TEMAS
Los chequeos en la estación de tren son tediosos, pero los acepto con mi mejor cara inocente, incluso cuando uno de los guardias me mira dos veces al reconocer el nombre de mi identificación. Me detiene la curiosidad, esa que me hace chequear mi muñeca en busca de lo que sea que me hayan colocado, pero no hay rastro alguno y no puedo evitar qué clase de magia avanzada es esta, si confían en que nadie podrá eliminarlo por su cuenta. Al menos son listos, eso debo admitirlo. Podría aparecerme, pero en su lugar prefiero caminar. Mis piernas son delgadas pero no son un impedimento y, de esa manera, puedo fijarme en el paisaje que me presenta este oasis proclamado por Black. No se ve muy diferente a lo que yo recuerdo, pero hay muy pocas personas en la calle. ¿Es miedo, se han marchado o solo se trata de que todo el mundo se encuentra dentro festejando? Me llama la atención el ver niños corriendo en un parque blanco, riendo a los gritos. Se ve como un lugar normal, no hay señales de aurores, ni cámaras, ni carteles. Me da un poco de nostalgia, debo admitirlo.
Para cuando llego a la puerta de la casa de Will, tengo un montón de emociones mezcladas como un cóctel en mi garganta. Quizá deba dar gracias a que es psicólogo, para variar. Toco el timbre y bajo un poco mi bufanda para que pueda descubrir mi rostro, ese que de seguro se ve rosado por culpa del frío. Para cuando veo aparecer su larga silueta, yo estoy forzando una sonrisa y alzo el pastel delante de mí, cubriendo hasta mi nariz — Milagro de Navidad — bromeo a modo de saludo — ¿Puedo pasar? Creí que no sería la única sola el día de hoy.
Al menos mi rutina en sí misma no cambia demasiado. Salvo por el pequeño agregado que era el cocinar por dos, y tener alguna que otra charla ocasional con mi sobrino, podía decirse que mi día a día era como cualquier otro. ¿Qué es lo que se sentía tan diferente entonces? O por qué me preguntaba demasiadas veces al día que debería hacer diferente. Tal vez era hora de buscarme mi propio terapeuta, pero cuando uno tiene un hechizo que no te permite soltar palabra alguna sobre algunas cosas, era complicado esto de andar buscando posibilidades. Más aún cuando en el distrito todos los que conocía con mi profesión eran amigos y eso quitaba profesionalismo al asunto.
El timbre me saca de mi lectura matutina y me sorprende, porque no recordaba tener visitas o pacientes programados en el día de hoy. Era mi día libre así que solía pasarlo buscando lecturas atrasadas, o películas viejas que completen mi lista de “las mil películas que tienes que ver antes de morir”. Mis pantuflas y mi bata no hacen juego en esta ocasión, pero es más que nada porque las que tenía esta mañana se ensuciaron con la mermelada de mis tostadas. - ¡Jolene! - No esperaba que fuese ella quien se encontrase del otro lado de la puerta, pero ciertamente era una persona bienvenida en casi todo momento. - ¿Hoy es navidad? ¿tan pronto? - ¿Cómo es que no me había percatado de eso? Supongo que debía ser el que coincidiera con mi día libre, pero no creía ser tan despistado como para olvidar una festividad como esta. ¿Mi sobrino estaría decepcionado? - Pasa, pasa. Sobre todo si me dices que eso es para compartir. ¿Tuviste algún problema para entrar?


Me meto en su casa con toda la rapidez que me permite el frío en cuanto tengo su permiso y, en efecto, el árbol navideño se encuentra en uno de los rincones, más no encendido. Puedo apostar a que debe tener un calendario por ahí al cual se ha olvidado de seguir marcando y, según él, aún debe ser Acción de Gracias — Supongo que el mismo problema que tienen todos — apoyo el pastel sobre la primera mesa que veo y me quito la bufanda con unas cuantas vueltas, en lo que me giro hacia él — Solo un par de chequeos y una puntada soportable en la muñeca con la varita, eso es todo. ¿Me convertiré en ratón si salgo de aquí y traiciono su confianza? — le enseño una vaga sonrisa irónica, de esas que demuestran que todo esto me parece una locura. Tanteo mi cabeza, así puedo dejar tanto el gorro como la bufanda sobre el respaldo del sillón y puedo analizarlo de pies a cabeza. Y no, no es precisamente por su atuendo, una vez más — ¿Cómo has estado? Debe ser extraño. No ha habido un Black en el poder hace una eternidad — no importa que sea limitado, él vive aquí y eso debe afectarle en algo.
