The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Maeve P. Davies
Miembro del Escuadrón Licántropo
A ver si lo miras por el lado positivo, ¡así nadie te reconocerá! Y tienes que admitirlo, tampoco te ves tan mal con el sombrero puesto. — le aseguro a Syv en lo que le permito abrir los ojos frente al espejo de mi cuarto, con el gigante gorro sobre su cabeza que ahora como estamos en primavera nadie sospechará de que es demasiado exagerado, el calor azota al distrito cuatro con mayor intensidad en estas temporadas. Tengo que admitirlo, el maquillaje no me ha quedado como esperaba, pero es que para estas cosas siempre me ayudaba Hero, bastante decente me ha quedado si tengo en cuenta que he utilizado lo que sé de pintura para tratar de hacer algo con sus ojos. Así, algo que disimule su piel pálida en contraste con las pieles morenas que se ven en este lugar cuando se acercan los meses de calor. A su favor tengo que decir que yo tampoco soy un buen ejemplo de bronceado, si preguntan podemos decir que somos primas y que estamos pasando unas vacaciones lejos de nuestro país natal, ¿existe un lugar llamado Suecia por ahí? Me suena, tengo que repasarme la geografía por si nos cazan in fraganti en nuestra historia.

De momento, me conformo con pasar desapercibidas en lo que nos arrastro hacia la playa. Por suerte no está más que a unas manzanas de aquí y la gente solo nos mira extraño porque cargo con un flotador de patito amarillo gigante, que quizá si lo que queríamos era hacernos invisibles no estoy haciéndonos el favor. Mis gafas de sol son idénticas a las que lleva puestas Synnove gracias a un encantamiento duplicador que aprendí hace ya un tiempo en la escuela, bajo el sombrero nadie debería sospechar de ella y, como solo estaremos fuera unas horas, las suficientes para poder disfrutar aunque sea un poco, ella luego podrá regresar sana y salva al nueve con una nueva anécdota que contar bajo el brazo. — No habrá mucha gente en la playa porque todavía no estamos en vacaciones, pero si se nos acerca alguien deja que hable yo, se me da genial eso de confundir a la gente. — creo que no va a necesitar de una demostración, lo poco que nos conocemos ya debe de haberle sugerido que cuando se trata de seguirme el ritmo, hay mucha gente que se pierde en el proceso.

Extiendo nuestras toallas en un punto en el que estamos cerca del mar, pero no lo suficiente como para que se mojen en caso de que suba la marea, mientras me quito la ropa para quedarme en un bikini floreado del año pasado que mi padre catalogaría de escandaloso. Al chico que pasa por detrás de nosotras corriendo en lo que parece una rutina de ejercicio, no parece escandalizarle tanto, de todas formas. — Si lo piensas, nadie esperaría que una fugitiva estuviera tomando sol en la playa, así que tenemos ese punto a nuestro favor. ¿Por dónde quieres empezar? — le pregunto a pesar de tener la vista fija sobre las gaviotas que nos sobrevuelan, ayudándome de mi mano a modo de visera a pesar de tener las gafas para poder ver mejor. — Podemos tomar el sol, ir directamente al agua, hasta podría preguntarle al del chiringuito si tiene mojitos... — ok, lo último es una broma, pero sí que se me va la mirada un poco hacia la tienda que hay a unos cuantos metros de distancia, donde hay alguna que otra persona sentada en la terraza tomando algo.
Maeve P. Davies
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Invitado
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Uso todo lo ancho que es el ala del sombrero para bajarlo hasta tocar mi nariz, soy un sombrero hablando cuando le contesto a Maeve. —Estaba a punto de decir que esta era la cosa más suicida que hice en la vida… y luego me acordé que hice muchas cosas suicidas desde que conozco a Ken…neth— digo, ¿podemos volver a usar su nombre falso al mencionarlo por las calles? Si yo puedo ser Lucy Woodwiss por una mañana, también puedo tener un novio llamado Kenneth. Tendré que contárselo luego a Mimi como el más loco sueño que he tenido, porque no me creo capaz de contarle a ninguno de mis amigos esta tontería de querer ir a la costa del mar. El esmero de Maeve en mi maquillaje lo aprecio, pero espero que el sombrero y las gafas hagan la misma magia que una poción multijugos. Demasiado pedir a los dioses, ¿no? ¡Sif, no te olvides de mí! —Hecho, quedas a cargo. Si alguien pregunta soy muda o sorda o no entiendo el idioma o solo hablo sirenio, ¡lo que prefieras!— si ella es la que confunde hablando, yo no hago más que decir tonterías, se potencia cuando me siento nerviosa, ¡y claro que me siento nerviosa! Tengo el corazón latiendo en la garganta, no en el pecho, gritando a lo loco que no debería estar bajando a la playa, ¡no debería estar caminando entre la gente de este distrito! Por más que la persona más cercana, a unos tres metros, está más entretenida revisando la pantalla de su teléfono y tropezando con sus pies.

Por poco no me pasa lo mismo por estar tratando de identificar miradas sospechosas detrás de las gruesas gafas de sol, que me reacomodo cuando pasa ese chico que pasa de mí por fijarse en Maeve y nada tiene que ver el inflable con forma de pato que cargó todo el camino. —No creo que lo hagas adrede, pero gracias por ser un excelente punto de distracción— se lo reconozco con la primera sonrisa que esbozo desde que salimos de la casa, me tranquiliza que las miradas se posen sobre alguien más y yo pueda seguir segura bajo mi sombrero. —¿Y si pruebo con ese hechizo de cambio de color de cabello?— pregunto, como mucho me quedarán los mechones en tonos arcoíris. Ocupo una de las toallas para sentarme y desarmo los mechones sujetos en un rodete por debajo del sombrero, el cual sin quitármelo, uso para que esconda parcialmente lo que hago con mi varita al apuntar mi cabello. —Puedo dar fe de que esa estrategia de esconderte a la vista de todo el mundo, suele funcionar…— digo, es lo que exactamente hizo Ken, quien también creo que sería la primera persona en decirme que algo que ha hecho él no es algo que deba imitar.

Trato de que mi cabello cobre un tono más intenso y apenas si alcanza un rubio más castaño. —Creo que necesito un mojito primero, dos mojitos, mientras termino de teñir mi cabello y entonces podemos ir al agua… ¡oh, por favor! ¡es asombroso!— grito, no me atrevo a sacarme las gafas para ver con todos los tonos en azul, gris y marrón como el agua va rompiendo contra la arena con un suave ir y venir. Hasta que no termine con mi cabello no me animo a sacarme el sombrero, menos la ropa, sin embargo me fijo en Maeve que está lista con el bañador. —De a ratos olvidas que la tienes, ¿verdad?— pregunto apuntando a la cicatriz con mi barbilla. —Sé que las cicatrices no se pueden olvidar, por algo están en la piel, pero que sean parte de nosotros y no actuar demasiado conscientes de ellas para tratar de taparlas, también dicen algo sobre que hemos sanado— murmuro, y entre mis dedos veo como mi pelo adopta definitivamente un tono castaño más oscuro con unos reflejos más claros. —¡Creo que ya está!— exclamo feliz, me quito el sombrero mirando al mar así mi rostro queda vuelto a la nada, y lo más rápido que puedo me quito la ropa para quedar en el bañador que me prestó Maeve. Me doy la vuelta y me coloco el sombrero para hundirlo hasta mi nariz cuando veo a una pareja acercarse, están a varios metros y aun así me preocupo, hasta que me fijo que la chica saca algo de su bolsillo y va armándolo entre sus dedos. Sábado a la mañana, temprano, ellos no están caminando con mucha estabilidad tampoco… muerdo la sonrisa en mis labios para disimular, promete ser una mañana tranquila en la que nadie mirara a su costado para meterse en lo que hacen los demás.
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Maeve P. Davies
Miembro del Escuadrón Licántropo
La cosa más suicida que hice fue comerme más de cincuenta bolas ácidas de azúcar con nueve años, no veas como estuve por los siguientes días, casi me da un paro cardíaco por hiperglucemia. Es broma, pero estoy segura de que me quedaron secuelas. — bromeo en su dirección, me río hasta que me doy cuenta de un pequeño detalle y asiento con la cabeza seriamente. — Pero sí, definitivamente lo tuyo es mucho más suicida. Podemos llamarle Kenneth como nombre clave, si quieres, en mi cabeza le llamo Kenneth igual. — le confieso con una risotada, es uno de esos casos en los que me quedo con la primera impresión. La ironía de que un año después me esté yendo a la playa con la misma chica con la que me topé en una discoteca ilegal, qué cosas, ¿eh?

Levanto una de mis cejas al colocar al patito, más bien patón, de goma sobre una de las esquinas de las toallas hasta que sea el momento de llevarlo al agua donde pertenece. — A veces es que no puedo con tanta fama, Syv, me pasa que los tengo a todos a mis pies. — le indico en un tono de voz que declara que solo estoy bromeando y que, en realidad, la única razón por la que ese chico nos ha mirado es porque los hombres tienden a posar la mirada sobre todo aquello que tenga tetas y un culo. Así, hablando alto y claro. — ¡Pero tienes un cabello hermoso! Es tan rubio… me recuerda al de un unicornio. — ¡por no decir que antes de colocarle el sombrero en la cabeza el sol hacía que brillara con una intensidad increíble! — Es porque la gente está empeñada en ver lo que hay detrás antes que fijarse en lo que tiene frente a sus narices, pasa con todo, la verdad… no solo con criminales que se esconden en la playa. — me río para relajar la tensión de la frase, ya hablamos en el desayuno aquel día sobre esas personas que no aprecian lo que tienen y es una de las razones por las que los arrepentimientos de después no solucionan el haberlo perdido en primer lugar.

