The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Jolene W. Yorkey
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Aquel tipo dijo algo del distrito cinco, pero cuando llego en este domingo por la tarde, todo parece tan silencioso que dudo siquiera que existan borrachos en un lugar que parece muerto. Es la primera vez que regreso al norte después del saqueo de los dementores hace dos semanas, pero aún así el viento se percibe helado, como si los encapuchados siguieran rondando por aquí en busca de culpables. ¿Se sentirá la misma vibra en todos los rincones de estos distritos? ¿Cómo será vivir aquí, con el miedo soplándote constantemente en la nuca? Tengo una mala espina, de esas que te murmuran una y otra vez que tendrías que haber pedido algo de compañía, porque las opciones de que algo salga mal son cada vez más grandes y estoy empezando a preguntarme si en verdad todo esto vale la pena. ¿Cómo haré para seguir hacia delante, cuando es posible que mis esfuerzos no vean recompensa alguna? Es obvio que el gobierno ya se está encargando, aunque no parecen tener demasiada suerte porque nadie se ha rendido, ni siquiera han proclamado nada.

En mi búsqueda de un lugar digno para una reunión clandestina, acabo en la clase de edificio que me da escalofríos por sí solo. El antiguo estadio parece un armatoste mal cuidado, es la clase de espacio que me hace dudar sobre cómo deben verse las antiguas arenas, si es que aún siguen de pie o si las han destruido hasta los cimientos. No hace frío, pero me acomodo el delgado abrigo que me protege de las temperaturas cambiantes del otoño, aunque dudo que sea éste el que ha dejado el césped reseco. Todo aquí huele a viejo, pero está tan silencioso que estoy segura de que no encontraré ninguna pista y suspiro con resignación. Si los borrachos no salen de noche, mis opciones se ven reducidas y tendré que hacer preguntas a los grupos que se amontonan en algún lugar de este sitio. Que vamos, es un estadio abandonado de fácil acceso, de seguro está lleno de vagabundos.

Estoy dándome la vuelta para salir del campo cuando puedo divisar un cabello plateado en una de las entradas, por un momento me detengo de prepo, segura de que estoy alucinando. Un segundos, dos… momento, las alucinaciones no son tan constantes, al menos no las que son producidas por meros sustos — ¿Synnove? — tengo que estar enloqueciendo, no encuentro otra acción lógica. Se ve más… roñosa, por decirlo de alguna manera, aunque dudo mucho que esté en verdad sucia — ¿Synnove Lackberg, eres tú? ¿Pero qué…? — doy algunos pasos hacia ella, meneo la cabeza cerrando los ojos al tratar de hacerme la idea — Esto explica por qué no volví a verte — admito. De entre todos los lugares, este sería el último en el cual la hubiera imaginado.
Jolene W. Yorkey
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Invitado
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Manoteo una de las bolsas de tela que tenemos para cargarla con mi cuaderno de bocetos que está tan vacío que parecería nuevo, si no fuera por los bordes lastimados de tanto manosearlo. Elijo irme al rato de tener a Holly y Mimi hablando en la cocina, no porque algo en todo lo que dicen pueda molestarme, para nada, el murmullo entre ambas es distante para mí por estar tirada en la cama. Si me levanto para irme con la excusa de que necesito un poco de aire y fuerzo a mi voz a que suene calma, es porque creo que me pondré a gritar en cualquier momento pidiendo que se callen. Y yo no soy así. Todo se siente distinto en el distrito cinco para mí desde hace unos días, no puedo retomar esa rutina que teníamos con Mimi de las tareas más básicas. Lo de llorar hasta con ojos secos dio lugar a un humor inestable por culpa del cual podría terminar pidiéndole a Holly que vuelva a su casa cuando no ha estado más de media hora con nosotras.

