The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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¿Una única palabra basta para describir la cena con los Helmuth? Siento que vuelvo a mi cómoda normalidad cuando doy unos primeros pasos en la oscuridad del recibidor de la mansión y la locura de aquella familia queda de la puerta para afuera. Me echo en uno de los sillones individuales de la sala como si fuera un peso muerto y con mi varita me encargo de que todas las luces se enciendan, revelando a la joven compañía con la que cuento para hacer un repaso de lo que acaba de suceder. —Manda un mensaje o llama a tu padre para decirle que te demorarás un poco más en ir a tu casa, tenemos que hablar— anuncio, con mi barbilla le indico otro de los sillones para que se ponga a gusto, que no pretendo hacer de esto una conversación rápida. ¿Por dónde debería empezar? ¿Por la mentira de que estaba embarazada? ¿Por el hecho mismo de estar sentadas en esa mesa? ¿Por el momento en el que Ingrid Helmuth vino a la puerta de mi casa?

Masajeo mis sienes para encontrar el punto inicial que merece esta charla. —Puesto que ya eres mayor de edad, ¿quieres algo de beber?— pregunto con el cansancio que me ha provocado tanto revuelo de esa familia, si hasta los menores hicieron su entrada para demostrar que también necesitan de sus segundos de atención como lo hizo la hija de Sigrid y esa otra muchacha que ni siquiera sé hija de quién es o por qué debía estar ahí. —Ve, elige algo— la insto a que asalte la estantería de los licores que están gastados en distintas medidas, por las noches hago más que repetir mis maldiciones sobre ciertas almas cuando me siento en este mismo sillón. —Gracias— digo, quizás sea de improviso para ella, a mí me parece un buen punto de partida. —No me equivoqué contigo al elegirte para que pelearas a mi lado— se lo tengo que decir, he descubierto que si estas cosas no se dicen, no hay momentos que vuelvan para que podamos ponerlas en palabras y simplemente se diluyen en una nada reservada a todo lo que nunca será. —Nunca se trató de que lo hicieras en el ministerio— sino en lo personal.

Y tal vez fue un error decirle a Nicholas que esperaba poder recuperar a mi hija, solo porque esta mansión con sus amplios espacios me asfixia en mi soledad. Poder llenar los vacíos que ahora sí me molestan con personas como piezas que creo poder mover a mi voluntad, cuando son personas cuyas vidas han transcurrido paralelas a la mía y forzar el encuentro, no me llevará a nada distinto al desasosiego. —¿Van en serio con el chico Helmuth?— creo que tengo derecho a preguntarlo luego de esta noche, mi barbilla sobre el hombro, así mi rostro queda volteado hacia ella. —Pensé que solo estaban tonteando— soy honesto, también creo que puedo serlo. —Que dure el tiempo que tenga que durar, pero que no sea su familia quien decida sobre ustedes, que ellos quieran decirle cuánto deben durar. Y, por todos los cielos,— esto lo digo con una nota de marcada irritación,  —no se les ocurra meter a un niño entre ustedes. Solo por tu broma de esta noche les deseo que por un mes no encuentren momento, ni privacidad para tener sexo, y que el chico Helmuth sufra de bolas azules por un tiempo— hecha mi maldición por el susto que nos dieron, puedo recostarme en el respaldo del sillón y cerrar mis ojos.
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Maeve P. Davies
Miembro del Escuadrón Licántropo
Voy sacando el teléfono del bolsillo de mi pantalón para avisar a mi padre de que llegaré un poco más tarde de lo esperado, se sorprenderá de mi mensaje porque normalmente el único aviso que recibe son las llaves en la ranura cada vez que vuelvo, muchas veces sin siquiera haberle dicho que tenía intenciones de salir. — Cómo se pusieron las cosas allá dentro... — es lo que me da tiempo a murmurar después de un silbido en lo que ella se acomoda en uno de los sillones de la sala y, antes de que yo pueda hacer lo mismo, mi mirada se va hacia la hilera de botellas de cristales colocadas detrás de la vitrina cuando las ofrece. Mis dedos andan toqueteando una de ellas cuando su agradecimiento me toma un poco por sorpresa — ¿Mmm? — giro la cabeza hacia ella, no tarda mucho en explicarse a pesar de que sigo sin comprender a lo que se refiere — Ah, ¿lo dices por lo de esta mañana? Obvio que iba a estar de tu lado, esa mujer se te lanzó encima como si fuera una pantera endemoniada — que, si lo pienso dos veces, se asemeja bastante a la descripción de lo que es Ingrid Helmuth. — ¿A qué venía todo eso? — no conozco mucho a la tía de Oliver, pero no la sé una persona que se lance a tirarle de los pelos a otra solo porque sí, si esa mujer no puede ser más estirada.