Mojitos será, entonces… — empiezo a murmurar justo en lo que ella parece fijarse con más detenimiento en el mar, ese que llevábamos viendo mientras bajábamos por las calles en esta dirección, pero que es evidente que no le ha hecho mucha justicia al tenerlo tan cerca como ahora. Inevitablemente sonrío. — Increíble, ¿verdad? — no seré la que diga que, de todo lo asombroso que es, también hay una parte del océano que asusta y que me lleva a mi siguiente historia. — Uf, ¡qué va! Pero le dije al socorrista que una vez me había mordido un tiburón y tengo que mantener mi historia intacta. — se lo intento decir con toda la seriedad plasmada en el rostro, incluso señalo al pobre hombre subido a ese poste desde el que vigila toda la playa, pero es evidente que solo la estoy jodiendo. Me río hasta que la misma risa se disipa en segundos. — No puedo esconderla toda la vida y, aunque me gustaría creer que no está ahí, son cosas como estas que ni siquiera merece la pena ocultar. Me costó tiempo entenderlo, pero ahora soy más feliz así. — asiento, pues sus palabras dieron en el clavo. — ¡Ven, vamos! Nos acercaremos a donde rompen las olas y me dirás si fue como te lo imaginaste todo este tiempo. — la tomo rápidamente del brazo cuando está lista y el viento nos azota el rostro con una fuerza que ambos de nuestros cabellos se rebelan en todas las direcciones.
Maeve P. Davies
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Invitado
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Eso… explicaría muchas cosas— me atraganto con una carcajada al escuchar la anécdotas de las bolas de azúcar, se sabe que a los niños da  mucha energía que tienen que agotar de alguna manera o esa es la excusa que daba mi madre cuando me racionaba las golosinas, decía que luego no podría dormir. Está claro que Maeve es de esas personas que derrochan energía, aunque no dudo que también tenga de sus bajones o tal vez sea de las que duermen doce horas de tirón, venir a la playa con ella me deja suponer que quedarnos tiradas cubriendo nuestra cara del sol es la última de las opciones como plan de la mañana. —Hay veces que tengo miedo de que al mencionarlo aparezcan alarmas rojas de la nada y todo colapse— explico, —Kenneth estará bien— que todavía no me quito los escalofríos de estar tan a la vista, como para provocar un caos mayor y trato de ignorar la hora que marca el teléfono para no sentir que estoy viviendo a cuenta regresiva esta mañana, es una sensación angustiante si tengo que estar pendiente todo el tiempo del momento de irme.

Qué difícil es mentalizarme que estoy en la playa para divertirme siendo buscada por el gobierno, ¿¿cómo pudo animarse Ken a ir a la discoteca aquella vez?? Ayudan las bromas a ver esto con una normalidad que no lo tiene, como dos chicas en una playa en la que nos podríamos a cantar de un momento a otro si esto fuera una película y entonces aparecerían de la nada esos chicos invisibles que dice Maeve que los tiene a sus pies. —¡Ni que lo digas, qué difícil debe ser caminar así!— colaboro con su halago, uso mi mano como visera para cubrirme del sol cuando le echo una mirada apreciativa que le da la razón. —¿Un unicornio?— no sé de donde sale mi asombro, hago un repaso de las ilustraciones que he visto en cuentos y suelen tener unos mechones plateados que resplandecen, así como lo hacía la piel de esos vampiros de una mala trilogía juvenil con la que también me han comparado ¡y odiaba esa comparación! —Parezco un inferi en la playa, con esta piel blanca me veo como una muerta en vida— soy mucho más consciente de este rasgo al estar en un sitio donde queda tanta piel expuesta, así que cuando acabe con mi cabello pasaré a buscar el protector, no sea que en vez de bronceada termine incendiada y eso que el sol en estos días aún no es tan intenso.

Pasa con todo— la secundo, —desde gente con problemas de la ley en la playa, hasta chicas a las que les gusta su mejor amigo— muevo mis cejas que siguen siendo rubias en un gesto insinuante. —¿Hace cuánto que se conocen con Oliver? Estoy tratando de imaginarte viéndolo pasar por el acné y los frenos y madurando en lo que es— a mi favor diré que esto último lo digo con un tono libre de pensamientos incorrectos, es una simple observación de los hechos, me sujeto a los hechos. Mi admiración está puesta en estos momentos en las olas tranquilas del mar, que me desconcierta darme cuenta que hay un punto que nos vigila desde un puesto de control, busco el sombrero para cubrirme. —Un tiburón… ¿¿hay tiburones en el distrito cuatro??— sé que no fue eso lo que la mordió, pero el pánico me hace alzar el tono agudo de mi voz en un grito. —¿Mal momento para decir que no sé nadar?— quizás, solo quizás, debería haber comenzado por ese punto cuando dije que me gustaría conocer el mar. ¡Y bien! ¡Nunca he estado aquí! ¿Cómo se espera que aprenda a nadar? ¿En un charco del Capitolio? ¿La bañera de mi casa? He escuchado que morir ahogado es de las peores muertes, desde que lo oí me quedé perturbada por esa frase y lo extraño es que aunque no sé nadar, eso nunca se convirtió en un miedo. No hasta ahora que la idea de mar se ha vuelto real y lo bueno es que, esto es aún más extraño, confío en Maeve como para saber que nada me pasará. —No tiene caso que la escondas, todo lo que tenga que ver con esconder cosas le quita una parte de lo bueno que pueda tener y para ejemplos hay muchos. Ojalá algún día no haya que esconder nada, ni a nadie…— como a mí, que me agarro con fuerza de su muñeca al ir contra las olas que se rompen contra mis piernas y salpican en mi rostro por el impulso de la carrera, creo que marco su piel con mi agarre porque lo último que quiero es que la fuerza del agua me haga caer y muy patéticamente me vea tragando agua. —¡EL PATO!— alcanzo a gritar, creo que lo puedo necesitar. Y por el grito pruebo un par de gotas saladas que llegan a mi garganta al ir avanzando con mi otro brazo extendido a lo largo para golpear la marea, me río porque esto es único, increíble para mí, cuando la pareja de la playa no ve más allá de lo que tienen en la mano y el socorrista se fija en cualquier otro punto menos en las dos chicas que gritan en la orilla.
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Maeve P. Davies
Miembro del Escuadrón Licántropo
¿Verdad que explicaría muchas cosas? Synnove no es la única, ni será la última, que me mira con esa cara de estar preguntándose de donde obtengo tanta energía, y, honestamente, no sé si la razón de esto tiene que ver con la transformación, que ya no solo ha aumentado el potencial de mis sentidos, sino que cargo conmigo con una dosis de energía que al final del día tengo que haber reducido a menos de un tercio o si no me pasaré la noche comiendo palomitas y viendo películas de terror. Pero, lo cierto es que desde niña me han dicho que parece que tengo un cohete en el culo. — Mejor no tanteemos a la suerte, le llamaremos Kenneth en caso de que hayan puesto su nombre como nuevo tabú o algo así. — de esa manera es más sencillo y llamaremos menos la atención, que creo que con el patito de goma gigante ya gasté mucha de esa como para ponernos más ojos encima por estar hablando de política. Y absolutamente nada que ver, pero el pensamiento me lleva a hacerle otra pregunta. — Me dijiste que lo habías llevado a la discoteca porque jamás había estado en una, ¿no? Pero nunca me dijiste como hiciste para esconder a un enemigo del estado antes de… bueno, convertirte en una y esas cosas. Se me hace extraño que jamás te vi en el Royal… — añado como último comentario, además de en un tono bajo por la naturaleza de la conversación.

Lamentablemente para las que somos pálidas por genética el sol no nos hace ningún favor, ni siquiera para las que vivimos aquí de seguido. — me uno a su queja, puesto que, si no fuera porque mi pelo es moreno, probablemente me vería como ella y mi piel no le hace ninguna competición a los cuerpos morenos que se pasean por la playa a diario. Siempre se puede probar con un spray bronceador falso… — Ah, ¿Oliver y yo? Vamos a algunas clases juntos, aunque si tengo que pensar en una fecha en específico… no, la verdad es que no me acuerdo cuando fue que lo conocí. Verás, él es más del tipo que sale con chicas bonitas y que agitan pompones, o eso era lo que pensaba, luego empezamos a compartir pupitre y yo le copiaba los deberes de aritmancia hasta que caí en la cuenta de que se le daban tan mal como a mí. — le explico, poniéndola al tanto de una historia que, para ser sincera, no tiene nada si lo comparamos con las cosas que han podido pasarle a ella. — El problema de Oliver es que le cae bien a todo el mundo, es demasiado carismático, así que le pedí un favor sabiendo que no iba a decirme que no y pim, pam, pum, adivina lo que pasó. — hago gestos con mis manos al hacer esos sonidos para llenar el momento de algo más de emoción, cuando por la obviedad de terminar señalándome la cicatriz debería saber a lo que me refiero. — Después de eso solo empezamos a soportarnos más de seguido. — bromeo.