El estadio es lo suficientemente grande como para ser un punto perdido entre sus tribunas y colmo mi pecho del aire que llena la cancha. La ironía de los cementerios, así como este estadio parece ser, es que el aire siempre va cargando de algo oscuro por la nostalgia de estos lugares donde se han sembrado penas y también de algo nuevo por todo lo verde que ha crecido después, algo limpio y más agradable en el viento, que olisqueo distrayéndome de mi propósito de estar aquí para sacar los carboncillos. Los mismos que siguen en la bolsa cuando he decidido que es momento de volver, ya he tenido mi tiempo a solas para pensar. No espero encontrarme con nadie más que con fantasmas en un monumento como este, cuando una voz me saca de mi ensimismamiento camino a la salida y tropiezo con mi voz al estar a punto de llamar a la mujer que tengo enfrente como “profesora Yorkey”. —¡Jolene! ¿Qué…?— recuerdo que ella me pidió que usara su nombre y así lo hice el poco tiempo que estuve ayudándole con las clases de arte a los más pequeños. —Estoy viviendo aquí— le digo, para mi sorpresa no hay en mi tono ni disculpa ni vergüenza. —He decidido dejar la escuela un tiempo…— que podrían ser años o para siempre, eso no lo digo. —Pero tú… ¿qué haces por aquí? Y… aquí— abarco con mi mirada este estadio, ¿será que hay gente del Capitolio que también elige de estos lugares para venir a pensar? Es un viaje largo. —Ven, vamos a sentarnos un rato. ¿Puedes?— tomo de su muñeca para llevarla a la entrada más cercana a las gradas para poder acomodarnos ahí.
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Jolene W. Yorkey
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¿Ella es la que se encuentra sorprendida? Que yo recuerde, Synnove era la clase de persona que jamás habría imaginado en un distrito como el cinco, tan similar a un gris desastre que tanto contrasta con alguien como ella. Debe ser por eso que sueno un poco aguda cuando recupero el habla — Eso veo… — ¿Cómo, por qué? ¿Sus padres se lo permitieron, tienen una mínima idea de todo lo que ha estado pasando en este lugar? Si yo fuera la señora Lackberg, Merlín no quiera porque estoy muy lejos de verme como una madre del Capitolio, la tomaría de la oreja y la arrastraría de nuevo a un sitio seguro, donde no existan motivos para que termine en una situación comprometida. A veces creo que la gente no tiene una verdadera noción de las cosas que suceden en prisión — ¿Y tus padres te apoyaron? — no quiero sonar tan incrédula porque puede ser algo insultante, pero no puedo evitarlo. Si mis ojos ya son grandes, ahora deben ser inmensos.

Tengo algunos asuntos que atender por aquí — es una respuesta ambigua, lo bueno de ser la adulta de la ecuación es que no tengo que ponerme en detallista con mis intenciones, esas que últimamente no reconozco del todo. ¿Qué haré si encuentro al muchacho? ¿Lo escucharé, le daré la oportunidad de explicarse y excusarse a sí mismo o lo llevaré directo al muere? No puedo ponerme a analizar los procedimientos de mi venganza personal porque mi ahora ex alumna me arrastra con ella, sin que yo ponga mucha resistencia. Me gana la curiosidad, hay que decirlo — Tengo algunos minutos, sí… — ¿Dónde más podría estar, cuando solo estoy vagando por aquí?

