OTOÑO de 247521 de Septiembre — 20 de Diciembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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Recuerdo del primer mensaje :
—¡No! ¡No! ¡No te muevas!— pido, mis dedos presionando la varita contra mi palma cuando me acerco a él con las manos en alto para rogarle que no se mueva, que no haga el intento de incorporarse, ¡se está desangrando! ¿Por qué tengo esta sensación de deja vú? No solo por la vez que se cayó de la bicicleta, creo que la imagen de verle la camiseta empapada de rojo sangre es una estampa a la que debo acostumbrarme. ¡Ven! ¡De algo sirve trabajar con Alice! No entro en pánico, ¡no entro en pánico! Noentroenpánico. Sé cuál es el hechizo que tengo que usar para que su nariz vuelva a su sitio y lo haría si pudiera conseguir que se quede quieto, que me preste su nariz para que pueda encargarme en vez de retorcerse del dolor. Coloco una mano sobre su pecho para inmovilizarlo en la nieve que le hace de colchón cómodo, así puedo detener el chorro de sangre que salpicó un poco sobre lo blanco del suelo. —¡Ya está! ¡Como nueva!— exclamo satisfecha al ver que la hemorragia para. —Ah, maldición, creo que te quedó un poco diferente a la anterior…— lo digo tan seria, tan preocupada, que tengo que reírme para que sepa que no lo hablo en serio. ¡No soy tan mala en esto! ¡Sé detener una nariz sangrando!
Una nariz que no debería estar sangrando, di por hecho que con sus reflejos lograría esquivar los pedazos de cosas que había en el jardín y fueron lanzados hacia él con oppugno, bien, de acuerdo, tal vez no tendría que lanzar varias cosas a la vez, una tras otra, sino darle un tiempo a ir parando cada una. Lo tendré en cuenta para la próxima, por hoy debemos darlo por interrumpido, pelusas blancas empiezan a caer sobre nosotros y levanto mi cara al cielo gris para comprobar que va a nevar otra vez. —Ven, te ayudo— coloco una mano debajo de su brazo y con la otra me aferro al mismo para tirar de él hacia arriba al mismo tiempo que yo me levanto, tenía mis rodillas enterradas en la nieve. Le quito la que tiene entre sus mechones con mis dedos revolviendo entre estos y como estamos más cerca del invernadero que de la casa, me agarro de su mano para ir caminando hacia allí dando grandes y amplias zancadas por un patio que hasta que no acabe el invierno, seguirá siendo un desierto de un único color, blanco, con todas sus plantas como esqueletos de ramas y solo unos pocos arbustos de hojas oscuras entre los que suelen esconderse duendecillos.
—Paremos por hoy, así puedo mostrarte el invernadero de la abuela— digo al apoyar mi mano sobre la puerta que todavía tiene humedad, me exige un poco más de fuerza para poder abrirla y una vez que lo hago, se respira un aire distinto al de hace unos meses, todas las plantas muertas fueron quitadas y con un par de hechizos básicos conseguí que algunos brotes tuvieran la temperatura que necesitaban para ir llenando sus macetas. Aún falta mucho para que pueda ser una habitación a rebosar de verde como seguramente fue alguna vez, pero se ve más limpio que aquella vez que nos sirvió como lugar para escondernos en Año Nuevo. El techo, sin todas esas enredaderas que crecieron en descontrol, también deja paso a una claridad bienvenida, el techo de cristal nos deja ver cómo se va cubriendo de una fina manta nevada. —¡Allá están las pinturas!— le indico con mi brazo extendido hacia la mesa de madera pesada donde se amontonan frascos, alrededor de la cual hay dos banquetas altas y un atril, es lo nuevo dentro del invernadero, mi propio espacio dentro del que fue de mi abuela y mi madre. —¿Te acuerdas cuando me pediste que te enseñara a dibujar? ¿Alguna vez pintaste cosas con tus manos?— pregunto al llevarlo hasta la mesa para que pueda ver los recipientes cargados de ceniza, arena, algunas piedras, también cáscaras y frutas a la mitad. Hay unas fuentes de metal donde trozos de tela van tomando color, uno está tan teñido de rojo que vuelvo a echar un vistazo a su nariz. —¿Te sigue doliendo? De verdad, lo siento, en serio, sigo siendo algo desordenada con… bueno, supongo que duelear… y Ben ya no está para ayudarme…
