The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Ava E. Ballard
Fugitivo
Sábado 26 de Febrero de 2470

Bien, nunca fui la mejor cocinera del planeta; podía cocinar y se me daba bien hacerlo pero el hecho de que en el catorce no solían sobrar los ingredientes limitaba bastante las recetas que se podían hacer. Claro que eso no era excusa, Arleth era de esas personas que incluso sin magia se las arreglaba para realizar comidas exquisitas y que parecían alcanzar para un batallón; lo mío era más bien lo de hacer lo que se podía en las excursiones, con el fuego de la fogata y con las pocas cosas que hubiésemos conseguido. Esto de tener una cocina con lo que a mi parecer era tecnología de punta también era extraño y si bien debería haber simplificado las cosas, la realidad es que había demorado más de la cuenta en entender todas las funcionalidades del horno eléctrico. Demasiadas opciones cuando lo único que necesitaba era poner la temperatura que indicaba la receta y no mucho más.

Mi travesía logró terminar antes de que llegue Ben al menos, y el resultado, un bizcochuelo bastante esponjoso y lleno de chocolate y confites de colores, había terminado guardado en el fondo inferior de la heladera. Había considerado por unos momentos la idea de guardarlo en lo alto de la alacena, pero eso incluía el tener que subirme a la mesada maniobrando una torta; no era una meta imposible, pero no quería arriesgar todo mi trabajo de la tarde por un movimiento torpe.

A decir verdad estaba bastante emocionada por el resultado que había obtenido, lo cual era una estupidez si me ponía a pensarlo, pero me había mantenido distraída el tiempo suficiente. Un pequeño pedazo de normalidad entre todo lo demás que podía ocupar nuestros días siempre era bienvenido, y cualquier cosa que aportara humor, mucho más. Al final solo me había quedado esperar a que dieran las doce controlando mi ansiedad y si bien eso era una travesía mucho más complicada que la del pastel, en el momento en el que el reloj de la televisión marcó la hora indicada me levanto del sillón sin decir nada y busco mi pequeña obra maestra para poder depositarla en el desayunador. La vela que había encontrado en el cajón no era de esas que generalmente se pusieran en las tortas, pero era mejor que la coloco hundiéndola como puedo en el centro del pastel y la enciendo. - No voy arriesgarme a llevar esto hacia allá, así que ven a pedir un deseo. - Anuncio reclinada por encima de la barra para poder verlo mejor. Me mancho la mano en el proceso, así que lamo el chocolate del dorso antes de verlo aparecer y dedicarle una sonrisa. - Sé que no es la mejor manera de empezar tu año, pero feliz cumpleaños Ben.
Ava E. Ballard
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Benedict D. Franco
Consejo 9 ¾
Sé que pasan las semanas, pero llega un momento en el cual no estoy en verdad consciente del paso del tiempo. Me conformo con llegar al departamento todas las noches, realizar una rutina digna de cualquier ciudadano del Capitolio y trato, por al menos un rato, el tener un par de horas de calma y distracción antes de dormir y volver a empezar. Sé que Ava la tiene peor, he podido sonsacarle poco y nada de lo que sucede dentro del ministerio cada vez que se la llevan y su estado anímico no es el mejor, así que no he insistido en ello. Empiezo a creer que, tal vez, esto es lo que somos ahora: dos sombras de personas que solíamos conocer y acabaron siendo un simple chiste para el gobierno. Hoy, por ejemplo, llegué con la intención de pasarme el fin de semana muriendo en la cama y eso empezó dándome un baño de casi una hora. Por lo demás, solo me he dedicado a mirar la televisión, echado en uno de los rincones del sofá principal. Ni siquiera me interesa lo que está en pantalla, la verdad; solo sirve para apagar el cerebro.

Estoy pensando en que quizá debería dormir cuando la voz de Ava me trae de regreso a la realidad, ladeo la cabeza sobre el cojín para poder ver la luz titilante de una vela sobre lo que parece ser un pastel colorido y, en un segundo, las palabras de mi hermanastra me ayudan a comprender lo que está sucediendo. ¿Es mi cumpleaños? Pensé que había sucedido hace eones y no lo había registrado — ¿De verdad te tomaste la molestia de cocinar uno de estos? — no puedo evitar mostrarme sorprendido y vagamente divertido, en lo que me apoyo en el borde del sofá hasta poder ponerme de pie. Arrastro mis pasos por el suelo hasta llegar frente a ella, así puedo chequear mejor su trabajo — No tenías por que...Ya sabes. Gracias — que no voy a ponerme a reprocharle nada, no cuando esto es lo más similar a algo normal que hemos tenido en lo que parece una eternidad.

