The Mighty Fall
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PRIMAVERA de 247521 de Marzo — 20 de Junio


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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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I'm scared that you won't be waiting on the other side ✘ Lara
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Hace tiempo que no estamos en la casa del cuatro, tanto que se siente ajena. Vacía, silenciosa, gris. Solo se oye el eco de las olas, uno que es muy fácil de ignorar cuando nada de lo que está ocurriendo tiene sentido alguno. No encuentro forma a los pensamientos que se han apilado durante toda la semana, no cuando dos buenos amigos se han ido y puedo sentir la desesperanza crecer con cada paso que doy. Rory no entendía absolutamente nada, no hay manera de que sepa que es uno de los tantos niños que acabarán esto sin sus padres. ¿Y yo? ¿Cómo voy a hacerlo? Porque la cordura se me patinará entre los dedos tanto como mi salud si sigo abusando del alcohol. No pude llorar en esa despedida, apenas y le mostré un poco de respeto a la familia de Jack y decidí que no podía soportarlo. Hay una lista de nombres que se va haciendo cada vez más larga y empiezo a creer que sigo vivo como una burla al destino, que estoy robando minutos de aquellos que ya no están. Es un pensamiento tan amargo que tampoco digo nada cuando llegamos a casa. Solo lleno la copa de whisky y me siento en el jardín, desde el cual puedo ver el mar. Ellos amaban este lugar.

Me he quitado el saco y la corbata, mi camisa es un desastre y estoy seguro de que el cabello ya no se encuentra en su lugar, ni siquiera cuando decidí cortarlo tras meses de verme mucho menos pulcro que de costumbre. Es una estupidez, pero de alguna manera sé que los próximos meses exigirán de mi mejor imagen. ¿O serán años? ¿Décadas? Me rasco la mejilla aunque no me pica y busco acomodarme en la banca. Quizá debería dormir una siesta. Sí, si duermo no tengo que pensar. Son los pasos que reconozco como Scott los que me eliminan ese pensamiento, aún así ladeo la cabeza para chequear que sea ella y no Meerah. De verdad, no podría fingir delante de mi hija — ¿Vienes a asegurarte que no he ido a ahogarme al mar? — es una pregunta cansada más que irónica, en lo que me llevo el vaso a los labios. Estoy harto de ser quien tiene que dar las malas noticias, ese que se sienta a ver cómo se le rompe el corazón sobre cosas que yo no tengo el control. Aún no he tenido los huevos para ir a ver a la prisionera siquiera, soy un triste ejemplo de ministro fracasado.

Me relamo, sintiendo el frío de los hielos en mis labios — Pensé que aún estábamos en edad de presenciar bodas, no funerales — no quiero preguntar cuál cree que va a ser el próximo. Mis ojos van de soslayo a sus dedos, buscando el anillo de compromiso que me atrevo, por un segundo, a acariciar — Solo quiero… — tengo que tragar saliva, consciente de lo mucho que me cuesta una acción tan simple como esa. La mano que sostiene el vaso se cierra aún más fuerte sobre éste — Una parte de mí desea hacerles pagar por lo que han hecho y la otra solo quiere rendirse. ¿Cómo…? — tengo que tomar algo de aire, una vez más. El trago que le doy a mi bebida es mucho más efusivo y me acomodo en mi lugar, como si toda la incomodidad pudiera evaporarse. La angustia, el dolor, el enojo. ¿Está bien que esté furioso? Porque lo estoy, demasiado — ¿Cómo sabes cuál es el mejor camino a seguir cuando estas cosas pasan? — porque uno se queda aquí, de pie, recibiendo golpe tras golpe hasta que todo pierde el sentido.  Y si ellos pueden demostrarnos que no tenemos nada seguro, el miedo puede pasar la puerta.
Hans M. Powell
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Invitado
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He tenido esta sensación antes, la arrastra el oleaje cada vez que el mar frío choca con la arena, de que he estado aquí sin nunca haber estado. Busco con mis ojos algo que se desvanece antes de que se torne real, el contorno de personas que nunca he conocido. Porque mis ojos tienen memoria de algo que escapa a mi consciencia, tengo que cerrarlos para sujetar los pocos sonidos que distingo en el silencio y vienen de mi mente. Froto mi nariz con el dorso de la mano al picarme las lágrimas que se acumulan tras mis párpados, puedo simular que es el viento del invierno cercano que lastima mi rostro, en la playa puedo mentir de esa manera, no dentro de la casa que perdió todo su calor estos días para que las paredes se sientan heladas al tacto. Es solo una sensación de deja vú. Esto ya lo has perdido, lo volverás a perder luego. «Esto ya lo viví», son las palabras que tomo para mí porque me las seguiré repitiendo a lo largo de los años.

Hunter sigue de cerca mis pasos lentos que me llevan de regreso a la casa sobre las dunas, sube un poco más a prisa pese a su edad los peldaños armados con piedras. En el último escalón desde el cual puedo echar una mirada a la playa entera, seguir el contorno mojado de la orilla hasta donde está la casa que fue de Jack y Rose, notar que la arena no se ve tan intensamente amarilla como en verano en reflejo del sol, sino que la cubre una sombra grisácea que la hace ver de un tono gastado, se me hace imposible imaginar que Rory pueda armar castillos con esta, es el tipo de arena que simplemente ves cayendo entre tus dedos a la nada. Porque grité, lloré, sufrí al pensar que podría perder a Hans en ese llamado a defender el distrito nueve, tortuoso camino que anduve por horas, solo para que al final del día, con el alivio de saberlo a salvo aunque no ileso, me diera la vuelta para descubrir la pérdida de nuestros amigos y el arrebato por la espalda, la ausencia sorpresiva, impuesta e irremediable de lo que diste por hecho que estaría ahí, te deja con el vacío por lo perdido y también de todas los sentimientos que por derecho te correspondían, porque no queda nada.

Entre la última vez que me despedí de Rose y este día hay un vacío. No hay final, no hay muerte, no hay nada que me diga que se terminó. Solo vacío. Que la última imagen que tengo de Rose sea de ella viva, alegre y burbujeante como era su espíritu, no ayuda a que al encontrar la silueta de su casa, deje de esperar a que de pronto aparezca y grite mi nombre. Que todas las personas repentinamente se desvanezcan así no ayuda, recuerdo lo mucho que seguí esperando ver a Annie aparecer en el pasillo entre laboratorios después de saber que murió. En el funeral de mi padre me dijeron que era bueno que el último recuerdo que conservara de él fuera uno en el que estaba lleno de vida, no lo sé, suele ser el peor recuerdo también. Porque toda la vida volteas el rostro y buscas con la mirada ese momento, esa figura, esa sonrisa. No quiero pasarme toda la vida volteando esperar a ver a alguien que por su recuerdo tan vívido, me engaño a mí misma diciendo que sigue ahí por seguir en mí, a veces se vuelve una carga y desearía dejarlos ir, aunque me desgarre. Pero no se puede, se quedan. Se debe enseñar a la vista a centrarse, a posarse en los vivos y aunque hago el amago de sonreírle a Hans al verlo sentado, vivo, en la banca del jardín de pasto seco, ese gesto cae al oír lo que me pregunta. No creo, en este momento, tener la fuerza de ánimo suficiente para contestar a la dureza de esas palabras que me dejan inmóvil el segundo que usa Hunter para echarse debajo del asiento.

Tampoco puedo responder a su apreciación sobre bodas y funerales, no encuentro mi voz para decir mi célebre frase de que cada cosa tiene un tiempo, tal vez la rueda está girando para colocarnos en un tiempo distinto al que disfrutamos, así que en vez de decir algo, tomo sus dedos que rocen el anillo para entrelazarlos conmigo y dejar al anillo en paz, que lo que me importa ahora es tener su mano para seguir sosteniéndola. Me siento a su lado y bajo mi mirada al agarre de nuestras manos porque parece el mejor punto en cual enfocarme, lo escucho hasta que el silencio que le sigue y se extiende me indica que es mi momento de responder. — Sigues adelante, ese es el camino. Seguir adelante— contesto finalmente. —No te rindes, porque si te rindes pasarán sobre ti y seguirás perdiendo todo lo que quieres y tienes— tal vez haya algo de enfado detrás de la firmeza dura de mi tono, siempre fui buena usando al enojo como escudo para pararme sobre mis pies y no dejar que me abatieran, y si me sentía caer, arrojarme para dañar a lo que pretendía dañarme. —Pero, quizá…— retiro mi mirada de nuestras manos para detenerla en el mar, lo miro de soslayo sin querer enfrentar su rostro. —No se trata ni de hacerles pagar, ni de rendirte. Sino de una tercera opción… porque no eres ni serás nunca el hombre que se verá obligado a elegir entre negro o blanco, ganar o perder, entre vivir o morir por esto. Tienes que elegir siempre resistir y para eso…— cubro su mano con las mías, —siempre busca una alternativa, por favor.
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Es curioso. Desde que nació Mathilda, son contadas las oportunidades que tenemos para estar solos. No me he dado cuenta de lo silencioso que puede ser, cuando lo único que tenemos frente a nosotros es un mar que se mece y un montón de palabras que no podemos expresar. Hay cosas que crees que nunca van a cambiar y no puedes comprender cómo es posible que, en una mañana, tan solo un puñado de horas sean más que suficiente para que todo se dé vuelta. Ellos no tendrán la oportunidad de tener más hijos ni de ver crecer a Rory. No habrá más cenas que terminarán con Jack diciéndome que soy demasiado blando para seguirlo en la cantidad de copas ingeridas. Es como que el miedo que me ha azotado durante meses ha sido desviado hacia mis amigos y no ha golpeado a mi familia de pura suerte. Nosotros nos quedamos atrás, limpiando los platos y preguntándonos cómo llenar los espacios vacíos. Esas sombras vinieron y nos arrebataron memorias pasadas y futuras, así como si nada. Jamás había sentido la guerra tan real como ahora.