—¡No! ¡No! ¡No te muevas!— pido, mis dedos presionando la varita contra mi palma cuando me acerco a él con las manos en alto para rogarle que no se mueva, que no haga el intento de incorporarse, ¡se está desangrando! ¿Por qué tengo esta sensación de deja vú? No solo por la vez que se cayó de la bicicleta, creo que la imagen de verle la camiseta empapada de rojo sangre es una estampa a la que debo acostumbrarme. ¡Ven! ¡De algo sirve trabajar con Alice! No entro en pánico, ¡no entro en pánico! Noentroenpánico. Sé cuál es el hechizo que tengo que usar para que su nariz vuelva a su sitio y lo haría si pudiera conseguir que se quede quieto, que me preste su nariz para que pueda encargarme en vez de retorcerse del dolor. Coloco una mano sobre su pecho para inmovilizarlo en la nieve que le hace de colchón cómodo, así puedo detener el chorro de sangre que salpicó un poco sobre lo blanco del suelo. —¡Ya está! ¡Como nueva!— exclamo satisfecha al ver que la hemorragia para. —Ah, maldición, creo que te quedó un poco diferente a la anterior…— lo digo tan seria, tan preocupada, que tengo que reírme para que sepa que no lo hablo en serio. ¡No soy tan mala en esto! ¡Sé detener una nariz sangrando!
Una nariz que no debería estar sangrando, di por hecho que con sus reflejos lograría esquivar los pedazos de cosas que había en el jardín y fueron lanzados hacia él con oppugno, bien, de acuerdo, tal vez no tendría que lanzar varias cosas a la vez, una tras otra, sino darle un tiempo a ir parando cada una. Lo tendré en cuenta para la próxima, por hoy debemos darlo por interrumpido, pelusas blancas empiezan a caer sobre nosotros y levanto mi cara al cielo gris para comprobar que va a nevar otra vez. —Ven, te ayudo— coloco una mano debajo de su brazo y con la otra me aferro al mismo para tirar de él hacia arriba al mismo tiempo que yo me levanto, tenía mis rodillas enterradas en la nieve. Le quito la que tiene entre sus mechones con mis dedos revolviendo entre estos y como estamos más cerca del invernadero que de la casa, me agarro de su mano para ir caminando hacia allí dando grandes y amplias zancadas por un patio que hasta que no acabe el invierno, seguirá siendo un desierto de un único color, blanco, con todas sus plantas como esqueletos de ramas y solo unos pocos arbustos de hojas oscuras entre los que suelen esconderse duendecillos.
—Paremos por hoy, así puedo mostrarte el invernadero de la abuela— digo al apoyar mi mano sobre la puerta que todavía tiene humedad, me exige un poco más de fuerza para poder abrirla y una vez que lo hago, se respira un aire distinto al de hace unos meses, todas las plantas muertas fueron quitadas y con un par de hechizos básicos conseguí que algunos brotes tuvieran la temperatura que necesitaban para ir llenando sus macetas. Aún falta mucho para que pueda ser una habitación a rebosar de verde como seguramente fue alguna vez, pero se ve más limpio que aquella vez que nos sirvió como lugar para escondernos en Año Nuevo. El techo, sin todas esas enredaderas que crecieron en descontrol, también deja paso a una claridad bienvenida, el techo de cristal nos deja ver cómo se va cubriendo de una fina manta nevada. —¡Allá están las pinturas!— le indico con mi brazo extendido hacia la mesa de madera pesada donde se amontonan frascos, alrededor de la cual hay dos banquetas altas y un atril, es lo nuevo dentro del invernadero, mi propio espacio dentro del que fue de mi abuela y mi madre. —¿Te acuerdas cuando me pediste que te enseñara a dibujar? ¿Alguna vez pintaste cosas con tus manos?— pregunto al llevarlo hasta la mesa para que pueda ver los recipientes cargados de ceniza, arena, algunas piedras, también cáscaras y frutas a la mitad. Hay unas fuentes de metal donde trozos de tela van tomando color, uno está tan teñido de rojo que vuelvo a echar un vistazo a su nariz. —¿Te sigue doliendo? De verdad, lo siento, en serio, sigo siendo algo desordenada con… bueno, supongo que duelear… y Ben ya no está para ayudarme…
Se me hace cada vez más difícil contener la risa y que mi mente se centre en dar órdenes a mis dedos de cómo ir haciendo a un lado la ropa que no se necesita, nunca, en ninguna clase de anatomía. Por trillado que sea como chiste, estamos riéndonos en medio del invernadero, con todo lo que servía de abrigo haciendo bulto sobre nuestros pies y mi piel todavía tibia se encuentra con la suya. —No— digo de pronto, escandalizada, una carcajada atorándose en mi garganta. —No, me niego a que salgamos en televisión— lo dejo en claro, bromeando porque no hay manera de que eso pueda ser siquiera una posibilidad. Una cosa es alcanzar cierta fama nacional por ser enemigos del gobierno, pero nada de videos que se filtren, ¡sino pondré a trabajar a Mimi y todas sus neuronas para que borren ese video del mapa cósmico! Como ni ella está en la casa por andar con su cita, puedo tener la tranquilidad de que nada de lo que pase entre macetas, saldrá de aquí.