Lo malo de los sitios abandonados es la cantidad de vegetación que crece incluso entre el cemento y el polvo. Tengo que esquivar algunas raíces que decoran el suelo para no tropezar, hasta que diviso una de las paredes caídas como un buen sitio para transformar un montón de ladrillo en un asiento — ¿Puedo preguntar por qué, de entre todos los distritos, elegiste éste en particular? — me permito ser chismosa, acomodándome con cuidado de no clavarme nada en el culo — No te ofendas, pero no sería la clase de sitio que yo elegiría dentro del catálogo de mudanzas. Además, con todo lo que ha pasado… — las noticias son suficiente como para imaginar solo un tercio. Prenso los labios, analizando su estado con la mirada — ¿Cómo estás con todo? ¿Necesitas de algo… de cualquier cosa? — es lo mínimo que puedo hacer, en especial si está aquí por problemas.
Jolene W. Yorkey
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No diría que me apoyaron…— murmuro entre dientes, vuelve a ese gesto automático de pasarme un mechón de pelo por la curva de la oreja, lo tengo más largo que hace unos meses así que no lo siento rozando mi mentón como antes, sino que lo continuo hasta por debajo de mi hombro. Limpio la suciedad invisible de mis manos contra el vaquero del pantalón al sentarnos sobre el montón de escombros, una locura si pienso que en los sillones de mi casa no se permitía siquiera una pelusa ¡y que a Ken no se le ocurriera dejar pelos! Podía ver el tic nervioso en el ojo de mi madre cuando al sentarse se los encontraba en los cojines. Rememorar todo eso me provoca una punzada inoportuna, no puedo frenar la ola de recuerdos de estos días, que van desde lo más reciente hasta el tiempo en que mi padre me cargaba para llevarme a visitar a sus amigos mecánicos del distrito seis y casi que se veía orgulloso de mí, por ser solo yo, sin necesidad de ser o hacer algo, solo yo.

Soy mayor de edad y decidí que era tiempo de vivir por mi cuenta, tengo una amiga aquí en el distrito cinco así que me vine— como si fuera lo más normal del mundo entre un par de adolescentes, ¡y debería serlo! Me frustraba no poder estar con Mimi, que nuestras charlas duraran los minutos que fuera posible conseguir una buena señal y casi siempre se interrumpieran de repente. Se sentía como que mi mejor amiga estaba en otro planeta, no en este. La distancia entre distritos era abismal hasta que me decidí a dar el salto. ¿Y me arrepiento? No. ¿Echo de menos mi casa? Sí, en especial cuando una noche debes quedarte en silencio con tu amiga percibiendo como las paredes se vuelven heladas y todo el edificio se baña de esa angustia propia de la presencia de aurores en manada, para que al día siguiente te enteres que el vecino ese que no sabías el nombre del piso de abajo ya no está, ni tampoco la mujer con su hija de dos pisos más arriba. Sin embargo, no volvería a casa.

Sé que suena a una locura, venir aquí, con todo lo que está pasando, decirte tan simplemente que vine a vivir con una amiga… pero, ¿sabes? No debería ser tan loco o está bueno también hacer locuras. Este mundo nos está quitando muchas cosas, es un torbellino de tonos entre grises y negros que arrasa sobre nosotros, y si quiere enloquecernos, también podemos darle un poco de nuestra locura, ¿no? Esa que es de todos los colores…— recojo del borde de un ladrillo, allí donde mi pie choca con una raíz, un diente de león que empiezo a sacudir para que el viento se lleve sus hélices. —Creo que el mundo está así porque dejamos que esté así, es momento de decirle y ordenarle que sea como queremos. Y Jolene…— ayudo con mis dedos a que se desprenda la última espiga, —sé que las personas de tu edad fueron muy lastimadas y esperar que sean los de su generación quienes vuelvan a pelear por nosotros…— hablo cada vez más bajo, me da vergüenza bordear lo que supongo que es un tema sensible y bien puede decirme que precisamente soy demasiado joven para opinar sobre esto, —así que es tiempo que lo hagamos nosotros, para lo que queremos nosotros, que no sea una locura querer venir a ver y vivir con mi amiga y que no haya dementores al otro lado de la puerta por las noches. Por eso estoy aquí en el distrito cinco.
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Jolene W. Yorkey
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Si yo fuera madre, creo que la frase “soy mayor de edad” no sería suficiente, más si contamos que viene acompañada del subtexto “puedo hacer lo que se me da la gana” cuando está haciendo lo que se le da la gana en un distrito donde se la van a comer viva, por no decir que pueden chuparle el alma si se descuida. ¡Y no es que me moleste que extienda sus alas, claro que no! Sería de lo más hipócrita, considerando que mi adolescencia fue un completo desastre. ¿Está mal que no quiera que ella siga por el camino que le puede jugar una mala pasada en el futuro? Sé que no tengo derecho, solo fui su profesora, así que lo único que puedo hacer ahora es fruncir los labios y asentir con la cabeza. Ya los Lackberg sabrán qué hacer cuando llegue el momento.

