The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Dejo de masticar la tostada cuando el patronus se cuela dentro de mi casa y pronuncia un comunicado sobre mi mesa, con una voz que reconozco como la de Kendrick Black. ¿Que ellos han hecho qué? ¿Qué pretenden qué cosa? Mis ojos buscan a Scott como preguntándole si ella ha escuchado lo mismo que yo, a ver si estoy delirando a causa de que no me he despertado del todo; sería coherente, puesto que no he bebido más que dos sorbos de café. En esos segundos en los cuales la confusión se mezcla con el miedo, paso la mirada de mi prometida a la bebé, para acabar en mi hija mayor. Y entonces suena el comunicador.

Tengo que dejar la mesa, ni siquiera he alcanzado a ponerme el saco y tironeo mi corbata con nerviosismo en lo que tengo la oreja pegada al aparato que me da instrucciones. La televisión de la sala está encendida, enseñándonos cómo la sede de gobierno del distrito 9 ¾ se encuentra rodeada de seguridad en lo que parece haber estallado una batalla en su interior. Sabía que esto iba a pasar, Magnar envió a personas de menor rango para testear el campo con la seguridad de rechazar cualquier negocio que pudiera hacer con Black. Lo que sí no me espero es la orden directa de presentarme en batalla y, antes de que pueda siquiera discutir, Abbey interrumpe mi conexión — ¡Mierda! — lanzar el comunicador contra el suelo es lo único que me nace, antes de pasarme las manos por el cabello, echándolo hacia atrás con frustración. Me relamo, respirando agitadamente en lo que me tomo los minutos para voltearme. Sabíamos que este día llegaría, pero siempre me había hecho la estúpida ilusión de que podría seguir postergándose — Tengo que ir — anuncio, ni siquiera es una explicación. Avanzo, quitándome la corbata por completo y la lanzo sobre una de las sillas en lo que chequeo el tener mi varita segura en el cinto — Me necesitan en el frente, si quieren verlo de esa manera. Ellos… creen que está siendo una masacre — no tengo idea de si hablamos de muertos o heridos, pero sea como sea, el panorama no parece alentador para nosotros.

Los pasos que hago para acercarme a la puerta son los que detengo cuando me percato de que no puedo marcharme así. Me volteo con la rapidez que me permite besar a Scott, prolongando la presión de mis labios contra los suyos antes de separarme, obligándome a mirar hacia otro lado para besar la frente de Tilly — Estaré de regreso antes de que puedan siquiera preocuparse — intento sonar más seguro de lo que me siento y les enseño una vaga sonrisa, en lo que me acerco a Meerah para estrecharla contra mí. ¿Qué se dice en momentos como éste? Porque no tengo palabras para explicarme, soy incapaz de expresar siquiera un mínimo de lo que me gustaría en caso de que las cosas salgan mal. Y cómo sé que si sigo aferrándome a ellas no me iré, me obligo a soltarlas para salir rápidamente por la puerta.

En cuanto me aparezco frente a la zona de batalla, los aurores se encuentran acomodándose y Magnar Aminoff se mordisquea los labios, sujeto a su varita y sin sacarle la vista de encima a la mansión. Hay una voz entre los curiosos que se acercan y son limitados por la seguridad nacional que llama mi atención, así que me volteo para descubrir a Charles discutiendo con un auror que le prohíbe el paso. No es hasta que se percata de que estoy aquí que grita las palabras que me hielan el cerebro: Phoebe está ahí dentro. Y es mi deber el llevarla de regreso a casa.
Hans M. Powell
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M. Meerah Powell
Fugitivo
¿Qué tanto dice de mí el que pueda reconocer la voz del patronus pese a que no suena con el dejo alcoholizado de la última vez que la oí? Porque lo hago. Y no sé qué pensar o a quién mirar, sin saber qué hacer cuando puedo sentir como los ojos de mi padre se clavan en mí. ¿Acaso sabe algo? No podría saberlo… ¿no?

La tostada que llevo en la boca sabe a tierra con cada movimiento al masticar y casi que no puedo tragarla en lo que la televisión comienza a mostrar imágenes de aquel lugar. ¿Habría ido Hero? No me había dicho demasiado pese a que sabía que algo estaban planeando, y yo misma no me había molestado en averiguar. No quería correr riesgos innecesarios o fastidiar sus planes. Pero ahora, cuando mi padre maldice y declara que tiene que ir a aquel lugar, creo que el corazón se me va a la garganta de la angustia que llevo dentro.

- Ya estoy preocupada. - Se me escapa en una oración que se pega contra su torso en aquel abrazo del que no me quiero soltar. Porque tengo miedo, por él por ellos y por todo lo que pueda salir mal a partir de ahora. Porque no tengo que tener la habilidad de Phoebe como para saber que el diálogo no iba a ser la solución. - Por favor. Ten cuidado.- Despego mi cara de su cuerpo y me obligo a mirarlo a los ojos. - Te quiero. - Porque incluso con mi enojo, mis arrebatos adolescentes, o todo lo que pueda estar pasando; nada quitaría jamás el hecho de que Hans sigue siendo una de las personas más importantes de mi vida.

Hans se va, y creo que estoy temblando así que sin saber qué otra cosa hacer, me permito ser niña un poco más para refugiarme en los brazos de Lara.
M. Meerah Powell
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Invitado
Invitado
No. Simplemente no. Esto es un mal sueño, no está pasando, Kendrick Black no está metiéndose en nuestra casa con un maldito patronus para que Hans tenga que salir corriendo al fuego iniciado por los rebeldes. Es solo una pesadilla que se repite, la tuve otras veces y al despertar lo encontré recostado a mi lado, a la bebé en la cuna y a Meerah al otro lado del pasillo. No, esta jodida guerra no traspasa nuestra puerta. Y lo hizo, malditamente si lo hizo. Cargo a Tilly en mis brazos con prisa para sacarla del comedor conmigo, al seguir a Hans hacia la sala donde los noticieros nos lo confirman, está sucediendo. —No— contesto sin pensarlo. —No, no te irás— me niego, el peso de la bebé entre mis brazos, la siento acomodar su cabeza sobre la hilera de botones de mi camisa. —Tienen aurores, licántropos, dementores, ¿para qué carajos te quieren ahí? Hans, espera…— lo llamo, cada vez elevando más mi tono de voz. —No— repito. —No. No. No— la única manera en la que logro callarme es al agarrarme de sus labios para un beso que no tiene por qué ser tan desesperado si no será el último.

No puedo ver a Meerah despidiéndose de su padre sin que se me quiebre algo por dentro, algo que dijimos que íbamos a proteger y tengo que caminar hacia ella para que al abrazarla por encima de sus hombros, encontremos las tres una manera de sostenernos. Me arde la garganta por las palabras que no me animo a decir, porque las que él elige son siempre la línea de algo peor, y me niego a ser parte de la despedida perfecta, porque no lo es. —¡Solo te diré que te amo si vuelves, Hans Powell! ¡¿Me escuchas?!— ya le estoy hablando a su espalda, esa que se aleja, dejándome sola con una bebé y una adolescente que lo necesitan aquí, más de lo que el bastardo de Magnar Aminoff lo necesita limpiando sus mierdas y no puedo hacer nada al respecto, porque lo que elegí incluía esto. El día en que lo vería marcharse por atender una llamada y no tener idea de qué puede pasar, porque en momentos así, la verdad es que no me siento optimista. No siento que seamos intocables, ni invencibles dentro de nuestra coraza para defendernos del mundo.