Me acomodo en uno de los sillones con el vaso en mi mano, ese que no tardo mucho en llevarme a los labios para hacer la prueba de si la bebida es falsa. Obvio que no, es tan fuerte que puedo decir que no estoy acostumbrada al sabor a pesar de beber casi todos los fines de semana, pero nadie aquí va a poner en palabras la diferencia entre las bebidas que sirven en un bar, prácticamente aguachirri con un poco de alcohol, y las reservas de la ministra. — Eeeeeeeh... Bueno, supongo que sería una tontería decir que solo somos amigos, dado lo que acabamos de presenciar — pobre Oli, tendré que disculparme una vez pueda escapar de esa casa del infierno — Pero no hemos formalizado nada como quién dice — mejor le pego un sorbito a la bebida así ocupo mi boca en algo de aprovecho en lugar de empezar a decir boberías o, peor, cursilerías. — Era solo una broma, y por si te interesa, usamos protección — aclaro, tan seria como puedo, que viene siendo muy poco si me pongo a pensar en la cena — ¿Pero le viste la cara a Ingrid? Creo que mereció la pena perder el respeto delante del padre del Oliver solo por eso — porque vamos, yo creo que ese hombre no va a volver a dejarme poner un pie en su casa en lo que me resta de vida.

Le doy unos golpecitos al cristal en mi mano sin querer llevar la mirada hacia mi jefa, tarea que se vuelve complicada cuando dejo que mi cabeza revuele con preguntas que no tardo mucho en formular en voz alta, llevando los ojos hacia su figura. — ¿Qué es lo que te preocupa tanto de que me vea con Oliver Helmuth? Que puedo entender lo de su tía y su trastorno psicótico, su hijo meh, no me interesa tanto su opinión, pero el resto de la familia no está mal — tengo esa sensación de que todavía no se sabe su nombre, así que antes que decir chico Helmuth se lo recuerdo por si acaso es esa la razón de su lapsus. Lo entiendo, esa familia tiene tantos miembros que es difícil quedarse con todos, al principio yo tenía motes para todos, Ingrid siendo Medusa porque le pega más que su propio nombre. — ¿Y qué fue eso de que Ingrid me llamara tu bastarda? — no me corto de preguntar, que sé que en la pelea quería referirse a otra cosa muy distinta de la puntualización que hizo en la cena.
Maeve P. Davies
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Invitado
Invitado
En vez de responderle, mis ojos la siguen al sillón en el que se acomoda a sus anchas con licor de mi propiedad. —¿Y mi vaso?— se lo pregunto con las cejas arqueadas, mi codo hundido en el apoyabrazos y mis dedos jugando con el aire para hacerle notar que siguen vacíos. Chasqueo la lengua en reprobación, adolescentes. Saco mi varita para que una de las botellas vuelque su contenido sobre otro de los vasos y llegue levitando hasta mis dedos que se cierran alrededor del cristal. —Malentendidos con la familia Helmuth— es la manera más breve que encuentro para resumir un conflicto que esta familia, por ser numerosa, lo sobredimensiona en el comedor de su casa como un show entre paredes. —Estaba tratando de llegar a un acuerdo privado con el ministro Helmuth, pero privacidad no es algo que parezcan conocer en esa familia. Hicieron de todo un tribunal de opiniones— pongo los ojos en blanco, cuando le había dicho a Nicholas que respetaba el hecho de que su familia hubiera sabido mantenerse unida como tal, ignoraba el circo interno que conformaban y en el que cada uno tenía su papel. El contraste con el silencio que agradezco de esta mansión es notable.

Acerco la copa a mis labios para mojar mi garganta mientras me explica los términos y la falta de estos en su relación con este muchacho, a lo que dice no tengo más que asentir. —No hace falta que formalicen nada, basta con que las cosas estén claras para los dos— es mi conclusión, saliendo del sobresalto que nos dieron a todos en esa mesa al decir que hasta habían considerado tener un bebé y puesto que estaba a la vista de que no era una relación que esa familia fuera a aceptar, conociendo la presión que se puede ejercer y también las trampas que un pariente mal intencionado puede causar, no hace falta que puntualice nombres, querer encargarme que fuera una relación formalizada por el matrimonio era ampararme en una tradición, de esas que parecen gustarles. —Fue lo mejor de la cena, no te lo niego. Todo por verle esa cara a Ingrid— estoy de acuerdo con ella, —y aún mejor que haya sido solo una broma— insisto. Miro al licor quieto dentro de mi vaso como un pozo de imposibilidades. —Ninguno de los dos debe apresurarse con algo así, ni un bebé, ni mi sugerencia de un matrimonio— murmuro. —En la mesa de mi familia solían tener un dicho…— fuerzo a mi memoria recordarla entera, son las últimas palabras las únicas que quedaron marcadas en mí. —Los hombres son como los vinos, en algunos la juventud es una virtud, pero en otros es un pecado— recuerdo. —Hay que saber disfrutarla, pero en disfrutarla solemos llegar a tomar malas decisiones, cuyas consecuencias nos tomamos a la ligera… hasta que tenemos que sufrirlas— y el carácter que percibo en ella quisiera que sea su fuerte en situaciones que vendrán a futuro, no su condena.