Y bien podría ser “nada”, si tengo que estar de acuerdo con Ken a quien miro con mis cejas arqueadas y un gesto que espera que se explique. —¿Quieres que lo dejemos hasta aquí…?— pregunto, esto se ha puesto confuso. No me molesta para nada estar con él solo pasando el rato, pero no podría mentir tan descaradamente diciendo que prefiero limitarme a estar sentada a su lado tomándole de la mano mientras miramos una película, cuando un par de besos logran cambiar el tono de la situación y mis manos terminan debajo de su ropa, con el permiso de seguir incursionando porque a él tampoco parece molestarle, hay algo muy dulce y sexy en tener un novio por primera vez, cuando había dado por hecho que sería más bien algo torpe que me llenaría de inseguridades. En cambio, tomo sus manos con la confianza de dejarme llevar a donde estaba el lienzo, tengo la precaución de un agarre firme por si llega a darse con algún frasco al caminar hacia atrás y debo evitar un accidente. El desastre llega en formas de líneas que sus dedos pintados van dejando por donde pasan y mi piel responde con un estremecimiento a su tacto. Se vacía mi pecho al sentir que estoy dentro de una pecera sin aire, me cuesta encontrarlo cuando separo los labios al sentir la caricia de los suyos y por reflejo busco que mis dedos se sujeten a su cabello, así tengo de qué sostenerme cuando mis piernas pierden estabilidad y mi espalda llega a tocar el suelo frío en un contraste muy destacable con el peso de su cuerpo que sigue sintiéndose caliente.
—Te dije que eras creativo— señalo, las yemas de mis dedos encargándose de que la pintura en su cintura al abrazarlo bajo su ropa, siga subiendo por el frente de su torso y mis manos se posan sobre sus hombros con calma, —y te ves muy comprometido como artista— sigo, mi boca roza la suya muy brevemente. —Así que… ¿te gusto como lienzo? ¿Has pensado qué pintar?— inquiero, algo me dice que cuando vuelva Mimi le haré preguntas desde el comienzo hasta el final para que no tenga espacio de preguntarme nada a mí y yo solo me beberé una taza de café, tal vez mordisque una galleta, con toda seriedad, mientras la escucho. —Ken, tú…— dudo de cómo decirlo, —¿estás bien así? Porque he pensado preguntarle a Holly o… podríamos mirar esa película del fantasma…— propongo, dudas de San Valentín, muy clásico.
Y bien podría ser “nada”, si tengo que estar de acuerdo con Ken a quien miro con mis cejas arqueadas y un gesto que espera que se explique. —¿Quieres que lo dejemos hasta aquí…?— pregunto, esto se ha puesto confuso. No me molesta para nada estar con él solo pasando el rato, pero no podría mentir tan descaradamente diciendo que prefiero limitarme a estar sentada a su lado tomándole de la mano mientras miramos una película, cuando un par de besos logran cambiar el tono de la situación y mis manos terminan debajo de su ropa, con el permiso de seguir incursionando porque a él tampoco parece molestarle, hay algo muy dulce y sexy en tener un novio por primera vez, cuando había dado por hecho que sería más bien algo torpe que me llenaría de inseguridades. En cambio, tomo sus manos con la confianza de dejarme llevar a donde estaba el lienzo, tengo la precaución de un agarre firme por si llega a darse con algún frasco al caminar hacia atrás y debo evitar un accidente. El desastre llega en formas de líneas que sus dedos pintados van dejando por donde pasan y mi piel responde con un estremecimiento a su tacto. Se vacía mi pecho al sentir que estoy dentro de una pecera sin aire, me cuesta encontrarlo cuando separo los labios al sentir la caricia de los suyos y por reflejo busco que mis dedos se sujeten a su cabello, así tengo de qué sostenerme cuando mis piernas pierden estabilidad y mi espalda llega a tocar el suelo frío en un contraste muy destacable con el peso de su cuerpo que sigue sintiéndose caliente.
