The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Magnar A. Aminoff
Presidente
Nadie se espera que esté en la isla un día de semana por la tarde, ni siquiera yo mismo. Puedo ver la confusión en los ojos de la elfina doméstica que me abre la puerta de la mansión Powell y, aunque se apresura a aclararme que su amo no está, la detengo con un movimiento gentil de la mano para indicarle que no se haga problema. Parece aún más desconcertada cuando le explico que estoy buscando a la señorita Scott, pero no pone reparos en hacerse a un lado para ir a buscarla en lo que recibo indicaciones de esperarla en la sala. Ni siquiera la escucho, para ser honesto; ya me estoy haciendo camino por mi propia cuenta, que las puertas corredizas se encuentran abiertas de par en par y el corralito de bebés sobresale en medio de la habitación.

La criatura que se encuentra dentro está muy interesada en sujetar un sonajero de peluche que apenas produce sonido en lo que sus manos pequeñas lo estrujan y sacuden con una fuerza minúscula, pero posiblemente inmensa para ella. Tengo sus ojos curiosos en mí por un momento, pero pronto me descarta como objeto de su atención. Yo, por mi parte, no resisto a la tentación de quitarle el chupón en forma de snitch de la boca que busca seguir succionando y que, por obviedad, se tuerce en un mohín antes de ponerse a llorar. Y sí, obvio que a mí me hace sonreír. Esta niña está reaccionando ante un estímulo que seguirá proyectando el resto de su vida. Yo quito, ellos lloran. Papá está muy lejos para hacer algo al respecto.

Obvio que mamá no y eso es lo que me importa, oigo sus pasos rápidamente y no sé si es por el llamado de su cría o porque la elfina le ha dicho que estoy aquí, o ambas cosas — Tiene una criatura maravillosa, señorita Scott — que sacude sus manitos hacia todos lados para que le devuelva el chupete cuyas alas se mueven, tratando de volver hacia la bebé chillona. Ni siquiera me volteo hacia la dueña de la casa cuando libero a la snitch, que silencia a la niña que me tomo la molestia de tomar por debajo de las axilas para levantarla, algo más arriba de mi rostro en un intento de admirarla mejor — Son tan frágiles cuando son así de pequeños. Uno solo quiere sostenerlos con fuerza para que nada en el mundo pueda tocarlos — pero yo puedo. La acomodo con sumo cuidado en mis brazos, meciéndola a pesar de que se nota inquieta — Pero el mundo no es tan justo ni tan perfecto, ¿no lo cree? Es más parecido a las canciones de cuna. Vendrá un viento que los sacudirá con fuerza si no se portan bien y estoy seguro de que usted sabe de eso — cuando mis ojos se elevan hacia ella, simulan una tranquilidad que su frialdad no emana — ¿No va a ofrecerme algo para beber?
Magnar A. Aminoff
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Invitado
Invitado
Hay una razón por la que Mathilda no irá a un maternal y es para que ningún niño capricho le venga a quitar sus juguetes. Fijo mi mirada en el chupete que Magnar Aminoff sostiene en su mano, mi semblante se endurece y las manos se me cierran en puños a los lados de mi cuerpo, cuento cinco pasos entre ese hombre y yo para golpear sus dedos y recuperar el chupete, consolar a Tilly que está llorando en su corralito. Sería suicida hacerlo, me lo recuerda estar en un ambiente al que no pertenezco, esta mansión es la que le corresponde a Hans por ser ministro y tenemos a sus colegas y el mismísimo presidente como vecinos. Está loco, me repito. No admito que alguien se acerque a mi hija con malicia, quiero correr hacia ella para sacarla fuera de la  vista de este hombre, pero si su satisfacción recae en hacer llorar a una bebé, es porque no tiene presente que hay mujeres que nacemos con resistencia a las frustraciones temporales y ella también viene de esa línea.

