The Mighty Fall
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PRIMAVERA de 247521 de Marzo — 20 de Junio
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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It's like you're my mirror · Hans
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Invitado
Invitado
¡No está diciendo eso!— replico, interpongo mi cuerpo al sentarme entre ellos para tapar con mi espalda a Hans -como si pudiera- así la niña me mira a mí al soltar esas “a” de su boca que forman un claro, muy claro para mis oídos, no sé por qué Hans escucha otra cosa, si es tan claro que dice: —¡ma-ma! ¡ma-ma!— me giro para mostrarle mi sonrisa llena sobre mi hombro a su padre. —¡Está diciendo ma-ma!—. ¡Si me lo niega es por su manía de contradecirme! No sé de dónde saca que la niña dice “papá”, esos son sus oídos que quieren escuchar halagos, no, no, está diciendo “mamá” y está clarísimo. No voy a llamar a ningún juez que lo certifique, porque como ministro me lo anularía, ¡pero he ganado en esta! ¡Yeah! Alzo mis brazos en alto para mi gesto triunfal. —¡Muy bien, Tilly!— felicito a la bebé haciéndola parte de mi victoria, jo, jo. Bajo mis manos a su pancita redonda sobre la tela de la camiseta de mangas largas que sigue teniendo puesta dentro de la casa, que el frío se siente pese a la calefacción, para hacerle cosquillas y escuchar sus carcajadas como gorjeos, seguido de ese chillido agudo que se le escapa para pedir que pare, entonces se da la vuelta para caer sobre sus rodillas y alejarse gateando en la alfombra que cubre todo el suelo de su habitación, ese que ocupa desde antes de Navidad y se llenó de sus cosas. Tiro de su piecito enfundado en un calcetín amarillo para arrastrarla de vuelta hacia nosotros. —¡No! ¡No! ¡Vuelveeeee, que tu papá no escuchó bien! ¿Cómo dices “mamá”? ma-ma, ma-ma…— le pido, no voy a cansarme de esto.

Entre semana no es como si tuviéramos mucho tiempo para hacer esto, me refiero a sentarnos entre juguetes de tela dispersos sobre una alfombra felpuda y que Tilly nos haga parte de este espacio del que se fue apropiando, en el que pide perderse bien temprano en la mañana, cuando desde el comunicador se escucha su llantito ¡a las siete de la mañana! Es el horario de despertarse al que se acostumbró con nosotros y no hay misericordia para los días domingos, a la que única que disculpa es a Meerah dándole unas horas más de sueño. Ella está vestida desde sus dedos gordos desde los pies hasta su cuello de manera impecable, yo sigo teniendo el pijama puesto y los pelos los aplasté con las manos. —Ven, Tilly, quiere mostrarte algo— insisto con la bebé para que se acomode en el hueco formado que queda entre mis piernas, — vamos a mirar una película, ¡el protagonista te va a gustar, lo juro!— busco mi teléfono en el bolsillo de mi pantalón y lo hago girar en mi palma hasta que puedo dar con el botón que enciende la pantalla, la desbloqueo y me desplazo a la galería de videos con el pulgar, paso de esos en los que se nos ve a Hans y a mí mordiendo los cachetes de Tilly de lado a lado, también otros que me mandó Meerah de ella con su hermanita, hasta dar con ¡aja! —¡Mira, Tilly! ¡Una película de tu papá!— sí, espío sobre mi hombro para ver si también está pendiente de la imagen que empieza a reproducirse. Una captura que lo muestra sentado cerca de la sillita que la bebé usa para participar de las comidas en la mesa y se ve como se acerca, como él que luego tiene la cara para decirme que hay que estimular el lenguaje de la niña con una conversación normal, sin necesidad de estar distorsionando palabras, que el idioma de bebés es una subestimación a la inteligencia de estos… ¡ÉEEEEEEEEEEEEEEEEEEEL LE ESTÁ HABLANDO EN IDIOMA BEBÉ! —¡ASÍ TE QUERÍA ATRAPAR!— grito dándome la vuelta para que la pantalla le quede a centímetros de la cara, que tampoco le quiero romper la nariz, solo que se vea a sí mismo ATRAPADO IN FRAGANTI.
Anonymous
Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Lara Scott y yo hemos sido competitivos en varios aspectos de nuestra relación desde que nos conocimos, hace lo que parece ya una vida. La disputa de hoy gira en tono a las vocales que salen de la boquita de Mathilda y que, en mis oídos, reproducen una palabra obvia y que debería de ser muy sencilla de pronunciar para una niña que recién está empezando a transitar el camino del lenguaje, a pesar de que para ella solo es uno que nosotros no somos capaces de comprender — No sé en qué mundo eso es una eme. Es obvio que sus labios se están poniendo en posición de pe — le muestro a la morena cómo se supone que se tiene que modular moviendo mis labios, pero es obvio que no me va a hacer caso, que está mucho más ocupada en arrastrar a la bebé para que no se escape de ella, que bien rápida es cuando toca el suelo. Desde que Tilly aprendió a gatear, toda la casa ha comenzado a girar en torno a su seguridad, que para ser tan pequeña y gordita tiene una velocidad atemorizante. No sé en qué momento creció tanto, para cuando me quiera dar cuenta va a estar formando oraciones completas para mandarme lejos, que llegará el día en el cual me vea como alguien completamente aburrido y no como el papá genial que se supone que soy.

Me estiro haciendo abuso de lo largo de mi cuerpo, apoyándome en mi costado para poder asomarme por encima de Scott y ver cómo ha acomodado a la pequeña escapista, cuyas facciones me recuerdan cada día más a su hermana mayor. Ni siquiera le presto atención a lo que está tratando de mostrarle Lara, por mi parte trato de captar sus ojos negros modulando el pa-pa-pa que busco que se ponga a repetir, a pesar de que su curiosidad la tiene debatiéndose entre el movimiento exagerado de mi boca y la luz del celular. No es hasta que oigo que se trata de mí que me inclino hacia delante para poder ver mejor de lo que me está hablando; ni hace falta, pronto tengo el teléfono en la nariz — ¡No se puede creer este ultraje a la privacidad! — me escandalizo de manera exagerada, llevándome una mano al pecho en lo que Tilly se pone a balbucear con fuerza un montón de incoherencias, como siempre hace cuando alguien más alza la voz — Mathilda y yo estábamos en una junta de negocios. Ella tendría mucha crema para el postre si era una niña buena y aprendía algunas palabras… — o “una” en particular — ¿Dónde se ha visto? ¡Espiando a tu casi marido y a tu hija! — como si fuera la excusa que necesito, pongo las manos bajo los brazos rollizos de la bebé y se la quito. Tengo que arrodillarme en el suelo para no irme de boca, en lo que presiono a la gorda contra mí y le hago un puchero de balcón a su madre — Además, tú no la viste. ¡Dice pa-pa-pa cada vez que llego del trabajo! ¡Y alza sus manitos! ¿A que sí, Tilly? — busco que me haga la segunda, levantándola para ponerla a la altura de mis ojos, a ver si haciendo contacto visual esto funciona — ¿A que eres super lista y ya dices pa-pa? Paaaa…. paaaaa — estiro las vocales y estoy seguro de que ella me imita entre gorgoritos, sacudiendo sus patitas con obvias intenciones de regresar al suelo. La apoyo en lo que sus manos tratan de zafar su panza de las mías, a pesar de que intento que no se vaya, sin mucha fuerza que digamos — ¡Además no puedes decir que no haces trampa! ¡El otro día le estabas hablando en idioma bebé cuando salí de la ducha! — si ella va a acusarme, ya debería de saber que se me da bien el dar pelea.
Hans M. Powell
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Invitado
Invitado
¿Y qué vas a hacer? ¿Demandarme?— lo provoco, el video reproduciéndose delante de su nariz en todo el sentido literal de estas palabras, saco mi barbilla hacia delante animándolo a que use sus tácticas de abogado para que este video vuelva la oscuridad y pueda fingir ante todos que nunca ocurrió. —Hazlo, vamos, hazlo, ¡que me lleven a la cárcel y nos casamos ahí!— también me estoy riendo en toda su cara, si contengo las carcajadas es porque quiero seguir escuchando sus intentos en el video de entenderse con la bebé usando palabras sin consonantes y tan metido en ello, que proyectarlo en los tribunales del Wizengamot sería el momento más humillante de su vida. Claro que no lo haré, en vez de acuerdo prenupcial, terminaríamos redactando uno de predivorcio ante siquiera de casarnos. Este es un video para uso personal, así que saco el teléfono de su alcance antes de que haga el intento de querer quitármelo y lo borre. ¡No, señor! —Eso que llamas negocios, yo llamo soborno. ¿Sigues en esas tretas, Hans Powell? Mathilda, ven, voy a contarte cómo conocí a tu padre…— digo, con la niña cambiando de brazos. Sabemos que eso nunca va a pasar, todos pueden quedarse tranquilos, que de mi boca no saldrá esa anécdota, ni tampoco creo que de la boca de Hans, ciertas cosas que pasaron es mejor que queden entre nosotros así como otras cosas que van a pasar. —Dice maaa-maaaa, no sé de dónde escuchas que dice papá…— me hago la sorda a esos balbuceos, está claro, está modulando una «m» no una «p».

Es mi turno de mostrarme todo lo ofendida que puedo por estar espiándonos, mi mano impacta contra mi pecho para acompañar a la forma de «o» que se forma en mis labios. —¿A eso te dedicas ahora? ¿A ser un mirón de nuestras charlas privadas entre chicas? ¿Qué sigue? ¿Qué te pongas a leer el diario de Meerah? ¡Hans, no puedes hacer eso! ¡Las chicas tenemos cosas íntimas que no podemos compartir con nadie!— como el pacto secreto de que la primera palabra que diga la bebé tiene que ser, sí o sí, la palabra «mamá». ¡Es código entre mujeres! Mathilda no puede traicionarnos. No lo sé, suele cambiarme tan fácil por su padre. Me apoyo en mis palmas que quedan detrás de mi espalda al echarme un poco hacia atrás, mis piernas aun dobladas en una cruz. Estiro una para darles un empujón con mi pie presionando suavemente la pancita de la niña que inquieta busca cómo escaparse de su padre para volver a gatear. —Suéltala, ¿a dónde se va a ir? Tal vez quiera jugar con sus peluches…— el elefante está tendido boca arriba y con las orejas abiertas, rodeado de otros sonajeros y hasta unos bloques más grandes que la cabeza de Tilly. Me prendo del libro de retazos de telas para ir pasándolo página por página, me doy cuenta que están húmedos de baba. Meerah tendrá que tener sus telas fuera del alcance de la lengua de su hermana… —Oye, ¿quieres que te muestre cómo será el vestido de novia que está confeccionando Meerah? Creo que tengo una fotografía en el teléfono…—  pregunto, no me dirá que cree en la mala suerte, ¿verdad? —No le dije todavía que tal vez nos casemos en secreto, tengo miedo de que me ataque con las tijeras…
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
La miro con la obviedad pincelada en la cara, aunque por la manera en la cual se me curva la boca dejo en claro que me estoy tomando sus amenazas sin mucha seriedad — No tengo intenciones de leer el diario de Meerah, siento que necesitaría de un psicólogo después de dicha experiencia — si ya tuve que llamar a un especialista para mi hija, no quiero imaginar lo que sería llegar a ese punto para conmigo mismo — Lo tuyo es peor. ¡Es traición! Podría condenarte por eso — soy capaz de ponerme a enumerar la cantidad de cosas a las cuales podría condenarla por incumplir las normas, pero creo que cualquiera que sea de nuestro interés no es apto para las orejas de la bebé y, a pesar de que sé que no tiene comprensión alguna de lo que estamos hablando, sigue haciéndose algo incómodo de conversar en su presencia — Porque creo que dice algo más parecido a una “be”, que suena más como una “pe”. Tienes que estar sorda para no notarlo — ya sé que es una lucha de egos, pero para mí está más que claro.