Hay algo incómodo con este cumpleaños que no le voy a decir. Siempre pensé que había sido una ironía malnacida del destino el haber marcado esta fecha no solo con mi nacimiento sino también con la muerte de mi hermana melliza, de la cual hoy se cumplen veinte años. No sé cómo es que pasaron y se fueron dos décadas, hasta llegar a este punto. Intento no pensar en ello cuando me inclino sobre la torta, medito los deseos más básicos que se me pueden ocurrir y soplo, ayudando a que el humo se eleve entre nosotros por un momento — Le diste en el blanco, amo los confites — sé  que ya lo sabe, al fin y al cabo me ha soportado por años, pero nunca viene mal el remarcar un buen detalle. Hasta me tomo la libertad de pellizcar uno, de color rojo, para llevármelo a la boca, lo que me ayuda a mancharme los dedos de chocolate. Sin poder contenerme, le pico la nariz, dejándole el manchón dulce y marrón — Ni sabía qué día es hoy, no puedo creer que tú sí lo hayas recordado — estoy seguro de que tiene muchas más cosas que yo en la cabeza. Chupeteo mi dedo en un intento de limpiar lo que ha quedado en él, bordeando el desayunador para ir en busca de algún cuchillo — ¿Comemos un poco y vamos a dormir o también tienes guardada una bola de boliche? — me permito el bromear, que cualquiera fiesta que podamos improvisar, seríamos solo nosotros.
Benedict D. Franco
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Ava E. Ballard
Fugitivo
Creo que la mirada de incredulidad que le dedico debe verse desde su posición, ¿de verdad pregunta? - Molestia fue encender el horno, no hacer un pastel. - No era un gran gesto a decir verdad, y tampoco había demasiado que pudiese hacer para festejar su cumpleaños. ¿Quería que decorase el departamento e invitase al escuadrón? Já. La imagen mental es bizarra tan solo de pensarla, mucho menos el pensar en cómo ejecutarla. - Mientras que planees compartir, no tienes por qué agradecer. - Le aseguro pese a que es una obviedad en sí misma. No había nada más horrendo que hacer algo por tu cuenta y no llegar a probarlo como correspondía. Que una cosa eran los ingredientes por separado al momento de prepararlos, y otra era el resultado final.

Lo observo con curiosidad cuando se inclina a apagar la vela, y por unos segundos me recuerdo de niña, inclinada por encima de la mesa en puntitas de pie al no poder con mi ansiedad. Había sido más de una ocasión en la que me habían permitido soplar también las velitas de cumpleaños incluso aunque no fuese el mío, y por momentos me veo tentada a imitar ese accionar. No lo hago, pero también me tengo que morder la lengua para no preguntar qué es lo que ha deseado. Estoy en ese humor extraño y casi hiperactivo que me generan los cumpleaños ajenos, y si bien dista mucho de ser siquiera similar a cualquier otro cumpleaños, puedo aislarme del mundo por unos momentos y observar resquicios de lo que solía ser antes. - Si hubiese habido helado hasta habría tratado de preparar una malteada, pero ahora solo te puedo ofrecer un café para acompañar. ¿quieres? - Tal vez no se lo merece por andar jugando con el pastel, pero acabo por sonreirle y limitarme a fruncir la nariz en lo que uso el pulgar para limpiar allí donde me mancha con el chocolate.

No me sorprende que él mismo no recuerde su cumpleaños, pero no quiero aclararle que la razón por la que no pierdo la noción de las fechas es por la incertidumbre de meses de estar encerrada. Mi cuello estaba sufriendo las consecuencias que implicaban girarlo constantemente para cerciorarme de la hora en el reloj de la pared. - Es un nuevo toc, no me gusta no saber en qué día estoy. Tal vez ahora sí sea mejor para recordar fechas importantes. - Que no iba a servir de mucho con todas las personas a las que hacían alusiones esas fechas lejos de nosotros, pero suponía que la intención era lo que importaba. - ¿Día agotador? Te está pegando la edad Benancio… Como quieras. No tengo bola de boliche pero siempre podemos hacer otra maratón de películas, o no sé… Sinceramente extraño las borracheras de cumpleaños que solíamos armar. - De alguna manera u otra, en el catorce siempre nos las apañábamos para que no faltase bebida al momento de festejar. Ahora la idea de emborracharse sonaba tentadora y deprimente en partes iguales.
Ava E. Ballard
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Benedict D. Franco
Consejo 9 ¾
He pasado muchos cumpleaños en compañía de Ava, pero ninguno se parece a este, por cuestiones más que obvias. Que mencione algo tan simple como una malteada hace que levante la vista en su dirección con una sonrisa suave, que no recuerdo cuándo fue la última vez que probé una de esas; lo más parecido fueron los cafés llenos de crema de Spellbucks, mucho más acorde a la temperatura baja de los últimos meses — ¿Cómo podría decirle que no a un café? Lástima que no sea irlandés — mis penas parecen un poco patéticas cuando me habla de su nueva manía, una que escucho pero que pretendo estar muy ocupado revolviendo los cajones como para contestarle. No quiero que nuestra estadía sea sumidos en la amargura y, mientras tengamos un pastel colorido sobre la mesa, podremos fingir por un momento que somos una familia común y corriente, un sábado a la madrugada, cuando siempre nos hemos alejado de esa fotografía. Es tan solitario cuando empiezas a meditarlo.

