The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Born to die · Hans
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Invitado
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Arrojo todo lo que está dentro del bolso de Tilly sobre la cama, tal vez de un modo inconsciente guardé el sobre allí. Revuelvo entre los pañales y algunas mudas de ropa sin dar con este, voy cayendo lentamente en un nerviosismo inquietante. ¿Lo habré olvidado en la casa de Mohini? Esa es la mejor de las posibilidades, si ella lo tiene no tengo de qué preocuparme, de hecho, ese sobre bien podría quedarse allí, que lo guarde en algún cajón oscuro. El siguiente alboroto lo causo al tratar de dar con mi teléfono, elijo una llamada en vez de un mensaje, así tengo la respuesta inmediata a través de la voz de mi madre de que nada ha quedado allí. —¡POPPY!— salgo al pasillo para llamar a la elfina, que la bebé se ha quedado dormida en su cuna por lo que creo que serán veinte minutos de gracia, entonces llegará su padre y como si percibiera el primer paso que da al entrar a la mansión, despertará para exigir su cuota de atención que a veces sobrepasa a la del resto. Cierro suavemente la puerta a mi espalda para que siga descansando y cuando tengo la confirmación por parte de la elfina de que todos los sobres y documentos van a parar al escritorio del despacho de Hans, no espero que vaya por si misma a traerme lo que es mío, me arrojo escaleras abajo así puedo entrar y salir antes de que llegue.

De acuerdo, no me gusta este lugar, se siente como si lo estuviera invadiendo y seguro que hay cosas que no voy a querer leer por accidente. Mi regla es no hacer preguntas que llevan a respuestas que no quiero oír, ni enfocar mis ojos en algo que no quiero ver. Pongo un pie tras el otro dando pasos tentativos hasta llegar al escritorio, con un rápido vistazo a los papeles que están encima trato de identificar el logo del centro médico del distrito cuatro, hacerme los estudios ahí parecía más discreto que en el hospital del Capitolio. Muevo apenas las carpetas con mi varita así puedo correrlas, y cuando logro dar con el sobre, se me cae la varita por el sobresalto de la puerta al abrirse. El ruido que hace al caer al suelo luego de rodar por la mesa suena como cristal roto, con estruendo en mis oídos. —¡HANS! ¡ME ASUSTASTE!— grito, descargo un golpe sobre la mesa. —¿Es que no te enseñaron a tocar? ¡Por favor! ¿Qué maneras son esas de entrar?— me indigno, así puedo recuperar mi sobre de un tirón y pararme como desafiándole a que me diga lo que sea, mi entrecejo fruncido trata de detenerlo, que la que está en falta soy yo y pruebo un escape veloz. —¡Por favor!— repito con tonito de enfado al pasar a su lado. Cierro la puerta a mi espalda y estoy a medio camino de las escaleras, cuando vuelvo sobre mis pasos al percatarme de mi error. Abro la puerta de un tirón con el sobre a la vista, me quema en la mano. —No, espera, este es de tu tarjeta— y yo no me hago responsable de esto, que si a él se le ocurre comprarle ponys arcoíris a Meerah y a Mathilda no es cosa mía.
Anonymous
Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Hoy es uno de esos días en los cuales cierro la puerta de mi casa con una idea fija: lanzar mis cosas, usar la piscina y luego ahogarme en el jacuzzi. No pretendo tener menos trabajo con el correr de los meses, pero hay veces que llego a mi cuota de paciencia y la única manera que tengo para combatir estos instantes suele ser alcohol o fingir que soy un hombre común que disfruta de su casa en este verano tan catastrófico. Se acerca esa fecha crucial marcada en el calendario, así que me merezco al menos cinco minutos de normalidad al día para no perder la cordura. Es algo así como mi permitido que cualquier terapeuta encontraría aceptable.

Por eso mismo camino con decidida pereza a mi despacho, balanceando un maletín repleto de papeles y carpetas que tendré que revisar durante el fin de semana. Estoy tan perdido en mi propio palacio mental que el grito de Scott me sobresalta, haciendo que me abrace al estuche como si se me fuera la vida en ello y hasta tengo, por un momento, el impulso de darme la vuelta y salir de aquí, hasta que recuerdo que esta habitación me pertenece y, aún más importante, ella no suele visitarla — ¿Yo te asusté? — le reprocho con un movimiento de mis cejas — Jamás pensé que te encontraría aquí dentro, eso es todo. ¿Está…? — bah, ni sé por qué me molesto, que ya está decidida a salir por la puerta en cuando tiene la oportunidad y me quedo parado con cara de nada, más confundido que cansado. Allá ella, no tengo tiempo para sus locuras cuando hay toda una sesión de relajación aguardando por mí.

Lanzo el maletín sobre la silla del escritorio, mis ojos van directamente a la pila de documentos que decoran el lugar y la curiosidad, maldita caprichosa, puede conmigo. Estoy rebuscando entre mis cosas a ver si algo me da una respuesta, cuando ella regresa con un papel que apenas alcancé a ver como para hacerme la idea de que se estaba llevando algo de mi pila — ¿Ahora eres la clase de prometida que controla los gastos? Pensé que no te importaba — aunque es una broma, el modo que tengo de hablar exige una respuesta. Tiro de mi corbata con una mano y rebusco con la que tengo libre, pasando sobres hasta dar con un sello médico que no me pertenece y, a juzgar por el nombre en el sobre, es suyo. Mis dedos rozan el papel, dudo un momento antes de alzar la mirada y enseñárselo — ¿Hay algo que quieras decirme? ¿La prueba de embarazo estaba fallada? — porque sino, no comprendo toda su aura misteriosa y en este momento no me siento como para jugar a las adivinanzas.
Hans M. Powell
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Born to die · Hans LNG2q2T
https://www.themightyfall.net/t8234-powell-hans-michael
Invitado
Invitado
No me importa— contesto, sacudo mis hombros y agito el sobre en el aire, que he visto de refilón el monto final a pagar y puede que tenga pesadillas con todos esos ceros furiosos esta noche, —a menos que te se ocurra pedirme dinero prestado porque te persiguen los acreedores. Entonces pondré a la venta todo tu whisky para que aprendas a no ser derrochador— la broma me ayuda a dar los pasos de regreso al interior de su despacho con una aparente despreocupación y tratar de alcanzar el sobre del centro médico antes de que lo hagan sus dedos. No llego a tiempo para impedir eso y detenerlo en su interpretación errónea sobre el motivo de que el sobre lleve mi nombre, para suerte de ambos hay algo que puedo decir que es aplicable a la razón aparente y a la razón real de esos estudios. —Sea lo que sea, te adelanto que lo que encontrarás ahí dentro es un agradecido negativo— lo calmo de antemano, que sabemos lo fácil que unas pocas palabras pueden llevarlo a imaginar todo un panorama trágico a futuro, creo que pasa demasiado tiempo conmigo y le estoy traspasando mi talento para pensar dos desgracias antes del desayuno.

Dejo que conserve el sobre, lo que encontrará ahí se lo he dicho, y aunque simplemente podríamos pasar de esto como si nunca hubiera ocurrido, recargo mi cadera contra su escritorio así puedo explayarme con cierta comodidad. Tomo una inhalación que demora el inicio de mi explicación, decido darle la versión más acotada de todo así no juego con su ansiedad. Paso los brazos por debajo de mi busco así puedo rodear mi cintura, algo sé sobre que es una postura que habla de alguien que se cierra, que voy a compartírselo y arrojárselo sobre la mesa y queda ahí, demasiado personal como para poder ponerlo en mis labios y que lo escuche alguien más, como reconozco que tuve por hábito toda mi vida. —Mi padre tenía una enfermedad que creímos que también podría tenerla yo— se lo dijo así de simple, busco que mi voz se escuche en un tono sostenido y no que flaquee por lograr que esas palabras salgan de mí como una aceptación tardía dicha verbalmente. —Cada portador de esa enfermedad hereda a sus hijos un cincuenta por ciento de posibilidades de contraerla— esto se me hizo más complicado de entender, tuve que armar un mapa mental para comprender que si obtenía un positivo, esas posibilidades se replicaban en Mathilda. —Y se ve que tengo suerte con la lotería, que me salió un negativo— concluyo, quizá sea inadecuado al momento la palmada que le doy en el hombro y la sonrisa llena que le muestro. —¡Oye! ¿Te gustaría que compre un cartón de la lotería? Si ganamos, lo usamos para pagar tu cuenta de la tarjeta— mi madre me golpearía con su trapo sucio de harina por hacer una broma de esto.