Tranquila, no los hay, pero si por alguna casualidad se nos acerca el socorrista, tú solo sígueme el rollo. — a que no sabe nadar simplemente me río, aunque no creo que sea la reacción que esperaba. — Piensa que tú estás formando parte del cambio, el que quiere hacer que no haya nada que esconder y todos sean aceptados de la misma forma, ¿no? — la animo, incluso cuando eso me deja en la mala posición de ser quien se encuentra en medio de todo sin saber exactamente qué hacer de ello. Porque si miro por mi obligación, esa pertenece al escuadrón, y en serio, es por obligación, hay una ley que lo dice y me obliga a estar ahí, pero si es por pensamiento… no estoy segura de compartir los ideales que nos imponen a diario. — ¡Iré, iré a por el pato! — le aseguro, antes de que le dé un síncope y es que con la charla se me había pasado agarrarme del pobre pato de goma. Voy salpicándome las piernas al correr por el agua de vuelta a donde están las toallas, por suerte no las colocamos demasiado lejos y puedo volver al mar antes de que le dé tiempo al sol a secarme del agua. — ¿Ves? ¡No tiene nada de complicado! — digamos que todavía no está nadando, ¡pero es un buen primer paso! — Bien, agárrate al patito si ves que las olas vienen muy fuerte, ¿de acuerdo? — el agua ya nos llega más arriba de la cintura en lo que nos adentramos más adentro. — Iremos hasta donde te sientas cómoda, ¿vale? Y ten cuidado no pises en ningún agujero. — le advierto, que es lo malo que tiene la arena, se acumula de las formas más extrañas aquí en el fondo del mar.
Maeve P. Davies
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También creo que el nombre de Ken podría ser tabú, lo inquieta de pronto es otra cosa. —¿Crees que los nombres de todos los que estamos en la lista también lo sea?— me falta el aire al preguntarlo, como estúpida me presente con mi nombre y apellido, hasta bromee al colocar mi apellido en su nombre. ¿Y si todo eso fuera un riesgo? Posiblemente estoy con una de las personas más directas y valientes que he conocido, eso suele ayudar bastante a que relaje mis temores, pero si algo es suicida, es suicida. No hay cómo cambiar esa verdad. —Te lo contaría si no fuera porque el cómo lo consiguió es un secreto que le pertenece a él, algo que pocas personas saben y trato de ser una persona que cuida lo que cada persona le diga, así que también puedes quedarte tranquila. Todo lo que me digas, jamás será revelado— le guiño un ojo, para comenzar, el que estemos aquí. —Y supongo que no nos vimos por… ¿la diferencia de edad? ¿por estar en la especialidad? ¿por qué tendía a tener la cara detrás de un libro? No soy una persona que tienda a llamar la atención tampoco…— me encojo de hombros, porque salvo mi cabello, no recuerdo que la gente se percatara de mí. ¡Ah! ¡Ya me acordé! Cuando era más niña y decía cosas raras, luego dejé de decirlas…

Necesito de una fuente con palomitas cuando me cuenta cómo fue dándose su relación con Oliver, esto es mejor que las películas que suelo mirar porque es real y nunca me paso esto de que me guste alguien de la manera ¿normal? En la escuela, que se siente cerca, que tengamos clases juntos, hacer esas cosas que va acercando a la gente. —¡Oh! ¡Me encantan las historias que comienzan así!— exclamo, e incluso tiene su giro dramático del argumento cuando menciona muy por arriba el episodio de la mordida. Tengo el impulso de darle un codazo. —No es que se soporten desde entonces, esas son las cosas que pasan para que dos personas se den cuenta que deben estar juntas— ¡y ya sé! ¡ya me explicó que su relación no tiene rótulo! Solo quiero mis segundos personales de reacción romántica, en los que me llevo la mano al pecho y me conmuevo por los hechos. —Y no sé si Oliver será de los que van las porristas, pero dudo que pueda andar con una chica así luego de tratar contigo. Se aburriría terriblemente con ellas— no lo digo yo, lo dicen las películas clichés que he visto durante toda mi pubertad, cuando los ovarios hacían sus estragos en mi humor.

No tengo sosiego con estas historias, que repentinamente todo esto pasa a ser esa película de terror en la que un tiburón aparece para comerse a dos chicas, una de ellas nada más que una turista. Típico de quien tiene la ilusión de acercarse el mar, el que no sepa nadar y la posibilidad de un tiburón la ponga de los nervios, no me siento segura hasta que tengo al pato para abrazarme. —Gracias— se lo digo de todo corazón, —olvida eso de que soy parte del cambio, mi gran defecto ha sido siempre que tengo demasiado miedo para salir de los lugares en los que me siento segura— le confieso, y estoy a punto de decir algo como que soy del tipo de persona que siempre se queda en la orilla, lo que sería incongruente con el hecho de estar aferrada a un pato inflable dejando que la marea me lleve. —¿¿Hay agujeros??— pregunto con el mismo pánico que me provocaron los tiburones, esto se está poniendo más peligroso que ir a asaltar una alcaldía, procuro tranquilizarme con un par de respiraciones. —¿Le tienes miedo a algo, Maeve? No pareces de las personas que se asusten fácil, y de hecho te han mordido, no sé… te ves como una persona muy valiente.
Anonymous
Maeve P. Davies
Miembro del Escuadrón Licántropo
No creo que ninguno lo sea… todavía. Sería un poco loco creer que por pronunciar un nombre ya se está conspirando contra el presidente, ¿no? — no tiene ni que responderme, sería loco, el problema es que uno no sabe por dónde va a salir Magnar Aminoff estos días, a ojos de todo el mundo parece el salvador del pueblo, cuando si escuchamos por la parte rebelde, de salvador no tiene mucho. Es irónico que nunca me haya interesado la política hasta que verme envuelta en un uniforme me ha hecho formar parte de ella de forma directa. No es que antes no fuera consciente de las injusticias que se viven a diario, pero tengo que admitir que siempre había estado encerrada en mi propia burbuja. — Mmm… Ya sé a quién llamar entonces para enterrar el cadáver si es que se me da por asesinar a alguien — no creo que capte la tonalidad de mi broma lo suficiente como para que no se lo tome en serio, así que me apresuro a reírme y a murmurar que es broma por lo bajo. — Supongo que sí, sería por eso entonces. — acepto, me abstengo de decir que jamás me hubiera visto en un lugar como la biblioteca o detrás de las páginas de un libro, sino más bien en las salas donde castigan a los estudiantes o debajo de alguna escalera mientras me piro alguna clase.

Me río por su entusiasmo y es ahí que me doy cuenta de que es una de las cosas más llamativas de Synnove, es imposible no encontrarse cómodo a su alrededor cuando se muestra entusiasmada por cualquier cosa que pueda contarle. La forma que tiene de verlo, de todas formas, es lo que alarga mi risa. — Bueno… si hizo falta que me mordiera un hombre lobo para que Oliver saliera de su burbuja de pompones y admiración estudiantil, entonces puedo decir que al menos mereció la pena. — ruedo los ojos con gracia, no es que crea que la mordida fue una bendición, pero reconozco que no hubiera sido lo mismo si simplemente no hubiera pasado. Probablemente nuestro encontronazo con el licántropo le hubiera hecho darse cuenta la clase de persona que soy, esa que no busca problemas (bueno a veces sí, ok) y que los encuentra de todas formas, y estoy segura de que Helmuth ni siquiera me hubiera hablado al día siguiente. Quizá eso no, es demasiado educado como para hacerlo. — ¿Tú crees? No lo sé, tiene que ser terriblemente divertido agitar pompones… — ¡dame una I! ¡I! ¡dame una R! ¡R!… Ironía.

Defecto o no, creo que la posición en la que estás ahora demuestra que eres capaz de superarlos, sino, ni siquiera estarías con la gente del distrito nueve en primer lugar, ¿no? — no me parece poca cosa, y no entiendo la manía que tiene la gente de menospreciar sus cualidades, que entiendo, yo soy la primera persona en no querer reconocer que en ocasiones puedo llegar a ser muy perezosa y no soy un cerebro en el colegio, pero sé que tengo otras capacidades en las que destaco y me enorgullezco de ellas. — Quizá lo que necesitas es un pequeño empujón para salir de tu zona de confort, pero todo lo demás lo has hecho tú sola, nadie te ha obligado a ello. — quiero alzar una ceja, a modo de pregunta, no tiene pinta de ser de las chicas que harían algo solo porque tiene que ser así, pero a lo mejor estoy hablando de más. — En la arena, tienes que tener cuidado de donde pisas. — advierto antes de elevar el dedo índice en su dirección para que me dé un segundo, el cual utilizo para hundirme en el agua y mojar mi cabello. Para cuando puedo volver a respirar, estoy apartando el mismo hacia atrás y quitándome parte del agua de los ojos. — No me consideraría a mí misma como una persona valiente, algo más como temeraria. Me lo han dicho muchas veces, eso que dices de si no le tengo miedo a algo, pues claro que lo tengo, todo el mundo le tiene miedo a algo. Solo… necesito encontrar a qué. — a alguien se lo tengo que reconocer, lejos de mis dramas emocionales, tiene razón al decir que no suelo ser una persona que se asuste fácil. — Las personas valientes toman sus miedos y hacen algo con ellos, no sé… se unen a una rebelión o se sacrifican por otros — sigo, sin darme cuenta me estoy refiriendo a ella y a la gente que puede o no seguir — Yo soy más del tipo imprudente, ese es mi defecto, soy demasiado curiosa, a veces tomo riesgos por pura diversión y en más de una ocasión me han llamado osada, no en el buen sentido, más bien todo lo contrario. — es una palabra que usan como aprehensión, como si fuera a tener algún efecto en mí. — Soy la clase de persona que se asoma a un pozo creyendo que no va a caer y cae por no haber tenido la precaución suficiente; la persona valiente se asoma, pero se asegura primero de que se está aferrando a algo. — resumo, por todas las ironías posibles, es Synnove la que está agarrada al patito y yo la que deja pase libre a los tiburones.
Maeve P. Davies
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Invitado
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Eh… en estos días estoy convencida que vivimos en un mundo muy loco— se lo digo en confidencia, que el resto parece ignorar que hemos perdido la cordura en algún momento y seguimos por la vida como si nada, ¿quién necesita de una cordura? ¿Tú? ¿Yo? Tonterías, se puede vivir sin buen juicio. —Te diría que no es algo reciente, no es nuevo, crecer también hace que te des cuenta que la gente está loca desde hace muchísimo tiempo, mucho tiempo antes de que naciéramos— comento. Jolene me había dicho algo de los Black, nadie hasta ella había sido tan directa en decirme lo enfermos que estaban para advertirme de lo que podría llegar a ser Ken, pero mi memoria tiene nulos recuerdos de ese entonces, lo qué es por lo que me ha contado alguien más. —Seguramente temblaría mientras cavamos el pozo para ese cadáver y estaría insoportable enumerando las mil maneras en las que podrían descubrirnos, pero no dejaría de cavar en ningún momento. Puedes contar conmigo— aseguro, uniéndome a sus risas al darme cuenta que en esto de tomarme confianzas con la gente se está poniendo serio. Nunca he visto a mal que la gente tenga secretos, yo los tengo y asumo que mis amigos también tienen los suyos, no espero saber todo de ellos, por eso me sorprende poder hablar con Maeve sobre su licantropía sin que sea un tabú –no porque deba ser un tabú, para nada, si hasta puedo bromear-. —Una chica de fuerte impacto, ¿quién puede pensar en pompones luego?— así le quito a las porristas todo ese estrellato que se les suele reconocer, que ¡hey! No tengo nada contra las porristas. —Y también, he leído que las situaciones extremas acercan a la gente. Si vas en un tren a toda velocidad al que le fallan los frenos o estás en un avión con turbulencias, es más probable que desarrolles sentimientos hacia la persona que está sosteniéndote la mano en ese momento. O si estás en medio de una guerra, eso también cuenta…— lo digo desviando los ojos y disimulando una tos.    