Tomo uno de los grandes cuchillos de cocina y se lo muestro con la actitud orgullosa de una persona que ha conseguido su meta en la vida — He llegado a la edad donde puedo sentirme un adulto deprimido si así lo quiero, los viernes a la noche ahora son un altar a largas horas de sueño y nada de alcohol — ni yo me lo creo, lo dejo en claro con la sonrisa vaga que le dedico al pasar por su lado. Tengo mucho cuidado de no hacer un enchastre y arruinar todo el trabajo que ha hecho, así que clavo la punta del cuchillo y uso todo mi talento en el área para que no se desarme al partir los trozos — He pensado en comprar una botella para tenerla guardada en la alacena, en caso de necesitar un buen trago — ¿No teníamos vino…? Ah, no, ya me lo bebí. Creo que no se lo he confesado, pero supongo que lo sospecha, que las botellas no desaparecen porque sí. Sé que no se enojaría, pero honestamente me da vergüenza el admitirle que me parezco más a mi padre de lo que puedo admitir, en las áreas que siempre me he prometido que no lo imitaría.

Me hago con las servilletas, así puedo dejar dos porciones servidas sobre el desayunador en lo que el café empieza a inundar el ambiente con su aroma. Se ha vuelto lo más familiar que tengo en este departamento, identifica muy bien los momentos en los cuales podemos estar tranquilos, sin órdenes que llevar a cabo. No puedo contenerme en la espera de que esté todo listo y me meto un confite en la boca — Una maratón de películas está bien. Y aún me quedan cigarrillos, si te interesa… — en lo que mastico me acerco a la puerta, así puedo rebuscar en el abrigo que ha quedado colgando del perchero y saco la cajetilla, como si de juntar una pila de requisitos para esta noche, pudiéramos solucionarlo todo. Me meto uno entre los labios por inercia y le tiendo el paquete, uso la hornalla eléctrica para encenderlo y, en cuanto el humo sale de mi boca, creo que mis nervios se reducen vagamente. Por un momento mis ojos se clavan en la ventana que da al balcón, desde el cual se lucen la iluminación del Capitolio nocturno — Tengo una idea — murmuro, tengo que sostener el cigarrillo con la boca y tomo los trozos de pastel para llevarlos conmigo — Saca las tazas al balcón — le indico, no muy seguro de que pueda entenderme al ser incapaz de modular como corresponde — No es necesario encender las luces. Si vamos a estar aquí, hagámoslo valer. El Capitolio puede ser detestable, pero la vista no está mal.
Benedict D. Franco
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Ava E. Ballard
Fugitivo
- Eso más que adultez es ancianidad. - Declaro cuando habla de los planes que tiene para los viernes de ahora en más. - ¿Seguro que son treinta y tres y no ochenta y tres? - Porque mal que mal, la mayoría de las noches eran una rutina en la que comíamos y tratábamos de dormir la mayor cantidad de horas posible. O bueno, al menos él lo hacía. A mí se me hacía imposible conciliar el sueño deprisa si es que era una tarde en la que no me hubiesen llevado al ministerio. El no hacer nada no era algo que fuese mucho conmigo.

No sería yo si le dijese que no a su sugerencia de comprar alcohol, pero tampoco pronuncio mi asentimiento porque no sé qué tan prudente sea el empezar a aferrarnos a la bebida. Ya había visto lo que podía hacerme una tarde de estar sola y con muchas botellas, y no era una experiencia que quisiera repetir. No cuando pasaba muchas tardes sola y todavía no terminaba de entender todos mis arrebatos de temperamento. - Creo que lo necesitaríamos más veces de las que en realidad deberíamos. - Me encojo de hombros pero al final acabo por ser sincera. Ninguno se caracterizaba por esquivar los vicios y no hacía falta negarlo. Demasiados años como para tratar de hacerlo.

Demuestra mi punto cuando ofrece los cigarrillos que le han quedado de no sé dónde, y como lo dije antes, no sería yo si le dijera que no a algo como eso. Es más, lo agradezco y mientras el aroma a café inunda la cocina, lo imito al sacar uno del paquete y encenderlo contra la hornalla. No sabía cuánto tiempo llevaba sin fumar uno pero me sorprende que tras un par de caladas el leve temblor que tengo en mis manos desde hace días desaparezca. - ¿Mmh? - Me había distraído al buscar las cucharas del cajón y no entiendo qué idea es la que tiene hasta que me indica lo que debo hacer. No creía que se pudiese ver la televisión desde el balcón, pero no me parece una mala forma de pasar un par de minutos en tranquilidad.