Ya, es obvio que Lara tiene razón y Tilly está buscando el arrastrarse por ahí con sus extremidades rollizas, así que chasqueo la lengua al rendirme y muerdo cariñosamente su mejilla redonda y suave antes de dejarla ir. En cuanto toca el suelo una vez más, la niña se arrastra rápidamente en dirección a sus juguetes, olvidándose por completo de nuestra disputa — Incluso ahora ya corre de nosotros — me lamento, a pesar de que desvío la sonrisa hacia su madre para darle a entender que no estoy hablando en serio. Apoyo las manos en el suelo para recargar en ellas el peso de mi torso, mis cejas se levantan ante una propuesta que no había contemplado — ¿No que dicen que ver el vestido antes trae mala suerte para el matrimonio o algo así? — intento sonar muy poco serio, cambio el peso de mis manos para poder estirarme en su dirección y, en esta ocasión, la mejilla que beso es la suya — Puedes mostrarme, pero quiero que sepas que ni siquiera le daré mucha importancia al vestuario. Me interesa más la parte de quitarlo — a pesar de la broma, me muevo para poder estar más cerca de ella y alcanzar a ver mejor la pantalla.

Lo que me quita el aire risueño es darme cuenta de que aún no hemos tocado un tema fundamental y prenso los labios, quitándome un mechón de cabello de la frente al echarlo hacia atrás — No creo que se lo tome a mal, siempre y cuando se lo digamos… — es Meerah, siempre que se ha enojado con nosotros ha sido porque le ocultamos cosas y no por el contenido de éstas — ¿Quieres que lo hable con ella o prefieres que sea algo de a tres? — sé que con pedirle que la adopte también le estoy cediendo muchos de mis derechos sobre ella, pero me parece lo más lógico, en especial si consideramos que con la guerra en curso lo más probable es que no siempre tenga la suerte de llegar al hospital — No lo sé, Scott. Cuanto más lo pienso, más me convenzo de que solo quiero estar contigo. La prensa se volvería loca con una boda pública y no quiero a nadie husmeando en mi vida privada, mucho menos después de que Magnar y Abbey hayan demostrado tan poco respeto por ella — aún queda ver cómo quedará esa bendita entrevista y cuándo decidirán soltarla al aire, pero de solo recordarlo se me sube el calor — Hasta he buscado algunos lugares para hacerlo, ya sabes, algo alejados. Solo nosotros, sin que nadie se sienta ofendido y pudiendo tomarnos ese momento como algo privado… Suena ideal. ¿Tú qué dices? — que siempre pudo haber cambiado de parecer y no me he dado cuenta
Hans M. Powell
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Invitado
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Es porque somos insoportables, ni siquiera nuestra hija quiere juntarse con nosotros— digo, tendiéndome todo lo cómoda que se puede estar al apoyarme en mis manos como si esta alfombra fuera la arena de la playa donde tomar sol, sí, claro. Bonita postal de domingo estar entre juguetes que si aprietas su panza sin querer dan un chillido. —Si por separado ya somos insoportables, juntos es peor. Seguro que le pedirá a Meerah que sea quien le lleva a la escuela y presumirá de ella, si nosotros tenemos que acompañarla, pedirá que le pongamos la capucha de la campera y cerremos la cremallera así nadie la ve…— puedo imaginarla, tan claro, escapando de nosotros con sus piernas rollizas como lo hace también en este momento, trepando sobre su elefante para ir hacia otro sonajero que le interesa más, ese que puede mordisquear con los dientes invisibles que ya le molestan. —Eso dicen, trae mala suerte— contesto, giro mi rostro antes de que sus labios se aparten para robarle un beso rápido. —Pero, ¡oye! Somos nosotros. El huracán y la invasión de zombies ya lo tenemos asegurado, otra catástrofe más no hace la diferencia. ¿Un virus de lethifolds escapando de los laboratorios de Jensen infectando a todos? Psss, podemos con eso…— bromeo, tengo mis labios curvados en una sonrisa que no brilla tanto en mis ojos.

¿Crees que es normal que si nunca pensaste que fueras a casarte, pienses en las mil cosas que podrían salir mal?— le pregunto, sin la intención de ser pesimista, sino de compartirle los pensamientos que en un plano inconsciente están colaborando con mi ansiedad, una que crece con cada semana que pasa hacia la fecha… que todavía no fijamos, pero está ahí, existe. —Como que… bueno, tu padre podría elegir ese día para un nuevo atentado y secuestrarte. Magnar podría aparecer de la nada con el escuadrón de licántropos donde sea que estemos, ofendido de que no lo hayamos invitado. ¡Tilly podría tener diarrea! Los dientes le están molestando mucho, últimamente…— detengo mi perorata para tomar aire y soltarlo todo de una vez. —Tengo que buscar la foto, pero no sé, mejor no te lo muestro… diría que no es lo importante puesto que lo que importará será quitármelo, pero tengo miedo de que decirlo haga entrar a Meerah en este momento como una banshee furiosa, trabaja mucho en estas cosas… así que, lo siento, tendré que dejarme puesto el vestido un buen rato por respeto a ella…— le advierto, que entre nosotros tenemos esto de temer las reacciones enfadadas de los otros, lo que da una pauta de cuánto nos conocemos, que hasta hace unos meses nunca había visto a Hans responder más que con indiferencia cuando se enojaba y ahora puedo decir cuántas arrugas se le marcan en la cara cuando arruga el ceño, y también que tan alto puede ser el tono de voz de Meerah al gritar, cuando nadie por fuera de esta casa me dirá más que es una chica con modales exquisitos.

Tendrá que ser una nueva reunión entre los cuatro. Con Mohini sí tendré que hablar a solas, tú con Phoebe y Charles… Hans, ¿crees que es egoísta querer que sea algo solo entre nosotros?— conozco la respuesta, lo es. Lara, tus viejos defectos no se quitan. —Sé que hasta cierto punto tu hermana lo entendería, creo que Mo se sentiría un poco herida porque soy su única hija, no sé las niñas… ¿crees que sea realmente importante para ellas estar ahí con los canastos de flores? Tilly ni siquiera lo recordará, pero…— otra vez, tomo aire, lo suelto en una larga exhalación. —Yo también estoy cada vez más convencida de que solo me importa que estés tú, en verdad, solo quiero que estés tú. No hace falta que digas nada que tenga que escuchar el mundo, solo lo que tengo que escuchar yo— explico, quito una pelusa del pantalón de mi pelusa para soltarlo a la nada. —Y además, si viene un huracán, entonces solo tendría que asegurarme de que a ti no te lleve el viento— sonrío hacia él y le tiendo mi celular con la pantalla fuera de la galería de imágenes, la barra del buscador está a la vista. —Veamos, ¿cuáles fueron esos lugares que estuviste mirando?— le pido, —¡y espera! ¡un momento! ¿seguirá haciendo frío para esa fecha? Es para saber si con Meerah tendremos que agregar mangas al vestido.
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
No quiero ni puedo decirle que siempre he visto al matrimonio como un paso suicida en la mayoría de las relaciones, creencia probablemente empeorada por las malas experiencias que pude ver como testigo y no como un miembro de ella. Sé que dar este paso con Scott dice más de nuestra relación que muchas otras cosas, estoy tratando de salir del molde para arriesgarme a algo que puede ser de las mejores decisiones que he tomado en la vida. Pero… Sí, las desgracias se asoman con mucha frecuencia y las que ella pone en palabras son solo algunas, de las más tranquilas a decir verdad — Intento enfocarme en las cosas buenas para no entrar en pánico antes de tiempo — confieso, que pasar a ser un hombre casado es lo único que me falta para terminar de completar el bingo de las cosas que “no iba a hacer nunca” y, tarán, las estoy haciendo. Mi interés en su pantalla se evapora cuando decide que es mejor mantenernos a salvo de la posible histeria de mi hija mayor, lo cual me causa más gracia que frustración — Mírate nomas, Scott. Aprendiendo a tomar decisiones coherentes para evitar catástrofes — me burlo, aprovecho nuestra cercanía para rozar mi nariz por el contorno de su mandíbula, antes de dejar un beso sobre ella — Puedo vivir con la intriga. Prometo aprenderme todos los detalles de tu vestido ese día, para hacer valer la espera — total, si todo sale bien, tendremos unas dos semanas para olvidarnos del resto del mundo y centrarnos en lo más importante.

Puedo vivir con eso, estoy seguro de que mi hermana podrá comprenderlo y dudo mucho que a Charles le importe el perderse un montón de palabras que nadie más tiene que escuchar. Tengo la intención de contestar, de verdad, pero Lara habla tanto y tiene tantas preguntas que cada vez que abro la boca para contestar, ella mete un nuevo bocado. Para cuando tengo su celular en la mano, estoy un poco aturdido y tengo que acomodar las ideas — Vamos por partes — pongo un alto, sentándome un poco más erguido a pesar de encontrarnos en el suelo — No creo que seamos egoístas por querer tener un momento especial para nosotros. No creo… Hay demasiados asientos vacíos como para hacer un festejo formal para todo el mundo — es incómodo tocar un tema sensible en estos días en los cuales, simplemente, intentamos ser nosotros. Hay cosas que no le cuento, historias dentro de mi trabajo que no puedo decir en voz alta y, cuando llego a casa, es como meterse dentro de una burbuja dorada de felicidad. Murmurar cuestiones como las muertes que dejamos atrás es colar un poco de gris mohoso en algo que brilla tanto como las medias amarillas de Tilly. Me atrevo a sonreírle un poco, dejando que mis ojos se posen en los suyos — Soy solo tuyo, Scott. Si eso me vuelve egoísta… Pues no tiene nada de malo serlo de tanto en tanto — es como un mimo para nosotros mismos.