Apoyo mi mano en su hombro que palmee a chiste para darle un apretón suave, irrelevante. —Puedo decir que ¿lo siento? Pensaba contártelo si hacía falta hacerle los estudios a Mathilda— susurro, decir eso sí provoca que vuelva a sentir que mi estómago se revuelve y suba un regusto amargo a mi garganta que se extiende a mi voz. —Hubiera sido cruel si existía esa posibilidad, así que estoy muy feliz de heredarle un cero por ciento. Jamás haría algo que pudiera dañarla— pareciera ser innecesario decirlo como padres, y sin embargo, lo hago. No hemos tenido los mejores ejemplos al alcance como para que esto sea sobreentendido, está la necesidad de reafirmarlo cada tanto, para convencimiento propio. —Me hubiera sentido fatal de hacérselo incluso de una manera que no depende de mí— pongo ese pensamiento en voz alta, eso sí es algo que podría repetir hasta el cansancio, mi alivio porque así sea. Hay tantos miedos rondando en torno a nuestra hija que no creo que pueda volver a tener un día de paz si pienso en lo frágil que es a todo lo que puede salir mal y no responde a nuestra voluntad y promesa de protegerla.
Anonymous
Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Aunque le sonrío a causa de su comentario, no es del todo un gesto cargado de relajación — Aunque te cueste creerlo, aún no necesito pedir préstamos. No creo poder decir lo mismo en unos años si Mathilda desea completar cursos tan caros como Meerah — no me quejo de que se forme en lo que le apasiona, solo estoy siendo un poco realista. Tampoco es algo en lo que me detengo, mi atención vuelve al sobre misterioso, ese que parece contener una duda que ella ya ha solucionado y para mí solo se vuelve más grande. Acomodo la corbata sobre el respaldo de la silla y así tengo las manos libres para abrirlo, buscando los estudios en su interior que están cargados de palabras de las cuales jamás he oído. Suerte para mí, Scott tiene la amabilidad de iluminarme el camino, aunque no estoy seguro de cómo debo tomar su declaración. Ni siquiera puedo leer, mis ojos se asoman por encima del papel que tengo delante y se clavan en su perfil. Creo que no respiro hasta que golpea mi hombro y ladeo la cabeza con un mohín, volviendo mi atención a sus análisis — Creo que un nivel tan grande de suerte no puede repetirse en un período tan breve de tiempo — sueno demasiado seco, mis dedos doblan con fuerza el papel para devolverlo al sobre y le doy la espalda con un movimiento rápido y decidido. Pronto estoy del otro lado del escritorio, corriendo el maletín para poder sentarme en la silla y juntar mis dedos sobre mis labios, observándola como solía hacerlo en tiempos antiguos, cuando ella solo era una visita de negocios.

No creo poder explicarle el sabor amargo que tengo en la boca. La dejo hablar, puedo comprender su modo de accionar frente a esta situación y, aún así, no me siento con la capacidad de saltar en una pata. Para cuando siento el permiso a hablar, abro la boca tras humedecer mis labios — Creí que los dos estábamos al tanto de que podemos contarnos las cosas. No tienes que pasar por este tipo de situaciones tú sola. No solo porque me importas, sino también porque Mathilda es mi hija — intento sonar tranquilo, aunque percibo cierta amargura. Dejo caer las manos, apoyándolas unidas sobre el escritorio en lo que la barro con la mirada — Sé que tuviste buenas intenciones y tal vez me estoy metiendo demasiado en tu vida familiar en pedirte esto… pero me gustaría que con estas cosas me mantengas al tanto. No podría soportar… — ¿Perderlas? ¿Que ella sufra en silencio? Creo que es una lista muy amplia.

Tengo que aclararme la garganta para no sentirme asfixiado y desvío la mirada hacia la ventana, desde la cual puedo ver uno de los árboles que decoran el jardín lateral que rodea la mansión — ¿De qué enfermedad se trata y cómo funciona? — dudo mucho que los análisis me pongan al tanto de todos los detalles, así que prefiero que ella sea quien me ilustre — ¿Desde hace cuánto… hace cuánto lo sabes? ¿Estás segura de que los exámenes son definitivos? — sé que son un montón de preguntas, pero no puede pretender que no me encuentre un poco aturdido con esta información. Es la clase de noticias que te descolocan, moviéndote de tu sitio que creías calmo por al menos un momento.
Hans M. Powell
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Born to die · Hans LNG2q2T
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Invitado
Invitado
Tampoco creo que pueda repetirse tan pronto, hemos tenido dos negativos buenos en unas pocas semanas, no me arriesgaría a esperar que la suerte nos siga teniendo como sus favoritos, a veces lo que hace es crear esta falsa sensación de que estamos bien y podemos sobre todo, solo para hacernos caer en un pozo hondo al paso siguiente. No quiero ser amiga de la confianza ciega de creernos invencibles. Mis ojos siguen su andar alrededor del escritor para acomodarse en la silla y puesto que ese es su sitio, yo continuo en el que considero mío, al borde su escritorio, desordenando un poco lo que allí se encuentra, ubicarme en la silla de enfrente nos colocaría en posiciones extrañas para el trato que tenemos. —Tienes tus cosas y razones para vivir al borde de un colapso todos los días, no quiero traerte las mías también— es la respuesta más fácil, lo que no quiere decir que sea mentira, es la verdad. Un poco de verdad, no toda. —Y estuve por mi cuenta tanto tiempo, resolviendo mis problemas y meteduras de pata por lo bajo para que Mohini no se preocupe, que compartírselas a alguien más no es algo que me salga así como así. No es… una cuestión de confianza— se lo aclaro, no quiero que lo malinterprete, no es eso lo que está en discusión. —Confío en ti— reafirmo, por sí es necesario repetirlo para darle cierta estabilidad a lo que está debajo de sus pies así no siente que está parado en algo que sigue siendo impreciso, como a veces parece que lo cree.

Y te lo hubiera dicho si salía positivo— esto también creo que viene bien decirlo, —no pensaba desaparecerme o cancelar boda sin razón aparente, ¿sí? Te lo iba a decir— era el plan al menos, lo que puedo ordenar en mi mente como decisiones conscientes sobre mis acciones cuando estoy a solas, es al hablar con él y plantear otras cuestiones que surge decir cosas como que tal vez necesito un tiempo y que eso crezca como una gran bola que rueda hacia nosotros para aplastarnos. —Yo… lo siento— esta vez lo digo sin que suene a pregunta, sobreentiendo que sigue a su frase inconclusa. Suspiro porque no es algo que hubiera podido decir como un parte en la mañana para el resto del día, algo sobre lo que tan solo hubiera podido “tenerlo al tanto”. —Me cuesta demasiado hablar… no hablar, sabemos que no me cuesta nada hablar y te puedo compartir un montón de tonterías durante todo el día sin que se me agote la saliva. Son las cosas personales, lo que tiene que ver conmigo y considero mío, que me cuesta demasiado… compartir— procuro explicarlo aunque no haga falta, porque no me está pidiendo explicaciones, todo lo que hace es pedirme que podamos hablar de estas cosas.

Soy el cliché de hija única, ¿no? Tengo algo con eso del “mío”. Mi trabajo, mi espacio. Me costó mucho compartir a Mo también, cuando te llevé a que la conozcas fue abrirte una gran parte de mí que nada tenía que ver con estar acostándonos. Y aunque nunca creí en la monogamia, ni nadie me importó lo suficiente como para pensarlo en términos de estar “compartiéndolo” porque me era indiferente, a ti no podría compartirte— sonrío para hacer de este comentario algo cómico, así el humor nos sirve de amortiguador para que lo diré después. —Pero todo lo que tenga que ver con mi padre todavía sigue siendo algo que no puedo hablarlo contigo, en especial contigo— porque lo menciono, hablo de él en general, lo hago parte de mis charlas refiriéndome al hombre que me crió de niña, nada sobre lo que sucedió después. —Porque si estuvimos donde estuvimos, tú ofreciéndome un trato que me absuelva de mi castigo por traición, fue por él. Todas las partes de mí que chocan con las tuyas, se deben a él—. Y la enfermedad es un claro ejemplo de que todo lo que pueda provenir de mi padre, siempre traerá a colación cuestiones sobre las que preferiríamos hacer la vista gorda. —Huntington, es una enfermedad degenerativa. Una enfermedad muggle…— suelto una exhalación muy corta al continuar. —Mis abuelos paternos, ambos, eran muggles. Mi padre nació mago. Pero ya tenía un tío que había nacido mago, que a su vez cuando se casó con una bruja, tuvo un hijo squib. Hubo… muchas inconstancias en la familia sobre tener o no magia, no sé, tal vez influyó también en quienes heredaban la enfermedad…— froto mi frente con la palma de mi mano, bajo la mirada a las carpetas en desorden sobre el escritorio al responder. —Y no sé, espero que sean los definitivos— que lo pregunte me hace dudar. —¿Quieres que los repita en el Capitolio? Traté de que sea en un sitio discreto, pocos me conocen, pero… a ti te conoce mucha gente.
Anonymous
Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Sé que confía en mí, pero ese no es el punto. Creo que no logra comprender lo importante que es para mí el poder acompañarla tanto en los malos como en los buenos momentos, porque se supone que eso es lo que deberíamos hacer, si lo que tenemos en mente es compartir algo como un hogar y, en algún momento, un matrimonio — Eso espero — intento bromear, que lo mínimo que podría haber hecho es contarme. Pero no hay alegría, no hay diversión donde debería predominar el alivio, por mucho que intente hacerse paso dentro de mí. Debe ser porque estoy tratando de procesar todo demasiado rápido como para poder aceptarlo — Lara… — usar su nombre de pila es siempre una señal de que intento dejar cualquier barrera de lado, pero no la interrumpo porque puedo comprender que necesita sacarse eso de adentro, como un manifiesto de sus miedos y egoísmos de una niña que no tuvo con quien compartir ciertos detalles de su vida. Me fuerzo a sonreír por ese chiste, moviendo un poco la cabeza al tomarlo — No tengo intenciones de que me compartas — prometo. Y vuelvo a callar, porque en su manía de decirme que no sabe hablar, tengo que oír un discurso de por qué no lo hace.