Sigo su sugerencia cuando puedo endulzar la bebida al gusto de cada uno y, tras sacar un plato que nos sirva a modo de cenicero, balanceo todas las cosas en lo que esquivo el sillón y lo sigo hasta poder apoyarlas en la mesita que allí se encuentra. - Me gusta pasar algunas tardes aquí. La ciudad puede ser bastante desquiciante, pero el ruido me relaja. Es raro estar aquí cuando está tan tranquilo. - No es que dejase de haber movimiento, pero comparado con las horas en las que había luz la diferencia, valga la redundancia, era como el día y la noche. Me siento en la silla que siempre ocupo y levanto los pies hasta apoyarlos en el borde. No hace frío precisamente, pero el calor del café es más que bienvenido cuando me inclino para tomar un trago. Todavía no pruebo la torta, pero creo que esto es lo más tranquila que he estado en mucho tiempo. - ¿Crees que en algún momento podremos sentirnos nosotros mismos de nuevo? - No quería ponerme filosófica en su cumpleaños, pero la noche invitaba a la charla y esa era la única pregunta segura que se me ocurría. O al menos la única a la que en verdad necesitaba encontrar una respuesta.
Ava E. Ballard
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Benedict D. Franco
Consejo 9 ¾
El balcón es de esos sitios que me hacen creer que podemos sentir algo de aire fresco en medio de una ciudad que se ha encargado de dejarnos en claro lo gigante y escandalosa que puede ser. Hemos pasado muchos años viviendo en lo verde del bosque, cerca de montañas y ríos que nos hacían creer que cosas como el asfalto eran mitologías antiguas y nuestra existencia podía ser tranquila, a pesar del estado constante de alerta. Sentir el aire en la cara te regresa parte de ello, a pesar de que el contexto es muy diferente — Te hace olvidar que el lunes todo volverá a comenzar de nuevo — murmuro, que mientras mi rango sea inferior y mis misiones no aumenten, seguiré teniendo los fines de semana para mí. Acomodo mi cuerpo, un poco grande para sus dimensiones, en una de las sillas y me estiro para que mi espalda se hunda, dejando que los pies se apoyen en el borde de la baranda. Acerco la taza que supongo que va para mí, doy una calada y tiro la ceniza sobre el plato que viene a cumplir el rol de cenicero esta noche.

La pregunta de Ava me deja callado, lo único que se ve de mí es la chispa del cigarro que ilumina mis ojos al calar, a pesar de que algo de luz llega desde la sala. Pruebo un poco de pastel y bebo algo de café para pasarlo, es la perfecta excusa para meditar mejor una respuesta — Siempre que las cosas se vieron negras, acabaron por mejorar de alguna manera u otra — no sé muy bien cómo es que podríamos estar mejor ahora mismo cuando nuestras opciones son limitadas, pero creo que comprende lo que quiero decir — Las heridas se vuelven cicatrices y, algunas cosas, simplemente mutan para no continuar siendo lo que eran. Sé que… —  no quiero ser crudo, muerdo un momento mi lengua antes de continuar — Pasaste por cosas que no te permitirán ser la persona que eras antes y el cambio no siempre es malo. Siempre evolucionamos, si estuviéramos estables significaría que estamos muertos. No sé si volveremos a sentirnos como nosotros mismos, pero… —  pellizco un trozo de mi porción y se lo enseño, con una sonrisa que no sé si puede ver con claridad —  Prepararme un pastel de confites es algo que la Ava con la que crecí haría, así que puedo decir que no te perdiste del todo.

Como me lleno la boca, vuelvo a callarme hasta que tengo la posibilidad de chupetearme el pulgar sin hacer un enchastre. A veces me olvido lo bien que hace comer algo de chocolate cuando tuviste un día complicado, sumarle todo lo demás lo hace aún mejor —  ¿Recuerdas el cumpleaños en el cual fuimos a patinar al lago? — una de las pocas ventajas de nacer en invierno es que puedes llevarte a tus amigos a un montón de agua congelada, usar magia para crear filo en los zapatos para poder transformarlos en patines y ver como la mitad no tenía ni idea de cómo deslizarse fue la frutilla del postre. Ava vino con nosotros por órdenes de Arleth, como casi siempre ocurría cuando ella aún era muy joven para nosotros, el grupo de los adolescentes egocéntricos con su falsa madurez —  Cale casi sufre de un infarto cuando seguiste de largo contra los arbustos nevados… — me río entre dientes, jamás pensé que llegaría a extrañar a mi hermanastro y aquí estamos —  ¿Sabes, Avs? — una nueva calada, un nuevo vistazo en su dirección — Esto podría ser mucho peor. Tener que vivir en prisión domiciliaria contigo hasta lo hace más llevadero. Ninguna otra persona soportaría mi mal humor de la mañana — por un momento me voy a llevar la taza a la boca, pero me nace una nueva duda — ¿Qué vas a hacer de tu vida cuando todo esto acabe y ganemos la guerra? — vamos a ser un poco optimistas mientras podamos.
Benedict D. Franco
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Ava E. Ballard
Fugitivo
Se siente extraño que sea Ben el que se esté mostrando optimista mientras yo trato de analizar la vida, pero él tiene razón y las cosas cambian y fluctúan sin que podamos hacer nada para evitarlo. Sé que las heridas se vuelven cicatrices porque tengo el recordatorio mismo sobre mi piel, pero él también carga con las suyas y supongo que debe saber mejor que nadie qué es lo que puedo sentir. Incluso aunque a veces algunos de esos pensamientos hayan desembocado en dejarse morir. Doy una calada y tiro la cabeza hacia atrás en lo que expulso el humo, permitiéndome volver a respirarlo antes de estirar mi brazo hasta dejar caer la ceniza en el improvisado cenicero. - Gracias. Hay veces en las que es necesario recordar esas cosas. Y significa mucho viniendo de tí. - Él, que más que nadie sabe lo que es pasar por una (o más de una) experiencia traumática que de alguna manera te define nuevamente; que se ha arriesgado para rescatar a una persona que no estaba del todo ahí, pero que tampoco estaba lo suficientemente perdida al parecer.