Bebo un poco más como silencio anticipatorio a una respuesta que no será de pocas palabras, a su interrogante de qué le veo de malo a su relación con ese chico. —Los Helmuth pertenecen a familias con un destino trazado, pueden desviarse un poco de su camino durante su juventud, por cada generación nacerán siempre uno o dos descarriados, pero en esas familias se crían con cierto estatus en la vida y es el que mantienen— explico, mi mano moviéndose en el aire. —Si se enfrentan a decisiones que ponen en jaque su estatus por alguien que representa un salto al vacío, pese a todas las virtudes que puedan tener en su carácter, créeme… esas personas nunca saltan al vacío. Quienes son, los beneficios de su estatus, el reconocimiento y la comodidad, no son cosas a las que vayan a renunciar— susurro para terminar de vaciar mi copa. Relamo mis labios al esbozar una sonrisa por su pregunta, la confusión de Ingrid sobre esto fue el mejor chiste que me contaron en mucho tiempo, miro a Maeve tratando de entender qué lleva a una persona a sacar una conclusión como esa. —Los asuntos privados que debía tratar con el padre de Oliver se referían a una hija, pero no tiene importancia. No es algo que se pueda solucionar— decido, — y lo que no tiene solución no debería seguir ocupando en lugar en nuestras preocupaciones.
Anonymous
Maeve P. Davies
Miembro del Escuadrón Licántropo
Ups — respondo a su reclamo por el vaso, que estoy acostumbrada a que mi padre se haga el sobrio delante de mí como para "dar ejemplo", cuando sé a ciencia cierta que no me originó precisamente por no darse a la bebida. Los padres hacen unas cosas muy extrañas con tal de demostrar un punto, por eso me gusta Rebecca, se comporta como una hasta que llega el momento de compartir un vaso de alcohol. De llamar por las mañanas porque me he dormido ha dejado de encargarse ahora que es ministra y tiene cosas más importantes que hacer, por eso creo que le reveló esa tarea a Franco, a quien no puedo estar desesperando más, yo creo. — Parece que conoces muy bien a los Helmuth, no sabía que se llevaban de antes... — y no, no porque use la expresión llevarse significa tenga que ir para bien, que no hace falta poner el vídeo que hicieron Kitty y Brian dos veces para darse cuenta de eso. ¿Vieron que bien me veía en el vídeo? Tengo que ponerme este top más a menudo.

Asiento con la cabeza en silencio, el mismo me delata al no ser una persona que acostumbre a mantener la boca cerrada, pero al pensar en los términos de la relación que tenemos Oliver y yo, puedo decir que lo único que tenemos claro entre ambos es que meternos mano es casi pan de cada día. Quizá debería tener una charla con él, no creo que se demore mucho de todas formas, después de lo de hoy estará buscando una explicación más extensa de por qué hice lo que hice, y no un simple "porque me pareció divertido" tan típico de mí. — ¿Decías en serio lo del casamiento? — no resisto la risa entre dientes — Un poco apresurado, no te lo voy a negar... pero quién sabe, ¿qué tal me sentaría Maeve Helmuth? Creo que hasta tiene gancho... — digo, alzando una de mis manos para observarme los dedos como si lo estuviera meditando seriamente, solo para terminar llevando la mirada hacia ella y sonreír con sorna al dejar caer el brazo sobre el sillón — También es una broma. No... me veo casada, si te voy a ser honesta, ¿y yo embarazada? Pobre crío — eso sí que lo digo en serio en una primera instancia. Me llevo una mano a la cabeza para remover mi cabello con cierta incomodidad por lo que dice a continuación — Por una mala decisión terminé mordida por un hombre lobo... Supongo que la cena de hoy es la consecuencia que tengo que sufrir — aunque me río, más nerviosamente que otra cosa, en el fondo el que una mujer rubia estirada te grite bastarda y paria a la cara, molesta.