Su padre es una figura polémica entre nosotros, en parte es el culpable de que estemos aquí. Puedo comprender lo que está diciendo, pero… — No quiero que me compartas absolutamente todo. Tienes tus cajones y yo no tendré las llaves de todos, lo mismo será a la inversa. Pero si puedo ser de ayuda, si puedo darte la mano o cuidarte o cuidar de Tilly… no tienes que hacer todo sola — ¿No es eso lo que nos estamos prometiendo al decidir casarnos? Tal vez suene ridículo, pero Phoebe y Charles son un buen ejemplo de dos personas que han decidido caminar juntos a la par, sin cuestionamientos. Y fuera de nosotros dos, está Mathilda. Tengo que decirlo, en mi vida quise ser padre y teniéndola a ella, solo puedo arrepentirme de no haber pasado por lo mismo con Meerah. Si hay algo que pueda afectar a la bebé y eso significa que tengo que mover cielo y tierra para que reciba el mejor cuidado, debo tener la oportunidad de hacerlo. Ella lo sabe.

No he oído de esa enfermedad, no me sorprende porque no soy ningún experto en salud y ni hablar de la muggle. Largo un suspiro, sintiéndome algo derrotado frente a una idea que ni siquiera me hace gracia a mí mismo — Bueno, mi sangre tampoco ayudaría a bloquear virus que afecten a los muggles — porque me guste o no, mi genética está extremadamente contaminada, soy un mestizo sin diluir. Me lo pienso un momento, acabo por echarme hacia atrás en el asiento y le hago una seña para que se acerque, palmeando mi regazo en una invitación — Si no te molesta… Puedo conseguir una cita en una clínica privada, para una segunda opinión. Los ceros de la tarjeta no deberían ser un problema — aunque le sonrío con gracia, esa emoción no se desparrama al resto de mis facciones — ¿Eso es todo? ¿No me he perdido de nada más por lo que deba preocuparme y decirte que eres una idiota por no confiar en mí? Porque pensaba usar la piscina, pero puedo gastar mis minutos de paz en darte un sermón si hace falta.
Hans M. Powell
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Born to die · Hans LNG2q2T
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Invitado
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Aparto mi mirada de él para fijarla en una de las paredes, no hay nada que pueda decirle, aparte de lo dicho en monólogo, que conteste a su comentario sobre que no tengo que hacerlo todo sola, suena a un consejo que vengo recibiendo desde hace demasiado tiempo. Si hay algo que podría decir a eso sería otro «¿lo siento?» dudoso, por no lograr desprenderme aún de todo mi viejo yo, tal vez porque hacer las cosas por mi cuenta fue algo de lo que podía sentirme orgullosa y si decido empezar a hacerlo parte no será tampoco porque necesite de alguien, sino porque quiero tenerlo conmigo. —Lo sé— mi voz sale de la nada, no lo he pensado, respiro por la nariz antes de seguir: —Pero tienes demasiadas cosas, demasiadas. Más grandes de las que puede tener un empleado regular del ministerio, cuya mayor preocupación tal vez sí sea el resumen de la tarjeta— mis ojos continúan puestos en una pared que no estoy viendo.

»Y quizá haga esto de tratar de lidiar con las cosas por mi cuenta si creo que puedo hacerlo, mientras soy testigo de cómo tratas de sostener un ministerio que por momentos se desborda, te vendré a contar luego cuando ya esté resuelto— trato de que no suene como una manifestación de arrogancia, no es eso. Lo que quiero que sepa es que también pienso en él. —Prometo hacerte parte de mis cosas, porque elijo hacerte parte de mi vida. Pero no quiero colaborar con más preocupaciones a las que ya tienes, además evocando personas que echan sombra sobre nosotros— le echo un vistazo que repasa su camisa y luego su cara desganada, no busco hacer una discusión de esto, tampoco creo que tenga energías para ello, así que estoy señalando lo obvio, y en verdad me alegro de tener para compartirle un negativo confirmado antes que una sospecha de enfermedad para cerrar su día. —No eres un hombre normal, ¿lo sabes? Sé que nos cuidas, pero también necesitas que seas a quien cuiden, para eso me mantengo a tu lado, para cuidarte— señalo, por si no lo ha pensado así. —No para darte preocupaciones— repito, es lo que estoy tratando de evitar desde que decidí quedarme aquí.

Y por eso no creo tener nada más que confesar cuando me invita a hacerlo, recuesto mi cabeza en su hombro al abandonar mi sitio en el escritorio para sumar mi peso a la silla en la que está sentado. —No es que no confíe en ti, ya lo dije— bufo por su broma. Coloco una mano sobre su pecho y jugueteo con el botón que queda más cerca haciéndolo girar entre las puntas de mis dedos. —Llevo una vida sospechosamente tranquila, en la cual lo único que podría contar como otro problema fue la visita de Magnar Aminoff para decirme que, con este increíble poder de persuasión que tengo sobre ti, ajá…— levanto mi rostro para que pueda ver como entorno los ojos, —no se me ocurra alentarte a la anarquía. Así que, ya sabes, nada de andar agitando banderas rojas. Al parecer mi trabajo consiste en asegurarme que sigas haciendo lo mismo de siempre. ¿Es porque sabe que lo del Coliseo será un desastre, verdad? Por lo que hablé con él no me queda claro si está tratando de disuadir los ánimos de revuelta o agitarlos peor… así que necesitará que los ministros no tiemblen cuando todo se le venga encima.
Anonymous
Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Aunque no digo nada, meneo la cabeza a modo de rechazar lo que está diciendo. No diré que sus intenciones no son buenas, pero no puedo aceptar que se castigue sola con sus problemas creyendo que yo no tengo tiempo para ellas — Por encima de un ministro, soy un padre. Y si hay algo que puede afectar a Mathilda o a ti… No necesito que me cuides — no puedo obligarla, pero sí me siento capaz de mostrar mi inconformismo. Paso una mano por mi rostro, estiro mi piel hacia abajo en un gesto cansino, tratando de no perder la paciencia por culpa de aquello en lo que siempre chocamos. Ella dice blanco, yo digo negro y encontrar el gris se ha vuelto una tarea complicada cuando se trata de nosotros — Sé dónde están tus intenciones, pero no puedo aceptarlas, no en todo. No cuando hay preocupación y sufrimiento en juego — si soy su compañero, debería serlo en cada aspecto posible — Según tú no soy un hombre normal… pero puedo seguir teniendo los mismos intereses que uno.

Al menos tengo la posibilidad de sostenerla, su tamaño es el adecuado para rodearla con mis brazos en lo que mi mejilla descansa sobre su cabeza. Aferrarme a ella sirve como un calmante, puedo asegurarme que por cinco minutos está a mi alcance hasta que decida que ya no es una opción factible. Me sonrío, pero es un gesto efímero que empieza a desaparecer con el correr de su relato, el cual poco a poco me va llenando de un desagradable frío en el interior — ¿Qué? — ni sé por qué me sorprende, tengo que moverme para que al ladear la cabeza pueda verle la cara — ¿Cuándo…? ¿Vino aquí? — que asco. Mis labios se tuercen ante el desagrado, en el tiempo que utilizo para observar mi escritorio como si las paredes estuvieran contaminadas. Es molesto cuando se meten en tu hogar, como si se tratase de una violación a tu propio espacio seguro — No me voy a gastar en preguntarte por qué no me dijiste nada, pero… No son cosas que deban tirarse de esta manera — mucho menos cuando el panorama cambia un poco.

No voy a decir que tengo una verdadera respuesta, pero sí me doy cuenta de que el presidente ha decidido que el tablero debe tener una mayor cantidad de jugadores. Golpeteo mi mentón con algunos de mis dedos, tratando de que la maquinaria de mi cerebro funcione más rápido que antes para poder comprender los pasos a seguir — No sé si cree que el Coliseo va a ser un problema, supongo que debe estar queriendo evitar los cabos sueltos. Pero… ¿Por qué tú? Sé que no somos su familia predilecta hoy en día y si cree que puede llegar a mí por ti… — recargo mi peso en el apoyabrazos, echándole un vistazo apreciativo — ¿Eso es todo lo que te ha dicho? ¿Nada más de lo que debamos preocuparnos? Magnar es fácil de seguir si sabes lo que quiere… y ese usualmente llega a ser el problema.
Hans M. Powell
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Born to die · Hans LNG2q2T
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Invitado
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Me preocupo por ti— musito. No lo digo como excusa por lo que pude ocultarle o porque piense seguir haciéndolo en adelante, comprendo su postura en esto, si medito sobre mis acciones es para poder volver sobre estas y no encontrarnos en esta misma situación dentro de un tiempo porque en el silencio de no hablarlo, de no sacar todo lo que creo que sigue pulsando por lo bajo, me haga creer también en otro momento que cuidarlo es mantenerlo alejado de lo que pueda lastimarlo. Y tengo una debilidad muy marcada por sus heridas, como para querer causarle otras. No creo que ninguna de las discusiones que tenemos, por hiriente que sea en algunos puntos, sea algo que no se pueda remediar si encontramos el modo en que sus brazos me sostengan como el calor al que siempre vuelvo. —Por ustedes. Son el único lugar en el mundo donde todo está bien. Puedo acostarme a tu lado y es todo lo que necesito, aunque a veces no encuentre mi voz para poner en palabras lo que me pasa. Solo que estés ahí me basta…

Suelto el botón entre mis dedos al percibir el cambio en su postura, mi mano cubre su hombro en una caricia que baja hasta su brazo y pretende aliviar esa tensión que lo recorre por saber de la visita de Aminoff. —Diría que no tienes de qué preocuparte, lo que sería una mala elección de palabras en este momento— me doy cuenta de esto, así que busco otra manera de hacerle saber que nada tembló en la casa porque ese hombre se hubiera sentado diez minutos en la sala. —Por increíble que te parezca en consideración a mis antecedentes, tuvimos una conversación en un tono moderado y ninguna de las amenazas sutiles de su parte tuvo una respuesta violenta de la mía. Su garganta salió de esta mansión sin un rasguño— espío su expresión para ver si puede apreciar mi mérito, no lo espero, es lo que todos sabemos que se debe hacer cuando se trata de lidiar con nuestro actual presidente, si bien puedo ver la resignación colectiva a mi temperamento de haber cedido a mis impulsos.