Porque algún día, lo sé, simplemente no volverá y ni siquiera es un estúpido soldado del ministerio. Es solo un, aún más estúpido ministro. Y es que soy una estúpida. —¡Oye! ¡Si te amo!— pero ya es tarde para que pueda oírlo, estamos solas con las niñas y no sé qué hacer. No sé qué hacer. No sé cómo se cuida de dos hijas si no está Hans, esto es nuevo para mí, sigue siendo tan aterrador, tan aterrador que voy hacia el televisor para apagar las noticias y no lo hago, porque el miedo de lo que puede pasar es también el que me hace no querer perder detalle. Por inercia, es mi inconsciente actuando y moviendo mi mano hasta dar con el teléfono en el bolsillo, aprieto las teclas de los contactos de urgencia para dar con Mo para repetir esas palabras que conoce de memoria, son las mismas siempre. Espero a que atienda mientras me giro hacia Meerah, estudio su rostro, trato de sonreírle y no puedo. —Mo, ¿podrías venir a la isla ministerial? Te necesito— murmuro, mis ojos siguen fijos en Meerah porque quiero abrazarla fuerte y temo ser quien se rompa peor, y no me gusta, nos han enseñado a ser chicas fuertes. —Te necesitamos aquí.
Anonymous
Mohini R. Khan
El sonido de la televisión acompaña, como todas las mañanas, a la cocina en lo que estoy preparando un desayuno para uno, bastante completo a decir verdad. El canal que tengo puesto no es más que el mismo de siempre, uno de cocineros profesionales porque no podría ser de otra manera tratándose de mí, salvo que esta vez no se ve interrumpido por mis voces pidiendo que vayan más despacio mientras trato de seguir la receta, sino que es la propia imagen la que cambia para dar paso a una retransmisión en directo de lo que parece estar teniendo lugar en el distrito nueve. Se me cae el tenedor que estoy por llevarme a la boca al instante, ni siquiera me preocupo por salpicar la pequeña mesa cuando me levanto para acercarme al televisor y ser testigo de que mis ojos no están viendo mentiras.

Antes de que pueda continuar escuchando la noticia, se siente como si hubieran pasado horas cuando en realidad han pasado tan solo unos minutos desde que la pantalla se apareció con titulares bien grandes, atravesando de un lado a otro con letras rojos para que todo el mundo sepa que el distrito de la ganadería está siendo atacado por rebeldes, suena el teléfono de la casa. No tengo que mirar la pantalla para saber que se trata de mi hija, es la primera a quien yo iba a llamar pese a tener la certeza de que nadie que conozca se encuentra en ese lugar, lo bueno de tenerla bajo la protección de la isla ministerial. Apago todo cuando su voz temblorosa es un indicador claro de que hay algo que no va bien, y no es que necesite de ello para saberlo, ya los periodistas se encargan de gritarlo a través de la cámara para que nadie quede sin avisar.

Tesoro. Tesoros estoy aquí. — voy murmurando por el pasillo de la residencia ministerial de mi yerno, tirando el abrigo con el que me cubrí antes de salir de casa en una silla cercana sin esperar siquiera a que un elfo doméstico trate de ayudarme a quitarlo. Soy pequeña, pero eso no significa que no sea capaz a envolver con mis brazos a las tres mujeres que viven en esta casa, de forma que también me es posible besar la frente de mi hija y mis dos nietas para tratar de calmar sus nervios. — ¿Dónde está Hans? — pregunto, que es quién me falta en la imagen, aunque no me es difícil imaginarme la respuesta cuando paso a analizar la sala y me encuentro con que no está. Me obligo a ser la que no pierda la tranquilidad, no porque sea la más vieja sino porque es mi deber como madre. — De acuerdo, esto es lo que vamos a hacer, vamos a sentarnos, tomar algo caliente y esperar. No podemos hacer más que eso, esperar porque todo se resuelva de la mejor forma posible, ¿de acuerdo? — espero recibir un asentimiento de parte de cada una, en lo que estiro mis brazos por detrás de sus espaldas para llevarlas a que se sienten. De paso le pido a Poppy bebidas calientes para todas. — ¿Qué es lo que sabemos hasta ahora? — pido saber, que las noticias no es que sean muy claras, mientras tomo asiento en el sofá.
Mohini R. Khan
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M. Meerah Powell
Fugitivo
Trato de borrar de mi mente las imágenes que me recuerdan a Hans en una cama de hospital. Y a su vez… a su vez ruego a quien sea por volverlo a ver, dentro o fuera de esa habitación blanca. No me importa, no si sigue vivo y puedo seguir abrazándolo todos los días de mi vida. No cuando es peor el miedo y la incertidumbre que me genera el verlo irse por la puerta, a sabiendas que no estaré cerca por cualquier cosa. Y no es que pueda hacer mucho, probablemente sería más un estorbo que otra cosa. Pero por momentos toda mi indecisión con respecto a cuestiones políticas queda de lado, reemplazada solamente por el deseo de que Hans vuelva por esa puerta para poder rodearlo con mis brazos una vez más, cien veces más.

Lara logra llamar a Mo pese a que todavía estoy aferrada a ella, y tengo que agradecerle con la mirada porque sé que hasta a Tilly le costará el mantenernos de pie. Mo era una fuerza en sí misma, y uno de los mejores sostenes que pudiese pedir, así que no me da pena el necesitar de su presencia. - ¿Va a venir? - Es una pregunta estúpida, pero me permite despegar mi vista de la televisión para volver a centrar mi concentración en Lara, que trata como puede de mantenerse entera. Y se lo agradezco, porque de momento el verla así es lo único que me permite no largarme a llorar.

Para cuando Mo hace acto de presencia puedo decir que me encuentro un poco más estable, pero no he pronunciado casi que palabra al no confiar del todo en mi voz. Y me hundo en ese abrazo que necesito con fuerza, feliz de saberme rodeada por gente que me acompaña en todos y cada uno de los sentidos. Señalo a la televisión en respuesta a su pregunta,  y trato de seguir sus indicaciones como puedo. - ¿Es una orden? - Trato de ponerle algo de humor a la situación, porque siento que sus palabras llevan una fuerza consigo que por unos segundos dudo poder pensar que algo va a ir mal. Dura poco, pero al menos Poppy no tarda en aparecer con un gran tazón lleno de chocolate caliente para mí. Gracias al cielo no es café, no creía que pudiese soportarme paranóica y con cafeina encima. - Supongo que no mucho más que tú… - ¿Habían dicho lo del patronus en las noticias? La verdad solo veía las imágenes, la voz del presentador era tan insoportablemente alarmante que trataba de obviarla.
M. Meerah Powell
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Invitado
Invitado
Asiento con la barbilla porque la voz me tiembla dentro de la garganta, cuando la saco afuera es con una pequeña sonrisa. —Mo siempre está cuando la necesitas— es una afirmación contra todas las fuerzas de la naturaleza que puedan tratar de detenerla alguna vez, una certeza de que así será hoy y siempre, y una ayuda a la que ella también podrá acudir cuando lo necesite, cuando no seamos Hans ni yo las personas que podamos abrazarla. Porque por un momento tengo mucho miedo de esto, de que Hans no vuelva y entonces solo quedaría yo, y haría todo lo posible y lo imposible por cuidarlas, pero no tengo fe en mí. Seré avasallante en ocasiones, pero no soy indestructible. Siempre he tenido poca fe en mi mortalidad. Y Mohini es toda la seguridad que necesito, el apoyo seguro para que pueda confiar que Meerah y Mathilda siempre estarán bien protegidas, si es que nosotros no podemos hacerlo.