La imito al llevarse el vaso a los labios al no dejar de mirarla, mis ojos fijos en su figura en lo que percibo el movimiento en su garganta al tragar al mismo tiempo de que yo pase la bebida. Su discurso es algo que ya he escuchado antes, no de su boca, también de mi padre cuando dice que tengo que aprovechar las oportunidades de hacer sociales, esas que se me dan tan bien según él, pero hay una diferencia entre cuidar del bebé de una familia de nombre, a liarme con el hijo pródigo de una familia de sangres puras. — Ermm... ya, ¿pero no te parece que es un pensamiento un poco retrógrada? — claro que debe de pensarlo, no estaría rumiando por lo bajo sobre los Helmuth si no fuera por eso — Quiero decir... Conozco a todos los hijos de Ingrid y Sigrid, y no... bueno, no me da la sensación de que se parezcan tanto a sus progenitoras. Dejando a Luka a un lado, él está claro que es un completo cretino, quizá Alexa... no lo sé, no la conozco mucho. Pero te puedo asegurar que Oliver no se llevaría conmigo si tuviera la mentalidad de alguien como su tía — ni se metería en mi cama, para empezar. Aun así, me permito ser objetiva, porque es evidente que conoce a la estirpe Helmuth mucho mejor de lo que pueda hacer yo y solo vuelvo a hablar cuando, con sutileza, bajo la barbilla para observarla con ojos cauteloso por lo siguiente. — ¿Una hija... tuya? — soy cuidadosa, que se ha podido comprobar que es tema delicado y todavía no me quedó claro si en serio tuvo un hijo bastardo, como lo llamaría Ingrid, con el padre de Oliver.
Maeve P. Davies
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Invitado
Invitado
Hay tantas cosas que no le he dicho a Maeve, que no necesariamente son un secreto, solo cosas que no se dicen, como el conocer a los Helmuth, detalle que nunca ha sido relevante en mi vida cuando ha vuelto a esta en una suerte extraña de coincidencias. —Fuimos vecinos en el distrito dos cuando éramos niños— contesto, podría explayarme más, decir que los conozco de la época en que su madre les peinaba, que he visto a Ingrid sufriendo la vergüenza social de granos en sus pómulos y Sigrid era mi acosadora personal asaltándome en la esquina de mi casa con un «hola» que en principio respondía frunciendo mi nariz en desagrado. Pero todos esos recuerdos que tenían por escenario la acera que compartíamos, van siempre ligados a los momentos en que entraba a mi casa y cerraba la puerta, echando un último vistazo a la suya, para ir a la cama donde mi madre permanecía descansando. Y al menos lo que era mi infancia, me gusta que quede reposando en ese estanque quieto en el que leía con mi madre enferma, como la única habitación iluminada de mi memoria que dejaba fuera a los pasillos oscuros donde corrían las voces susurradas que hablaban de tráfico y desapariciones.

No, no hablaba en serio con lo del matrimonio. Solo quería que esa familia supiera que tienes a alguien dándote su apoyo, alguien con quien saben que deben andarse con cuidado— digo, también está su padre y oportunamente se enterará de lo que acaba de ocurrir, sigue sin ser algo que creo que vayamos a compartírselo con la intención de que intervenga como presumió aquella muchacha que haría con el suyo. Dudo que el juez Davies se entere por nuestra boca, aunque nunca me he negado a la idea de tener una charla con él sobre mi evidente preferencia por Maeve. —Eso fue un accidente— puntualizo, —las circunstancias en las que se dio puede que sean a causa de decisiones estúpidas de tu parte por estar en el momento y el lugar equivocado, pero ser licántropo no fue una decisión que hayas asumido— murmuro, —también sigue sin ser de las peores—, ¿en serio estoy diciendo esto? Me resguardo en otro sorbo de la bebida para dejarlo pasar. —Pero un niño sí trae consecuencias, con las que a veces tendrás que lidiar de por vida…— a no ser que tengas el temple como para entregarlo, no sería la primera ni la última chica en hacerlo, mi decisión no fue muy distinta a la que tomaron otras mujeres en el norte y si tenemos que hablar de qué ha sido consecuencia la cena de esta noche, quizás deberíamos explorar también esta razón.