Quiero preguntarle cómo se sigue adelante, pero estoy seguro de que ella tampoco tiene la respuesta y no quiero ser la persona fastidiosa que se apoya en otra que está tan dañada como uno mismo. Se me escapa una sonrisa irónica e involuntaria en lo que aprieto sus dedos, es mi mano contraria la que se aferra a lo que queda de un vaso que no es lo suficientemente fuerte como para apagar el fuego — ¿Y qué si no veo una tercera alternativa? — pregunto — No creo que ahora mismo nos encontremos en un juego de blancos o negros. Y no dejo de preguntarme cómo hubieran sido las cosas de haber llegado unos minutos antes… — ¿Habría podido ayudarles? ¿Sería yo el que acabó con una flecha en el corazón o ninguno de los tres habría caído? ¿Tendría Rory a alguno de sus padres, al menos? Levanto el vaso y bebo, pero queda tan poco que pronto es el hielo lo que choca contra mi boca y hago una mueca de decepción — ¿Sabes? Era uno de los mejores duelistas de mi clase, siempre me dijeron que era diestro con la magia y, aún así, soy incapaz de hacer algo bien con ella cuando es realmente necesario — no puedo salvar a mis amigos ni proteger a mi hermana embarazada. ¿Para qué tengo una varita, otra vez?

Resoplo porque me recuerdo que este no es el momento ni el lugar. Que sostengo la mano de una persona que está igual o más herida que yo y no puedo transformarme en un peso para ella, sino una compañía — Lo lamento — tengo que apoyar el vaso sobre el borde de la banca para encontrarme completamente libre y paso los brazos por su cuerpo, tratando de acercarla a mí, como si la cercanía fuese suficiente para cuidarla durante el resto de nuestras vidas — Estoy siendo ridículo y no he dejado de auto compadecerme por días, es solo que… — al menos soy capaz de verlo. Aprieto mis labios contra su frente que sigue oliendo a casa, es curioso como alguien como ella ha prestado su perfume para que pueda percibirla como mi hogar. Cierro los ojos, a ver si esa sensación se translada a otras partes de mi cuerpo, ese que se siente tan vacío. Intento que los pensamientos no se vayan a ese charco escarlata — No dejo de agradecer y maldecir al mismo tiempo el tener la suerte de haber vuelto con ustedes. Y no dejo de preguntarme quién será el próximo que enterremos — la lista se va volviendo cada vez más larga y yo me encuentro cada vez más cansado y vulnerable. Es una muy mala combinación.
Hans M. Powell
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Invitado
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No creo que puedas verla en este momento— murmuro, mi voz arrastrándose por mi garganta, —yo tampoco puedo—. El corte que el horizonte traza sobre el mar se ve sucio de nubes grises, este distrito no será un bonito lugar para estar en invierno, que irónico, en diciembre pasado me pareció el sitio para disfrutar de una primera navidad en familia. El mar golpea mi nariz con el olor a sal, tan intenso que no lo soporto, mis ojos se enrojecen en respuesta y tengo que reprimir el llanto. —En otro momento, en otro lugar, en otra situación, cuando tengas que elegir… solo piensa en qué te haría resistir— y no lo digo, no lo haría después de oír cada palabra de su promesa en el hospital y comprenderlas en su significado real, entender que es una promesa cerrada entre los límites de las circunstancias en que nos encontramos. Resistir es pedirle que siempre busque la manera de volver a casa, no me importa cómo, claro que eso tampoco se lo puedo decir. Nuestros amigos fueron asesinados cumpliendo con su labor, no puedo poner en voz alta que prefiero viva a la gente que amo y no muerta por sus convicciones, ¿quién me hace pensar así?  

Si tú te sientes impotente en el lugar en el que te encuentras, ¿qué nos queda al resto?— comento con un tono vago, si suena así es porque no quiero se note lo hondo que me duele lo que voy a decir. —Decidí dedicar mi vida a construir cosas, a crear cosas necesarias para otros, nuevas, extraordinarias. Pensaba en cómo cada cosa podría cambiar en algo el mundo, y la verdad final es que el mundo no me importaba…— murmuro, tuerzo mi boca en una sonrisa hueca. —Nada de lo que sé hacer sirve para algo— lo acepto, —paso mis días en salas tratando de comprender lo abstracto y el universo— me burlo de mí misma con una carcajada amarga, —con las puertas cerradas a todo lo que está sucediendo. Me importa tan poco el mundo, me importa tan poco que todo lo que la gente sepa hacer es matarse entre sí, que me quedo en mi sitio y entonces te veo irte, regresar sin poder respirar por tu propia cuenta que necesitas de un aparato, veo a tu hermana embarazada lastimada en otra camilla, recibo la noticia de mi mejor amiga está muerta y que mi ahijado se ha quedado huérfano— pasó el nudo en mi garganta con dificultad, arrugo un poco mi rostro al hacerlo, porque en serio cuesta. —Soy una inútil en esta guerra de la que todos están formando parte y que los está matando— susurro.

Paso mi brazo por su espalda cuando se acerca para abrazarme a él tan desesperadamente como lo necesito, para recuperar esa sensación que una vez me hizo sentir que podía traspasar todas sus barreras, también la de su piel, para esconderme allí donde se percibían sus latidos y éramos una excepción al tiempo y a la leyes de la naturaleza, una que demostraba que dos cuerpos pueden coincidir en algún momento remoto y la piel fundirse para no saber dónde terminaba la mía y comenzaba la suya. Llegar a memorizar no solo sus rasgos, cada una de las líneas y pendientes, sino también su olor y ser capaz de reconocerlos en otros mil, así que todos mis otros sentidos pueden anularse y lo seguiría encontrando. —También lamento mostrarme miserable contigo, no es lo que quiero, no quiero que me veas como el apoyo que siempre vacila y no sabes si soportará todo esto. Porque, te tengo que ser honesta…—  coloco mi mentón sobre su hombro para mirar detrás de él, mi voz rozando su oído. —No creo poder soportarlo, creo que cuando todo esto finalmente acabe, ese día yo...— froto su espalda con una caricia lenta, me guardo lo que iba a decir, lo cambio por algo distinto que exige salir de mi garganta. —Pero de ese día me preocuparé cuando llegue ese día, estará ahí, marcado. El resto de los días hasta entonces, quiero poder estar para ti y lo soportaré todo, sostendré todo por nosotros, me aseguraré de amarte sin guardarme nada, ¿sí?— digo, sujeto su barbilla con una mano para acercar su mejilla a mis labios.
Anonymous
Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Me es difícil ponerme en sus zapatos cuando no recuerdo lo que es ser un civil en momentos de crisis. La impotencia viene de la mano del saberme insuficiente para llenar un asiento que ahora me queda grande y no estoy seguro de poder hacer más de lo que vengo haciendo hasta ahora, como si hubiera alcanzado mi tope. Hoy el destino está en las manos de gente como Riorden, cuya carrera está sumida en la desgracia y Magnar, quien vive encerrado en su mansión masticando mierda sin dar señales de cómo continuar. Después estamos el resto, la contención, la ayuda que no sirve de nada. Lo único que puedo hacer en un momento como éste es el tomar su mano, apretarla para recordarle que he vuelto, que por ahora no me iré a ninguna parte — Tienes tu propio papel. Tu departamento trabajará en armas, pero a mí me importa más ese que cumples al defender nuestra familia. ¿Quién cuidaría de las niñas si yo no regreso? — lo cual estuvo muy cerca de volverse real — Eres mi espina dorsal, Scott. No podría hacer esto si no te tuviera conmigo — somos un equipo, una pareja que se complementa y ambos tenemos la tarea de cuidar lo que tenemos. Que Tilly y Meerah no se sumen a las filas de Rory.

Me contagia su desespero, me produce el apretar su cuerpo contra el mío como si pudiéramos hacernos minúsculos, incapaces de ser encontrados en un mundo demasiado inmenso para nosotros. Quiero decirle que no se preocupe, suelto un “shhh” que creo que no escucha porque sigue hablando, haciéndome temblar con su aliento cerca de mi oreja. No sé si quiero saber lo que iba a decir y se guarda para sí misma porque no quiero escenarios fatales, no cuando estoy seguro de que prefiero ser el siguiente enterrado antes de tener que presenciar otra muerte. Es tonto, pero respondo al tacto de sus labios girando mi rostro, lo suficiente como para besarla como si fuese la primera o última vez, no me decanto por una — Es irónico lo que tiene que suceder para poder darnos cuenta de lo fina que es nuestra existencia — murmuro en su boca, que nadie nos escuche, a ver si quieren jodernos la vida. Mis manos suben, le apartan el cabello del rostro así puedo verla mejor, como si no lo viese todos los días al despertar y tuviera que recordarme cómo se ve — Eres todo lo que necesito, Scott. No más ni menos. Y espero poder corresponderte de igual manera, por el tiempo que me quede contigo. Quiero ser lo que te mereces — no el cobarde que fui, no el inútil.

Aún sostengo su rostro en lo que dejo caer la frente hacia delante, chocando la suya en redención. Se me cierran los ojos cansados, respiro lento y profundo, me concentro en que mis sentidos siguen funcionando. Sigo sintiendo su tacto y su perfume, el sonido de las olas, el sabor de su boca aún se percibe en la mía — Le dije a los Tyler que cuenten conmigo con cualquier necesidad de Rory, creí que no te opondrías — no pude hacer mucho más por los pobres padres de Jack, supongo que la crianza del niño pasará a ellos o a Ernest. Ya me enteraré en los juzgados — Pensé que podríamos llevarlo un fin de semana a casa, cuando todo se acomode. ¿Crees que siquiera los recuerde? — es muy pequeño, sus casi cuatro años de seguro lo mantendrán más que ignorante. Se me escapa una sonrisa melancólica, sintiéndome un estúpido — Cuando creí que iba a morir, una de mis preocupaciones era que Mathilda no iba a acordarse de mí al crecer. ¿No es ridículo? — tal vez es un poco egoísta, pero planeo poder ver a mi hija crecer y que, al menos, tenga una memoria de mí.
Hans M. Powell
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Invitado
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Si hay un par que se merece el mayor premio a los idiotas, esos somos nosotros. Si estamos en este momento en el tiempo, Hans diciéndome que queda en mí cuidar a nuestra familia y lo acepto como la única cosa que haría en esta guerra, en vez de pararme en cualquier frente a despotricar ideales ajenos, es porque somos unos redomados tontos que fueron tomando todo a su paso para encontrarnos en este punto inimaginable en nuestras vidas. Esto somos, no trato de buscarnos como las personas que pudimos ser alguna vez, me abrazo a él con la misma intensa fuerza que una vez nos atrajo sabiendo que es otro hombre, otra persona, que cometeremos actos diferentes a los del pasado por lo que rendíamos cuentas al otro y que serán nuevos, igual de injustificables, irrevocables una vez se vuelvan hechos, para los que necesitaremos saber que el otro está. Siempre me dije que no traería a un hijo a este mundo a causa de mi pesimismo bien fundamentado entre tantas peleas de nunca acabar, y lo hice de todas maneras, por alguien que con cada cosa que dice se está despidiendo y lo hice porque creo que de todos los sentimientos que llegó a inspirarme, esperanza es uno del que nunca le dije explícitamente que se lo debo a él, como una de esas cosas que quedarán después de nosotros para las niñas.