Y lo hace, después de unos minutos de nervioso silencio en la sala, las voces de los reporteros llevando la alarma a todo el país con sus suposiciones y exageraciones, Mohini llega para envolvernos a las tres, creo que no nos hemos movido desde que Hans se fue. Delego en ella todo el control de esta situación, que sea quien nos diga que hacer, a ver si así mis pies recuperan la voluntad para caminar y hasta mis brazos que sostenían a Tilly con fuerza se van relajando. La obedezco, ella sabe qué hacer. Comer, eso es lo que haremos. Tengo un nudo grande de ansiedad en el estómago que no creo que me deje pasar bocado y suerte que caigo en el sillón con todo mi peso, Tilly recordándome que es donde debo estar, porque si no estaría corriendo fuera. ¿Cuándo fue que me detuve de correr tan prisa sin ninguna dirección, siguiendo un impulso? Paso mi mirada de la bebé a Meerah que habla con Mo y quiero llorar de verás porque sería un desastre si Hans me deja sola en este lío que comenzamos los dos.

Llamaron a Hans— balbuceo, —le pidieron que vaya a defender el distrito nueve…— mi voz se apaga después de esa oración. Pierdo la noción del tiempo cuando el titular del noticiero se repite una y otra vez, sin dar más novedad de lo que sabemos, que el país entero está pendiente del asalto de los rebeldes al distrito más grande. Se me va el aire cuando una voz se superpone a las otras en la pantalla por un cambio en la situación de la alcaldía, un alboroto general porque la violencia dentro llega a su punto más intenso y todos los que están fuera del perímetro cerrado por los de seguridad, se contagian de ese aire de convulsión, las cámaras hacen un paneo sobre tantas caras para no mostrar lo que ocurre en el edificio sitiado. Y en algún momento tienen que hacerlo, cuando la carátula en pantalla es clara. El ministerio perdió el distrito nueve y tres cuarto. Me pongo de pie tan rápido que casi pierdo el equilibrio, están retirando a todo quienes lucharon por el ministerio y tan a prisa que no hay manera de que ofrezcan nombres. Hans ni siquiera sabe golpear a alguien en la nariz, esa rubia de la vez pasada lo dejó hecho un colador, ¡y esta vez ganaron los rebeldes! No lo dejaran salir, es un maldito ministro, lo van a tomar de rehén, lo van… lo van… cierro mis ojos con fuerza para no pensarlo, para no traspasar mis miedos a Meerah. —Nos vamos al hospital del Capitolio— decido, mis pies ya están yendo hacia la puerta para desaparecernos luego, —Es ministro, lo llevarán allá— y ruego por dentro que así sea, aunque me tenga que quedar horas esperando ahí, días, espero que vuelva.

No recojo ningún abrigo en la prisa, la bebé no se queja porque sigo abrazándola y tal parece que será así hasta el fin de los tiempos, porque cuando avanzo por el vestíbulo de la clínica central la sigo sujetando contra mí y ella continua tranquila como si todo esto fuera un paseo precipitado. No sé si Mohini y Meerah me siguen, doy por hecho que sí cuando giro una de las esquinas para plantarme delante de la recepcionista para preguntar si ya trajeron al ministro Powell. La mujer está tan estresada con el lío de enfermeros que se están movilizando para atender la emergencia que me lanza una mirada que lo dice todo, estoy molestando. Me pide unos minutos y planto la palma de mi mano sobre el escritorio para hacerle saber que no me muevo hasta que no me lo diga. Minutos, una mierda. Nos tienen más tiempo de lo que es sano para mis nervios esperando, estoy que trepo las paredes y le pregunto mil veces a Mohini por qué será que tardan tanto. Cuando veo pasar algunas camillas, vuelvo a preguntar y la respuesta que recibo es bastante cortante, no me importa el modo, tengo lo que necesito para ir lo más rápido que puedo a la sala de post operaciones. Una de las enfermeras me pisa los talones para recordarme que solo los familiares pueden ver a los pacientes,  y me detengo todo lo alta que soy, que no será mucho, pero cuando estoy que prendo fuego a un hospital, sé que me veo un poco intimidante al menos. —¡Pues estoy aquí para ver a mi esposo!— grito todo lo alto que me da la voz. Estúpido Hans. Estúpido él con su vimisaispiriruniñipiriquisirnis. Y si no me dejan entrar con eso, alcanzo a divisar a un esposo que si es legal y también alto con músculos, ¡y pienso usarlo! —¡CHUCK! ¡Hans y Phoebe están aquí!— lo llamo, Mohini puede taclear a la enfermera.
Anonymous
Charles B. Sawyer
Personal de Defensa
Fue una pesadilla. Los minutos en los cuales supe que todo estaba yendo mal me encontraron casi yendo a los golpes con un auror, justo cuando las chispas comenzaron y el escuadrón de rescate fue tras los heridos. Dejé de escuchar las indicaciones para empezar a moverme alrededor de las vallas, estirando el cuello para poder dar con al menos un rostro familiar. Reconocer a Hans me retuerce por dentro, porque recuerdo que su camisa era blanca y no escarlata, en lo que los sanadores parecen colocarle un respirador para poder transportarlo. Si él quedó así, mi imaginación no tardó en ir hacia su hermana… quien aparece inmediatamente detrás, siendo controlada por dos sanadoras — ¡ES MI ESPOSA! — les grito, creo que de esa manera consigo su atención — ¡DÉJENME PASAR, ES MI ESPOSA!

Y así es como llegué aquí. Cada pobre sanador que pasa por el pasillo tiene que soportar mis preguntas, me recuerdan más de una vez que tomar asiento es mi mejor opción y hasta que uno de los médicos aparece para decirme que Phoebe y el bebé se encuentran fuera de peligro, no me relajo. También me dan un parte sobre el estado del ministro Powell, un poco más delicado que su hermana por culpa de un disparo certero en el torso, pero igualmente fuera de peligro. Bien, creo que puedo con eso. Tras el anuncio de que serían transportados a una sala aparte para el control, me dejan solo. Estoy respirando con fuerza, recargado en una pared en lo que trato de estabilizar mi mundo, cuando los chillidos familiares de Lara me sacan de mi línea de pensamiento. Me separo de la pared y doy unos pasos con obvia confusión, hasta que mi cuñada se da cuenta de mi presencia y viene hacia mí, con Tilly tan sujeta a ella que tengo la sensación de que la está frenando de cometer un asesinato — ¡Hey, calma! — levanto las dos manos a ver si eso hace que deje de avanzar como un huracán — Lo sé, ambos entraron a cirugía, pero están fuera de peligro. Lara… — odio ser quien le diga esto, lo dudo con una mueca — Los vi y no se veían nada bien. Hans estuvo… delicado — no seré quien agregue que llegó siendo más rojo que rosa, para variar.

Me giro al escuchar el apellido de los Powell, es una de las sanadoras a la cual volví loca en mi tiempo de espera. Nos hace señas, lo que tomo porque puedo pasar — Ven… — murmuro, fijándome por primera vez en la presencia de Mo y Meerah, a quien le sonrío de forma forzada para darle la señal de que no se va a quedar sin padre, al menos por ahora — Entremos juntos. Si te niegan el paso, posiblemente se coman una demanda — a veces, abusar del poder acaba siendo necesario.
Charles B. Sawyer
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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
Para cuando abro los ojos, me duele tanto el pecho al respirar que las lágrimas no tardan en aparecer, aunque se camuflan solas porque deben de ser lo menos importante del aspecto que tiene mi cuerpo. La mascarilla de oxígeno me impide hablar con quién sea que está cargando conmigo en una camilla, muevo mis manos para tratar de apartarla en lo que lo único que deseo decir es que estoy embarazada, que mi hijo se encuentra en peligro, de que puede morir y eso da paso a que me dé igual todo lo demás. Es una mujer la que se encarga de intentar tranquilizarme, lo cual se convierte en un intento bastante estúpido cuando no tengo ni la menor idea de lo que está pasando. ¿Cuánto tiempo pasó desde que desperté? ¿Dónde está Hans? Son preguntas que se quedan en el aire, más bien dentro de mi cabeza puesto que nunca llego a formularlas, mientras el cielo que contemplo, gris por la humareda, se transforma en un techo blanco al cabo de unos minutos.