—Te dije que eras creativo— señalo, las yemas de mis dedos encargándose de que la pintura en su cintura al abrazarlo bajo su ropa, siga subiendo por el frente de su torso y mis manos se posan sobre sus hombros con calma, —y te ves muy comprometido como artista— sigo, mi boca roza la suya muy brevemente. —Así que… ¿te gusto como lienzo? ¿Has pensado qué pintar?— inquiero, algo me dice que cuando vuelva Mimi le haré preguntas desde el comienzo hasta el final para que no tenga espacio de preguntarme nada a mí y yo solo me beberé una taza de café, tal vez mordisque una galleta, con toda seriedad, mientras la escucho. —Ken, tú…— dudo de cómo decirlo, —¿estás bien así? Porque he pensado preguntarle a Holly o… podríamos mirar esa película del fantasma…— propongo, dudas de San Valentín, muy clásico.
Hay momentos en la vida de cualquier persona en la cual tiene que aprender a cerrar la boca y dejar que las cosas fluyan sin cuestionarlas, lo malo es que parece que yo jamás he sido de esas personas y me doy un golpe certero en la nuca dentro de mi cabeza, que puedo ver la semilla de la duda nacer dentro de la cabeza de Synnove por culpa de mis tonterías —No, en lo absoluto — me apresuro a aclarar, porque no hay manera de que pueda volver hacia atrás ahora que nuestras pieles ya se han encontrado y la ropa interior es el único abrigo con el cual contamos, además del otro. Hay cierto encanto en la clase de intimidad que compartimos, siempre he sentido que estamos aprendiendo a la par en lo que caminamos por un terreno desconocido para ambos y eso, de alguna manera, nos vuelve más cercanos. No hay otra persona en el mundo entero con quien querría hacer esto, no se me ocurre nadie más para besar su piel, llenarla de pintura y suspiros, que no somos eternos pero es tan sencillo olvidarlo cuando nos encerramos juntos. En un mundo en el cual nada es seguro o estable, yo siempre sé que quiero estar con ella y creo que eso es lo único que en verdad tiene importancia.
Estoy seguro de que el suelo se siente helado, pero no es algo que me afecte directamente cuando mi cuerpo se acomoda sobre el suyo. Sonrío contra su boca, apenas suelto una risa sorda contra ella y mi nariz se arruga al rozar la suya cariñosamente —Es que tengo la mejor musa de todas... — aseguro en tono pomposo y susurrante. Puedo sentir mi corazón latir con fuerza en mis oídos y tengo que hacer un enorme esfuerzo en escucharme a mí mismo —Bueno, se me vienen algunas ideas a la mente... — me silencio al besar su mejilla, mi cuerpo se remueve para poder acomodarme y estoy empezando a deslizar una mano para colarla dentro de su prenda inferior cuando su duda me paraliza. Tengo que subir la mirada en su dirección y dejo caer mis nudillos contra su vientre —¿Así cómo?— se me escapa la pregunta con cierta urgencia —¿Preguntale a Holly....? ¿Crees que necesitamos ayuda? — ni sé para qué pregunto estas cosas, si la respuesta no debe ser algo que yo quiera escuchar.