Lo dejo para fijarme, de una buena vez, en los lugares de su teléfono. Paso el dedo por la pantalla, viendo en cuales coincidimos y en cuales otros, simplemente, no tenemos el mismo gusto — Podríamos hacerla en mayo. Sería como un aniversario de los dos años que llevas sin poder quitarme las manos de encima — obvio que le echo la bola con una sonrisa burlona y le enseño la pantalla — Depende lo que quieras… ¿Bosques, alguna playa perdida del archipiélago? Podríamos hacerlo en alguno de estos jardines privados y rentar una de las casas perdidas de la zona… una que no tenga mapaches que rompan la luz — obvio que no me tomé en serio sus palabras de Navidad, pero creo que jamás tuve la oportunidad de jugar la carta como una burla — También tendremos que chequear las sortijas de matrimonio antes. ¿Crees que puedas juntarte conmigo esta semana en el Capitolio para poder verlas? — no puedo evitar hacerlo sonar como una cita de negocios, pero ambos deberíamos estar agradecidos de no tener que organizar una fiesta, siento que haría que nos divorciemos antes de poder casarnos. Apoyo mi mentón en su hombro, dándole un empujón que me hace parecer tan insistente como Ophelia cuando quiere atención — Si te sientes culpable por dejarlos fuera… — murmuro — Siempre podemos organizar un almuerzo para nuestra familia cuando regresemos. Algo informal como festejo, en nuestro jardín. Y podemos darle el gusto a Mo de preparar un pastel de bodas que su hija cortará dentro de un jardinero.
Hans M. Powell
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Invitado
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Bien pensado— le otorgo ese cumplido, —porque ya te vi vomitando sobre la borda como esa vez que estuvimos cenando en el distrito cuatro— nadie quiere a Hans en pánico, en serio, nadie quiere, salvo lo de las tintorería, porque ellos se hacen millonarios con sus ataques de pánico y trajes manchados. Para los pensamientos alarmistas que titilaban como furiosas luces rojas tenemos los míos, a mi mente todavía se le da esto de pensar tres o cuatro veces la misma cosa, como un cubo de rubik al que hay que seguir acomodando sus caras por colores, entonces pierdo la paciencia y arrojo el cubo de rubik por la cabeza de alguien. No va en serio, quiero pensar en mí misma como alguien que está aprendiendo a controlar esos impulsos, todavía no sé cómo callar a las luces rojas cuando suenan, pero de a poco voy encontrando las maneras para actuar con un poco más de calma y no ir con descuido hacia los carteles de peligro para dármelos en la frente. —Por inesperado que sea en mí, yo creo que lentamente— abro mi mano en el aire para trazar un arco, —voy madurando— lo digo como si fuera algo que merece la apreciación y el reconocimiento de toda la humanidad. ¡Ja! ¡En sus caras a todos los que dijeron que no lo haría nunca! ¡Mírenme sentarme en la mesa de los adultos, idiotas! Ya basta, Lara. —¡Hans! ¡Se me acaba de ocurrir una idea genial! ¿Y si nos casamos en una de esas convenciones de frikis? ¡Vamos! ¡Admítelo! ¡Te encantaríaaaaaaaaa!— estoy riéndome, aprovecho que lo tengo sobre mí para pasar su brazo alrededor de mi cintura y tironear de él sin hacer mucha fuerza. —¡Que nos case el capitán Kenobi!— ¡¿Quién necesita un juez?! ¡Él es el ministro de Justicia! Nos puede casar cualquiera, también un friki de por ahí. —Es broma, no me hagas caso…— o sí, no es que esté pensando en las ventajas de esto, o tal vez sí, ni su padre ni Aminoff sospecharían que estamos casándonos en un sitio de estos… ¡y sería perfecto! ¡Nadie nos buscaría ahí! ¡Ni los paparazzi! Simplemente perfecto.

Siento que vuelvo a tener cinco años y le pido a Mohini que haga un pastel de cumpleaños que solo me comeré yo, lo bueno de esto es que contrario a lo que me habría esperado alguna vez de alguien como Hans Powell, es que no insiste con una boda que tengas cintas y columnas de rosas. Es el hombre que hubiera colocado, siendo fiel a la verdad, en cualquier revista de paparazis llenando la portada con su sonrisa deslumbrante dentro de un marco de boda perfecta a la que hubiera asistido todo aquel que ocupara un sillón importante en el ministerio. Mencionar la ausencia de nuestros amigos, hace que me resista aún más a la idea de una fiesta para otros imbéciles solo por tener que cumplir con la formalidad. CofAminoffcof. Tomo su otro brazo para que con ambos rodee mi cintura y pueda sentir su pecho contra mi espalda en un abrazo que se ha vuelto el calor que busco, con la confianza de saber que estará ahí de tantas veces que lo he buscado cuando me muevo entre las sábanas de nuestra cama y encontrarlos. —Soy terriblemente egoísta contigo… no, no contigo, de ti. El Capitolio me odiará por privarlos de la boda de su ministro más joven y popular en chismes…— bromeo con falsa malicia, acaricio su brazo al alzar mi rostro hacia él. —No eres solo mío, ni me niego a tener que compartirte como ministro con medio país y como padre con las niñas, pero soy terriblemente egoísta de la parte que me toca de ti— beso el corte de su mandíbula al sonreírme. —Y pienso serlo en las dos semanas que estemos fuera.

Saco provecho de la posición en la que me encuentro para echar mi brazo hacia atrás y darle un codazo suave en el abdomen, por contradictorio que sea a mis movimientos recientes, siento la necesidad de defenderme de sus acusaciones. —Si mal no recuerdo, me besaste primero contra tu escritorio— lo contradigo, ¡como lo hare hastaaaaaaaaa el último día! Pensar que eso pasó poco después de mi cumpleaños número treinta, cuando había jurado que tenía toda una década de por delante de seguir festejando en bares con unos pocos amigos y celebrando mi supuesta libertad a los convencionalismos. Cómo cambian las cosas… —Casas sin mapaches, por favor. No sea que los mapaches vuelvan a causarte un dolor de cabeza que nos prive de la luna de miel— solo veo la oportunidad de echárselo en cara, ni que fuera de dejarlo pasar. —¿Iremos a mirar sortijas juntos? ¿Debo llevar campera con capucha y una gorra con visera? Es broma, es broma…— a estas alturas no vamos a fingir como que la gente no sabe que estamos juntos, haría el chiste de si luego iremos a mirar pasteles, ¡entonces lo menciona! —Estaba pensando en una cena antes de irnos como despedida… pero, ¿y si Mo nos hace dos figuras de mazapán sobre la torta? ¿Una alta con el cabello peinado en un jopo y con traje y la otra más pequeña con jardinero y un ramo de flores? ¡Oh, sería tan bonito!— exclamo con emoción, conmovida por lo tierno y ridículo que sería un detalle así. Coloco una mano sobre mi pecho porque, en serio, es tan conmovedor. Hago chocar mis palmas entre sí por otra idea que se me ha venido a la mente. —¡Ya sé! ¡Tiene que ser en una isla del archipiélago! Ah, no, maldición… cierto que te mareas si vamos navegando… pero, piensa, no hace falta que nos casemos en el día uno de irnos. Podemos despedirnos de la familia, irnos, encerrarnos una semana donde sea que nos quedemos, salir para casarnos, volver a encerrarnos otra semana. ¿Qué hay de ese lugar donde hay cabañas sobre el mar? Tienen un muelle larguísimo. Solo estoy tirando ideas, también podría ser una cabaña en el distrito siete, que en primavera los bosques son más luminosos… sin mapaches, claro.
Anonymous
Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Lara Scott — así, firme, con sus dos nombres por si se le ocurre mirar para otro lado — Antes de casarme entre un montón de frikis vestidos de caballeros espaciales, prefiero mantenerme célibe y casarme con Patricia Lollis — me río de ella, de nosotros, de lo idiotas que fuimos cuando creímos que no terminaríamos de esta manera a pesar de que el universo nos lanzó la idea cuando nos puso un bebé en el camino. Gracias a ella que me coloca en su espalda, puedo reírme en su oído, allí donde su cabello me hace cosquillas en la nariz y tanto me he acostumbrado. Comparto ese egoísmo, se ha vuelto parte de mi forma de conservar lo que tenemos, lejos de las manos intrusas que son tan invasivas dentro de mi vida. Mis labios se prensan en un mohín que pucherea, quejándome sin mucha seriedad de su falso rechazo — Y yo que quería sucumbir ante ti con cada parte de mi ser por más de dos semanas — suspiro con fuerza, fingiendo el resentirme — Me conformaré por ese tiempo con lo que pueda obtener de ti, hasta que la realidad nos llame a la puerta y tengamos que volver a cambiar pañales. Mientras, abusaré de ti y que todavía me soportas — pellizco su costado de manera fastidiosa, ahogando mi risa al morder juguetonamente su cuello.

Mi queja es lamentable frente a un codazo que ni siento y hasta lanzo un “aaauch” más fingido que los orgasmos de las series teen que he cachado viendo a mi hija, cuando ella insiste en que no son tan desubicadas como para verlas solamente en su computadora — Te besé primero porque no dejabas de hablar para no hacerlo tú, así que tuve que callarte para dejar de dar tantas vueltas — que seguimos haciéndolo por mucho tiempo más, pero al menos nos sacamos esa espina de encima. Arqueo una ceja frente al comentario de la luz, pero no agrego nada — Al menos que quieras que las elija sólo yo… sí, espero que puedas con eso. Ya sabes, la presión de entrar a una joyería y soportar que nos quieran dar el oro más fino, mientras que tú te espantas por el precio… — mi susurro conecta la intención con una película de terror, que ahora que ha pasado el tiempo puedo reírme de su pánico en la cita que culminó con el resultado de toda esta idea de matrimonio. Morgana’s no me ha recibido de la misma forma desde esa noche, eso lo aseguro — ¿Crees que Mo sería capaz? — pregunto, sonriendo ante la idea — De seguro es delicioso comerte en forma de mazapán. ¿Tendremos que hacer eso de darle el trozo de torta al otro después de cortarla? — no puedo imaginarme una imagen más extraña, mi risa se ve ahogada por la sacudida que le da Tilly a un sonajero detrás de nosotros, o eso es lo que me parece escuchar; ni siquiera le presto atención — Antes o después de nuestra escapada, me parece la mejor forma de celebrar con nuestra familia sin hacer un escándalo de ello.