Intercambio la taza por el pastel aún sin dejar el cigarrillo, y doy un mordisco tratando de no masticar un poco de servilleta en el proceso. Está bueno, chocolatoso y lo suficientemente dulce como para empalagarme si no fuera porque todavía tengo mezclado el sabor del café y el humo del cigarro en la boca. Doy otro mordisco, y acabo riéndome entre dientes cuando tengo que hacer malabares para no tirar la porción cuando trato de atrapar un confite que se desliza por el costado. Lo logro de suerte, pero acabo devolviéndolo a la mesa para poder terminar de tragar como corresponde. - ¿Ese había sido tu cumpleaños? Pasaron… ¿quince años, dieciséis? - Me cuesta hacer memoria, era muy chica y terriblemente fastidiosa en aquel entonces. Siempre siendo un incordio para todo el mundo y tratando de demostrar que podía hacer más cosas de las que en verdad era capaz. Patinar era una de ellas por ejemplo. - Ahora que lo mencionas sí lo recuerdo. Odiaba que fuera tan sobreprotector, sobre todo cuando al final no había sido nada. Siempre fui más fuerte de lo que aparentaba, ¿no? - Sonrío, y creo que tal vez debería recordar un poco más de aquellos tiempos para poder aplicarlo al presente. Podía haber estado terriblemente molesta con Cale, pero qué no daría ahora por que volviese a retarme o a preocuparse por mí…  - No te acuerdas de tu propio cumpleaños, pero sí de estas cosas, es increíble. - Mi voz sale entre jocosa y resignada, y acabo por negar con la cabeza mientras vuelvo a soltar el humo de otra calada.

Me río de verdad cuando trata de verle el lado bueno a la situación y termino haciendo que mis pies se suelten del borde de la silla, haciendo que me incline hacia adelante al perder el equilibrio por un instante. - Sigo pensando que te llevaste la peor parte del asunto. A tí te toca convivir con una bipolar al borde de un ataque de histeria. Yo sí estoy acostumbrada al humor de tus mañanas. - Ben nunca había preferido despertarse a primera hora, y eso era algo que no había cambiado jamás en todos los años de conocerlo. Pellizco un pedazo de la torta en lugar de arriesgarme nuevamente a perderla por llevarla a mi boca, y medito mientras voy masticando la respuesta. No es dificil, no ha pasado tanto tiempo desde que tuve que contestarla. - Hace unos meses Syv me preguntó lo mismo, aclarando de antemano que estaba la variable fija de que seguiría con vida. -- Se me escapa una risita ahogada y trato de entender que tal vez es cierto el no haber cambiado tanto a pesar de todo. - En ese entonces le contesté que planeaba que ese fuera el caso porque luchaba para seguir con vida y garantizar lo mismo para el resto, así que… - Mis ojos se han ido acostumbrando a la oscuridad así que volver mi mirada hacia su rostro ya no es tan complicado como hace unos minutos. - Supongo que gracias por permitir eso. - Doy la última calada y apago el cigarrillo contra el plato. - Y por ayudarme a recordar que se puede seguir. - No era ni de cerca lo que me había preguntado, pero una vez que el pensamiento cruza por mi mente es imposible mantenerlo guardado. Tal vez podía dejar de lloriquear por los rincones y recordar que la vida no se acababa por unos meses en la que todo se había parado.

