sostenerme que yo para luchar contra esa presión. ¿Y qué hace esa señalándome? ¡Me llamó bastarda! Si me muerdo la lengua es porque estoy demasiado concentrada en desprenderme del agarra de mi profesor, ese en el que dejo de insistir cuando la respuesta de Becca es mucho más eficaz que cualquier palabrería que podría haber usado en mi defensa.
Maeve P. Davies
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Invitado
Invitado
¡¿Por qué me retan a mí sí las que se están peleando son ellas?!— me defiendo, tanto de mi madre como del profesor Thornfield que me piden que detenga mi relato de la situación. Miro hacia atrás para ver dónde está mi prima, si lo ha visto o se ha perdido la paliza que Maeve le dio a Karina, cuando se lo contemos a Oli… ¡esto debe ser un sueño! ¡La tía Ingrid tiene la ropa sucia por haber estado en el pasto! ¡Y los pelos parados! —¡Mamá! ¡¿Me prestas tu teléfono?!— se lo pido cuando ya está a medio camino de separar mi tía de la vecina y ¡ufffff! ¡Hay que ver lo tirana que puede ser! ¡Que hasta a la vecina le dice que se aleje de nosotros! ¡¿Qué sigue?! ¿El lechero? ¿El plomero? Si fuera por la tía Ingrid, todos los Helmuth viviríamos en un único distrito, donde el tío Kostya fuera el alcalde y nos podrían vallas hasta el cielo para que no podamos salir, ni nadie pueda venir a vernos.

Y ya comienza Karina a presumir del padre, ruedo los ojos y busco a Kit Kat cuando amenaza a Maeve con el padre es abogado. «¿Te lo puedes creer?», eso le pregunto con mis ojos. —¡Kari, no te alteres o te saldrá un grano!— la abucheo del fondo, que mi pulla es lo de menos cuando veo a la vecina ir hacia la tía Ingrid. —¡AUCH!— grito en su nombre al presenciar el golpe y reconocer las gotas rojas que se le cae de la nariz, ¿ahora mamá va a tener que pegarle porque pegó a su hermana? Desde donde estoy muevo mi cabeza diciéndole a mamá que no lo haga, la vecina esta se ve peligrosa y habla como jefa de mafia, que lo de ser la adulta le salió impecable, mejor nos volvemos a casa del tío Nick y le echamos cerrojo a todo esperando que vuelva, que se haga cargo él de todo y la locura de mi tía. —¡MAMÁAA! ¡SE NOS QUEMA LA TARTA DE LIMONES!— voy hacia ella para tironear de su mano así tironea la de mi tía Ingrid, —¡Vamos! ¡Vamos! ¡Que se quede Kari!— la apremio a que huyamos mientras se puede y espero a que Kit Kat me ayude haciéndose cargo de su propia madre, para la que podríamos necesitar sogas así no le devuelve el golpe a la vecina.
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Katerina L. Romanov
¡Necesito un teléfono, necesito un teléfono! ¡Esto solo ha pasado una vez en la vida y no porque yo solo tenga trece años, sino porque de verdad es la primera vez que mi mamá se mancha las manos! No sé si estoy orgullosa, escandalizada, o divertida porque pueda usarlo como reproche la próxima ocasión que me rete por algo. — ¡TÍA SIGRID RÁPIDO, SE VAN A SACAR LOS OJOS! — exclamo llevándome las manos a la cabeza al ver aparecer al profesor Thornfield, a quién saludo agitando una de estas por encima de mi cabello. Uhhhh, y ahí va Karina amenazando a Maeve con mi tío. Si no la conociera como lo hago por ser mi prima, diría que está exagerando, pero todos los que nos relacionamos con la rubia sabemos que lo siguiente que hará después de arreglarse el maquillaje, si no es la cara, será llamar a su papá. Sí, su papito.