Intento imaginarme lo que me está diciendo y mi mente, práctica como de costumbre, no deja de pensar en las alternativas — Si nos casamos en una playa, tendremos que tener cuidado de no terminar llenos de arena. Podemos irnos a uno de esos archipiélagos que tienen muelles y sitios verdes como para realizar… “la ceremonia” — uso mis dedos para remarcar las comillas delante de su rostro y mi tono imita un tono lúgubre, mucho más profundo que mi voz habitual. Quiebro mi postura al dejar caer las manos contra su vientre — Sé que puedo llamar a un juez, alguien que nos case como es debido, pero también he pensado que podemos hacerlo a nuestra manera… yo mismo tengo los papeles, como bien tú sabes — parece que estamos mencionando otra vida, que muchas cosas cambiaron desde ese entonces. Me asomo por su costado, a ver si ella se digna a ver mis ojos — Quiero hacer las cosas bien, que planeo casarme una sola vez en mi vida, así que necesito que estemos los dos cómodos y felices. Sé que no debería ser la gran cosa si ya vivimos juntos y tenemos un bebé, pero siento que… algo va a cambiar — siempre hemos tenido una relación de muy bajo perfil y, repentinamente, seremos marido y mujer. Yo, marido, el caos terminará por estallar — Podemos empezar por elegir los anillos y luego, más seguros, reservar el lugar y ya anunciar la fecha… luego de una charla seria con los demás — sí, ya estoy planificando una agenda, pero no puedo con mi genio.
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Espera— le pido, un momento de silencio, por favor, esto es serio, —¿me estás diciendo que prefieres eso solo para no tener que casarte entre frikis? Dejando de lado el hecho de que siento que estás traicionando a nuestra religión de la infancia con ese comentario, voy a poner en comparación lo importante y es que tienes a Patricia y el celibato de un lado, en el otro tienes a una mujer muy atractiva, con un gran sentido del humor, no olvidemos nunca su sentido del humor, que se ha leído todo un libro completo de posturas de sexo contigo y de las cuales podríamos hacer un repaso en las dos semanas, lo único que tienes que hacer es… permitir que le capitán Kenobi nos case. Si esto fuera un dilema de vida, ¿en serio elegirías la primera opción? ¿Patty y el celibato?— le pregunto sin poder creérmelo, estoy buscando la manera de que su mirada se encuentre con la mía al darme la vuelta entre sus brazos. —Hans, debemos tener una charla seria sobre tus prioridades y tu ética en esta vida— no se me ocurre otra cosa que decir o cómo se llamara este campo en el que entran en disputa con quien se casaría si hay un Kenobi falso en medio. Lo bueno es que para otras cosas, lo que viene inmediatamente después de casarse, sí tenga bien en claro sus prioridades. —¿Sabes que estás creando expectativas que luego tendrás que cumplir, verdad? Estás colocando el listón muy alto, tendrás que esmerarte, y entonces lo de soportarte lo haré con gusto, aunque me pido que cada año tengamos una nueva reunión para definir términos— lo digo con la jerga de los negocios solo porque estamos en la habitación de la bebé como para decir o hacer cualquier otra cosa, me limito a una caricia casta que va subiendo por su brazo, no, olvídalo, nada puede ser casto con estos brazos.

Lo hiciste porque te morías de ganas de hacerlo, fin de la cuestión— decido, sabiendo que es casi quitarle de las manos el que tenga razón y su intención de ganar en una nueva estúpida pelea de egos. Saliendo de la broma sobre nuestros orgullos, le soy honesta: —Sabía que querías hacerlo, que querías acostarte conmigo, pero de verdad que por mucho tiempo solo te vi jugando un juego que conozco muy bien, en el que eras quien iba por mí, eso no te lo niego, para que fuera yo quien cayera por ti. Podrías haberme propuesto que criáramos a la bebé cada quien en su lugar, nos habríamos acostado un par de veces más, eso seguro, me di cuenta que ya no era un juego cuando me dijiste que lo hiciéramos juntos— y lejos de matarnos al primer mes de vivir juntos, como lo habíamos predicho, logramos vivir en dos casas a la vez, con Meerah en medio teniéndonos paciencia para que definiéramos qué éramos y qué queríamos. Solo para que esa palabra de la que por años nos burlamos, se impusiera entre nosotros. —Puedo mirar a otro lado cuando te muestren los precios, limitaré mis caras de horror al ver los tamaños de los diamantes en exposición— no es algo que pueda controlar, mis expresiones faciales van por delante de cualquier pensamiento racional. Me doy cuenta que esa es otra de las cosas que me abruman de las bodas, todos los detalles ostentosos que traen consigo, cuando a mí lo único que parece importarme es tener enfrente al hombre en cuestión, colocarle un anillo y pasar a la consumación del matrimonio, priorizo lo esencial de la cuestión. —Acabas de darme la idea de pedirle a Mo que la novia de jardinero, en vez de tener un ramo de flores, esté manchando de torta la cara del muñequito de traje— pienso en voz alta, me giro para frotar su mejilla con el pulgar. —Al muñequito real me lo comeré sin que haga falta que esté recubierto de azúcar— decirlo así, me recuerda a cuando lo conocí, entonces no hubiera mostrado interés en él ni aunque el mismísimo capitán Kenobi viniera a pedirme que hiciera el favor.

Pongo los ojos en blanco al oír su queja de por qué no casarnos en la playa. —Hans, solo por ese comentario, me voy a encargar de arrastrarte alguna vez detrás de nuestra casa en el cuatro, para revolcarme contigo entre las dunas y que lo último que pienses sea si te estás llenando de arena— no es una amenaza, es una promesa. Su época en la vida de camisas limpias y sin arrugas se acabó cuando me conoció, tiene que darlo como un hecho ya casi irreversible. — Entonces, playa no, tendré que declinar lo del muelle también, un muelle solo por un muelle, no. Lo del archipiélago me da una idea… ¿qué hay de esas casas tienen grandes ventanales y están sobre riscos? Las que parecen casas de cristal, son hermosas… te lo tendré que buscar para mostrarte—  recupero mi celular así busco de lo que estoy hablando, lo que encuentro es un video y tengo que girar la pantalla para que pueda verlo. —No creo que necesitemos de un juez— si hasta de esto me río, nos estamos saliendo de todos los lineamientos de cómo las parejas generalmente se casan. Entonces sí me volteo para quedar de cara a él, así puedo colocar mi mano en su nuca y atraer su rostro para que su frente se recueste sobre la mía. —Será la única y mejor boda de tu vida— susurro, mis ojos abiertos para encontrarme con los suyos. —Ese «algo va cambiar» da mucho miedo, hace que todo esto me provoque más ansiedad, que no te sorprenda que me escape contigo una semana antes de cualquiera sea la fecha que elijamos...— porque si ya en estos días comienzo a sentir como el estómago se me tensa, no quiero imaginar cuando tenga los nervios consumiéndome, conociendo mi carácter no podría con el estrés agregado que supone asegurarse que los invitados se sienten donde ser, que la bebé no se coma los pétalos de rosa y que los anillos no estén en otro lugar que no sea el bolsillo de Hans. —¿No sientes como que estás a punto de tocar una oportunidad única, y quieres correr a toda prisa para agarrarlo, antes de que cualquier cosa salga mal y esa oportunidad se pierda? Porque incluso esperar a mañana parece mucho tiempo.
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Tengo que morderme la lengua y prensar mis labios para no reírme frente a su enorme lista de virtudes, de las cuales solamente puedo reprochar su sentido del humor; aún así, he aprendido a no señalarlo para no acabar en discusiones eternas sin puerto aparente — El general Kenobi y toda su plebe es una etapa cerrada en mi vida — es lo único que tengo para decir, dejemos de lado el factor de que me he batido a duelo físico con ella estando embarazada para recuperarlo, hace poco más de un año — ¿Alguna vez te decepcioné? — a pesar de que intento mostrarme ofendido, me silencio cuando me doy cuenta de que prefiero que no conteste y me llevo un dedo a la boca para indicarle que no es necesario que lo haga. Si tenemos algo que discutir al respecto, podemos hacerlo en la cama, cuando sea el momento — Dejó de ser un juego por otras cosas y lo sabes — podríamos haber continuado cada uno por su lado si no hubiesen surgido otras emociones, pero en una primera instancia tengo bien en claro en qué lugar estaba parado y me gusta creer que ella también. Hemos cambiado, pero la actualidad no va a nublarme la memoria — Pero si quieres seguir mintiéndote a ti misma y decir que me moría por ti, adelante. Tilly sabrá la verdad cuando crezca — ah, sí, siempre metiendo a la gorda para molestar.

Puedo verlo, de verdad. No sé cómo haremos para escoger nuestras sortijas, cuando encontrar un punto medio que se adapte a los dos siempre ha parecido más complejo de lo que puede serlo para otras parejas — Es solo un anillo de oro… — lo dejo caer como un consuelo pasajero, cuando los dos bien sabemos que hay cientos de modelos y quedarnos con uno liso y simplón no se sentiría tanto como nosotros. Va a matarme si empiezo a buscarle diamantes, ya pude ver un nuevo escándalo público. Al menos, su caricia me mantiene con un pie en la realidad y acabo sonriendo de lado — Mucho mejor, porque te prefiero mil veces antes que al pastel — no hay un punto de comparación, jamás me he calificado como dulcero y ella puede compararse a una droga poco saludable; en especial cuando hace ese tipo de amenazas — ¿Acaso cómo puedes concentrarte con arena en el culo? — no es que me haya pasado, para nada. Boqueo como un pez, una vez más sin ser capaz de meter bocado, hasta que puedo centrarme en la imagen de la pantalla de su teléfono — ¿Crees que podamos conseguir una reserva para esa fecha? Deberían hacernos alguna clase de excepción — ya, que sé que no debería abusar de mi carta ministerial, pero siempre caigo en la tentación del capricho.