Al menos tiene la chimenea encendida, me provoca el quitarme el tapado y así quedar simplemente con el suéter, el cual es abrigo suficiente en una casa tan cálida como ésta — Quería venir antes — confieso — Llamarte se sentía demasiado distante y no me atrevía a pasar. Llámame cobarde — sé que no va a hacerlo, no cuando nos conocemos lo suficiente. Me rasco la nuca, revolviendo algunos de mis cabellos en lo que coloco la mano restante sobre mi cintura — ¿Te parece bien un café con el pastel? Ya sabes, por los viejos tiempos. A ver si en esta ocasión, yo soy la que te escucha a ti — me atrevo a bromear, usando mis cejas como si fuese una propuesta más que tentadora.
Me hago a un lado con rapidez para cederle el paso, y aprovecho para adentrarme en la cocina a poner la pava a funcionar. Lo bueno de que el salón esté conectado abiertamente con la otra sala era el hecho de que no se cortaba la conversación de ninguna manera, y que todavía podía ver sus expresiones mientras se ponía cómoda. - No sabría decírtelo. Procuré no traicionar a nadie fuera de aquí, pese a que mis pacientes del Capitolio se muestran bastante interesados en el tema. ¿Sabes que perdí al menos una docena de mis casos locales? - No eran muchos los que se animaban a entrar al distrito, pero yo no podía darme el lujo de mudarme como lo habían hecho ya varias personas. - Aún así, tengo que admitir que no me recuerda demasiado a esa familia. Están queriendo crear una especie de mundo ideal, pero todos sentimos que estamos pisando hielo de primavera. - Frágil, inestable, débil por debajo de lo superficial.
- Sabes que jamás te llamaría cobarde, incluso yo puse muchas cosas en duda pero bueno… siempre preferí adaptarme a los cambios en lugar de confrontarlos. ¿Eso me hace a mí un cobarde? - Quería suponer que no, y que justamente ella entendería eso. - Justo iba a preguntar si querías té o café, me temo que olvidé tus preferencias… ¿crema? - Nunca había sido bueno para recordar este tipo de cosas, demasiados pacientes y muy pocas amistades eran una combinación fatal a la hora de dividir aguas. - ¿Es que quieres psicoanalizarme? Tal vez no eso, pero siento que sabrás aconsejarme tú en cómo comportarme con un niño de quince años al que no he tratado en mi vida.


Sus palabras me hacen sonreír, más para mí que para él. Nuestra generación se ha adaptado a los cambios en más de una ocasión, muchos de los cuales nos fueron impuestos y no tuvimos otra opción que inclinar la cabeza. Por eso mismo, sacudo la mía en lo que acomodo mi cabello para quitármelo del rostro — Nos adaptamos para sobrevivir. Soy la última persona que podría juzgarte por ello — porque he huído y he regresado. Me siento a ver como mi mejor amigo es un esclavo y podría ponerme a hablar de aquellos que he perdido a causa del cambio de gobierno y por culpa del anterior, pero eso no lo necesita porque ya me ha oído. Eso es el pasado, el presente nos exige nuevos sacrificios y nuevas ideas y, no obstante, aquí estoy — No estás tan errado. Café con crema siempre es la mejor opción.
Saco la varita de mi bolsillo y me estoy acomodando en el sofá, lista para ponerme a partir el pastel, cuando lo que me dice me toma tan por sorpresa que tengo que abrir los ojos como huevos para poder mirarlo. Sí, más de lo que ya son por cuenta propia — Dime que no tienes un hijo perdido que ha tocado a tu puerta. ¡Mírate tú! No te tenía con esas — mucho menos con esas pilchas, parece más un abuelo come galletas que un sujeto de “la puso y se fue”. Sin quitarle mi atención, uso la varita para cortar las porciones — ¿Siquiera sabes lo que le gusta? Los adolescentes son complicados — si lo sabré yo — Y casi siempre necesitan más espacio del que los adultos quieren darles. Limitarse a los intereses en común y un control cauteloso jamás está mal. ¿Por qué siento que me estoy perdiendo una gran parte de la historia? — le muevo las cejas, sonriéndole con picardía — Ya, que no le diré a nadie. Palabra de honor.