Lo sé, Aminoff. Es extraordinaria— contesto, relajo mi rostro para esbozar una sonrisa que puede tomar como orgullo maternal, no puede verla porque se inclina para tomar a la niña en brazos y clavo las uñas en mis palmas. Le dije muy explícitamente una vez que no dejaría que le ponga un dedo encima a mi hija. Pese al cuidado en sujetarla, que sea el hombre que tiene a sus allegados bajo la misma regla de terror que su madre también usaba, quien me habla de la fragilidad de mi hija, puedo tomar sus palabras como lo que son. También la tiene a ella en sus manos, a todos nosotros y a Hans firmando documentos, diciéndome que hay que esperar, que encontrará su ruina en su propia soberbia y entonces hará honor a su nombre, porque todos los grandes siempre terminan por caer, imperios enteros, él no será la excepción. —El mundo es una mierda, lo ha sido antes de nosotros y lo será después. Sostenemos a nuestros hijos con fuerza cuando son pequeños, mientras le enseñamos desde que nacen a que sean fuertes, así podrán resistir el viento que sea que quiera venir a llevárselos— respondo. —Ahora que tengo una hija en un mundo como este, puedo entenderlo.

Camino hacia él para colocar una mano en la espalda de la bebé y trato de retirarla de sus brazos. —Siéntase como en su casa—  señalo con mi barbilla el bar en el sala al que vi ir tantas veces al padre de Tilly, sé que él también preferiría que el presidente derroche su alcohol más caro, antes de que pase un minuto más con sus manos en nuestra hija. —Elija la bebida que prefiera, a Hans no le molestará. Si no lo hago yo es porque creo la bebé está a punto de vomitar y va a mancharle la ropa— se la quito para recostarla de cara contra mi pecho, cerrando mis brazos a su alrededor. Antes muerta que hacerle de sirvienta. Me llevo a la bebé más cerca de la ventana, después de recoger una toalla del borde de su corralito, la acomodo sobre mi hombro cubierto por el algodón y le doy palmaditas en la espalda para continuar con el simulacro. —Discúlpela, heredó el estómago sensible de su padre a las emociones fuertes y no esperaba tener una visita como esta. ¿Algún motivo en especial por el cual haya venido a saludarnos?— inquiero, no diré la obviedad de que Hans no está, claramente lo sabe. Miro a sus manos. —No creo que sea conocer a la bebé, por lo general traen regalos, pero… bueno— ya se sabe lo que dicen, los que más tienen son los más mezquinos, no vi que Tilly recibiera ningún obsequio de los otros ministros por mínima educación.
Anonymous
Magnar A. Aminoff
Presidente
Al menos coincidimos en eso — se lo concedo — Yo tuve un hijo, una vez. Y el viento fue demasiado fuerte como para que la rama se quiebre. Algunas cosas son catastróficas e inevitables — el norte es un sitio salvaje, donde solo los que se adaptan y demuestran cierta fortaleza son los que sobreviven. Ni ese niño ni su madre tenían oportunidad, no me iba a molestar en estirar su sufrimiento. Después hay niños como las que viven en esta casa, que parecen vivir entre algodones a pesar de la cantidad de mugre que éstos empiecen a juntar. Pero son niños, deberían ser ignorantes a ello… ¿O no?

Scott actúa como esperaba y pronto la tengo tratando de quitarme a su hija de los brazos, no puedo ponerme a tironear de la bebé así que solo estiro una sonrisa cordial y dejo que la tome, metiendo mis manos en mis bolsillos — Qué considerada — acoto con un siseo, no elimino mi sonrisa en lo que me giro hacia el mini bar que decora uno de los rincones. Ni siquiera me molesto en rebuscar, saco la varita para sacudir el whiskey que se encuentra a la vista, cuya cantidad reducida de líquido me informa que debe ser una de las bebidas predilectas en esta casa; no me sorprende, no conozco a un ministro o jefe de área que no necesite un trago fuerte de vez en cuando. La botella levita hasta llenar un vaso, servir el hielo y, para cuando me estoy sentando cómodamente en el amplio sofá, la bebida llega a mis dedos. Comodidades que los muggles jamás van a comprender.