No digo que sean malas personas, porque no lo son— aclaro, sí, siento arena en la garganta cuando digo estas palabras, cuando estoy más familiarizada con el veneno de decir que todos somos mezquinos. —Ni tampoco me estoy refiriendo puntualmente a los Helmuth— lo admito. Allí donde Nicholas e Ingrid han sido despectivos, Sigrid ha mostrado amabilidad, pero siguen ser el ejemplo real que tomé para determinar mi opinión sobre estas familias, que no se trata de las familias en sí y su pulcro linaje, sino de una cuestión de estatus, donde las personas se vuelven víctimas de su ego, vanidad y el miedo a que los suyos le den la espalda. Todo lo que pudo decir Oliver Helmuth en esa mesa, con una seguridad tan similar a la de su padre, lo hizo desde una seguridad inconsciente de que tendrá gente que la apoya y así es. Pero si no la hubiera… —Tengo mis experiencias personales para decir que así es— y lo dejo ahí. —Sí, una hija— desvió mi mirada hacia ella con cautela, —no es mía, esa es la cuestión. Nunca ha sido mía. La tuve, la entregué, no me pertenece. No tengo hija— esa es la verdad, más allá de lo que pude haberle dicho a Nicholas, que en principio buscaba su consejo, no su firma de paternidad, con su rechazo rotundo me deja en claro que no es algo sobre lo que se pueda insistir y seguir diciendo que no tengo hijos, es lo que será.
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Maeve P. Davies
Miembro del Escuadrón Licántropo
Mi respuesta se resume en un movimiento de cabeza al tiempo que murmuro un simple aaah que declara sin necesidad de que diga nada más que no tengo la menor idea de qué pensar al respecto. — Asumo que no erais de los que se intercambian muffins con pepitas de chocolate por tarta de manzana tipo de vecinos... — intento ser cuidadosa con mis palabras, pero el comentario sale de mí mucho antes de que se me pase por la cabeza que no es precisamente mi mejor intervención. De igual forma, por este último tiempo he averiguado muchas más cosas sobre Rebecca de las que ella ha podido decirme personalmente, como que no se lleva con los Helmuth a pesar de haber sido vecinos en el distrito dos, lugar del que no tenía consciencia había formado parte de la infancia de la persona que tengo delante de mí. — Oh... pues, muchas gracias, supongo — ¿qué puedo decir? No acostumbro a tener a mucha gente de mi lado, especialmente desde que llevo una placa que me califica como miembro del escuadrón licántropo. — Rebecca... — se siente extraño estar en su casa ministerial y no llamarla de una manera más profesional en vez de tan personal, pero la pregunta que voy a hacer tiene más matiz de esto último — ¿Hay alguna razón por la que me tratas diferente que al resto o es solo porque... te parezco un poco descarriada y temes que afecte al rendimiento del grupo? — pregunto, transformando mis labios en una curva por lo que reservo para el final, a pesar de que desaparece enseguida por ser una cuestión que siempre he tenido en pensamiento.

No planeo ser madre a mi edad, si es eso lo que te preocupa, tengo cuidado y por mucho que te cueste creerlo, Oliver también. Le... intimidaste un poco con eso de romperle las bolas el día que nos encontraste aquí — ya lo creo, que hasta tuvo la misma reacción en mí misma y el sentimiento de volver a estar en esta casa, incluso cuando no es la primera vez que estoy desde entonces, me trae los recuerdos necesarios como para no repetir una estupidez como esa. Con su siguiente conclusión sí consigue que se me arqueen un poco las cejas, porque hemos pasado de golpear a la hermana de su vecino a decir que no son malas personas, algo que no hubiera esperado saliera de sus labios después de haber estado presente en la cena que casi consigue que se saquen los ojos unos a otros. — ¿Estás diciéndome entonces que debería mantener las distancias con el hijo del ministro? Porque si tengo que serte sincera, mantener distancias no es algo que se me antoje hacer cuando estamos en la misma habitación y... aunque no esté pensando en el matrimonio ni en tener hijos en el momento presente, me repatea un poco el tener estipulado que no pueden llegar a darse esas cosas solo porque proviene de una familia que se cortaría las venas antes que dejar que alguien como yo se case con un Helmuth — así, tan claro que si lo pones al lado del agua uno no sabría diferenciar ni decir cuál es más transparente. Es lo bueno que tengo, también mi perdición, que no me guardo un solo comentario y soy tan fácil de leer como un libro abierto. — Oh... — musito. Siempre tengo algo para comentar, pero esta vez puedo decir que me quedo en blanco y sin palabras cuando asegura haber tenido una hija, una de la que desconocía, y la forma en la que lo confiesa me hace palidecer un poco al no saber qué más acotar. Me decanto por el silencio, algo muy inusual en mí, así que Rebecca puede decir orgullosa que consiguió que Maeve Davies se quede callada.
Maeve P. Davies
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Invitado
Invitado
No lo éramos— solo estoy dándole una confirmación de lo que ya sabe, ese asentimiento necesario para dar por cerrado esa historia sobre los vecinos, los recuerdos de ese tiempo son a los que menos vuelvo, no sé cómo podría sentirme de volver a momentos en los que todavía no se había echado perder todo, qué tanto dolería o si habría algo diferente por evocar, duele volver al momento de la herida, pero ¿al momento en que la piel todavía está intacta? Cierro mis ojos cuando mi cuerpo se tensa a esa presencia que, como un centinela callado está erguido en una de las esquinas de esta casa, el pensadero que le robé a Phoebe con la única intención de encerrarlo en un minúsculo compartimiento de las paredes como pieza descartada, condenada a ser olvidada, y con el mismo espeluznante propósito de un fantasma, desde donde se encuentra, hace escuchar un susurro cargado de llamados.