»Quizá fue por eso de que es una familia que lo inquieta. Te necesita, te quiere de su lado, pero esta es una familia con muchos puntos flacos con nuevos miembros… no lo espera de ti, tal vez si de alguno de nosotros que cometamos un paso en falso…— me aclaro para que no pueda llegar por sí solo a otros pensamientos, —Tu y Phoebe tienen por padre a un enemigo público, la madre de Meerah siendo una Niniadis se fue con los rebeldes que bombardearon el ministerio, supongo que también sabe que Phoebe y Charles pasaron su tiempo en el norte, luego nos tienes a Mohini y a mí, también esposa e hija de un rebelde…— hago el recuento de detalles en esta postal familiar. —En nuestra defensa diré que él era un criminal en el norte, claro que no puedo recordárselo. Tenía muchos amigos allá, pero estaba interesado en saber cuáles eran los míos y me pidió una lista. Supongo que era su manera de pedir una prueba más tangible de que estamos de su lado…— lo miro de un modo en que no haga falta que lo aclare, no lo estamos. —De que tu familia no es una amenaza a sus intereses. Y si es lo que necesita para calmar su recelo, lo haré—. Tiempo, eso es todo lo que necesitan las dos niñas de esta casa para crecer, un tiempo seguro, en el que se las cubra de la vista y las amenazas.
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Es imposible no preocuparse cuando se trata de Magnar Aminoff — tal vez ella no sabe de sus tretas más oscuras en el norte, pero yo sí. Sé muy bien cómo el ministerio hizo la vista gorda a su mafia cuando su ayuda fue solicitada, a sabiendas de que no hubiéramos tenido a tantos muggles fugitivos y traidores en prisión si no fuera por el trabajo del hombre que hoy en día es nuestro presidente. Puede que a simple vista parezca un psicópata soberbio, pero he aprendido a no subestimar a las personas que no tienen nada que perder pero todo que ganar. Es pensar a NeoPanem siendo conducido por un mono con navaja y el permiso de presionar un botón rojo frente al mero capricho. Le sonrío, tratando de tomarme con un humor falso al menos cinco segundos de conversación — Si dices que te amenazó y salió ileso… no sé cual de los dos factores me aterra más — es obvia la respuesta, tengo que recordarme de quién estamos hablando para no ir en su busca, por poco que me agrade la idea de que alguien creyó que tiene el derecho de entrar a mi casa y amenazar a mi familia.

A pesar de que mi expresión delata que oigo sus palabras, mis ojos se pierden un momento al tratar de procesarlas. No está diciendo nada que no haya cruzado mi mente con anterioridad, dentro de su lógica Magnar tiene todo el derecho a sospechar de nosotros y tenernos bajo la lupa, yo mismo lo haría. Pero en mi mundo de normas tiendo a ser el juez y no el juzgado, ser exitoso no es sinónimo de estar seguro y arrastrar a mi familia conmigo no formaba parte del plan — En algunos casos, no llamar la atención es lo mejor que podemos hacer. Sé que es mucho pedir de nuestra familia… — Phoebe literalmente gritó que el terrorista desquiciado era nuestro padre en pleno funeral, para variar — … pero confío en que podemos hacerlo. Sé que puedo contar contigo — es un voto de confianza extremo, considerando que hace un año atrás sospechaba de cada una de sus intenciones por culpa de cómo nos conocimos. No soy tan iluso como para creer que “Scott ha aprendido su lección”, pero confío en que es sensata como para saber qué cosas es mejor mantener antes de perderlas por un ataque de locura. Creo que algo que me enloquece de ella es esa chispa que parece no apagarse nunca.

Lo que Aminoff está haciendo tiene lógica. Aún así, siento cierto miedo cuando me hundo en el asiento, apoyando mis labios en su hombro a modo de caricia — Hoy es el día de las malas noticias, ¿no es así? — murmuro, tratando de tomarlo con un humor que suena agrio — Podemos decir que somos más listos que él y darle lo que quiere, pero al final del día es Magnar quién está ganando y nosotros solo sobrevivimos. Es jugar una carrera pisándole la cola y acabar pisoteando la nuestra — sé que dije que esperaría paciente a que él cometiera un error, pero a veces sospecho que jamás va a llegar ese día. Acabo por recargar mi frente contra ella, presa de un suspiro de cansancio que me recuerda que yo vine aquí con intenciones de bajar mi estrés, no de aumentarlo — ¿Quieres llevarte a las niñas unos días al cuatro? Puedo conseguir un permiso de seguridad, que sean escoltadas al menos por Poppy, ahora que los levantamientos se han calmado un poco. Aunque me quedaría más tranquilo si prometes regresar de inmediato en caso de alguna actividad sospechosa o escándalo en el exterior, ya sabes… — no es como que la gente sepa exactamente dónde vivimos en el cuatro, pero prefiero no arriesgarme. Ladeo la cabeza para poder mirarla, al menos desde mi sitio — Yo puedo quedarme aquí, estaré bien. Prefiero ser yo el que se tope con las visitas indeseadas — tampoco es como si tuviera otra opción.
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No son malas noticias— lo contradigo para quitarle el peso fulminante que estos hechos podrían haber tenido de acabar mal, acaricio su nuca con mis dedos perdiéndose entre su cabello. —Son cosas que pasan que nos ponen a prueba para ver qué tan resistentes somos y lo somos…— aseguro, a pesar de que en ocasiones nos siento tan vulnerables y el espacio compartido en una silla detrás de su escritorio se transforma en esa isla que nos hará de refugio, nos coloca a salvo del naufragio que nos espera si nos dejamos arrastrar por este océano oscuro bajo nosotros. Con mi mano llena de mechones suyos, parece el ancla que necesito a través del tacto. —Y los ganadores lo son un día, perdedores al siguiente. Los sobrevivientes con cada día, con cada pelea, se hacen más fuertes— digo, —prefiero estar entre los segundos. Eso quiere decir que Aminoff caerá un día y vendrán otros, nosotros seguiremos sobreviviendo sea quien sea que esté en esa posición…— murmuro contra su camisa, inhalando al tomar aire parte de la fragancia que todavía desprende la tela después de todo el día de andar por ahí. —Sé que por lo cerca que estamos de él, y cuanto más cerca estemos, en una misma sala, lo mejor que podemos hacer es aguardar— le doy la razón en esto para su tranquilidad. —Y puedo hacerlo por una razón. Dime que soy una idiota si quieres, pero no le tengo miedo. Tengo miedo a muchas otras cosas, no a él. Por eso puedo meterme en su juego, no me asusta, no importa lo mucho que se acerque, puedo seguir sosteniendo su mirada.

No lo suelto al oír lo que sigue, abro mis ojos por la sorpresa de escucharlo y estar recostada sobre su pecho lo oculta, es casi lo mismo que le había dicho hace poco, planteado de una manera distinta. —¿Qué caso tiene hacerlo cuando volveré a trabajar y Meerah a la escuela? Me preocupa Tilly, trataré de conseguir para ella alguien que la tenga segura en casa, sea en esta o en la del distrito cuatro. Si nos vamos sería para poner una distancia con la isla, pero no sé si sería lo más seguro. ¿Lo más seguro no sería reencontrarnos los cuatro cada noche en un mismo lugar?— pregunto, por más que sean solo unos días no tomo esta oferta como lo hubiera hecho en otro momento. —No creo que recibamos nuevas visitas indeseables pronto, ni me movería de este lugar después de decirle a Aminoff que sería aquí donde me mantendría. Se trata de resistencia, todo se trata de resistencia. ¿Y no habías dicho que eras bueno en eso? Voy a empezar a creer que solo alardeas— le sonrío al reducir todo a una referencia vieja hecha en la cama, beso su mentón por lo tentador de tenerlo tan cerca. —¿Te diste cuenta de cómo sonó cuando me pediste que te cuente que otras cosas te había ocultado para que me echaras un sermón, no? Mierda, hombre, no se puede tener una charla seria contigo sin meter una o dos fantasías de adolescente del tipo que sí, quiero que me eches todos tus sermones— mi resoplido de supuesto enfado se mezcla con una carcajada y la escondo contra su cuello al darle un beso rápido sobre la piel. —¿Ves lo que te digo? No hago más que llenarte de preocupaciones apenas llegas, encima preocupaciones viejas— froto con mis dedos esas arrugas en su frente a ver si así se alisan. —¿Hay algo que pueda hacer para compensarlo?— ensancho mi sonrisa para hacerla mucho más grande. —Y sí, sé cómo se escuchó eso. Pero hablo en serio al preguntar si hay algo que puedo hacer para que todo lo que te dicho no te quede escociendo, así dentro de cuarenta años me lo eches en la cara— digo a chiste.
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Nunca pensé que llegaría el día en el cual Scott fuera la calma positiva de este dúo, en el cual ella busca sostener nuestra cordura en lo que yo analizo todos los flancos débiles de nuestro fuerte. Aunque estoy acostumbrado a luchar mis batallas solo, he aprendido en este tiempo que tengo un muy buen equipo a mi lado, del cual puedo sostenerme mientras la marea va subiendo —  No creo que seas una idiota — aseguro, ni siquiera sé de dónde saco la tranquilidad para decir esas palabras — Pero algo que he aprendido en estos juegos de poder es a jamás subestimar a nadie. Fue una falla mortal para Jamie en su momento y espero que su hijo siga su camino alguna vez, cuando llegue el día en el cual podamos hacer algo para acomodar las cosas — dicho sea de otro modo, que podamos respirar tranquilos sin un dementor asomándose por nuestra sala para chequear que estamos tirándole flores y no haciendo otra cosa.