Lamento la ausencia de regalos — guardo la varita en el portador del cinto, moviendo un poco el vaso para chequear el vaivén de los hielos — Un par de motivos, para ser honesto. El principal es la curiosidad — me detengo para dar un ligero trago, aunque mis ojos revolotean hasta llegar a ella. Tan menuda, abrazada a ese bebé como si la vida se le fuera en ello. Hay muchos olores en la isla ministerial, pero la residencia de los Powell hace tiempo que me huele a mierda — Hace poco más de un año, Hans Powell acudió a mí para la búsqueda de Kendrick Black en los distritos del norte. En la información que pudo ceder, aclaró que una mujer había dado con el muchacho no seguiría con la búsqueda. Tampoco obtuvo información de esta mujer como para poder rastrearlo con  mayor precisión — chasqueo la lengua en señal de desaprobación hacia las acciones de esta persona tan imprudente y bebo un poco más — He hablado de curiosidad, porque me parece totalmente curioso el no tener idea de cómo ustedes dos se conocieron. ¿Cómo es que una mujer, cuyo padre estuvo en contacto con rebeldes, acaba viviendo aquí, con una bebé de oro en sus manos? O es mejor… ¿Por qué el ministro de justicia duerme todas las noches con la persona que no quiso entregarle a Kendrick Black? — me golpeteo el mentón con los nudillos, exagerando una expresión de total consternación — Es una mujer atractiva, Scott, pero sé bien que Powell jamás tuvo problemas en conseguir compañías que calienten su lecho. Y aquí está, comiendo, durmiendo, cagando en la isla de las personas que tienen que trabajar porque usted tuvo piedad de un niño que no tendrá la misma piedad con su hija. Ahora, con confianza: ¿Por qué no entregó al chico? — apoyo el vaso vacío sobre la mesa, pendiente de sus palabras y dejando que el hielo se derrita.
Magnar A. Aminoff
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Invitado
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Si esta será una charla sobre curiosidad, habrá mucho de qué hablar, el problema es que si tiene curiosidad por algo en particular, sé que por estar en el sitio en el que me encuentro, esta mansión y dentro de la familia de un ministro, él es quien tiene autoridad para hacer las preguntas y me toca responderlas, ignorarlas no está contemplado. Relajo mis brazos que mecen a la bebé para darle una posición quieta y cómoda en la cual la cubro para que permanezca adormecida contra mi pecho, así puedo ir calmando mis respiraciones y aguardar el interrogatorio que no esperaba del presidente en persona, cuando hay otros encargados en el ministerio de exponer a los traidores. Debe ser la mención de Ken que sigue obligando a estas personas a susurrarlo entre paredes cerradas, como si al final de cuentas, le tienen más miedo de lo que admitirían jamás.  

No muestro sorpresa por la información con la que cuenta, después de todo, a él también lo fueron a buscar al norte de los repudiados y le compraron un traje. A sus preguntas tramposas elijo responder con una franqueza que las desbarate, quitándole así lo complejo de sus planteamientos, no me meteré en respuestas cuyos detalles son hilo del cual tirar y tirar, y tirar. —Porque un bebé es la consecuencia a veces imprevisible de practicar sexo regular con una persona y… ¿somos personas débiles a la carne? Por eso duerme conmigo, por eso comenzamos a acostarnos, por eso acabamos con una bebé. Ese es el resumen que puedo ofrecerle sobre mi vida sexual con mi pareja, me reservaré los detalles— y aunque lo digo, le muestro una sonrisa tirante y mi voz se impone sobre la suya al recordarme que para ser débiles también hay otras personas. —Tal vez conmigo se divierte más— es mi humor inoportuno, ese que retrasa el momento de contestar a la pregunta que lo trajo aquí. —Ese es el punto entonces, ya me parecía raro que se preocupara por la vida marital de sus ministros como para hacer visitas a domicilio.

Arrastro mis pies hacia un sillón individual, no me arriesgaré a sentarme en uno que le ofrezca espacio para acercarse, coloco recta mi espalda contra el respaldo y cruzo mis piernas para una postura que no es comodidad lo que me da, sino la sensación de que yo también puedo marcar un ritmo. —Porque yo no soy nadie para decidir sobre el destino y la muerte de un chico de quince años, sea quien sea. Soy mecánica, no sicaria. Hans se equivocó al mandar a su amante detrás de la pista de un muchacho, puedo calentar su cama y arreglar lo que rompe, pero estoy fuera del juego de poder en el que todos ustedes están metidos— digo lentamente. —Así que tampoco se equivoque conmigo al creer que hay más de lo que se ve— mi mirada no tiembla al buscar la suya. —¿Conoce la historia de Las Mil y Una Noches, Aminoff? No los cuentos, la historia, la del sultán.
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Magnar A. Aminoff
Presidente
Mis ojos se entornan, pero la sonrisa no hace amague a desaparecer. Lo único que puedo sacar de lo que dice es que la bebé que tiene en los brazos fue un accidente en una relación poco estable, posiblemente clandestina, de esas que tanto oigo en los pasillos del ministerio y que siempre estuvieron ligadas a estos dos hasta que el vientre fue demasiado gigante como para esconderlo. Pero no estoy aquí para saber cómo empezaron a follar, sino si puedo confiar en alguien en quien no confío y cómo puedo ligar a uno de los ministros a ella, porque hay varias lagunas que necesito llenar. He rebuscado, no diré que no, pero no hay nada en el historial de Lara Scott además de la historia de su padre, como si por algunos años apenas y hubiera existido. Algo huele mal.