La voz de Maeve reclama mi atención con esa pregunta y me saca de esa niebla de pensamientos, para volver a ella. —Temo que pongas de cabeza el mundo— es mi respuesta, muestro una sonrisa para que sepa que estoy bromeando. La iluminación de la sala me permite buscar sus ojos, se ha vuelto algo necesario para mí cuando hablo con otra persona, no por lo que espero que puedan leer en mis ojos que parecen pozos, sino para poder percibir si hay algún sobresalto en los ajenos. —Quiero poder ver que las cosas sean distintas para ti— y esa tampoco es la respuesta completa, —quizás seas mi única oportunidad de hacer algo bueno por alguien— no es algo que me guste expresar en voz alta. Pero si el castigo del karma es real, ciertas cosas seguirán repitiéndose hasta que demuestre haber aprendido como afrontarlas, que no tiene relación con afrontarlas desde las buenas maneras, esto tiene muy poco que ver con el bien y el mal como he podido descubrir, más bien a seguir avanzando con esos límites borrados. Y si pretendo ser honesta en mi deseo de que las cosas sean diferentes para ella, creo que yo también debo volver sobre mis palabras. —Si no te interesa el matrimonio, ni un hijo a esta edad, ¿por qué mantener las distancias? No, no te diré que te apartes de él— murmuro, —mi consejo queda en lo que puedo decirte sobre familias así y no caigas en la idea de que porque para ti te parezca anticuado, imposible de mantenerse, así también lo vean otros y estén dispuestos a dejarlo atrás— apunto, —No todos tienen las agallas de romper reglas como tú, estas se convierten en rejas para las decisiones de ciertas personas.

Es tal la pesadez que se instala en la boca de mi estómago cuando a mis palabras le siguen su silencio, que necesito ponerme de pie y ocuparme de recargar mi copa con otro poco de alcohol, para liberarme de esa sensación que va trepando en mi interior como una serpiente que se enrosca alrededor de mis huesos. —Si, oh— repito, desprendiendo el tapón de la botella para dejar caer el líquido ámbar que choca con el fondo de cristal. Ni yo sé cómo interrumpir el silencio que hace parecer que las manijas se detuvieron, sigo de frente al estante de licores bebiendo de a sorbos cortos, no es algo que quiera que se alargue más de lo debido, así que digo lo primero que se me cruza por la cabeza.—¿Conoces esa canción que dice… bebe por mí solo con tus ojos y yo te prometeré con los míos, o deja un beso en la copa y no pediré vino?— pregunto, estoy segura que no, es lo bueno de evocar líneas así, ya nadie las recuerda. —Solía gustarme esa última parte, la canturreba y si preguntaban decía que era mía, que estaba improvisando. Fue una mentira que repetí muchas veces.
Anonymous
Maeve P. Davies
Miembro del Escuadrón Licántropo
No me molesto en ocultar la carcajada que me produce su comentario, pero sí trato de controlarla al acercarme el cristal a los labios para darle un trago a la bebida y que no se note tanto que me hizo excesiva gracia la forma en que lo puso. — Hablas como cualquiera de mis profesores si preguntaran por mí, no necesariamente para bien — respondo, que puedo percibir su sonrisa como que lo ha dicho con cierto aprecio innecesario, pero que la realidad está en que no vivimos en una sociedad donde darle la vuelta al mundo sea considerado lo mejor que se puede hacer en tiempo libre. Se me borra un poco mi propia curvatura en la boca cuando lo que dice a continuación tiene una connotación completamente diferente a lo primero, lo que me hace hasta fruncir el ceño en una línea estirada entre mis cejas. — ¿Por qué dices eso? — y no indago nada más antes de que ella me dé una respuesta como dios manda, que no voy a ser tan idiota de asumir cosas que no sé de Rebecca solo porque conmigo está siendo más amable de lo que han sido conmigo en el último tiempo.