Intento ser todo lo adulto que puedo ser y aprovecho nuestra cercanía para poder acomodarme entre sus piernas, las coloco cuidadosamente alrededor de mi cintura y, usando toda la calma que no tengo, tomo su rostro entre mis dedos, pasando una caricia por el contorno de su mandíbula —¿Tú estás bien? No quiero... No me gustaría hacer nada con lo que te sientas incómoda — lo cual puede suceder muy fácilmente en un estado de completa vulnerabilidad y exposición como lo es todo esto. La sonrisa que le regalo es pequeña y culposa —Si dudo, es porque siempre me ando preguntando si son cosas que te gustarían o que me estoy sobrepasando contigo o... ya sabes, intento no hacer el ridículo. Pero me gusta porque puedo hacer todo esto contigo y eso me basta. Siempre puedo detenerme si tú quieres, solo... no tomemos a Holly como terapeuta sexual — acabo agregando, interrumpiendo mi voz en una risa que busco apagar contra sus labios. No puedo creer que acabo de decir eso.
Estoy seguro de que el suelo se siente helado, pero no es algo que me afecte directamente cuando mi cuerpo se acomoda sobre el suyo. Sonrío contra su boca, apenas suelto una risa sorda contra ella y mi nariz se arruga al rozar la suya cariñosamente —Es que tengo la mejor musa de todas... — aseguro en tono pomposo y susurrante. Puedo sentir mi corazón latir con fuerza en mis oídos y tengo que hacer un enorme esfuerzo en escucharme a mí mismo —Bueno, se me vienen algunas ideas a la mente... — me silencio al besar su mejilla, mi cuerpo se remueve para poder acomodarme y estoy empezando a deslizar una mano para colarla dentro de su prenda inferior cuando su duda me paraliza. Tengo que subir la mirada en su dirección y dejo caer mis nudillos contra su vientre —¿Así cómo?— se me escapa la pregunta con cierta urgencia —¿Preguntale a Holly....? ¿Crees que necesitamos ayuda? — ni sé para qué pregunto estas cosas, si la respuesta no debe ser algo que yo quiera escuchar.
Intento ser todo lo adulto que puedo ser y aprovecho nuestra cercanía para poder acomodarme entre sus piernas, las coloco cuidadosamente alrededor de mi cintura y, usando toda la calma que no tengo, tomo su rostro entre mis dedos, pasando una caricia por el contorno de su mandíbula —¿Tú estás bien? No quiero... No me gustaría hacer nada con lo que te sientas incómoda — lo cual puede suceder muy fácilmente en un estado de completa vulnerabilidad y exposición como lo es todo esto. La sonrisa que le regalo es pequeña y culposa —Si dudo, es porque siempre me ando preguntando si son cosas que te gustarían o que me estoy sobrepasando contigo o... ya sabes, intento no hacer el ridículo. Pero me gusta porque puedo hacer todo esto contigo y eso me basta. Siempre puedo detenerme si tú quieres, solo... no tomemos a Holly como terapeuta sexual — acabo agregando, interrumpiendo mi voz en una risa que busco apagar contra sus labios. No puedo creer que acabo de decir eso.
—¡No! ¡No! ¡No es que necesitemos ayuda!— aclaro, mis manos chocando con su pecho cuando trato de frenar esto que puede tomar otras dimensiones si damos lugar a las inseguridades, y crea que hablar con mi amiga tenga que ver con pedirle consejos básicos que no necesitamos a este punto… literalmente, en este punto no los necesitamos. —Hablaba de probar algo diferente, ella parece tener más experiencia y...— siento como el calor sube por mi cara, distinto al de otras partes de mi cuerpo, para darle el tono rojizo a mis pómulos por la vergüenza de estar mencionando a Holly en este momento, como una invocación poco erótica, por mal que le pese a ella misma que así sea. El cosquilleo de su roce hace que moje mis labios, nerviosa por haber cambiado el clima dentro del invernadero, así que me acomodo a su cuerpo y mis manos van ascendiendo lento por sus brazos, para que no se interrumpa el contacto de su piel con la mía. —No me siento incómoda, lo juro, es todo lo opuesto…— tomo una bocanada de aire, —me siento muy cómoda contigo y si quieres probar algo, que no incluya a ninguna tercera persona, claro, podríamos…— me apuntaré que esta es una charla para tenerla antes o después, nunca durante.