Parece que me está leyendo la mente porque sí, pienso que lo que dice es una locura, pero la dejo terminar de explicarse, incluso cuando lo que sale de su boca me hace sentir culpable de estar aquí porque creo que muchos de los norteños están cometiendo la locura de seguir un apellido que causó cientos de horrores en el pasado. Me voy haciendo pequeña en mi sitio al desinflarme, algo en el pecho se me presiona al reconocer una esperanza algo soñadora en todo lo que está soltando y sé, a mí pesar, que cuando eres tan joven como ella tiendes a creer que el mundo puede ser mucho mejor de lo que es con solo desearlo. No sé si soy demasiado realista o demasiado negativa, o es todo un resultado de ambas cosas. Al final, creo que he estado callada por demasiado tiempo — Sé lo que es tener amigos que el resto señala como un error… — murmuro. Las cosas cambiaron demasiado, todo esto es causa y efecto. No existían esclavos cuando yo era niña, pero sí estaban los avox y no veo mucha diferencia — Mi mejor amigo de toda la vida es un esclavo y siempre he pensado que se merece algo mucho mejor que eso. Pero también sé que, a veces, las cosas no son como queremos y tenemos que tomar lo que nos queda para poder seguir — ¿Suena conformista? Sí, lo hace.

Es que a veces te agotas o te preocupas demasiado de que no podrás salir de ese círculo tortuoso. Froto mis manos con lentitud, me fijo en ese cabello tan rubio que me recuerda demasiado a mí misma cuando tenía su edad. Más traumada, sí, pero con las mismas ilusiones — ¿De verdad crees en las promesas que recorren estos distritos estos días? — pregunto, intento no sonar juzgadora — Hay demasiadas cosas en juego y tenemos que ver el panorama completo. Sé que Aminoff no es la mejor opción, pero tampoco confío en las otras que se nos presentan. ¿El nieto del hombre que asesinaba niños por diversión? ¿El sujeto que secuestró, torturó y mató aurores e televisión? Nadie está cuerdo, así que nos queda confiar en nosotros mismos. Ningún camino al poder está limpio.
Jolene W. Yorkey
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Suena esperanzadora la manera que tiene de comenzar su respuesta, por un momento creo que está aquí, en este distrito, debido a una suerte de empatía que nos vuelva a hacer cercanas hacía cosas que podemos entender de la misma manera. Suspiro al darme cuenta que estoy equivocada, o no tanto, comprendo que su conclusión se deba a la época dañina durante la cual fue niña y adolescente. —Sé eso— se lo digo con un asentimiento, —sé que las cosas no siempre son como queremos y que hay cosas que no podremos cambiar, que deberemos tomarlas como son. Es una certeza a la que regresaré cuando tenga la edad y los suficientes errores a cuestas como para aceptarla, ahora mismo, aun sabiendo que así es como debe ser, necesito intentar que las cosas sean de una manera distinta…— insisto, pidiéndole mi derecho a tratar de pensar en cómo me gustaría que sea el mundo, con todos los delirios que sean necesarios, aunque solo sea para descubrir que no podrán ser. Necesito vivirlo.

Dejo que siga hablando sobre lo erróneo que podría ser seguir a alguien, reprimiendo una sonrisa al pensar que si cree que es estúpido simplemente hacer algo así, el hacerlo siguiendo a un chico como Kendrick podría ser mi mayor estupidez en la vida. Y sin embargo, no seguiría a ninguna otra persona. Ningún revolucionario entre repudiados me convencería a ser parte de una guerra cuando todo lo que quiero hacer en mi vida es pintar, para ninguno de ellos sería de utilidad o si acaso tuviera una, sería la de soldado prescindible, una vida descartable por una gran causa de rebelión. Así que meneo mi cabeza. —Será porque no me interesa el poder, ni ninguno de sus caminos. No pondré mis pies en estos. Todo lo que hago es creer en alguien que pudo ver un valor en mí y me hizo sentir que había algo bueno que podía aportar al mundo, porque esta persona quiere cosas buenas. Y si algún día se equivoca, si no me escucha cuando le digo que se equivoca…— ya no sé en que quedaron nuestras promesas de cuando éramos amigos de decirnos qué hacíamos mal, — supongo que me haré a un lado. Pero tenemos que intentarlo, primero— repito, por cansador que sea para ella escucharlo.