Lo que dice tiene sentido, puedo reconocer cuando es mi preocupación hablando más que la lógica y cierro los ojos con una mueca que delata que me ha atrapado — ¿Te enojarías si te digo que los elfos tienen la orden de funcionar como medio de escape en caso de ser necesario? Lo vi como una medida de seguridad que tal vez pueda ser útil alguna vez — confieso — Así que sí, mantenernos los cuatro aquí sigue siendo la mejor idea, pero creo que necesitas estar al tanto de todas las formas que tenemos de sobrevivir en caso de que llegue el día en el cual tengamos que salir corriendo — Que Merlín no quiera. Puedo relajar un poco los músculos en vista de una broma que me remonta a tiempos más calmos, obligándome a sonreír en lo que levanto un poco la cabeza para recibir ese beso con comodidad — Bueno, si te interesa, tengo unos cuantos sermones más que puedo inventar para ayudar a tu imaginación. Ya sabes, para cuando tanto cambio de pañales te quite la inspiración — dejo que mi cabeza se recargue en el asiento, siento como el aire vacía mis pulmones por la calma de las caricias y tengo que entornar la mirada en su dirección para seguir con la atención puesta en ella — ¿Dejar de hacer que me preocupe, para variar? — bromeo. Levanto la mano, dejando que algunos de mis dedos acaricien su barbilla en un gesto quedo — Solo… prométeme que no me ocultarás cosas como esta. Me quedaría mucho más tranquilo si, a pesar de todo, podemos seguir sin sorpresas desagradables. Me arrugaré menos — lo cual parece ser demasiado pedir en estos días.

¿Pero sabes qué puedes hacer de manera inmediata? — me inclino hacia delante, pasando las manos por su cintura a modo de abrazo en lo que transformo esta silla en un espacio privado para los dos — Vine aquí con la idea de pasar una tarde en la piscina, de olvidarme que en el ministerio todo es corridas y papeles. Puedes venir conmigo, no le diremos nada a Meerah… — mis cejas se mueven como si estuviese buscando tentarla, tal y como si fuéramos dos adolescentes que están dejando afuera a una tercera rueda. No es que no quiera a mi hija, es que... a veces pasar tiempo sin ella o su hermana es necesario para mi salud mental. Para asegurarme de que no diga que no, me acerco con el cuidado de besar su cuello, siguiendo con un recorrido hasta detrás de su oreja — Lamento no estar aquí todo el tiempo que me gustaría, el llegar tan cansado y tomarme, quizá, todo a la tremenda. Pero cuidarlas y preocuparme es parte de mi trabajo, ese que sigo haciendo incluso cuando se terminó la jornada ministerial. Quiero que sean felices, cueste lo que cueste — mis labios resuenan estruendosos en su mejilla antes de que me aparte, desabotonando el primer botón de mi camisa — ¿Hoy vas a dejarme el flotador azul o tendré que pelear por él? Porque te aseguro que puedo llevar las de ganar.
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No lo subestimo— aclaro, si es así como lo toma. —Es todo lo contrario— me reacomodo para quedar de frente a él cuando le doy mi explicación. —No soy rival para ninguno de estas personas que quieren poder, perdería si tratara de medirme con ellos. Y en eso, en saber que llevo las de perder, que no soy nadie si me paro para enfrentarlos, es lo que me lleva a actuar con cautela. Me corro de eso de ser ganadora o perdedora, tomo la tercera posibilidad. Esa que se trata de sobrevivir, haré lo que sea para asegurarme que sobrevivamos a Aminoff, a esta guerra, a esta época— prometo, si lo pienso como la meta destino a la que quiero llegar, puedo abrirme paso en esta tormenta que nos coloca en la furia de su centro y atravesarla, si me concentro a donde quiero llegar y a quienes quiero llevar conmigo. Y definitivamente, no voy a dejar a este hombre detrás. Tendré que sujetarlo fuerte para que no se hunda en ese pozo de incertidumbre que está acabando con él, trato de calmarlo con el roce de mis dedos que siguen líneas que he trazado mil veces, también dormida. —No me enojaría por algo así— contesto, mis cejas están chocando con el nacimiento de mi cabello por la sorpresa de enterarme que teníamos esa medida de seguridad en la casa. —Entonces, ¿no hará falta ningún bunker debajo de la piscina? — pregunto, quiero poder decir que es una broma, pero no sería del todo honesta cuando tantas ideas pasaron por mi mente que no me parecían extremistas teniendo en cuenta lo fácil que se sacude este país con un alboroto. —Si tenemos que irnos, lo haremos—. No quiero que acabemos como esa familia real que acabó siendo fusilada en una habitación de su mansión y solo un viejo mito sostenía que una de las niñas logró escapar, porque las balas se incrustaron en las joyas pesadas que colgaban de su cuello. Esa no será la historia de esta familia. —Y si ese día llega, no quiero que te quedes aquí viendo como todo se acaba, creyendo que vas a poder seguir sosteniéndolo con tus manos. Te desmayaré si hace falta para poder llevarte— le advierto. —Perdóname, hace tiempo que ordené mis prioridades y no me fijo en lo que se supone o lo que debería hacer, lo que está bien o lo que está mal, el mundo va en una dirección y si tengo que ir en otra, lo hago. No me meto en lo que es tu deber en este momento, pero si algún día eso te pone al borde del risco, no me quedaré mirando como caes— murmuro respirando contra su cuello, nos libero del peso de tener que decir esto con nuestras miradas encontrándose, así puede asimilarlas en la privacidad de que su expresión queda fuera de mi vista.

¿Quién necesita ayuda con su imaginación, según tú?— pregunto con una sonrisa disimulada, pico su costilla con un dedo como un pinchazo de reproche. —A mí cambiar pañales no me quita la inspiración, lo que me quita la inspiración son los estallidos de llanto repentino, y tampoco es que me la quitan, la tengo que hacer a un lado para ir a atender a cierta bebé. Inspiración me sobra— le aseguro, para probarlo subo mis manos por su camisa y se quedan quietas al escuchar lo que me pide, respondo con un asentimiento porque es lo que esperaba escuchar. —Lo siento, Hans. Por no decirte lo de la enfermedad de mi padre y el riesgo que había, se hace difícil hablar de él y de todo lo que tiene que ver con él con alguien más que no sea Mohini que lo conoció bien…— dudo en continuar, y es en ese segundo de vacilación en el que no digo nada, sus siguientes palabras cubren lo que queda por decir. —Podría…— lo insinúo, —¿solo vamos a nadar?— pregunto, que lo pregunte como una posibilidad muy real me hace notar lo atrapados que estamos en esta vida doméstica con dos niñas, en la que debemos hacer uso de puertas cerradas para marcar el espacio íntimo. Tiro de la tela de su camisa para que salga de la sujeción de su cinturón. —Te ayudo a prepararte— digo al pasar, mi cuello cosquilleando por su roce y pese a la distracción lo escucho con claridad. —Lo sé, Hans. Lo sé…— lo tranquilizo, aliviando esas presiones que lo hacen ver tan cansado con mi mano acariciando nuevamente su nuca, y estoy a punto de retomar lo que dejé sin decir cuando su pregunta me saca una carcajada. —No vas necesitar el flotador, no te dejaré salir a la superficie— es una broma, puedo ceder la propiedad del inflable si lo necesita para estar tendido un rato sin nada en lo que pensar.

Tomo su mano cuando me incorporo así se pone de pie conmigo, echo un vistazo a su escritorio para no golpear nada que pueda romperse y me siento en la orilla para que se coloque entre mis piernas que se ven más bronceadas debajo del pantalón corto, porque yo sí pude hacer uso y abuso de la piscina este verano con licencia por maternidad. —Ven, te dije que te iba a ayudar— sonrío al prenderme de su camisa para atraerlo y así encargarme de los botones. Cuando tengo mis manos ocupadas en la tarea, mis ojos siguiendo cada botón que se escapa, sigo: —Hans, mi padre no murió cuando tenía quince años. Se fue, se fue al norte, a la frontera, no sé, a ser parte de los rebeldes. Estaba enfermo, pero es una enfermedad lenta. No solo deja de funcionar el cuerpo de la persona, también su comportamiento cambia, la manera de tratar a su familia y a las personas que quiere. Se vuelve una persona que puede llegar a cansar y lastimar a los que están cerca. Lo supo y se fue. No sé con quienes habrá colaborado, con Jeff se mantuvo en contacto, pero… como hijo de muggles, papá siempre se sintió más cercano a las personas sin magia, muggles, squibs. Tal vez llegó a conocer a tu padre, no lo sé, Aminoff dijo algo sobre que sabía que mi padre era un rebelde…— suspiro, si tengo que trazar un mapa de relaciones posibles en mi cabeza, no doy abasto con las que tienen que ver conmigo y con Hans como para sumar también la de nuestros padres. —Nos enteramos que estaba enfermo cuando estaba embarazada y… decidimos no ir. No podía ir así, no al norte— cierro mis ojos al guardar silencio, lo necesito para que la culpa no me embargue y pueda reafirmar que hice lo que tenía que hacer, es lo que aseguró que nuestra hija esté durmiendo ahora en una habitación de esta casa, segura. —Después falleció. Esa es la historia completa…— concluyo, endurezco mi voz para hacer de eso el relato oficial, el que queda entre nosotros porque no puede ser dicho a otros. —Pero la que contaremos siempre seguirá siendo que mi padre murió cuando yo tenía quince años, ¿sí? Y es lo que le diremos a Mathilda cuando crezca, su abuelo murió en ese entonces, cuando Mohini perdió a su esposo y yo a mi padre. Todo lo que compartiré de él será e lo que vivimos juntos, porque lo amo. Sigo amando al hombre que fue, que me crió y me cuidó— coloco mis manos sobre los hombros de Hans y lo miro pidiéndole disculpas. —Eso no va a cambiar.
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Le sonrío, más no por una verdadera gracia, sino porque no podría esperar otra cosa de ella — Lara Scott, algún día tu terquedad va a matarnos — intento que suene a una broma, porque no puedo negarme a sus peticiones sabiendo que es capaz de cumplir su palabra, que me sacará de mi miseria con toda la fuerza que es capaz de cargar en un cuerpo pequeño pero tenaz, porque si hay alguien que se describe con esa palabra, es ella. Ya no sé cómo decírselo, recuerdo haberle mencionado en el pasado que me agradaba su espíritu, es una idea que no ha cambiado con el tiempo. Hoy hasta se lo respeto, pero temo que llegue el día en el cual acabe jugándole en contra. ¿Cómo cuidas a alguien que se esfuerza en ser la cuidadora? No puedo controlarla, no cubres una llama con las manos sin quemarte.