Nunca diré que me vi envuelta en circunstancias que decidieron sobre mí, así que le reconozco el mérito a su comentario, cada paso que di lo hice a consciencia, tomando un camino hacia el distrito cinco y luego hacia el distrito nueve. Fue una elección que hice entre lo que dejaba, una vida hecha y derecha en el Capitolio, y todo lo turbulento que vendría luego al irme a vivir con mi amiga repudiada. —Lo más irónico de todo es que salir del Capitolio me hizo dar tantas vueltas que terminé al azar en un distrito como este, cuando siendo una ciudadana más podría haber venido un montón de veces y no lo hacía, por estar dentro de mi burbuja…— como un pez atrapado en una pecera de lujo con su propio castillo, en el único espacio acuático de la casa, ignorante que detrás de las paredes, más allá de los edificios, hubiera un mar como este. —Te voy a contar algo, porque me das la confianza para hacerlo— anuncio, traigo el pato inflable a mi pecho para envolverlo con los brazos así no tengo que preocuparme con los vacíos en los que puedan caer mis pies. —No seré una enemiga pública de Neopanem toda mi vida— digo, —espero ser una enemiga pública fugitiva de Neopanem—. Mi madre ha dicho siempre se debe tener aspiraciones y metas en la vida. —Algún día espero irme de Neopanem— loco, ¿no? No parece que haya más que mar por donde sea que mire en este momento.

Y sí, quizás necesite nuevas cuotas de valentía para cuando llegue la oportunidad de hacerlo, lo desconocido trae nuevos miedos. Trato de pensarlo como que lo desconocido siempre se verá como un pasillo oscuro, cada paso que damos echa un poco de luz, así se va volviendo conocido. —Hay personas que solo toman sus miedos para poder mirarse al espejo— que se involucren en una rebelión o en la guerra misma viene después. Temeraria no soy, eso está claro, no me arrojaría a lo desconocido como si nada, necesito ir paso a paso. Pero temeraria es precisamente como llamaría a Maeve, con toda la explicación que me da lo deja claro. Hola, ha traído a una criminal a la playa. Pienso en eso que ha descrito como su defecto, con tantas consecuencias graves que le podría traer andar por la vida con esa actitud de tirarse a abismos por diversión. —Suelen decir que a nadie se nos da una batalla que no podamos ganar, para ganarla debemos usar todo lo que somos. Supongo que en tu caso, te espera algo que muchas personas valientes, por muy valientes que sean, no podrán hacerlo. Pero tú, así imprudente como eres, traspasarás el límite que para los valientes será una barrera…— medito. —¿Cómo es Oliver?— pregunto, ¡y lo sé! Pareciera que no tiene nada que ver, también podría preguntarle por otro amigo, pero Oliver es el único que le conozco. —Porque a veces somos de una determinada manera para que lo que somos complemente a otra persona. Las personas necesitamos de otras personas, por eso vivimos en sociedad, porque el “yo” se construye con el “otro”. Tal vez toda tu alta cuota de imprudencia pueda alentar a alguien y a su vez esa persona sostenerte de la muñeca por si resbalas al borde un pozo.
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Maeve P. Davies
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Ah, ¡pero por supuesto! — Es un mundo de locos porque siempre va a haber locos. — resumo, como si no hiciera falta más que eso para explicarlo. — Es eso que dicen que tiene que haber de todo, ¿no? Siempre hay alguien que tiene que seguir el camino descarriado, que tenga ideas diferentes, no todos vamos a coincidir en las mismas cosas, aunque eso estaría genial en ciertos aspectos… — la política por ejemplo, no estaríamos donde estamos hoy si no fuera porque cada grupo piensa de una forma distinta. — Dicen que el mundo sería más aburrido si todos tuviéramos la misma opinión, pero nadie habla de que eso también sería mucho más fácil, ¿no crees? — llegar a esa conclusión no es algo que me cueste, la lástima es que soy de las personas que opinan lo primero, porque si a todos nos gustara el mismo color, ¿qué sería de todos los demás? Alguien utilizó una vez la expresión “para gustos, colores”, y creo que no puede llevar más razón. — Siempre hace falta esa persona que te recuerde cuántas cosas podrían salir mal. — me río cuando lo dice, debe de ser como una norma que no está escrita. También creo que es necesario que alguien nos mantenga los pies sobre el suelo a aquellas personas que tendemos a hacer locuras, para conservar la cordura, incluso en un mundo patas arriba. — Supongo que tiene sentido… No deja de ser un evento traumático, y nadie más que esa persona que te acompaña puede comprenderlo, es algo así como un punto común, quizá el que hace falta… — me quedo a mitad de la frase, no sé muy bien por qué. — para todo lo demás — por alguna razón, sonrío, aunque esta misma curva se transforma en algo más pícaro por lo último. — ¿Te refieres a ti y a Kenneth? — muevo las cejas hacia arriba y hacia abajo varias veces, pero queda claro que no tiene por qué tomárselo en serio.

Pero no era lo que necesitabas en ese momento. — digo, refiriéndome a sus razones para no haber visitado un lugar como el cuatro con anterioridad. — Me gusta pensar que las cosas pasan por algo, no que tienen que ser necesariamente de una manera porque así lo decidió alguien, llámalo destino o cosmos, sino a que lo que hacemos tiene un sentido, incluso cuando en el momento no lo vemos. — intento explicarme, pero es conocido que nunca fui una persona de palabras y más bien de acciones. — Quizá nunca viniste hasta aquí cuando aún vivías en el capitolio porque no era el momento adecuado. Si te das cuenta, todo lo que hacemos afecta de alguna forma a otras personas o a nuestro propio entorno. Imagínate que hubieras viajado antes a la playa, quizá hubieras conocido a un chico moreno que hace surf, o tu perspectiva hacia la vida podría haber cambiado y a partir de entonces tal vez te hubiera dado por viajar más a menudo. Puede que sí hubieras conocido a Kenneth después, puede que no… Cómo se llama… la ley de acción reacción o algo así era… — lo dimos en el colegio hace mil siglos, pero sea como sea, creo que entiende mi punto. — Lo que hacemos influye en otros, estamos en constante movimiento y un simple cambio puede hacer que todo sea de forma diferente. — finalizo como pequeña conclusión, no puedo negar que lo hago ligeramente entusiasmada, ese que se acrecienta cuando dice lo siguiente. — ¿De veras? ¿A dónde? — Europa parece la opción más razonable, pero sé que existen otros lugares fuera como colonias, otras islas y así.