»Confío en mi misma, así como cada una de las personas de mi edad está tratando también de confiar en sí mismas. Y Jolene… sin que nuestros padres, la historia o las culpas de nuestras familias, sea lo que determinen quienes somos. Creo que también tenemos derecho a eso, a demostrar que luchamos por nosotros mismos, por quienes queremos ser. Entiendo que haya personas que deciden y juzgan a partir de su pasado, pero… no es justo que quieran imponernos un pasado que no nos pertenece, sobre el que no tuvimos ninguna decisión. No podemos estar basando quienes somos y qué haremos por un pasado que es de otras personas, cuando lo que nos pertenece a nosotros… es el futuro— se lo explico a mi manera, abriendo mis palmas para ella. —Está el presente para quien tomarlo, vivir y morir en este presente. Yo me considero entre las personas que consideran que este presente es temporal, yo miro al futuro. Siempre estoy mirando al futuro. Y viviré para ese futuro. Y es grande, maravilloso, lleno de colores, que nos llevará mucho más lejos de lo que conocemos en Neopanem. No todos lo ven, no todos lo tomarán. Yo creo en ese futuro, para mí existe y voy a ir por él.
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Jolene W. Yorkey
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Me callo la boca, que no es mi mayor talento pero es lo que mejor me queda desde que salí de prisión a un mundo que veo completamente torcido y desamparado, sin ninguna esperanza hacia el futuro el cual solo necesito sobrevivir. Conozco los discursos idealistas de los jóvenes porque yo misma fui una y sé muy bien que no importa lo que le diga, no cambiará de opinión y solo le queda caminar su ruta descubriendo lo que desea de sí misma paso a paso, hasta tener ideas firmes y fundamentadas dentro de sí misma. Se lo dejaría pasar, pero el modo que tiene de hablar sobre esto se torna vagamente personal y no puedo contenerme — ¿Quién vio qué cosa en ti? — intento no sonar tan acusadora, pero los ojos se me entornan y creo que denoto cierto pánico en mi voz — Synnove… Dime que no te metiste en las revueltas — no tiene nada del perfil de las personas que estallaban piedras contra los edificios y incendiaban la mitad del país, pero nunca está mal preguntar.

Y me siento terrible, porque allí donde ella quiere ver un mundo nuevo y joven, yo solo siento la ansiedad de saberme un paso adelante en una búsqueda nada noble. Sé que estamos hablando de niños, de esos que no saben lo que sucedió antes de que nacieran o que no tienen memoria de los tiempos oscuros que se vivían cuando esta guerra aún estaba calma y que la tuvo como consecuencia. Habiendo visto todo lo que he visto, lo que Syv tiene en mente parece una fantasía hippie y creo que estoy haciendo un esfuerzo sobrehumano para que no se me note en la cara — Conocí de cerca a los Black — murmuro — No éramos cercanos, pero mi padre incluso actuó como mano derecha para ellos, lo sabrás si leíste algo de historia. ¿Y sabes cómo eran? — tomo algo de aire y respiro despacio, es un tema desagradable pero lo suficientemente realista como sacarlo a flote en este momento — Cada uno de ellos era una sanguijuela, un dementor con la capacidad de hablar y disfrazarse de humano. No les importaba ni su propia familia, solo vender una postal de perfección mientras pisaban las cabezas de aquellos que estaban por debajo de sus pies. Eran como la propia firma de su mafia personal y lo que les sucedió… bueno, es terrible, pero también se lo buscaron. Y Synnove… ninguno estaba demasiado cuerdo. Si no era locura por poder, era sadismo — sé que nada de esto eliminará sus pensamientos, pero al menos puedo dejarle una advertencia.