Me niego a volver a cerrar los ojos, no quiero hacerlo por miedo a no volverlos a abrir, incluso cuando el dolor que recorre cada una de mis vértebras es una indicación de que estaría mejor dormida. Sigo negándome, no me importan las palabras de consuelo de la sanadora cuando creo que paso a estar dentro de un quirófano, porque no estoy segura de poder resistir la negrura cuando puede llegar a sentirse tan bien. Mis intentos de súplica porque lo resuelvan de otra manera se sienten un fracaso, apenas llego a contar tres segundos que ya he perdido cada uno de mis sentidos y, si lo que me queda es esperar, espero hasta que sea la hora de que algo me incite a despertar.

Creo que es por la medicación que veo que cae de un equipo y va directa a mi brazo lo que produce que parte del dolor se haya evaporado en el acto cuando consigo despertarme. Se siente como si hubieran pasado días desde la última vez que abrí los ojos, a pesar de que no tengo ninguna conciencia del tiempo que ha transcurrido desde entonces. Aun estoy un poco desorientada, razón por la que me cuesta siquiera concentrar mi visión en un punto específico, pasando a recorrer con la mirada el lugar donde me encuentro antes de que una sola pregunta acuda a mi cabeza como si todo este tiempo solo hubiera estado pensando en eso. Probablemente sea así. — ¿Mi bebé? — no sé si es que no hay nadie en la sala que me responda, o que directamente no quieren hacerlo, la verdad es que ni siquiera veo bien para confirmarlo, pero la ansiedad que me produce el repentino silencio por no encontrar una respuesta produce que se me empiece a acelerar el ritmo del corazón. Solo quiero que alguien me diga que mi hijo está bien, y si para eso tengo que levantarme yo sola para buscar la respuesta, lo hago empezando por elevar mi torso de la camilla. Ni me importa el dolor que evoca el movimiento pese a las drogas que corren por mis venas, necesito saber que mi hijo está bien, que no lo he perdido, antes de que empiece a perder la cabeza, o los nervios, lo que primero ocurra.
Phoebe M. Powell
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Pocas veces parpadeo, pero no le encuentro lógica a las voces que oigo ni  las luces que pasan por delante de mis ojos. Creo que me quejo en lo que parece ser el pase de una camilla a la otra, pero mis movimientos involuntarios son reducidos tan fácil que solo puedo verme perdido en lo negro, sin comprender exactamente lo que está sucediendo. Cuando empiezo a recuperar parte de mi conciencia estoy siendo llevado blanco, con un respirador sobre mi nariz y una sanadora que me murmura que todo ha salido bien, que estoy fuera de peligro, que pudieron detener la hemorragia y quitarme los trozos de bala que habían quedado dentro de mí. Y en lo que ellos me consuelan, las ideas empiezan a asomarse por mi cabeza dormida — Mi hermana… — balbuceo por debajo del respirador, me parece escuchar que se encuentra bien y eso es lo único que puedo registrar en lo que me dejan en un sitio que no reconozco, a salvo, en donde no se escuchan hechizos ni disparos. Hay silencio, por eso creo que oigo que alguien pasa por el pasillo quejándose de que le duele vaya a saber qué cosa. Poco a poco, la anestesia se va evaporando y el ruido de mi respiración debajo de esa cosa que me deja respirar aire puro empieza a aturdirme.

Cuando giro la cabeza hacia un lado veo una ventana cerrada y me parece reconocer el Capitolio; del otro lado, un biombo me cubre la visión. Frente a mí se encuentra una cama vacía, tal vez aguarda a otro pobre infeliz. Las ideas empiezan a apilarse, recuerdo los disparos y el cruciatus. Me estremezco de forma involuntaria justo antes de escuchar una voz familiar, seguida de los sanadores que parecen querer mantenerla sobre la cama. Es uno de ellos el que corre el biombo para chequear mi estado y puedo ver perfectamente a Phoebe, quiero decirle algo pero mi voz se siente muerta y mi boca increíblemente pastosa. Ni siquiera alcanzo a empujar el respirador, que la puerta se abre de par en par y por ella se cuelan los rostros que más esperaba ver, porque nunca nadie te dice lo mucho que te importa alguien hasta que temes que no volverás a verlos. No es hasta que la tengo cerca que estiro la mano para tomar los dedos de Meerah, a quien le fuerzo una sonrisa — Para no perder la costumbre — bromeo. Es lo único que me queda hacer cuando todo se ha ido a la mierda.
Hans M. Powell
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Mohini R. Khan
Agradezco enseguida que Poppy sea tan rápida en traer las bebidas, porque con un poco de café en vena, ese que no me dio tiempo a tomarme antes de salir por patas de la casa, siento que el cerebro me funciona mejor. Así, puedo utilizar todas mis energías en tratar de mantener la calma, además del espíritu, que pese a mi llegada sigue manteniéndose bajo. No es hasta que Lara dice que Hans fue llamado al frente que me remuevo un poco en el sitio, porque a mi yerno se le puede dar de lujo eso de dar sermones, pero en lo que viene siendo combate... Bueno, digamos que no estoy muy segura de que sea el mejor en su línea. Claro que no puedo ir y decirle eso a mi hija como consuelo, obtendría precisamente el efecto contrario, así que me tengo que sacar un tranquilizador de la manga. — Tenemos que confiar en que la seguridad del país ejerza su trabajo. — aseguro, es una promesa hecha al aire cuando ni unos segundos después, la televisión vuelve a titilar en titulares rojos.

Las horas se me hacen eternas, pegada junto a la pantalla del televisor con mi familia a la espera de noticias que sean un poco más alentadoras que las letras que atraviesan de un lado a otro, ni hace falta que los periodistas de última hora griten para hacerse saber que la batalla no pinta bien para el ministerio. Yo que siempre le dije a mi hija de no morderse las uñas, precisamente soy la primera en hacerlo cuando el nerviosismo puede conmigo, hasta que me doy cuenta de lo que estoy haciendo y paso a tragar otra taza de café entera para matar el tiempo y así entretener mis labios. Pasa un buen cacho de tiempo cuando Lara decide que, después de ver como el distrito nueve cae a manos de los rebeldes, debemos ir al hospital enseguida y, sin rechistar, asiento con la cabeza con firmeza.

Aparecerse en el hospital, con todo el jaleo que hay montado, no resulta una agradable noticia para la enfermera que se encuentra detrás del mostrador, tecleando vaya a saber qué cosa. Es obvio que nuestra presencia le molesta, en otras circunstancias, es decir, si fuera yo la que estuviera parada a ese lado, la entendería por completo, pero ahora mismo soy yo la que acompaña la mirada severa de mi hija cuando lo único que aporta la sanitaria es que debemos esperar. Es una sorpresa para mí el que nos topemos con Charles en medio del pasillo de que lleva a la sala de espera, pero mi cara de sorprendida se va más hacia sus palabras antes que a su presencia. — Momento... ¿Phoebe no está contigo? — supuse que se habrían enterado de lo de Hans y que estarían aquí por eso, no llegué a pensar que...