Pido una pausa al tiempo para que al besarlo solo sea la marea lo que se escuche, apenas se perciba el agite del pasto alrededor de la banca. Memorizar sus labios, el sabor que le pertenece en exclusividad, será el recuerdo al que podremos acudir todas las veces que lo necesitemos para recuperar todo lo que el mundo insiste en arrebatarnos, lo esconderé de sus caprichos y de su azar, me lo guardaré para mí, nunca me lo podrá quitar. —Pero al menos nosotros podremos decir alguna vez que fuimos implacables— susurro muy bajo con una sonrisa sobre su boca, así las palabras no escapan más allá de nosotros y también quedan a resguardo. —Por un breve tiempo— que como todos los tiempos, se acaba. Tenía un mal hábito al comenzar lo que sea que sucedió con nosotros y era despedirme de él en cada ocasión, de verdad creía que cada encuentro dado por la casualidad sería el último, nadie se queda demasiado tiempo, nada es eterno, al fin y al cabo somos mortales, finitos, perecederos. No me creo al mirar sus ojos mientras siento las caricias de sus dedos en su rostro, que sigamos siendo parte de una despedida que no se acaba, en la cual estamos fijando tanto el rostro del otro en nuestras retinas para que sea todo lo que podamos ver si algún día cerramos los ojos. Recorro su pómulo con mi pulgar hasta bajar por sus labios y luego dejarse caer a su mentón. —Eso es todo lo que tienes que decir, todo lo que quiero oír— murmuro, —que me corresponderás de igual manera— es lo que hace que todo, todo, valga la pena que vendrá después.

He tenido más pruebas de las que pedí para saber que la vida es frágil, tiembla en un minuto, se extingue al siguiente. Podría sostenerme viva por pura terquedad a las circunstancias, resguardado como para ser mi tarea, con una niña que no alcanza a comprender el mundo y otra que recién lo está descubriendo, con una madre que también supo resistir a este. Pensé que las mujeres fuertes estábamos para otras cosas, para arrasar el mundo. No entendí que tal vez también estamos para cuidar lo poco bueno que podamos encontrar en este cuando la tormenta se desata sobre todo. Cuando pasa, si es que pasa, podré preguntármelo de vuelta, no sé porque a veces nos veo como al final de una línea si bien podría ser este el principio de muchas cosas más que vendrán. Para Tilly, así como Rory, la vida en sí misma recién está comenzando y eso nos debería dar indicio de que falta que ocurran tantas cosas en el mundo, que a los ocasos le siguen noches oscuras, solo para que nuevos amaneceres despuntes, así funciona el tiempo, nunca como una recta finita. Esos somos nosotros. —Me duele pensar que Rory no pueda recordar a Rose metiéndolo al mar o abrazándolo desnudo al correr así por toda la casa, no puedo imaginar que pueda olvidar cómo ella se reía, cómo lo abrazaba…— tengo esas imágenes tan nítidas en mis ojos, como si la estuviera viendo, cada detalle de su rostro que todavía yo misma puedo recordar y que, supongo, olvidaré. —Tengo demasiados videos ridículos tuyos como material para mostrárselos a Mathilda hasta que cumpla dieciocho años— bromeo, me gustaría decirle que él estará para pasar la vergüenza de que su hija se ría de él, pero no lo digo. No quiero ir a contracorriente de su promesa en el hospital. — Tendríamos que hacer videos de todos, tomarnos muchas fotografías, no faltar a ningún almuerzo con Mo en los domingos y tener muchas cenas con Phoebe y Charles, ¿no crees? Traer a Rory a casa todas las veces que se pueda, hablar con Meerah de sexo y drogas,— se lo recuerdo, lagrimeo pese a tener una sonrisa muy amplia en la cara, —no guardarnos nada — me quedo callada, me pesa el silencio por dentro porque siempre supe como disimularlo con tonterías que salían de mi boca y esta vez no puedo, no sé cómo seguir hablando sin que la angustia por Rose y Jack ahogue mi voz. —No sé qué otra hacer.
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Es muy fácil imaginar la escena que Lara está contando, tal vez porque hace tan solo unas semanas era algo completamente real, cuando el calor todavía se encontraba presente y todo no se veía tan frágil como ahora. Estoy seguro de que deben existir recuerdos en la casa de nuestros amigos, algunas fotografías y videos que salvar, pero no creo poder poner un pie en ese lugar en un tiempo. Me desconcentra al poder hacerme sonreír, aunque sea un poco, en lo que mis dedos acarician el contorno de su mandíbula y su cuello como un recorrido cariñoso que ambos conocemos de memoria — Por favor, tengo intenciones de que me recuerda como alguien un poco decente. Así que ahórrate un par de Halloweens — es un ruego que suena poco serio, es tan patético que me quiebra la voz en una de las pocas risas vagas que han aparecido en estos días.

Puede enumerar todas las memorias que no podemos perdernos, es tan fácil decirlo así que sé muy bien que, cuando la tragedia empiece a sanar, no tendremos tiempo de cumplir esos deseos. Los humanos casi siempre olvidamos, por eso el mundo nunca cambia. Es ver sus lágrimas lo que me hace reaccionar, detengo mis caricias para que sean mis manos las que limpien su rostro, uno que sé que no puedo hacer feliz en un momento como éste — No tienes que hacer nada — es una respuesta tan penosa que hasta le sonrío, arrugando un poco el entrecejo al darme cuenta de mis palabras — Tú misma lo dijiste, nos queda disfrutar lo que tenemos, siempre y cuando podamos tenerlo. Nuestra familia es lo primero y hay espacio para Rory, siempre que nos necesite. Tal vez no estuve a tiempo para ayudar a sus padres, pero haré lo que pueda para no cometer el mismo error con él — espero que en situaciones muy diferentes, nada de peleas con armas para el niño, que planeo que pueda crecer para parecerse a su padre y tener que mantenerlo lejos de Mathilda, que si se parece a su madre será un problema. Con mi mala suerte y nuestra genética, dudo mucho que a mi hija le falten pretendientes, no hay una sola mujer en esta familia que carezca de su propio encanto.

Y lo digo con conocimiento, porque me es imposible el mantenerme lejos de Scott cuando la tengo cerca. Beso allí donde sus lágrimas marcaron su paso, es una caricia que sé que no va a sanarla, pero que puede hacer el intento — Todos necesitamos unos días para sanar — es irónico, hace cinco minutos estaba rogando por consuelo y ahora busco el modo de expresarlo — Y luego será el momento de regresar a la batalla. No tengo idea de lo que sucederá ahora, pero… — me separo, relamiéndome con la duda. Mis ojos la miden — Si nos basamos en las armas, la mujer que mató a Rose es la misma que acabó con Annie. Y está en prisión — ni siquiera sé si habrá un juicio, algo me dice que no recibiré la orden de condenarla. Personas así, es mejor que no respiren.
Hans M. Powell
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Invitado
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Sabes que si queda por mi cuenta, le contaré muchas de tus anécdotas más vergonzosas— ni siquiera llega a ser una amenaza, es una broma que se me queda atragantada por un sollozo que no llega a salir de mi garganta, choca con lo que trata de ser una carcajada y en mis labios solo se forma una mueca. ¿Quiero en serio ponerme a pensar cómo sería una vida con las niñas que no lo tenga a él presente, cuando lo tengo aquí tan cerca que su piel se sigue sintiendo tibia pese al fresco en el jardín? Coloco mi mano a un lado de su garganta, descarto pensar en el futuro si no lo incluye y pongo por delante esto que tenemos, inestable así como es, tan grande que se abre para dar espacio a alguien más y eso me saca una sonrisa, porque somos tan frágiles y me propone hacer del hijo de nuestros amigos alguien más de quien cuidar. Menudos idiotas que ni siquiera sabían cuidar de sí mismos, somos quienes cargan con un bolso con pañales y juguetes a todos lados. —Si podemos con una adolescente que se nos va de fiestas, una bebé que nos invade la cama, claro que podremos también con un niño desnudista por la casa— digo, y me faltan las mascotas. Coloco mucha confianza sobre nosotros, dimos pruebas de que la merecemos.

¿Cómo podemos hacer esto de seguir construyendo algo sobre todos los posibles finales que sabremos que vendrán? Lo beso para reafirmar esa confianza que pongo en él, la de creernos capaces de levantar la torre más alta del mundo aunque no dure más de un día, en lo alto siempre seremos invencibles. —Hans, no necesito casarme contigo para sentir que no hay manera de que me aleje de ti, toda mi vida ha quedado enlazada a la tuya— porque tal vez entramos en los tiempos de funerales, los ánimos de festejar tardarán en volver, se sentirá injusto y triste hacerlo con tantas ausencias. Así que la parcela por delante de una casa que una vez compramos para que nos sirviera de refugio para nuestro proyecto de familia que no salió tan mal -creo que lo único reprochable es que una bebé de meses nos tiene en su diminuta palma-, suena tan buen lugar como cualquier otro mundo y este momento como cualquier otro para decirlo, en una privacidad distinta a la del hospital cuando estuvimos con la familia, más como una promesa entre nosotros, como fue al principio de todo. —Todo lo que sea para los nuestros lo haremos juntos y Rory es uno de los nuestros. Todos los planes, de lo que sea, los haría contigo— froto su piel con mi palma en una caricia que nos acerque cuando se encarga de las lágrimas inoportunas que no dejan de caer.