No puedo seguir el juego de la inspiración cuando la sonrisa se torna cada vez más forzada, que hablar de su padre no es algo que quiera estirar porque, de momento, se siente como una mosca molesta en la habitación. A ella le afecta, yo aún no sé cómo sentirme al respecto — Puedo entenderlo — es lo único que aseguro, trato de centrar mi atención en la temperatura de su piel, en esa textura que ya me sé de memoria, tomo la curva de escape hacia un ámbito más seguro. Al menos, la manera que tiene de tirar de mi camisa se siente como una invitación a una huida — No estamos solos en casa… aunque siempre puedo darle algo de dinero a Meerah para que se vaya al cine o a dónde quiera. Y podremos compartir el flotador — es una travesura mínima, como si centrarnos en un juego como este pudiese eliminar todas las cosas que hablamos dentro de estas cuatro paredes. Los secretos pueden quedarse aquí, ya sabemos que se nos dan más que bien.

He aprendido a dejarme llevar por ella, me levanto con el impulso de su tirón y apoyo las manos en los bordes del escritorio, buscando el roce de sus muslos con mis pulgares. Apenas logro inclinarme en su dirección que sus labios se abren para hablar, no para besarme y puedo jurar que no comprendo lo que está diciendo. No me considero una persona lenta, pero mi silencio delata que estoy tratando de comprender… ¿Qué? ¿Qué su historia es una mentira? ¿Que todo lo que nos unió en el pasado, no era como yo lo pensaba? Se siente como la sensación de un hielo recorriendo mi nuca hasta fundirse en mi espalda, pero en lugar de estremecerme, puedo sentir cierta tensión. Acabo por mover la cabeza en busca de tronarme el cuello, guardando un silencio quizá un poco demasiado extenso, cuando debería decir algo. Lo que sea — Lo lamento — ¿Lo hago? ¿Me importa lo que le sucedió a ese hombre o solo me preocupa cómo es que puede afectarle a una persona que me importa tanto como ella? Tomo sus muslos, los aprieto con todo el cariño que puedo demostrar en este instante, aunque encontrar sus ojos me toma un poco más — He aprendido con el tiempo que la honestidad siempre va a ser la mejor opción, pero si prefieres que Mathilda lo recuerde como tú lo haces… es tu decisión — ¿Por qué reprocharle una vez más que no me ha dicho nada al respecto? Lo único que atino a hacer es a besar su frente, rozando mi nariz contra su cabello en lo que subo las manos en busca de un abrazo. Intento controlar mi respiración, no muy seguro de conseguirlo.

Nunca comprenderé la mitad de tus decisiones… — admito, la manera que tengo de hablar refleja cierto secretismo — … pero estoy aquí para acompañarte en ellas. Y sé que tu familia te pertenece, pero creo que tengo que recordarte de que ahora tienes una nueva que puede acoplarse. Estoy seguro de que yo no puedo amarte como lo hizo tu padre, pero puedo hacerlo a mi modo. Lara… — me las arreglo para separarme, lo suficiente como para atreverme a mirar a su rostro — He dejado de juzgarte en base a tu padre. Al final del día, tu pasado no me importa, siempre y cuando podamos disfrutar del presente. Pero gracias por ser honesta conmigo, esto puede morir aquí si es lo que quieres. Hay cosas nuevas del otro lado de la puerta — solo tenemos que tomarlas, no debería ser tan difícil.
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Espero que no— contesto sin un respiro de por medio entre su comentario y mi respuesta, —espero que la terquedad sirva para mantenernos con vida—. Es lo que tengo, puedo hacer de mi defecto algo de lo que sujetarme para hacer virar los vientos en el sentido contrario al que trata de arremeternos. En los momentos a solas con mis pensamientos puedo tener mis dudas sobre si estamos parados sobre una roca lo suficientemente firme sobre lo que podamos apoyarnos, no solamente nosotros dos, sino también las dos niñas que están prendidas a nuestras decisiones. La incertidumbre que azota cuando son las amenazas de afuera las que irrumpen en este caos privado, es la que consigue que haga promesas inestables como estas, por incierto que sea lo que vaya a ser de nosotros, mi certeza está en que me he aferrado tan fuerte a ellos, que ya no podría soltarlos. Y encontrar en una invitación tan casual y contrastante con los asuntos de esta conversación, el gusto de lo cotidiano que en este hombre se ha vuelto calor seguro al que puedo abrazarme.

Me acuerdo que contábamos las primeras veces que dormíamos juntos, una vez puede ser un accidente, dos veces ya no lo es, si se dan tres veces se comienza un patrón. He perdido hace mucho la cuenta de las noches y a pesar de despertar a su lado por las mañanas, de buscar su espalda para rodearlo con mis brazos y sentirlo cerca, como el escondite al que puedo regresar al final de cada día, hay muchos caminos solitarios que todavía me quedaban por andar y poder llegar a él como destino. Nunca se trató de confianza, ni de que pretenda ocultarle cosas, se trataba del tiempo que hace falta para cerrar peregrinaciones personales y así quedarme con él, con más piezas que ayer, hasta que algún día pueda ser enteramente yo. Es lo que pasa con las personas que nos proyectamos solas en la vida, dispusimos todo para que sea así y esto es cambiar de religión. Lo irónico de esto, es que aun guardando partes solamente para mí, he puesto mi vida entera y a mí misma en la balanza de este hombre.

Es la historia que quiero heredarle, lo que sé y lo que conocí de mi padre. No quiero que pese sobre ella malas decisiones de abuelos ausentes, cuando hay una persona como Mohini que pondría sus brazos a su alrededor para que no la hiriera el mundo. Solemos caer más fácil en ver el pasado heredado como errores que justifican nuestras canalladas presentes, en vez de tomar lo malo para hacer crecer algo bueno a partir de eso— subo mis manos por sus brazos en una caricia lenta al decirlo, ya lo hablamos en otras ocasiones. Rodeo sus hombros para amoldarme a su abrazo, lo necesito, anduve mucho hasta llegar aquí. —Y quiero que ella pueda ser, por fin, lo bueno después de todo lo malo. Por idílico que suene, soy una idealista a fin de cuentas, ¿no? Quiero que lo sea— deseo, que también para su hermana, Tilly pueda ser la pieza que nos faltaba para sentirnos completos al ser parte de un algo que puede ser todo. Beso su garganta para subir hasta su mentón cuando sigue hablando, lo alcanzo en la distancia que impone al acariciar sus labios antes de contestarle. —Nunca podrá ser un amor similar, Hans. Los amores de pedestal puede que sean eternos, pero es una adoración ciega hacia alguien que no es real, que se ha ido hace mucho tiempo. Y luego están los amores como el nuestro… esos que te hacen sentir vivo, sabiendo que estamos hechos para morir. No hay eternidad para nosotros, solo mortalidad— esbozo una sonrisa sobre su boca al volver a tomarla, burlándome de algo o alguien que nos excede. —Y elijo eso, ¿sí? Sentirme viva contigo, sobre quienes pude amar antes como mi padre— susurro. Rozo su mejilla con mi pulgar al sostener su mandíbula con mi mano para que no se aparte. —Sé que una vez te dije que parecías un fuego demoníaco arrasador, en ocasiones creo que eres un fuego vestal que no se extingue para mí, y es saber que tenemos esta vida y no otras, lo que creo que hace que perdure. ¿Alguna vez escuchaste que todos elegimos en qué infierno quemarnos? Muchas personas suelen esperar un cielo o un paraíso luego de mucho andar y a mí me pasa que después de tanto andar y a los tumbos, arder contigo es lo mejor— tomo su boca para otro beso que demoro lo que tardo en bajarme de su escritorio, me cuelgo de su nuca al volver a sentir el suelo. —No voy a arrepentirme de las decisiones que tome por conservar esto— se lo prometo.
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Estoy seguro de que mis hijas heredarán muchas cosas, en especial historias. Aún no estoy seguro de cómo haremos para que Tilly sepa cómo es que nos conocimos con su madre, pero he decidido no preocuparme por ello hasta que llegue el momento. Elegir qué imagen y qué enseñanza queremos regalarles es algo de todos los días, lo he aprendido con Meerah y lo veo todos los días con su hermana, jamás pensé que ciertas capas de mi persona tuvieran que ser cuidadosas por cómo podían afectar a alguien más, alguien más frágil y más importante que yo. Viví demasiado tiempo en un estilo de vida egoísta, como para empezar a desprender mi piel por ellas, para ellas y con ellas y, por extraño que suene, ahora no lo imagino de otra forma — Bueno… creo que tu idealismo se me ha pegado un poco — apenas es una broma, sé que yo tiendo a pegarme a la fatalista realidad que intento ver con algo más de seguridad, como si aún fuese intocable.