Aún así, la dejo hablar — ¿Ese no es un cuento muggle? Ilústreme — porque que yo sepa, debe tener una muy buena memoria para conservar esa historia en su cabeza, una edición mágica o, quizá, alguna ilegal. Apoyo los codos en mis rodillas para poder inclinarme hacia delante, teniendo así una mejor visión de sus facciones. Son exóticas, destacan con facilidad entre las caras del ministerio, todas igual de pálidas e insulsas — La cuestión es, señorita Scott, que el muchacho ya no es un niño y no hay nada que se pervierta y descomponga más fácil que los hombres. ¿Acaso no lo ha pensado? La línea de los Black está escrita con sangre, marcada con crueldad hacia los de nuestra clase por años. Ellos decidieron sobre el destino de todos, Kendrick Black hará lo mismo en el futuro si tiene oportunidad. Matarlo era el menor de los males, llegará el día en el cual este chico llegará a este lugar reclamándolo como suyo y su linda casa se verá amenazada. ¿O crees que los rebeldes tienen un mínimo de cariño por la familia que formas parte? — parpadeo, como si de esa manera pudiese juzgar su ingenuidad.

Ahora, hay otro tema… — hago una pausa, midiendo en sus ojos si sabe a lo que me refiero o no — Usted misma lo dijo, Powell se equivocó en mandar a su amante. Pero conozco a Powell y, a pesar de todo, sé muy bien que no es un idiota. ¿Por qué mandaría a su ligue a una misión secreta, de esta magnitud? ¿Y por qué usted aceptaría? — mi boca se ensancha, es una mueca burlona que se disfraza de simpatía — Verá, sí creo que hay más en usted de lo que puedo ver.
Magnar A. Aminoff
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Invitado
Invitado
Crecí con esos cuentos, las prohibiciones vinieron después…— comento como al pasar, se pueden destruir registros, pero la memoria personal es un buen archivo, mientras se pueda proteger como el resto de las cosas que llenan nuestras mentes, en este mundo donde tantas cosas se destruyen a capricho, mi mente es mi territorio y gobierno allí. Busco entre mis recuerdos el hilo de esa historia para compartírsela. — Después de que el sultán condenara a muerte a la sultana por haberle sido infiel, cada día elegía a una nueva esposa, pasaba la noche con ella y a la mañana siguiente mandaba que la decapitaran. Fueron varias las mujeres que murieron por culpa de la traición de otra, que la hija del visir convenció a su padre que la ofreciera al sultán. Esta mujer tenía el talento de contar historias y en su primera noche en el palacio dejó un cuento inconcluso, que el sultán para seguir escuchándolo, la dejo vivir por un día más. Cada noche ella continuaba con esa historia que nunca acababa y así pasaron mil y unas noches, entonces el cuento acabó— dejo espacio para el suspenso, doy palmaditas a la espalda relajada de la bebé. —¿Qué cree que pasó?— pregunto, creo que la vista ante sus ojos le otorga la respuesta. —Era solo un cuento para ilustrar por qué su ministro de justicia duerme con una mujer que no le entregó a Kendrick Black.

Porque creí que esa era una de las preguntas, una que podía distraer con palabras que no dicen nada, que cubren verdades que nos pertenecen en exclusividad con Hans. Se saca otras de la manga, me obliga a prensar mis labios para no caer en el mal hábito de hablar sin filtrar mis pensamientos, esta vez que estamos a solas en la sala de la mansión, dejo que los segundos pasen si eso me da una ventaja para armar mi respuesta y su paciencia me lo permite mientras siga siendo una charla falsamente amena. —¿Llegarán, Aminoff? ¿Quiere decir que cree que llegarán hasta aquí?— lo cuestiono. —Repito, soy mecánica. Creía que tenían una base de seguridad a rebosar de aurores, cazadores y licántropos… la seguridad de este país no es mi responsabilidad, no creo justo que se me cargue de culpa por un hecho aislado, cuando hay ¿cuántos? agentes que supuestamente patrullan todo Neopanem— me desligo de ello, no quiero representar ningún tipo de valor para este hombre que pueda usar, aunque eso sea moverme peligrosamente en el borde de lo prescindible.