Me estiro para poder tomar una de sus manos con tímida suavidad, pero mis ojos se ven firmes al fijarse en los suyos — Ten cuidado en quién confías, porque a veces el lobo se disfraza de oveja y en los juegos de poder, no existen corderos — aclaro — Solo no estés tan cerca del fuego como para quemarte y no confíes ni en las mejores intenciones. La persona que se siente en el sillón principal de NeoPanem jamás lo hará con las manos limpias y se las embarrará aún más con el tiempo, no existe política justa y siempre alguien paga los platos sucios.
Jolene W. Yorkey
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Muevo mi cabeza para tranquilizarla al negar mi participación en aquellas revueltas que con Mimi vimos a través de las transmisiones que captábamos con la señal de su laptop. —No fui parte de las revueltas de junio— lo digo en voz alta para que así quede dicho, me guardo el que bien podría ser parte de otras futuras, porque para eso nos hemos reunido en el norte, estamos esperando el momento de actuar para aportar lo que tenemos o podemos a que las cosas cambian y no solamente quedarme en casa diciendo que me parece injusto algo, sin hacer algo significativo para cambiarlo. Si lo creo, ¿entonces por qué no actúo? Ya traspasé ciertas fronteras de mis pensamientos para estar en un lugar desde donde puedo ver que quedó atrás la indecisión o la apatía, lo que me dice no logra moverme de allí. Puesto que en algún momento, mi admiración hacia ella como profesora hizo que su opinión tuviera cierta influencia en mis acciones, ahora no ocurre así.

Sostengo su mirada con firmeza cuando dice todo lo que dice sobre los Black, no pestañeo. Si pensar en Ken se me hacía angustiante hace media hora, en este instante en el que escucho sobre la demencia de su familia, esa por la que tienen fama, me digo que lo conozco como para saber que él no es así. Es alguien que se crió alejado de todo lo malo y sórdido de esa familia, por personas que le inculcaron valores fuertes. Y sin embargo, paso saliva por mi garganta para quitar ese nudo molesto que me impide hablar, porque a quien conozco es a la persona que es ahora, no sé cómo será dentro de unos años y no sé si estaré para verlo manteniéndose fiel a lo que defendía o cayendo en las trampas del poder que bien conoce Jolene.

Confío en mi misma— repito, lo enfatizo poniendo una mano en mi pecho. —Confío en lo que yo siento, en lo que yo creo que está bien y mal, en lo que una persona me inspira. No tienes que preocuparte porque confunda buenos con malos, con que deposito mi confianza absoluta y me quede ciega a lo que prediga una persona. Tengo mi propio criterio de las cosas. No sigo a nadie por seguir, cada paso que doy lo hago siempre desde mi convencimiento— le aseguro, y tomo su mano porque vagamente ella se me hace esa hermana mayor que deseaba conocer algún día, que alguien me ha dicho que vivía aquí y no llegamos a coincidir, tal vez no tiene caso buscarla tampoco. Si ya encontré a alguien que se parece a una hermana por la preocupación que me brinda. Y sé, tan bien como ella, que este mundo está plagado de egoístas, los hay incluso entre los más nobles. Así que cuando una persona se preocupa sinceramente por otra, se debe valorar. — ¿Qué estás haciendo en el norte, Jolene?— insisto en saber. —Si no te interesan las revueltas, ¿qué haces por aquí? Estoy segura de que sabes que los humores de por aquí son para revueltas, incluso si estás en contra, te creerán una rebelde si te ven seguido visitando estos lugares… sobre todo… sobre todo por quien eres— siempre había un ojo crítico y juzgador de la sociedad puesto sobre las acciones presentes de quienes alguna vez participaron de los juegos.
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Jolene W. Yorkey
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No puedo hacer esto. No, esto me hace una persona horrible que escucha sus deseos y se muerde la lengua a sabiendas de que lo mejor que puedo hacer ahora mismo es irme, incluso cuando estoy aferrando su mano un poco más fuerte. No, tampoco puedo irme y ser plenamente consciente de que ella está aquí, en la zona de guerrilla, posiblemente junto a personas que van a terminar llevándola por mal camino. Mi silencio debería bastar, pero no me espero que me haga la pregunta más simple de todas y tengo que apartar la mano, escondiéndola entre mis rodillas en lo que hago un enorme esfuerzo por mantenerle la mirada. Hace mucho tiempo que dije que yo no tomaría un bando pero sé que lo estoy haciendo incluso sin desearlo y no sé cómo explicarme cuando ella ha sido tan sincera conmigo. Abro la boca, pero no hablo sino que me relamo los labios, como si de esa manera pudiera ganar tiempo.