No tengo tiempo a preguntar más que alguien nos indica que se puede pasar a la sala donde todavía están acomodándose del postoperatorio, siendo que las habitaciones están a reventar de heridos y todavía no parecen haber organizado un sistema de camas adecuado para la situación. — Ven, dame a la niña... — le murmuro a Lara, cogiéndola de sus brazos para que tenga total libertad a la hora de entrar a ver a su prometido. En ningún momento me despego de ellos, los sigo hasta encontrar con que una cortina separa a los hermanos Powell, ninguno tiene un aspecto especialmente agradable, a pesar de que el esposo de Phoebe dijo que se encuentran fuera de peligro. — ¿Qué narices pasó? — ¿debería guardarme estas preguntas para luego? Por supuesto, pero también cuento con el factor de que me puede la ansiedad por las circunstancias.
Mohini R. Khan
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M. Meerah Powell
Fugitivo
El ministerio perdió el distrito nueve y tres cuartos. Lo veo en la pantalla, lo escucho de las irritantes voces de los presentadores, pero demonios no dicen nada de quienes quedaron dentro. ¿Acaso no van a dar nombres? Nos mantienen en vilo, a la espera de un informe que no aparece y solo repiten una y otra vez lo único que al parecer saben. Los rebeldes han ganado el distrito y están permitiendo la retirada. ¿Qué significa eso? Que significa eso para mi padre particularmente. Y me enoja, me enoja el no poderme poner feliz por ellos y por lo que han conseguido. Porque si lo consiguieron a costa de mi padre, si no puedo volver a verlo después de hoy… No. Me niego. Y Lara también lo hace porque antes de que podamos decir nada ya está decidiendo que lo mejor es ir al hospital.

Lo prefiero, incluso cuando al llegar todo es un caos, y que nadie parece querer decirnos nada. Prefiero la vorágine y el descontrol antes que la tranquilidad de la sala, demasiado grande para cuatro personas cuando la ausencia de una es tan notoria. Y juro que trato de prestar atención a todo lo que pregunta Lara, y a las casi nulas respuestas que le dan, pero he perdido el hilo y no es hasta que Chuck aparece y ella le grita para llamar su atención que me entero que Phoebe también está aquí. ¿Qué?

Creo que el corazón se me va a salir del pecho, pero antes de que me internen aquí dentro también una de las sanadoras nos llama y no tardamos en adentrarnos en una de las habitaciones apartadas dentro de la guardia. Y no me gusta lo que veo, porque Hans está despierto pero el respirador contra su rostro hace que se vea todavía más pálido y enfermo de lo que debería estar. ¿Cómo pudo haber pasado tanto en tan poco tiempo? Hoy a la mañana estaba bien. Y sé que dije que no me impotaría verlo en una habitación blanca siempre y cuando estuviera bien, pero no era esto lo que quería. Me aferro a su mano con fuerza, y la levanto lo suficiente para presionar un beso sobre ella, dejando que las lágrimas corran por mi rostro mientras reprimo el impulso de tirarme encima para abrazarlo. - No es gracioso. Ya te quiero ver si en algún momento te hago lo mismo. No es bonito. - Reprocho con una mueca infantil, tratando de reprimir el sollozo mientras observo de reojo la cama de Phoeb. - En serio, papá. Como vuelvas a terminar en una habitación de estas, seré la peor adolescente con la que podrás lidiar. ¿Cómo te sientes? ¿Cómo está Phoebe? ¿Qué pasó? - Y sí, Mo ya anda encargándose de todo con sus habilidades organizadoras, así que me permito quedarme aferrada a él. Sin solltarlo.
M. Meerah Powell
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Invitado
Invitado
Está fuera de peligro, es lo que importa, me inunda el alivio por esas simples palabras. Que es delicado ya todos los sabemos, no sé de dónde demonios le salen esas ideas de que puede ir al frente a hacer el trabajo del inepto de Weynart o el cobarde de Aminoff, ¿por qué lo hace? Su trabajo está en un sillón muy cómodo para su trasero como para que vaya por ahí queriendo patear otros y me duele verlo en una de las camas de la sala, con el respirador puesto y tan blanco que tengo miedo de que al tocarlo se haga trizas. Mohini se hace cargo de la bebé y así me quita ese peso que estoy usando de escudo para todo esto, tengo que enfrentarme de lleno a la realidad de que Hans vuelve a estar tirado sobre las sábanas de un hospital y tenga a Meerah casi llorando a su lado, porque ninguna hija debería tomar esto como costumbre. Darle un golpe en el pecho por bromear sobre eso podría quitarle el poco aire que está juntando en sus pulmones así que me contengo. Permanezco de pie detrás de Meerah con una mano sobre su hombro y mis ojos pasan de Hans a su hermana en la cama vecina, hasta que retiro la vista para darle la privacidad de su propio encuentro con su esposo.

Camino hacia atrás unos pasos hasta dar el cuerpo con el Mohini y me giro para quedar de frente a ella, coloco mi barbilla sobre su hombro para poder recargarme. Paso un brazo por su espalda para sujetarme mientras espero que Hans comparta su versión de los hechos, esos que puede compartir por ser el blanco de todas las balas, las vendas que permanecen en su cuerpo me hacen imaginar la situación y estoy segura de que será peor cuando logre ponerlo en voz alta. Recupero a la bebé de los brazos de su abuela y aunque deteste que esto llegue a convertirse en una costumbre real, la llevo cerca de la cama de su padre para que él pueda verla. Se la entrego a Meerah, así ella sostenerla y que ambas estén juntas, sujetando la mano de Hans, creo que lo único de su cuerpo que puede ser rozado sin que aúlle del dolor, claro que debe estar tan drogado que lo tendremos contando unicornios otra vez. Echo otro vistazo a Charles con Phoebe, las niñas pueden quedarse con él, y toco el hombro de Mohini para llevarla conmigo. —Hablemos con los sanadores— sugiero lo suficientemente alto como para lo escuchen tanto Meerah como Hans. —Volveremos pronto— prometo, es el tono quebrado en mi voz lo que me hace volver hasta la cama para buscar su otra mano y recoger sus dedos son los míos, acariciarlos suavemente. —Volveremos pronto— repito y los suelto para poder salir con Mohini de la habitación después de tomarla del brazo, pareciera que le estoy indicado el camino, pero no lo necesita.

Soy yo la que necesita algo a lo que sujetarme y cuando estamos fuera de la habitación, en medio del pasillo, la detengo para rodear su cintura con mis brazos. —Mo— su nombre me sale con un sollozo que escondo en su hombro, me duele todo por dentro y no creo que haya analgésicos para mi estado, me desbordo en llanto sobre el hombro de mi madre. —No podré— balbuceo con dificultad, —no podré hacerlo—. No aclaró qué. Nunca se volverá una costumbre para mí, no puedo ver cada una de estas situaciones como algo que inevitablemente deberemos pasar y confiar en que nos encontraremos al final. No confío en mi escudo como para avanzar a través de las balas hacia un par de ojos azules. Somos fuertes, pero no indestructibles. —No puedo aceptar que un día acabará así, en este lugar— susurro al aire, el ajetreo de la gente a nuestro alrededor opaca un poco mi voz. —Frente a una cama vacía.
Anonymous
Charles B. Sawyer
Personal de Defensa
No me interesa el resto del planeta en cuanto puedo poner un pie en esa habitación que huele a medicamento. Apenas me fijo en el estado penoso de Hans, mis ojos están más ocupados en ver como Phoebe está siendo tranquilizada por una enfermera que tiene que hacerse a un lado por culpa de mi tamaño, ese que se impone para poder alcanzarla. Por un momento me olvido de que está herida, porque tengo la urgencia de que mis brazos la rodeen y me recuerdo que debo ser más suave que de costumbre. ¿Pero cómo puedo hacerlo, cuando hasta hace un rato no sabía si tocarla iba a ser una opción a partir del día de hoy? Me siento temblar, la manera en la que hundo mi cara entre su cabello me permite el ignorar las voces a mi alrededor, hasta que creo que Mohini y Lara han salido al pasillo.