Obvio que no lo soy. Ella me toca, por ejemplo. Puedo sentir cierto alivio, sonrío contra el tacto que se hace de mi boca y me aseguro, una vez más, que me sigue eligiendo — No es una competencia — no sé si se lo recuerdo a ella o a mí mismo — Pero es bueno no vivir en lo que ya hemos pasado y perdido. Sé que es un poco irónico viniendo de mí… — se me crispa la nariz por un segundo. Hermann sigue siendo la clase de problema que no puedo sacudirme, no importa los años que pasen — … pero creo que tenemos algo que vale la pena, por muchos dolores de cabeza y patadas que pudimos pegar. Elegirte es algo de lo que no me arrepiento — ¿Había otra opción? ¿Qué hubiera pasado si Tilly no nacía? Estaba lejos de aburrirme de su compañía incluso en ese entonces, no puedo usar a la bebé de excusa.

Se me escapa una sonrisa pícara, aún recuerdo bien esos comentarios que parecen haberse perdido en habitaciones muy lejanas, entre dos personas que ahora mismo me cuesta reconocer. Me centro en su beso, en el modo que tiene de bajarse del escritorio y que me obliga a moverme con ella para hacerle el espacio, a pesar de que mis nudillos acarician sus caderas por mera inercia. Scott tiende a verse como una persona irrompible, pero siempre será frágil para mí. Parpadeo, encontrándome con ella en los pocos centímetros que nos separan, respirando sobre su boca — Nadie me advirtió que arder sería tan placentero — susurro, tiro de mis labios hacia una de mis comisuras — Pero si hay otra vida, no tendría problema en volver a repetirlo — son elecciones, las hacemos todo el tiempo, incluso sin darnos cuenta. Me obligo a dejar de besarla, tomo la distancia necesaria para recordarme que no podemos quedarnos aquí dentro por horas y, en su lugar, mi atención se va al sobre de la clínica. Tengo que decirme a mí mismo que no puedo quemarlo y, en su lugar, aferro su mano para tirar de ella y rodear el escritorio — Los trajes de baño están en el cuarto — me explico como mera excusa, aunque mi mano duda al momento de tener que abrir la puerta. Aprovecho esos segundos para echarle una ojeada sobre el hombro — Una vez me dijiste que estabas conmigo, a mí lado — le recuerdo — Quiero que sepas que ese también es mi lugar. Todos los días, para lo que tú necesites — que si vamos a caminar este sendero juntos, tener los dedos enroscados es el mejor de los aliados.
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Tampoco creo que sea una competencia— digo con un asentimiento de mi barbilla, mi pulgar recorriendo su rostro por los rasgos que podría trazar a ciegas, —es solo que he tenido tiempo de pensar y cuando hago mis elecciones, son a consciencia de lo que elijo. Siempre elegimos en renuncia o por encima de otras cosas, elegí esto que tenemos…— murmuro, es como ha sido para mí aunque nadie me haya puesto explícitamente en una situación de elecciones, las circunstancias fueron las que en un principio me empujaron de un lado al otro, le concedí a la fuerza que me atraía hacia él la potestad de marcarme el camino, hasta que dejó de ser así y puedo decir que cada paso que doy, cada uno de mis movimientos, ya no corresponde a un arrebato. Lo hago con los ojos abiertos, lo sigo al tomarme de su mano y no de sus labios con urgencia, esa que queda reservada para el infierno íntimo que evoco para nosotros, que nos consumió y cuyo fuego logramos gobernar, no para extinguirlo, sino para declararlo propio.

No sé si habrá otra vida o si pueda volver a repetirse algo así, ¿no sería muy extraño en el universo? Seguro que en otra vida seremos caracoles por culpa del karma— dejo un beso en su mejilla al encaminarnos a la puerta, hay una bebé que se quedó dormida en su cuna y quiero comprobar que siga así para unirme a su padre a la piscina. Me quedo inmóvil a su espalda cuando se detiene, escucho lo que dice y me acuerdo del miedo estúpido que tenía de perder el anillo que me dio porque no se ajustaba a mi dedo al adelgazar después del parto, como si perderlo fuera un mal augurio de una boda que sigue muy lejana en el calendario. —Lo sé— contesto, sostengo su nuca con una mano para acercar su frente a la mía, —saber que estás es todo lo que necesito. Aunque a veces no me veas o yo no puedo verte a ti, sabes que me encontrarás aquí y yo también espero poder encontrarte— pese a las demoras que puedan darse al llegar, tener un poco de fe ciega no hace daño, es parte de creer. —Y no necesito de ningún juez en un altar que avale mis palabras, es así desde que te elegí—. Presiento que hemos montado un altar propio en nuestro infierno y las promesas fueron arrojadas al mismo fuego del que surgieron, igual que nosotros, se han mostrado resistentes a lo que debía destruirlas. Y eso es solo anticipo de que habrá otras cosas, que también probarán su fuerza, por eso se necesita fe ciega.

Tiro de su mano para sacarlo del despacho así no seguimos demorándonos, si acaso bromeo con retenerlo al comienzo de la escalera al aprovechar el desastre de su camisa para que mis manos se metan bajo la tela hasta su cintura y me adelanto dos pasos para que su espalda choque con la pared, como si fuera una madrugada con prisas para llegar a la cama y no las horas en las que todavía el sol sigue en alto. Recorro lo largo de su garganta con mis labios para detenerse en la comisura de su boca, y tal como predije que Mathilda reconocería la presencia de su padre de tenerla en la casa, escucho su llanto superando la barrera de la puerta cerrada de la habitación, exigiendo que vayamos hacia ella. —Hay alguien que quiere ser parte de tu fiesta en la piscina y he visto tu cuenta de la tarjeta como para permitirte que sigas derrochando en sobornos a tus hijas— claramente es un chiste, tiene dinero como para sostener ese sistema de sobornos que le conviene. Lo libero de mis manos para que pueda subir los peldaños que faltan por su cuenta, me apresuro en llegar hasta la habitación y recuperar a Tilly de su cuna por mucho que haya leído sobre que un poco de llanto hace bien para que los bebés aprendan a manejar la frustración, ya habrá otros llantos que no podré atender tan a prisa. Y por noble que sea mi intención de darle consuelo, no lo encuentra en mí, sino que continúa con el escándalo porque ya ha olido a Hans. Conoce su olor, puede ver su aura, no lo sé. Es a quien pide a estas horas del día por saber que está en la casa. —Toma, encárgate de ella mientras busco sus cosas— se la entrego y me pierdo dentro del guardarropa los siguientes minutos, que a mí me lleva un minuto tirar mi ropa para cambiarme, mis dudas surgen con ella. —¿Cuál te gusta más?— le pregunto levantando una perchita con cada mano. —¿Su enterizo de flamencos? ¿O su bikini con cerezas?
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Hans M. Powell
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Esta es la clase de cosas que me recuerdan por qué nos seguimos eligiendo, nos permite perdernos en las tonterías como si fuéramos dos adolescentes cargados de hormonas y picardías, hasta la risa que se me escapa al verme atrapado contra la pared me remonta a esas épocas donde no había una mansión inmensa ni hijas en diferentes cuartos desde los cuales pueden interrumpir. Tilly aún no me preocupa demasiado, Meerah es quien tiene la libertad de moverse por todos lados para acabar en alguna situación incómoda. Es un poco irónico que sea el llanto de la bebé el que llega desde la distancia como una queja a la falta de atención que está recibiendo de nosotros, lo que me obliga a resoplar con un ruedo de ojos que se queja tanto como denota diversión — A veces tengo la sospecha de que le ha quedado el miedo a dejar de ser la menor y lo hace a propósito — como si los traumas de la niña fuesen los nuestros, ajá. Amago a morder sus labios, pero queda solo en un chasquido de mis dientes antes de ir hacia el dormitorio, el cual se siente demasiado grande ahora que no tenemos el permiso de ir directamente hacia la cama o alguno de los rincones que podemos conquistar por un momento.

Desnudarme me lleva tan poco tiempo que, para cuando ella exige que sea yo quien se haga cargo de la niña, ya estoy saliendo del guardarropa acomodando el traje de baño; lo bueno de la única prenda, supongo. Atrapo a la niña entre mis brazos con algo de torpeza por culpa del apuro, así que tengo que acomodarla para que se sienta más cómoda en lo que la saludo con esos sonidos agudos que no sé de dónde he sacado, porque creo que no los había emitido hasta conocerla. Siempre había pensado que las personas que hablan a los bebés como si fuesen estúpidos eran unos tremendos idiotas y, obviamente, ahora mismo me encuentro a mí mismo con esas manías — ¿Mmm? — estoy distraído con la manía que tiene la bebé de reírse al tratar de tirarme del pelo, así que tardo en voltearme hasta encontrarme con las opciones en el aire — Las cerezas. Así puedo morderle la panza… ¿A que sí? — y sí, otra vez el tono arrastrado que se funde al hacer sonidos contra la barriga de la niña, provocando que se retuerza. Si alguna vez Mathilda tiene la consciencia como para quejarse de estas cosas, le diré que culpe al hecho de que no pude vivir esto con su hermana.