Sin juez, puedo hacer eso. Será una boda peculiar, para una pareja que no ha seguido el camino que todo el mundo necesita transitar para llegar a este puerto. Puedo recostarme contra su frente de la manera más pacífica que mi cuerpo me permite, sonriéndome por unas palabras que puedo comprender en cierto punto — Solo avísame con algunas horas de anticipación y dejaré todo listo en la oficina para que nadie nos moleste con llamadas innecesarias — murmuro, mis dedos acarician con cuidado una de sus mejillas, apartando algunos cabellos. Apenas se oye mi breve risa — Puedo esperar a mañana… — comienzo — porque siento que tengo que disfrutar de todo esto. De los nervios, de la ansiedad, de cada preparativo. Sino, cuando llegue el momento todo habrá pasado tan rápido que ni nos daremos cuenta y me gusta ser consciente de las cosas buenas, Scott. No tenemos por qué correr, si el camino largo en buena compañía nunca está mal — en la oficina puedo ser ansioso y perfeccionista, aquí puedo darme el lujo de dejar de pisar el acelerador. Acaricio su boca con la mía, apenas presionándola por un momento — ¿También empezaremos la guerra de los apellidos en cuanto firmemos los papeles? — murmuro en sus labios, sonriendo con gracia — Porque puedo soportarlo con las niñas, pero yo no… ¿Dónde está Tilly? — que estaba seguro de haber visto su culito redondeado por el pañal por detrás de su madre, pero el pensar en ella por un segundo me ha llevado a darme cuenta de que… no está. Me separo abruptamente de Lara, dejando caer la mano al suelo al girarme, buscando alguna señal de su cabecita o al menos un movimiento… pero no hay nada — Scott… Creo que perdimos a Mathilda — dentro de la casa, como buenos padres que se supone que somos.
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¿Ah, sí?— pregunto, poniendo en duda su declaración de madurez y tomando silenciosamente para mí todos los derechos de posesión sobre aquel muñeco que encontramos en el armario debajo de la escalera. Por raro que sea, son esas partes de sí mismo que la mayoría desconoce, que él mismo dice haber superado como una manera de volver a esconderlas, las que puestas todas juntas forman al hombre que elegí y que no hubiera llegado a pensar jamás que sería aquel abogado que conocí cuando ni yo era remotamente la persona que soy ahora. —¿Lo preguntas porque estás buscando halagos?— me mofo dándole otro codazo amable en el abdomen por tener que preguntarme algo así en un sitio como este y no en la cama. —No puedo decirlos, hay unas orejitas menores de edad cerca— apunto con mi barbilla al par de medias amarillas rellenas con un bebé. Busco poder recostarme en su pecho para compensar la comodidad de la almohadas de las que nos despegamos demasiado pronto esta mañana, dejo que ofrezca su propia ambigua conclusión sobre los hechos que conocemos demasiado bien  y que de ninguna manera serán contados en ese orden a nuestra hija, porque ella no conocerá otra historia que no sea la de: —Le diré que estabas loco por mí desde el primer día y será la historia oficial, guárdate tus propias mentiras de que era yo quien andaba detrás de ti para contárselas a Ophelia— termino con una sonrisa que no puede ver, pero sí oír en mi voz.

Solo un anillo de oro— repito con él, —¿podrás tener eso en claro cuando estemos mirando modelos? Nada de anillos con elefantes haciendo acrobacias y piedras en arcoíris, solo un simple anillo de oro, ¿está bien?— le pido, uno donde se puedan leer nuestras iniciales estará bien, no hace falta nada más. De verdad, hay tantas cosas que no hacen falta. Sé que lo tiene bien en claro sin que haga falta que me ponga pretenciosa, pretenciosa con lo simple, lo irónico de ser así caprichosa como soy, es que no le pido nada que sea costoso, que sea para impresionar a alguien. Sé que sabe bien solo quiero aquello que pueda durar al tiempo, porque es la única -y espero que la mejor- promesa que voy a hacer a alguien sobre el tiempo, y no quiero que lo acompañe nada que sea superficial, perecedero o que se marchite pronto. Si le digo de ir a una casa así en medio de la nada, subirnos a un globo aerostático o llevarlo a la playa más remota del mundo, es solo porque quiero un lugar donde podamos ser nosotros mismos. Busco de esos lugares que le digo para dar con algún sitio donde podamos hacer una reserva, reviso la lista y doy con un paisaje de casas apiñadas unas sobre otras en un risco, el mar de un azul profundo en medio, me distraigo con su caricia más que con sus palabras, ladeo mi rostro para posar mis ojos en él y descubro que mi ansiedad va mermando al seguir su voz, con cada cosa que va diciendo, puedo cerrar mis párpados durante ese segundo de calma. — Siempre supiste cómo tranquilizar mis miedos— aun sin que seamos conscientes, sino no me explico cómo terminamos aquí. Tanteo su boca con un roce breve, no llego a contestarle que el apellido Scott detrás de su nombre no está en discusión, porque su sorpresa me hace abrir los ojos de pronto y apartarme para rastrear con desesperación a las medias amarillas que hace nada teníamos debajo de nuestros ojos. —¡La estabas mirando tú!— aprovecho a la primera para que sea un reclamo hacia él, yo ni siquiera la estaba mirando por estar mirándolo a él.

Me incorporo lo más a prisa que puedo del suelo para ir hacia la puerta porque ¡mierda! ¡Se ha fugado con todas las de la ley! ¡Usó la puerta! —No irá a bajar las escaleras, ¿verdad?— pregunto en voz alta, ya estoy corriendo fuera del pasillo para ir hacia los peldaños y así prevenir que no ruede cuesta abajo como si fuera el juego más divertido, ¡porque no lo es! Coloco una mano en mi pecho del alivio que siento al ver la escalera limpia de bebé, eso nos deja solo el espacio de esta planta para dar con ella y la puerta de Meerah está cerrada, así que una de sus habitaciones favoritas está descartada. Compruebo que Hans esté detrás de mí al darme la vuelta, así podemos comenzar con el rastrillaje del terreno. —¡Es una bola patosa, Hans! ¡Dime cómo se nos pudo perder la bola patosa! No, espera, tengo un mal recuerdo de esto… ¿te acuerdas cuando Rory se nos perdió?— le pregunto, mis manos aferrándose a su camiseta. —Hans— me quejo con un gemido, —¿por qué se nos pierden los bebés? — ¿tan mal lo hacemos? Hubiera jurado que nos estaba yendo mejor de lo previsto, hace dos años ni siquiera sabía que era capaz de mantener a una planta viva. —¡Bañera! ¡Vamos a buscar a la bañera!— es lo que la experiencia me enseñó como escondite favorito de los niños y no, cuando atravieso nuestro dormitorio para ir hacia el baño, no encuentro a ninguna niña ni a ninguna media dentro.
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Y ahí se fue el amor, en forma de echarme la culpa una vez más — ¡Está claro que no la estaba mirando! — me defiendo, que no recuerdo haber hecho ese pacto y creo que era un poco obvio que me mantenía entretenido con ella en lugar que con la bebé; estas cosas me suceden por baboso. Aprovecho a que Scott se pone de pie más rápido que yo para usar el espacio del suelo que ella ocupaba para recargarme e impulsarme, levantándome con cierto atropello en lo que le doy una última barrida visual a la habitación, asegurándome de que la niña no esté a la vista. Salgo del cuarto apresurado, chocándome con el cuerpo de Lara antes de poder llegar a la escalera — No podría haberla bajado… — digo con cierta duda, dejando la incertidumbre en el aire. Tilly no sabe bajar escalones… ¿No? Jamás la he visto, aunque es muy insistente para demostrarnos lo independiente que es al moverse por el suelo. Es obvio que en eso se parece a su madre, creo que yo era aburrido desde bebé, aunque los caprichos estaban a la orden del día.

Es el tirón en mi camisa el que me regresa a sus ojos, viendo en ellos el pánico que empieza a subirse por mi cabeza — La diferencia es que Rory hasta corría para ese entonces — le recuerdo, chasqueo los dedos en el aire como si hubiese solucionado un problema de lógica complicadísimo dentro de su departamento en el ministerio — Tilly no pudo haber ido tan lejos — es simple razonamiento, es un bebé que aún no llega al año. ¿Por qué se nos pierden los bebés? Intento no dramatizarlo, de seguro hay una explicación completamente lógica a todo esto y no tiene nada que ver con que seamos un desastre parental — Scott…. Está dentro de la casa, tampoco para creer que se ha perdido… — ni yo me la creo, puedo ser muy buen mentiroso en la corte, pero cuando se trata de mis hijas se me cae cualquier tipo de máscara. Ni siquiera puedo seguir el hilo de su pensamiento que ella ya se ha marchado, así que no me queda otra opción que seguirla, a ver si pierde la cabeza en tres pasos — ¡No pudo haber venido hasta aquí en tan poco tiempo! — intento ser razonable en lo que la sigo, esquivando el cesto de ropa sucia — A ver, pensemos los sitios cercanos a su dormitorio — levanto una mano, para ir marcando con mis dedos — El cuarto de Meerah está cerrado, también el baño, el despacho, la sala de masajes…. ¡La biblioteca! — ¿Qué mejor que el lugar repleto de libros de leyes sobre los cuales babear?

Salgo del baño tan rápido que ni siquiera me despeino, los pasos hasta la biblioteca se sienten como si me hubiesen puesto un hechizo propulsor en el culo. Empujo la puerta entreabierta, encontrándome con la habitación, amplia e iluminada, en pleno silencio. No hay medias ni babas al aire, pero… — ¡Ajaaaaa! — ni sé para que me hice abogado, que me fijo en el sonajero tirado en medio de la habitación. Lo tomo y me giro, enseñándoselo — Podría ser una prueba, pero no recuerdo cuándo fue que la vimos jugar con este por última vez. ¿Tú lo recuerdas? — lo hago sonar frente a su nariz, que no sé si llegó aquí hoy o vaya a saber cuándo cayó en esta habitación — Piensa, Scott. Tenemos un buen caso que resolver antes de que la niña empiece a llorar o se golpee contra algo.
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Rory ya corría, ¡pero la nuestra vuela!— grito, tan exagerada como puedo ser, si no me tiro al suelo para patalear es porque hemos pasado la línea de los treinta años. —No se pudo ir tan rápido gateando, ¡es imposible! ¿Qué tenía su biberón? ¿Turbo para bebés?—. Ah, esto me pasa por tener bebés, salen todos tan atropellados como yo, con esta tendencia a ir a toda prisa hacia el siguiente punto que tenga un cartel grande de PELIGRO, STOP, SERPIENTES, FUEGO, DRAGÓN, ¡si ni sabe leer! ¡ve el cartel rojo y va directo! —Nos han dado una bebé ninja en la repartición de bebés, yo tenía mis sospechas, ¡y con esto lo confirmo! ¡Tenemos una bola ninja con babas!— sigo hablando al buscarla dentro del baño, todos sabemos que digo incoherencias cuando no logro centrar mi mente con una respuesta lógica a la situación, ¿o nos habrán dado una bebé que se vuelve invisible en la repartición de bebés? Hago tres pasos para acercarme a él y poder prenderme de sus hombros. —¡Hemos perdido a nuestra bebé! ¡Y solo teníamos una! ¿Qué le vamos a decir a Meerah?— pregunto, lloraré si en este momento ella abre la puerta de su dormitorio para decirnos que la más pequeña fue a despertarla, por las dudas, estoy considerando ir a revisar a riesgo de hacer que la adolescente de la casa tenga razones para despertarse de mal humor, pero con otras opciones por agotar, prefiero seguir a Hans fuera de la habitación hacia la ¿biblioteca? ¡Por favor! —Si está metida en la biblioteca, voy a cederte el que sea más hija tuya que mía…— porque esconderse entre libros, ¿en serio? Estoy mirando la nuca de Hans mientras camino pisando sus talones, ¡eso es tan él!