Pero yo pensé que esta era la señora a la que el tío Nick le debía un favor... — le susurro a mi primo por lo bajo cuando su madre se encarga de ir a separarlas, por culpa mía sí, pero no sé si esta es la mejor manera de devolver el favor. Me pilla desprevenida esa advertencia de Brian por el pastel de limones que evidentemente se inventó, solo para sacar a las integrantes de la pelea del ring que se ha formado alrededor del jardín delantero de la ministra de defensa. ¡Tengo que conseguirme las grabaciones de la entrada para poder utilizarlo como chantaje la próxima vez que me castigue! — ¡Mamá, mamá! — exclamo al unísono que mi primo al acercarme para ayudar y rodeo la cintura de mi madre con uno de mis brazos. — Te está sangrando mucho la nariz, mamá, ¡te vas a manchar la ropa! ¿Seguro que estás bien? — ¿está mal que quiera reírme? Digo... — ¿Desde cuándo le pegas a la gente, mamá? — estos datos son bien importantes para el futuro, de seguro pueden librarme de una buena. ¡Y la charla que vamos a tener con papá sobre su comportamiento! ¡Ya la estoy esperando!
Katerina L. Romanov
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Invitado
Invitado
¡No hace falta…!— busco ayuda en la única persona cuerda en toda esta situación, la cual es inesperadamente Sigrid Helmuth, más allá de lo que me hayan contado sus hijos sobre ella y yo mismo puedo llegar a suponer. —No fue nada grave— trato de calmar a Karina, por lo que se me puede acusar de favoritismo y, bien, fuera de los muros de la escuela puede que tenga favoritismos. ¿Dejar que el padre abogado de Hegel inicie una demanda para que se la conteste el padre juez de Maeve? Las cosas se pueden arreglar de otra manera, no hace falta volverlo un conflicto legal, la gente para solucionar sus problemas generalmente solo necesita hab…

Sostengo con más fuerza a Maeve cuando el puñetazo de la morena puede servirle como incentivo para volver a enseñarse con la cara de Karina. —Maeve, escúchame, calmada, deja que se vaya— trato de ser la voz tranquila que consiga mantenerla a ella con las manos quietas como no parece que pueda lograrlo su jefa, y espero que la familia haga caso de la petición de la ministra de retirarse, así los ánimos pueden volver a serenarse. Aunque la petición no fue hecha en el mejor de los términos, eso hay que decirlo. —Podemos hablar sobre esto más tarde cuando todos estemos más calmados. No es el momento, ni el lugar, ni está bien involucrar a los niños— paso mis ojos de Brian a Kitty, luego los profesores de pociones se quejan de ellos por hacer explosiva hasta una poción adormecedora. —Nosotros nos retiramos— sigo llevándome a Maeve conmigo, sin soltarla y con los pies todavía en el aire, hacia la puerta de la casa de la ministra donde espero poder arrojarla dentro.
Anonymous
Sigrid M. Helmuth
¡INGRID! — le reclamo a mi hermana cuando en su más que conocido momento de histeria, se pone a insultar a la que salvó a su hija de perderse el norte y vaya a saber de cuántas cosas más. Creo que se está olvidando de ese detalle cuando, sin quedarse corta, además ataca a la pobre de Maeve con sus palabras hirientes que todos conocemos. Y obvio que eso recibe una consecuencia que llega en forma de puño al ensartar Rebecca el mismo en toda la nariz de mi hermana, provocando una explosión de sangre que no estoy muy segura de que sea apropiada para los niños. —¡HEY! ¡Ya basta! ¡Las dos! ¡Es suficiente! — mírenme bien porque esta será la última vez que me verán actuando como la voz de la conciencia de cada una de las mujeres adultas aquí presentes.

No sé con quién disculparme primero, en este papel que se me ha concedido después de más de treinta años bajo la sombra de una hermana perfeccionista que se disculpaba por mi comportamiento, si con el profesor Thornfield que sostiene a Maeve de propinarle otro golpe a la sobrina de Ingrid, o con la propia Rebecca que me da hasta pena que tenga que soportar los delirios de mi hermana. Al final no hago ninguna de esas cosas, los gritos de Brian son suficiente para que mi atención se vaya dirigida a los daños colaterales y, por mi parte, tengo que hacerme cargo del desastre rubio que tengo a mi lado, en la ironía de que esto sea una guerra de morenas y rubias, de lobas y gatas. — ¿Se puede saber que te ocurre en la cabeza? ¿Es que te faltan neuronas o qué? — le recrimino a Ingrid al tirar de su brazo al lado contrario de Katerina, con mi propio hijo enganchado a uno de mis brazos y Karina siguiéndonos en la cercanía. Ah, sí, esto se siente de lujo. — Vamos, niños, vamos — los aliento a todos a alejarnos de los jardines de la ministra, antes de que les de tiempo a pensárselo dos veces y quieran volver a golpearse.
Sigrid M. Helmuth
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