Así que mido lo que contestaré a su último planteo, bromear al respecto me da tiempo. —¿Si digo que la gente hace extrañas locuras por amor sería decepcionante para sus oídos?— tanteo, ensancho mi sonrisa para que lo tome como el chiste que es. No por nada aprendí a cerrarme a la mayoría de las personas, sin embargo, entendí que no era conveniente hacerlo evidente, provoca todo tipo de respuestas en las personas para saber que se esconde. Entre los muros reales y los muros fantasmas se permiten atajos de engañosa aproximación. Me inclino un poco hacia adelante, sosteniendo a la bebé para que siga protegida entre mis brazos. —De eso que dice que hay en mí más allá de lo que se ve, ¿qué es lo que cree que podría hacer por usted? Seamos francos, con la situación del país, ¿lo que hacen no es medir todo el tiempo para qué seremos útiles cada uno de nosotros?— inquiero, muevo mi mano en el aire invitándolo a hablar. —Ilústreme— lo remedo.
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Magnar A. Aminoff
Presidente
No todos los cuentos tienen finales felices. En la vida, nuestro final es la tumba y creo que a nadie le gusta pensar en ello — es mi mera respuesta a su narración, ni siquiera suena como a una tragedia, solo que no me trago demasiado su historia de amor como algo que simplemente está allí para arrebatar suspiros a los ilusos. En la vida real, las personas miden sus relaciones, salvan sus culos y los detalles personales son tan importantes como fatales, en especial entre las personas que se mueven en los círculos de los poderosos. Lara Scott no parece verse a sí misma como uno de ellos, pero toma el brazo de uno de los hombres que ha sabido ganarse al público y que sostiene uno de los departamentos más fundamentales de nuestra sociedad. ¿Acaso no ve que eso la convierte en una de los nuestros? Si su familia vive en esta isla, hay ciertas normas que debe cumplir.

No puedo hacer otra cosa que reírme. No denoto diversión, sino frialdad. ¿Acaso está jugando al viejo baile de apuntar con el dedo hacia las fallas de los demás, cuando estamos aquí para debatir los suyos? — Siempre llegan, Scott — es lo único que le digo, hasta me regodeo un poco de toda esta tontería. Soy paciente, creo que es una de las virtudes que no heredé de mi madre, no podría decir lo mismo de mi padre porque no recuerdo saber demasiado de él. Hasta resoplo con falsa emoción por sus palabras, sacudiendo un poco la cabeza — Más que decepcionante — alcanzo a murmurar. Suerte para mí, me da el pie para hablar y eso solo me permite el acomodarme en mi asiento, como alguien que se prepara para dar un discurso el cual le emociona en su totalidad. No estamos muy lejos de ello.

No espero que usted solucione mis problemas — comienzo, inclinándome en su dirección para verme mejor en sus ojos saltones de un negro abrumador — Pero no me trago la historia de amantes trágicos que tiene con Powell. La cosa es muy simple, señorita Scott: dio con el muchacho, él la conoce. Solo quiero saber lo que conoce de él, eso es todo. Y en cuanto a usted… — me relamo los labios, arrugando un poco el entrecejo — El amor no mantendrá a su familia a salvo. Necesito que mis ministros mantengan la cabeza en el lugar correcto y no puedo permitirme que las ideas equivocadas se asomen por sus mentecitas, sabrá comprender. Se vienen tiempos complicados y todos debemos preguntarnos de qué lado de la historia decidimos estar. Confío en que usted tendrá la respuesta correcta, que ya no será la mujer que dejó ir a Kendrick Black, sino la que ayudará a que lo quemen en la plaza principal. Lo hará porque hay una bebé que la necesita, ¿no es así? — mi atención se la lleva un momento esa niña, tan frágil en los brazos de su madre. Lo malo de los padres es que no pueden sostenernos por siempre — Usted dice que no es nadie, pero se equivoca. Las familias en este lugar tienen el mismo peso que los ministros, son aquellas con las cuales los políticos se quejan y piden consejo. Cumpla bien su papel, juegue a ser la amante perfecta y una madre pulcra. Porque si tan solo descubro una sola pelusa fuera de lugar… bueno, nadie quiere tener todos los números errados de la lotería.
Magnar A. Aminoff
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Muerdo la sonrisa que se asoma por mis labios, por sus palabras entiendo que el hombre asume que el sultán mató a la mujer. —De hecho, este cuento tenía un final feliz, cuando ella acaba el cuento estaba sentada con los hijos que había tenido con el sultán y uno de estos era un bebé, todos ellos herederos del reino. El sultán que para entonces se había enamorado de ella, le perdona la vida. Hay historias así, sobre mujeres condenadas a ser decapitadas en un principio y que logran salvar su cabeza con el tiempo, vivir en palacios, acunar bebés…— estoy riéndome de esta ironía romántica de la vida en la que puedo ser la estampa perfecta, si eso es lo que me sirve para que este hombre que podría volver a poner una condena sobre mi pellejo, no me vea más que como una amante con suerte, cuando todos sabemos y él bien lo dijo, era absolutamente prescindible para calentar una cama.