Me separo para poder mirar en sus ojos, paso las manos por su rostro en busca de quitarle los mechones pegajosos de cabello. Mis labios tiemblan en una sonrisa, soy perfectamente capaz de sentir el ardor en mis ojos y, aún así, me niego el ponerme a llorar como un crío, si lo que ella necesita ahora mismo es seguridad y firmeza — Nunca más volverás a ir a una reunión en una alcaldía. A partir de ahora, que los niños hagan excursiones en sus casas — intentar bromear puede ser la única salida que encuentro frente a una crisis, que no estoy acostumbrado a que las cosas nos sucedan tan de cerca. Beso su frente y luego sus labios, en lo que una de mis manos se apoya con sumo cuidado sobre su vientre — Por si no te lo dijeron, el bebé está bien, tú estás bien. Estaremos bien y seguros. No me iré a ninguna parte — aunque los sanadores me quieran sacar a las patadas, no me importa en lo absoluto.

Me permito el acomodarme a su lado, tanteando entre la sábana hasta dar con su mano, la cual se encuentra conectada al suero. Acaricio su palma en lo que nuestros dedos se unen, seguro de que seremos de los pocos que han tenido suerte en esta guerra, porque lo único que puedo ver es que los enfrentamientos aumentan y, de seguro, también las muertes — Intenté pasar y llegar a ustedes, pero no pude… — meneo la cabeza, mi mirada busca expresarle cierto grado de disculpa — Dicen en la televisión que los rebeldes tomaron el distrito — supongo que ellos dos deben saber mejor los detalles, pero necesito confirmarlo.
Charles B. Sawyer
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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
Al instante de querer elevar siquiera un poco la cabeza de la cama, creo que empiezo a recordar todo lo que ha pasado, en especial el golpe que me dieron en la misma antes de caer inconsciente. Los recuerdos empiezan a aflorar en carne viva y me eriza todos los pelos del cuerpo, lo cual aumenta mis niveles de ansiedad al punto de que si no salto del colchón es porque tengo a una enfermera impidiendo que lo haga. Ni siquiera escucho lo que dice en un intento de calmar mis nervios, no es hasta que los brazos que reconozco como los de mi marido me rodean que puedo sentir como los latidos de mi corazón se reducen considerablemente. — Charles... — el llanto que se ahoga en mi garganta apenas hablo me lo trago apretando los párpados con fuerza, escondiendo mi rostro en su pecho en lo que su propio olor sirve como un analgésico más potente que el que está corriendo por mis venas. Huele a él, a casa, al lugar donde hace unas horas no pensaba que volvería a ver.

Para mi gusto se separa demasiado deprisa, salvo que no lo hace del todo y puedo observar su rostro a una distancia que me hace desear no volver a salir de casa en lo que resta de vida. La mano que siento libre de sueros va a parar sobre mi vientre, encima de la suya en lo que me permito acariciar sus nudillos, sin apenas apartar la mirada de sus ojos. — ¿Está bien? — vuelve a temblar mi voz, porque creo haber escuchado esa frase de alguna enfermera o sanadora, pero después de lo que ha ocurrido hoy ninguna de las veces será suficiente hasta oírlo de boca de su padre. — Charlie, yo creía que... pensé que iba a perderlo de nuevo, que no volvería a verte, a ninguno. — no me salen las palabras, decirlo en voz alta suena peor que tenerlo asociado a mis pensamientos, incluso cuando los mismos son tan potentes que me hacen vivir una y otra vez los hechos a pesar de que me asegura que no va a irse a ninguna parte.

Porque yo no estoy acostumbrada a estas cosas, cuando salí de casa esta mañana, ¿sigue siendo el mismo día?, no imaginé que existiera la posibilidad de que no volviera. Me despedí de mi marido como todas las mañanas, sellando la vuelta con un beso casual, sin mucho más que esperar que el regresar a su lado después de una jornada laboral tranquila. Está claro que tranquila no fue precisamente. — ¿Estabas allí? — mi mirada se va hacia él en lo que permito que se acomode, así puedo apoyar mi mejilla sobre su pecho, apretando con fuerza sus dedos en caso de que sea irreal. Me cuesta pasar saliva cuando trato de poner un orden cronológico a los hechos, asintiendo con la cabeza como respuesta hasta que me aseguro que formularlo en voz alta no va a romperme. — Entraron al despacho, exigiendo hablar con Magnar, empezaron a atacar cuando... cuando se dieron cuenta de que los aurores no iban a marcharse. — ¿fue así como ocurrió? Creo que es mi subconsciente que prefiere ahorrarse los detalles, en especial el que el alcalde saliera corriendo cuando todo se fue a la mierda, empujándome en el proceso. Solo espero que si sigue vivo, lo hayan relevado de su cargo. — ¿Dices que han tomado el distrito? — no sé ni para qué pregunto, cuando la última visión que tengo es la de Benedict Franco abalanzándose sobre mí en un panorama nefasto para la seguridad nacional. — Hans, ¿dónde está mi hermano, Charlie? — es obvio que la desorientación que llevo encima no me está haciendo ningún favor, porque creo ver a Lara y ¿Mo? pasar por delante, lo que me lleva a girar el cuello hacia el otro lado de la cortina. — ¿Hans?
Phoebe M. Powell
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Ni se te ocurra — es lo único con lo que atino a amenazar, que el que debe terminar en una cama de hospital soy yo, no ella. Si hay una razón por la cual accedo a cumplir todos los caprichos del presidente en los tiempos que corren, es para que ni ella ni su hermana se vean comprometidas en el futuro, seguras en un mundo que las mantenga lejos de la guerra. Su beso me sana, su agarre hace que el mío se vuelva más firme en lo que respondo tanto a ella como a Mo — Un par de balas, un cruciatus… ya saben, lo normal — mis ojos se fijan en Lara, cuyo rostro no puedo leer con exactitud. ¿Cómo… cómo puedo decirle todo lo que he visto? Me siento incapaz de decirlo, incluso cuando sé que va a descubrirlo por su cuenta — Phoebe… no lo sé — ¿Cuál es su diagnóstico? Ladeo mi rostro en dirección al biombo que nos separa, oyendo los murmullos de Charles. Sé que está viva, pero eso es todo. No sé cómo es que terminó aquí.

Ver a Tilly, cuyo rostro es el único que no denota signo de preocupación gracias a su ignorancia, es todo lo que necesito para apartar el respirador. Que se joda el sanador que me dice que debo tenerlo puesto para terminar de limpiar toda la porquería que me pusieron, necesito tener ambas manos libres para recargarme en una en lo que la otra acaricia la mejilla de mi bebé. Es el anuncio de su madre el que me hace alzar los ojos en su dirección y quiero pedirle que se quede, pero solo me gano una caricia y es el cansancio adolorido el que lo acepta, haciendo que me deje hundir en la almohada. La sigo con la mirada hasta que desaparece y oigo como Phoebe pide por mí. Un vistazo a unas enfermeras basta para que vuelvan a apartar la cortina.