Tener a una bebé lista para la piscina no es lo que tenía en mente para mi rato a solas con su madre, me ocupo de no olvidarnos su sombrero gigante y lo coloco con mucho cuidado de que sus cachetes lo sostengan junto con el hilito y, para cuando estamos saliendo al jardín, Tilly ya anda sacudiendo sus patitas, no sé si por mero reflejo o porque tiene idea de que iremos a la piscina. Me acomodo en el borde, allí donde puedo meter mis pies y sostener a la niña, en espera de que Scott me facilite el protector solar para que no le afecte a su piel — Una vez me preguntaste si yo era feliz — le recuerdo, aunque no estoy seguro de quién había iniciado esa pregunta en aquel momento. Tengo que ladear la cabeza para mirarla, seguro de que ella lo recuerda. Fue el día en el cual quemamos sus papeles, cuando el embarazo era noticia nueva y Magnar había asumido como presidente para cambiar el panorama con sus modificaciones — Mi pregunta es: hoy… ¿Tú lo eres? — porque hemos dado muchas vueltas para terminar aquí, con lo bueno, lo mano y lo regular. Al menos, yo lo soy.
Hans M. Powell
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Me he acostumbrado tanto a las interacciones de Mathilda con su padre, a sus pies agitándose en el aire al retorcerse por la boca que se estrella en su panza redonda, que pocas veces como en este momento me percato de lo extraño que es ver Hans con una bebe que le pertenece, cuando la imagen de saberlo padre de una adolescente fue chocante alguna vez. Era de esos hombres para quienes los niños deberían venir así, con una estatura que supere sus rodillas y capaces de sostener una conversación coherente. No podría haber creído, de verlo en una bola de cristal que usan las adivinas truchas, que se encargaría de cargar con una bebé que tiene un sombrero tan grande puesto, que es más sombrero que bebé. Dejo que sean quienes vayan por delante, él que quería tener su rato de descanso y olvido en la piscina antes de que nuestra conversación se convirtiera en un reporte de nuevas inquietudes, y la misma Tilly, que sigue moviendo sus piecitos con la emoción de quien sabe que volverá al agua. No tiene una colección de flotadores por nada, con su hermana supo sacarles provecho cada una de las tardes de vacaciones.  

Acaricio sus cachetes con los pulgares al embadurnarlos del protector solar para bebés de pocos meses, ese que contribuye a los ceros de más en la tarjeta de Hans por ser tan ridículamente caro. Está tan acostumbrada a los preparativos de meterse al agua que ya no patalea, espera a que acabe de pintar su nariz de blanco con los ojitos fruncidos. —¿Lo hice?— pregunto, lo que recuerdo son esos momentos en que la felicidad explotó para nosotros como burbujas de jabón, sorprendiéndonos, en esos lugares que no pensamos que llegarían a cargarse de tanto significado o en los ratos que estaban hechos para ser olvidados por cotidianos. Nunca he llegado a convencerme del todo que la felicidad sea algo a lo que ambos tengamos derecho, ni que la suerte decida un negativo para mí, resguardándonos de una tragedia que bien podría estar hecha a nuestra medida. Si todo se ha dado tan rápido, tenía sentido que así de rápido se consumiera, si no es por nuestra voluntad, sí por algo que escapara de nuestras posibilidades. Y aun así, con toda la carga personal que trae cada uno y queda regada por el suelo igual que la ropa, esa que nos hace inapropiados para lo que voy a decir, lo hago. —Claro que lo soy— es mi respuesta sincera, —nada de esto es lo que alguna vez hubiera creído que me haría feliz y, sin embargo, lo hace.

Cambio mi postura de estar en cuclillas colocando protector a la bebé, para sentarme en la orilla de la piscina al lado de ellos, pruebo la temperatura del agua al hundir mis pies. —Los sueños cambian— le explico, costo entenderlo hasta que lo hice. —Tenía otros sueños, los amaba. Sobre quien quería ser, sobre lo que aspiraba a tener. Tuve mis momentos en que dudé de si estaba renunciando a ellos y a parte de mí por empezar a desear otras cosas que eran muy distintas, hasta contrarias de lo que quise alguna vez— froto mi rodilla con los restos de la crema que quedo en mis dedos con un ademán distraído, más concentrada como estoy en hallar el modo de expresarme. —Dudé de si me estaba fallando a mí misma y si acaso podía encontrar una manera de congeniar todo, lo que es imposible. No puedes ser dos personas a la vez, ni vivir en dos mundos. Quizás algún día en el departamento de misterios pueda resolver la ecuación que haga eso posible y de todas formas, de saberlo, no creo que se deba vivir así. No eres dos personas en distintos mundos, eres la mitad en cada uno— muevo mi cabeza de un lado al otro. —Y en realidad no me estaba fallando, solo estaba cambiando. Sucedió más a prisa de lo que mi mente pudo asimilar. Renunciar a todo lo que se quiere o se puede soñar a veces también es necesario para… abrazarte muy fuerte a lo que tienes delante de tus ojos, que nunca lo soñaste, pero está ahí…— lo miro con una media sonrisa. Pobre hombre que tuvo que coincidir con alguien que lo llena de estas confesiones inoportunamente románticas. —Y cuando me enteré lo de la enfermedad de mi padre, yo que siempre había asumido que mi carácter me haría de esas muchachas con muertes trágicas en su juventud, tan exageradas que hasta me darían el título de virgen porque eso ayuda a las leyendas… no creí que fuera a morir— dejo mis manos quietas sobre los muslos, enderezo mi espalda para que mi cuerpo acompañe a mi tono. —Me creía más fuerte que nunca, de que eso no era algo que pudiera pasarme a mí. Y no lo sé, tal vez sí, la muerte es algo que nos acecha todos los días. Pero ya no la acepto como antes, como algo propio de mí, mi único destino posible. Ahora tengo otro, ¿no? No sé bien cómo será a futuro, pero es otro.
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Una respuesta afirmativa era lo único que esperaba, me tranquiliza el saber que, al menos, una parte de ella se siente satisfecha, en una sintonía similar a la propia. Siendo sincero, yo tampoco digo que lo que tenemos hoy es el sueño de mi vida porque me conoce lo suficientemente bien como para saber que a los dos nos tomó por sorpresa, pero no puedo hacer otra cosa que sonreír vagamente antes de darme cuenta de que he abierto la puerta a un discurso que no me estaba esperando. Mantengo a Tilly quieta en lo que es preparada para el agua y, con mucho cuidado, la acomodo contra mí en lo que doy el ligero salto que me hunde en el agua. Está fría, lo suficiente como para ponerme la piel chinita en lo que avanzo, manteniendo a la bebé segura en lo que permito que solo sus pies rocen la superficie. Es el choque de mi cuerpo contra el agua lo único que interrumpe el monólogo de Scott, hasta tengo sumo cuidado de que el flotador no haga mucho ruido cuando coloco a la bebé ahí dentro para que pueda disfrutar de su tarde, una que de seguro la deja rendida como para tomar algo de leche y dormir toda la noche. No sé cómo haremos para cansarla cuando llegue el invierno, habrá que buscar otro tipo de entretenimientos.

Hay cierto orgullo en lo que dice, cierta emoción agradable que me hace devolver esa media sonrisa con el cariño plasmado en ella. Cuando termina de hablar, me encuentro con los labios sellados, rozando las palmas de mis manos sobre la superficie en un juego que disfrutaba mucho cuando era un niño, tal vez por lo extraño del tacto. Acabo abriendo la boca por un momento antes de soltar algún sonido — Confío en que es un buen futuro. Uno en el cual Mathilda te vuelva loca, pero bueno al fin — ni hablemos de que vivimos con una persona que está entrando a esos años complicados que me llenan de terror. El solo recordar lo que sucedió en la boda de mi hermana hace que sienta vergüenza de mí mismo — Creo que lo que sucedió es que crecimos. Sí, me incluyo en esa ecuación, sé que no estamos en el mismo punto que hace año y medio atrás y jamás pensé que nos encontraríamos aquí, pero volvería a hacerlo todo de nuevo. Sí, hasta el descuidarme y no usar un condón — la sonrisa divertida se pierde cuando me meto por un momento bajo el agua para mojarme el cabello y así no tener la cabeza tan expuesta al sol, para cuando salgo me acerco el flotador de Tilly y la muevo conmigo, en busca de estar lo suficientemente cerca de su madre.

Aprovecho que la niña está entretenida y segura para apoyar las manos en el borde, rodeando las rodillas de Scott con mis brazos y así conseguir rozarlas con mis labios en un beso tenue — Hay mucho de la vieja Lara hoy como para olvidar cómo es que terminamos aquí, pero me gusta lo que veo hoy. Después de todo lo que hemos pasado, creo que se necesita algo mucho más grande que una enfermedad hereditaria para que esto se rompa — aprendimos a funcionar como una familia, mal que mal. La busco con la mirada, tengo que apartar un mechón húmedo que cayó entre mis ojos — Voy a hacerte una pregunta y no hace falta que respondas de inmediato — advierto, esto me lleva de una patada a su advertencia en la cocina, la noche de los panqueques y su primera intención de llamar al matrimonio entre nosotros — Pero cuando nos casemos, esta casa tendrá otra estructura frente a la ley. Las mismas leyes que secundan que Audrey abandonó a Meerah dejándola a mi cuidado — los gorgoritos de Tilly no me distraen, aunque parece estar reclamando algo de atención — Siendo mi mujer, podrías adoptar a Meerah. Legalmente. Si tú quieres — sería un nuevo orden en nuestro pequeño caos. Uno que no sé si en el pasado alguno de nosotros hubiera aceptado.
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