Pero los finales felices son para los cuentos, en eso le doy la razón. Las historias no pasan de esa página con el punto final. En la vida, a todos nos espera un final trágico, nacemos para morir… y como es inevitable, trato de no pensar en esto…— me encojo de hombros, no le hablaré sobre qué esa es la misma razón por la que trato de tener un presente feliz y encerrarlo en una burbuja que él viene a importunar con su visita. Él, no los rebeldes. No son ellos los que vienen a amenazar a mi hija, es él. Y lo patearía fuera, sino fuera porque en efecto no me formé para pelear y no es en fuerzas que me mido con mis enemigos, sino que tengo que echar mano a instintos de supervivencia y conseguir escapar ya sea de situaciones o de charlas que buscan hacer que me tropiece con mis palabras. Necesito saber qué necesita así no camino a ciegas y me relajo cuando me lo explica. Sí, claro, porque soy una peligrosa boca que influye sobre las acciones de Hans, no lo voy a contradecir porque puede llegar a ser conveniente que sea ese el poder que me otorga y hasta halagüeño.

No sé qué tanto sabe sobre mis pasos equivocados de antes, pero puede estar seguro que desde que estoy en la isla, mis pies están fijos en este lugar—. Yo sabía que en algún momento me iba a servir poder decir esto que no es mentira, sin embargo mi boca no resiste la tentación de hacer la aclaración que corresponde. —Al lado del padre de mi hija—. No del ministerio, no de su gobierno temporal. —Así que puede estar seguro que seré una amante perfecta y una madre pulcra para mi familia, me encargaré de hacer todo lo que está en mí para que se sostenga— y será porque mis entrañas arden por la amenaza tan explícita, que libero una de mis manos del abrazo con el que protejo que Mathilda, para ofrecérsela así cerramos este acuerdo. —Todo lo que quiero es que ellos estén bien y mi hija tenga su seguridad garantizada— puede tomarlo como un compromiso mutuo o —a quien sea que intente hacerles daño, seré yo quien eche un fosforo sobre sus pies y no hace falta que sea un espectáculo público. Me mantengo al margen y seguirá siendo así, pero si algo me obliga a actuar, lo haré. Así que puede estar tranquilo de qué sé en qué lado me encuentro, del lado de mi familia, y espero que nos siga encontrando como aliados— propongo mi tregua, esa que como en todas las guerras son inestables, porque hay una diferencia entre lealtades y alianzas, fallar a las primeras es traición, pero a las segundas… a veces es solo el movimiento más conveniente en la situación, como estrechar la mano de Aminoff.
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Magnar A. Aminoff
Presidente
Le quito importancia a su narrativa amorosa con un movimiento de mi cabeza, como si buscara espantar a una mosca. Nacemos para morir, eso se lo otorgo, pero lo que no muchas personas suelen comprender que nosotros condicionamos el modo en el cual acabamos. Si no es una muerte natural, los accidentes son perfectamente evitables y las acusaciones pueden esquivarse si te mantienes en una línea en la cual no causes problemas. Me agrada la gente valiente, admiro el modo que tienen de cometer estupideces y a veces los veo como hormigas corriendo fuera de su guarida en llamas, pero acabas de aburrirte del mismo procedimiento una y otra vez. Llegará el día en el cual suspire con desgano y le diga a Lara Scott que se deje de tontear, que ninguno aquí se compra su actuación que no se merece ni el premio más basura de la industria.