Mi hermana siempre ha sido delgada, pero la palidez la hace parecer un fantasma. En vista de cómo su marido parece no soltar su vientre, doy por entendido que el bebé se encuentra completamente a salvo. Por un momento, no encuentro las palabras. Mi respiración se agita al tratar de contenerme, porque hay algo que se va aflojando en mi interior hasta que no puedo hacer otra cosa que sonreírle. No es una sonrisa feliz, de todos modos — Lo siento mucho. Por todo — porque si nos moríamos esta mañana, habríamos desperdiciado nuestro tiempo peleados por personas que no valen la pena como lo hace la familia. Fui un desgraciado, exactamente como mi padre. Y no sé si es porque el moverme me causa un dolor punzante, o porque ella ha estado en el medio, o porque recuerdo el cuerpo tendido en el vestíbulo, pero prenso los labios que tratan de no temblar en lo que siento mi rostro enrojecer, en lo que por primera vez puedo rendirme ante el pánico. Uno que me hace llorar como un imbécil en lo que busco sostenerme de mis hijas porque allí donde como gobierno perdimos una batalla y un distrito, yo perdí la seguridad de saber lo que estaba haciendo para cuidar de mi familia. Y a mi alrededor, los que me importan siguen muriendo.
Hans M. Powell
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Mohini R. Khan
La cara que le dirijo a mi yerno debe de decir lo que no hago con palabras, que no debe bromear, que su hija ya está lo suficientemente asustada como para que ande diciendo estas cosas como si no hubiera sido grave. También es una mirada de consuelo dentro de lo serio, que no voy a ponerme en modo suegra petarda en estas circunstancias, ¡pero es que a mí también me preocupa! Solo porque es el padre de mi nieta, claro… no es que me haya encariñado con él y su familia desestructurada, para nada. Que yo sé que los hermanos Powell han estado sin hablarse una temporada, ¡tonterías si a mí me lo preguntáis! Si me hubieran dejado intervenir, esto se hubiera resuelto en una hora de estar sentados en una mesa, que hasta no obtener una solución yo no los hubiera dejado levantarse. Pero claro… con esta familia hay que andarse con cuidado con los temas que se tocan, que uno nunca sabe en qué arenas movedizas se está metiendo.

No espero que mi hija tome la decisión de salir de la habitación, viendo el estado en el que está su prometido, más no puedo hacer otra cosa que tenderle a la niña para que ella la acomode sobre los brazos de Meerah y así poder salir tranquila. La sigo porque parece ser eso lo que quiere que haga, con la excusa de ir a hablar con los sanadores que no lo niego, alguno debería pasarse por aquí a darnos un poco más de información, pero no vamos a ponernos exquisitos cuando la situación en el hospital con los heridos todavía es crítica. Detengo mis pasos cuando llegamos a una esquina del pasillo, allí donde no pueden escucharnos ni los de la sala ni los que atraviesan el corredor en busca de sus seres queridos. — Para. No, mírame. — tengo que ponerme algo seria por las dos cuando comienza a balbucear, ni siquiera permito que se acomode sobre mi hombro más tiempo del necesario, que ya estoy tomándola de la barbilla para alzarla y separarla de mí, en busca de que me mire fijamente. — Esto — con un dedo hago círculos sobre su figura delante de ella, muy pequeños pero que señala su estado. — Esto que estás haciendo ahora mismo no es lo que necesitas, y desde luego no es lo que necesitan allá dentro. Mírame. — por si no lo estaba haciendo ya, vuelvo a tirar de su mentón esta vez manteniendo mis dedos unos segundos en su piel. — No hay nada en este mundo que te puedan lanzar y no puedas con ello, ¿de acuerdo? Da igual lo que te arroje, en esta familia no tiramos la toalla. Me importa poco lo que pueda pasar o lo que pasará, lo que importa es el ahora y lo que hagas con ello. Tomas lo que viene con fuerza y agallas, eres valiente cuando los que quieres no pueden serlo, lo eres por ellas, por él. De mañana te preocupas mañana, no hoy, cuando lo que necesitan ahora es que estés ahí, a su lado y sosteniendo su mano, ¿ha quedado claro? — levanto yo también mi barbilla como ejemplo de lo que tiene que hacer, que en momentos como este no viene mal el recordatorio de lo que somos en esta familia por sobre todas las cosas es fuertes.

Suelto el aire que he estado conteniendo para dar un matiz más severo a mi charla, a pesar de que más que severo lo que intento infundir en ella es seguridad y confianza. — Así que vas a ir ahí dentro, y vas a quedarte, por el tiempo que haga falta, eres fuerte por él hasta que se recupere a sí mismo. Entonces sabrás que sí puedes hacerlo, porque si estás hoy estarás mañana, mañana serás un poco más valiente que ayer. Pero sigue siendo tu decisión, sobre lo que quieres hacer a continuación... — extiendo mi mano hacia la puerta de la sala por la que hace nada y menos hemos salido, posando la otra sobre su hombro para girar su cuerpo hacia ella y así sea ella misma quién decida qué paso desea tomar en lo siguiente.
Mohini R. Khan
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M. Meerah Powell
Fugitivo
- Lo normal dices, lo norm… argh. Pero que ganas de, de… ¡Pellizcarte! - Porque era mi padre, y a mi padre no podría amenazarlo con abofetearlo si es que seguía poniéndose en peligro, pero ganas no me faltaban y tengo que expresarlo de la manera más viable dentro de mi pequeño enojo o frustración. - Quiero que sepas, que la próxima vez que te llamen de esta manera, o me aferro a tu pierna y entreno a Tilly para que haga lo mismo con la otra, o voy a tirarle de las orejas al presidente. - Que ahora que lo pensaba, si Audrey había sido hija de Sean, y Magnar de Jamie, ¿eso no los hacía una especie de hermanastros?... ¿Magnar era mi tiastro? DIUJ. Porque no podía tener al tío borracho de las fiestas, ¿no? Tenía que tener a un cuasi dictador demente como una especie de tío que jamás reconocería como tal, a un abuelo terrorista con bombas sorpresas, y a mi tía fugitiva aliada con los rebeldes. Ya podía visualizar mi árbol genealógico.

Me sorprende la repentina partida de Lara, pero el peso de Tilly actúa como una especie de bálsamo cuando puedo rodearla con mis brazos. Su inocencia es casi revitalizante y parece tener ese mismo efecto sobre nuestro padre, quien se estira hasta acariciarla, ignorando las indicaciones que puedan haberle dado. Lo entendía, Mathilda era como una brisa fresca, mucho más sana que cualquier respirador artificial.

Y luego la voz de Phoebe se hace escuchar, y el efecto es inmediato. O casi, porque si no lloro cuando la veo en el momento en que las enfermeras apartan la cortina; sí lo hago cuando veo la expresión en el rostro de Hans. Porque él no era una persona necesariamente cerrada, pero ahora mismo podía mirarlo como si fuese transparente. Y no sé si lloro de que estemos felices de estar juntos, o si lloro por poder notar la pesadumbre de toda la situación, Pero trato de recargarme contra la mano de mi padre para hacerle saber que estaba allí. Con o sin dilemas, lo que más importaba en esto momentos era el pequeño mundo que conformaba nuestra familia.
M. Meerah Powell
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Invitado
Invitado
No es lo que necesito, pero lo que necesito le rompería los pocos huesos sanos que le quedan a Hans. No puedo abrazarlo como si no fuera a soltarlo nunca si está tirado en una cama con un respirador ocupándose de la tarea de que llegue aire, tengo miedo de tocarlo siquiera, de que el mínimo roce le devuelva el dolor de todo lo que pasó. Tampoco puedo llorar delante de él, de Meerah o de la bebé para desahogar la angustia contenida de todas estas horas en que me martirizó la posibilidad de que no hubiera vuelto del distrito nueve, ¿y entonces qué? No me bastan todos los momentos que dijimos que guardaríamos para nosotros si esto se ponía peor, quiero todos los momentos que vendrán y quiero un maldito futuro con él. No quiero verlo salir por la puerta una y otra vez en una despedida interminable que algún día sí podría ser la última, quiero que se quede a mi lado y pueda ver desde cerca cómo cada uno de sus cabellos que no sabemos todavía si son rubios o castaños se vuelven canas. —Procuro ser valiente, Mo. Trato de ser fuerte, como siempre lo he sido, mucho más, nosotras nunca nos echamos hacía atrás, avanzamos, no voy a dar la vuelta ahora…— estoy meneando mi barbilla con nerviosismo, ahogándome entre mis sollozos mientras me limpió a manotazos las lágrimas calientes en mi rostro. —Pero no importa lo fuerte que pueda ser o llegar a ser, si algún día no vuelve, va a destrozarme. Y todo me dice que así será, que tengo que acostumbrarme a la idea, aceptarlo y dar la cara a esto… y no puedo, quiero para nosotros mucho más que ese final— otra vez, Lara, otra vez queriendo tocar con las puntas de los dedos lo imposible e inalcanzable, como de niña cuando quería llevarme la luna a casa. —Solo son dos minutos para llorar, Mo— la calmo cuando deja libre para mí la elección de volver o no. —Le dije que volvería.