Y ese calor que emana de él es el que impide que el frío vuelva a extenderse por mi pecho, en una angustia filosa para mis entrañas, al saber que es una única identidad la que corresponde a la asesina de Annie y Rose. Trato, procuro, exijo encontrar la furia en mi vientre que ponga insultos en mi boca, que me devuelva algo intenso a lo que aferrarme para salirme de esta absurda melancolía del vacío. Es la total falta de capacidad de sentir y aceptar la muerte de nuestros amigos lo que salva el nombre de esa mujer. Paso saliva por mi garganta que duele por no encontrar una respuesta inmediata, ¡y quisiera tener una! Quisiera poder encontrar mi voz desde hace media hora, romper esta quietud de carácter que me hunde a mí y también a él, ¿para sanar haremos esto quedarnos sentados? Quizá deberíamos, las heridas todavía duelen demasiado y no se cierran, es comprensible el cansancio, la falta de fuerzas. Y lo hago de todas formas, me pongo de pie con un abrazo alrededor de su cintura para que se incorpore conmigo de la banca. Hunter solo nos mira antes de continuar con su siesta cuando me ve tirar de la mano de Hans para hacerle rodear la casa, si seguimos caminando llegaremos a lo alto de la duna para poder ver la playa desde una mayor altura, el pasto se espesa al ir avanzando. Camino a su lado, no por delante, así puedo seguir mirando su perfil de soslayo. —No tendrá juicio— eso lo sabemos, se ha vuelto práctica con la costumbre. —La matarán— eso tampoco se lo planteo como una duda, levanto mi cara al sol al ir dando un paso tras otro. Muevo con mi mano unos pastizales altos y amarillos que bordean el sendero. —Antes de eso la torturarán— aclaro, por si hace falta. —¿Crees que tenga hijos, Hans? ¿Una pareja? ¿Alguien que la quiere?— a mi mente vuelve el rostro de Rory, una, otra vez, una, otra vez, es la razón misma por la que pregunto esto. ¿Cuántos Rory hay? —Y si no los tuviera…—. Annie no lo tenía, su muerte no es menos que la de Rose por eso. Ambas son muertes que sentimos, que sufrimos. Hans sufrió la muerte de Annie de una manera desgarradora. —Puedes…— dudo mucho en preguntárselo, lo dudo en serio. —Hans— me paro delante de él, interrumpo nuestro caminar. —¿Podrías intentar comprender por qué hizo lo que hizo? ¿Podrías… meterte en su mente?— inquiero, no es una petición, es una pregunta real. —Necesito entender por qué murieron nuestros amigos, saber qué hay en ella.
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Es muy sencillo para mí seguir los movimientos de Scott cuando ella exige que yo la siga, se ha vuelto una costumbre en una rutina que antes solamente se limitaba al espacio de la cama. Mis pies siguen el ritmo de los suyos en lo que nos movemos por el jardín, alejándonos de la casa a la cual tendremos que regresar para poder sostener la vida que hemos elegido para nosotros a pesar de todos los destrozos que han ido quedando en el camino. Nada de lo que dice me sorprende, solo está afirmando aquello que ha quedado pactado desde el día en el cual esa mujer llegó a la base de seguridad. No hay defensa posible para sus crímenes, ni siquiera se merece que pensemos un castigo porque mientras siga con vida no hace más que amenazar la de los demás. Lo que no me espero son sus dudas, tengo que detenerme cuando ella lo hace para tratar de adivinar qué es lo que pasa por su mente — ¿Eso realmente importa? — algo que es muy fácil de olvidar cuando te encuentras en batalla es que la otra persona con la cual estás peleando es algo más que un objetivo de tiro. ¿A la rubia acaso le importó saber si tengo hijas con quienes deseo volver cuando salgo por la puerta? ¿Acaso se pregunta si hay alguien que comparte el calor de mi cama? Yo tampoco me lo he preguntado, a decir verdad. Aquí todos estamos peleando nuestras propias batallas y no hay tiempo para sentimentalismos cuando sabes que tienes que elegir entre ellos o tu propia vida.

Lara… — suavizo cualquier cosa que pudiera decir con su nombre, me acerco a ella al tomar una de sus mejillas para acariciarla con cuidado — ¿Me estás pidiendo que camine entre sus recuerdos para saber lo que ya sabemos? — sé que es un poco crudo, pero entre todas las dudas, hay una respuesta que está clara — No hay una verdadera razón para que las cosas malas sucedan. Jack y Rose sabían que su empleo tenía riesgos y… estamos en guerra — no hay sentido para eso. Los soldados mueren y los más afortunados son los que regresan a casa, lamento muchísimo que la suerte no haya estado de su parte. Tengo que dejar caer la mano, escondo ambas en los bolsillos de mi pantalón cuando barro el suelo con un pie y desvío la mirada hacia el paisaje — No sé si quiero saber lo que hay en ella — admito — Porque no quiero humanizar a una persona que no se lo merece. Lo único que deseo es que sufra y que su muerte se atrase, así tiene tiempo de pudrirse con consciencia de sus actos — creo que lo que más me da miedo de todo esto es que esas acciones son inevitables.

Lo dudo, pero acabo por soltarlo — Su nombre es Ava Ballard. Magnar lo consiguió — no quiero ni imaginar lo que habrán sido sus sesiones de tortura, estoy más que seguro de que mi superior no ha sido blando con ella si consiguió obtener esa pequeña información que ella siempre ha guardado con tanto recelo — Y creo que eso lo hace peor. Esta gente… todos tienen una historia, tal y como nosotros. Lo importante es tener en claro cuáles queremos que sigan evolucionando — mi mirada vuelve a buscar la suya, como si en esos ojos negros pudiera encontrar el refugio que necesito — Soy muy afortunado en decir que la he vencido dos veces y sigo aquí contigo. Si hubiera una tercera… — no es necesario decirlo, no de nuevo, en especial cuando sé muy bien que no hay manera de que esa mujer abandone esa celda con vida. Por alguna razón, le sonrío vagamente — Amo esta vista. Es lo que me hizo saber que me gustaba esta casa para nuestra hija — confieso — Y eso es lo único que me importa ahora.
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Puede que se vuelva importante— susurro, es lo que me quedó de andar dando vueltas por el norte debido a un encargo suyo hace tanto tiempo que parece ser que ha sido en otra vida, que le ha sucedido a otra persona, que poco tiene en común con la mujer que está parada frente a sus ojos. De lo poco lo que logras saber de las historias ajenas recoges información con la que a la larga, armas un mapa que cobrará sentido cuando esté completo, detalles particulares que luego cobran un significado para entender todo el panorama, como al pararnos en esta altura y poder ver la playa de una punta a la otra. Es lo que le pido porque es algo que todavía conservo calladamente, cuando mi voluntad se impuso al acompañar mi decisión de quedarme a su lado y que eso implicara darle la espalda a cientos de razones personales que justifican el actuar de cada quien. Pasó a importarme lo que hacía él, lo que hacía yo, para que pudiéramos cuidar de lo frágil que había entre nosotros y elegimos conservar.

Coloco mi mano sobre su mejilla en reflejo de su gesto, así puedo suspirar cerca de su boca y explicarle lo que en el fondo creo que es lo que le estoy pidiendo. —Y yo lo que quiero es que tú nunca pierdas tu humanidad— deslizo mis dedos en una caricia lenta por su rostro, mi nariz acercándose a la suya. —Lo he visto antes, Hans. Lo descubrí en la sala de tu casa cuando me hablaste de tu padre, te descubrí humano y pude quitarme siete años de prejuicios sobre ti, en los que critiqué tus actos y aparente frivolidad que tomé como crueldad de tu parte— le soy honesta, siempre lo soy, pese a que pueda decir todas las palabras equivocadas, las digo desde mi sinceridad. —Y no lo eras, no lo eres. Nunca lo serás si puedo quedarme a tu lado. Así que no me importa si al meterte en su mente descubres que es una sádica o simplemente estaba haciendo lo que consideraba su trabajo, no quiero que seas quien pierda su humanidad— rozo su piel con mis labios y me detengo en su comisura al apoyarme en él para rodear su nuca con una mano, así puedo abrazarlo y que lo que dije quede como un murmullo entre los dos que puede dejar que se lleve el viento si quiere.