Mis ojos caen en el sonajero como si fuera lo único para ver en toda la sala, de algún bebé no hay más rastro de ese. Cubro su mano con la mía para sostener el sonajero con él y así poder examinar el residuo de baba que tenga, prueba que nos puede servir para saber hace cuántos días lleva tirado sobre la alfombra. —No es el que tenía con ella— apunto, eso está claro. —Y no sé si esto es indicio de algo, en cualquier parte de la casa, donde sea que pise… siempre hay algún muñeco chillando porque lo aplasté con mi pie— es una realidad a la que nadie puede cerrar los ojos, que los juguetes de Tilly terminan regados por toda la casa y el olor de su colonia también se mezcla con el aire, a esto último tenemos que confesar que todos somos un poco adictivos. —¡Ojalá llore! Pero no porque se golpee…— aclaro de inmediato, si llora nos daría un pista de donde se encuentra, sabemos que tiene buenos pulmones, mejor que la alarma del cuartel de aurores. —¿Si la llamamos por su nombre? ¿Y si le cantas una canción?— es una sugerencia, y claro, estoy reprimiendo la sonrisa a la espera de que pique, muevo mis cejas animándolo a que lo intente. —Salvo que se haya metido dentro del algún libro, no está aquí. No, en serio, ¿hay algún libro hueco? ¡¿No hay ningún ejemplar monstruoso por aquí, verdad?!— ¿qué si a la bebé se lo comió un libro gordo, amarillo y con dientes? Es una bebé muy apetitosa a la vista, pobrecita…

Esto no podemos hacerlo solos, tenemos que llamar al escuadrón— me resigno al ir hacia la puerta de la biblioteca para seguir buscando en las otras habitaciones, frunzo los labios para llamar de un silbido a la bola de pelos que viene lo más veloz que puede para estrellarse con las piernas de Hans, ni modo que venga hacia mí que fue quien la llamé, ¿no? Para que Hunter termine de subir la escalera tenemos dos horas por delante, así que tendremos que comenzar la búsqueda con la única ayuda de Ophelia. Acerco el sonajero a su hocico que lo olfatea como si se tomara esto en serio. —Vamos, Ophie, encuentra a Tilly y Hans te prestará a su masajista— le prometo a la perra que no sé si va tras una pista real o cree que este es un juego, se mete de lleno en la sala de masajes. —Si Tilly está ahí… ooooooh, maldición, no puedo creer que un par de sesiones y ella también se volvió adicta a los masajes— le echo una clara mirada de reproche, pero no. No hay nada, ni una media, de nuestra bebe. No quiero entrar en pánico, ni hacer de esto algo más grande de lo que es, pero me empiezan a picar los ojos y tengo que sorber mi nariz para calmarme. Me cubro la cara al quedarme parada en medio del pasillo. —Soy una pésima madre, ni siquiera cumplió el año y ya perdí a mi bebé— hablo contra mis palmas y lo necesariamente alto como para que se me escuche.
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Después de todo este tiempo juntos, tal vez no mucho pero más de lo que he pasado con otra persona en mi vida adulta, debería haberme acostumbrado a los niveles de dramática histeria que Lara puede llegar a manejar cuando algo se le sale de las manos. ¿Estoy tranquilo? En lo absoluto, pero sé muy bien que mi mejor opción ahora es tratar de ser la persona sensata en la situación para no acabar prendiendo la alarma, que lo último que necesitamos es una misión de emergencia porque a nuestra hija se le ha metido en la cabeza que es divertido gatear a la velocidad de la luz y que para colmo… ¡Deja chucherías hasta en mi biblioteca! — Odio esos juguetes… Voy a empezar a comprar todo lo que diga “silencioso” en la cubierta — hay que ver los sustos que me pego durante la noche cuando quiero ir al baño y me llevo puesto uno de esos — ¡No voy a cantarle! ¿Qué me crees, el encantador de bebés? — lo máximo que puedo hacer es tararear una canción y ahí puede morir mi talento en el asunto, llamarla no es tan mala idea, aunque no estoy seguro de que un bebé funcione como un perro — Scott… — a pesar del tono que pretende ser tranquilizador, mi rostro se muestra cansino y suspiro en un armado de paciencia — Lo más monstruoso es el libro de leyes medievales sobre la quema de brujas. ¿De verdad crees que yo tendría un libro carnívoro en una casa con un bebé? — o sin bebé, no importa. Un libro monstruoso es sinónimo de desorden y prefiero tener mis dedos seguros.

Por un momento creo que va a llamar al escuadrón de licántropos y ya estoy abriendo los ojos de par en par con toda la intención de decirle que ha perdido la cabeza, por lo que la sigo con toda la velocidad que me dan mis piernas largas hasta chocar con la nube de pelos que ya está olfateando el sonajero y, espero de verdad, que no se le ocurra lametearlo como ha tratado de hacerlo en otras ocasiones — Es importante para los bebés el tener sus rollos relajados, Scott — defiendo los caprichos de la nena, que creo que solo le entretiene la situación hasta que se queda dormida. No llego ni a asomar la cabeza que empieza el llanto y… Alguien que me dé paciencia — Hey… — la tomo por los hombros, a ver si de esa manera me presta atención a mí y no a la perra, que ha empezado a perseguir su cola más que un rastro — Escucha, eres una excelente madre y, en todo caso, el que no estaba fijándose en ella era yo. ¡Es un bebé, Scott! No pudo haber salido volando por la ventana y tampoco escuchamos ningún sonido preocupante. Solo necesitamos separarnos o más ojos… ¡POPPY! — la idea me salta tan de golpe que el llamado a la elfina parece salido de la nada, me giro justo para verla aparecer con un chasquido frente a mí. A juzgar por los dedos llenos de espuma que sacude para preguntar que necesito, debía estar fregando — Ni tú ni Maui vieron a Mathilda por ningún lado… ¿No? — una negativa es todo lo que necesito — Pues bien, necesito que me ayuden a buscarla — no puedo creer que estoy armando un operativo de búsqueda élfica por mi hija menor de un año.

Con las instrucciones dadas y los elfos en marcha, masajeo por un momento los hombros de la madre acongojada para poder relajarla a pesar de que no servirá de nada — De seguro solo se quedó dormida en el suelo otra vez… — el saber en cual es el problema, pero ese es otro tema. La suelto para adelantarme y empiezo a empujar las puertas entreabiertas, tratando de encontrar algún rastro de Tilly en todo el piso superior, ese que poco me falta para clausurar hasta que se le dé por aparecer. Estoy rascándome la cabeza y despeinándome en el proceso de acomodar mis ideas cuando una imagen me viene a la mente — Había una media amarilla… — aventuro, girándome hacia ella con tanta rapidez que, por un momento, me cuesta enfocarla — La vi… ¿Dónde la vi? Sin la bebé… — Explico, que la idea es demasiado difusa y me cuesta enfocarla dentro de un escenario — Scott… ¿El canasto de ropa sucia no estaba un poco pesado? — que fui yo el que se lo llevó puesto, pero creo que entiende mi punto.
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¿Qué tanto puede estresar a sus rollos? ¿Las horas en la oficina donde tiene a Meyer cargándola de un lado al otro? ¡Va a yoga para bebés! ¿Eso no es suficiente descanso para sus rollos? Lo de la masajista me parece un capricho compartido con su padre y lo único que falta es que empiece a faltar a los domingos de almuerzo en lo de Mohini para ir con él a sus juegos de golf, entonces oficialmente podré sentir que Meerah es más hija mía siguiéndome a casa de mi madre y la pequeña traidora al distrito tres se va tras los pasos de su padre. ¡Y no estoy mal al pedirle que le cante o lo que sea! Donde sea que esté saldrá si su padre se lo pide, ¡porque es de mí de quien huye como una oruga veloz y peligrosa que arrasa con la casa! Un gusanito que se esconde para que no la encuentre y me tenga aquí llorando mi fracaso, ¡porque la he perdido de vista y no sé dónde está! ¿Es que Hans no vio esa película del bebé suelto en la ciudad? ¿Y que si Tilly termina dando vueltas por el Capitolio? Necesito saber dónde está, con quién está, para sentirme tranquila. ¡Por eso tiene dos niñeros, además de una abuela! No puedo perderla de vista, le pueden pasar tantas cosas… —No soy una excelente de madre. Soy una galleta de la fortuna como madre que cuando la abres no tiene el papelito dentro— vaya a saberse de donde me sale esa comparación que hago con un puchero al frotar la punta roja de mi nariz con el dorso de la mano, —soy la tostada que se cayó al suelo del lado del dulce, soy una pizza como madre, ¡pero la pizza de piña!— la peor pizza de todas, ¡todos lo saben! —¿Y que si vuela? ¿Cómo puedes estar seguro de que no vuela, eh?— pongo a prueba que tan inteligente y sereno se cree en esta situación, a mi parecer está subestimando a la niña, ¡y bien! ¡me parece bien que movamos a todo el ejército de la casa, elfos también! Pero que a nadie se le ocurra despertar a Meerah o las cosas se pondrán feas.

Muevo mi cabeza de un lado al otro cuando trata de consolarme, hasta que no tenga al bodoque delante de mis ojos, dormida, despierta o con una correa para que no vuelva a escapar, no puedo calmarme. ¡Esta casa es enorme! ¡Enorme! No, claro, no podíamos vivir en cuatro ambientes que se pudieran barrer rápidamente y diera pocos sitios de escondite a una niña demasiado veloz para nuestra tranquilidad mental. —¡Qué desesperación! ¡Si hace esto antes de cumplir el año… ¿qué nos espera cuando tenga quince?! ¿Asaltará un Banco? ¿Se irá a un retiro al distrito once para meditar sobre el cosmos? ¿Dirá que quiere ser abogada? ¡Qué estrés! ¡Me volveré una vieja de canas verdes antes de llegar a los cincuenta!— farfullo pisándole los talones al ir detrás de él puerta por puerta, hablándome a su espalda y por eso mismo, sobresaltándome cuando se gira de pronto para hablarme de cierta media amarilla. Ya está delirando, Hans está viendo medias amarillas por todos lados… ¡ah! ¡el cesto! Solo era un montón de ropa sucia con… ¡una media amarilla resplandeciendo como un sol entre toda esa prenda mugrosa! Corro de vuelta a la habitación antes de que la sabandija se haya mudado de escondite y ¡no! ¡ja! ¡veo esa media amarilla! Me paro en medio de la habitación con las manos en las caderas, masticando mi desesperación de… los últimos peores cinco minutos de mi vida. Le hago una seña a Hans con el dedo índice contra mis labios para que no diga palabra. —Bien, yo creo que Mathilda no está en esta casa, es imposible, ya buscamos por todos lados y tal parece que es la única niña en todo Neopanem que logró hacerse invisible antes del año, ¿te lo puedes creer? ¿Qué haremos con sus juguetes? ¿Tú dices de regalárselos a Hayden? Yo creo que sí, total las niñas invisibles no usan juguetes— vuelvo a usar mi dedo para apuntar el cesto y darle la indicación de que nos acerquemos lentamente, la risita que sale del montón de ropa la delata, tiro del extremo de una toalla para que su cabecita morena quede a la vista y la señalo con mi dedo. —¡Así te quería atrapar, cerdita!
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Hans M. Powell
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Por la mirada que le lanzo, está más que claro que no creo que la bebé pueda salir volando, pero me muerdo la lengua por mi propia salud mental y física. Creo que lo voy a necesitar cuando empieza a enumerar las mil catástrofes que pueden asomarse por nuestra vida en los próximos años hasta que… — ¿Qué tendría de malo si quiere ser abogada? — pregunto como quien no quiere la cosa, aunque hay cierto matiz en mi voz que me delata — Meerah quiere seguir la especialización de leyes y ha analizado casos conmigo, se le da bastante bien — si Mathilda es mi hija y se parece en algo a su hermana, probablemente herede algo de la rama de mi familia… No quiero pensar en que seremos uno por generación porque eso sería llamar a la desgracia, pero quizá Meerah ya ocupó ese puesto.