Quiero encontrar a Black — creo que es la primera vez que digo la verdad desde que he llegado al norte, lo suelto con las palabras quemándome la garganta y por poco me siento avergonzada de mí misma — Porque no puedo confiar en una persona de esa familia sin verlo con mis propios ojos y estoy segura de que no importa lo que salga de su boca, yo siempre lo veré como una mentira. Porque quiero ver si es una opción tan arriesgada como lo fueron sus antepasados o si es mejor que Magnar Aminoff, porque si no lo es prefiero… prefiero que desaparezca. Es una mala calaña, Syv — casi que sueno como si le estuviera pidiendo disculpas, mi mano flota en el aire amagando a tomar la suya, pero vuelve a mi rodilla — Si un chico puede llamar a las armas y escapar del gobierno en más de una ocasión… ¿Quién te afirma que no será difícil de manejar cuando sea todo un hombre? ¿Quiénes serán los que paguen los platos sucios esta vez? — sueno un poco desesperada, tengo que hacer un enorme esfuerzo para no ponerme de pie — No quiero una guerra y tampoco quiero crueldad, pero un Black jamás será una buena idea. Nunca.
Jolene W. Yorkey
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Invitado
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Es un gesto tan significativo el tener sus manos entre las mías, que agradezco que las haya soltado cuando me dice que está buscando al único Black que conozco y ese es Ken. Sé que no son manos que volveré a sujetar, a las que puedo aferrarme con confianza, porque no pienso decirle que quien busca es la persona que mejor conozco en todos estos distritos repudiados. Podría defenderlo, inmediatamente negar lo que ella dice sobre los Black, convencerla de que alguien criado fuera de esa familia no impondrá la misma crueldad y que todo, todo lo que dice sobre ellos, no es algo que se cumpla en Ken. Pero en la vehemencia de negarlo temo que me pregunte sobre él, me cierro completamente a que siquiera sospeche que puede llegar hasta él a través de mí.

Claro que yo sí creo que es una mejor opción que Magnar Aminoff, ese hombre sacrificó aurores en un espectáculo televiso para no ceder un poco de poder, es algo que Ken jamás haría. No al menos el chico que conozco. Si algún día se convierte en ese hombre que dice Jolene, y en serio agradezco tener las manos libres de su agarre para poder cerrarlas sobre mis rodillas, entonces será el momento de apartarme. Mientras tanto tengo todas mis esperanzas puestas en algo nuevo y diferente para nosotros, que no esté atado a un pasado que nos marcó y lastimó tanto como magos. Así como Ken viene de un lugar donde no todo era mejor, también creo que es capaz de darnos algo así. —Todos pueden ser el enemigo, Jolene— susurro en una nota muy baja. —Cualquiera, con cualquier apellido, puede ser nuestro siguiente tirano. Que sea un Black o un Niniadis es un rótulo que resalta, pero si crees que las injusticias solo provienen de personas que llevan esos apellidos… creo que eres más necia que yo al ver el mundo— me pongo de pie por la necesidad imperante de escapar de ella. —Tu, yo, cualquiera de nosotros podría. Creo que es momento de dejar de buscar responsables, culpables o villanos en otros, y ver que estamos haciendo cada uno de nosotros para acabar de una vez con lo que consideramos cruel o injusto.
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Jolene W. Yorkey
Mentor
Meneo la cabeza, porque no me esperaba que lo entienda y de verdad, de verdad, agradecería que en el futuro me pueda dar cuenta de que estoy equivocada. No digo que Black ahora no tenga las mejores intenciones, pero hay un largo camino hasta llegar a ese punto ficticio que está pintando y ya hay demasiada sangre derramada como para creer que bailaremos unidos en un mundo utópico. Solo puedo quedarme aquí, viendo como Synnove decide que es mejor ponerse de pie y puedo tomar eso como que nuestra conversación ha terminado, tal vez sea lo mejor. No quiero ni puedo decirle lo que yo planeo hacer por un mundo mejor, pero supongo que lo sabe en el fondo. No diré que me conoce por completo, pero creo que ha pasado el tiempo suficiente conmigo como para saber leerme el rostro; tengo la mala suerte de tener la clase de ojos que siempre lo dicen todo sin necesidad de abrir la boca.