Yo que siempre le he dado una importancia a los nombres, acepto el que me ofrece y me debato entre cómo llamar en mi mente a la asesina de mis amigos. A Hans lo despojé de su apellido y su título como ministro por irreverente, a  Magnar de su nombre para tratarlo por su apellido por la misma razón. Se trata de quitar o dar poder a partir de un nombre, no sé cómo referirme a ella, así que lo tomo entero, lo musito en mis pensamientos para que cobre forme, para que tenga un rostro, el que memoricé de los carteles. «Ava Ballard». —Tiendo a creer que las historias encuentran su fin por sí mismas, aun estando en tiempos en los que la guerra nos obliga a tomar la decisión arbitraria de quien vive o quien muere, quiero creer que…— no puedo decirlo, no sé qué tanto puedo sostener este pensamiento que hasta ayer me parecía asumido por haber sanado a la muerte repentina de mi padre, y no puedo sostenerlo ahora porque me punza la muerte de nuestros amigos, decirlo hunde el filo en la herida. —Quiero creer que todo ocurre porque la historia avanza y nos está llevando a un punto que entenderemos algún día, claro que haré de mi parte para que…— me pesa el alma en el cuerpo y consigo amagar una sonrisa, —sean nuestras hijas quienes la cuenten—. No seremos nosotros, si sobrevivimos a esto tendremos anécdotas, pero la historia a contar sería herencia para quienes sobrevivan y eso mismo, eso mismo me provoca el mal presentimiento de si no perderemos esta guerra. Entonces lo hago, me acerco un paso más hacia él cuando habla del lugar que elegimos para instalar lo que podía ser una casa para una familia, algún día deberán reconocernos este mérito. —Hans, ya lo hice una vez— digo, con mi mano en su cuello hago que se gire hacia mí para que me mire a los ojos. —Hoy esta mujer está como rehén entre nosotros, mientras ellos avanzan, conquistan distritos… ya lo hice una vez, si hace falta que vuelva a mezclarme entre los del norte, lo haré. Le dije a Aminoff que haría lo que sea por proteger esta familia, no me importa repetir esa promesa ante quien sea y dividir una falsa lealtad. Soy leal a ti, a nosotros, a nuestra familia— él sabe que esa es la verdad.
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Hans M. Powell
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Me acuerdo perfectamente de la noche que me está narrando, de esos minutos en los cuales le abrí la puerta a mi pasado para terminar acostados en la cama que en su momento era mía, ahora es nuestra. No sé qué es lo que estaba buscando de ella esa noche, pero estoy seguro de que no tenía intenciones de terminar como lo hicimos. No pensé que sus besos y caricias pasarían a ser calmantes, de esos que me dejan increíblemente silencioso mientras los disfruto, tratando de comprender el hilo de su pensamiento — ¿Crees que eso pueda sucederme? ¿Que me pierda a mí mismo? — si lo analizo, es una opción válida. No soy la misma persona aquí con ella que cuando estoy en un campo de batalla. Mucho menos, soy aquel que se sentó a mirar cómo torturaban a un adolescente solo para obtener la respuesta que me importaba — Me es más fácil encontrarme que antes. Si estuviera solo al volver a casa… — ¿No es eso lo que muchos me reprochan? ¿Que me he vuelto un blando? Intento ser un buen ejemplo, no estoy seguro de poder ser un buen padre si siguiera en el mismo camino que antes.

Si todo esto tiene un sentido, me gustaría poder comprenderlo además del ya conocido ideal de futuro que todos esperamos. Hay muertes que me parecen más injustas que otras, es todo tan azaroso que te hace dudar de su final. Me permito sonreír por el hecho de que las llame “nuestras” hijas, fijándome más en eso que en el factor de la aceptación de que quizá, no estaremos ahí para verlo. La única razón por la cual no le discuto eso es porque me sentiría egoísta tomando toda la responsabilidad, esa que sé que le duele, para prohibirle el morirse. No puedo imaginar un mundo sin Lara Scott, ahora que he aprendido a vivir en él. Lo que me enfría es lo siguiente, que me sostenga de esa manera consigue que pueda ver la manera que tengo de abrir mis ojos de par en par — ¿Te estás ofreciendo de espía? — porque es lo único que puedo entender de lo que está diciendo. Hay dos opciones: o tengo mucha cera en el oído o mi prometida ha perdido la cabeza. Y soy muy insistente con mi higiene, así que creo que voy a decantarme por la segunda opción — Ellos te conocen, Scott. Te mostraste conmigo en el palco presidencial en el Coliseo, para variar. ¡Todo el mundo sabe que tenemos una hija! — que hemos dejado de ocultarlo hace tiempo y estoy seguro de que los tabloides se han hecho algún que otro festín con falsos rumores — Tú no puedes… Ellos no confiarían en ti — Porque no son tan estúpidos… ¿No?

Y aunque lo hicieran, yo no podría permitirlo. Las niñas la necesitan aquí, yo la necesito aquí. Estamos pasando por un momento donde me urge el tenerlas a todas cerca, con el conocimiento de que puedo mantenerlas vigiladas. Creo que se me nota la urgencia cuando tomo sus dos manos, encerrándolas contra mi pecho — ¿Por qué lo sugieres? ¿Qué tienes en mente? — es lista, no creo que lo diga solo por decir — ¿Acaso sabes de… alguien? — porque no tengo la más mínima idea de esas relaciones que ignoro y, aunque confío en ella, no me sorprendería no saber absolutamente todo.
Hans M. Powell
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Si— se lo confieso, —creo que es algo que podría suceder—. Para ser alguien que a mí misma callaba verdades, que tenía pensamientos con vacíos de cosas que no quería decirme ni reconocer ante otros, la manera en que tengo de transparentarle mi mente es algo que nunca creí que podría hacer con otra persona y que sea una honestidad más auténtica, más profunda, de todo lo que me guardo. Le advertí una vez que soy una persona de muchos miedos, en mí está en ponerles un nombre y combatirlos, es lo que hago todos los días cuando me reafirmo en todo lo que elegí. —Siento que te conocí perdido, Hans. Te conocí solo y eras…— me interrumpo, no vamos a volver sobre antiguos calificativos que se cansó de escuchar de mi boca, —yo también era una persona diferente. Pero te fuiste encontrando y te ves distinto, te ves…— susurro, mis dedos van trazando a tacto el contorno de su mandíbula. —Te ves bien, te ves cómo alguien cálido, de a ratos en paz contigo mismo…—. Cierro mis ojos al ir tomando mechones de su pelo al subir por su nuca y acercar su rostro. —Como alguien que puede amar y que merece ser amado también…— creo que se trata de eso, hace unos años no hubiera dicho que ese hombre tan oportunista se mereciera ser amado, quizá entonces yo tampoco lo merecía, entonces nos fuimos encontrando.

Hablamos otras veces de donde asentaríamos nuestra familia, esta casa como parte de esos intentos de entender cómo podríamos hacer que esto funcionaria, buscando el lugar donde encajáramos, y descartando la posibilidad de vivir separados, siquiera unos días, así que me ofrecimiento aunque tenga otros objetivos, también quebraría esa idea que tenemos de permanecer juntos. Pero si es para asegurar a nuestra familia ante avances que podrían llegar a separarnos irremediablemente, lo haría. Nunca trato de pensarlo como sacrificios, pero sí reconozco que renuncie a muchas cosas en este tiempo, para poder tener y disfrutar de otras que me dan la felicidad que creo es lo que buscamos todos los egoístas al final del día. Así que en esto de renuncias, al pesar si un pequeño sacrificio vale una oportunidad mañana, sé que lo haría. —Una vez me creí estar del otro lado, hoy estoy contigo. Las personas cambian, eso todos lo sabemos. Ellos son pocas, todavía. Dependen para ser más, de que la gente cambie y se ponga de su lado. Están obligados a confiar…— esa es mi lógica, demostraciones públicas y el conocimiento de que formamos una familia, son hechos que muestran mi posición en este contexto, pero pueden ser tergiversados si se requiere y para bien o mal, ambos sabemos que puedo trepar en mentiras.

Solo estoy tratando de ver una oportunidad de algo, Hans. Nuestras defensas están cayendo, si sigue así, ¿cuánto más resistiremos? ¿Qué tan lejos llegarán? ¿Qué tan cerca de nosotros y de las niñas?— pregunto. —En la confusión y el revuelo se pueden colar oportunidades, se abre alguna puerta por la que entrar…— suspiro, que el de las estrategias es él y supongo que en colaboración con el ministro Weynart. —¿A quién conozco?— preguntarlo me hace soltar el aire en algo que no llega a ser una carcajada. —A Jefferson que murió en el Coliseo, a Kennedy Wang que la vi en el ministerio alguna vez como una mujer distinta, a Kendrick Black…— le echo una mirada, —quien cree que lo entregué a ti. Benedict Franco, no terminamos en buenos términos con él…— acomodo mi mentón sobre su hombro al seguir hablando. —A Ava Ballard, si un día antes de matarla luego de todo lo que haya pasado, deciden que alguien le abra la puerta y esta persona la acompañe…— acaricio su nuca con los dedos. —Son solo ideas, Hans. Tengo mucho tiempo para pensar...— podría armarle un mapa de pensamientos imposible que nunca van a concretarse, presiono mis parpados cerrados para ir desprendiendo de todo lo que acabo de decir y pase a formar parte de ese mapa. Regresó así a lo real de lo cotidiano, a las que duelen aunque se mezclen con las que algo de emoción deberían traer. —Rose y Jack no estarán si nos casamos— murmuro. —No puedo creer que Rose no estará para gritar por el vestido, llorar durante la ceremonia, sacarte a bailar y dar un discurso de cómo estaba enamorada de ella en la escuela y que al final tuve que conformarme contigo…— vuelve esa punzada.
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
No quiero pensar en el hombre que ella conoció, no cuando no puedo volver a ese punto que me protegía de las preocupaciones de hoy en día. Ese que ahora mira a la mujer que quiere con la sospecha de que está buscando un bote salvavidas, allí donde nuestros enemigos son débiles — ¿Dices que sería una opción en caso de que perdamos la guerra? — no puedo evitar preguntarlo — ¿Qué deberíamos agachar la cabeza y vivir bajo las normas de los rebeldes? Scott, esas personas no me aceptarían — creo que ni hace falta aclararlo — Tú y las niñas quizá tienen esa opción, pero yo he condenado a tantos de ellos… No lo veo como una opción — hoy en día lo mejor es enfocarnos en las esperanzas que todavía tenemos, no creo que sea momento de irnos a ideas precipitadas. ¿Barajar opciones? Seguro. Desde la seguridad de nuestro hogar.

Mi nariz acaricia su cabeza, siguiendo la lista mental que me va pintando y tengo que evitar irme a las imágenes gráficas que aún llevo en la cabeza. No solo de Jefferson, sino también de Kennedy Wang — Dos de ellos están muertos — le recuerdo, jugueteando con mis dedos sobre su espalda baja. No quiero pensar en más muertes, ni siquiera la de esa mujer que me produce tantas náuseas. Meneo la cabeza, tratando de que nuestros cuerpos se abracen con mayor insistencia, por lo que hago uso de mis brazos. Tendría que dar las gracias a su tamaño, me hace mucho más sencilla la tarea. Me río entre dientes, permitiéndome el cerrar los ojos para poder relajar cualquier fibra de mi ser — Tú siempre tienes la manía de pensar demasiado, no es cuestión de tener tiempo o no — le recuerdo. También tiene el talento de tocar mi fibra sensible, esa que me revuelve por dentro en lo que me recuerda uno de los detalles en los cuales no había querido reparar, como si las muertes de nuestros amigos fuesen a solucionarse de aquí hasta la fecha que lleguemos a pactar, si es que lo hacemos. No es como si existan ánimos de pensar en festejos, valga la obviedad, incluso cuando sé que ni Jack ni Rose querrían que posterguemos algo como nuestra boda. En especial Rose, Lara misma se encarga de señalar los puntos necesarios para dejarlo en claro.