Al menos tiene la decencia de comprenderme antes de que empiece a hacer señas ridículas al no poder explicarme y la carrera hasta el baño del dormitorio hace retumbar la madera del suelo hasta transformar nuestros pasos contra la alfombra. Me mantengo en el marco de la puerta, no sea cosa de que la niña quiera escapar una vez más en lo que su madre y yo nos percatamos no solo de la media que la ha delatado, sino también de la risita burbujeante que se eleva entre las prendas sucias que, al parecer, se le han antojado como juguete nuevo. Tengo que estirar los labios como trompa en el instante en el cual aguanto la risa, arqueando mis cejas divertidamente en lo que mis ojos se van hacia Lara — Estoy seguro de que Hayden amará la casa de muñecas y el peluche de elefante. Ni hablemos del sonajero de unicornio… — que estoy seguro de que la niña no tiene idea de lo que estamos diciendo y solo se divierte quedándose quieta en busca de alguna reacción, cosa que sucede en cuanto Scott aparta una toalla y los pelanchos de la niña quedan al aire, haciendo que levante las manos en medio de una risa estridente producida, seguramente, por el simple factor de verse descubierta bajo un trozo de tela que se mueve. Si mi hija tuviese consciencia de la desesperación que ha provocado en estos minutos a esta edad, empezaría a preocuparme.

Me toma solo dos zancadas el llegar hasta ella y meto las manos debajo de sus axilas, tirando de ella para poder sacarla de allí en lo que patalea, con solo uno de sus pies cubiertos como señal de su delito — ¿De verdad se piensa que puede provocar semejante grado de preocupación en sus padres y salir sin consecuencias, señorita? — ni siquiera el falso tono de enfado parece molestarle, incluso cuando frunzo el ceño y los labios de manera tal que debería tomarme como una persona a punto de comérsela viva. Y lo hago, claro, que no puedo evitar levantarla un poco más para morderle una de las piernas y la panza, obligándola a más risitas en lo que se retuerce — ¿Ves, Scott? — sacudo la cabeza al dejar de torturar a la bebé así puedo quitarme el flequillo de los ojos y acomodo a Tilly en mis brazos, apoyando su culito en mi antebrazo en lo que ella aplasta una de sus mejillas contra mi hombro — Está bien, no tiene ni un rasguño y hasta aprendió que puede volvernos locos si se mete en un canasto. Es escapista, como su mamá — le pico, sonriendo a medias con burla en lo que estiro la mano que me ha quedado libre para tomar la suya, jalándola hacia mí — Y a las dos puedo atraparlas, así que soy el gran ganador de esta ronda — hay algo en las mujeres de esta familia que pueden jugar con mis nervios y, como una enorme ironía de la vida, estoy completamente rodeado de ellas. Debe ser el universo diciéndome que tengo que aferrarme a su locura para controlar mi rigidez, que estaba demasiado acostumbrado a un mundo de blancos o negros, necesitado de la presencia de un par de medias amarillas.
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Toda mi cara se desencaja por la mueca que hago de saber que todos en esta casa podrían terminar dedicándose a las leyes. —¿Y con quién voy a hablar yo en las cenas, entonces?— pregunto, ya me vi gritando en medio del postre: «¡yo también se de leyes! ¡de leyes cuánticas!». Sería la madre más impopular por traer matemáticas a la mesa. Sé que habíamos dicho, cuando hablamos de cuestiones como el apellido, que las vocaciones que elijan serían decisión suya, pero no puedo fiarme de alguien que ya está ejerciendo su persuasión en Meerah, tendré que conseguirme de esos sonajeros que enseñan lenguajes de programación a los bebés, una vez que recuperé a la bebé por la que estamos teniendo esta nueva discusión. Conservo esperanzas de que sigue pareciéndose más a mí que a su padre, porque de todos los escondites posibles, se fue a meter entre ropa sucia y ¡es algo que nunca haría una mini Hans! —En especial el sonajero de unicornio, espera, iré ya mismo a enviárselo a Phoebe para que se lo entregue a Hayden— digo para que la pequeña polizón escuche, la cual tiene todo el descaro de simplemente reírse y después retorcerse en carcajadas cuando su padre la saca de la pila de ropa.

Me hago la ofendida con ella ladeando mi rostro y alzando mi nariz, así sufre mi indiferencia, la que no necesita porque tiene a Hans comiéndole esa pancita que recién estuvo en contacto con medios olorosas. —¡Yo digo que merece un castigo ejemplar, señor juez!— grito, con el dedo índice en alto al caminar hacia ellos. —¡Nada de merengue hasta que sea su cumpleaños! ¡Cuatro meses sin merengue!— pido, porque me va a tocar ser quien ponga reglas duras en esta familia si Hans va a caer tan fácil en besuquear la pancita de la criminal, que no tiene ni un rasguño visible, mucho menos está llorando y yo para este punto he tenido tanto altibajos de la presión arterial que voy a ser quien termine encerrándose en el baño con el cesto de ropa para abrazarlo mientras se me pasan los nervios. —Estás aprovechando la ocasión para lanzarme una pulla, ¿eh?— digo al cruzar mis brazos y mirarlo con la sonrisa que curva mi boca reflejándose en mis ojos, que al cabo se transforma una carcajada honda. —Y ahora para declararte ganador a ti mismo, tan típico…— me burlo al llegar hasta él para acariciar la cabecita de Tilly con mi mano. —El juego no funciona así, no puedes declararte ganador a ti mismo— es regla básica de todas las competencias.

La bebé se ve tan increíblemente ajena a toda la preocupación que nos causó en el último rato que no puedo enojarme con ella, si al final será cierto que es una mínima réplica de ambos. —Si lo piensas… tal vez escuchó que pensábamos fugarnos y creyó que era un juego, así que decidió esconderse primero ella. O sino es la bebé más maliciosa del universo, dándonos una probada de susto porque se siente ofendida de que no la invitemos a la ceremonia— digo con mis manos rodeando su pancita, sin retirarla de los brazos de Hans. —¿Es eso? ¿Quieres seguir siendo la niña de las flores? ¡Pero ni siquiera sabes caminar!— me quejo, este es el momento que elegí el perro más viejo para asomar su hocico por la puerta, solo su hocico, a diferencia de Ophelia si respeta espacios personales y tiene cuidado de meterse a los dormitorios. —Tarde, Hunter, tarde. Tus servicios ya no son necesarios— despido al perro, y con un suspiro me vuelvo hacia Hans y la niña. —Que difícil es esto de planear una boda, la verdad. Me siento agotada y todo lo que hice hasta ahora fue pensarla— le lanzo una mirada para que no diga nada sobre que pienso y repienso las cosas. Con un segundo suspiro en un tiempo tan breve, coloco mis manos sobre sus hombros, la niña quedando en medio de mis brazos. —¿Y si invitamos a nuestra familia a un almuerzo sin decirle nada y nos casamos en el jardín? Así, rápido, que no dé tiempo a nadie a reaccionar. Y luego…— me acerco un poco dejando a Tilly en nuestro abrazo y mi nariz a centímetros de la cara de su padre al sonreírme. —Nos fugamos.
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Hans M. Powell
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Puedo olvidarme por un momento de todo el drama del escondite cuando las palabras de Scott me recuerdan que falta poco para que se cumpla un año desde el nacimiento de Mathilda, por la mirada que le lanzo queda bien en claro que eso me ha tomado desprevenido y es que no puedo comprender a dónde se ha ido el tiempo. Sí, sé que estoy sonando como un anciano cercano a su lecho de muerte, pero a veces me olvido de que no tendré a una bebé regordeta por siempre, por mucho que me guste la idea de congelar la imagen — Me parece un lapso razonable. Podrá comer todo el merengue que le hizo falta durante esos meses en el pastel, señorita Powell Scott — le pico la barriga de manera acusadora, aunque ella apenas y reacciona apartándome el dedo con sus manitos. Mi sonrisa es un reflejo de la que curva los labios de su madre, jocoso — Por supuesto — no rechazo ninguna de sus acusaciones, sería hipócrita de mi parte — Y tengo todo el derecho a declararme el ganador, está más que claro. Soy el señor de la casa — engroso la voz, la seriedad me dura un suspiro antes de quebrarme mi boca en una vaga risa.

Para ser honesto conmigo mismo pero no con ella, dudo mucho de que la niña tenga un mínimo de comprensión sobre lo que estábamos hablando y de seguro solo se escapó en el instinto de la picardía, esa que se vio reflejada en ella en cuanto vio la oportunidad de esconderse para ver cómo sus padres enloquecían por su culpa — Sabes que de seguro usaría la excusa para poder llevarse flores a la boca, es esa su mayor motivación para aparecer en escena — aunque estoy bromeando, me recuerdo a mí mismo que hace poco vi como la bebé trataba de comerse las flores de uno de los jarrones de la sala y, aunque logré sacarle la mayoría de la boca, decidí que no iba a decirle absolutamente nada a Lara porque no sabía cómo explicarle que Tilly se había comido la mitad de un jazmín por estar muy concentrado en tratar de comprender la trama de esos dibujitos para bebés que consume en la televisión. Son bastante perturbadores, debo admitirlo; hasta dudo mucho el querer que mi hija crezca consumiendo esa clase de basura psicodélica, pero por el momento solo la entretiene y no tengo que preocuparme por ello.