Resulta un poco irónico hablar de batallas propias cuando estamos en medio de una que nos envuelve a cada uno de nosotros como un conjunto que nadie puede negar, sea muggle, mago o criatura, todos estamos metidos en el mismo barco y solo queda por averiguar quién se subirá al bote salvavidas y quién se hundirá en el intento de ganar la guerra. Me gusta que trate de interpretar mi imprudencia como algo de lo que sacar provecho, mi padre, no obstante, sé que no diría lo mismo, Rebecca me daría con la palma de la mano en la cabeza para sacarme la tontería de encima. — ¿Tú crees? — a su teoría, intento que no se me note que tuerzo un poco los labios, por suerte aparece una leve ola que me hace elevar un poco el cuello y parece que es por eso. — No sé, siempre me he pensado a mí misma como un ser independiente, no diría que mis acciones complementan las de otro o que soy así porque a alguien le falta de lo que yo tengo de más, pero quizá… no suena tan disparatado. — ahora que lo menciona, puedo darle un segundo pensamiento. — ¿Oliver? Veamos… para ser hijo de un ministro no es nada estirado o egocéntrico — me burlo, ese estereotipo que tenemos todos sobre los hijos de los ministros, Meerah no cuenta porque si vamos a ser reales en esto, su padre no la ha criado como tal. — Es sensato, inteligente y tiene carisma, por eso a todo el mundo le cae bien — lo digo como si fuera una característica pésima, cuando no lo es, pero eso hace que sea completamente dispar que se lleve conmigo. — No le importa mucho la opinión ajena, viene de que es muy desinteresado y a veces puede resultar molesto porque es demasiado comprensivo — no lo digo como una molestia en sí, sino porque me encantaría poder decir algo que en serio se pueda considerar un defecto.
Maeve P. Davies
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Comparto eso de que sería un mundo muy aburrido si todos pensáramos de la misma manera, actuáramos de acuerdo a un único molde y tengamos el mismo material genético que nos haga una especie única y uniforme, yo que sé— divago, —así descrito suena como el más tenebroso futuro distópico posible…— lo convierto en una broma para que no se asome la posibilidad de que pueda llegar a ser real dentro de dos mil años. —Pero sí hemos avanzado tanto en la historia, me gustaría que esas opiniones distintas las pudiéramos discutir en un escenario distinto al que venimos haciéndolo. ¿No sientes a veces que todos los adultos o ancianos no han hecho más que hurgar los mocos de su nariz en estas décadas? Escarban en algo que no les ha dado nada nuevo, quizá hace mil años fueron más civilizados que nosotros ahora…—opino, moviéndose entre esos extremos de lo que podría ser el futuro y de lo que habrá sido un pasado remoto, para colocar a este presente en una posición cuestionable, tomando distancia, como si no perteneciera a él y lo estuviera mirando desde afuera.

Lo hago porque estar zambullida en el mar del distrito cuatro como un punto en el mapa que no me corresponde, hace que pueda mirarlo todo con perspectiva. El Capitolio y el distrito 9 ¾ me quedan casi a la misma distancia desde aquí, cada lugar con las presencias o los recuerdos de personas que amé, anhelé, di la espada, seguí, di la mano o la solté. Innegablemente me he llegado a sentir más unida a aquellas que me ofrecieron su mano para estrujárselas en medio del miedo que me han provocado ciertos sobresaltos. —Que dos personas sientan lo mismo, en un mismo momento, cualquiera sea el sentimiento: miedo, odio, desesperación, éxtasis, los une— explico. —Las personas somos naturalmente egoístas por no nacer con la capacidad de conocer los pensamientos y sentimientos de los demás, a menos que siendo mago puedas aprender estas habilidades, entonces ese momento en que otra persona y tu son sacudidos por la misma emoción, todas las barreras invisibles caen, conectamos con la otra persona…— sigo, doy un par de brazadas tímidas en el agua al ponerme a dar cátedra con mi antigua profesionalidad en la materia. —Llegas a conectar con el corazón de la otra persona, entonces no hace falta que digas nada, pero hay que tener cuidado con ese silencio porque se puede volver absoluto y un día te das cuenta que ya no sabes lo que pasa por el corazón de esa persona. Y no hay pregunta que valga— digo con pena, —pasa con todas las relaciones, de todo tipo.

Pareciera que estoy leyendo la contratapa de esa revista de consejos y test para medir compatibilidades, lo que ella dice sobre todo ocurre en el momento que debe ser y que quizás de haber venido antes al distrito cuatro, hubiera cambiado en algo lo que conozco, lo escucho con el interés de alguien que agradece toda la ayuda que le puedan dar para otorgarle un sentido a las cosas. Si de algo estoy segura, es que otra hubiera sido mi mirada sobre esta playa y el mar, una que habría sido entusiasma no cabe duda, desprovista del verdadero deseo de hundir mis pies en el agua salada por saber que ahora es un privilegio prohibido. El deseo de viajar hubiera sido entonces más que nada un capricho, no habría cuidado tan profundamente de lo que se ha convertido en mi norte, con los rasgos de una fantasía infantil al principio. —A Europa, un poco más al norte, cerca del polo…— describo, — si es cierto que todos estamos locos, creo que el principal problema está en mantenernos a todos dentro de las fronteras de Neopanem, deberían dejar que el mundo fuera un poco más grande y que algunos locos nos dispersemos por ahí. ¿A ti no te gustaría? Apostaría por ti si quisieras volar los océanos— sonrío, que ya conozco la parte de que no hay muchas esperanzas en el viejo continente, no las tengo, no espero grandes ciudades, no iré a mirar rutas y avenidas, sino que busco un cielo distinto a este.

He tenido mis dilemas sobre si nos complementamos con otros o somos completos en nosotros mismos, si hablo de complementar es porque influir sigue sonándome peor. Si hay algo que entendí, es que podemos ser independientes, individuos… pero las personas necesitan de otras personas, individuos con otros individuos son una sociedad— es un pensamiento meditado, coherente por donde se le mire, a lo que sigue coloco un poco más de sentimentalismo, a veces equivocado. —Es necesario porque nunca tenemos idea del impacto que una huella nuestra puede tener en otra persona... habrá muchas personas que andarán a nuestro lado, otras que nos atravesarán…— y hay una sutil diferencia entre ambas, que se vuelve importante cuando pasa el tiempo. Escucho con mi emoción para nada disimulada la lista que, por cierto, no es corta, sobre las virtudes de Oliver y ya solo falta que incluya los milagros. —Te gusta en serio— si ha tenido tiempo de pensar todo eso es porque le ha dedicado unas buenas horas de pensamiento. —Olvida todo lo que puedas decir sobre si debes o no estar con un chico así, nunca se trata de si merecemos o no, si hay algún tipo de justicia en quien gusta de quien. Simplemente no dejas ir a alguien que te gusta así si también gusta de ti— es mi consejo, que no pidió, pero cumplo al repetirlo.
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Maeve P. Davies
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Yo me refería a lo de pensar igual y tener la misma opinión, no a lo de que todos seamos clones de una misma persona, ¿qué bizarro sería eso? — seríamos como… insectos o peces de una misma especie, definitivamente algo con lo que no me gustaría tener que soñar por las noches. Hace bien en calificarlo como futuro tenebroso y distópico. — Pienso que hoy en día la gente es muy conformista, sí, en especial las personas mayores, no sé si porque ya vivieron mucho y prefieren seguir la corriente antes que luchar en contra o... — se me hace una metáfora muy apropiada aprovechando que estamos dentro del agua, siendo literalmente arrastradas por las olas en un vaivén que va y viene. — Quizá es por eso que todos se sorprendieron cuando aparecieron quiénes sí están dispuestos a luchar, ¿no? — pretendo incluirla dentro de esa categoría, pero a la hora de formar la frase tengo que hablar de quiénes empezaron todo esto en primer lugar. Pensar que yo pueda estar conformándome con muchas cosas en mi vida, de igual forma, me produce un retortijón en el estómago.

Me pasa que no puedo mirar a esta chica de otra forma que no sea con expresión de admiración, que en apenas dos de sus visitas, la primera siendo un encuentro fortuito que ni siquiera tuvo que haber tenido lugar, ha conseguido que me plantee cosas que hasta el momento habían permanecido dormidas en alguna parte de mi cabeza. — Oye, ¿todas estas cosas las sacas de una revista, de un tomo de filosofía o algo así? Siento que aprendí más contigo sobre la vida en 5 minutos que en cinco años de escuela, ¿nunca quisiste ser profesora? Hasta yo atendería en tus clases — le aseguro, lo último me hace reír un poco. ¡Pero que no estoy mintiendo! Toda esa conexión que ha hecho sobre acontecimientos que unen a las personas, que nos hacen sentir lo mismo… puedo ver que tiene sentido porque lo he experimentado, de alguna extraña forma. — ¿Cerca del polo? ¿Ahí no es de dónde vienen los pingüinos? — se me escapa una risilla, que todavía recuerdo el día que le dije a Hero que me encantaría poder ser uno para lanzarme boca abajo por la nieve como trineo. Coincido en que hay demasiados locos en Neopanem, entre ellos me incluyo. — Oooooh, eso sería genial, pero nada de escobas, ¿sería muy muggle decir que me encantaría volar en globo? — ¿qué tiene el gobierno con prohibir todo lo muggle? Bueno, casi todo, con suerte no prohibieron los coches, todavía me quiero sacar el carnet de conducir. — Así se podría ver todo el océano, pero en condiciones, sin prisa y con una vista espectacular.