Espero ser algo más que el pobre idiota con el cual te has conformado — la broma ni siquiera suena como una. La abrazo más fuerte, como si de esa manera pudiese amortiguar cual sea su respuesta a lo que estoy a punto de dejar salir — ¿Aún te quieres casar conmigo? — lo susurro, me siento como un niño inseguro. No puedo culparla si no lo desea, pocos no han sido los sustos y los dos sabemos que la situación no puede hacer otra cosa que empeorar — Siempre podemos poner el compromiso en pausa, por respeto a aquellos que hemos perdido. No quiero… no sé si crees que podrás hacer esto sin Rose — debería ser un momento de plenitud para ambos, no voy a forzarla a una tortura sentimental si su mente no puede soportarlo. Todos debemos sacrificar algo.
Hans M. Powell
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No sé si quiero dar a mi mente la tarea de montar todo esos escenarios posibles al final de una guerra que no sea a nuestro favor, cuáles serán entonces los movimientos de supervivencia que debemos realizar. No hablaba en realidad de lo que sucedería después, sino de acciones para prevenir lo que pueda pasar. Es mi mente que encuentra en cada detalle de las cosas algo para demorarse y pensarlo como una posibilidad de escape, esta vez para todos, en un ejercicio incansable de anticiparme a lo peor, siempre a lo peor. Porque está ahí, acechando por nosotros, cayendo como una sombra sobre nuestro abrazo y lo estrecho más fuerte, me escondo en su cuerpo que uso de escudo al mundo, cuando a la larga descubrí de mala manera que es el más vulnerable de todos, con su piel lastimada de heridas de duelos y también en medio de las estrategias del ministerio, de influencias que temo que puedan hacer mella en él. —No eres el idiota con el que me he conformado— le aclaro, que como broma en un discurso hubiera estado bien, pero no es la verdad. —Eres el idiota que elegí— murmuro, —y he conocido a muchos, ninguno como tú. Eres de esas cosas que pasen una vez cada mil millones de años luz, ¿cómo dejarte pasar?— sonrío contra el tejido que cubre su hombro.

Ni siquiera un segundo pasa entre su pregunta y mi inmediata respuesta. —Claro que me quiero casar contigo— digo, muerdo mi lengua para callarme que es lo que me asusta de estos tiempos que estamos pasando, no quiero echar sobre él todos mis miedos absurdos, aunque se vuelven tan reales e imponentes cuando se encuentra en la camilla de un hospital y no soporto la visión de perderlo, porque es sentir que algo que se ha vuelto tan propio de mi piel me es arrebatado a dolor. Me echo unos centímetros hacia atrás para mirarlo cuando propone en poner en pausa la boda y mis ojos se agrandan. —¿Eso es lo que quieres hacer? ¿Es lo que quieres tú?— se lo pregunto suavemente, que mi respuesta la conozco, aunque obliga a que sea honesta con lo que ronda mi mente. Solo un poco más de honestidad. Lo suelto del abrazo para volver a entrelazar nuestros dedos y hacer lo que resta del camino entre el pasto marchito para llegar a lo alto de la duna donde el viento sacude mi cabello, algunos mechones golpean mi mejilla y tengo que retirarlos hacia atrás. Jalo de su brazo para que se siente conmigo en el suelo. —Rose fue mi mejor amiga, la quiero, así en tiempo presente. Siempre la voy a querer en tiempo presente, pero la vida no es algo que se detenga en respeto a las personas ausentes, no puedes pedirle que se detenga porque… dejas de vivir…— digo, me hago un espacio entre sus piernas para poder tener su pecho como respaldo y traigo sus brazos con mis manos hacia delante.

No podría pedirte que dejemos la boda en una fecha imprecisa, es todo lo contrario. Pueden pasar tantas cosas hasta que esa fecha llegue, tal vez… tal vez no lleguemos, por… tantas razones… pero necesito que esté ahí, porque es nuestra próxima meta en esta carrera, ¿no?— la sonrisa que le enseño es para que lo tome con humor, que no es que vea como una competencia de nada, ni entre nosotros, tal vez con el universo. —Necesito que cuando lleguemos a ella, tengamos algo más por lo que sentirnos victoriosos, ¡mira! ¡hemos llegado! Y todas esas tonterías que nos demuestren a nosotros mismos que luego de todo este tiempo… te sigo eligiendo y me sigues eligiendo, porque sinceramente, ¿crees que esto es algo que podamos volver a sentir en la vida?— se lo pregunto, no es un arrebato de romanticismo del que lo hago víctima otra vez, no es la cursilería que había sido se me puede dar bien. —¿Sabes lo que es sentir a una persona con cada latido? Cuando comenzamos a vernos, hace más de un año, te sentía cuando mi corazón se ponía frenético al tenerte cerca. Luego comenzó a latir más lento, creo que porque dormir a tu lado fue dándome más calma, y en lo lento de cada latido fue más fácil darme cuenta que estabas en cada uno de esto— eso sí ha sido bastante cursi, lo bueno de no tener que estar mirándolo de frente. —Si llega el día en que nos casemos, a riesgo de que nuestra familia nos mate después, ¿podríamos ser solo nosotros? Me di cuenta que no quiero una fiesta, la de tu hermana fue hermosa, pero me di cuenta que no podría estar cómoda con algo así. Ni creo que tu estarías cómodo tampoco. Quiero… que seamos solo nosotros, tal vez las niñas. Tal vez. Sé que también nos matarán si las dejamos fuera, pero… eres la única persona que realmente me importa que esté el día que nos casemos, Hans Powell. Tienes que estar, ¿si?
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Hans M. Powell
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De entre todos los idiotas, tengo que decir que siento que he tenido suerte. ¿Cuántas mujeres he conocido en los últimos años? De la mayoría, ni siquiera recuerdo el nombre. No me había girado nunca a echarle una segunda mirada a Scott, ni una sola vez. Supongo que eso se necesitaba para darme cuenta de que estaba dejando pasar algo que me rondaba como una molestia, que se acabó volviendo una adicción y la mejor compañía que pudiera pedir. Por eso me siento relajado cuando ella asegura que aún se quiere casar conmigo, esa acción que jamás pensé que buscaría pasar con nadie y sé, entonces, que no recuerdo esos otros nombres porque tenía que guardar espacio para ella y todas las memorias que podremos llegar a compartir. Jamás busqué sentar cabeza, supongo que hacía falta la persona correcta — Quiero casarme contigo — aseguro, con palabras lentas y calmas para que se le graben en la cabeza — Entre todo lo que está ocurriendo, sé que quiero casarme contigo, siempre y cuando tú me aceptes.

El camino hasta el extremo de la duna se me hace corto. Me acomodo en el suelo y agradezco la falta de cabello largo, así el viento no me fastidia la visión. Puedo comprender lo que dice de Rose pero no acoto nada, se lo concedo con un movimiento de mi cabeza que busca ser un simple sostén, que sepa que no me pierdo sus palabras y seguiré siendo el brazo del cual puede aferrarse. La rodeo con los brazos, le sirvo de almohada en lo que su cabeza recibe mi mentón. Me sonrío, porque creo que puedo ver la pintura que está pintando para mí, como una carrera repleta de curvas coloridas y también oscuras. Si la ganamos, seremos los afortunados — No — contesto con simpleza — No creo conocer nunca a otra persona que pueda sacarme de quicio y enamorarme en base a ello — suena a una broma, pero creo que los dos sabemos que fueron nuestras imperfecciones las que nos unieron. Nada de cuento de hadas, solo dos adultos demasiado orgullosos y caóticos.

Es curioso oír cómo ha sido para otra persona el proceso que tú mismo tuviste que pasar para saber que te estabas acostumbrando a ella, a su compañía, al cariño que no sabía que podía necesitar. Me obligo a mantener la vista fija en el paisaje, como si las olas fueran todo lo que necesito para tentarme de ver su perfil y tratar de leer sus pensamientos, incluso cuando está siendo tan honesta que no hace falta. Y pensar que esta es la mujer que hace cosa de un año y medio no podía siquiera admitir que deseaba besarme — Lo sé — murmuro — Fuiste una calma que no sabía que necesitaba. Sin ti, no tengo idea de dónde estaría en este momento. Eres mi rumbo a seguir — más allá de las niñas, lo que tenemos es diferente a cualquier otro tipo de amor, me mantiene derecho. Lo que sí me toma por sorpresa es su petición y no sé por qué lo hace, cuando nos conocemos tan bien que debería haber esperado esta sugerencia desde un primer momento — Seré ese que te espera vestido de traje, lo prometo — bromeo, como si tuviera que buscarme en una multitud fantasma. Me muevo un poco para eliminar la sensación de cansancio en el cuerpo y apoyo la cabeza en su hombro, buscando crear una nueva cercanía — ¿Estás segura? — no es como si yo tuviera una larga lista de amistades para invitar y, a decir verdad, la mayoría serían invitados de protocolo a causa de mi trabajo — Lara Scott… ¿Me estás pidiendo una boda privada y secreta? — mis labios pucherean para hacerlo parecer más grave y río entre dientes, acabo por darle un beso en el hombro — Me gusta. Tú, yo, un juez al azar que nos haga el favor y, para evitar un asesinato, tal vez las niñas. Y luego podremos irnos a follar durante dos semanas a cualquier lugar que te guste. ¿Ves por qué funcionamos? — ladeo la cabeza, a ver si puedo alcanzar a ver sus ojos y que ella pueda ver mi sonrisa — Eras todo lo que necesitaba y no tenía idea de hacerlo. Gracias por apostar estupideces conmigo. — de esas que acaban en un bebé, dos casas y un futuro.
Hans M. Powell
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Tomo sus palabras como suelo hacerlo, antes solía tratar de descifrarlas como si fueran un enigma cuando hablábamos idiomas distintos, no sé si hemos logrado aprender el mismo o buscamos otras maneras de hacernos entender, unas pocas palabras en común, esta vez se quedan rondando mi mente y no las puedo hacer a un lado tan fácil, como fui haciendo costumbre al resignarme de que nunca recibiremos del otro la respuesta concreta que esperamos, sino la más honesta y con el poder que les dimos de hundirnos o alzarnos en lo más alto. Tan lejos de la orilla helada de la playa, agarrándome a sus brazos que me rodean, no imagino un punto más alto que este, resguardados en nosotros mismos de todo lo que está ocurriendo fuera y esta ilusión que para cualquier otro par podría ser una hazaña cotidiana, en nuestro caso por ser quiénes somos y en especial él, exige que se reconozca el mérito. Era un juego cuando le decía que lo despojaba de su rótulo de ministro, sin embargo consigue siendo quien es, sin abandonar -porque no puede- ese traje, ser solo un hombre sentado en esta playa fría abrazándose a alguien. —¿Y qué hay de mi sentido del humor? Te sacaba de quicio, pero te hacía reír, por eso te enamoraste— digo, claro que yo tengo que opinar sobre cómo fueron las cosas, mi mano le da palmaditas amistosas a la suya.