En el momento que quiera casarme o tener hijos, si es que llega a pasar algún día, y eso es considerar un y si muy grande ya, me gustaría que fuera porque lo he decidido por mi cuenta, y no porque alguien me lo ha impuesto porque es tradición de familia el hacerlo — contesto, encogiéndome de hombros. Diciéndolo así parece que estamos hablando sobre una familia que pertenece a alguna secta religiosa que tiene por estipulado que sus generaciones se casen cuanto antes, pero si tengo que ser sincera, no tengo planes de contraer matrimonio en un tiempo cercano, que todavía tengo toda la vida por delante. Y aun así… — Pero… no lo sé, si decidiera hacer algo como eso, ¿no sería apropiado tener el apoyo de ambas familias? No es agradable sentir que no encajas en un lugar, creo que no podría casarme con alguien cuya familia me vea como una usurpadora, o algo así — y esto lo estoy diciendo desde la experiencia que me ha dado no solo el ser licántropo, sino también el haber formado parte del lado no popular de la escuela.

La sigo con la mirada cuando se levanta, a través del cristal de mi vaso en lo que siento como me pica la garganta por el alcohol. — Ehh… pues no, la verdad — confieso como no estoy acostumbrada a hacer, que no es que sea una mentirosa, pero sí que me gusta tirar alguna mentirijilla por ahí de vez en cuando, especialmente si pueden sacarme de algún problema. Yo no lo llamo mentir, lo llamo ejercitar la imaginación, un aspecto muy importante en la vida de cualquier adolescente. — ¿Qué se supone que significa? — si mi padre se queja de las horas a las que llego a mi casa, que por lo menos sea porque aprendí algo por el camino.
Maeve P. Davies
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Black and blue · Maeve  RB81poB
Invitado
Invitado
¿No es lo que pretendo ser para ti?— pregunto, girando mi rostro hacia ella hasta acomodarlo sobre mi hombro, —¿una maestra?—, quizás de todas las palabras que se me ocurrieron usar para definirme alguna vez en relación a otras personas, esta podría ser la que mejor me queda para hablar del lugar que ocupo, en gran parte por imposición, en la vida de Maeve. Puesto que no creo que sea alguien que acepte imposiciones, tengo la tranquilidad de que es un puesto que se me ha concedido también, en la poca o mucha consciencia que pudiera haber de su parte. Pienso en sí debo o cómo debo responder a su pregunta, no creo que esta charla vuelva a darse, así que pongo la franqueza por delante para saldar todos los interrogantes que rondan alrededor de mi interés por tenerla bajo mi protección. —Me equivoqué con ciertas personas a lo largo de mi vida, es un ciclo que se repite y espero que a mi edad, con todos los errores como memoria, pueda actuar mejor contigo— me sincero. —Lo bueno es que desconoces la mayoría de mis faltas y tú misma estás en una edad en la que ese hace posible que coincidamos, sin que una repetición suponga también traer al presente todo lo malo pasado— esa es la explicación concreta, clara y llana.

Pero he entendido también que hacer las cosas de una mejor manera, exige acomodar los límites donde deben ser, sé hasta qué punto puedo dejarla entrar en mi vida sin que se vea atrapada por mis sombras internas que la confundirán con otras personas y qué palabras dejar caer de mi boca, limpias de la melancolía y la recriminación con las que ataco a otras personas. Eso es lo bueno de que ella sea alguien nuevo y enteramente ajeno a todo lo que he pasado, no hay faltas que yo pueda tirarle en cara. No diría que al verla ella solo la veo a ella, no, sigue siendo un rostro que busqué para compensar otros, con la diferencia de que sus ojos al menos también están limpios. —Si algún día lo haces, y es una suposición que dejaremos en el aire, lo único que importa es que sea porque así lo decidiste, de la misma manera, también debe importar que tú y la otra persona están de acuerdo. No las familias. Tu lugar es tu lugar, nadie tiene por qué hacerte sentir una usurpadora— suelto al aire, desconozco como son los matrimonios y esto que pienso surge de mi experiencia de haber vivido sola toda mi vida, lo único que importa al final de cuentas es lo que uno puede llegar a decidir, porque a veces las circunstancias quitan hasta la capacidad de elección que debería ser derecho natural. —Al final de cuentas lo que importa es que quieres tú y dónde quieres pararte, eso exigirá que te abras paso a codazos, muestres los dientes para que no te quiten espacio y enseñes tu dedo mayor a todo el que te diga que te muevas. Pero eso lo sabes, ¿no? — pregunto al curvar una ceja. —Tienes que trasladarlo a la vida.