Ah, eso por supuesto, me da mucho poder pensar que sin mí, es decir, las mujeres, la sociedad humana se extinguiría, ¿no crees que es maravilloso? — no tiene nada que ver con lo que ha dicho, y de alguna manera, también la tiene, por eso de que no podemos formar una sociedad sin otros… Es una suerte que el agua esté medianamente fría por estar todavía en primavera, porque creo que si no me hubiera puesto tremendamente roja por eso. — Bueeeeeeeeeeno, puede que solo un poco — reconozco, muevo mis brazos para dejarme llevar por el agua y floto mirando al cielo azul. — Es bueno saber que siempre tendremos a alguien, ¿no? Que nunca estaremos verdaderamente solos — aunque lo sintamos así muchas veces, es curioso encontrar un apoyo o consuelo en las personas que menos lo hubieras esperado.
Maeve P. Davies
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Es muy bizarro— coincido con ella, en mi mente se están construyendo imágenes que me darán pesadillas luego, mi imaginación ha sido siempre lo mejor y lo peor de mí. Fue lo mejor cuando era lo que me permitía escapar de esa vida en la que me encontraba por conformismo, que nunca es una cosa de la edad, también los más jóvenes, nacidos en estas últimas décadas, en muchas cosas optamos por un estilo de vida que no rompa con lo conocido. También fui parte de ese grupo de personas, habrán quedado fotografías mías en el departamento de mis padres, donde me veo como la típica adolescente del Capitolio, de punta en blanco y a salvo de los prejuicios que ahora hay sobre mí por ser cara de los carteles de buscados. —Quizá…— murmuro, no lo había pensado de la manera en que lo hace ella, ¿eso causa que haya personas enfrentando al gobierno? —Lo había asumido como lo simple de que lo desconocido siempre inspira miedo— agrego, porque también tengo pensamientos sencillos, básicos, en contraposición a otros sobre los que he meditado mucho, tuve mis largas tardes en solitario para tratar de entender cómo responden los corazones de las personas y me llevan a cavilaciones sobre cosas que, por lo general, la gente siente, no piensa, como debe ser. —Si fuera profesora, enseñaría arte— sonrío al decirlo, el arte tiene un poco de todo, de todo sobre la vida. —Toda mi vida sentí que buscaba algo y eso me hizo tener muchas conversaciones a solas sobre por qué siento lo que siento— lo resumo así.

Muevo mis brazos al animarme a desplazarme por el agua por donde mis pies pueden tocar el fondo. —Eeeh, no… el polo al que quiero ir no tiene pingüinos, tiene osos polares…— contesto, no lo leí en ninguna enciclopedia, es lo que aprendí de los relatos de mi padre, cuando al creerme muy pequeña me describía en detalle todo sobre aquel lugar del que provenía. —Y luces boreales, hay largos puentes de luces boreales donde se encuentran todos los espíritus…— sigo. Volar en escoba entre estos corredores de magia del cielo sería un espectáculo maravilloso, aunque un vuelo en globo suena casi tan fabuloso, se podría ascender y atravesar las luces, verlas desde mucha más altura. En fin, es un paisaje que de a ratos cobra mucha fuerza en mi mente, como sea, cualquier paisaje por fuera de Neopanem sería una postal increíble. Estuve mucho tiempo encerrada entre paredes, que en el presente, todo lo grande que puede ser un país, me parece insuficiente para todo lo lejos que quiero llegar.

Tengo que disimular una carcajada cuando su respuesta pasa por lo imprescindible que son las mujeres en la sociedad, lo dejo en un asentimiento de cabeza que le otorga la razón. No voy a demorarme en ello cuando hay algo más que me entretiene, como verla poniéndose toda colorada por tener que admitir que Oliver Helmuth le gusta, ¡oh, vamos! Le salpico un poco de agua con mis dedos por reconocer que “solo un  poco”. —Siempre es bueno— en eso también le tengo que dar la razón, —en todo lo independiente que puede y debe llegar a ser una persona, nadie puede ni merece estar solo—. Echo mi cabeza hacia atrás para que mis mechones, por este día castaños, se mojen en el mar. —Una única persona basta, solo una, para que la vida de alguien cambie— musito, —sentir y creerse solo, puede llevar a la gente a tomar muchas decisiones equivocadas…— mi rostro se vuelve hacia ella cuando ensancho mi sonrisa, —muchas veces basta solo con saber que esa persona está, aunque no lo veas, la sientes. Por eso es tan importante que los corazones sepan entenderse entre sí— recupero mi teoría anterior con un sesgo de humor, aunque sea en lo que creo.
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Maeve P. Davies
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También — coincido con un movimiento de cabeza, más seria de lo que me gustaría, así que me apresuro a añadir algo que baje la tensión de la conversación. —A no ser que seas un poco temerario y te guste lanzarte al vacío sin pensar en lo que habrá abajo, el miedo siempre hará que la gente se acomode — sonrío brevemente por lo primero, que no hace tanto hablábamos de como a mí me gustaba darme cabezazos contra lo que no conozco por pura curiosidad, como muchas de esas cosas me han llevado a tener otros miedos y, así como de pronto dije que no tenía ningún miedo, me encuentro reconociendo que lo que más terror me produce es no tener un rumbo para mí misma, no encontrarme en ningún lado, no hacerlo nunca. Por eso me dan envidia las personas como Syv, y eso que no me considero una persona envidiosa, para nada, pero me produce interés el que gente como ella, o como el mismo Oliver, sepan, no digo que con certeza, sino que al menos tienen una idea, de lo que desean para ellos en el futuro. ¿Yo? Yo me dejo llevar por la corriente y tengo suerte de si no me topo con un agujero de verdad, y eso creo que es, lo que prácticamente me ha definido hasta ahora. — Oliver quiere ser profesor — le comento de paso, aunque no con mucha intención más, todavía enfrascada en mis propios pensamientos anteriores.

Ladeo la cabeza al imaginarme un oso polar, ese animal que solo vi en fotografías y hace mucho tiempo, porque en el colegio en cursos anteriores estudiábamos criaturas mágicas, pero aun así se me asoma una sonrisa en los labios. — Tiene que ser muy bonito — le reconozco, tal y como lo cuenta no me es muy complicado el poner imágenes mentales dentro de mi cabeza de como sería el lugar. — Si todavía no tienes acompañante para ese viaje, sabes donde puedes encontrarme, y también que me uno hasta a un bombardeo — lo cual dicho así no suena especialmente bien, siendo que últimamente todo lo que recibe el país son bombardeos, de cualquiera tipo, pero espero que pueda entender a lo que me refiero. — Me gusta la idea de descubrir lo que hay allá fuera, en especial porque la palabra prohibido no la suelo encontrar en mi vocabulario y me llama la atención qué tan peligroso es lo que hay como para que no nos dejen salir — probablemente porque nadie querría quedarse de encontrar un lugar tranquilo donde nadie te moleste y no salten bombas por doquier cada vez que se tiene oportunidad.

No llega a escapárseme una queja por el agua porque yo misma aprovecho el gesto para utilizar mis manos y salpicarla también en venganza, que todo esto de hablar sobre chicos se sabe que nunca ha sido lo mío y cuando tengo que reconocer algo como esto... bueno, pues sí, me pongo colorada. ¡Y soy pálida, por el amor de Morgana! Se me hace fácil empezar a parecerme a un tomate con esta blancura. — Desgraciadamente, creo que tienes razón en eso. No me gustaría sentirme solo, más que estar solo, sería peor sentir que no tienes a nadie incluso cuando estás rodeado de gente. — eso sería, con creces, lo peor de sentirse solo desde mi punto de vista. — Estar solo es algo que, en la medida de lo posible, puedes solucionarlo, pero sentirte solo... — ni siquiera termino la frase, murmuro un prffff que lo deja todo claro.
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También los hay— contesto, entre miedosos y temerarios, me incluyo entre los primeros, con una fuerte inclinación hacia las personas que muestran un carácter temerario. ¿La ley de los opuestos, acaso? Con la ironía presente en la ecuación, porque los miedosos somos quienes a veces estamos en medio de todo el caos, los temerarios son los que están dentro de una vida que se levanta alrededor de ellos como cuatro paredes que los encierran. Un temperamento como el que he podido notar en Maeve, solo está esperando su momento para demostrarse. —¿Profesor?— repito, —¿sabes el peligro para la sociedad que sería eso? Porque una está acostumbrada a ver a chicos como Oliver como jugadores de quidditch, en tapas de revistas y cantando en un escenario, ¿pero cómo profesor? Ojalá sea de matemáticas, suele ser la materia a la que es más difícil prestarle atención…— comento, ¿está bien que haga estos comentarios? Tengo mi momento de duda. —¿Sabes que no lo digo en mal plan, verdad? — aclaro por si las dudas. —¡Que solo es un comentario! Ni siquiera me gusta, ¿bien? En serio, lo juro— hago el juramento con una mano en el corazón, casi hundiéndome en el agua hasta que logro hacer pie con el fondo.

Aunque en estos últimos meses de vivir en el distrito cinco, luego en el distrito nueve, es poco lo que pienso en aquel país que quiero conocer, por encontrarme en sitios que me hacen sentir bien, de vez en cuando todavía lo menciono y lo pintó así bonito como lo es para mí, tal como lo dice Maeve. Mi sonrisa se vuelve más reservada cuando se propone como compañera de viaje, estoy a punto de contestárselo a la ligera, con un quizás, pero que lo proponga me hace darme cuenta de otra cosa y por alguna razón, decidido confiárselo a ella. —Triste que lo de los bombardeos no sea tan figurado… pero nunca te lo pediría—. Atrapo al patito entre mis brazos para tener con que flotar al hablar mirando el agua. —Había pensado en ir a ese lugar que te digo cuando todo esto se acabe, por ahora siento que hay cosas que puedo hacer aquí con mis amigos. Hay una persona a la que pensaba proponérselo porque sé que quiere viajar por el mundo, lo que no sé es si faltará mucho tiempo para que esto acabe… y si cuando acabe, no se verá obligado a quedarse aquí o si seguiremos siendo lo que somos…— cuento, el pato sufre mi abrazo. —No lo digo porque siempre me acusan de ser romántica, y lo soy, porque hay cosas que tengo que me gustaría conservar una infinidad de años. Pero la vida es larga, nunca sabemos todo lo que puede pasar, que a veces encontrarte con algo bueno tan pronto en la vida… lo agradezco, porque me da un montón de cosas buenas para todo lo malo que podría venir después, pero me gustaría que lo bueno también sea el cierre de todas las historias. No lo sé, es solo la vida fluyendo…— suspiro, lo dejo ahí, no es como si yo tuviera el don de nada para saber qué puede pasar mañana o si habrá un mañana, por eso dejo el norte siendo exactamente eso, un norte, para no perder el camino o perderme en el camino.