No soy estúpido, puedo desarmar sus palabras y ver a dónde quiere llegar. No tengo su fidelidad, pero al menos estamos hablando en el mismo idioma. Tomo la mano que me tiende, mucho más pequeña y oscura que la mía, para darle un suave apretón que pretende ser gentil a pesar de ejercer la presión necesaria para que no pueda apartarse — Los Powell serán de mis aliados más preciados siempre y cuando se encuentren de mi lado. No queremos viejos amigos, resentimientos o padres que puedan arruinar lo que estamos construyendo… ¿No es así? — porque no sé a quienes conoce en el norte y por qué en verdad no ha entregado a Black, no sé dónde se encuentra su suegro ni cómo vamos a deshacernos de toda esa basura. Confío en el instinto maternal que le faltó a Jamie para que las cosas funcionen como deben.

Mi nariz se inclina y roza sus nudillos en un intento de saludarla con un respeto que no siento, cuando alzo los ojos hacia ella mis labios siguen cerca del perfume de su piel y se tuercen en una sonrisa — Si aún tiene contactos de sus paseos por el norte, sugiero que los deje en mi escritorio durante la semana. Y si se le presenta la oportunidad de demostrar la fidelidad de la gente en esta casa para que haga la vista gorda a sus errores, le sugiero que la tome. Sea cual sea el precio — si debe matar a alguien, que lo haga. Si debe traicionar a alguien, que lo haga. La suelto con desenvoltura y me pongo de pie, ni siquiera me molesto en levantar el vaso que yo mismo he ensuciado en lo que inclino mi cabeza hacia ella a modo de saludo — Espero que nuestra nueva amistad rinda frutos, señorita Scott. Confío en que podemos hacer que las cosas funcionen en armonía, por el bien de todos.
Magnar A. Aminoff
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Invitado
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Me limito a asentir con mi barbilla, dándole la razón si eso nos mantiene en una tregua necesaria para que esta sea la primera y última visita que reciba de su parte, en este momento que lo tenemos tan cerca, mostrarnos de su lado es lo más inteligente y lo he tenido claro al hablarlo con Hans. Lo único que importa es tratar de proteger a toda costa un hogar que es vulnerable, y si él por su parte es capaz de empeñar la mitad de su alma para que así sea, creo que puedo estrechar la mano del mismísimo diablo para hacer acuerdos de temporaria paz. La curva en mi boca es tirante, si todo lo que quiere es una reafirmación de su poder, moverme a su lado como otra pieza que jugará a su antojo, agradezco que mis pensamientos sigan a salvo y todo lo que quede a la vista esa una sonrisa forzada que puede tomarlo como una aceptación de la orden que me da, yo lo tomo como que si no digo nada, no he fallado del todo a lo que dejé atrás. — Entiendo— susurro, lo hago en verdad.

Si esto que llama amistad tiene sus frutos, seguramente serán granadas del averno.

Mi sonrisa se tuerce por buscar en mí una aliada de la armonía, ironías. Debe ser el efecto calmante que tiene la bebé al recostarse en mí, recordándome que su bienestar depende de que tanto le grite a este psicópata en la cara y mientras ella sea una criatura que depende de todos los habitantes y las paredes de esta casa para estar segura, a los locos de poder hay que darle la razón si eso los mantiene serenos. No me muevo del sillón, me arrellano en este, obstinada en mi posición en esta casa también en los gestos. —El bien de mi familia, Aminoff— lo vuelvo a recalcar. —Siempre que sea para el bien de mi familia, no me importa el precio— contesto, me lamente o no de mis acciones, estas hablan por sí solas de que cada día me encuentro dando un paso más lejos de lo que dije que nunca haría. —Creo que sabe dónde está la puerta, supo encontrarla para entrar. Perdone que no pueda acompañarlo— me encojo de hombros y señalo con una mano a la bebé que se durmió sobre mi hombro, con esa facilidad que solo tiene ella de encontrar su paz cuando todo a su alrededor está en revolución. —No es necesario que vuelva a quitar tiempo en su agenda para estas visitas particulares,— es mi manera de decirle que no vuelva, no hace falta, —seguiremos viéndonos—. Ensancho mi sonrisa, esa que se va ensombreciendo en igual medida cuando modulo las siguientes palabras. —Supongo que en los palcos del coliseo— ¿Es ahí donde se espera que sus aliados estén, no? Aunque mis razones para no perderme en primera fila de lo que pueda ocurrir allí, nada tienen que ver con el morbo que buscan, ni con una reafirmación hacia él. Es algo distinto, que solo puede apreciarse de cerca. —Hasta entonces, Aminoff— lo despido.
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