Mis manos se detienen en su garganta cuando mi mirada se sostiene a la suya, mi pecho se llena de aire con cada respiración que busco y roza su torso, lo escucho en silencio por estar concentrada en sus ojos y lo que me transmiten a la par de lo que dice. —No estaba sugiriendo terapia— mi queja sale en un tono agudo que enmudece con su beso, al que respondo callando su propia risa cuando me ahogo en su boca, probando un sabor que no es dulce, ni salado, es calor que tomo de él y se va diluyendo en mí con temblores nerviosos que me hacen arrimarme más a su piel, como si pudiera ser posible, mi cuerpo está tan enredado al suyo que un poco más cerca no nos dejaría espacio para nada. Rompo con el beso para poder respirar. —Te diría de parar si algo me incomoda— consigo decir, mi voz sale rasposa de mi garganta. —Pero me gusta todo lo que hago contigo y no tienes que evitar hacer el ridículo conmigo, también me gusta…— beso su mandíbula, mis labios bajan a su garganta cuando hago presión con mis manos para que quede tumbado de espaldas y puedo sentarme sobre su vientre, consciente de la poca prenda que llevamos. Alcanzo el frasco de pintura que tengo más cerca para cargar mis dedos de pigmento rojo y sumo la línea ondulada que va cayendo por su pecho a las otras manchas más secas sobre su torso, me tiendo a su lado al seguir con mis dedos un camino que los hace meterse debajo de la tela que encuentran como obstáculo. —Siempre que sea lo que sientes, estará bien… es como pintar, hacer arte, si es lo que sientes, está bien— murmuro, busco su boca con una sonrisa que se pierde en otro beso que procura entretenerlo mientras mis dedos siguen explorando. —Puedo parar si quieres— digo al separar nuestros labios, vuelvo a ellos para otro beso rápido que acabo con una sonrisa. —Todo está bien.
Mis manos se detienen en su garganta cuando mi mirada se sostiene a la suya, mi pecho se llena de aire con cada respiración que busco y roza su torso, lo escucho en silencio por estar concentrada en sus ojos y lo que me transmiten a la par de lo que dice. —No estaba sugiriendo terapia— mi queja sale en un tono agudo que enmudece con su beso, al que respondo callando su propia risa cuando me ahogo en su boca, probando un sabor que no es dulce, ni salado, es calor que tomo de él y se va diluyendo en mí con temblores nerviosos que me hacen arrimarme más a su piel, como si pudiera ser posible, mi cuerpo está tan enredado al suyo que un poco más cerca no nos dejaría espacio para nada. Rompo con el beso para poder respirar. —Te diría de parar si algo me incomoda— consigo decir, mi voz sale rasposa de mi garganta. —Pero me gusta todo lo que hago contigo y no tienes que evitar hacer el ridículo conmigo, también me gusta…— beso su mandíbula, mis labios bajan a su garganta cuando hago presión con mis manos para que quede tumbado de espaldas y puedo sentarme sobre su vientre, consciente de la poca prenda que llevamos. Alcanzo el frasco de pintura que tengo más cerca para cargar mis dedos de pigmento rojo y sumo la línea ondulada que va cayendo por su pecho a las otras manchas más secas sobre su torso, me tiendo a su lado al seguir con mis dedos un camino que los hace meterse debajo de la tela que encuentran como obstáculo. —Siempre que sea lo que sientes, estará bien… es como pintar, hacer arte, si es lo que sientes, está bien— murmuro, busco su boca con una sonrisa que se pierde en otro beso que procura entretenerlo mientras mis dedos siguen explorando. —Puedo parar si quieres— digo al separar nuestros labios, vuelvo a ellos para otro beso rápido que acabo con una sonrisa. —Todo está bien.
Ay, por favor, no. ¿Con qué cara podría ir ante Holly y decirle que necesitamos ayudas para nuestra inventiva al momento de tener sexo? Sé que es una tontería, pero ahí donde yo he sido cuidadoso de no comentar demasiado detalles de nuestra intimidad a mis amigos, espero que ella haga lo mismo con sus amigas y prefiero que todo esto siga siendo algo exclusivo de nuestro conocimiento. La manera que tiene de acariciar mi piel es suficiente como para empezar, poco a poco, a retomar la tranquilidad que suelo sentir en el alma cuando estamos juntos — De acuerdo, nada de terapia — busco confirmar en tono de chiste, que para cerrar dudas nos tenemos el uno al otro. Los besos pueden durar horas, los cuerpos pueden no acabarse nunca. Recompongo mi confianza con la seguridad de que ella se siente lo suficientemente bien conmigo como para hacer el ridículo juntos, recordándome que esta es la persona con la cual me pinté las uñas y que me conoció al meterme en una ducha en forma de perro oloroso. ¿Cómo es que puedo tener vergüenza, cuando Synnove ha visto hasta lo peor de mí? — Voy a intentar recordarlo — es una promesa susurrante.