- Ya, voy a tratar de dejar la melancolía de lado. - Me enderezo en la silla y pellizco uno de los confites del costado. - También le dije que no tenía la menor idea. Que me gustaría tener un bar, o tal vez dedicarme a la medicina o a las criaturas. No lo sé, en el catorce era más sencillo. Si…Perdón, cuando ganemos literalmente tendremos un mundo de posibilidades que se sienten tan irreales como posibles al mismo tiempo, y cuesta el pensar realmente cómo va a darse todo. - No es el pensar que había que construír una casa para ganar independencia. Era el saber que había lugares que se podían comprar o alquilar, en cualquier parte del país. Ganar significaba dejar de esconderse. - A decir verdad, cualquier cosa que me permita establecerme en algún lado y dejar el culo quieto. Formar una familia, adoptar un perro; no sé, hasta tener un gimnasio suena bonito. Es el querer ganar la guerra para poder dejar de pelear de una vez por todas. - Por irónico que suene, de verdad estábamos peleando para obtener algo de paz.
Ava E. Ballard
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Benedict D. Franco
Consejo 9 ¾
Pensarlo de esa manera hace que se sienta una eternidad, apenas puedo ver al mocoso que era en ese entonces y relacionarlo con la cantidad de cosas que había pasado hasta el momento — Creo que fue… mi cumpleaños dieciséis o diecisiete — tendría la misma edad que Kendrick ahora mismo, pero mi atención estaba puesta en pasar el invierno y seguir los pasos caprichosos de Seth para hacer tonterías que en cualquier otra cosa — ¿Más fuerte de lo que tu hermano pensaba? Sí, siempre — intento tomarlo con humor, que no quiero que nos vayamos hacia los terrenos sensibles que jamás retomamos luego de una conversación que creía olvidada. Me encojo de hombros, rasqueteando un nuevo confite — He perdido la noción de los días. Ya sabes, solo es ir a trabajar, hacer algunas compras y regresar… — nada que le ponga entusiasmo a mi rutina, nada que identifique un día del otro. No sentía ninguna razón para festejar y algo tan simple como un cumpleaños no parecía digno de mención.

Mi encantador humor de las mañanas — le hago una corrección burlona, que hemos vivido juntos en más de una ocasión y no hay nada que un par de gruñidos deje en claro que no estoy disponible para conversar hasta haberme despertado del todo, lo que generalmente incluye lavarme la cara o beber algo de café. Me entretiene su modo de intentar comer el pastel, así que por un momento hasta me pierdo de lo que me está contando hasta que retomo el hilo de la conversación, tengo un instante de confusión hasta que una sonrisa casi que incómoda se asoma por mis labios. Ayudarla a salir no es algo que sienta que debe agradecerme, no cuando los dos tenemos bien en claro que ella haría lo mismo por mí. Es algo que no se piensa, solo se hace — Estaré aquí molestando, en caso de que te olvides. Ya sabes, se me da bien ser un fastidio cuando quiero — prometo, por si las dudas.

Por alguna razón, cuando Ava se endereza yo hago lo mismo en espejo, atento a lo que tiene para decirme en lo que bebo un poco más para bajar el sabor que me ha quedado mezclado en la boca. Es bueno hablar de todo esto con una seguridad falsa en un futuro que es ganador para nosotros, cuando está más que claro que es la única manera en la cual nosotros tendríamos un mañana; si no es así, no estaremos vivos para verlo, de ganar el gobierno no nos dejarían con vida. Mientras mastico, termino empujando la comida hacia un lado para poder sonreírle con ironía — ¿Tú asentando tu culo en algún lugar? ¿Me quitaste el sueño de vida? — me permito bromear, porque estoy seguro de que ella sabe que la comprendo. Lo que pasa aquí es que la vida nos ha empujado a seguir luchando y solo estamos esperando a que la carrera termine para poder colgar las armas, ser las personas normales que habríamos sido si nada de esto hubiera pasado. Ninguno quería luchar una guerra, solo éramos niños arrastrados a un mundo más cruel que hizo lo que quiso con ellos. La mano que apoyo sobre la mesa vacila, mis dedos golpetean el mueble con la picazón de querer tomar la suya para darle un apretón, pero acaban manteniéndose en su sitio — En el nueve… — tengo que aclararme la garganta para continuar — Empecé a plantearme las cosas que quiero y supe que no podría tenerlas hasta que pueda ponerle un fin a todo lo que me mantiene cambiando. Tú sabes… lo mismo que acabas de decir. Siempre quise ser lo que mi padre esperaba que fuera y acabé siendo lo que la vida me hizo — fue como ser una decepción sin desearlo, todo lo contrario a la mayoría de los hijos que se rebelan por puro gusto.