Y eso es lo que hago luego de parpadear un par de veces para que se me vaya el enrojecimiento de los ojos, lástima que la punta de la nariz va a delatarme de todas formas. Camino por delante de Mohini para ir hacia la cama y rodearla así puedo mostrarle una sonrisa vacilante a las niñas, me enfrento al rostro hundido en la almohada de Hans al deslizar mis dedos por la palma de su mano para sujetarlo con mi pulgar rozando donde los latidos pueden sentirse en su muñeca sobre las líneas de venas. —Aunque te veas fatal, creo que verte en una pieza supera a todas las veces que te he visto antes. Creo que, de hecho, acabo de experimentar siete años tarde lo que es verte y decir «mierda, cómo me gusta este hombre» — procuro que la risa esté en mi voz aunque sea incapaz de soltar una carcajada. —No sabes lo que me alegra verte en una pieza— reconozco con mi tono traicionándome al oírse roto. —Tanto como para ir a llorar a escondidas, idiota— no hay que perder la costumbre de quienes somos y los apodos cariñosos.

Al final de todo es como dice Mo, por el mañana nos preocuparemos mañana y hoy estamos vivos, su piel sigue siendo tibia bajo la mía y está aquí para poder agarrarme a él, no porque caiga o porque caigo yo, somos dos cayendo y mientras sus dedos estén entrelazados a los míos ese segundo se detiene, caer se parece demasiado a volar, siempre lo he sabido. —Hans Powell— si lo llamo por su nombre y apellido esto suena más serio y así consigo toda su atención, por drogado que lo tengan los calmantes. Quiero tener que decírselo una sola vez y que no haga falta repetirlo. —Eres el amor de mi vida y eso te compromete a tratar de mantenerte vivo, ¿me oyes? Porque pienso vivir mucho, lo suficiente como para ver a las niñas huyendo de nosotros para ser independientes y demostrándonos que son adultas capaces de tomar sus propias decisiones, lo suficiente como para que Tilly sea la que cargue con bebés propios. Así que es tu deber mantenerte vivo, ¿sí? Porque tengo una vida muy larga por delante amándote y lo menos que puedes hacer es estar presente—. Mierda que me escuecen las lágrimas otra vez detrás de los ojos. —Por respeto al menos, hombre, digo…— acaricio su piel con mi pulgar y aunque es poco consuelo para mí, lo tomo.
Anonymous
Charles B. Sawyer
Personal de Defensa
¿Dónde más iba a estar? — que no iba a quedarme sentado en casa, mirando la televisión en la espera de alguna señal de que estaban bien. Al menos iba a estar quitándome la frustración con un auror que de seguro me detestó por hacerle difícil su trabajo — Ellos… bueno, es lo que dan a entender en las noticias. El nueve ahora le pertenece a Black — tengo que hacer un enorme esfuerzo para no rodar los ojos ante las ínfulas que debió haberse dado el chico para reclamar un distrito entero, pero a la vez tengo que admitir que me llena de curiosidad. Siempre he sido consciente de que hay demasiadas fallas en nuestro sistema, pero la manera que tienen los revolucionarios en marcar sus diferencias es bastante cuestionable — Aminoff aún no se ha anunciado al respecto. Por lo que vi, le prohibieron regresar al campo de batalla y se vio obligado a anunciar la retirada — parecía que lo habían molido a palos, pero algo en su rostro indicaba que habría vuelto a comérselos vivos si hubiera podido. De él, el canibalismo no me sorprendería.

No llego a contestar, que Hans ya se está haciendo notar desde su lecho de muerte y bien, no me esperaba que se ponga a llorar con unas disculpas que me hacen mirar a mi esposa de reojo, a ver si ella puede explicarme lo que está sucediendo. ¡Y Meerah también se pone a llorar, para variar! ¿Ahora es cuando alguien tiene que ofrecer comida o meter un chiste forzado? Por favor, Mo, regresa… ¡Y lo hace! Pero con Lara, que también se ve llorosa. ¿Cuántos galeones acepta la máquina de café para poder marcharme? — ¿Alguien… necesita algo? ¿Una bebida? ¿Pañuelos? — ¿Un psicólogo? Por las dudas, presiono la mano de Phee, dejando en claro que seguiré con ella.
Charles B. Sawyer
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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
En casa, resguardado en casa, no esperando a que un auror le pegue un puñetazo por estar donde no debía cuando no debía, es lo que pretendo decirle cuando le miro, tragando la saliva porque no me salen las palabras. En verdad lo que ocurre es que agradezco que se haya tomado la molestia, incluso cuando ha sido una estupidez el hacerlo. Escuchar que el nueve le pertenece al bando rebelde ahora es lo que menos me preocupa en estos instantes, si voy a ser sincera, cuando hace unos minutos creía que podrían haber dañado a mi hijo. Aun así, aprieto los labios, porque los recuerdos empiezan a aflorar en mi cabeza y no resulta agradable visualizar la imagen del cuerpo sin vida de Jack, tampoco de Rose en el pasillo cuando tuve la oportunidad de salir del despacho. Es por eso que no digo mucho más, hasta que puedo ver que mi hermano se encuentra de una pieza pese a su terrible aspecto, y el hecho de que lo primero que suelte sea una disculpa todavía me pone peor por dentro. — Hey... — el gesto es un poco bobo, pero aprovecho que la cortina está corrida, que el espacio es limitado y estamos cerca, para estirar mi brazo largo y delgado que me queda en su lado y atrapar su mano, más bien sus dedos, en un apretón cariñoso. — Yo también lo lamento, Hans. — no separo mis labios cuando lo hago, por miedo a que se escape algún llanto, pero sí consigo sonreírle en cierta medida.

Regreso la mirada hacia mi esposo cuando por la puerta aparece Lara de vuelta, seguida de Mo, y me veo obligada a soltar la mano de mi hermano, solo para terminar posándola sobre el brazo de Charles en lo que los dedos de mi otra mano se dedican a acariciar los suyos. De esta manera puedo respirar un poco más calma, sabiendo que todo lo que necesito está aquí, reunida en una habitación, quizá no en las mejores condiciones, pero junta, al fin y al cabo. Es mucho más de lo que van a tener otros a partir de ahora. — Vamos a casa, Charlie. Llévame a casa. — es lo único que le pido, no pañuelos, ni algo para beber, solo que me saque de este lugar al que nadie le agrada, pero que a mí especialmente me incomoda cuando pudo haber corrido peligro la vida de este bebé, una segunda vez. Prometo que a partir de ahora solo serán sesiones con la medimaga que nos atiende por lo que vendremos, que no pienso salir del distrito cuatro hasta que este embarazo haya llegado a su término y sé, por supuesto que lo sé, que solo lo voy a cumplir por la próxima semana porque, tristemente, la realidad no espera a nadie.
Phoebe M. Powell
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