No pongo resistencia, mi espalda no tarda en tocar el suelo y puedo sentir como todos mis sentidos reaccionan al frío, haciéndome estremecer. El calor de su cuerpo sobre el mío sirve por unos segundos, estoy tentado a presentar una queja cuando se acomoda nuevamente a mi lado en lo que, de curioso nomás, ladeo el rostro en un intento de observar el camino que sus dedos van pintando sobre mi piel. Tengo que respirar hondo, largo el aire en un suspiro extenso en lo que cierro los ojos en reacción a sus caricias íntimas, apenas y reacciono al modo que tiene de besarme para poder corresponder con algo de torpeza. No contesto rápido, culpa del jadeo que se me escapa por el modo que tiene de explorarme y parpadeo en un intento de enfocarla. Me cuesta mantener un hilo de pensamiento, así que boqueo un poco antes de ser capaz de hablar — Nunca te pediría que pares — murmuro, me río de mí mismo por lo débil que puedo llegar a ser y lo demuestro con una sonrisa ladina. Apenas tengo que tantear para sentir como mis dedos se humedecen por la pintura y acaricio su garganta, tiñéndola de rutas azules que remarcan sus clavículas — Tengo un nuevo reto para ti — susurro, acercándome a su boca. Me demoro en continuar, demasiado ocupado en observar sus labios antes de volver a sus ojos — Gana aquel que puede cubrir de pintura una mayor cantidad de piel ajena. Te advierto que no tengo ganas de perder en esta — podría reírme, pero cualquier intento de hacerlo muere cuando la gravedad me grita a los cuatro vientos que deje de desafiarla. Soy consciente de mi grado de desesperación cuando caigo sobre su boca, el lugar más seguro del mundo para volverme vulnerable, en lo que mis dedos descienden por su cuerpo para explorar dentro de su ropa. La tormenta de nieve puede seguir agitándose afuera y el frío puede intentar alcanzarnos, pero sé muy bien que aquí dentro, no haremos otra cosa que derretirnos.
No pongo resistencia, mi espalda no tarda en tocar el suelo y puedo sentir como todos mis sentidos reaccionan al frío, haciéndome estremecer. El calor de su cuerpo sobre el mío sirve por unos segundos, estoy tentado a presentar una queja cuando se acomoda nuevamente a mi lado en lo que, de curioso nomás, ladeo el rostro en un intento de observar el camino que sus dedos van pintando sobre mi piel. Tengo que respirar hondo, largo el aire en un suspiro extenso en lo que cierro los ojos en reacción a sus caricias íntimas, apenas y reacciono al modo que tiene de besarme para poder corresponder con algo de torpeza. No contesto rápido, culpa del jadeo que se me escapa por el modo que tiene de explorarme y parpadeo en un intento de enfocarla. Me cuesta mantener un hilo de pensamiento, así que boqueo un poco antes de ser capaz de hablar — Nunca te pediría que pares — murmuro, me río de mí mismo por lo débil que puedo llegar a ser y lo demuestro con una sonrisa ladina. Apenas tengo que tantear para sentir como mis dedos se humedecen por la pintura y acaricio su garganta, tiñéndola de rutas azules que remarcan sus clavículas — Tengo un nuevo reto para ti — susurro, acercándome a su boca. Me demoro en continuar, demasiado ocupado en observar sus labios antes de volver a sus ojos — Gana aquel que puede cubrir de pintura una mayor cantidad de piel ajena. Te advierto que no tengo ganas de perder en esta — podría reírme, pero cualquier intento de hacerlo muere cuando la gravedad me grita a los cuatro vientos que deje de desafiarla. Soy consciente de mi grado de desesperación cuando caigo sobre su boca, el lugar más seguro del mundo para volverme vulnerable, en lo que mis dedos descienden por su cuerpo para explorar dentro de su ropa. La tormenta de nieve puede seguir agitándose afuera y el frío puede intentar alcanzarnos, pero sé muy bien que aquí dentro, no haremos otra cosa que derretirnos.
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