Para cuando apago el cigarrillo y el humo se levanta entre nosotros, aún me queda un cuarto de café y algo de torta. Me relamo y cierro ambas manos alrededor de la taza, contagiándome de su calor en esta noche fría de febrero — Serías una excelente catadora de vinos — bromeo — Y, aunque no pueda creer lo que voy a decir, también una muy buena madre — no quiero insultar la memoria de la mía, pero Arleth fue un muy buen ejemplo a seguir; esa mujer tenía más huevos que todos los hombres que ahora se andan peleando por este pedazo de tierra que llaman nación. Rozo apenas el borde de mi taza en lo que mis ojos se pasean por ella — Te pareces demasiado a la tuya — no solo mentalmente, con el paso de los años el físico se ha ido intensificando. Saboreo un corto trago y, con la taza ya vacía, me reacomodo en el asiento para acercarme más a la mesa — Supongo que ahora solo nos queda esperar y ver todo desde la silla del espectador — al menos, para ella, yo no tengo idea de lo que sucederá conmigo estando en las filas de los que se supone que salen a pelear por esta causa que no nos representa en lo absoluto. Por último, tomo el sabor dulce del pastel y me llevo un buen trozo a la boca. El crujir de los confites se siente hasta relajante — ¿Qué haces cuando no estoy para pasar el rato? Y no vale decir “cocinar pasteles”. ¿Te diste cuenta de que nos hemos convertido en lo que juramos destruir? — intento tomarlo con humor, hasta me río por lo bajo — Somos el matrimonio aburrido que se pregunta qué ha hecho durante el día solo para no caer en los silencios incómodos y el no sentirnos solos — nada más alejado de nuestra realidad que esto. Quizá ella tenga razón y deba preocuparme por el que sigamos siendo nosotros al final del camino.
Benedict D. Franco
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Ava E. Ballard
Fugitivo
Sí, lo sé. Era extraño el pensar en el concepto de que pudiese siquiera pensar en asentarme, mucho menos desearlo. Menos aún cuando él había estado en el otro extremo de mis ranteos acerca de lo mucho que quería salir al exterior, conocer y básicamente servir para cualquier otra cosa que no fuera estar dentro del distrito y entrenar. Allí dentro, ser exploradora era mi vida, lo que más me gustaba hacer… aquí fuera, ufff. - No te lo quité, simplemente por fin le veo el atractivo. - Pellizco un trozo de bizcochuelo en esta ocasión y trato de no tirar demasiadas migajas al piso en el proceso. - Pasaron muchas cosas en estos últimos años, demasiadas en realidad, no me molestaría algo de paz y quietud. - Y no me refería a la que podíamos tener en una noche perdida en el medio del capitolio, sino a esa que provenía de no estar atada a la voluntad ajena, sujeta a la incertidumbre de cada día. - Lo dices como si de alguna forma eso fuera tu culpa. Hay cosas que simplemente debemos afrontar, más allá de lo que hubieran querido nuestros padres. Más allá de lo que nosotros queramos. - Y estaba siendo optimista, porque la vida se estaba comportando como una verdadera perra en estos momentos.

- ¿De verdad? ¿Me ves usando palabras como ‘robusto’ o ‘austero’ para describir un vino? - Ni siquiera podía imaginarme sosteniendo la copa con cuidado y haciéndola girar hasta ver su color, su  consistencia o si había caído algún sedimento en el fondo de la misma. Demasiado análisis y pensamiento para algo a lo que generalmente no solía prestarle atención. - Ya con lo de madre… Creo que antes habría salido corriendo, o te habría aventado algo a la cabeza por decirlo. En estos momentos, el pensar en que me le puedo parecer siquiera un poco… No lo sé, me llena de orgullo. ¿Es esto lo que se supone que es madurar? - No sé por qué en realidad, pero había pensado mucho en ella en el último tiempo. En lo que haría, en lo que dejaría de hacer, en las decisiones que tomó o en las que optó por no tomar. La extrañaba, la extrañaba horrores, pero pensar que podía tener algo de ella, algo que me hiciera sentirme siquiera un poco cercana… Por instinto me llevo la mano al cuello, pero al hallarlo vacío acabo acariciando la piel con las uñas, sintiendo un cosquilleo ahí donde el peso de la fría cadena solía presionar. - Sabes que eso de esperar no es lo mío, ¿no crees que de alguna manera encontraremos la forma de hacer algo? - Debería haber una oportunidad, una salida, una apertura que nos permitiera ayudar de la manera en la que pudiésemos. Midiendo los riesgos y actuando con cautela, pero haciendo algo para aplacar un poco la sensación de impaciencia.

Vuelvo a estirarme para tomar la taza de café, y al notar que la temperatura se redujo bastante, apuro el contenido por mi garganta antes de pierda la mitad de su atractivo. También aprovecho ese momento para meditar la respuesta que podía llegar a darle. La verdad no era una opción, pero tampoco podía mentirle, no se merecía eso. - Duermo. - Mis manos abrazan la taza pese a que se encuentra vacía y volteo el rostro hacia el paisaje haciendo énfasis en no mirarlo a los ojos. - Me cuesta dormirme a la noche, así que aprovecho los momentos en los que sí puedo hacerlo. - La realidad es que me forzaba a no dormir por la noche. Salvando los días extenuantes que me dejaban tan cansada que ni siquiera podía pensar, aquellos en los que no tenía que movilizarme los aprovechaba para dormir, demasiado temerosa de hacerlo cuando él estuviese presente a sabiendas de lo que eran mis pesadillas. Me encojo de hombros y trato de retomar el humor bromista de la situación, ese que más que algo natural, aparecía como una especie de salvavidas en los momentos de necesidad. - ¿Te sientes solo? Y yo que me esfuerzo por cocinarte cosas especiales y mostrarte pequeñas atenciones. No sabes valorar mis esfuerzos Ben, estás matando nuestro matrimonio con comentarios como esos. - Trato de poner una expresión dolida pero mi puchero acaba de arruinarse a causa de la risa contenida. - Ya, prometo que no siempre seré un ogro malhumorado, hay momentos como estos en los que puedo volver a sentirme más ¿normal es la palabra? - Tal vez no lo era, pero las charlas honestas y el chocolate eran algo común, faltaba el whiskey o la cerveza que nos hiciera compañía, pero mal que mal esto no se sentía como un momento fabricado.