En vista de que el pobre de Hunter es expulsado de la conversación, no tengo la excusa de rascarle las orejas para escaparme de los planes de boda que no parecen tener un final, incluso cuando todavía son un montón de ideas lanzadas al aire sin saber muy bien por dónde empezar. Solo muevo uno de mis hombros como respuesta, que estoy negado a que me contagie su desesperación. Apenas y siento el apoyo de sus manos, estoy más ocupado en reaccionar a su sonrisa con una propia de puro acto reflejo — ¿Acaso me estás diciendo que firmemos un papel a escondidas frente a todos, les lancemos a la bebé y salgamos corriendo? — muevo mis cejas de manera sugestiva, aprovechando la cercanía para inclinarme hacia ella — Me gusta. No tienes idea de lo mucho que ando necesitando de un viaje a solas contigo a donde sea… — que ser padres y tener empleos como personas normales me hace notar por qué existen tantos divorcios ahora que se ha vuelto completamente legal. En lo que me inclino para tratar de probar su boca, Tilly hace énfasis en mi punto al meter su mano regordeta en el medio, apretando mi labio inferior con sus dedos rollizos que me veo obligado a pellizcar con los morros — Estoy empezando a considerar de verdad que tenemos una tercera en discordia dentro de esta pareja — reprocho al echar la cabeza hacia atrás. Solo como prueba, acerco poco a poco mi rostro al de Scott, manteniendo los ojos fijos en la bebé vigilante hasta que, en un gesto rápido y furtivo, robo un rápido beso de sus labios que ocasiona la sacudida de manos entre un montón de gorjeos. No contengo mi risa, vengándome de ella al besar su mejilla en lo que, por alguna razón, trata de apartarme — Como sea… — intento retomar el hilo de la conversación — Siempre podemos unir ambas ideas e invitarlos a almorzar para decirles que… No, que eso nos dejaría sin el pastel de Mo — ya estoy empezando a complicarme. Chasqueo la lengua con algo de fuerza — ¿Qué te parece si primero hacemos una lista de lugares disponibles para mayo o junio y, en cuanto tengamos la reserva confirmada, chequeamos lo que haremos con la familia? Estamos tratando de organizarnos en base a supuestos y es mejor ir paso a paso — como siempre, yo busco un orden lógico y ella encuentra el modo de revolver las cosas como un terremoto. Se me ocurre una opción, pero la manera en la cual la miro me deja bien en claro que estoy dudoso porque no creo que a ella le interese. Me aclaro la garganta en lo que salgo del baño como excusa para mantenerme ocupado al hablar, llevando a la gorda escapista conmigo — ¿Traes la media? — le pido — Siempre podemos contratar a un planificador de bodas para que se ocupe de todos los detalles estresantes. Ya sabes, solo diremos que sí o que no mientras nos preparamos mentalmente para dormir por dos semanas completas — sé que una luna de miel incluye cosas más importantes, pero no ser padre por catorce días suena como un sueño glorioso.
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Deja las drogas, Hans— me río de él con sincero humor, no haré oídos sordos a ese comentario por ser complaciente, no colgaré esa frase sobre el umbral de ninguna entrada. —De lo único que eres señor en esta casa es de la sala de masajes, este territorio claramente ha sido conquistado por las amazonas— digo, tomando uno de los piecitos de Tilly para agitarlo en el aire, con toda la imponencia que le dan sus medias de estridente amarillo. Estos meses tres mujeres de edades distintas hemos arrasado con cada espacio de esta mansión, ni a su reserva en el bar le he tenido piedad, las niñas le han sacado provecho a la piscina en verano y la televisión solo transmite dramas adolescentes o de caricaturas de animales que bailan con más ritmo del que yo mostraré en la vida. Esta, en honor a la verdad, no es la casa a la que fui invitada una vez hace mucho tiempo para tomar un trago de algo. La bebé que acuso de tantos planes malvados así como su hermana mayor, han sabido estar en cada cosa que nos rodea, que sigo debatiéndose entre sí deben estar con nosotros o tenemos permitido el hacer un juramento que solo nos incluya a nosotros, porque a veces no logro discernir donde terminamos nosotros y comienzan ellas, lo que está bien porque somos una familia, otras veces no tanto porque seguimos siendo una pareja y la bebé no deja que su padre me bese. —No, definitivamente, no la voy a invitar a la boda— pico su pancita con mi dedo, y a propósito para su frustración, la aplasto entre nosotros al acercarme aún más, tratando de alcanzar el rostro de Hans cuando se acerca y riéndome de la bebe cuando se enoja. —Seguro que grita «yo me opongo»  si la invitamos— ni mamá, ni papá, ya la vi gritando «nooooooooo» como buena hija mía.

A menos que se coma las flores, ¿lo dirá porque es una gordita golosa con todo? Nunca le hablé de la vez que se tragó una cereza, ¡pensé que solo la chuparía! ¡no tiene dientes! No me esperaba que la tragara sin más. No es hoy el día en que hable de esto, así que me limito a seguirlo. —Me parece bien, miremos lugares primero. Pero, ¡espera! El cumpleaños de la bebé es en junio, ¡hay que organizarlo! Estaremos con eso semanas antes, así que tendrá que ser a principio de mayo o sino dejarlo para mediados de junio… y si es para mediados de junio, aaaaaaaaaaaaaaah, voy a morir…— me lamento con un gemido al dejar caer mis brazos con desgano y arrastrar mis pies en el suelo, comprendo su punto de que quiere disfrutar del camino, pero se está volviendo un camino jodidamente largo. Nadie puede culparme de que quiera pasar directamente a la parte de la luz al final de este camino que se traduce en dos semanas en algún lugar aún sin nombre en el que podamos estar sin vestirnos y no haya adolescentes ni bebés cerca por los cuales tengamos que preocuparnos de no dejarle un trauma a futuro. Me hago cargo de la media de la niña tal como me lo pide Hans para tener algo de que ocuparme y la froto contra mi mejilla para darme tranquilidad, como si fuera un talismán. ¡Sálvame, media amarilla! ¡Ilumíname con tu sabiduría!

Por pomposo que siga siendo en boca de Hans el sugerir un planificador de la boda, porque ¡¿en serio?! Eso es tan… tan… snob. Por pomposo que sea, tengo que reconocer que es un consejo sabio del universo puesto en sus labios. —Primero, detesto decirlo que tal vez alguien que nos ofrezca soluciones y respuestas sea lo mejor… y segundo, ¿¿¿dormir???— esto sí que logra alterarme. —No sé si podremos hablar con alguien de planificar nuestra boda si entre nosotros no queda claro como acaba todo. ¿Dormir? ¿En serio? ¿Voy a casarme contigo y luego te dormirás por dos semanas?— primero Tilly, ahora su padre, solo falta que venga Meerah a decirme que Oliver es gay y no tiene chances con él como para que mis nervios terminen de colapsar. Calma, Lara. Busco la cama al salir del baño para tirarme con los brazos en cruz sobre las sábanas y soltar otro suspiro. —Volviendo a lo del planificador, ¿solo tenemos que decir que nos gustaría y si o no, verdad?— suena fácil, algo me impide ver que ese el gran problema.  Me duele pensar que Rose podría haber sido buena para ese puesto, tal vez también podría mi madre o la misma Meerah, por presentimiento creo que estaría bien que sea alguien ajeno a la familia que pueda mantenerse profesional, sin tirarnos un plato por la cabeza. —Lo siento, lamento ser una insoportable con esto de la boda, querer que sea algo sencillo y complicarlo para que sea sencillo…— muevo mis brazos sobre las sabanas para dibujar arcos como alas. —No vayamos a ningún lugar donde haya un volcán, ¿de acuerdo? Temo que explote ese día.
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Hans M. Powell
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¿De verdad quieres gastar tus energías en una celebración que no va a recordar? — sé que soy el primero en hacer gastos innecesarios, el resumen de mi tarjeta siempre acaba por delatarme, pero hasta yo me creo consciente de que esto ya está cruzando una línea — Yo pensaba en una reunión familiar con pastel, quizá pedirle a Ernst que traiga a Rory para una tarde de juegos y nada más. ¿No la consentimos ya demasiado? — ¡Sí, ya sé que es irónico que salga de mí, pero vamos! Ya tendré demasiado con el correr de los años, cuando Tilly me llene la sala de niños o me haga alquilar algún salón para llevar a cabo las celebraciones, ahí donde no podré poner mala cara frente a un montón de monstruos miniatura que me volverán loco al querer golpear una piñata. Tengo derecho a aprovechar estos cumpleaños en los cuales todavía puedo mantener la calma, antes de empezar a envejecer a pasos agigantados por perder la paciencia al verme rodeado de niños.

Como Tilly ya no tiene cuna en nuestro dormitorio, la acomodo sobre mi regazo en lo que Scott se desploma sobre la cama, así que opto por sentarme en uno de los rincones de la misma — Ya sabes, necesitaremos descansar. Tengo bien en claro lo que voy a hacer en esas dos semanas — en vista de que la bebé sigue inquieta, hago rebotar mis piernas para imitar el movimiento de un caballo, consiguiendo que al menos se mantenga entretenida — No pienso dejar la cama. Será un dormir, dormir, follar, dormir, comer, volver a follar y así sucesivamente — quizá, solo quizá, exista la opción de que me agarre la inspiración y salga a disfrutar del paisaje, por lo demás solo quiero disfrutar de ella y de una calma que aquí dentro ya no existe — Exactamente para eso existe un planificador. Tú dices qué es lo que quieres, él o ella lo organiza, te enseña lo que ha pensado y tú solo vas opinando hasta tener tu boda perfecta. Me parece la mejor salida para evitar que te dé un paro cardiaco antes de siquiera decidir la fecha — lo cual es un poco irónico, porque sospecho que podría agarrarle en cinco minutos. Tengo que reírme, porque con sus palabras solo ejemplifica mis pensamientos — Ningún volcán va a explotar ese día — prometo — Solo déjamelo a mí. Conseguiré un wedding planner durante la semana y todo será más sencillo de lo que crees. Antes de que te quieras dar cuenta… ¡Puf! Estaremos casados — Vertiginoso de solo pensarlo.

Parece mentira que esta sea la misma cama en la cual nos acostamos hace lo que parece una eternidad, mofándonos de los papeles de matrimonio que ahora mismo son más un hecho que ficción. Me dejo caer hacia atrás para poder recostarme sobre su brazo, sintiendo como Tilly parece darse por vencida ante tanto movimiento y se queda recostada sobre mi pecho, abriendo y cerrando su puñito en lo que arruga la tela de mi camiseta. Aprovecho a respirar la calma, antes de girar la cabeza en su dirección — Si te sirve de consuelo, no tengo planes de fugarme el día de la boda y estoy bastante seguro de que estoy en el lugar en el cual deseo estar. Estaremos bien, Scott. Sobrevivimos a un pequeño terremoto todos los días — le doy una palmadita a la espalda de la bebé. Ya… ya empezó a babearme la ropa al dormirse con la boca abierta — ¿Me prometes no quedarte calva ni enloquecer hasta entonces? Aunque puedo ayudarte con el estrés — mis cejas se mueven de manera sugestiva a pesar de la sonrisa divertida en mis labios — Cuando Mathilda me libere, ya sabes — lo que puede suceder ahora o en tres días. No es sencillo dividirse para mantener felicidad en partes iguales para cada una de las mujeres en esta casa, pero por ellas puedo intentarlo. Es un voto que he hecho conmigo mismo.
Hans M. Powell
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