Sentirte solo entre un montón de gente es horrible— asiento con mi cabeza al decirlo, lo sufrí los años que siguieron a que Mimi se marchara y era incapaz de estrechar una amistad con nadie, lo que creo que en parte era cosa mía o el universo que me exigía moverme un poco de lugar, porque todas aquellas personas con las que podría haberme encontrado en el Royal, las conozco ahora y puedo decir que las conozco, en ese entonces eran extraños a mi alrededor haciendo un ruido molesto en mis oídos, mientras mi mente pedía silencio. —Sentirte solo… es horrible. Cuando era niña solía escuchar la voz de alguien más grande que me decía «Ánimo, Syv, todo estará bien, todo mejorará, vendrán tiempos mejores en los que ya no te sentirás sola». Era la rarita de la escuela, así que eso me hacía sentir bastante sola— creo que ya se lo había contado. —Cuando crecí, hubo momentos en los que tuve que tomar decisiones y la niña que fui me decía que tenía miedo, que todo podía salir mal. Así que le hablaba y le decía que yo me encargaría de que nada la lastimara, de que esta vez iba a salir bien. Un día me di cuenta que yo misma era la que me hablaba cuando era niña. Nunca estás sola, es verdad el que siempre te tendrás a ti misma, y eres tú misma quien te hace salir de ese sentimiento para que te encuentres con otros…— cuando termino de hablar, temo que Maeve se haya zambullido de tener que oír mis monólogos. —Y siempre encuentras a alguien, aunque sea alguien que no debería estar aquí, la vida tiene extrañas maneras de propiciar encuentros. Voy a aprender a hacer la poción multijugos para que no sea un problema que te vean conmigo, ya lo decidí.
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Maeve P. Davies
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La risa brota de mis labios mucho antes de que pueda decirle que yo también llegué a esa conclusión cuando me puse a pensarlo mejor, después de caer en que no era simplemente por complacer a su… ¿madrastra? Por esa teoría tendría que empezar por complacer primero a su padre y meterse a algo de eso de medicina. — Sería horrible, tienes razón, voy a tratar de convencerlo de que el quidditch es la mejor salida. Por un tiempo quiso serlo, jugador profesional, pero creo que esos son sueños que tenemos todos en algún momento de la vida. Te diré que yo de pequeña quería ser astronauta, yo ahora lo pienso y digo, ¿pero en qué pensabas, Maeve? Si ya te vas a la luna sin necesidad de montar en un cohete o salir propulsada hacia el espacio — le cuento como anécdota, riéndome de mí misma por esa manía mía de irme por las ramas dentro de mis pensamientos, la razón principal por la que siempre recibo avisos en el colegio al no prestarle verdadera atención a los profesores. Como para encima tener a uno con el cuerpo de Oliver… Definitivamente no. — No soy celosa — le aclaro, por si las dudas, mordiéndome el labio inferior al contener la risa.

Tengo mis intenciones de preguntarle a quién se refiere por su acompañante de viajes, pero una parte de mi cree saber en quién está pensando, y, si no es así, al menos sé con certeza que sería una persona con la que tenga la confianza suficiente como para confiarle estas cosas sin que la mire como si hubiera perdido completamente el sentido de la razón. — Es entendible, nadie quiere terminar… mal, por decirlo así. Supongo que todos tenemos expectativas sobre la vida que deseamos tener, con quién nos gustaría terminar o cómo, si es que esto acaba en algún momento, claro… — que por como están las cosas ahora mismo, no tiene mucha pinta de que eso vaya a ocurrir. — No creo que tenga que ver con el romanticismo — le aseguro cuando siente que podrían acusarla de ser cliché — Pero uno tampoco puede vivir de expectativas toda la vida, como dices la vida fluye, no sabemos con lo que nos vamos a encontrar al día siguiente, ¿así que por qué desperdiciar el presente? Yo digo que si tengo la oportunidad de hacerme amiga de una criminal, porque así se dio, ¿quién está ahí arriba para decirme que no puedo hacerlo? — señalo con un dedo al cielo azul, la sonrisa ya empieza a asomarse por mis labios. — Al cuerno con ese, si en la vida quieres hacer algo, lo haces y punto, ¡y luego ya se verá! — no tengo muchas cosas claras en la vida, pero esa es una de ellas, así que le sonrío con amplitud para demostrarle mi punto.

Escucho su historia sobre sentirse solo, me gustaría poder decir que me siento identificada, pero sé que estaríamos hablando de experiencias distintas, muy distintas. Nunca tuve un grupo de amigos fijos, creo que sigo sin tenerlo, porque me muevo por muchos círculos incluso cuando suena inverosímil por estar en el mismo lugar constantemente, pero me he sentido sola muchas veces también. A lo que ella se refiere es otra cosa completamente distinta, y es por eso que me quedo un rato en silencio, permitiéndole que se exprese con total libertad. Me agarro al otro lado del pato para tenerla de frente, así puedo elevar mi cuerpo en el agua con la tranquilidad de que el mar me sostiene. — Eso de que siempre te tendrás a ti mismo… no siempre es verdad, conozco de gente que se ha perdido a sí misma muchas veces, porque no están bien mentalmente consigo mismos, ni con quiénes son, no se aceptan y… bueno, hay muchas cosas que están mal en el mundo cuando hace sentir así a una persona — y por eso me alegro de que, de entre todos los sentimientos que haya podido tener, ese no sea uno de ellos — ¡Ohhhhh! ¿De veras? ¡Se me dan fatal las pociones, de verdad, quemé un caldero hace como… dos días! ¡Pero me encantaría ayudar! — ya que la va a usar para venir, ¿qué menos que participar? Aunque sea mirando, ya con eso me conformo.
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Me río a carcajada suelta cuando habla de su facultad de viajar a la luna sin necesidad de ser astronauta, puedo decir que comprendo el sentimiento, suelo tener la cabeza perdida entre las estrellas, como si nunca pudiera poner los pies en el suelo. —Se me hace que cuando somos niños tenemos sueños como esos para probar los límites de que tanto podemos imaginar— opino, algunas personas saben que no tienen límites, así es como surgieron muchos artistas o personas que inventaros cosas asombrosas, luego estamos el resto… el mar se siente infinito al estar flotando en la orilla, pero no iremos más lejos de lo que nos encontramos en este momento, no ahora. En todos los sentidos, falta la libertad para poder hacerlo, como mínimo espero volver a ser una ciudadana de Neopanem cuando se presente la oportunidad de cruzar las fronteras, si algún día las abren y tengo la esperanza de que así sea cuando logremos el cambio que queremos en el ministerio.

Creo que se quiera o no, una tiene expectativas de cómo quiere que resultan las cosas. Lo de “no te hagas ilusiones” es lo mismo que la frase “no pienses en elefantes”, la escuchas y te imaginas elefantes— ruedo los ojos, porque era algo que me repetía muy seguido cuando una mínima cosa me hacía suponer un millón. —Pero lo que puede pasar se abre en tantas posibilidades, una vez lo hablé con la profesora de adivinación del Royal. Phoebe Powell, ¿la conoces, no? Ella también decía eso de que hay que pensar en el presente, el futuro son probabilidades, el presente es lo que conocemos con certezas… pensar en el futuro quizá sirva para saber a dónde queremos ir, nos marca un rumbo, pero las decisiones son cosas del presente así que cuando ese futuro se convierta en presente, veré donde estoy parada y a donde iré— medito. La sonrisa que le muestro es muy amplia por saber, con esa certeza propia del presente, que no le molesta ser mi amiga aunque haya unos carteles por ahí que le dicen que no es un buen plan. —Neopanem está lleno de leyes incorrectas como para que tengamos que preocuparnos de hacer las cosas como dicen que deben ser— me uno a su discurso anarquista, esto no es algo que hubiera dicho hace dos años, cuando todavía seguía siendo estudiante del Royal.