Regreso al sillón donde echo mi cabeza hacia atrás, sin cerrar los ojos, los tengo puestos en el techo de la sala que no me dice nada. Mis dedos se sujetan a la copa que apoyo en la punta del reposabrazos, medito sobre mi respuesta que no tiene necesidad de ser compleja. —Solo es una canción, no tiene más significado que el explícito…— musito, cosa que no se cumple en todas las canciones, en esta no es la línea, sino quizás la canción entera o el contexto en que se cantó lo que puede darle otro significado, pero no a la línea en sí. —Es la mentira que algunos hombres desean escuchar, les hace sentir especiales, de que con sus atenciones basta para que una mujer que siente un vacío se sienta satisfecha— bajo mis ojos a la copa para acercarla a mis labios, —pero sigo recargando mi copa con vino y los besos se han ahogado en el fondo— estiro las comisuras de mi boca en una sonrisa al beber, lo tomo con un humor amargo a estas alturas. —¿Algo más que quieras saber o…?— vuelvo a alzar mis cejas cuando pregunto sobre el borde del vidrio, —¿te estoy demorando en ir a verte con Oliver Helmuth para comentar la cena, antes de que efectivamente tienes que ir a la casa de tu buen padre?— he decidido para mí, que Davies se merece una aureola por su ignorancia a los líos en los que se mete su hija, algunos en los que me incluyo.
Anonymous
Maeve P. Davies
Miembro del Escuadrón Licántropo
Supongo que sí — termino por aceptar, con un asentimiento leve de cabeza a pesar de que yo no hubiera utilizado el término de profesora como tal, la considero más bien una mentora que, incluso cuando significa lo mismo, relaciono su autoridad a una distinta de la que tienen los maestros en el Royal. Es conocido que mucho no se aprende en la escuela sobre la vida real, con Rebecca puedo tomar cada una de las cosas que me cuenta como una lección que aplicar al día siguiente y, aunque puede que esta última parte sea la más difícil de poner en práctica, sé a ciencia cierta a quien de todas las personas que pueden tener cierta influencia en mi vida voy a hacer caso. — Bueno, si algo me ha enseñado el vivir desenfrenadamente sin preocupación alguna por los últimos diecisiete años, es que de los errores se aprende, ¿no? — oh, sí, Maeve, porque tus años de vida se comparan con los que ha vivido ella como para poder utilizar tu experiencia en la tierra en su día a día. — Si no falláramos, no nos daríamos cuenta de que estamos yendo por el camino equivocado, ¿no es algo así lo que todo el mundo dice? — sino, tengo que plantearme escuchar a Logan más a menudo en la sala.

Pues sentirme una usurpadora no es algo que haya pensando antes hasta este momento, en la cena, donde casi se me lanzan al cuello por proponer una pequeña broma de la que todo el mundo quiso formar parte, y creo que ninguna de las intervenciones que hubo podía ser calificada como buena. Ok, lo dije de coña, ¿pero y qué si hubiera sido cierto? ¿Es esa la clase de recibimiento que esperaría? No, pues claro que no, quizá yo hubiera sido la primera en decir que wow, vaya locura, pero de ahí a llamarme bastardaaaaa... — Es una buena cosa entonces que no esté pensando en el matrimonio, me gustaría poder ahorrarme todos esos dilemas hasta que tenga la edad como para aceptarlo — que a día de hoy las opiniones ajenas no es algo que me preocupen en cantidad, veremos dentro de unos años, unos cuantos, si ha cambiado la cosa. — Sé de sobra cuando no soy bienvenida en un lugar, pero no, no tengo problema con hacerme un hueco en él — desafortunadamente para ellos, tengo predilección por volver a la gente incómoda con mi presencia, si lo del embarazo de esta noche no fue un ejemplo claro, no sé qué más tengo que hacer para demostrarlo.

Es un poco triste — reconozco cuando pasa a explicar lo de los hombres que tratan de seducir a mujeres que se sienten vacías, triste por ellas. Supongo que cuando estás acostumbrada a no recibir y encontrarte con nada, que se te aparezca alguien así, que te hace sentir especial, es suficiente como para dejarte llevar por el momento. Lo entiendo, pero no lo comparto, me considero demasiado intensa por mi propia cuenta como para depender de algo así, si apenas y la gente puede llevarme el ritmo en el día a día. Tengo la boca llena del último trago de alcohol cuando se me inflan las mejillas por la risa ante esa insinuación que hace, sin perder comba esta mujer, y me obligo a pasar la bebida antes de que se me escape por los labios a presión — Si Oliver y yo nos vemos esta noche, será a escondidas o a través de una cámara de teléfono, no creo que su padre me deje entrar de nuevo en esa casa, aunque no considero esa prohibición como un inconveniente a la hora de la verdad, si te soy sincera... — prrrrrrf, ¡novatos! Si acaso lo que más me preocupa es la seguridad de la isla en sí, no la que le pueda poner su padre, o el mío si se entera. — Pero sí, tendré que poner rumbo al distrito cuatro si no quiero que Jasper entre en estado de histeria — suerte que no es de esos, pobre Jasper, pobre.
Maeve P. Davies
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