Sí me pongo de pie, estiro el brazo para tomar su muñeca con mucho cuidado en lo que es un gesto que le pide un momento más — Escúchame bien. Nunca, jamás, creas que no puedes contar conmigo — soy honesta, creo que me delata el tono casi desesperado en una voz que pretende ser suave — Si algo sucede, si necesitas ayuda de cualquier tipo, tienes mi número y sabes dónde encontrarme. Jamás seré tu enemiga. Estoy segura de que llegará el día en el cual será bueno poder recordarnos estas cosas — la dejo ir, lo único que puedo hacer con la mano que me queda libre es tomar mi muñeca contraria, sintiendo que estoy permitiendo que alguien inocente salte dentro de la boca de los lobos. Debe ser por eso que le sonrío un poco, con ese gesto que huele a despedida, porque los caminos que seguiremos a partir de ahora serán confusos y muy distintos. Solo espero que, cuando vuelvan a cruzarse, no sea por el lado repleto de ramas podridas.
Jolene W. Yorkey
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Creo en lo que me dice, sé que puedo contar con ella. La cuestión está en que su intención está puesta en dañar a la persona a la cual prometimos que acompañaríamos en este lucha, si su lugar en todo esto la enfrenta a Ken, inevitablemente nos enfrenta a nosotras. No me gusta pensarlo así, eso también quiere decir que en algún momento podría ser mi hermano mayor quien esté en el mismo sitio que ella o amigos del Capitolio que todavía aprecio, porque no puedo olvidar y barrer lo bueno que compartimos. Por eso coloco mi mano sobre la suya para una ligera presión que selle nuestra promesa. —Si algún día depende de mí, también te ayudaré si lo necesitas, si algo sucede por lo que puedas necesitarme, no lo dudaría…— y hablo, sin decirlo, de que algún día pueda estar en peligro. Todos los días me despierto con esa certeza de que el lugar en el que elegí estar hará que un día de la cara al peligro y espero poder pararme firme sobre mis pies.

Retiro mis dedos de su piel para dejar caer mi mano a un lado de mi pierna y recojo con prisa el bolso donde están los cuadernos sin tocar, le doy la espalda al alejarme, con cada zancada larga pongo una distancia con alguien a quien espero poder a ver en una situación distinta a esta y que ambas podamos hablar de lo equivocadas que estábamos, de que nadie es cruel por herencia, de que los mundos perfectos tampoco existen. De que seguimos teniendo trabajo en esto de pintar cosas que sean un poco más bonitas de lo que podemos llegar a apreciar detrás de una ventana sucia, que tal vez sea lo que nos queda. Y al bajar las gradas saltando los escalones rotos hasta la salida pienso en como también seré incapaz de decirle a Ken que ella lo está buscando, así como me negué a hablar de él, tampoco puedo entregar el nombre de Jolene. Solo espero en secreto que ella, por su propia cuenta, encuentre un camino que nos vuelva a hacer coincidir, porque para mí no hay otro.
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