No, nunca sabremos qué dirá el otro, sigue siendo desconcertante aunque al oírlas se sientan como las palabras correctas y busco sus dedos para enredarlos con los míos en un agarre seguro de nuestras manos, reafirmación de la promesa de caminar juntos como dijimos que lo haríamos, no lo soltaré. Me demoro en preguntarle lo que pasa por mi mente, la oportunidad pasa. —Suena a una promesa de todos los días, siempre camino hacia ti vestido de traje— contesto en el mismo tono cargado de humor, me remuevo para dejar un beso en su mandíbula. —Es irresistible, ten por seguro que no me perderé ese día, tus trajes son como un imán— bromeo, sin que sea un comentario falso. Trato de que nuestras miradas se encuentren pese a la posición en la que nos encontramos cuando respondo a su duda. —Planeo huir contigo, esperaré a que cumplas tu horario en el ministerio y nos desapareceremos. Será una fuga de amantes para una boda secreta de la que no se enterará nadie y entonces, cuando la ceremonia termine— tironeo de sus brazos para que todo su peso me cubra y pueda hablarle en un tono confidente, ridículo teniendo en cuenta que no hay nadie a la vista, —nos encerraremos en una habitación, no me importa donde, solo necesitamos cuatro paredes y una puerta que pueda cerrar con llave y hechizos. Ni siquiera necesitaremos muebles. Estaremos dos semanas marcando cada centímetro de esa habitación y te olvidarás hasta de la constitución de la Neopanem, cuando termine contigo me preguntarás qué es una constitución— debe saber de la sonrisa que llena mi cara por la risa en mi voz. Recupero parte de la seriedad al continuar. —Hay algo que quiero preguntar, dos cosas que quiero preguntarte…— me corrijo, como no tienen relación entre sí, voy por la primera aunque nos lleve hacía atrás en la conversación y demoro la segunda, que es más cercana. —Cuando dices… siempre y cuando yo te acepte, ¿es porque tienes dudas de que no lo haga? De que después de todo, ¿no pueda aceptarte a ti y a todo lo que traes contigo? No hablo de las niñas, sino de ti. Tú como hombre, ministro, con tus deberes al ministerio y a Magnar Aminoff… ¿crees que podría rechazarte?— pregunto, el viento nos golpea tan fuerte que mi cabello choca con su rostro y pierdo su mirada por unos segundos. —Todo lo que hice hasta ahora y todo lo que soy ahora, ¿no es suficiente para que puedas confiar en que me quedaré a tu lado?
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Oh, pero ese será “el traje”. Ya sabes, el traje entre los trajes — lo hago sonar como una promesa tentadora, cuando en realidad la única diferencia posible va a recaer en un diseño para bodas y no para oficinas, de esos que seguro Meerah adoraría diseñar. ¿Aceptaría algo así? Algo como perfeccionar una prenda que no sería capaz de ver en acción. ¿O tampoco le daremos ese gusto? En todo el egoísmo que soy capaz de poseer en un momento como este, lo descarto como un problema por el cual tenga que preocuparme, que solo me interesa el saber que voy a poder disfrutar de ella a mi antojo y de esa manera que se ha tornado una necesidad vital. La misma que me hace reaccionar a su tirón con devoción, encerrándola con mis brazos y mi peso de manera que puedo sentir que el aire es incapaz de atravesarnos en lo que mis labios juguetean por debajo de su oreja — No me obligues a secuestrarte en este momento, Scott — mascullo en un ronroneo — Que bien sabes que no puedo contigo ni contra ti. No tienes idea… — tengo que detenerme un momento, ese que uso para tomar algo de aire al dejar un beso sonoro a presión sobre la unión de su mandíbula y su cuello — … de lo impaciente que estoy por ser tu esposo y abusar de esa excusa — una que los dos sabemos que ninguno aquí necesita.

Tengo que apagar poco a poco la sonrisa, la cual se ha contagiado de sus risas, cuando me obligo a separarme lo suficiente como para poder escuchar esas dudas. A pesar de que la dejo terminar, prenso y relamo mis labios en lo que busco una respuesta, desviando la mirada hacia un punto cualquiera. Tengo que acomodar algunos de sus mechones revueltos antes de decidirme a contestar — Confío en ti como para creer que te quedarás a mi lado — aseguro, sin un solo titubeo — Tampoco creo que puedas rechazarme. Solo… a veces tengo miedo de que todo esto sea demasiado para ti, que te agote, que te toque de maneras que puedan afectarte. Quiero ser muchas cosas para ti, pero jamás una carga que pueda causarte malestar por culpa de mi trabajo o mi historia — que todos sabemos que las cosas no se terminan cuando salgo del ministerio, hay más que una oficina a mis espaldas. Mi padre sigue desaparecido, la presión aumenta en lugar de bajar y lo que sucedió el otro día es, sin duda alguna, la primera llamada de las cientos que vendrán. Me da culpa que Lara, con cientos de opciones y caminos a elegir, se aferre a ese que la mantiene conmigo.

Cuando suspiro, lo hago con la fuerza del agotamiento que me deja caer los hombros. Aprovecho nuestro abrazo para recostarnos, sumirnos en un césped que huele demasiado limpio como para pertenecer a este mundo. La estrecho como si el suelo fuese nuestro lecho, ese que compartimos todas las noches y que ahora mismo solo invadimos — Tal vez Mo tiene razón. Casarte con el hijo del panadero era tu opción más viable — intento tomarlo con humor, mis dedos dibujan círculos en las caricias que patinan por su hombro — Como hombre, soy fiel a ti. Como ministro, soy fiel al ministerio. Lo que sucede es que a veces no tengo idea de cómo hacer que ambas cosas coexistan entre sí. Admiro tu paciencia, de veras. Y tu valentía de poder hacer esto conmigo, incluso cuando Meerah es algo que vino en un combo que no tenías por qué aceptar y, aún así, lo hiciste. Me diste lo mejor que pude haber pedido — una familia, un sitio a dónde aferrarme y que me hiciera creer que todo lo que he hecho, tenía una razón de ser. Detengo mis caricias muy abruptamente, en el instante en el cual una duda se infla en mi cerebro y se permite el explotar — ¿Alguna vez te hice sentir que no eras suficiente? — lo susurro, no sea cosa que se escuche y en verdad lo crea realidad.
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Puedo entender cada una de las razones que me da, las he considerado de su parte como para que no me cause asombro escucharlas, ni tampoco lo castigo con reclamos de que pueda pensar de esa manera, creo que las dudas son humanas y necesarias para afirmarnos en lo que sea que decidamos sobre ellas. Tanto él como yo hemos enfrentado a solas y a oscuras dudas pasadas y hoy nos veo, como si fuera el sol pálido en el cielo sobre nosotros, recostados contra la hierba y puedo ver, fuera de mí, como mis brazos lo buscan para envolver su cintura y encontrar en su pecho la comodidad donde descansar con los párpados cerrados al viento que no logra inmutarnos, es parte de todo el paisaje que nos hace roca inamovible a las fuerzas de la naturaleza. Somos la decisión que tomamos sobre todas esas dudas, más seguros de lo que elegimos, más que sí nunca las hubiéramos tenido. —Ya hablamos de esto— le recuerdo, —nunca me hubiera casado con el hijo del panadero, ni con nadie. Tenía una vida muy bien pensada para mí, nunca necesité de nadie más que de mí misma, podría haber muerto joven por estupidez o podría haber llegado a vieja por pura terquedad, y hubiera estado bien estando sola, no necesitaba de nadie…— murmuro, levanto un poco mi rostro para poder verlo. —¿Pero cómo puedes simplemente dejar pasar a la única persona que te hace sentir viva hasta el último nervio? Morir, moriremos todos. Solos o acompañados. Pero vivir, que alguien te haga tan plenamente consciente de eso…— clavo mi barbilla en su pecho. —¿Cómo dejarlo pasar?

De todo lo que ha dicho, también creo necesario aclarar otro punto importante. —A Meerah la elegí por fuera de ti, así que no es parte de un combo de nada. Coinciden bajo un mismo techo dos personas que elegí por mi cuenta, fue pura suerte, la suerte reservado a los tontos que tal vez no se lo merezcan…— digo, porque puedo decir que el origen de muchas de nuestras dudas pueden deberse a que nunca nos imaginamos teniendo todo lo que tenemos, lo que para otros es tan normal, a nosotros sigue maravillándonos por haber sido imposible de pensar en otro tiempo y fue nuestra suerte, coincidir, encontrarnos y reconocernos, que todo fue surgiendo como una seguidilla imparable de imprevistos. Somos de esos que entran a las fuentes de deseos a cargarse los bolsillos de las monedas que otros arrojaron y luego esos galeones nos gastamos en un tragamonedas. Medito su pregunta, no por la respuesta, sino por cuanto de sincera puedo serlo sin que esos nos lastime. —Me haces sentir que dudas de mí, que si salgo de tu vista podría ser porque huí, que estás esperando todo el tiempo que lo haga… y entonces dirás que así soy, que lo sabías, que siempre supiste que acabaría así. Esperas de mí una devoción que ya no sé cómo más demostrarte. No eres fácil de amar, no eres el hijo de ningún panadero, amarte a ti no es igual a amar a ningún otro hombre. Y yo, que fui la más hereje de todas, voy al altar de todo en lo que nunca creí por ti…— digo, cierro mis ojos para acompasar mi respiración a los latidos que percibo en su pecho y dejar que las horas pasen, que se olviden de nosotros.