Me incorporo con pereza y camino los pasos que me separan de la baranda. A decir verdad la vista no es mala en lo absoluto si uno sacaba el contexto de la imagen. - ¿Sabes? Si bien creía que el resto de mi vida iba a pasarlo dentro del catorce, hubo momentos en los que podía imaginarme viviendo dentro del país. No quería volver al tres, pero me gustaba la idea de explorar más allá del cinco. - Me volteo hasta apoyarme contra el borde y quedo enfrentada a él nuevamente. - Claro que jamás había imaginado algo como un departamento en plena ciudad, pero no sé… Lo poco que me has dicho del nueve suena bastante tentador. No sé si por el distrito en sí, pero pensar en que llegará el día en que todos podamos estar conviviendo en paz… De verdad me gustaría estar viva cuando llegue ese día.
Ava E. Ballard
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Benedict D. Franco
Consejo 9 ¾
Creo que no sabría decirte lo que significa madurar, pero debe estar muy cerca de esto — intento buscarle el lado simpático a esta cara amarga, le sonrío con el saber de que ella puede estar segura de que yo jamás seré una persona completamente adulta bajo los estándares que incluye la palabra “madurez”. Reconozco el movimiento de su mano, solo me muerdo la lengua — Ahora… No sabría decirlo. Podemos buscar el modo, pero creo que es mejor mantenernos en silencio hasta que no nos vigilen con tanta efusividad — es sabido que los primeros meses en un proyecto nuevo mantienen altas las expectativas, llegará el día en el cual la guardia esté un poco más baja y podremos encontrar el modo de movilizarnos sin tener al gobierno respirando en nuestra nuca.

No sé qué esperaba como respuesta, me centro en el chocolate para no intimidarla con una mirada que delate algún signo de alarma o preocupación que, siendo Ava, posiblemente no tome de buena manera. No tengo nada que decirle, solo mastico con algo más de lentitud hasta que le sonrío con suavidad; tengo que tragar para responderle algo que siquiera pueda entenderse y, aún así, me cubro la boca con el dorso de la mano al sentir mis dientes repletos de rastros de confites — Procuraré estar más atento a tus muestras de cariño — me mofo en lo que sigo su broma. Acabo sacudiendo la mano — No tienes que esforzarte por mí, Avs. Hay emociones que no se pueden forzar — estar bien cuando todo tu cuerpo te tira abajo es una de ellas — Si quieres decirle “normal”, “normal” será — dudo mucho que sea la expresión correcta, pero todos sabemos que no soy una persona con un gran diccionario mental.

Empiezo a sacar los confites que sobresalen del pastel para meterlos en mi boca, atento al movimiento de mi hermanastra hasta que la veo junto a la baranda — Si obviamos que cuando se hace muy tarde puedes ver dementores por las calles, no está tan mal — intento bromear al respecto, que el Capitolio será muy pintoresco pero absolutamente nadie se salva de estar bajo la vigilancia extrema de nuestro adorado presidente. Empujo lo último que queda de mi porción dentro de mi boca y, sin fastidiarme en una servilleta, me chupo el dedo — No quiero ser iluso y pensar que todo sucederá demasiado rápido, pero me gusta creer que el cambio es posible y que podremos verlo — cautiverio forzado y altas posibilidades de morir aparte. Me pongo de pie y me acerco a ella, aunque aprovecho a recargar mis brazos cruzados sobre la baranda. Tras un momento de silencio, chasqueo la lengua — Kendrick tiene tu anillo. Después de que Magnar se lo envió… quiso dármelo, pero no pude aceptarlo. Debería habértelo traído — aunque no tengo idea de si esa joya ahora se encuentra atada a los mismos buenos recuerdos de antaño. Asomo la cabeza, pero desde aquí solo se ve la calle desierta y ninguna sombra encapuchada a la vista — Puedo pedirle a Holly en el ministerio que nos consiga algún espejo comunicador. Volverás a verlos a todos — aseguro, en esta ocasión sí me atrevo a mirarle — Eso es una promesa.
Benedict D. Franco
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