Como hago de mis palabras algo personal, y sin embargo, no siento que las suyas se refieran a sí misma, uso el pato para acercarme un poco más a ella y preguntarle con cuidado en un susurro. —¿Hay una persona cercana a ti que se sienta así?— me preocupo, lo que dice me hace pensar en mi propia madre, todo lo que sé sobre sentirse solos y buscarse en uno mismos lo viví como experiencias atravesadas por las suyas, yo encontré un apoyo del que sostenerme, ella solo se hundía a sí misma, porque en algún punto perdió su propia voz para llamarse y es por eso que creo que tengo tan fuerte esto de ser uno mismo primero, luego para los demás. —¿Alguno de tus padres?— murmuro, lo de que el mundo puede hacer sentir así a una persona me deja pensando. —Son las cosas del mundo que hay que cambiar— pienso en voz alta. Lo de la poción me distrae, puedo hablar de ello con una emoción diferente. —Yo quemo todo en la cocina, así que seguramente las primeras pruebas me saldrán asquerosas. Son muchas cosas que se me dan fatal, pero no pierdo nada con intentarlo, ¿verdad? Buscaré algunas recetas, si hace falta iré al mercado negro, después de todo, soy una criminal y puedo hacer cosas de criminal como ir al mercado del doce, ¿no?— trato de hacerlo una broma, aunque debería tener cuidado con la pareja que sigue fumando sobre la arena. ¡Ah, no! ¡Ya se han ido! ¿En qué momento? Deben de haberse desaparecido y estar flotando en alguna nebulosa.
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Maeve P. Davies
Miembro del Escuadrón Licántropo
El movimiento afirmativo de mi cabeza indica que sé de quién me está hablando, lo que termino por asegurar con palabras. — Sé que vive en el cuatro también, donde los barrios pijos según lo que tengo entendido — lo cual tiene cierto sentido si consideramos de quién es familia — Aunque tengo que reconocer que… me piraba algunas de sus clases cuando tomaba la asignatura. En mi defensa diré que no hablábamos mucho sobre esas cosas que dices, o quizá también que fuera la primera clase de la mañana… A esas horas es muy probable que me quede dormida — digo, con un tonito de culpabilidad acompañado de una mueca en mi rostro. Y es que qué rabia, en verdad, esas cosas sí se me resultan interesantes, pero cómo no alguien tiene que ajustar el horario para que me quede dormida en sus clases o directamente, en mi cama. — Este año no se le ha visto mucho el pelo, de todas formas, lo último que se supo es que tuvo un bebé — le cuento como chismorreo, que como antigua estudiante del Royal seguro que está al tanto de alguna que otra cosa que se cuece por ahí, como qué profesores tienen algún rollo entre ellos y esas cosas. Lo último lo sé porque a veces Dave me ha dicho que utiliza su turno de cuidar a Mathilda para visitarla, que resulta que son amigos. — Exactamente, esa es mi única ley de vida — aseguro firmemente, y sonriente, sobre su última conclusión, aunque hacerla una ley le quita toda la credibilidad, pero creo que se entiende el punto.

Apenas hago un gesto con mi cabeza en un meneo que indica que no me estaba refiriendo a nadie en concreto, si dejo de lado la parte en la que yo misma me he sentido de esa manera por la presión que ejerce la sociedad sobre nosotros. Sé lo que soy, lo que son muchos otros y conozco las diferencias que nos colocan los demás por los prejuicios que han sido arrastrados durante generaciones. No creo que porque un hombre decidió darnos un lugar a este grupo apartado esas críticas vayan a cambiar, pero puede hacerlo la percepción que tengo de mí misma y es lo que, al final del día, vale mucho antes que cualquier opinión que un desconocido pueda tener sobre mí. De modo que termino suspirando, haciendo un vago movimiento con mi mano para restarle importancia, como si no la tuviera, cuando tiene todo el peso de lo que hay que cambiar para que todo el mundo se sienta aceptado. — Siempre y cuando tengas cuidado, puedes ir a donde quieras, que tu rostro sigue apareciendo en los carteles, no creo que el mercado negro sea un buen lugar para estar, no al menos mucho tiempo, así que si vas, ten cuidado — repito, no es como si pudiera frenarla de hacerlo, incluso cuando me siento un poco culpable por no poder hacer algo al respecto. Ese pensamiento inmediatamente produce que se me ocurra una idea. — Espera… en el colegio hay una especie de almacén para ingredientes, lo utiliza el profesor de pociones, pero dudo que note la falta de uno o dos ingredientes si los necesitas, así no tendrías que arriesgarte, ¿qué te parece? — le propongo, que yo tampoco tengo mucho problema con eso de colarme en lugares indebidos. La experiencia habla por sí sola.
Maeve P. Davies
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¿Ah, sí?— pregunto, la curiosidad que siempre siento hacia las cosas y las personas se demuestra, qué fue de la profesora Powell es algo que puedo decir que me importa, en esa ocasión tener alguien con quien charlar me ayudó muchísimo, no siempre hay alguien con quien hacerlo y aunque en ese entonces contaba con Ken como amigo, comenzaba a compartirle un montón de cosas que eran privadas, no habría sabido cómo explicarle lo extraño de esos sueños que tenía. —Pues me alegro que haya tenido un bebé, es lindo que un niño crezca teniendo una madre que sea tan buena escuchando…— susurro, la sonrisa se ensancha y llena mi rostro. ¡Hay que ver de las cosas que hablo con Maeve! ¡Hasta de la profesora de adivinación del Royal!

Se hace tan fácil hacer una conversación de cada cosa, y sin embargo, cuando menea la cabeza para hacerme saber que no se está refiriendo a nadie puntual, tampoco sus padres, no sé cómo seguir indagando porque se me hacía un comentario bien pensado como para ser dicho a la ligera, supongo que seguirá habiendo cosas sobre la otra que no sean tan claras de ver y eso también está bien. —Es extraño— esas son mis palabras favoritas, no hay duda. —Cómo las personas terminan encontrándose…— esas también lo son, cómo habrá siempre fuerzas que llevan a que una persona que se siente sola se encuentre con otros, como si algo en el universo rechazara las soledades extremas, de esas que algunas personas no pueden salir y otras se esfuerzan tanto para hacerlo. El universo nos mueve, juega al azar con nosotros, y no es azar, lo hace parecer como tal. Espera algo de nosotros, que nos encontremos.

Escucho a Maeve cuando me dice que tome los recaudos de andar dando vueltas por el mercado negro donde cada tanto patrullan los aurores por lo que sé, la escucho aunque sigo sumida en mis pensamientos anteriores. —Lo bueno del mercado negro es que va tanta gente que no debería estar ahí, que acusar a alguien los perjudica a sí mismos…— es lo que me digo, —también podría pedirle que vaya alguien que no esté en los carteles—. ¿A quién? ¿Holly? Si no me equivoco, es la única que sigue teniendo una cara que no le trae problemas con los aurores. —¡¿Estás sugiriendo robarle a tu profesor de pociones?!— ¿por qué sueno tan remilgada como esa vez que tuve que salvar a Charlie Meyer de un meollo en el que se metió? ¡Morgana, han pasado años desde entonces…! Mi mejor amiga roba cuentas bancarias, la otra roba información ministerial, ¿y yo estoy preocupada de que Maeve se meta en estos crímenes menores de la escuela? Por lo que me ha dicho, que la reprendan es cosa de todos los días, esta al menos será con una buena razón. —Tal vez no lo note, entonces… ¡está hecho! ¿Intentamos la receta de la poción multijugos la próxima vez que venga? ¡Oh! Aparte de los ingredientes que puede tener tu profesor, te tocará conseguir un par de pelos— digo, dándome cuenta de esto, —porque si lo hago yo, seguirán siendo pelos de gente de los carteles. Trata de que sea las personas más decentes que conozcas, ¡pero que no sean de Oliver! Sería raro…— me río. Y si lo conseguimos… estoy empezando una lista mental de lugares que me gustaría ver, ¿por qué elegí por mi propia cuenta estar encerrada en la burbuja del Capitolio toda mi vida?
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Maeve P. Davies
Miembro del Escuadrón Licántropo
Asiento con la cabeza segura de mis palabras, que no tenía intención de inventarme nada acerca de nadie y, si vamos al caso, tampoco era ningún secreto que la profesora Powell estuviera embarazada. Desconozco las razones más allá de que escuché que había estado en la alcaldía cuando ocurrió la invasión, pero todos en el Royal pueden asegurar que este año en particular ha estado más de baja que impartiendo clase, sean por los motivos que sean. — Tendré que ir a contarle mis dilemas existenciales entonces… Aprovecharé cuando va a casa de su hermano — bromeo con una sonrisa, que si tan buena es escuchando, yo tengo una o dos cosas que me encantaría poder solucionar. Pero uff… qué lío, en verdad, que es la tía de Meerah, ¿y si luego le anda preguntando sobre mí? No, no, mejor que no… — Es extraño, sí, quizá sí que es verdad lo que dice esa teoría de que las personas destinadas a encontrarse están unidas por un hilo rojo invisible — filosofo, que no me considero una gurú de estas cosas, pero he leído alguna que otra cosa al respecto y hay veces en los que uno termina por querer creer que existe algo así, no sé si para hacer de nuestra existencia algo menos miserable o para tenernos esperando algo aunque luego no llegue.

Yo no estoy en los carteles — se me ocurre decir, ya hice una visita al doce una vez, no para meterme en el mercado negro precisamente, ¿pero qué mal pueden hacer un par de metros más? Mientras no me encuentre con ningún tipo creepy… — Te sorprendería saber la cantidad de cosas que roban los alumnos en la escuela — le digo entre risas cuando parece tan sorprendida de que vaya a ser capaz de robarle un par de ingredientes a nuestro querido, no tan querido por los estudiantes, profesor de pociones. — ¡No lo notará, te lo aseguro! Y ya tengo una idea de como voy a conseguirlo… — un plan que empieza a formarse en mi cabeza y que incluye a Oliver, por supuesto, que si luego pregunta por qué tanto interés en las pociones así de repente puedo decirle que necesito sacar buena nota en la asignatura y debo practicar. Lo cual, si se mira así, ni siquiera es mentira, soy consciente de que debería levantar un poco mis calificaciones escolares si quiero llegar a algo en esta vida. — Mmmm, personas más decentes que conozca, eso va a estar complicado… Pero tranquila, los tomaré de alguien respetable, una compañera de clase que no me odie o así… Quizá alguien en el mismo distrito, así no es demasiado evidente si venimos aquí de seguido — me golpeo un dedo repetidamente sobre los labios, pensando en mis posibilidades, aunque sé que cuando llegue a casa estaré haciendo una lista de las personas que me parecen un mejor partido. ¡Que no puede ser cualquiera!
Maeve P. Davies
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