Yo tenía una segunda pregunta para hacerte— entreabro mis ojos porque este es el momento de preguntarlo, no mañana, sino hoy que estamos en el umbral de llorar por nuestros amigos, de esperar el castigo a su asesina y hablar de una boda que no es más que la promesa de compartir el presente, uno que esperamos que se alargue todo lo que se pueda hasta abarcar un futuro y quizá, si nos permitimos en secreto para que la desgracia no nos escuche, llegue también a abarcar una vida. Puedo llenarme el pecho del olor a mar, del pasto bajo nuestros cuerpos y poder reconocerlos a partir de hoy como parte de nosotros. —¿Cuándo nos casemos te gustaría que hagamos las cosas bien? Un poco tarde, lo sé. No cambiaría las maneras en que se dieron que las niñas estén presentes en nuestras vidas, pero podría intentar que una tercera vez sea un aprendizaje de todos nuestros errores y tratar de hacerlo bien… solo intentarlo esas dos semanas, si no sucede nada, es porque no debía ser. ¿Te gustaría que hagamos un bebé de luna de miel, dentro del matrimonio, como dictan las buenas costumbres y por nuestro país?— quería preguntarlo de una manera seria y madura como los adultos que de a ratos podemos ser, pero me sale decirlo casi que con una carcajada.
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Hans M. Powell
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No lo dejas pasar — tan simple como eso. ¿O acaso yo dejé que ella se volviera un recuerdo remoto? Que sé que fui terco cuando me encontré entre la espada y la pared, pero hasta yo mismo en todo mi egocentrismo supe ver que era incapaz de despegarme de su piel. Me encuentro con la urgencia de explicarme, así que sacudo un poco la cabeza a pesar de nuestra postura para interrumpirla a pesar de que la dejo acabar de hablar — No me refiero a Meerah en tu vida como ella misma, sino más bien el querer cuidarla conmigo, como una familia. No tenías por qué hacerlo y, aún así, formamos un cuadro juntos — uno del cual me siento muy orgulloso, valga decirlo. Tengo que poner una mano sobre su espalda como si ese fuese el freno para que deje de hablar porque no, no es así como lo veo, no cuando hace mucho tiempo he dejado de creer que estaba durmiendo con el enemigo — No dudo de ti — aseguro, una vez más, por si no quedó claro — Solo… no te culparía. Admiro que sigas aquí, a pesar de todo — esto no tiene nada que ver con las disputas que pudimos tener alguna vez, sino con todo lo que vendrá en el futuro. Me gusta mentirme y decir que estaremos preparados, cuando es obvio que siempre nos golpea, cada vez más fuerte, hasta que alguno decida no seguir de pie. O tal vez ambos.

Estoy preparado para una segunda pregunta, incluso me acomodo cuando siento su movimiento para poder devolverle la mirada. Lo que no me espero, bajo ningún aspecto, es lo que sale de sus labios como una sugerencia que jamás hubiera creído posible entre nosotros. Parpadeo un par de veces y, con el rostro aún atravesado por una expresión pasmada, giro la cabeza para enfrentarme al firmamento. No voy a mentir, me cuesta imaginarlo, incluso cuando su risa me indica que tal vez no sea algo tan grave por lo cual preocuparme — ¿Quieres tener otro hijo, es eso? — lo tengo que poner en palabras para poder terminar de hacerme la idea — No lo sé… ¿No crees que deberíamos esperar a que Mathilda sea un poco mayor? Ya sabes, para no volvernos locos al tener que cuidar de dos bebés — sí le concedo que posiblemente nuestra hija tenga la edad para volverse una hermana mayor para cuando nos casemos, pero aún así tampoco siento que falte demasiado para ese día que, hoy mismo, se ve muy lejano. Doy unos golpeteos en su espalda, hasta hundir los dedos en su cabello y así soy libre de masajear su nuca — Podría tener un tercero contigo — viéndolo a la distancia no suena tan mal, se siente incluso como esa oportunidad que podríamos tomar para hacer las cosas como se corresponde. Aunque… — Pero no podemos tomar esa decisión a la ligera. No en el mundo en el cual vivimos — que no me preocupa el no poder cuidar de tres hijos cuando sé que tengo las herramientas para darles una vida decente, mi problema recae en que no sé por cuánto tiempo más podré sostenerlo. Es buscar estabilidad en un mundo que se ha transformado en una montaña rusa.

Uso el viejo truco de abusar de mi contextura física contra la suya, me giro para que su espalda se apriete contra el césped y pueda apoyarme en una de mis manos, encontrándome sobre su mirada — ¿O es solo una excusa para tus planes seductores y maquiavélicos de la luna de miel? — aunque intento bromear, hay algo en mi sonrisa que se siente apagada. Choco la punta de mi nariz contra la suya, generando un suave roce — ¿A qué viene esa idea? — tengo que preguntarlo, elimino cualquier rastro de diversión para dulcificar mi voz — ¿Es porque crees que debemos aprovechar mientras aún hay tiempo? — no la culparía, nos ha demostrado que es caprichoso, como si los granos del reloj de arena se escurriesen cada vez más rápido entre nuestros dedos.
Hans M. Powell
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Medito lo que me dice con la intención de reconocer qué de todo es lo que no logro entender, esa palabra suelta que siendo parte de su idioma que de a poco logré saber cómo traducir, se queda rondando en mis oídos porque en mi idioma tiene una interpretación tan distinta. —No me admires por quedarme aquí— le pido en un susurro que aun encuentra en qué contradecirlo, —admiración es algo que siempre vinculé a lo que hago, a mi trabajo, lo que podía esperar y pedir de mis colegas, de las personas en general— aclaro, así era cuando mis horas las atrapaba dentro de un taller mecánico en un distrito que supo ser mi hogar, que cada vez se ha quedado más atrás en los recuerdos de mi pasado, por abrumar mi presente de tantas experiencias que me sacaron de esa zona de confort. —La admiración no es amor, Hans. Así que no me admires por quedarme, no me coloques en una posición desde la que me observas a distancia y aplaudes mis logros…— meneo con mi barbilla rozando la tela de su ropa, en este abrazo cada vez más estrecho, y tendidos en el pasto, difícilmente alguien podría reconocernos desde la orilla por quienes somos, como mucho verán nuestra silueta, nos ignorarán. —Cuando una persona se queda a su lado lo único que haces es amarla.

Procuro que la cara que pone al oír mi pregunta no me obligue a quitar mis brazos de alrededor de su cintura, me espero que en cualquier momento me pregunte quién soy y cómo me llamo, porque tal es el desconcierto en su mirada que presiento que al pestañear todo este paisaje se desvanezca, para encontrarnos sentados a la mesa de una sala de interrogatorios y su pregunta sea eso, si estoy pidiéndole tener un hijo como si fuera un imposible entre nosotros, cuando siendo fieles a los hechos, ya hemos tenido una como para saber qué natural y posible es, y un par de charlas, también una falsa alarma, como para dependa de nosotros decir que si o que no a las estadísticas de una nueva posibilidad. Se barre de mi rostro todo atisbo de broma, para que caigamos en decir que eso fue mi pregunta, sí lo fueron la elección de palabras, la pregunta no, la sostengo porque decirla fue mi intención. —Comprendo— es todo lo que digo a los argumentos que me ofrece después de su “no sé”, las cosas y el mundo han cambiado de una manera en la que ese “no sé” que fue tan típico y se inclinaba a un sí cuando se trataba solamente de nosotros, lo tome como un “no” por referirse a una persona por fuera de nosotros. —No es una decisión a la ligera, te la estoy consultando. Pero comprendo lo que dices, acepto tu respuesta así que no volveré sobre esto— le aseguro, que no es algo con lo que podría insistir.

No podría porque la sensación de deja vú es fuerte, así que se la aclaro como respuesta a la duda que tiene, dicha con una intención jocosa que no puedo compartir, mi ausencia de sonrisa es reflejo de su propio semblante ensombrecido. —No es porque quiera comprimir toda una vida con la suposición de que tenemos poco tiempo, estoy tratando de vivir el presente— musito, con su rostro tan cerca no hallo distancia para que pueda escucharme, tengo que mirarme en sus ojos al continuar. —Es porque quiero que podamos querer algo… con tantas circunstancias que nos arrojan de un lado al otro, poder querer algo por nosotros mismos en un mismo tiempo y no porque se haya dado así…— hablo, podemos sacar la enciclopedia de razones por la que esto no se planea sino que se da de un modo natural, también todo lo que se dice sobre que precisamente es algo que se planea, algo que se desea. Con lo que me quedo es con nuestra propia historia. —¿Te acuerdas la primera vez que me quedé contigo en el hospital y me preguntaste si te amaba? Aunque lo hiciera, no estaba lista para reconocerlo ante ti porque todavía no terminaba de descubrirlo por mí misma. Y te pregunté, tampoco estabas listo para decirlo. No lo estuvimos por mucho tiempo después de ese día, siempre vamos a destiempo—digo, mi mejilla se acomoda en la curva de su garganta, estoy escapando de su mirada. —Así que tampoco creas que esto es como esa vez que te pregunté en la cocina si querías casarte conmigo, ni se te ocurra mucho menos hacer de esto lo mismo que con el anillo, que un día solo lo sacaste de un cajón tiempo después del error en el restaurante cuando creí que me dabas uno. No es…— suspiro contra su piel, —no te estoy pidiendo nada, solo estaba preguntándotelo. Yo no…— tengo que cerrar mis ojos por un momento, buscar el calor de su pecho contra el mío para quedarme en esa sensación. —No necesito más de lo que tenemos, las dos niñas, lo que somos.
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