Le devuelvo la sonrisa al poder ver el entendimiento en su mirada y vuelvo a la tarea de servir el café en las tazas como corresponde. No tengo bandeja, así que tengo que sacar la varita y hacer levitar las tazas hasta la mesita y así evitar cualquier tipo de accidente. Claro que tengo que retroceder cuando descubro que estoy olvidando la misma crema que le prometí, así que doy una vuelta sobre un pie y me estiro hasta agarrar el frasco.
- Oh, no. Claro que no. - Me apresuro a aclarar como puedo, en lo que sendas tazas bajan hasta posarse en su esquina correspondiente. Tomo asiento en el sillón individual, ese que me permite estirarme para poder endulzar el café como me gusta. - Al parecer me he convertido en el tutor legal de mi sobrino por los próximos dos años si es que su madre no regresa. - Sus padres, en plural. Esos que me hacen elevar la mirada al cielo para evitar hacer cualquier tipo de comentario con respecto a su negligencia. - ¿Estar en su habitación cuenta como gusto? Porque si te soy sincero, ni siquiera sé si ahora se encuentra en la casa. - Creo que la parte de “control cauteloso” me la estoy salteando. - No hay mucha historia. Sus padres se fueron sin dejar a nadie a cargo, y no me cuesta a mí el ofrecer mi casa en lugar de dejar que vaya a uno de esos espantosos hogares de acogida. ¿Tú no habrías hecho lo mismo?


Me hundo en el sofá como si fuese un sitio cómodo de seguridad en lo que me concentro en llenar el café de toda la porquería que me gusta y lo revuelvo, manteniendo mi atención en su voz; tampoco es que sea muy fácil de ignorar, si vamos al caso — ¿Tu sobrino? ¿Tienes un sobrino? — no sé por qué sueno tan sorprendida, pero si alguna vez lo mencionó, yo de seguro lo he olvidado. Mierda, soy una pésima amiga. Me llevo la taza a los labios, un poco dudosa, antes de darle un sorbito al café como para ganar algo de tiempo — Supongo que sí… — no puedo darlo por sentado, no cuando los únicos niños que he tenido a mi cuidado siempre fueron ajenos. Ay, no sé a quién quiero engañar, sería una pésima madre o tía o vaya a saber qué cosa — Aunque creo que no puedes andar diciendo que no sabes dónde está. ¿No que si le das mucho espacio, ellos van a creer que los estás dejando hacer lo que quieren? Tú eres el del conocimiento del cerebro del ser humano, no yo — por algo siempre es quien da los consejos y no al revés.
Me voy hundiendo cada vez más en el sofá, con la pereza que otorga el tener la habitación calentita y el estómago llenándose cuando afuera hay un montón de nieve — Tal vez, todo esto es bueno — parece que mi voz sale de la nada, con un repentino razonamiento — Será un año de cambios. No solo hablo de lo político, sino también en lo personal. Ya sé, sueno como una de esas adivinas baratas de la televisión — me interrumpo, le pido disculpas con una sonrisa por encima de la taza — Pero… no es un ataque y sé que no soy la persona indicada para decirlo, pero no eres la persona más sociable que conozco, Will. Un adolescente puede ponerle un nuevo ritmo a tu vida y quizá tengas ganas de… no sé — me encojo de hombros y mi rostro se estira, abriendo tanto los ojos que es obvio que me estoy haciendo la estúpida — ¿No pensaste en salir con alguien nuevo? — no, Jo, no eres buena casamentera, jamás lo fuiste — Tengo un par de compañeras de trabajo que son bastante aceptables y no tendrían problemas con tus pantuflas. Y… Nada. El estrés de tener un sobrino bajo tu control quizá así te sea más leve — ¿Acabo de decirle que se consiga a alguien para calmar tensiones? Por algo no me dediqué a la psicología.
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